SÁLVAME

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 03/01/2013
Fecha Actualización: 14/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 62
Comentarios: 151
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Capítulos: 26

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“Si regalaran un diamante por cada disgusto que da la vida, seria multimillonaria”, pensó Isabella cuando encontró a su novio liado con su mejor amiga el día antes de su boda. Y tenía razón, porque a pesar de sus gafas de Prada, de sus bolsos de Chanel, de sus zapatos de Gucci y de todos los Carolina Herrera del mundo colgados en su armario, Isabella solo era una mujer amargada que vive en la mejor zona de Londres.

BASADA EN "TE LO DIJE" DE  MEGAN MAXWELL

 

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Capítulo 24: CAPÍTULO 23

CAPÍTULO 23

 

Vestida con un oscuro traje de Armani, Bella aparcó el coche en su plaza reservada. Con el maletín en una mano y el móvil en la otra, se encaminó hacia la oficina, donde al entrar el vigilante de la puerta se cuadró.

—Buenos días, señorita Swan.

—Buenos días —respondió con una sonrisa al entrar en el ascensor.

La glamorosa oficina de R.C.H. Publicidad, que tanto le había gustado, de pronto se convirtió en un lugar cerrado, sin aire y sin sol.

Cuando las puertas del ascensor se abrieron de nuevo, ante ella apareció el pequeño pasillo recorrido durante años. Lo miró notándolo extraño. ¿Habían cambiado la moqueta?

Según se acercaba a su despacho, se cruzó con un par de trabajadores, quienes al verla torcieron la cabeza e hicieron como si no la vieran. ¿Siempre hacían aquello?

Al llegar ante su despacho, Jessica, a quien ya se le notaba bastante el embarazo, se levantó y corrió ante ella para abrirle la puerta. ¿Siempre se la abría?

—Buenos días, Jessica.

—Buenos días, señorita Swan —saludó la muchacha que sacó un pequeño cuaderno y comenzó a cantar como los niños de San Ildefonso—. La reunión convocada para las 9:30 ha sido retrasada a las 9:45; el motivo es porque el señor Martínez llegará un poco más tarde. A las 12:00 vendrá a visitarla la Sra. Clark, responsable de la revista Elle en España.

—No hay problema, Jessica —indicó sentándose en la silla.

Como una autómata su secretaria salió del despacho y en menos de dos segundos volvió a entrar dejándole varios documentos sobe la mesa. ¿Qué le pasaba? ¿Por qué estaba tan acelerada? Bella, siguiéndola con la mirada, vio que salía otra vez, y a los pocos minutos llegaba con una taza de café.

—Aquí tiene, señorita Swan. Solo, doble y sin azúcar.

—Jessica, me gustaría hablar contigo. ¿Podrías sentarte?

La muchacha, al escuchar aquello, cambió de color, y tras sentarse, metió la mano en el bolsillo trasero de su pantalón premamá y dejó encima de la mesa un papel.

— ¿Qué es eso? —preguntó Bella.

—Mi carta de despido.

— ¿Carta de despido? ¿Por qué?

—Me dijo usted que podría trabajar aquí sólo hasta que regresara de Escocia. ¿No lo recuerda?

Bella se levantó, y tras cerrar la puerta del despacho volvió a sentarse, pero en la silla que estaba junto a su secretaria.

—Vamos a ver, Jessica. Me acuerdo perfectamente de lo que te dije, por eso lo primero que voy a hacer es romper esta absurda carta —dijo Bella sorprendiéndola—. No voy a despedirte y menos porque estés embarazada.

—Gracias —suspiró la muchacha que cerró los ojos—. Gracias de todo corazón. No sabe usted el favor que me hace.

—Lo segundo que quiero hacer —prosiguió Bella— es pedirte que me llames por mi nombre. Se acabó eso de Señorita Swan. A partir de ahora soy Bella, sólo Bella. ¿Entendido?

—Sí, señorita Swan.

— ¿Cómo? —preguntó con una sonrisa

—Ups... perdón Bella.

—Y lo tercero —dijo tomándole las manos—. Pedirte disculpas por lo mal que te lo he hecho pasar con mis malos modos y mi mala actitud.

Jessica sorprendida por aquello, no acertaba a hablar.

—Oh... no, no se preocupe señorita... Bella.

—Lamentablemente sí que me tengo que preocupar —dijo al ver por primera vez la cara de muñeca que tenía Jessica—. He sido una pésima jefa, y antes de dejar de serlo quiero escuchar que me perdonas. Por favor.

