SÁLVAME

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 03/01/2013
Fecha Actualización: 14/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 62
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Capítulos: 26

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“Si regalaran un diamante por cada disgusto que da la vida, seria multimillonaria”, pensó Isabella cuando encontró a su novio liado con su mejor amiga el día antes de su boda. Y tenía razón, porque a pesar de sus gafas de Prada, de sus bolsos de Chanel, de sus zapatos de Gucci y de todos los Carolina Herrera del mundo colgados en su armario, Isabella solo era una mujer amargada que vive en la mejor zona de Londres.

BASADA EN "TE LO DIJE" DE  MEGAN MAXWELL

 

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Capítulo 6: CAPÍTULO 5

CAPÍTULO 5

 

La reunión con el conde Cullen estaba programada para las cinco de la tarde. Milagrosamente había concertado aquella cita desde Londres, y casi saltó de alegría cuando lo consiguió.

Faltaba hora y media hora para la entrevista. Ataviada con un elegante traje color champán de Armani, Bella revisaba unos documentos mientras Rose aún con el mullido albornoz del hotel, sentada en la cama, ojeaba una revista.

—Tras la duchita calentita y el sándwich de pollo tan rico que nos han subido, creo que dormiré una siestecita mientras estás en la reunión.

—Me parece bien. Ojalá yo pudiera hacerlo. Me caigo de sueño.

De pronto unos golpes en la puerta atrajeron su atención.

— ¿Has pedido algo al servicio de habitaciones? —preguntó Rose.

—No. Yo no.

Al abrir la puerta, allí estaba el botones que horas antes les había llevado hasta la habitación, quien tras darle una nota se marchó.

— ¿Quién la manda? —preguntó con curiosidad Rose.

— ¡Maldita sea! —bufó de pronto Bella tras leer la nota.

— ¿Qué pasa ahora?

—El conde anuló la reunión.

—No me digas. ¿Por qué?

—No lo sé, no lo explica —gruñó Bella arrugando el papel y tirándolo a la papelera—. La emplaza para el lunes. Directamente en el Castillo de Eilean Donan.

— ¡Qué emoción! —Gritó Rose al escuchar aquel nombre—. Eilean Donan.

—Sí, vamos, ¡emocionantísimo! —se quejó Bella abriendo su portátil—. Ahora tendré que buscar un chófer que nos lleve hasta allí. Aunque seguro que el hotel dispone de ese servicio.

— ¿Para qué necesitamos un chófer? Sería más emocionante alquilar un coche y con un mapa llegar nosotras mismas hasta allí.

—Qué antigua eres —resopló Bella, y sacó un aparato de la bolsa de su ordenador—. Rose: ¿Conoces los GPS?

—A ver si te crees que vivo en la prehistoria. ¡Pues claro que los conozco! —y quitándoselo de las manos indicó—. ¿Lo ves? Para qué queremos un chófer si has venido con todos tus juguetitos.

—Para no perdernos ¿por ejemplo?

—Ahora la antigua eres tú. Yo creía que los GPS servían para no perderse.

—Sí, Rose —y tecleó en su portátil—: Pero prefiero ir mirando el paisaje a conducir.

—Puedo conducir yo. Total, los coches se llevan igual en todos lados. Freno, embrague, acelerador y volante. Nada más.

— ¿Tú? —sonrió Bella señalándola—. No guapa. Quiero llegar sana y salva.

—Mira, pedorra. Si tuvimos aquel golpe tonto —sonrió al recordar el incidente—, fue porque Mark el bruto te potó encima y ¡tú! al moverte, me empujaste a mí. ¿No te jode? —Y viendo que sonreía dijo—: Venga, Bella, anímate. Alquilemos un cochecillo. Será nuestra pequeña aventura. ¿No crees que sería emocionante?

La alegría que vio en su hermana hizo que Bella se convenciera. Decir no a aquello podía ser motivo de una nueva discusión.

—Rose. ¿De verdad crees que tú y yo podríamos llegar sanas y salvas a Eilean Donan, sin meternos en ningún problema?

— ¡Ya te digo! —Sonrió al ver cumplido su deseo—. Con la ayuda de este maravilloso GPS y con tiempo por delante ¡nada es imposible!

