SÁLVAME

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 03/01/2013
Fecha Actualización: 14/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 62
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Capítulos: 26

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“Si regalaran un diamante por cada disgusto que da la vida, seria multimillonaria”, pensó Isabella cuando encontró a su novio liado con su mejor amiga el día antes de su boda. Y tenía razón, porque a pesar de sus gafas de Prada, de sus bolsos de Chanel, de sus zapatos de Gucci y de todos los Carolina Herrera del mundo colgados en su armario, Isabella solo era una mujer amargada que vive en la mejor zona de Londres.

BASADA EN "TE LO DIJE" DE  MEGAN MAXWELL

 

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Capítulo 4: CAPÍTULO 3

CAPÍTULO 3

 

Jessica, la secretaria de Bella, escuchaba las voces procedentes de la sala de juntas desde su mesa. El día no se presentaba fácil.

Nerviosa e inquieta observaba a través de los cristales a su jefa. Su ceño fruncido y el modo como movía las manos no indicaban nada bueno. Llevaba semanas intentando encontrar el momento propicio para hablar con ella, pero no había sido posible. Bella nunca fue una mujer accesible, pero tras anular la boda, y ahora tras aquella reunión, lo sería menos.

Por el rabillo del ojo observó cómo Luis, el guaperas de la oficina, salía de la sala de juntas con la cara contraída y se dirigía hacia ella. Él y Sam eran los responsables del fallido contrato con el escocés.

—Necesito fotocopias urgentes. La nazi está insoportable, no sé cómo la aguantas.

Aquél era Luis, un rompecorazones de treinta y cuatro años con sonrisa descarada, que traía de cabeza a las féminas de la oficina, a excepción de ella y su jefa, que no le bailaban el agua.

Cada mañana, cuando coincidían en la máquina de café, ni la miraba. Jessica era invisible para él. Si embargo cuando necesitaba algo de Bella, todo eran halagos.

Por todos era conocido que Ángela, la amiga de Bella, lo había acosado hasta llevárselo a su cama, algo que le ayudó a llegar hasta el equipo de Bella, quien nunca lo aceptó de buen grado.

El otro que estaba encerrado en la sala de juntas con Bella era su compañero Sam. Un hombre trabajador, afable y tímido de cuarenta y cinco años. Alto, con gafas, amante de su familia y en especial de su mujer y sus hijos. En varias ocasiones Jessica y Sam habían compartido confidencias, y en una de ellas se enteró que su mujer había tenido un accidente de tráfico quedando postrada en una silla de ruedas.

Aquel día Sam le confesó que le debía cientos de favores a Luis. Que ese guaperas tenía un increíble corazón y que gracias a su ayuda, sus hijos y su mujer estaban consiguiendo salir adelante. Desde ese momento Luis el guaperas se había convertido en Luis el ledoyunaoportunidad.

—Tranquilo Luis. No es para tanto —susurró Jessica sin mucha convicción mientras cogía los papeles que había que fotocopiar.

— ¡La muy puta! —siseó enfadado, cogiendo un vaso de agua del dispensador, sin percatarse de que la causa de su enfado se dirigía en ese instante hacia ellos.

—Psss... Calla —indicó Jessica con disimulo, pero fue inútil.

—No me extraña que el novio la plantara el día antes de la boda. ¡Pobre hombre! Aguantar a semejante bicho venenoso no debe ser muy agradable. A la nazi seguro que le va el sado. ¡La muy puta! No me extrañaría que en su armario hubiera un látigo y una mordaza de cuero.

—Jessica —replicó Bella con las mejillas encendidas por la rabia—. Saca tres juegos de estos documentos —y volviéndose hacía Luis, dijo—, en cuanto acabe la reunión pásate por mi despacho. Tú y yo tenemos que hablar.

Maldiciendo su maldita bocaza y sabedor de qué significaba «tenemos que hablar», tras mirar brevemente a Jessica volvió a la reunión.