—Por supuesto que la... que te perdono —sonrió.

—Jessica, sólo espero que cuando deje la empresa...

— ¿Dejar la empresa? —Interrumpió la muchacha—. ¿Por qué? Eres una publicista excepcional. No creo que a la empresa le interese que...

—De eso quería hablarte —intervino Bella—. Voy a montar mi propia empresa de publicidad y me gustaría saber si tú querrías trabajar conmigo.

Jessica, no lo dudó un segundo.

— ¡Oh, Dios! Por supuesto que sí.

—De momento, sólo puedo prometerte el mismo sueldo que tienes aquí, pero si la empresa marcha bien, prometo ofrecerte más. Eso sí. Una cosa. De momento te pido discreción.

—Soy una tumba, jefa —sonrió e hizo que Bella también lo hiciera; ambas notaban que aquello iba a funcionar.

Aquella jovencita de apenas veinticinco años le acababa de dar una lección. Lo importante era el futuro, no lo debía olvidar.

Diez minutos después, Bella llamó a Sam y a Luis, también les debía una disculpa.

Sam, al entrar en el despacho, se puso a sudar, nervioso por lo que iba a escuchar, mientras Luis, con una sonrisa altiva parecida a la de Bella meses atrás, la retó con la mirada. Pero lo divertido fue ver sus caras cuando ésta levantándose de su silla, les pidió perdón por su comportamiento e hizo la misma propuesta laboral que a Jessica. Los dos aceptaron con los ojos cerrados. Bella era una jefa dura, pero intuían que su relación ya no volvería a ser lo que fue. La jefa había cambiado.

Cuando salieron de su despacho, por una mirada que Luis lanzó a Jessica, percibió que el guaperas de la oficina estaba interesado en su joven secretaria. Algo que le agradó y le gustó.

A las 9:40 Bella, con paso firme, y segura de su decisión, entró en la sala de reuniones. Ya estaban todos esperándola. Pocos minutos después las voces desde la sala de juntas se escucharon en toda la planta. Los asociados montaron en cólera cuando Bella les informó que había vuelto de Escocia sin el contrato.

Sentada con tranquilidad en una de las sillas de cuero negro de la sala de juntas Bella escuchaba cómo los asociados se despachaban en cuanto a quejas y reproches, cuando entró Jessica

—Esto acaba de llegar, viene a tu atención —susurró la muchacha entregándole un sobre marrón.

—Gracias —sonrió Bella.

Mientras los asociados continuaban discutiendo sobre qué hacer con el cliente, Bella abrió el sobre, y llevándose las manos a la boca contuvo un gritó cuando vio que en sus manos tenía el contrato de Eilean Donan. Edward lo había firmado.

Con el corazón a mil revoluciones se levantó en medio de la reunión. Ya no quería oír más voces.

— ¿Podrían escucharme un momento? —dijo haciéndoles callar.

— ¿Qué narices quieres tú ahora? —gritó uno de los asociados. Aquello hizo que Bella le clavase su mirada más asesina.

—Entregarles mi carta de dimisión —dijo tirándola de malos modos—. Adiós señores, espero que les vaya bien.

Haciendo caso omiso a las voces volvió a su despacho. Nerviosa sacó los papeles en busca de alguna nota de Edward, pero no encontró nada. Sólo el contrato firmado sin más.

Cogió el teléfono y marcó el número de móvil de su hermana Rose, con suerte estaría en Keppoch y tras un par de timbrazos la voz de una niña sonó.

—Lexie, ¿eres tú?

—Sí, soy yo.

—Hola cariño, soy la tía Bella —sonrió al escuchar la voz de la pequeña.

—Hola tía Bella. ¿Cuando vas a venir?

—No lo sé, cariño ¿Está Rose...?

—Bella ¡Oh Dios mío! —Gritó su hermana quitándole el móvil a la cría—. Bella, de verdad eres tú.

—Sí, pedorra soy yo. ¿Cómo estás?

— ¿Por qué no me has llamado antes?

—Estaba solucionando varios asuntos pendientes —tomando aire preguntó—. Rose, ¿cómo está mi highlander?

—Si te dijera que feo y gordo mentiría —respondió con alegría—, pero si te dijera que alegre y amable también. ¡Joder Bella! ¿Cómo coño quieres que esté?

—Lo quiero y no quiero vivir sin él.

—Pues ya estás moviendo el culo, cogiendo un avión y viniéndote para acá. ¡Ay Dios... qué alegría más grande!