—De acuerdo, buscaré un coche de alquiler —asintió al tiempo que su hermana la espachurraba en un cariñoso abrazo—. Pero no pienso meterme en un utilitario cualquiera. Tenemos que dar una imagen.

—Hija, qué pija eres, por Dios.

—No se trata de ser pija —aclaró, metiéndose en una página de coches de alquiler de alta gama—. Se trata de dar imagen de empresa.

—Vale. Lo que tú digas —asintió; era inútil llevarle la contraria.

Una hora después Bella cerraba el portátil. A través de la página del hotel, había contratado un coche. El lunes a las siete la mañana un coche alquilado estaría en la puerta del hotel esperándolas.

—Tenemos un par de días para pasear por Edimburgo —dijo Rose, todavía impresionada por la lujosa suite. Todo era elegante, y caro, algo a lo que ella no estaba acostumbrada—. Qué te parece si mañana sábado nos vamos de tiendas y a visitar el Mary King's Close.

— ¿Qué es eso? — preguntó Bella.

—Una tenebrosa y vieja ciudad, situada bajo el casco antiguo, que siglos atrás, cuando llegó a Edimburgo la peste negra, fue clausurada. Ha estado cerrada hasta que en el año 2003, la abrieron para que la gente pueda recorrer sus callejuelas y sus casas, e imaginar el sufrimiento y dolor que esa pobre gente tuvo que sentir. Incluso dicen que hay fantasmas.

— ¿Sabes, mona? —Indicó perpleja por los gustos de su hermana—. Prefiero ir de shopping. Esta noche miramos en mi portátil qué tiendas existen por aquí.

—Seguro que encontraremos algún Zara o un HM.

— ¿Cómo? —susurró Bella.

—Ah, claro —se guaseó mirando a su hermana—. Olvidaba que tú no te pones nada que no sea exclusivo.

—No lo dudes ¡barbiloca! —respondió con una sonrisa.

—Vale. Me rindo —su hermana no tenía remedio—. Será bonito estar las dos juntas.

—Rose —dijo quitándose los botines de Gucci y el traje de Armani—. Me parece muy bonito todo eso que dices, pero necesito localizar al conde y conseguir ese maldito contrato.

— ¿Tan importante es ese contrato?

—Sí. La empresa lo necesita —respondió Bella tumbándose en la cama.

— ¿Y tú qué necesitas?

—Ese contrato —respondió automáticamente.

—Creo que lo que necesitas es divertirte un poco.

—No. Yo lo que necesito es descansar —dijo acurrucándose en la cama.

—Por una vez, y sin que sirva de precedente, estoy de acuerdo contigo —bostezó Rose tumbándose junto a ella.

El madrugón del viaje, el día lluvioso y todo lo acontecido comenzaba a pasarles factura. Por lo que acurrucándose como cuando eran niñas, se taparon con la manta tartán del hotel y se quedaron dormidas.

Pasadas unas horas un sonido seco y repetitivo hizo que Bella dejara los brazos de Morfeo para volver a la realidad. Su móvil sonaba. Era un número oculto.

—Isabella Swan al habla. Dígame.

— ¡Ya está bien! —gritó Reneé enfadada. Llevaba horas esperando a que sus hijas la llamaran—. ¿Se puede saber por qué no me habéis llamado?

—Ostras, mamá —asintió moviendo a su hermana, quien abriendo un ojo la miró—. Mamá. Se nos presentaron varios problemas al llegar aquí, y se nos había pasado.

—Podíais pensar un poquito en mí ¿no creéis?

—Venga, mamá —continuó Bella sentándose en la cama y pulsando el manos libres para que su hermana participara—. No te pongas así.

—Hola mami, —saludó Rose.

— ¡Me vais a matar a disgustos! Hola hija.

—Mamá, por favor. No seas exagerada.

— ¿Cómo está mi gordito? —Preguntó Rose para cambiar de tema—. ¿Se porta bien?

—Mejor que vosotras, desde luego —miró hacía Óscar, que corría tras una pelota por el parque de y dijo—. No te preocupes. Tu gordo está como un rey con Jacob y conmigo.

—Por cierto, mamá —preguntó Bella al darse cuenta de un detalle—. En tu llamada aparece número oculto. ¿Por qué?

