SÁLVAME

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 03/01/2013
Fecha Actualización: 14/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 62
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Capítulos: 26

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“Si regalaran un diamante por cada disgusto que da la vida, seria multimillonaria”, pensó Isabella cuando encontró a su novio liado con su mejor amiga el día antes de su boda. Y tenía razón, porque a pesar de sus gafas de Prada, de sus bolsos de Chanel, de sus zapatos de Gucci y de todos los Carolina Herrera del mundo colgados en su armario, Isabella solo era una mujer amargada que vive en la mejor zona de Londres.

BASADA EN "TE LO DIJE" DE  MEGAN MAXWELL

 

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Capítulo 2: CAPÍTULO 1

Capítulo 1

—Padre Francisco. Padre Francisco —casi gritó la mujer menuda de sonrisa perpetua—. ¿A qué hora podemos venir a decorar la catedral?

—A la que ustedes quieran, señora —dijo el cura sin inmutarse.

— ¡Mamá, por favor! —se quejó Isabella apurada, ordenándole callar.

—Reneé querida —pareció querer aclarar Karen, la futura suegra de Isabella—. La empresa que organiza la boda se encargará de todo.

—Cuando se casó mi hija Piluca con el duque de Morealto en la estupendisísima iglesia de St Bartholomew —mencionó Cuca Costa de Linaza, amiguísima de Karen—, hicieron un arreglo floral cuquísimo, con tulipanes frescos traídos especialmente de Holanda.

— ¡Vaya! —Sonrió Reneé, la madre de Isabella, que no sabía cómo acertar con aquella finolis—. Y para qué fueron hasta Holanda, con las flores tan preciosas que tenemos en Inglaterra —antes de que Isabella pudiera decir nada murmuró—. Si alguna vez queréis flores de las buenas, la florista de mi barrio tiene de todo, sin necesidad de ir hasta Holanda.

—Seguro que sí —a Karen no podía dejar de desagradarle la vulgaridad de aquella mujer—. Pero repito. Las flores de la boda serán preciosas.

—No lo dudo ¡chata! —puso punto y seguido ganándose una reprochadora mirada de su hija—. Pero como madre de la novia quiero saber qué flores son.

En verdad tampoco le importaba tanto, pero si creía esa pija de Chelsea  que la iba a callar ¡Lo llevaba claro!

—Mamá; ¡Déjalo ya! —le pidió Isabella poniendo los ojos en blanco ¿Por qué su madre no se podía callar? La estaba dejando en ridículo.

—Isabella, cielito —alardeó su suegra con petulancia—, quiero que sepas que los encargados de organizar la boda son los mismos que organizaron la boda de la hija del ex primer ministro.

—Eres un encanto, Karen. Tú siempre tan atenta —contestó Isabella, que esperó que con aquella respuesta su madre se diera por vencida, y finalizase el tema de las flores. Pero no.

—Reneé —continuó Karen, clavando en ella sus gélidos ojos claros, tan iguales a los de su hijo que parecían provenir de la misma piedra de Neptuno—. Yo soy una mujer muy exigente. Y para la boda de mi hijo exijo lo mejor ¡cueste lo que cueste! —afirmó y miró a sus amigas, quienes asintieron—. Quiero que mis mil cien invitados, gente ilustre, recuerden la boda de Mike como un evento maravilloso. ¿Acaso no quieres lo mismo para tus quince invitados?

En esto último había más veneno que en las glándulas urticantes de una familia numerosa de cobras del desierto.

—Por supuesto ¡chata! —no se amilanó Reneé, aunque sí se mostró incrédula con la poca educación de aquella estúpida, y lo que más deseaba en aquel momento era meterle uno de los candelabros del altar por el culo. Pero tras mirar a su hija, a quien notaba incómoda con su presencia, disimuló con dignidad la sensación de inferioridad que aquellas imbéciles le hacían sentir, y prefirió no decir nada más.

—Los organizadores —añadió Karen con malicia—. Tienen muy claro que esto es la Catedral de St. Paul’s. No una iglesia de barrio.

— ¡No me digas! —a Reneé le estaba costando la vida estarse callada—. ¡Qué clasistas!

«Aquello empezaba aparecerse mucho a su peor pesadilla», pensó Isabella, mientras el pulso le palpitaba en la sien como un corazón automático. Necesitaba un minuto, sólo un minuto.

—Disculpadme un segundo. Tengo una llamada —las interrumpió, apretando los labios y dirigiéndose hacia una pequeña puerta lateral.

—Yo también tengo que hacer una llamada urgente —se disculpó su amiga Ángela con una estudiada sonrisa y salió detrás de Isabella.

Cuando llegó a su altura la encontró hiperventilando.

— ¡Esto es una pesadilla! —jadeó la novia que abrió su bolso Gucci. Necesitaba un cigarrillo—. ¿A qué está jugando mi madre? Dios ¡Por qué no se calla!

—Tranquilízate, sólo está dando su opinión —susurró su amiga.

—Todo esto es culpa de Jessica, la imbécil de mi secretaria —bufó rabiosa—. Por su culpa, mi madre está aquí. A la puñetera calle la voy a mandar cuando regrese. ¡A la puñetera calle!