—Pero escucha. No digas nada a Edward, ni a tu zanahorio, quisiera darle un poquito de su misma medicina a mi highlander antes de decirle lo mucho que lo quiero. Pero necesito tu ayuda, la de Ona y la de Alice.

—Mira que eres puñetera, Bella —respondió con una sonrisa—. ¿Aún quieres liar más las cosas?

—No te preocupes —respondió muy segura—. Las voy a liar para siempre.

 

* * *

 

Quedaban tres días para finalizar el año cuando Bella llegó a Edimburgo. El subidón de adrenalina que sintió estuvo a punto de hacerla gritar. Rose, Ona y Alice sabían que Bella volvía, pero nadie más. Bella quería que Edward sintiera en sus propias carnes lo que era ser engañado, y tirando de su artillería pesada volvió con energías renovadas.

— ¡Oh, Dios! —Gritó Jacob—. Pero qué frío hace aquí.

—No me seas nenaza —sonrió Bella—. Si esto te parece frío, ¿qué va a ser de ti cuando vayamos a las Highlands?

— ¡Dios mío! —Susurró Jacob—. Lo que tiene que hacer uno para encontrar novio.

—Bella —llamó Reneé—. Estoy preocupada por Óscar.

—Cariño, tranquila —sonrió Peter—. Estoy seguro de que no tardarán en traerlo.

—Con lo bien que se porta —se quejó Reneé—. No entiendo por qué no ha podido viajar con nosotros en el avión. Pobrecico mío. ¿Cómo estará?

—Mamá, no te preocupes, verás como enseguida lo sacan.

— ¡Ay, Dios mío! como nos hayan perdido a Óscar tu hermana nos mata —murmuró preocupada Reneé— y te juro que yo los asesino.

Bella y Peter cruzaron una mirada cómplice. Estaban encantados el uno con el otro, y cuando Bella les pidió que la acompañaran a Edimburgo, éste no se lo pensó.

—Ahí lo traen —sonrió Jacob al ver a Óscar junto a una de las azafatas—. Míralo qué mono, pero si hasta se le ve guapo.

— ¡Cosita preciosa! —gritó Reneé que corrió hacia el animal, que al verla comenzó a saltar de alegría mientras los demás le hacían carantoñas.

—Bella —llamó Peter— muchas gracias por hacerme sentir uno más de la familia invitándome a acompañaros en este viaje.

—Para mí siempre has sido de mi familia, y quiero que sepas que si vosotros sois felices, yo estoy ¡superfeliz! Además, quiero que Edward se dé cuenta de que yo también tengo una familia que me respalda y que es capaz de mentir tan maravillosamente bien como la suya.

— ¡Mirad quién está aquí! —dijo Reneé acercándose con el perro.

—Hola mastodonte —sonrió Peter que tocó al animal.

Óscar, encantado los lamió a todos. Él también se alegraba de verlos.

—Hola guapetón —saludó Bella con cariño.

—Bueno, pues ya estamos todos ¿no? —gritó Reneé feliz.

— ¡Casi todos! —Indicó Bella agarrándola del brazo—. Venga mamá, vámonos al hotel.

Cuando llegaron al Hotel Glashouse, la señorita de recepción miró a Bella. ¿De que la conocía? pero cuando vio a Rose aparecer, la identificó rápidamente. ¡La Española!

— ¡Óscar! —gritó Rose que corría hacia ellos.

—Qué mona —señaló Jacob—. A los demás que nos den morcillas.

—No seas pelusón —regañó Bella.

Con la felicidad dibujada en la cara, Bella observó cómo su hermana abrazaba a su madre, a Peter y a Jacob, mientras Óscar saltaba y la chupaba donde podía. Recibir a Peter en la familia, a Rose le supuso una gran tranquilidad. Ahora que ella no estaba tan cerca de su madre, saber que ésta tenía a Peter, le gustó más de lo que nadie pudiera imaginar.

Finalizados los abrazos y besos, la señorita de recepción les entregó las llaves de las habitaciones. Tras dejar a Peter y a Reneé a solas en la suya, Rose acompañó a Jacob y a Bella a la que compartirían.

— ¡Virgen del tuperware! Qué habitación más alucinante.

—Rose —susurró Bella—. ¿Estás bien?

—Oh, sí. Ahora que estáis aquí, sí —asintió sin mirarla mientras jugaba con su perro.