—No sé, hija. No tengo ni idea —respondió atragantándose mientras se despedía—. Bueno, tesoros míos. Qué las conferencias son muy caras. Un beso para las dos y no olvidéis que aún existo. Adiós —y colgó.

Óscar llegó hasta Reneé con la pelota en la boca. Estaba cansado, había corrido mucho. Con cariño le acarició el cuello, mientras una mano tomaba la de ella.

— ¿Está todo bien, cielo?

—Sí, tesoro —asintió devolviéndole el móvil—. Todo está bien.

En Edimburgo a unos 500  kilómetros de Londres, Rose y Bella se miraron tras cortarse tan repentinamente la comunicación.

— ¿He sido yo sola o también la has notado rara? —dijo Rose cogiendo el móvil—. Por cierto, ¡qué chulada de móvil!

—Es un diseño de Armani —contestó Bella estirándose—. Lo compré porque me atrajo su función Vibetonz, además de ser un terminal compacto y ligero. Es tribanda, tiene Bluettoth, USB, cámara de tres megapíxeles y ranura para tarjetas de memoria microSD.

—Me lo has vendido divinamente, pero no me he enterado de nada.

—Referente al tema mamá —prosiguió Bella quitándole el móvil de las manos, y dirigiéndose al baño—. Me parece que debería salir con sus amigas. No creo que sea bueno que esté tanto tiempo sola.

—Tienes razón. Pero ya sabes cómo es —dijo entrando tras ella.

— ¡Oye! —Se quejó Bella sentada en el WC—. Podrías esperar a que yo salga para entrar.

—No me jodas, Bella —dijo cogiendo el cepillo de dientes— No me vengas con vergüenzas ahora, que no te voy a ver nada que no conozca.

—Es una cuestión de intimidad —se defendió Bella.

—Serás pedorra —respondió comenzando a cepillarse los dientes, y para hacer rabiar a su hermana exclamó con la boca llena de dentífrico—. Pero Bella, ¿desde cuándo te haces la depilación brasileña? —y agachándose para horror de su hermana preguntó—. Qué te has dejado ¿triangulito o rayita?

— ¡Rose! —protestó tapándose con pudor.

—Pero bueno —rió al ver a Bella salir del baño precipitadamente—. Ven aquí tonta, que quiero verlo.

 

* * *

 

El tiempo lluvioso escocés invitaba a permanecer bajo cobijo. La tarde no había mejorado respecto a la mañana y la lluvia incansable continuaba golpeando los cristales sin parar. Tras vestirse ambas con vaqueros, eso sí, los de Bella de Dolce y Gabanna, decidieron picotear algo en el hotel.

—Podríamos tomar una copita en algún pub cercano —sugirió Rose—. Así conoceríamos el ambiente nocturno escocés.

—Ni lo sueñes. No conocemos el lugar.

—Podemos preguntar en recepción. Seguro que ellos conocen algún sitio.

—Hoy es viernes, Rose —indicó tensándose al reconocer la figura del hombre que sentado en el bar hablaba con otros dos. El bufón y su payaso. Por suerte no las habían visto y señalándoles con desprecio dijo—. Piensa que vayamos donde vayamos habrá horteras como esos dos.

—Bella, no seas mala —replicó mirando justo en el momento en el que Emmett volvía la mirada—. ¿Horteras dices? Por favor, si están para chuparles hasta la talla de la camisa.

— ¡Qué ordinariez, Rose!

« ¿Qué le pasaba a su hermana?», «¿Por qué todo el mundo era inferior para ella?»,pensó Rose.

Con disimulo volvió a mirar a aquellos hombres de espaldas anchas. Se habían cambiado de ropa, y también afeitado. Estaban fantásticos. Definitivamente Bella, además de ciega, tenía menos gusto que un yogur de agua.

En el bar del hotel, Edward, Emmett y un tercero tomaban un whisky mientras charlaban.

Al rato sin prestarles atención, los tres hombres se marcharon. Bella, al ver desaparecer al gigante, respiró aliviada. No le apetecía respirar el mismo aire que aquél.

Cuando terminaron de cenar, Rose no se dejó convencer y arrastró a su hermana hasta la recepción. La asustadiza Cindy no estaba. En su lugar había un chico que se presentó como Mark, quien les recomendó un pub cercano llamado «Maclean».