—Escúchame y respira —señaló Ángela, quien con solo pensar en tener una madre tan vulgar como Reneé, palideció de horror—. Mañana es tu gran día. ¡El día que llevamos planeando desde hace un año! Piensa en lo ¡cool! y guapa que estarás con los dos preciosos vestidos que Christian Dior ha creado para ti.

Pero la cara de Isabella no decía eso.

—Mañana todo va a salir mal. ¡Lo sé! Lo intuyo.

—No digas tonterías. Estarás tan fantástica que nadie se fijará en ciertos personajes. Y cuando Mike te vea, no podrá apartar los ojos de su peluche preferido.

«Peluche» «Peluchito». Así la llamaba Mike en la intimidad. Pocas personas lo conocían, excepto Ángela.

La primera vez que Isabella y Mike se vieron fue en una famosa tienda de muñecas situada en Bond Street. Ángela  y ella compraban un enorme peluche para Lauren, una amiga. Y fue tal el flechazo que Mike sintió, que la persiguió día y noche, hasta que consiguió una cita con ella.

—Espero que tengas razón —asintió aceptando el abrazo de su amiga—. Gracias Ángela. Eres maravillosa. Siempre sabes lo que necesito.

Era cierto. Ángela a diferencia del resto del mundo, la entendía. Se habían conocido en una cena de empresa, siete años atrás, convirtiéndose desde entonces en íntimas amigas.

Aquella era la época en la que estaba sola, muy sola. Ángela, era diez años mayor que Isabella, además de la hermana del director de su empresa, algo que en cierta forma le arregló la vida. ¡Para qué negarlo! Aquella poderosa mujer la tomó bajo su protección, la moldeó a su imagen y semejanza, y le enseñó un mundo más selecto y lujoso que el que ella nunca hubiera esperado conocer. Con el tiempo, cuando los asociados de la empresa animados por Ángela le ofrecieron una oportunidad, Isabella fue lista y la aprovechó.

—Para eso estamos las amigas —respondió Ángela, mientras subida en sus taconazos observaba a Mike aparcar su biplaza rojo encima de la acera y acercarse a ellas—. ¿No crees, querido?

—Buenos días señoritas.

Dijo aquel tipazo de hombre haciendo acto de presencia.

— ¡Mike! —exclamó Isabella mientras se escabullía del abrazo de su amiga para sonreír a su guapo y metrosexual novio.

— ¿Qué te ocurre peluche? —preguntó tras un casto beso.

—Tu suegra está ahí dentro —señaló Ángela, antes de que Isabella pudiera contestar.

—Entiendo —asintió torciendo el gesto y colocándose el cuello de su camisa—. Iré entrando, antes de que a mamá le dé un ataque.

Y tras una breve sonrisa a Isabella, Mike entró en la catedral. Nunca le había gustado la madre de su futura mujer, y estaba seguro de que a su mamá tampoco.

En efecto, nada más entrar en la catedral las encontró junto al altar, cuchicheando sobre la decoración de la iglesia. Se acercó a ellas con su más higiénica sonrisa.

—Hola mamá —besó en la mejilla a su progenitura, y dedicó una fría, pero caballerosa sonrisa a Reneé—. ¿Algún problema, querida suegra?

—Ninguno, querido yerno —respondió con la misma frialdad, mirándole sus helados ojos azules.

No se soportaban. Lo sabían y procuraban dejarlo latente en sus escasos encuentros. Reneé estaba segura de que Mike intentaba separarla de su hija, pero ella no estaba dispuesta a permitirlo. Era su hija y la adoraba a pesar de sus continuos desprecios.

—Mike—murmuró Mónica mientras Ángela, con su espectacular y sexy vestido Armani, se acercaba—. Tu suegra está preocupada porque duda de que la empresa que organiza la boda decore bien la iglesia.

—Querida suegra —respondió Mike acercándose a ella—. Tú sólo ocúpate de llegar mañana sobria a las cinco en punto, que del resto me ocupo yo.

Tras mirarse con odio durante unos segundos, Reneé, con una retadora y fría sonrisa, se volvió hacia el padre Francisco. Necesitaba un poco de cordialidad, aunque sólo fuera una mirada.

Con un cigarro en la mano, Isabella intentaba calmar su ansiedad. La presencia de su madre en la catedral la llenaba de inseguridades. ¿Qué estaría pensando su suegra?

Se apoyó en la pared y pensó en lo fácil que hubiera sido si Mike no se hubiera dejado embaucar por su madre, o sea, por su finísima suegra. Tenían que haberse casado con una boda íntima. Pero no. Al final aquello se convirtió en un bodorrio de ¡mil ciento quince invitados!

Karen, su suegra, se había encargado de que la petición de mano apareciera publicada en las páginas de sociedad, en especial y a todo color en la revista Hello. Precisamente aquello había sido el detonante para que su madre, y algunas vecinas de toda la vida, se enteraran de su boda.

—Vaya. Vaya. Mi hermanita pecando como los simples mortales.