Pero cuando Bella observó que la mochila de su hermana estaba junto a su equipaje, supo que mentía. Había ocurrido algo y no lo quería contar.

—Vamos a ver —agarró a Óscar por el collar—. ¡Tiempo muerto! —y volviéndose hacia su hermana preguntó—. Me vas a contar lo que pasa o voy a tener que usar la fuerza bruta para sacártelo.

— ¡Cuidado con Tyson! —bromeó Jacob.

— ¡Joder, Bells! —protestó al escucharla—. Emmett y yo hemos discutido.

—Por mi culpa ¿verdad?

—Oh, Dios... —suspiró Jacob— se masca la tragedia.

—Bells —dijo Rose—. Cuando Ona comentó en la cocina que hoy llegabas de Londres y que te casabas con Mike, el muy gilipollas me dio a elegir entre tú o él.

— ¡Qué osado el zanahorio! —gritó Jacob.

—Y por supuesto —gimoteó Rose—, te elegí a ti. Esta mañana me ha despertado. Tenía preparada mi mochila, sin despedirme de Lexie me ha hecho montar en su coche y sin decirme nada me trajo hasta aquí y se marchó. ¡Me ha echado de su casa el muy animal! —Gritó Rose—. Eso no se lo voy a perdonar jamás.

—Así me gusta —señaló Jacob—, ¡dignidad ante todo!

Bella no quiso sonreír, pero aquello ya lo había vivido con su hermana.

—Pero vamos a ver —susurró Bella acercándose a ella—. ¿Por qué no le dijiste la verdad? No quiero que vosotros tengáis problemas por mi culpa.

— ¿Sabes? —Susurró Rose limpiándose las lágrimas—. Emmett no tiene derecho a darme a elegir entre mi familia y él. Yo nunca le he dado a elegir entre Edward y yo, porque entiendo que Edward es su familia y a mi me encontró en la calle.

—Y nunca mejor dicho —asintió Jacob.

— ¡Por qué no cierras el pico! —gritó Rose.

—Imposible. Ante semejantes comentarios no puedo —respondió él.

—Chicos, paz —pidió Bella.

—Anda, Barbiloca —señaló Jacob—, dame un abrazo que yo te quiero mucho.

—Y yo a ti también, tontuso —dijo abrazándole—. Por cierto Bella, Ona y Alice te mandan millones de besos.

—Estoy deseando verlas —asintió Bella—. Y Edward... ¿Cómo está él?

— ¡Madre mía, Bella! —Suspiró y soltó a Rose—. Cuando Edward escuchó a Ona decir que regresabas hoy a Escocia porque al final utilizarías las instalaciones del castillo para casarte ¡Dios! Tenías que haber visto su cara. Era el demonio en persona, y tras dar un puñetazo a la mesa se marchó, pero no sé adonde. Luego fue cuando el estúpido de Emmett discutió conmigo. ¡Es un cabezón! —gritó Rose.

—Le dijo la sartén al mango —susurró Jacob haciéndolas sonreír.

—No te preocupes, conocemos a Emmett —señaló Bella— seguro que antes de un par de horas ya está buscándote o llamándote por teléfono.

En ese momento sonó la puerta. Al abrir entraron Reneé y Peter.

—Chicos ¿que os parece si nos vamos a cenar? —dijo Reneé.

—Excelente idea —asintió Jacob—. Este estrés me produce un hambre atroz.

Diez minutos después, tras dejar a Óscar tranquilo en la habitación, los cinco salieron del hotel sin ser conscientes de que un ceñudo Edward los observaba a través de los cristales oscuros de su despacho. Volver a ver a Bella hizo que su corazón comenzara a latir con fuerza y tuvo que usar todo su aplomo para no salir y correr tras ella.

Llevaba sin verla varias semanas, convirtiéndose aquel tiempo en una eternidad. En más de una ocasión había estado tentado en ir a buscarla a Londres, pero no quería presionarla, quería que ella lo perdonara. Ése fue el motivo por el cual se encargó de hacerle llegar el contrato firmado de Eilean Donan. Si algo le importaba a Edward en aquellos momentos era ella, única y exclusivamente ella.

Pero el mazazo que sufrió al enterarse de que volvía a Escocia para casarse, y encima con la sangre fría de hacerlo en el castillo, le dejó tocado el corazón. ¿Cómo podía casarse con otro cuando sus ojos le habían gritado que lo amaba a él?

