CAPÍTULO 7
Salir de Edimburgo no iba a ser tarea fácil. Conducir por la izquierda era todo un numerito.
Tras doblar la esquina del hotel a toda velocidad, chirriando rueda, un coche les arrancó el espejo retrovisor del conductor. Bella blasfemó, pero a pesar de todo, con paciencia y siguiendo las instrucciones del GPS, consiguieron entrar en la autopista de peaje M-90 hasta Perth, donde repostaron gasolina.
Al salir de allí Rose se empeñó en coger el coche, y aunque al principio Bella, histérica, gritó que se estaba jugando la vida, al final Rose consiguió que se callara y relajara, mientras conducía por la autopista.
Una vez pasado Pitlochry el cielo se encapotó de horrorosas nubes grisáceas, y la carretera sin motivo alguno se estrechó, algo que a Bella le horrorizó, pero que a Rose, en contra, le encantó. Enormes montañas comenzaron a rodearlas de tal forma que había momentos en los que parecían haberse perdido en la película Braveheart. Todo lo que las rodeaba estaba lleno de tonos verdes y violetas. Los árboles y las flores de cientos de colores parecían vivir en perfecta armonía con las vacas peludas que con tranquilidad pastaban por los prados. Tras un largo trecho por aquellos paisajes idílicos se desviaron por la carretera A-889. Fue entonces cuando Rose leyó un cartel y gritó.
—Ostras Bella. ¿Has visto lo que ponía ahí?
—Pues no —respondió levantándose sus carísimas gafas de Prada por primera vez en todo el día.
—Vamos directas al Lago Laggan. ¡Madre mía! ¡Tenemos que parar! ¡Tenemos que parar para que me hagas alguna foto!
Su hermana la miró de arriba abajo antes de contestar.
—Ni lo sueñes —dijo. Miró el reloj. Eran las 11:00 de la mañana—. La reunión es dentro de dos horas y no quiero llegar tarde. Además, Rose, ¿es que no ves que está diluviando?
El mohín de disgusto que apareció en sus labios indicó que le daba exactamente igual el agua que caía del cielo. Aun así continuó el camino, aunque sin dejar de farfullar. Pero cuando se desviaron por la A-82 y vieron el siguiente cartel, el del Lago Lochy, entonces sí que no entró en razón.
—Mira Bella —si no estuviera conduciendo se habría puesto en jarras—. Me importa un pimiento del padrón lo que digas. No he parado en el Lago Laggan por no escucharte. Pero aunque digas misa en arameo, voy a parar en el Lago Lochy. Sólo será un minuto para hacerme una foto. Una foto que será un recuerdo único para toda mi jodida vida.
Pero parecía que su hermana no la miraba. Llevaba unos segundos intentando identificar algo que se movía por el interior del coche. Algo que zumbaba y se desplazaba lentamente cerca de sus cabezas. Algo...
—Ah...¡No!...¡No!—gritó de pronto Bella dando manotazos al aire—. ¡Una avispa! ¡Una avispa!
Las avispas, arañas, mosquitos, perros, gatos, camellos o dromedarios, y todo el reino animal en sí, asustaban a Bella. Tenía un miedo terrible a todo aquello que se considerase un insecto o un animal. Solo las plantas, aunque no las carnívoras, le daban cierta tranquilidad.
—Tranquila... tranquila—dijo Rose sin estarlo demasiado—. Bajaré la capota para que salga.
Dando al botoncito dorado, la capota de lona color crema del Audi comenzó a bajar. Pero al igual que la avispa desapareció, la lluvia comenzó a entrar al instante.
—Cierra. ¡Cierra la capota! —gritó Bella histérica al notar cómo el agua la empapaba—. Me estoy calando. Mi traje ¡Oh Dios, mi traje de Versace!
—Joder Bella. Joder. Dame tiempo —vociferó Rose dando al botón de la capota que con mucha más lentitud de la que se había abierto comenzó a cerrarse.
Cuando llegaron al Lago Lochy estaba diluviando, pero Rose no transigió. A pesar de las protestas de Bella, se desvió de la carretera y se adentró por un camino tortuoso en dirección al lago.