Bella, alterada, entró en su despacho y, tras cerrar la puerta, respiró a fondo para contener las lágrimas. ¿Cómo podían hablar de ella tan despectivamente? ¿Puta? ¿Nazi? ¿Acaso no se daban cuenta de la importancia de aquel contrato?

Jessica, que había digerido mal aquel encuentro fatal, una vez acabadas las fotocopias llamó con miedo a la puerta del despacho antes de entrar y cerrar tras ella.

—Aquí tiene. Tres juegos de los informes que me pidió —dijo con los nervios a punto de estallar, mientras Bella observaba la pantalla de su portátil—. La compra que me encargó esta tarde se la llevaran a su casa ¿Necesita algo más?

—De momento creo que no —respondió sin apenas mirarla—. Pero no te vayas a comer. Puede que la reunión se alargue más de lo esperado gracias a esos inútiles.

—Yo... necesitaría hablar con usted.

— ¿Es importante?

—Sí.

—Si vas a pedirme un aumento de sueldo olvídate. No es el momento —ladró Bella.

—No tiene nada que ver con eso —suspiró, retorciéndose las manos.

—Señorita Swan —interrumpió un joven bedel de la empresa, abriendo la puerta de golpe—. El señor Aguirre me indica que la esperan en la sala de juntas.

— ¿No sabes llamar? —reprendió Bella con cara destemplada.

—Sí señorita —murmuró el muchacho, mirando de soslayo a Jessica.

—La próxima vez que entres aquí ¡hazlo! O tomaré represalias. ¿Me has entendido?

—Sí señorita —asintió el bedel y desapareció.

—Sobre lo mío...

—Cuando acabe la reunión, si tengo tiempo hablaremos — asintió Bella como siempre, sin mirarla a la cara.

En la sala de reuniones, la tensión entre los asociados, cliente y publicistas crecía por momentos. Los pésimos resultados obtenidos por Luis y Sam tras su viaje a Escocia caían como una losa sobre Bella, que era ahora la responsable ante los jefes. La crisis mundial comenzaba a notarse en las cuentas de R.C.H. Publicidad. Las famosas firmas de los mejores bulevares del mundo buscaban abaratar sus gastos, al tiempo que originalidad.

Bella, como jefa del departamento de creadores publicistas, en su cartera de clientes contaba con las firmas más importantes. Su última adquisición tras batallar con varias empresas había sido conseguir la cuenta de TAG Veluer. Famosa y asentada empresa de relojes caros, deseosa de comenzar el rodaje para su última creación; un spot para televisión espectacular.

—Bella —dijo Giorgio Proxy, director de TAG Veluer y amigo suyo, nada más verla aparecer. Siempre había ido al grano. No era hombre de perder tiempo—. Contábamos con resultados rápidos y satisfactorios. En nuestra primera reunión comentaste que no habría ningún problema en la contratación del castillo.

—Tienes razón Giorgio —se disculpó Bella—. Pero la razón de no haber alquilado las dependencias del castillo de Eilean Donan para el spot no ha sido porque...

— ¡Me da igual el motivo! —Vociferó ahora Philippo Schirtufedo, el presidente de la costosa marca de relojes—. Quiero comenzar a preparar la campaña de verano ¡Ya!

—Disculpe, señor Schirtufedo. Estas cosas a veces se pueden retrasar por motivos que... —intervino Sam con voz apagada, ganándose una reprochadora mirada de Bella.

—Con el dinero que les pago por la campaña, bien vale no seguir esperando —siseó. Schirtufedo no tenía mucho más que añadir, así que se levantó abrochándose su ajustada chaqueta—. Me fié de su profesionalidad, señores.

—No dude que la tenemos —medió un joven que había permanecido callado toda la reunión. Era Gregor, el hermano de Ángela—. Lo único que podemos hacer es disculparnos y...

—Una simple disculpa no me vale.

—Philippo —susurró Giorgio, su director—. Poniéndote así no arreglaremos nada.

Otra de las asociadas que asistía a aquella importante reunión, tras mirarle con una sonrisa nerviosa, intentó calmarlo.