No había visto con claridad la cara de Mike, pero a Bella sí. El aura de felicidad que vio en ella cuando sonrió le impactó. Sólo la había visto tan radiante y expresiva una vez. La noche del castillo. Verla agarrada a aquel tipo, y tan feliz, le hizo replantearse su situación. Quizás Bella sería más feliz con el estirado de Mike. Reconocer aquello le dolió, pero amaba a Bella y por encima de todo quería que fuera feliz, y si en esa felicidad él no entraba, sólo podía retirarse y dejar libre el camino a quien verdaderamente se la pudiera dar.

Aquella noche, consumido por los recuerdos, Edward escuchaba las noticias sentado en el sillón de su despacho, cuando se abrió la puerta y sé cerró de golpe.

— ¡Maldita sea, Edward! —Gritó Emmett sentándose frente a él—. Maldigo el día en que esa cabezona española se cruzó en mi vida. Ojalá pudiera manejar el tiempo para poder retroceder al justo momento que la miré.

—Si pudieras hacerlo, ¿qué harías? —preguntó Edward que apagó el televisor.

—Lo tengo muy claro. La volvería a mirar —suspiró desesperado.

—Entonces ¿cuál es el problema?

—Creo que esta vez la he fastidiado, y la he fastidiado a fondo.

— ¿Qué ha pasado?

—Ayer, cuando te marchaste malhumorado al conocer la noticia del regreso de Bella —susurró al ver cómo se le oscurecía la mirada—, Rose dijo que ella quería venir a Edimburgo para ver a su familia. Cuando regresamos a casa tuvimos una tremenda discusión y en un momento de rabia, le di a elegir entre su familia o yo.

— ¿Cómo?

—Sí, tío soy un imbécil —asintió dándose un cabezazo contra la mesa—. Anoche no podía conciliar el sueño, furioso porque ella había dicho que su familia estaba ante todo, me levante, metí sus cosas en su mochila, la desperté, y sin dejar que se despidiera de Lexie, la traje a Edimburgo, y me fui, dejándola sola.

— ¡Maldita sea, Emmett! —Exclamó incrédulo Edward—. ¿Cómo se te ha ocurrido hacer algo así?

—No lo sé, tío, me sentí tan mal cuando vi que tú...

—Eres un completo idiota —regañó Edward levantándose—. Rose, a pesar de lo que ocurrió en su momento, te perdonó y nunca te dio a elegir entre ella y yo.

—Lo sé... lo sé...—susurró y apoyó la cabeza entre sus manos.

Edward abrió un minibar para sacar dos cervezas, y tras dos golpes certeros le pasó una a Emmett.

— ¿Qué puedo hacer? Necesito hacer algo para recuperarla.

—Lo tienes fácil, habla con ella.

—Su mirada cuando la dejé daba miedo.

— ¿Qué esperabas? ¿Que aplaudiera? Maldita sea, Emmett, que la has echado de tu casa. ¿La has llamado al móvil?

—Lo tiene apagado.

Tras un incómodo silenció Edward habló.

—Esta noche vi a Rose y a su familia cuando salían a cenar.

— ¿Les has visto a todos? ¿Todos... todos?

—Sí, a todos —asintió mirándolo a los ojos— mi princesa estaba preciosa.

— ¿Y?

—Acabo de hablar con Steven. Mañana me marcho para México, a las cuatro de la tarde desde Aberdeen, no quiero estar aquí cuando ella se case con otro. No lo puedo soportar.

—Edward, tú nunca te rindes. ¿Por qué lo haces?

Al escuchar aquella pregunta Edward dio un trago de su cerveza, y tras mirarlo con una triste sonrisa respondió.

—Porque al menos uno de los dos merece ser feliz.

 

* * *

 

Mirando por la ventana del hotel mientras se fumaba un cigarrillo, Bella observó el amanecer. Siempre le había gustado comprar postales de amaneceres, pero ante ella, y gratis, tenía uno de los más bonitos que había visto en su vida.

Desde que había llegado a Edimburgo estaba nerviosa. Necesitaba ver a Edward y leer en sus ojos que la había echado tanto de menos como ella a él. Con una sonrisa en la boca observó a Óscar, dormía plácidamente a los pies de Rose que abrazada a Jacob dormía como un tronco. La noche anterior se habían acostado tardísimo y habían bebido demasiado.

De pronto unos toques en la puerta llamaron su atención, por lo que cruzándose el albornoz se dirigió hacía ella, y cuando la abrió se quedó sin habla. Ante ella tenía a Emmett con una pinta desastrosa.