—Préstame atención —dijo Rose echando el freno de mano a una hermana demasiado preocupada por el estado de su Versace como para escucharla—. Toma mi cámara y hazme una foto. Sólo es necesario que pongas tu dedito de diseño en mi indocumentada cámara, y hagas ¡clic! ¿Crees que podrás?
—Pero ¡tú estás loca! —protestó Bella—.Te vas a empapar.
—Sí —asintió sonriendo— Me voy a empapar. Me voy a mojar. Me voy a calar. Pero no me importa, porque este recuerdo será para mí algo muy especial.
Rose, abrió la puerta del coche muerta de risa, corrió hacia el lago y, dejando a su hermana petrificada, comenzó a posar bajo el aguacero.
«Está como una regadera», pensó Bella mientras le tiraba varias fotos.
—Venga, Cindy Crawford —le ordenó—. Entra en el coche de una vez. Tengo prisa.
Sonriente, Rose volvió hacia el vehículo, pero cuando fue a sentarse en el asiento del conductor fue Bella quién habló.
—Ahora conduciré yo.
Sin decir nada, Rose corrió hacia la otra puerta y, una vez cerró, Bella metió primera y aceleró de tal manera que el coche se salió del camino, hundiéndose en el barro.
— ¡Cojonudo! —masculló Rose.
Bella intentó manipular con todos los botones a su alcance, Pero las ruedas solo chirriaban en el lodo.
—Esto no se mueve —protestó Bella.
— ¿Quizá será porque la has cagado? —preguntó su hermana secándose la cara.
Al meter el coche en el barro se había quedado clavado, como una sandía en un frutero.
Rose, quién a diferencia de su hermana recibía la vida de otra manera, intentó buscar soluciones, pero ninguna resultó. Angustiada, Bella veía cómo pasaban los minutos. Apenas faltaba media hora para la reunión con el conde Cullen y allí estaba ella, sin poder hacer nada, rodeada de montañas, de agua y de un grupo de vacas que cada vez estaban más cerca. Más cerca.
— ¡Maldita sea! —Gritó Bella—. ¿Por qué todo me tiene que ocurrir a mí?
—Lo siento de verdad —aseguró Rose.
— ¡Encima no tengo cobertura! —chilló como una posesa.
Su hermana la miró de soslayo.
—Bella. Piensa en tu vena y relájate. Algo se nos ocurrirá.
— ¿Algo se nos ocurrirá? ¿Algo? —vociferó angustiada—. ¿Qué es ese algo?
—Mira, chata —se mofó Rose—. Si fueras gamba, con esa cabeza que tienes, serías todo desperdicio. ¡Por Dios! Qué mujer más negativa.
—Cállate y deja de decir tonterías.
Rose, hastiada de escuchar a su hermana, salió del coche. A pesar de que la lluvia la empapaba y el barro le salpicaba, buscó algún trozo de madera para poner bajo las ruedas e intentar sacar el coche del barrizal. Pero fue inútil. Lo único que consiguió fue hundirle más y pringarse de barro.
—Creo que de aquí sólo nos saca la grúa —se resignó Rose entrando de nuevo en el coche.
—Claro. La grúa —ladró, viendo las vacas peludas acercarse cada vez más—. ¿Y cómo demonios llamamos a la grúa? Estamos incomunicadas.
—No las mires, Bella —le indicó Rose sintiéndose un poco ridícula al ver cómo las vacas comenzaban a rodearlas—. Ellas no te harán nada. ¡Son sólo vacas! Inofensivas y cariñosas vacas.
— ¡Dios! ¡Dios! No puede estar ocurriéndome esto —murmuró Bella golpeándose la cabeza con el volante—. Necesito ese contrato. Necesito ese contrato.
Una de las vacas escocesas acercó su enorme cara peluda a la ventanilla de Bella, y al levantar ésta la cabeza y ver aquella enorme cara tras el cristal, dio un grito de pavor echándose sobre Rose, que no pudo dejar de carcajearse.
—Bella por Dios. ¡Basta ya! —se mofó, al ver a su hermana enloquecida—. Vas a conseguir asustarme a mí
Pero la situación empeoró cuando aquella peluda y marroncita vaca, comenzó a chupar la capota de lona del coche y, enganchándola primero con un cuerno y luego con la boca, comenzó a tirar.