—Discúlpenos, se lo ruego. La señorita Swan tuvo unos problemas personales y su equipo hizo todo lo posible por localizar al propietario del castillo...

Al escuchar aquello Bella la miró de una forma nada angelical. « ¿Por qué tenía que decir aquello?»

—Yo no he contratado a su equipo —gruñó Philippo—. He contratado a la señorita Swan, y ella es la responsable.

—Disculpe de nuevo, señor —comenzó a decir Luis al ver la mirada incrédula de Bella. Nunca se habían apreciado, pero no podía permitir que ella cargara con las culpas—. Si fuera usted tan amable de escucharme un momento yo le...

— ¡Cállese! —vociferó el hombre, y miró a Bella, que le observaba con gesto impasible—. La anulación de su boda no tiene porqué interferir en mis negocios. Por lo tanto, ¡póngase a trabajar y déjese de sensiblerías!

— ¡¿Qué?! —consiguió murmurar, y a punto de gritar, sintió cómo Luis la agarraba de la mano y negaba con la cabeza. El joven intentaba ser amable, pero Bella de un tirón retiró su mano.

—Philippo —intervino Giorgio. Sabía que aquello iba a acabar mal—. No creo que debas continuar hablando.

—Me callaré sólo por el aprecio que tengo a mi buen amigo Peter Newton —ladró Philippo—. Sólo diré, antes de marcharme, que o me demuestra su competencia en menos de dos meses o cancelaré mi cuenta con ustedes.

—No se preocupe —asintió la asociada con premura saliendo tras él—. Le prometo que recibirá pronto noticias nuestras.

Todos quedaron en silencio, esperando que alguien rompiera la tensión que permanecía flotando en la sala.

—Bella —señaló Giorgio antes de salir por donde segundos antes había salido el presidente de su empresa—. Intenta conseguir ese contrato lo antes posible. Para nuestra empresa es importante rodar el spot en esas dependencias.

—No te preocupes, Giorgio —respondió ella con apenas una sonrisa—. Te prometo que lo conseguiré.

Una vez los clientes abandonaron la sala de juntas, Bella se sentó. Le temblaban las piernas. Aquello era lo último que esperaba. Su vida personal en boca de cualquiera. Sam, al ver lo trastornada que estaba, le trajo un vaso de agua que ella tomó pero no agradeció.

— ¡No podemos perder la cuenta! —siseó Gregor, el director de la empresa. La reunión había sido un desastre—. TAG Veluer es una empresa fuerte en el mercado y sus campañas son millonarias. Tenemos que reaccionar ¡ya!

—Esto es increíble —señaló la joven que había acompañado hasta la salida a los importantes clientes, y que acababa de entrar en la sala de reuniones con gesto contrariado—. Bella. ¿Estamos locos o qué? ¿Me puedes explicar qué ha ocurrido para que el contrato del castillo de Eilean Donan no esté firmado?

Bella, con la rabia instalada en su cara, esperaba una pregunta así.

— ¿Me puedes explicar tú por qué has tenido que hablar de mis problemas personales en una reunión de trabajo?

—Necesitábamos salir del atolladero de alguna manera —respondió con gesto seco y sin importarle el dolor en los ojos de Bella—. Estoy esperando a que me digas qué ha ocurrido con el contrato.

—Que te lo expliquen Luis y Sam. Ellos son los responsables de todo este caos.

—Les aseguro que hemos hecho todo lo posible —indicó Luis mirando a la mujer, quién sonrió ante la incredulidad de Bella—. Nos ha sido imposible hablar con el conde, el propietario del castillo. Desde un principio nos rechazó y se limitó a darnos esquinazo. Ha sido imposible.

—En R.C.H. Publicidad —aseveró Gregor—, nada es imposible. Es parte de nuestro lema.

—Si ese contrato no se consigue —sentenció otro de los asociados—, rodarán cabezas.

—Le aseguro, señor, que lo hemos intentado todo —asintió Luis, omitiendo detalles.