Isabella al escuchar aquella voz se puso aún más tensa. ¡Su hermana! La especialista en problemas acababa de aparecer. Así que sólo tuvo que levantar la mirada para encontrarse con la guasona sonrisa de Rosalie, que se acercaba a ella junto con su amigo Jacob.

—No me lo puedo creer —casi gritó Isabella al ver la indumentaria de su hermana—. ¿Cómo se te ocurre aparecer así vestida?

— ¡Te lo dije! —le advirtió Jacob a su amiga, y dando un beso a Isabella se posicionó entre las dos.

—Sí. Pero yo dije que mi hermana llevaría un estirado moño alto y traje oscuro de marca —respondió Rose cogiendo los cinco euros que Jacob le entregaba.

—Os encanta incordiarme ¿verdad? —replicó la aludida mirándoles con cara de pocos amigos.

—Nos encanta ver cómo se te infla la vena del cuello, sí —sonrió Jacob.

«Llevo tiempo sin verte, y sigues igual de borde, querida hermana», pensó Rose, acercándose a ella en plan tregua para darle un beso. Isabella se movió, la mano de Rose dio en el cigarro y éste, a su vez, se aplastó contra la camisa de seda beige.

— ¡Por Dios Rose! —Gritó Isabella al ver la quemadura—. Te has cargado la camisa de Carolina Herrera.

— ¡Serás imbécil! —respondió indignada—. Y yo me he quemado en la mano. ¡Pero claro! Es más importante tu carísima camisa de marca ¿verdad, pija insensible? —gritó sin importarle la gente que pasaba por la calle.

— ¡Ya estamos! —suspiró Jacob, que ya sabía lo que se avecinaba—. Comienza la lucha.

—Prefiero ser como soy —gritó Isabella que miró las oscuras ojeras de su hermana— a una fracasada, aspirante a escritora, como tú.

— ¡Serás bruja!

— ¡Futura señora bruja para ti! —Interrumpió Isabella con altivez—. Y por cierto, ¿cómo te atreves a aparecer al ensayo de mi boda, vestida con vaqueros y camiseta que pone «Colega, salva las ballenas»?

—Porque sabía que no te gustaría ni a ti, ni al imbécil de tu novio —afirmó agriamente.

— ¡Estúpida!

— ¡Pija de mierda!

—Chicas. Chicas. ¡Por favor! —Intervino Jacob, que intentó poner paz—. ¡Basta ya! No podemos estar toda la vida igual.

—Tienes razón —asintió Rose, y mirando con dureza a su hermana espetó—. Me piro de esta comedia absurda. Pero antes te voy a decir una cosita, señorita triunfadora. Si estoy aquí, es porque mamá me lo ha pedido. No porque yo quiera tener nada que ver contigo ni con tu nueva familia.

Isabella, al escuchar la amargura en la voz de su hermana, supo que se había pasado. Lo sabía. Pero era incapaz de dar marcha atrás.

— ¿Qué ocurre aquí? —preguntó Reneé, quién al escuchar las voces había corrido hacía la puerta seguida por Mike y Ángela—. ¡Vaya! Pero si han llegado mis otros dos tesoros —y sintiéndose más segura miró al estirado de su yerno—. Iré a avisar a tu madre. Estoy segura de que le encantará conocerlos.

Con una desafiante sonrisa y antes de que nadie pudiera moverse, Reneé desapareció en el interior de la catedral.

— ¡Vaya pintas! —se mofó Mike tras una barrido de arriba abajo.

—Como suelte por mi boquita lo que yo pienso de la tuya —respondió Rose—. Ten por seguro que lo vas a lamentar.

—Creo que es mejor que nos vayamos —murmuró Jacob acercándose a Rose, quien temblaba a pesar de su aparente tranquilidad.

Habían pasado casi dos años desde su último y desafortunado encuentro. Pero aún le dolía recordar cómo Isabella le negó ayuda a su madre cuando llegó al límite de su adicción.

—Barbie. Barbie. ¿Aprenderás alguna vez modales? —Preguntó Ángela acercándose a Isabella quien, callada, observaba la escena—. Si sigues así, conseguirás ser más vulgar que tu madre. Es más. Ya hueles a barato.

— ¡Serás hija de puta! —la insultó Jacob con desprecio.

— ¡Basta ya! —gritó Isabella , pero nadie le hizo caso.

—Si no te importa «sanguijuela recauchutada» —aclaró Rose que no podía soportar a ninguno de ellos, y mucho menos a Ángela—. Mi nombre es Rosalie. Y si no quieres probar mis modales de barrio no vuelvas a mencionar a mi madre, o te juro que te tragas los dientes de conejo que tienes —y volviéndose a su hermana espetó—. Siento vergüenza de ti. ¿Cómo puedes permitir que hablen así de mamá?

En ese momento se escucharon voces de mujer y Jacob, no dispuesto a que Reneé se enterara de lo que ocurría, fue el primero en reaccionar.

—Reneé. Estás guapísima —corrió a besarla—. Pero muy, muy guapa. Ese vestido te sienta fenomenal. Pareces una artistaza.

—Gracias tesoro —sonrió luciendo su nuevo vestido de C&A.