Sumergidas en la oscuridad de la noche, Edimburgo ofrecía un ambiente tenebroso y oscuro, pero pronto llegaron al «Maclean». Cuando abrieron la puerta verde del pub, unas atronadoras voces las engulleron. Rose, sonriente, sorteó a la multitud hasta encontrar un hueco en la barra mientras Bella, horrorizada, arrugaba la nariz intentando no rozarse con nadie.

— ¿Qué quieres tomar?

—Una Coca Zero —respondió Bella.

—Tú te pinchas —bromeó, y mirando al camarero pidió—. Dos pintas de Belhaven.

— ¿Por qué me pides cerveza?

—Bella, por Dios. Tú has visto… ¿Dónde estamos?

—Sí —asintió mirando su alrededor—. En un horrible lugar.

—Anda, princesita —bromeó, dándole una enorme jarra—. Toma, calla y sígueme.

Horrorizada cogió la jarra. ¿Cuántas calorías tendría? Pero sin decir nada siguió a su sonriente hermana, quien parecía encontrarse como pez en el agua.

«Maclean» era un local más bien pequeño que olía a rancio y a cebada. Tenía dos televisores colocados en dos de sus esquinas desde los que se veía un partido de fútbol. « ¡Qué horror! Vaya pandilla de bestias», pensó Bella mirando cómo vociferaban y se empujaban a cada pase de balón, mientras Rose parecía disfrutar de los gritos.

—Habéis pasado de parecer dos pollos empapados a dos preciosas señoritas —dijo un hombre acercándose a Rose, que le reconoció a pesar de lo poca iluminación del local.

—Gracias a ti y a tu amigo —respondió sin importarle el gesto de su hermana.

—Me llamo Emmett —se presentó tendiéndole la mano.

—Encantada de conocerte, Emmett —y acercándose a él para no tener que gritar dijo—. Soy Rose. Y la que nos mira con cara de mosqueo es mi hermana Bella. Pero tranquilo, no muerde.

—Encantado, Bella —sonrió divertido por el comentario. Tendiéndole la mano que ella no aceptó—. Me llamo Emmett y soy el...

—Eres el amigo del bufón —interrumpió sin moverse.

—Prefiere que le llamen Edward —aclaró retirando la mano.

En ese momento el local prorrumpió en aclamaciones. Uno de los equipos había metido un gol. De pronto se vieron arrastradas por una marea de empujones y abrazos. Rose sonriendo, brindó junto a los hinchas, mientras Bella, horrorizada por cómo aquellos tipos sudorosos la abrazaban, comenzó a repartir manotazos a diestro y siniestro, consiguiendo que la dejaran en paz. Pero justo cuando creía haberse librado de aquellos plastas alguien la empujó, y derramó toda la pinta de cerveza sobre ella.

— ¡Por Dios, qué asco! —gritó al sentir cómo la cerveza le calaba hasta el sujetador.

—Vaya. Pero si es ¡la señorita española! —dijo una voz a su espalda con un marcado acento escocés.

— ¡Maldita sea! —vociferó, volviéndose para confirmar sus sospechas. Era el bufón—. ¿Eres ciego o qué? Mira cómo me has puesto la camiseta de Custo.

— ¿Yo? —Exclamó Edward mostrando su pinta entera en la jarra—. Creo que te equivocas, guapa. Valoro mucho mi cerveza como para tirarla.

—Toma estas servilletas —se apresuró Rose—. Sécate con ellas.

— ¿Pero tú has visto cómo me han puesto estos energúmenos? —gritó asqueada por la peste a cebada que llevaba encima—. Me voy al hotel.

—En este momento está diluviando —informó Edward—. Te ahogarías antes de llegar.

— ¿Acaso te estoy hablando a ti? —gritó Bella.

—Por mí como si hablas a las farolas —respondió Edward molesto.

— ¡Cállate bocazas! —gritó ella, ganándose una mirada de varios hinchas.

—Oye, tengo una curiosidad —preguntó Edward, sabiendo su posible respuesta—. ¿Todas las españolas tenéis el mismo genio, o es que yo te caigo mal?

—Directamente, no me caes —espetó Bella, quitándose el pelo de la cara—. Por lo tanto, ¡no me hables! ¡Ni me roces!

Bella, al ver la cara de guasa del escocés y cómo la recorría con la mirada, gritó.