—Hola Bella.

—Vaya... ¿mira quién está aquí?

—Vaya... vaya —contestó con despecho él—. Si es la novia del año.

— ¿Algo que objetar a mi boda, Emmett?

—Por mí como si te casas con un salmonete.

Al escuchar aquello Bella sonrió.

— ¿Cómo está tu primo el conde?

—Fantástico gracias a ti. ¿Y tu futuro marido?

—Estupendo y feliz.

Tras un silencio incomodo entre los dos fue Bella la que habló.

— ¿Qué quieres?

—Ya lo sabes —respondió e intentó entrar, pero Bella le cerró el paso.

— ¿Dónde crees que vas?

—Tengo que hablar con tu hermana.

—Quizás ella no quiera hablar contigo.

— ¿Sabes, Bella? —Bramó echándosela al hombro—. Me importa una mierda si ella quiere o no.

— ¡Suéltame idiota! —Casi rió Bella—. Suéltame ya.

Dentro de la habitación, Emmett se quedó sin habla al ver a Rose dormida entre los brazos de aquel tipo, por lo que tensándose gritó.

— ¡Maldita sea, Rose! ¿Quién es ese tío y por qué estás en la cama con él?

Tanto Rose como Jacob, al escuchar aquel rugido, abrieron los ojos asustados, pero mientras Jacob se quedaba paralizado al ver cómo aquel gigante de pelo rojo y ojos de loco, se tiraba encima de él y lo asía por el cuello, Rose, muy digna, se levantó y se encerró en el baño con Óscar.

—Emmett, por Dios —gritó Bella tirándose encima de él—. ¡Suéltalo!

— ¡Socorro! —Se revolvió Jacob—. ¡Que me mata! ¡Que me mata!

El derechazo que Emmett le propinó en la mejilla, hizo que viera las estrellas.

—Rose ¡sal inmediatamente! —gritó Emmett peleando con Jacob.

— ¡Maldita sea, Emmett, suéltalo! ¿Pero, te has vuelto loco? —gritó Bella dándole puñetazos que Emmett parecía no sentir—. ¡Suéltalo! ¿Pero quién crees que es?

—Me da igual —bramó Emmett—. Estaba abrazando a mi mujer.

—Soy gay ¡muy gay! —Gritó Jacob cogiendo aire—. Juro que soy el rey de los gays.

Bella incrédula, miró a su alrededor y tras coger una lámpara gritó.

—O le sueltas o te la estampo en la cabeza.

— ¡Rose! —gritó Emmett sin escucharla—. ¡Quiero hablar contigo!

—Ahhhhh, me ahogo —aulló Jacob cada vez más rojo.

— ¡Maldita sea, Emmett! —Gritó Bella—. ¡Suelta a Jacob que lo vas a matar!

— ¿Jacob? —Susurró Emmett y tras aflojar la presión preguntó—: ¿Tú eres Jacob?

—Sí —boqueó a punto del infarto.

—Pues claro que es Jacob, y casi lo matas, energúmeno —confirmó Bella ayudándolo a incorporarse.

Emmett horrorizado por lo que acababa de hacer suspiró.

—Lo siento. Discúlpame. ¡Joder lo siento! por un momento creí que te habías acostado con mi mujer.

—Acepto tus disculpas —susurró Jacob en inglés.

—No lo olvidaré, amigo —asintió Emmett avergonzado.

—Anda Chewaka, ve a hablar con tu mujercita —animó Bella.

Emmett, tras darle a Jacob un par de manotazos en la espalda, entró en el baño, pero la puerta del aseo estaba cerrada con pestillo.

—Rose mi amor, abre la puerta. Necesito hablar contigo.

— ¡Ja! Lo llevas claro —se mofó ella—. Yo contigo no.

—Cariñito, por favor. Perdóname —insistió Emmett resoplando.

— ¡Ni lo pienses! Para mí no existes.

—Rose ¡abre la puerta de una vez! —bufó éste perdiendo la paciencia.

—Emmett ¡pírate de aquí de una vez! —gritó al escucharlo.

—Vaya... veo que seguís en vuestra línea —sonrió Bella al entrar en el baño con Jacob—. Rose ¡Por Dios! Sal de una vez.

—He dicho que no.

— ¡Maldita sea, Rose! Si no sales tendré que tirar la puerta.

—Oh, Dios —señaló Jacob—. ¡No serás capaz!

—Por esa española —susurró Emmett haciéndoles reír— soy capaz de cualquier cosa.