Reneé a pesar de sus 55 años y de una vida no muy fácil, era una mujer atractiva y resultona.

—Hola mami —saludó Rose mordiéndose la lengua. Odiaba a esa gente, pero le gustara o no, el relamido aquel iba a ser su cuñado.

Y con paso lento y cuchicheos, el grupo heterodoxo de invitados entró en la catedral para ensayar la que sería, en palabras de Karen, la «boda más cuca del año».

 

* * *

 

Isabella, tras llamar a la oficina y vociferar de muy malos modos a Jessica, paró un taxi. De camino al hotel, mientras escuchaba a su madre hablar con Jacob sobre su nueva peluquería, observó con disimulo a su hermana. Se había cortado el pelo y estaba más delgada. Además, tenía ojeras.

Ajena a todo, Rose miraba por la ventanilla. ¡Odiaba tener que seguir con aquella farsa! Pero era incapaz de dejar sola a su madre en un momento así.

Cuando el taxi paró ante el Hotel Grange St Paul’s, Isabella fue la primera en bajar

—Mamá. Por favor —dijo sin tacto—. Prométeme que no le pedirás al camarero una bolsa para llevarte lo que no te comas, y que tendrás cuidado con la bebida.

—Por supuesto hija —respondió Reneé, que iba ya agarrada a Jacob, quién al escuchar aquello sonrió. Todavía recordaba la última vez que asistieron juntos a una boda. Reneé tuvo langostinos congelados para un mes.

—Mamá no bebe desde hace más de un año ¡estúpida! —bufó Rose, molesta por aquel comentario, notando cómo la mirada de su madre le pedía tranquilidad.

—Eso espero —suspiró sin mirarles—. De todas formas, procurad no decir ni hacer nada que pueda comprometerme.

—Y tú no olvides —respondió Rose apartándose de ella— que aunque seamos de barrio, tenemos educación, hermanita.

Tras escuchar aquello, sin inmutarse, Isabella con paso firme entró en el hotel. De pronto sintió cómo la piel se le erizaba. ¿Qué hacían sus jefes y los compañeros de paddle de Mike allí?

Como pudo, dibujó una estupenda sonrisa, poco antes de que las manos de Álex, un conocido de Mike, la agarraran y se la llevaran.

—Quieren un canapé —dijo un camarero dirigiéndose a los recién llegados—. Señora Swan y señor Black.

Jacob miró al camarero... aquella cara.

— ¡Anda, vecino! —Quien lo reconoció fue Rose—. ¿Qué haces aquí?

Jacob cayó en la cuenta. Aquel chico que les servía canapés en una bandeja plateada era el vecino cañón del bloque de Rose.

—Jared —consiguió balbucear Jacob—. No sabía que trabajaras aquí.

—Llevo seis meses —respondió a la vez que indicaba a Reneé dónde estaban los baños—. Y vosotros, ¿qué hacéis en un lugar como éste, con lo más fino de Londres?

—El idiota —respondió Rose desconcertándole.

— ¡Camarero! —Gritó en ese momento Ángela, acercándose hasta ellos más tiesa que un ajo—. Haga el favor de traerme ahora mismo un Martini seco, sin aceituna.

—Enseguida señora —respondió el chico, y dejando la bandeja en una mesa cercana se marchó.

— ¿Dónde habrá aparcado la escoba? —murmuró Rose señalando a Ángela.

—Seguro que ni la aparca. La pliega y se la mete por el culo. Así consigue ir tan tiesa —respondió Jacob comenzando a reír.

Pero la risa se les congeló cuando vieron cómo Jared estaba siendo recriminado por Ángela y por Isabella.

— ¡Soy alérgica al ácido linoleico de las aceitunas! —Vociferó Ángela con altivez—. Y si por el despiste de un incompetente camarero como tú hubiera dado un sorbo de esa copa, ahora mismo estaría en urgencias.

—Deberías poner más atención a tu trabajo —aseveró Isabella—. No olvides que estás trabajando en el Hotel Grange St Paul’s. No en un burguer de carretera. Si no estás capacitado para saber lo que es una aceituna deja este trabajo ¿Has entendido?

—Si señora. Lo siento señora —se disculpó por enésima vez Jared. Y tras una seña del maitre desapareció, momento que aprovechó un preocupado Jacob para ir tras él.

Una vez entraron a las cocinas, Jared abrió la puerta de una pequeña sala y tras cerrarla con frustración, dio un par de puñetazos a una mesa. Jacob, comprendiendo su frustración y tocándole en el hombro le invito a sentarse. Momento en que Jared comenzó a contar detalles de aquellos pijos.

— ¡Malditas víboras! —Se quejó Jared que se quitó la chaquetilla de camarero y se encendió un cigarrillo—. Como dice mi abuela «Dios las cría y ellas se juntan».

—Qué razón tiene tu abuela —asintió Jacob incapaz de dejar de mirar la tableta de chocolate que se marcaba bajo la camiseta de Jared.

— ¿Sabes lo mejor de todo? —indicó el camarero enfadado—. Que la idiota de la morena no tiene ni remota idea de que la otra víbora y el imbécil de su novio, tienen una suite privada en el hotel que visitan muy a menudo.