—Permíteme que lo dude —sentenció Bella.

A partir de ese momento, el cruce de acusaciones y reproches ocasionó una gran discusión en la sala de reuniones. Bella no estaba dispuesta a cargar con las consecuencias de aquella desastrosa gestión y sus resultados, y los asociados no estaban dispuestos a perder tiempo y dinero. Por lo que tras más de cuatro horas de reunión a Bella no le quedó otro remedio que anunciar en voz alta para hacerse escuchar sobre el tumulto de voces acaloradas.

—Iré yo. Organizaré el viaje y pasado mañana a más tardar estaré en Escocia. Intentaré solventar este problema. A las malas tendré dos meses para convencer al propietario.

—Sabia elección, Bella —asintió Gregor, quién levantándose junto a los otros dos asociados salieron de la sala dejándola a solas con Luis y Sam.

—No trabajo con mediocres —les reprochó Bella en cuanto desaparecieron los espectadores—. No os quiero en mi equipo. Estáis los dos despedidos.

—Pero... —intentó explicarse de nuevo Sam, asustado.

—No voy a volver a repetirlo.

—Por favor —tartamudeó Sam, ahora desesperado, mientras Luis la observaba—. No puede hacerme esto. Tengo tres chiquillos que sacar adelante y necesito este trabajo. Envíeme a otro departamento. Rebájeme de categoría pero por favor, no me despida.

— ¿Tres mocosos? —rió Bella incrédula.

—Por favor, se lo suplico.

—Tengo cosas importantes que hacer Sam, no me molestes con tus lloriqueos —sentenció mientras recogía todos sus papeles sin querer escucharle.

—Por favor, señorita Swan —insistió—. Se lo suplico, no me deje en la calle. Este trabajo es lo que único que tengo para salir adelante.

—Sea humana ¡por Dios! —le espetó Luis, atrayendo su mirada—, y bájese de una puñetera vez en su vida de su brillante pedestal de oro.

— ¿Cómo te atreves a hablarme así? —le retó Bella.

—Luis, cállate —intervino Sam.

Conocía a Luis mejor que nadie y sabía que tras aquella apariencia chulesca, escondía un corazón de oro.

— ¿Y cómo se atreve usted a menospreciarnos así? —se enfrentó, harto de humillaciones. Si ya estaba despedido qué más daba—. Puedo llegar a comprender que esté decepcionada con nuestra gestión. Nosotros también lo estamos. Pero por mucho que se empeña en decir que no hemos trabajado, eso es mentira.

—Por supuesto —gesticuló Bella.

—Si estoy despedido, de acuerdo —sonrió Luis—. Estoy seguro de que por muy malo que sea el trabajo que encuentre en otra agencia nunca será tan denigrante como trabajar para usted. Pero, por favor, escuche a Sam. Necesita este puñetero trabajo. Su familia depende de él. ¿Acaso no tiene corazón?

Palabras parecidas a aquéllas había escuchado en los últimos meses. Su propia hermana Rose, en sus interminables conversaciones, le preguntaba que dónde estaba su corazón.

—Asumo que me quiera lejos de usted —prosiguió Luis—. Me odia porque su amiga Ángela me ayudó a conseguir este puesto. Pero oiga... ¿usted cómo lo consiguió?

—Metiéndome en su cama, no —gritó Bella.

—Yo tampoco —señaló Luis—. Ella se metió en la mía. Y si lo que le ha puesto de mala leche es lo que oyó que le decía a su secretaria. Déjeme decirle que esas palabras son lo más suave que podrá escuchar en esta oficina cuando hablan de usted. Y dé las gracias a que tiene una secretaria discreta como Jessica, porque si le hubiera tocado cualquiera de las otras arpías, usted sería el hazmerreír de la publicidad. Ahora, dicho esto, ya me doy por despedido

—Tengo prisa —sentenció Bella, que con disimulo miró a Sam. Parecía desesperado. Apretando los papeles contra su pecho dijo antes de salir—. De momento y hasta que yo vuelva de Escocia, continuaréis en vuestros puestos, pero cuando vuelva... hablaremos.