—Eh, tú. ¡Mi trasero no está en el menú!

—Gracias al cielo. Sería indigesto —respondió Edward divertido.

— ¡Cállate palurdo! No te quiero escuchar.

—Das más órdenes que mi abuelo el militar —sonrió Edward. Aunque ardía de ganas por sentarla en sus rodillas y darle tres azotes. ¿Qué le pasaba a esa mujer?

—Bella —regañó su hermana—. Está intentado ser amable contigo.

—Pues yo con él no, ¿acaso no lo ves?

En ese momento el pub prorrumpió de nuevo en un gol. La avalancha humana volvió a engullirlas, pero esta vez con el escudo protector del cuerpo de Edward nadie la tocó. Aunque no pudo evitar que la pinta de otro hincha cayera sobre ella.

— ¡Maldita sea otra vez! —rugió Bella, quien cerrando los ojos para no ver la sonrisa del bufón notó cómo el líquido volvía a recorrer su cuerpo, está vez erizándole hasta los pezones.

—Toma —ofreció Edward quitándose una sobrecamisa militar que dejaron al descubierto sus brazos fibrosos—. Ve al baño. Quítate tu camiseta y ponte ésta.

—Antes muerta, que ponerme eso —respondió mirándolo como la que mira un trapo sucio.

—Esta mujer es bastante desagradable —siseo en gaélico Edward a su amigo.

—Bella —señaló Rose en español, acercándose a ella—. ¿Qué miras? ¿La marca de la camisa? Este tío; por muy mal que te caiga, no tiene la culpa de que las cervezas cayeran sobre ti. Lo único que está intentando es ayudarte. Haz el favor de coger la maldita camisa y dejar de comportarte como una idiota malcriada.

Bella, impregnada en cerveza, no pudo decir que no. Sabía que aquello que hacía estaba mal. Pero la sonrisa profidén de aquel tipo la ponía enferma, por lo que cogiendo la camisa de malos modos y sin mirarle, se alejó hacía los aseos. Allí, tras medio discutir con su hermana, se puso la prenda y salió.

—No hace falta que me lo agradezcas —bromeó Edward al verla reaparecer.

—Te crees muy gracioso ¿verdad? —dijo Bella, y antes de pudiera responder indicó—: Cuando llegue al hotel la mandaré lavar. Mañana tendrás tu camisa intacta.

—No hace falta. No te lo he pedido.

—Sé muy bien lo que tengo que hacer.

—Lo dudo señorita —y clavándole sus impresionantes ojos verdes Edward dijo—. No sé ni me importa, si en tu extraño mundo elitista eres feliz. Pero aquí, en Escocia, las personas intentamos agradecer los detalles.

En ese momento apareció Emmett con cuatro pintas en la mano que dejó sobre una pequeña mesita circular que había ante ellos.

—Gracias Emmett—agradeció Rose.

—No hay de qué —se volvió hacia su amigo—. Edward, te presentaré a estás señoritas.

—No hace falta —gruñó Bella aún molesta por lo último que había escuchado.

—Mi nombre es Rose —no dejaba de lanzar miradas furtivas a su hermana, a la que sólo faltaba echar espumarajos por la boca—. La que te mira como un dóberman es Bella.

— ¡Rose! —protestó al escucharla.

—Pero tranquilo —prosiguió Emmett en gaélico—. Creo que no muerde.

—Encantado de no conocerte Lady Dóberman —saludó Edward con una ridícula sonrisa.

Ver su cara y en especial su boca abierta, hizo a Edward estallar en una sonora carcajada. No lo podía evitar. Esa señorita española era tan ridícula que en el fondo le hacía gracia. Pero aquella risa acabó tan rápido como empezó. Bella, humillada y enfadada, cogió una enorme pinta de cerveza de la mesa y antes de que Rose pudiera pararla se la tiró a la cara, quedando tan rociado de cerveza como lo estuvo ella momentos antes.

— ¡Bella, por Dios! —gritó su hermana al ver a Emmett interponerse entre aquellos dos titanes.

El duelo estaba servido.

—Por qué no te ríes ahora, tío listo —increpó Bella—. Llámame otra vez por ese ridículo nombre y te juro que te arruino la vida.

—Edward, relájate —advirtió Emmett viendo cómo éste miraba a aquella bruja.