Al escuchar aquello a Jacob se le erizaron los pelos como escarpias, y olvidándose de los duros abdominales de Jared, pensó. ¡La que se va a montar!

Rose, todavía alucinada por el estúpido comportamiento de su hermana, cogió una copa de cava. El tiempo que estuvo sola se dedicó a observar el absurdo mundo de triunfadores en el que se movía Isabella. Trajes de marca. Relojes caros. Coches de lujo. Ostentación y más ostentación.

— ¡Estoy flipando, Jacob! —dijo cuando éste se acercó—. Pero si esos horteras van vestidos como los que cantaban «Amo a Laura»

—Tengo un notición —a pesar de la excitación, habló en voz baja, mirando a ambos lados—. Cuando te lo cuente no te lo vas a creer.

—Si vas a decirme que las tetas de aquella rubia son falsas, ya lo sé —respondió sin percatarse de la inquietud de su amigo—. ¡Por Dios pero si parecen dos naranjas!

—Rose, escucha. Me ha dicho Jared que...

—Qué lugar más interesante —interrumpió Reneé acercándose hasta ellos.

—Sí mamá. Es como estar en el museo de los horrores.

Y antes de que ninguno pudiera decir nada, Reneé cogió un cenicero de loza con el logotipo del hotel y se lo guardó en el bolso.

— ¡Mamá! —exclamó Rose.

—Hija. Son monísimos. Además, tienen un montón.

—Esa lámpara, Reneé —se mofó Jacob—. Te quedaría coquetísima en el recibidor.

— ¡Maldita sea! Me he traído el bolso pequeño —sonrió con picardía.

— ¿Sabes lo que te digo mamá? Que tienes razón. Qué tienen muchos y que cojas un par de ellos para mí también.

—Disculpen —tosió alguien justo detrás de ellos, paralizándolos—. Me acaba de revelar mi encantadora futura nuera que ustedes son su familia.

«Joder, joder, nos ha pillado», pensó Rose, antes de responder:

—Pues va a ser que sí —asintió tapando a su madre.

—Mamá —dijo Isabella, agarrada del brazo de aquel hombre que les había hablado—. Quería presentarte a mi futuro suegro, el padre de Mike. El señor Peter Newton. Dueño de este hotel, y de muchos otros.

Peter, el caballero impecablemente vestido que tenían ante ellos, era un hombre canoso de estatura media y sonrisa bonachona. Algo que impresionó a Reneé.

—Encantada de conocerle Señor Newton —saludó Reneé con amabilidad.

—Llámame Peter. ¡Por favor! —aclaró guiñándole un ojo.

—De acuerdo —asintió pestañeando de tal forma que Isabella casi se atragantó—. Peter, quiero aprovechar la oportunidad de decirte que tienes un hotel precioso.

—Gracias Reneé. ¿Puedo llamarte así? —Preguntó, bajando la voz, mientras la madre de Isabella asentía bajo la atenta mirada de sus hijas—. De todos los hoteles que poseo éste es mi preferido. Siempre he pensado que este hotel, como algunas mujeres, tiene un encanto especial.

« ¿Reneé está ligando?» pensó Jacob.

—Unos amigos que vinieron a Londres —dijo para parecer interesado—, quedaron encantados con el hotel.

—Me alegra escuchar eso, muchacho —aunque seguía con sus ojos clavados en Reneé, que se afanaba por cerrar un bolso que se empeñaba en explotar—. Intentamos dar a nuestra clientela el mejor servicio. En los últimos meses hemos incluido sistema WIFI en las habitaciones, servicio 24 horas, minibar gratuito, servicio de mayordomía, además de un maitre y sumiller excepcionales.

—Contratar a Philippe L'lsidre-Brac como sumiller ha sido algo maravilloso —añadió Isabella segundos antes de que Cuca, la amiga de su suegra, la tomara por la cintura y se la llevara.

« ¿Por qué todos se la llevaban?» pensó con frustración Isabella.

—Peter, a riesgo de parecerte inculta —preguntó Reneé—. ¿Qué es un mosiller?

— ¡Mamá! —exclamó Rose, volviendo la cabeza para comprobar que Isabella no la había escuchado. Pero sus ojos se clavaron en su futuro cuñado y en el hombre que estaba con él ¿Por qué se miraban así?

—Eso es lo que quería contarte —susurró Jacob dándole un discreto empujón—. Parece ser que el machote de Mike tiene más pluma que un edredón nórdico.

—Querida Reneé —continuó Peter, ajeno a lo que Jaco y Rose hablaban—. Un sumiller es el profesional que se encarga de comprar el vino para nuestro restaurante y sugerir a nuestra clientela qué vino tomar con cada comida.

Rose apenas sí podía creerlo. ¿Mike era gay? ¡Imposible! Su hermana se había vuelto pija y tonta. Pero ¿ciega e idiota también?

Pocos segundos después, el maitre les indicó que podían pasar al salón. Isabella, con gesto serio, observó desde su posición cómo su hermana y Jacob se sentaban en un lateral de la mesa. Y le dio un vuelco el corazón cuando vio que su suegro, tras unas palabras con el maitre, se dirigía hacia ellas acompañado de su madre, quién con una sonrisa, se sentó a su lado.