Una vez salió de la sala de reuniones, sus ojos se toparon con un enorme ramo de rosas rojas, pero haciendo una seca señal de ¡ahora no! a Jessica, se metió en su despacho. Necesitaba paz y un cigarrillo, así que entró en su baño particular, decorado por Mariscal, y lo encendió con cuidado para que el detector de humos no la delatara.

Permaneció allí unos minutos, vacía, y pensativa. Después se retocó el maquillaje y salió para sentarse en su glamuroso sillón de cuero blanco. Allí se quitó los zapatos, la estaban matando. Pero la paz duró poco. Unos golpes en su puerta le hicieron calzarse. Era Jessica con el ramo.

— ¡Qué pasa ahora! Creo haberte indicado que no quería que me molestaras.

—Discúlpeme, señorita Swan —dijo reprimiendo sus ganas de vomitar. Sabía que no era momento, pero... ¿cuándo era momento para su jefa?—. Ha llamado su hermana y el señor Mike Newton. También llegó «el ramo».

¿Cuándo iba a parar? Ya habían pasado cuatro meses desde lo ocurrido, y a pesar de las continuas negativas a volver con él, Mike insistía. Sus sentimientos eran contradictorios. Unos días le odiaba con toda su alma por el engaño, y otros deseaba volver a estar entre sus brazos. Diariamente recibía dos ramos de flores frescas con tarjeta. Uno a su casa y otro a la oficina. Aquello, junto a los problemas del trabajo y los reproches de Rose para que no volviera con «el engominao», estaban acabando con su poca paciencia.

—Puedes dejar el ramo ahí —y viendo lo pálida que estaba dijo—. Baja a la cafetería a comer algo. No tienes buena cara.

— ¿Quiere que le suba algo?

—No, gracias. Cuando subas tienes que buscarme un vuelo a Edimburgo y hotel. También necesito que localices el teléfono de la asistente o la secretaria del conde Edward Cullen Masen. Necesito concertar una reunión. Por tanto, no tardes mucho, y cuando vuelvas, no me pases ninguna llamada —al ver que la muchacha se llevaba la mano a la boca preguntó—. ¿Qué pasa ahora, Jessica?

—Señorita Swan. Sé que no es el mejor momento pero necesito hablar con usted...

—Tú lo has dicho —respondió apoyando la cabeza en su butacón—. No es el mejor día para ello. ¿No puedes esperar a que regrese de Escocia?

—No, señorita Swan —soltó a punto de desmayarse—. No puede esperar.

—Perfecto —asintió con resignación, mirándola con cara de pocos amigos—. Muy bien. ¿Qué ocurre?

—Bueno. El caso es que...yo...

— ¡Tengo prisa, mi tiempo es oro!

—Estoy embarazada de cuatro meses y medio.

Decir aquello fue una pequeña liberación. Sabía que la noticia no iba a caer bien a su jefa, pero no podía seguir ocultándolo. Aunque su pequeña liberación junto al grito de su jefa le revolvió más el estómago.

— ¡¿Qué?! —gritó Bella, levantándose—. ¿Estás embarazada?

—Lo siento —susurró Jessica, retorciéndose las manos.

Incrédula, Bella miró a aquella muchacha. Apenas tenía veinticinco años y estaba embarazada. ¡Qué manera de arruinarse la vida!

—Señorita Swan, si le comento esto es porque mi contrato finaliza dentro de tres meses. Vivo sola. Necesito este trabajo y...

— ¿Pretendes que renueve tu contrato? Oh... no. ¡Ni lo sueñes! —Vociferó viendo cómo Jessica se llevaba de nuevo la mano a la boca y los ojos se le encharcaban en lágrimas—. No me vengas ahora con lloriqueos sensibleros ¿Pero qué os creéis todos? —Gritó pensando en su hermana, en Sam, en Luis—. ¿Que me dedico a la caridad?