— ¡La está rompiendo! —Chilló Bella—. ¡Ay Dios! Se está comiendo la capota. ¡La está rompiendo! ¡Van a atacarnos!
Su hermana empezó a preocuparse, pero no por las vacas, sino por si habían hecho o no seguro al coche.
—Joder Bella. Te dije que no era buena idea alquilar un jodido descapotable. ¡Pero no! Tus ansias de impresionar al cliente te llevaron a alquilar ¡lo mejor para andar por Escocia! ¿Verdad? —protestó Rose.
Al no obtener respuesta de la aterrorizada Bella, abrió la puerta del coche y salió dando palmadas para intentar alejar a las vacas quienes, como es lógico, se asustaron y se fueron a pastar a otra parte.
Cuando volvió a entrar su hermana estaba más recuperada, Tanto que de nuevo comenzó a mandar.
—Toma y calla —vociferó Bella entregándole el móvil—. Aléjate unos metros a ver si coges cobertura y podemos avisar a la policía.
Rose, con infinita paciencia, se alejó del coche, pero era inútil. Ni su móvil, ni el de su hermana tenían cobertura allí, y para rematar la situación la pesada vaca volvió de nuevo al coche y comenzó a tirar con fuerza de la capota.
De pronto sonó ¡craggggg!
La capota entera se rajó, momento en que Bella comenzó a aullar como una posesa. Rose al ver aquello y tras poner los ojos en blanco corrió hacia el coche.
— ¡Toca el claxon! —gritó—. ¡Toca el puñetero pito!
Bella obedeció la orden de su hermana y empezó a tocarlo enloquecida. Aquello dio resultado, aunque de forma discreta.
Cuando parecía que las vacas se habían alejado un poco, Rose, empapada, se sentó en el coche tiritando.
—Qué podemos hacer ¡oh Dios! —increpó Bella, allí sentada en el Audi, sin capota y lloviendo a mares—. ¿Qué vamos a hacer?
—No tengo ni idea —respondió su hermana, quitándose con la mano el agua que, como un río, corría por su cara.
— ¡Oh! El conde debe estar mosqueado —se quejó Bella lloriqueando—. Ya es la una y media. Lleva esperando media hora. Dios mío. ¡Mi traje está empapado! Y yo estoy hecha un adefesio.
—No me extraña. Con la que nos está cayendo encima es para eso y para más.
—Y todo es culpa tuya. ¡Todo!
—Sí hombre, y lo de la capa de ozono también —se mofó Rose—. ¡Tía lista! Te recuerdo por si lo has olvidado que has sido tú, tú, la que has clavado el coche en el barrizal.
—Te dije que no te desviaras. Te lo dije.
— ¡Que no! —respondió Rose harta de escucharla—. Que no me vas a culpar a mí de esto, porque no me da la gana. Tú has sido la culpable. Sólo tú. ¡Asúmelo!
— ¡No! Maldita vaca. ¡No! —gritó con desesperación Bella sin referirse a su hermana que tenía una talla menos que ella—. ¡Eso no! ¡Eso no!
Rose, incrédula por la situación, vio a su hermana salir del coche tan deprisa, que las punteras de sus glamorosos botines Gucci, se clavaron en el barro haciéndola caer de bruces. Sin poder contenerse, soltó una risotada que Bella no debió de oír. La vaca llevaba el maletín con el portátil en su boca, y Bella, hecha un auténtico adefesio de barro, corría como podía tras ella.
— ¡Ay, que me da! —Se dobló Rose de risa—. Por tu portátil supermegaguay eres capaz de hacerle frente a esa pobre vaca.
— ¡Cállate, imbécil! —gritó Bella.
—Y tú gilipollas. No te digo —susurró apoyándose en el coche.
—Vaca. Ven aquí, ¡Devuélveme mi portátil! —gritó Bella rebozada en barro.
La vaca, asustada por los aullidos de Bella, comenzó a correr. Pero cansada de llevar a una loca aullándole en el culo soltó el maletín. Con la mala suerte de que cayó en el centro de un enorme charco.
— ¡No! ¡No! ¡El portátil no! —gritó desesperada Bella.
Rose intentaba sin éxito parecer impasible y Bella, en su afán de recuperar el maletín, metió un pie en el charco, y al sacarlo sólo salió el pie. Sin botín.