La comida comenzó con normalidad. Mike se sentó entre su adorada mamá y Peter, y Isabella entre su suegro y Reneé, quienes no pararon de hablar, reír y bromear. Pero cuando creyó que todo estaba controlado, el corazón le latió desbocado al ver como, animado por su suegra, Peter llamó al sumiller y le pidió para Reneé diferentes vinos de degustación. Horrorizada, Isabella miró a su suegra, quién con una frialdad digna de «Cruella de Vil» le retiró la mirada. ¿Por qué hacía eso? ¿Acaso no sabía el problema que tenía su madre con la bebida?

Reneé, que podía ser humilde pero no tonta, sonrió ante aquella mala jugada de su futura consuegra.

«La muy bruja» pensó, y dando unas palmaditas en la mano de su hija para tranquilizarla, le sorprendió cuando le confesó a Peter que ella no podía beber nada de alcohol porque era una alcohólica en rehabilitación. Por lo que Peter, tras asentir al escuchar aquello, la animó a continuar con aquella rehabilitación, llamó de nuevo al sumiller y, ante la rabia de Karen, le indicó sin dar explicaciones que no trajera los vinos de degustación.

Desde su mesa, Rose y Jacob observaron con orgullo cómo Reneé, rechazó lo que años atrás habría sido su perdición. Pero centrando de nuevo sus miradas en Mike, vieron incrédulos cómo éste sonreía hacia Ángela y hacia su acompañante, el hombre al que minutos antes lanzaba extrañas miradas.

— ¡Por Dios! —exclamó Jacob en voz baja—Pero si están haciendo un trío delante de todos. Se miran con más morbo que vergüenza.

— ¡No me lo puedo creer! Al engominado le gusta la carne y el pescado.

—El pescado que le gusta —asintió Jacob observando al rubiales de metro ochenta, fibroso y musculado—. Tengo que reconocer, que es muy... pero que muy fresco.

— ¿Crees que la tonta de mi hermana lo sabe? —preguntó al ver cómo aquélla hablaba con su suegro, sin percatarse de aquel sucio tonteo.

—Yo creo que no tiene ni idea —respondió Jacob pinchando ensalada de bogavante con guacamole—. Recuerda lo que ocurrió cuando se enteró que Luis se la pegaba con la hija de la panadera.

—Pobre chaval —sonrió al recordarlo— Creo que le dejó eunuco de por vida.

—Bella está tan absorta con su trabajo y en demostrarse que es una más de ellos que no ve nada más —y dándole un codazo para llamar su atención le indicó—. Allá van la recauchutada y el pescado fresco.

En ese momento, un camarero les preguntó si habían acabado, y tras asentir, pusieron ante ellos un exquisito segundo plato.

— ¿Qué es esto? —preguntó Jacob.

—Aquí pone atún rojo con tocino ibérico al perfume de romero.

—Dios, ¡qué buena pinta tiene! —a Jacob se le hacía la boca agua.

—Mejor que lo que estoy mirando yo ¡seguro!

Incrédulos, observaron cómo Mike tras levantarse de la mesa, desaparecía por la misma puerta que lo había hecho la recauchutada y el fresco. Rose, soltando la servilleta con disimulo, se levantó junto a Jacob. Y como dos fantasmas, traspasaron aquella puerta encontrándose en los aseos. Una vez confirmado lo que ambos intuían, salieron por donde habían entrado.

— ¡La madre que los parió! —Sopló Rose incrédula, tras meter en un carro de limpieza los pantalones que con cuidado había cogido—. Pero cómo pueden tener la poca vergüenza de estar ahí dentro follando como conejos. ¡Los tres!

—Por Dios —resopló Jacob acalorado—. ¡Qué bochorno!

— ¿Por qué tengo que enterarme yo, y no ella? —bufó al ver desde lejos a su hermana sonreír mientras comía—. ¿Cómo voy a permitir que se case mañana, sabiendo que es un mentiroso? No puedo. No puedo callarme.

—Barbiloca —señaló Jacob con afecto—. Isabella nos va a odiar el resto de su vida.

—Prefiero que me odie a que siga equivocada —respondió con decisión

Así que, prefabricándose unas falsas sonrisas, se acercaron a Reneé que nada más verlos venir intuyó problemas.

—Reneé, cielo —susurró Jacob apurado—. Te necesitamos.

Sin necesidad de preguntar se levantó, mientras Rose se agachaba junto a su hermana.

—Bella ¿podrías acompañarme un momento? Tengo que enseñarte algo importante.

— ¿Ahora mismo? —siseó clavándole una mirada asesina.

—Sí. Ahora mismo —asintió Rose y mirando a Karen, la madre de Mike dijo—. Venga usted también, le encantará la sorpresa.

Con una sonrisa más falsa que un billete de una libra, Isabella se levantó.

—Espero por vuestro bien —sentenció siguiéndoles junto a su madre, su suegra y las insoportables amigas de aquélla—. Que lo que vayáis a enseñarnos, sea algo importante. Porque como no sea así os juro que os vais a enterar.

