Renee volvió de Melbourne y ayudó a Edward con los últimos preparativos de la subasta, que salió de maravilla, pues las donaciones fueron espléndidas… joyas, viajes, un coche, champán importado, un yate de lujo y un fin de semana en un balneario.
En cuanto a Demetri, siguió llamando cada vez más, las amenazas iban subiendo de tono y, por otra parte, a Isabella se le hacía cada vez más difícil seguir viviendo con Edward porque cada día que pasaba a su lado lo deseaba más y más.
¿Sentiría él lo mismo?
La noche de la subasta, Isabella eligió un vestido deslumbrante de seda rosa que envolvía su figura y rozaba sus tobillos al andar. El cuerpo del vestido llevaba varias hileras de piedras de cristal que se perdían en la falda creando un precioso efecto cascada.
—Estás preciosa —le dijo Edward mientras se preparaban para salir de casa.
Él estaba impresionante con su esmoquin. Isabella era consciente de que a todas las mujeres de la subasta se les iba acelerar el corazón cuando lo vieran, pero aquella noche era suyo.
Isabella se recordó que tenía que sonreír Y dar apariencia de que era la mujer más feliz del mundo. Se le daba bien fingir ante la gente, así que no tendría problema.
El vestíbulo del hotel era espectacular y había sido muy bien decorado. El toque experto de Renee era evidente. No había ni una sola butaca vacía. Todo indicaba que la velada iba a ser todo un éxito.
—Está todo fantástico —sonrió Renee.
—Desde luego —sonrió Edward —. Espero que los invitados pujen alto —añadió, pensando en los niños de la fundación para la leucemia que se beneficiarían de ello.
Ben estaba en un discreto segundo plano, pero siempre pendiente de Isabella, y Edward había contratado a más guardias de seguridad para verificar los carnés de identidad de todo el mundo que entrara en él salón de baile.
No era muy probable que Demetri intentara nada en público. Su estilo era más discreto.
Edward no había reparado en gastos y la cena de tres platos acompañada de un maravilloso vino estaba acorde con la carísima entrada que había que pagar para asistir a la subasta. Para cuando terminó la cena, todo el mundo estaba deseando comenzar a pujar. Por supuesto, hubo unos cuantos discursos, incluyendo uno de Edward, que habló de los niños enfermos y de lo mucho que necesitaban aquella ayuda.
A continuación, se proyectaron en una pantalla las imágenes de los premios y comenzó la subasta. Las cifras comenzaron a subir más de lo que estaba previsto. Dos paquetes para pasar una noche en París y Dubai con avión y de vuelta y siete noches de hotel fueron los más disputados, seguidos de cerca por la semana en Nueva York y en Ámsterdam. Las mujeres no dejaron pasar la oportunidad de hacerse con las joyas, y el coche fue adjudicado a un ciudadano prominente que lo adquirió por mucho más de lo que costaba en el mercado.
Cuando la subasta terminó, se habían recaudado varios millones de dólares. La velada había sido un maravilloso éxito que le había permitido a Isabella ver en primera persona los intereses filantrópicos de Xandro.
—Supongo que estarás encantado.
—Sí —contestó el, mirándola a los ojos.
—Veo que los elogios eran ciertos —comentó Isabella.
—¿Eso es un cumplido? —bromeó Edward.
—Sí —admitió Isabella en tono divertido—, pero que no se te suba a la cabeza.
Después de la subasta, tomaron café y abandonaron el hotel pasada la medianoche. Al llegar a casa y mientras subían las escaleras, Isabella tuvo la sensación de que los dos tenían muy claro lo que iba a suceder aquella noche. Llevaba toda la velada pendiente de él, nerviosa, deseándolo, deseando sentir su boca, deseando que la abrazara, deseando sus caricias…
¿Se daría cuenta Edward de cómo se sentía?
Tras entrar en el dormitorio, Isabela dejó su bolso de fiesta en una silla mientras Edward se quitaba la chaqueta. Isabela se quitó las joyas con cuidado y se giró hacia Edward, que dio un paso hacía ella, la tomó entre sus brazos y la besó.
—Estás intentando seducirme.
Edward sonrió.
—¿Lo estoy consiguiendo?
—Mmm, un poco .. Tal vez
Edward le acarició un pecho y comenzó a dibujar círculos con la yema del pulgar alrededor del pezón, lo que hizo que Isabella sintiera una espiral de placer por todo el cuerpo.
—¿Mejor así? —bromeó Edward
—Bueno… un poco mejor, sí —bromeó ella también.
—A ver qué te parece esto —le propuso el apoderándose de su boca.
En cuanto sus lenguas entraron en contacto, Isabella se dijo que estaba perdida. Deseaba con todas sus fuerzas unirse a aquel hombre, disfrutar de él y de lo que la hacía sentir.
Quería volver a vivirlo porque ante sí tenía muchas noches solitarias y quería llevarse buenos recuerdos. Algún día, Demetri desaparecería de su vida y ella volvería a su casa.
Isabella se dio cuenta entonces de que no le apetecía volver a su casa. ¿Pero y qué podía hacer? No se podía quedar con Edward aunque se lo pidiera. ¿Cómo iba a aceptar afecto en lugar de amor? ¿Cómo iba a vivir con él sabiendo que no era dueña ni de su corazón y de su alma?
Edward la miró a los ojos.
—Ya estás otra vez dándole demasiadas vueltas la cabeza.
A continuación, le tomó el rostro entre las manos y la besó. Isabella comenzó a responder. Le daba igual cómo terminara la velada. Quería todo lo que ocurriera, compartir la dulzura, lo salvaje, el deseo, todo, sentirse especial y única en sus brazos.
Ella se dijo que no hacía falta hablar, así que comenzó a quitarle la corbata, le desabrochó a continuación los botones de la camisa y deslizó las manos hacia la cremallera del pantalón mientras Edward se quitaba los zapatos, los pantalones y los calcetines.
Isabella se mordió el labio inferior al ver su erección y Edward se quedó mirándola a los ojos. A continuación y con mucho cuidado, le quitó el vestido de seda, que cayó al suelo. Lo único que Isabella llevaba debajo era un tanga de seda del que Edward no tardó mucho en deshacerse también.
Ella sintió las manos de el sobre sus hombros, por detrás. Edward comenzó a besarla por el cuello hasta que llegó a la cicatriz que tenía en la nuca y, desde allí, bajó por toda su columna vertebral para volver a subir. Mientras su boca trabajaba en la espalda, sus manos lo hacían por delante, jugando con sus pechos hasta hacerla jadear de placer.
Edward la tomó en brazos y la llevó a la cama, la depositó entre las sábanas y se tumbó a su lado. Isabella sentía que estaba viviendo un sueño mientras Edward recorría cada centímetro de su cuerpo con la boca, parándose de vez en cuando en un lugar concreto hasta hacerla gemir.
—Por favor —gritó Isabella con una voz que no reconoció como suya.
Edward se apoderó de su boca, se introdujo en su cuerpo y sintió cómo ella lo recibía con sus músculos internos, arqueando la cadera y pasándole los brazos por el cuello.
Entonces, comenzó moverse lentamente, Isabella se puso a su ritmo y juntos llegaron a un maravilloso orgasmo que los hizo gritar a ambos de placer…..
Después, Edward abrazó a Isabella y permitió que se durmiera acariciándole la espalda.
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