— ¡Maldita sea, Rose! Es mi botín de Gucci. Quieres hacer el favor de venir aquí y ayudarme.
— ¡Ainsss, Bella, que me va a dar algo! —se guaseó acercándose dolorida de tanto reír—. No te enfades. Pero este momento es para inmortalizarlo —dijo sacándole una foto con su cámara indocumentada.
Aquello fue la gota que colmó el vaso. Bella, olvidándose del botín Gucci, del portátil, de las vacas, y de todo, se lanzó contra su hermana y las dos cayeron al charco.
— ¡Maldito sea el momento en que te dije que me acompañaras! —berreó Bella con rabia.
—Bella ¡basta ya! Que no quiero currarte. Pero como sigas así no me va a quedar otro remedio —gritó Rose inmovilizando a su hermana, mientras la lluvia hacía resbalar el barro por sus cuerpos.
Bella, cansada y agotada, se dio por vencida. Nada podía hacer. Estaban allí. En medio de la nada. Cubiertas de barro de pies a cabeza. Sin cobertura. Sin móviles. Con el portátil encharcado y el GPS inundado.
A las cinco de la tarde dejó de llover. Pero el problema era que comenzaba a anochecer y tiritaban de frío. En todo el tiempo que llevaban allí nadie había pasado por aquel camino. ¿Qué podían hacer?
—Deberíamos intentar llegar a algún pueblo —sugirió Rose.
— ¡No me hables!
—Bella ¡Por Dios! Yo estoy tan calada como tú. Deja de hacer el idiota.
— ¡Que no me hables! —volvió a gritar tocándose el pie congelado.
No había sido capaz de recuperar su botín de Gucci, y toda aquella cara tecnología mojada no servía para nada.
—Eres de lo que no hay —se quejó Rose—. Eres la persona más egocéntrica que he conocido en mi vida. Tú nunca te confundes ¿verdad? Culpas a todo el mundo, sin pensar en que alguna pequeña parte de culpa la puedes tener tú.
—Te dije que no pararas. Te dije que continuaras hasta nuestro destino. ¡Pero no! La señorita tenía que parar, y hacerse una ridícula foto en este horrible lago.
En ese momento un ruido captó su atención. Parecía un motor por lo que moviéndose con rapidez casi gritaron al ver las luces de un vehículo a lo lejos.
Histéricas, comenzaron a saltar moviendo los brazos. Era un vehículo azul. Su única oportunidad de salir de allí. No podía pasar de largo.
—Déjame hablar a mí —dijo Rose mirando a su hermana—. Con lo borde que puedes llegar a ser nos jugamos que quien sea se marche y nos deje aquí.
—Ni hablar. Hablaré yo.
Una destartalada y vieja furgoneta azul paró ante ellas con las luces encendidas. Su salvación. Era su salvación. Cuando la puerta se abrió, el gesto de Bella cambió. ¡Qué diablos hacía él allí!
—Edward —gritó Rose al reconocerlo—. Gracias a Dios que nos has encontrado.
Al verlas, Edward se relajó. Llevaba buscándolas horas. Algo que no reveló.
—Pero ¿qué hacéis aquí? ¡Madre mía! —Se mofó Edward al verlas en aquel estado—. A vosotras qué os pasa ¿os gusta estar todo el santo día mojadas?
— ¡Bastante te importará a ti, paleto! —respondió Bella con altivez.
—Pero vamos a ver, niñata caprichosa —gritó Rose en español—. Que te calles. ¡Que cierres el pico!
— ¡Por todos los santos! —Murmuró Edward, que contuvo la risa al ver el coche—. ¿Qué le habéis hecho al coche?
La imagen del coche era deplorable. Nada tenía que ver con el lujoso Audi con el que salieron del hotel por la mañana. Estaba sucio, medio hundido en un barrizal, sin capota e inundado de agua. ¡Increíble! Lo habían hecho en sólo unas horas.
—Mira, Edward —sonrió Rose, entendiéndole—. Si te lo cuento, no te lo crees.
—Será interesante escucharlo —sonrió él abriendo la portezuela trasera, de donde salió un Border Collie que rápidamente Rose saludó con afecto.