—Tú sí que te vas a enterar —exclamó Rose. Y tras entrar en el baño, soltó una patada a una de las puertas de cristal, que saltó en añicos. Después, dándose la vuelta, sin querer mirar los ojipláticos ojos de las demás, preguntó—. ¿Consideras esto importante?

Karen, consciente del escándalo y de la comprometedora situación en que se encontraba su hijo, de rodillas entre aquellos dos, hizo un amago de desmayo siendo Reneé y Jacob quienes la sujetaron. Sus amigas estaban demasiado alucinadas.

Aquellos tres habían sido pillados. De eso, a nadie le quedaba la menor duda.

—Buen Yoko geri —felicitó Jacob, indicándole con la mirada que mirase a sus pies.

—Dar clases de karate es lo que tiene —asintió Rose sonriendo al reconocer el fino vestido de Ángela. Y aprovechando la confusión del momento, se agachó y con disimulo hizo una pelota con la seda.

— ¡No te muevas! —gritó Ángela escondiéndose tras «el pescado fresco», que rojo como un tomate en rama, miraba la cara de todos intentando taparse con las manos sus vergüenzas.

—Maldita sea... ¿Pero quien...? —gritó Mike pero no terminó la frase al ver la cantidad de ojos que les observaban.

— ¡¿Mike?! —Gritó Karen al ver a su hijo en aquel estado—. Pero hijo ¿qué estas haciendo?

—Si quiere —se mofó Rose— se lo explico yo.

— ¡Bendito sea Dios! —se persignó Reneé al ver aquello.

Incrédulo por lo que estaba pasando, y sin apenas moverse, Mike clavó su mirada gélida en una pálida Isabella

—Peluche —dijo Mike paralizado ante tanta gente—. Lo siento. Dame la oportunidad de poder explicarme.

—Tendrá poca vergüenza —susurró Jacob cogiendo con disimulo el vestido de seda que Rose le pasaba a escondidas y salía del baño.

—Por Dios —gritó Ángela avergonzada—. ¿Quieren dejar de mirarnos con esas caras? ¿Dónde está mi vestido?

—Ángela. Ángela. Ángela —se mofó Rose—. ¿Cuándo vas a aprender a comportarte? Si sigues así todos descubrirán lo que eres.

—No consiento que...

—Tú, zorra ¡cállate! —vociferó Isabella clavando sus oscuros ojos en ella.

— ¡Isabella! —Gritó su suegra—. Cuida tu vocabulario.

—Eh...cuchi-cuchi —señaló Reneé a aquella odiosa mujer—. ¡A callar!

—Te consideraba mi amiga. ¿Cómo has podido hacerme esto? —Dijo Isabella, y volviéndose hacia Mike sus ojos brillaron aún con más furia y dolor—. Y tú... tú eres...

No consiguió decir más. Le temblaba todo. Aquella situación era tan de folletín barato, que por un momento Isabella pensó que estaba soñando. Pero no. No soñaba. Estaba sucediendo. Aquellos eran Mike, Ángela  y Álex. Estaban desnudos ante ella, y no sabían qué decir.

—Esto no puede salir de aquí —gritó  Karen intentando cerrar la puerta de entrada a los baños. Pero era imposible. Reneé no la dejaba—. ¡Nadie debe enterarse! ¡Cierra la puerta!

— ¿Sabes, doña remilgos? —Señaló Reneé—. En este momento no deberías preocuparte por eso. Deberías preocuparte por cómo se sienten tu hijo y mi hija. La gente que diga y que piense lo que les dé la gana.

— ¡Tú que sabrás! Si perteneces a la chusma de barrio —espetó con despreció, justo en el momento que Jacob entraba de nuevo. Había tirado el vestido de Ángela en el mismo cesto de la limpieza donde minutos antes, Rose había arrojado los pantalones de los otros dos.

— ¡Karen! —Vociferó Peter, que hasta ese momento se había mantenido en un discreto segundo plano—. No creo que sea necesario ser tan desagradable.

—Oiga señora —intervino Jacob dispuesto a soltar su lengua—. Sin faltar. O aquí faltamos todos.

— ¡Cállate Peter! Es mi hijo —indicó Karen. Estaba exasperada, y volviéndose hacia Reneé continuó—. Desde cuándo una borracha, un peluquero de barrio y una vividora sin rumbo van a decirme a mí lo que debo decir o pensar.

— ¡Váyase a la mierda señora! —explotó Rose al escuchar aquello, y sintiendo cómo la rabia se apoderaba de ella gritó—. Como alguien más vuelva a insultar a mi madre juro que soy capaz de cualquier cosa.

—Tranquila, tesoro —murmuró Reneé—. No ofende quien quiere, sino quien puede.

—Pero yo puedo —escupió Karen atrayendo la mirada de Isabella—. Tú hija se marchó de casa, harta de tus borracheras.

—A la pija esta —gritó Jacob—, le arranco el moño.

— ¡Cállate maricón! —vociferó Mike.