—Le prometo que no le fallaré ni un día, aunque tenga al bebé.

—Olvídate de seguir trabajando para mí —ladró Bella con crueldad—. No me gustan los niños, y menos aún tener una secretaria que no esté al cien por cien en su trabajo. Conmigo tienes los días contados. Y ahora sal de mi despacho y cumple con tus obligaciones, antes de que me arrepienta y te despida hoy mismo.

Atormentada y preocupada, Jessica se dio la vuelta. Iba a vomitar, y solo pudo coger con rapidez uno de los jarrones, sacó las flores, y vomito dentro.

Bella, incrédula ante lo que acababa de hacer y sin un ápice de piedad, echó a Jessica fuera del despacho y la joven cayó redonda a sus pies.

Con diligencia Luis y Sam se acercaron a auxiliarla. Bella se había quedado paralizada, pero Luis, con gesto de preocupación, cogió a Jessica en brazos y la llevó a la sala de juntas, mientras Sam corría a por un vaso de agua.

Incapaz de seguirles, Bella volvió a su mesa. Ellos se ocuparían de Jessica. Pasado un rato, a través de su puerta entreabierta vio cómo su pálida secretaria regresaba a su puesto de trabajo.

Jessica no se sorprendió cuando vio a Sam aparecer con un bocata y una coca-cola. Pero sí lo hizo cuando Luis le llevó un café, por lo que con una agradable sonrisa se lo agradeció y éste le indicó que la llevaría a casa.

Al ver aquel compañerismo, el duro corazón de Bella se resintió. Nadie, a excepción de la pesada de su secretaria, se preocupó por ella los días posteriores a la anulación de su boda.

Fue incapaz de seguir observando todo aquello, así que se levantó y de un manotazo cerró la puerta.

 

* * *

 

De camino a casa de su madre, Bella se miró en el retrovisor. Ésta la había llamado para decirle que estaba preocupada por su hermana. Algo pasaba. Con paciencia condujo su maravilloso Audi por el largo túnel del Paseo hasta llegar al barrio de su madre. Una vez allí buscó aparcamiento, y se alegró al ver que justo debajo del piso de su madre tenía uno.

—Pero ¡benditos sean los santos! Si es nuestra Bella —escuchó mientras cerraba el coche.

—Hola, señora Darcy —saludó a una de sus vecinas de toda la vida, mientras aquella le agarraba los mofletes como cuando era pequeña.

La señora Darcy era una persona muy popular en el barrio. Echaba las cartas, leía los posos del café y las manos. Su salón rosa era uno de los salones más concurridos y conocidos del barrio.

—Dame dos besos, hermosa —y agarrándola del brazo dijo sin darle opción—. Tu madre está en la frutería de Goyo. Pásate a casa conmigo. Tomaremos un café con napolitanas mientras llega. ¿Cómo estás?

—Bien, bien —asintió contrariada. Lo último que le apetecía era visitar vecinas.

El saloncito rosa de la señora Darcy estaba igual que siempre. Los años habían pasado para todos, pero no para aquel lugar. Al entrar sus ojos fueron directamente hacía una urna que tenía encima de una mesita. La urna de su marido. Aquella urna durante años había sido objeto de curiosidad para todos, en especial para los niños.  El marido cariñoso de Darcy, tras su muerte fue incinerado, pero en lugar de llevarlo a un nicho o esparcir sus cenizas al viento, la señora Darcy decidió que el mejor lugar para que su marido descansara era junto a ella.

Tras sentarse alrededor de la mesita marrón del salón y mientras la señora Darcy preparaba café, Bella se dedicó a observar aquella habitación que tan bien recordaba de su niñez.

—Me contó tu madre lo ocurrido con tu boda —dijo acercándose a Bella con una bandeja con café y napolitanas.

Al escuchar aquello Bella se tensó. Mataría a su madre. ¿Por qué no podía callarse?