—Pues siento decirte que la española —gritó Rose—, está harta de ti, que no piensa volver contigo y que cuando se marche mi familia para Londres me voy con ellos.

Al escuchar aquello Emmett sintió que se le partía el corazón y apoyando su frente contra la puerta dijo sin importarle quién estuviera.

—Cariño, perdóname, pero necesito que entiendas que Edward es como un hermano para mí, y ver cómo sufre día a día me está matando. Sé que eso no justifica mi manera de hacer las cosas. Pero aunque suene tonto y romanticón lo que voy a decir —dijo mirando a Bella— cuando escuché que su princesa volvía aquí para casarse con otro en su castillo, te juro que sentí en mi corazón su dolor. Y no pude soportar tu alegría por aquella noticia.

— ¡Qué momentazo, por Dios! —murmuró Jacob agarrado a las manos de una emocionada Bella.

—Escucha, cariño —continuó Emmett recostándose contra la puerta—. Nunca debí darte a elegir entre tu familia y yo. He sido un egoísta. No he pensado que Bella es tu hermana, y que sientes por ella el mismo amor que yo siento por Edward. Tras comportarme como un idiota me he dado cuenta de que si ella es feliz con su futura boda, es normal que tú lo seas también y que yo, como persona que te ama, esté feliz también por ella.

Como Rose no abría la puerta, Emmett volviéndose hacia ellos, dijo.

—Os pido disculpas por mi rudo comportamiento. No sé qué me ha pasado pero...

—Tranquilo, amigo —contestó Jacob que chocó la mano con él—. Ahora sé quién le ha enseñado a Bella a dar esos derechazos.

—Emmett, siempre has estado disculpado —sollozó Bella y secándose las lágrimas gritó—. Rose deja de hacer la idiota y sal de una vez.

—No me da la gana —respondió con la voz entrecortada.

— ¡Qué cabezona es, por Dios! —susurró Bella.

—Mira, Barbiloca —gritó Jacob—. Si no sales en menos de cinco minutos, te juro que este zanahorio me lo quedó enterito para mí.

Al escuchar aquello Emmett sonrió y volviéndose de nuevo hacia la puerta llamó.

—Rose, por favor.

—Dejémoslos solos —susurró Bella que tomó la mano de Jacob.

Una vez cerraron la puerta del baño, Jacob, que portaba un rollo de papel del WC, cortó un trozo y se lo tendió a Bella que se había tirado en la cama a llorar. Pasados los primeros momentos y cuando ella paró de hipar, Jacob la miró.

—Por dios, Bells. Lloras igual que el payaso de Micolor.

—Eres un idiota. ¿Lo sabías?

—Sí. Pero me quieres.

—Nunca lo dudes —asintió abrazándolo.

—Oye, Bells. ¿Qué tenéis vosotras que no tenga yo para encontrar un maromo así?

Aquello les hizo reír y estaban limpiándose las lágrimas cuando se escuchó un estruendo procedente del baño y la puerta se abrió.

— ¡Por todos los santos, Bella! ¿Qué es eso de que no te casas? —gritó Emmett.

— ¡Por favor! ¡Por favor!—susurró Jacob—. ¡Qué pivón!

—Bells, le he contado la verdad —señaló Rose con una sonrisa enamorada.

Ella ya lo había imaginado.

—Emmett: ¿Cómo me voy a casar con otro si yo sólo quiero a Edward?

Emmett la miró confundido.

—Pero ¿por qué sois tan complicadas? —vociferó.

—Eso mismo llevo preguntándome toda la vida —asintió Jacob.

—Sólo quiero hacerle ver lo que duele ser engañado y...

— ¿Qué hora es? —gritó Emmett llevándose las manos a la cabeza.

— ¿Qué pasa? —preguntó Jacob.

—Las diez y veinte —apuntó Jacob.

Emmett, sacó de su vaquero un móvil, marco el teléfono de Edward, pero le dio desconectado o fuera de cobertura.

— ¡Maldita sea! —Gritó mirando a Bella—.  Edward se marcha de Escocia.

— ¡¿Cómo?! —gritó Bella.

— ¡¿Cuándo?! —susurró Rose.

—Edward no quería estar aquí cuando te casaras —dijo Emmett—. Anoche llamó a Steven, su piloto, quiere partir hacia México a las cuatro de la tarde.

— ¡Oh, Dios mío! —susurró Bella pálida como la cera.