— ¡No! —Gritó Bella al ver cómo este se le acercaba— ¡Que no se acerque a mí! ¡No! ¡No!
—Stoirm —llamó Edward. Ven aquí.
El perro le obedeció sentándose junto a él, momento en el que Edward se percató del miedo con que Bella miraba a Stoirm.
— ¿Cómo nos has encontrado? —preguntó Rose.
—Ha sido casualidad —explicó sin profundizar demasiado—. Voy a visitar a mis abuelos y siempre suelo parar en el lago Lochy.
—Ah... —recordó Rose—. Es cierto. Esta mañana lo comentaste.
Edward, sin poder apartar sus ojos de Bella, observó cómo sus ojos asustados miraban a Stoirm, que era el perro más tranquilo que había conocido en su vida.
—No le tengas miedo —señaló preocupado por Bella—. Stoirm es un buen perro.
—Si no te importa —aclaró Bella—. Preferiría que guardáramos las formas.
— ¡Que me aspen! —masticó él al escucharla—. Perdona, señorita, pero no soy yo quien necesita ayuda. Te recuerdo que en este momento no trabajo para nadie. Por lo tanto, ten cuidado, guapa, no te vayas a quedar aquí.
—Bella ¡cierra el pico! —Regañó Rose—. O te juro que me piro con Edward y te dejamos aquí por borde y antipática.
Tras un silencio incomodo por parte de todos, fue Bella la que habló.
— ¡Tengo frío! ¿Podrías llevarnos a algún lugar donde podamos llamar a una grúa y volver al hotel?
—Pues... va a ser que no —sonrió Edward—. Lo siento, pero no.
— ¡¿Cómo?! —gritó Bella andando hacia él.
En ese momento Edward se dio cuenta de que cojeaba.
—Te falta una bota —preguntó a punto de carcajearse. ¿Qué había pasado allí?
— ¿Qué pretendes? —gritó Bella encarándose con él—. ¿Dejarnos tiradas aquí y marcharte con tu asquerosa furgoneta?
—Mi asquerosa furgoneta es lo único que tienes para salir de aquí. Por lo tanto, será mejor que te calles antes de que me suba en ella, y te deje aquí tirada a merced de las inclemencias del tiempo. ¡Dame tu bota!
—Ni lo sueñes —gritó mirándole con altivez—. Sólo tengo una y no te la voy a dar.
Aburrido de aquella mujer, se agachó e izándola en su hombro dijo a Rose.
— ¿Serías tan amable de quitarle la botita a la princesita?
Rose, tras abrir la cremallera del botín, se lo entregó, momento en que Edward la posó en el suelo. Pero la rabia de Bella la hizo acabar con su culo en el barro.
— ¡Bruto! —ladró ella—. Te juro que me las vas a pagar. ¡Estúpido!
Sin hacerle caso Edward llamó a Stoirm, que tras oler el botín, comenzó a ladrar.
—Busca Stoirm. ¡Busca! —animó él.
El animal comenzó a olisquear y en menos de dos minutos, tras meterse en un charco, apareció con el botín. Cogido en su boca lo llevó hasta Edward, quién con palmadas en el lomo y un beso en la cabeza se lo agradeció.
—Aquí tienes tus botines, princesita —dijo, tirándoselos de malos modos.
Con la rabia anidada en el cuerpo, Bella los cogió, se puso el seco y el otro empapado y lleno de barro lo dejó en su mano.
—Bella —susurró Rose—. Mamá te enseñó educación ¿no crees?
—No te preocupes Rose —gritó Edward sacando de la trasera del vehículo dos mantas y tras darle una a Rose dijo—. A partir de este momento, si la princesa quiere algo se lo va a tener que ganar. Me tiene harto con sus tonterías, con sus malos modos y sus terribles modales. ¡Eres insoportable, mujer!
—Lo llevas claro, paleto escocés —retó Bella, mientras observaba la cara de Edward—. Por mí, te puedes ir al diablo.
Tras decir aquello Bella se sintió fatal. Sabía que su comportamiento estaba siendo ridículo. Pero a veces su carácter la dominaba a ella, y esta vez, era una de ellas.
—Muy bien —asintió Edward dejando la otra manta atrás—. Vamos Stoirm. Nos vamos a casa. Pronto comenzará de nuevo a llover.