—Escucha Bella —prosiguió la mujer sirviéndole el café—. No me alegro de lo que te ha pasado. ¡Pero hermosa! Ese mindundi del tres al cuarto no te merecía. Tú vales mucho, y quién te enamore debe merecerte.

—Sí, claro —asintió Bella tomando la taza que le ofrecía.

Pasado un rato en el que la señora Darcy le puso al día de los cotilleos del barrio, Bella miró su reloj.

—Mi madre ya estará en casa.

— ¿Me dejas que mire tus posos del café? —preguntó la mujer, aunque ya había cogido la taza sin darle tiempo a responder.

Bella nunca había creído en aquellas cosas. Eran tonterías. Además, siempre había pensado que su vecina tenía que ganarse la vida de alguna manera.

—Hermosa. Los posos dicen que has sufrido por amor. Veo que eres una triunfadora en tu vida laboral. Pero quizás demasiado exigente, y eso te hace perder amistades. Debes relajarte Bella. En la vida no sólo se vive para trabajar.

—Señora Darcy. Trabajo en publicidad —respondió, pensando que su madre ya la tendría al tanto de todo—. Y en ese campo, pocas amistades existen.

— ¿Tienes pensado viajar?

—No —mintió. ¿Cómo podía saber aquello?

—Veo un viaje al pasado que cambiará tu vida —y dándole un codazo susurró—. Y también veo una relación algo inquietante con un Tauro que terminará llenándote el corazón. ¿Qué signo eras tú, hermosa?

—Piscis —respondió con resignación.

— ¡Bendito sea Dios, hija mía! —resopló la mujer al escucharla—. Este Tauro se sentirá terriblemente atraído por tu energía de Piscis. Y aunque intuyo difíciles comienzos, al final no podréis vivir separados —se acercó más a ella y bajó el tono de voz—. Tauro suele ser un hombre muy sensual. Mi marido, que en paz descanse, era Tauro.

—Vaya, qué bien —suspiró aburrida.

—Oh...—sonrió con picardía la vecina—. Ese Tauro te hará muy feliz en la cama. ¿Conoces a alguien de la realeza?

—No ¿Por qué? —preguntó estirándose la chaqueta de su carísimo traje. Incrédula de las tonterías que estaba escuchando. ¿Dónde se habría metido su madre?

—Los posos no mienten Bella —respondió la mujer con una media sonrisa. Y soltando la taza dijo agarrándole la mano—. Déjame ver una cosita.

—Señora Darcy. Yo no creo en estas cosas y...

—Tienes unas manos cónicas muy bonitas, hermosa —sonrió, al ver cómo la muchacha se daba por vencida—. Las líneas de la mano revelan muchas cosas. Aunque, no te preocupes, sólo miraré lo referente al amor. Tus líneas son muy definidas. Has tenido o tendrás tres grandes amores. Esta tercera hendidura tan marcada y por cierto manchada con café —indicó misteriosamente haciendo que Bella prestase atención— será tu gran pasión. Aquí está. ¡Tu Tauro! Un amor profundo y duradero. ¡Oh Bella! Aquí tienes dos preciosas líneas, que sin duda alguna serán dos preciosos retoños.

Al escuchar aquello a Bella se le heló la sangre.

¿Retoños?

Imposible. Los niños no estaban programados en su vida. Daban problemas, ensuciaban y eran una carga. Por lo que levantándose recupero su mano, sin reparar en la sonrisa de su vecina.

—Señora Darcy. Gracias por el café, pero me tengo que ir. Seguro que mi madre ha llegado ya —dijo caminando hacia la puerta—. Me ha encantado verla.

—A mi marido y a mí también nos ha gustado verte a ti —sonrió la mujer—. Bella, aunque no creas en estas cosas, déjame decirte que no debes temer al futuro. Te traerá más cosas buenas de las que crees. Y por último déjame darte un consejo. «Déjate querer»

—Hasta pronto —respondió huyendo. No quería escuchar más.

 

Capítulo 3: CAPÍTULO 2 Capítulo 5: CAPÍTULO 4

 
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