—Por favor, por favor —gritó Jacob—. ¡Qué romántico! Ni en Pretty woman.

—Tenemos que localizarlo como sea —señaló Rose mirando a Emmett.

—Llamaré a Steven, le diré que se invente un fallo en el avión.

—Hola chicos, buenos días —saludó Reneé que entró en la habitación.

—Reneé —gritó Jacob. —. ¡Por Dios lo que te has perdido!

— ¿Qué pasa? —Preguntó la mujer que miró a Bella—. Tesoro ¿qué te ocurre?

—Mamá, no hay tiempo de muchas explicaciones —señaló Rose—. Edward cree que Bella se va a casar con Mike y se marcha del país.

—Bendito sea Dios —gritó la mujer—. Pero eso no lo podemos consentir.

—Por supuestísimo que no —indicó Jacob, que cortó más papel del WC.

—Pero... ¿Pero a ti que te ha pasado en la cara? —gritó Reneé al verle la mejilla hinchada y enrojecida.

—Dejémoslo —rió Jacob mirando a Emmett— es que me he dado un golpe contra un armario empotrado.

— ¡Maldita sea! —Gritó Bells que salió de su mutismo—. Tengo que encontrar a Edward antes de que se vaya del país. ¡Por Dios! ¿Pero cómo va a marcharse y permitir que me case con Mike?

Al decir aquello todos la miraron.

—Te recuerdo que este lío lo has montado tú sólita, bonita —señaló Jacob.

— ¡Vete a la mierda! —gritó Bella.

—Contigo delante para que no me pierda —respondió su amigo.

—Oye —gritó Rose—. No empecemos ¿vale?

—Tranquilízate, chatunga —apaciguó Reneé dándole un cariñoso beso—. En cuanto venga Peter veras cómo solucionamos todo esto.

Emmett desconcertado sin enterarse de nada los miraba a todos.

—Rose —llamó Jacob y señalando a Emmett dijo—. Creo que tu zanahorio, aparte de estar flipando con este momentazo, no está entendiendo nada de lo que hablamos. Mira con qué cara de leñador nos mira. ¡Madre del amor hermoso!

Efectivamente, Emmett, que no entendía español, observaba sin decir nada.

—Mamá —dijo Rose en español—. Este grandullón sin afeitar y con cara de pocos amigos es Emmett.

— ¡Por Dios, qué tío más grande! —susurró Reneé fijándose en él.

—Con razón no quiere volver Rose a Londres —asintió Jacob y mirando con picardía a Rose preguntó—: Oye ¿todo lo tiene igual de grande?

— ¡Jacob! —gritaron madre e hijas a la vez, haciéndole reír.

—Por favor ¡cuánta decencia reunida! —se carcajeó Jacob al escucharlas.

Reneé, levantándose, se acercó hasta Emmett, que intentaba entender sobre qué hablaban. Sabía que era sobre él por las miradas, y eso le inquietó.

—Hola, Emmett —saludó Reneé y comenzó a hablar como un indio— en-can-ta-da de co-no-cer-te.

— ¡Mamá! —Preguntó Bella— ¿Por qué le hablas así?

—Para que me entienda —respondió Reneé.

Con una sonrisa Rose tomó a Emmett de la mano y le dijo en inglés.

—Cariño, ella es mi madre.

—Lo había imaginado —respondió él—. Os parecéis muchísimo.

— ¿Qué dice? —preguntó Reneé.

—Dice que está encantado de conocerte, y que nos parecemos mucho.

—Oh, qué adulador —sonrió—. Anda, guapetón, agáchate para que te dé dos besazos.

— ¿Qué dice? —preguntó Emmett.

—Qué te agaches para que te bese.

Con una enorme sonrisa, Emmett se agachó y abrazó a Reneé, quién al sentir el calor de aquel enorme muchacho, entendió a la perfección lo que su hija había encontrado.

En ese momento entró Peter y levantó una ceja al ver a Bella, aunque fue Rose la que habló.

—Peter. ¿Tú hablas galés verdad?

—Sí.

—Pues te presento a Emmett, mi novio —después se volvió hacia Emmett—. Cariño, él es Peter, el novio de mi madre.

—Encantado de conocerlo —asintió Emmett.

—Lo mismo digo, muchacho —sonrió Peter saludándole.

—Bueno... bueno —gritó Jacob—. Todo esto es precioso y entrañable pero si no movemos el culo el novio de esta muchacha se nos va a escapar —y mirando a su amiga dijo—: Comienza el plan «B».

 

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