—Quítate de en medio —murmuró empapado de cerveza.

— ¡Sí! —vociferó Bella sin ser conscientes de que todo el pub les miraban. Aquello había pasado a ser más divertido que el fútbol—. Quítate de en medio. No necesito que mentecatos como tú me protejan. Sé hacerlo sola.

—Bella —protestó Rose de nuevo en español. Eran el centro de atención—. Haz el favor de dejar de hacer el tonto, que aquí tenemos las de perder —pero al ver que su hermana ni la miraba susurró—: Mamá se disgustará mucho cuando salgamos en el telediario. Porque me temo que de aquí no salimos vivas.

Sin entender lo que aquélla había dicho, Emmett se retiró hacia un lado. Conocía a Edward y sabía que nunca haría nada a esa bruja. El problema era que no conocía a la española y su nivel de maldad.

—Oye —susurró Emmett—. ¿Tú hermana está loca?

—No te pases ni un pelo, amigo —advirtió Rose señalándole con el dedo.

—Tranquilo, Emmett. Bichos ridículos como éste no me causan ningún miedo.

Bella, con gesto furioso, le retaba. Nunca se había dejado apabullar por nadie y aquel idiota no iba a ser el primero.

—Si vuelves a llamarme por cualquier otro nombre que no sea el mío —advirtió Bella agarrando una nueva pinta de la mesa—, te juro que...

— ¿Sabes, princesita? —Interrumpió Edward, aceptando el reto—. Eres la menos indicada para decir eso. Me has llamado bufón, estúpido, y un sinfín de cosas más que no me apetece recordar, y...

Pero no pudo terminar la frase. Bella, con rabia, derramó una nueva pinta sobre él haciendo prorrumpir en carcajadas a todo el pub.

—Se acabaron las contemplaciones —bufó Edward y echándosela al hombro a pesar de los gritos de Bella que comenzó a golpearle sin piedad, salió del pub entre aplausos y vítores, seguidos por Rose y Emmett.

Una vez en la calle bajo la lluvia torrencial, Edward la dejó en el suelo. Momento que ella aprovechó para propinarle un puntapié en la espinilla que le hizo maldecir de dolor.

—Te mereces eso y más —gritó Bella al ver su gesto dolorido—. No vuelvas a poner tus sucias manos en mi, o te juro que...

— ¿O me juras qué? —vociferó Edward ante los ojos incrédulos de su amigo.

Nunca le había visto comportarse así con una mujer. En circunstancias normales, ante la primera provocación la habría ignorado. Si algo le sobraba a Edward, eran mujeres.

—Que si puedo ¡te mato! —escupió rabiosa al verle sonreír.

Al escuchar aquello, sin saber por qué, Edward de dos zancadas llegó hasta ella. Y ante los ojos incrédulos de Emmett y Rose, posó su mano en la nuca de Bella y atrayéndola hacia él, devoró aquellos insolentes labios con más pasión de la que en un principio quería demostrar.

—Si no lo veo, no lo creo —murmuró Rose al ver aquello.

—Perdona, Rose. Pero Edward... es mucho Edward —aclaró Emmett.

Ajena a los comentarios, Bella luchó por librarse de aquel bruto, pero poco a poco se fue paralizando. Nunca la habían besado de aquella manera. Y lo peor de todo, le gustaba.

De pronto Edward la soltó con la misma fuerza con que la había tomado, clavando sus insolentes ojos en ella, pero Bella, que nunca se rendía, subiendo con fuerza la rodilla, le propinó un fuerte golpe en la entrepierna que le hizo doblarse de dolor.

— ¡Te lo dije! Maldito escocés —gritó triunfadora. Y tras mirar a su hermana, quien por una vez no dijo nada, se marcharon hacia el hotel.

Emmett, todavía sorprendido por lo ocurrido, ayudó al dolorido Edward a incorporarse. Aquello había sido un golpe bajo. Muy, muy bajo.

—Maldita mujer. ¿Estás bien?

—No te preocupes —masculló Edward con serios problemas para incorporarse, y mirando cómo aquella bruja española se alejaba bajo la lluvia susurró—: Vuelvo a repetir «El que ríe el último, ríe mejor».

 

Capítulo 5: CAPÍTULO 4 Capítulo 7: CAPÍTULO 6

 
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