— ¿Quién es más maricón? —Preguntó Reneé mirándole con odio—. El que se muestra como es. O el que lo niega, llama maricón a los demás, pero en la intimidad se pirra por un rubiazo.

—Por cierto Mike —indicó Jacob mirándole—. Por si no lo has pillado, va por ti.

—Pero… ¿Quiénes os creéis que sois para hablarnos así? —chilló Karen.

—Son mi familia ¿Te parece poco? —respondió Isabella con la vena del cuello a punto de estallar. Estaba aflorando algo de su interior que llevaba tiempo olvidado. Se volvió hacia su suegra, aún tenía mucho que decirle—. Te guste o no. Son mi familia. Y a partir de este instante, te agradecería que eligieras muy bien tus palabras y tus modales cuando quieras dirigirte a cualquiera de ellos. Porque te informo, por si no lo sabes, que puedo ser tan dañina como tú —y señalando a Ángela que la miraba horrorizada concluyó—. No olvides que he tenido una estupenda maestra.

— ¡Viva la madre que te parió! —gritó emocionado Jacob.

— ¡Olé mi hermana y su vena del cuello! —aplaudió Rose.

—Qué pico de oro tiene mi niña —se enorgulleció Reneé, ganándose una tímida sonrisa de su hija mayor.

—En cuanto a ti, Mike —prosiguió Isabella con firmeza—. A partir de este momento, tú y yo no tenemos nada más que hablar. La boda se anula.

— ¡¿Cómo?! ¡No puede ser! ¡Imposible! —chilló Karen histérica. Mientras Mike, de un salto, se levantó del suelo dejando sus atributos al aire para satisfacción de las amigas de su madre.

— ¡Peluche! Espera —llamó mientras buscaba su ropa. ¿Dónde estaba su ropa?—. No me hagas esto. No me dejes así. Tenemos que hablar. Necesito hablar. ¡Peluche! Vuelve. No te vayas.

—Mike. Ya no soy tu peluche, y repito. No tengo nada más que hablar contigo —sentenció Isabella y aceptando la mano de Jacob, se marchó.

— ¡Dios mío! Qué bochorno —gimió Karen horrorizada—, la boda, ¿qué diré a los invitados? ¿Qué podemos hacer?

—Yo te recomendaría, chata —sonrió Reneé con el móvil en la mano—, que comenzaras a llamar a tus mil cien invitados. De mis quince, tranquila, me encargo yo.

— ¡Todo esto es culpa tuya y de ese marica! —Gritó Mike a Rose—. Vosotros. ¡Chusma de mierda! sois los culpables de todo.

— ¿De verdad lo crees así? —preguntó Rose y acercándose a él, le cogió por los testículos, ante la sorpresa de todos. Y retorciéndoselos con verdadero placer, le susurró al oído mientras Mike palidecía de dolor—. Si vuelves a acercarte a mi hermana, aunque sea para pedirle la hora. Te juro que te los arranco y me hago unos pendientes con ellos.

— ¡Que alguien llame a la policía! —gritó Ángela asustada. Pero nadie se movió.

—Eh... zorrón verbenero ¿Has visto qué mona has salido en la foto? —se mofó Reneé enseñándole su móvil mientras sonreía—. Seré clara y concisa. Si se te ocurre tramar algo contra alguno de mis hijos, mañana seréis noticia.

Una vez dicho eso, Reneé agarró de la mano a su hija Rose y se marcharon.

—Peter. Por el amor de Dios. ¡Haz algo! —Chilló Karen—. No te quedes ahí mirando como un pasmarote.

—No querida —aclaró antes de salir detrás de Reneé y de Rose—. Es tu hijo. No lo olvides.

Isabella, con el desconcierto aún instalado en su cara, salió de la mano de Jacob del hotel, uniéndoseles pocos segundos después Rose y su madre.

—Por favor, esperad un momento —llamó Peter, yendo tras ellos—. Os llevaré a casa.

—No, Peter. Te lo agradezco, pero creo que es mejor que no —respondió Isabella, observando cómo Rose y Jacob se adelantaban para llamar al taxi.

—Siento muchísimo todo lo ocurrido —murmuró cogiéndole las manos con cariño—. No sé qué decirte. Estoy tan confundido que...

—Nos hacemos cargo Peter —señaló Reneé y endureciendo la voz dijo—. Pero lo mejor que podemos hacer en este momento es marcharnos de aquí.

—Lo entiendo. Por supuesto que sí —asintió tan confuso que Reneé sintió deseos de acunarle—. No sé cómo disculparme por lo ocurrido. Ha sido algo bochornoso que...

—Tú no tienes que disculparte por nada, eres una de las mejores personas que he conocido en mi vida —susurró Isabella, y tras darle un abrazo dijo mientras caminaba hacia su hermana—. Gracias por todo Peter, pero necesito marcharme.

—Reneé —llamó atrayendo la mirada de la mujer—. Para lo que necesitéis, recuerda que estoy aquí. Por favor recuérdalo.

—Gracias Peter. Lo recordaré —y tras sonreírle caminó hacia sus hijos, quienes la esperaban sentados en el taxi.

 

Capítulo 1: Prólogo Capítulo 3: CAPÍTULO 2

 
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