El perro, sin dudarlo, de un salto montó en la furgoneta. Rose permaneció al principio dudosa pero ante una señal de Edward se montó en el asiento del copiloto. En aquel momento solo estaba a la intemperie Bella, quien con el reto en los ojos les miró.
— ¿Vais a dejarme aquí?
—Eso depende de ti —indicó Edward sentado al volante de vehículo—. Si quieres subir a mi asquerosa furgoneta, utiliza las palabras mágicas.
— ¡Antes muerta! —gritó, haciendo que Rose maldijera en voz baja y Edward apretara con sus manos el volante.
Tras unos segundos de silencio, fue Edward quien ladró.
— ¡Estoy esperando! Y no voy a esperar mucho más.
Callada, Bella les observaba. Su cara reflejaba la rabia que sentía.
—Edward —susurró Rose bajito al oír cómo éste arrancaba al fin el coche—. No puedo irme y dejarla aquí sola. Mi madre me mataría y yo no podría vivir a causa de los remordimientos.
—Tranquila. Si es lista —respondió mirándola—, y creo que lo es, sabrá reaccionar a tiempo.
Bella sonrió. Nunca se atreverían a dejarla sola y desamparada. Pero al ver que comenzaban a moverse su seguridad se resquebrajó. ¿Se atrevían a abandonarla allí, en un lugar repleto de vacas?
—Edward. ¡Para, que me bajo! —Rogó Rose—. Mi hermana es muy cabezona. ¡No la conoces!
—Psss, calla—indicó él mientras observaba el espejo retrovisor.
— ¡Maldita sea! —Gritó Bella tirando el botín Gucci contra la furgoneta—. ¡Por favor! Para. ¡POR FAVOR!
En ese momento Edward frenó en seco, y Rose respiró.
—Menos mal, aún le queda cordura —dijo en voz baja.
Apeándose del vehículo, Edward le pidió a Rose que se mantuviera ahí. Aquella española no podría con él.
—No viajaré junto a ese bicho —gruñó Bella volviendo al ataque.
Al escuchar aquello Edward no supo si reír o arrancar y marcharse. Aquella mujer era peor que un dolor de muelas. Nunca se rendía.
—Stoirm no bajara —sentenció Edward clavándole la mirada—. Si quieres venir con nosotros tienes dos cosas que hacer. La primera es volver a usar las palabras mágicas. Y la segunda viajar junto a Stoirm.
La lluvia había comenzado de nuevo a caer y les calaba. Tenía frío. Pero la mirada ceñuda de aquel hombre la hacía estremecer. Aquellos ojos verdes, y esa boca carnosa y sinuosa, que la había besado, la confundían. Por lo que apartando la mirada murmuró.
—Por favor. ¿Puedes llevarme?
Aquel tono de voz, tan diferente al que continuamente usaba, hizo que Edward se ablandara. Aquella mujer era la misma que le había besado y le había casi abierto su corazón, mientras estuvieron encerrados en el ascensor. Aquella mujer era quien le estaba quitando el sueño desde el día que la conoció. Aquella mujer le gustaba demasiado, y eso le molestaba.
—Por supuesto que te llevaré —asintió Edward, deseando abrazarla—. Cuando quieras puedes entrar. Stoirm estará encantado de tener compañero de viaje.
—Escucha, Edward. Yo me cambiaré de sitio —gritó Rose—. A Bella le dan pánico los animales —señaló, intentando excusar a su hermana, quién continuaba bajo la lluvia.
—De acuerdo, Rose —asintió Edward, y volvió su mirada a Bella—. Hazme un favor, princesita. Entra y mantén tu boca cerrada, si no quieres que de una patada te saque de mi asquerosa furgoneta.
Cogiendo el botín del suelo, Edward se lo tiró a Bella que lo cazó en el aire y, contuvo sus enormes ganas de tirárselo a la cabeza. ¿Quién se había creído ese tipo que era?
Con la poca dignidad que le quedaba y cojeando por la falta del botín, rodeó la furgoneta. Abrió la portezuela, se sentó y cerró de un portazo. Momento en que Edward le tiró encima una manta, que ella tomó para abrigarse, murmurando apenas un audible ¡gracias!
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