CAPÍTULO 4
Entrar en la casa de su niñez, aunque le costara reconocerlo, le gustaba. Conocía todas y cada uno de los rincones de aquel lugar como la palma de su mano. Sentarse en el sillón verde, mil veces tapizado, en cierto modo le proporcionaba tranquilidad.
Tras la anulación de su boda, la relación con su familia comenzó a ser lo que fue. Las tres mujeres chocaban, pero tenían a Jacob para poner paz de por medio.
Encendiéndose un cigarrillo, observó a su madre trastear en la cocina. Apenas le dio unas breves pinceladas sobre su próximo viaje a Escocia.
—Mamá, ¿te has cambiado de peinado?
—Sí tesoro. Ideas de Jacob —respondió tocándose coquetamente el cabello—. Me ha cortado el pelo como Diane Lane en la película Noches de tormenta. ¿Te gusta?
—Sí. Incluso te hace más joven.
—Gracias tesoro. Eso dicen.
— ¿Dicen? —preguntó Bella levantando una ceja.
—Oh, ya sabes. Las vecinas. Goyo el frutero. Mónica la pollera. Por cierto ¿Has visto esa película?
— ¿Cuál?
—Noches de Tormenta. El domingo fuimos Jacob y yo a verla. Es la última de Richard Gere ¡Oh Dios qué hombre! Y Diane Lane.
—No mamá. No tengo mucho tiempo para ver películas.
— ¡Es preciosa! Tienes que verla. Jacob y yo, lloramos como cosacos. Pero el Gere y la Lane están guapísimos.
Bella con el cigarrillo en la mano buscó alrededor.
—Mamá. ¿Dónde tienes un cenicero?
—Toma éste —dijo Reneé pasándole uno.
— ¡Mamá! ¿Cuántos ceniceros cogiste del Hotel?
—Creo que cinco —y sonriendo señaló—. Uno era para ti. Pero Jacob y Rose pensaron que no era buena idea.
—Pensaron bien —asintió Bella mirando el cenicero.
En ese momento se abrió la puerta de la calle. Eran Rose, Jacob y Óscar. Este último entró alegremente a saludar a Reneé, pero cuando quiso acercarse a Bella, ésta le echó de su lado. El perro la miró, casi parecía que se había entristecido por el rechazo ¡qué más daba!, pensó Bella. Sólo es un perro.
—Diane Lane —gritó Jacob—. Huele a tu sopa todo el portal —y mirando a sus amigas pidió opinión—. ¿A que es igualita que ella?
—Ah —bromeó Rose dándole un beso a su madre—. Pero, ¿no es usted Diane Lane?
Al escuchar las risas, Bella sonrió. Los había echado de menos. Más de lo que ella había estado dispuesta a reconocer, pero aún le era difícil llegar hasta ellos.
—Lavaos las manos que vamos a cenar —anuncio Reneé y mirando al perrazo murmuró—. Óscar. Ven conmigo. Te guardé el hueso del cocido del sábado.
Rose sonrió. La relación entre su madre y Óscar era magnifica. No podía decir lo mismo de Bella, quién le seguía rehuyendo.
—Lo que llevas —señaló Jacob de camino al baño—. Es imitación o es un Adolfo Domínguez de pata negra.
—Qué cosas dices —respondió Rose dejando su bandolera encima del sillón verde—. Pues claro que es de pata negra. Quien lo lleva es la divina.
—Ehhh... ¿Qué te pasa? —preguntó Bella a la vez que miraba a su hermana.
—Nada.
—Nada bueno —gritó Jacob desde el baño.
— ¡Cállate bocazas!
—Si ya sabía yo que algo te pasaba a ti —replicó Reneé con los cuatro platos en la mano—. Hija mía que soy tu madre y te he parido.
—Reneé. ¿También cogiste toallas del hotel? —preguntó Jacob sacando una en sus manos.
Al escuchar aquello la mujer se sonrojó. ¡Las toallas! No les había dicho nada a sus hijas.
—Vale. Vale. De acuerdo —asintió soltando los platos para volver a la cocina—. Estaban tan nuevas que no pude resistirme.
— ¡Mamá! —se quejaron al unísono.
—Venga. Venga —apremió Reneé para cambiar de tema. No quería hablar de ello—. Sentaos que la sopa se enfría.
Mientras Reneé servía la sopa Jacob observó el gesto taciturno de Rose. Lo estaba pasando mal. Y para hacerla sonreír con su habitual sentido del humor soltó un bombazo para horror de Bella.
—Creo que alguien muy glamoroso que se sienta aquí, hoy ha visitado el saloncito rosa de la señora Darcy.
Bella le miró con su mirada de doberman a punto de atacar ¿Por qué tenía que sacar ahora aquel tema? Al ver que su madre paraba de servir la sopa y la miraba a la espera de que contara aquello, tuvo que contestar.
—De acuerdo. He sido yo. Ella me dijo que estabas en la frutería de Goyo y que pasara a su casa hasta que llegaras.
— ¿Has saludado a su marido? —se mofó Jacob ante las risitas de Rose.
— ¡Tú qué crees! —respondió Bella con gesto serio.
— ¿Por qué no me lo habías comentado?
—Eso te lo digo yo —replicó Rose a quién le encantaba chinchar a su hermana—. Porque tendría que decirte que va a conocer a un Tauro y que vas a ser abuela de dos chiquillos.
— ¡Bendito sea Dios! —Gritó Reneé a punto de derramar la sopa—. ¿Estás embarazada cariño? ¡Oh qué ilusión!
—No mamá —negó con decisión mirando a su hermana—. No estoy embarazada. ¡Sólo me faltaba eso!
—Por lo visto —continuó Jacob—. Los posos del café han dicho que en un viaje conocerá al amor de su vida y quién sabe si será de la realeza.
—Sí claro —se mofó Rose ante la cara de perro de su hermana—. Y será conocida en el mundo entero, como el Don Periñon francés.
—Prefiero no decir cómo te conocerían a ti —espetó Bella.
—Tesoro. Antes me has contado que te ibas de viaje ¿verdad?
—Sí mamá. Pero mamá no...
—Y también —gritó Reneé asustando a los demás—. Que tienes que encontrar a un... ¿duque?
— ¿Duque? —Gritó levantándose Jacob— ¿Tienes que contratar al duque? ¿Nuestro duque? ¿Al morenazo malísimo, que está buenísimo y que todos los jueves me quita el sueño?
—Oh Diosss —suspiró Rose ante la cara de incredulidad de Bella—. Con lo bueno que está el San Silvestre. Dime ¿para qué anuncio le tienes que contratar?
— ¿Cómo termina la serie? —Gritó Jacob—. ¿Se casa con Catalina o se lo cepillan?
—Dime que terminan juntos —intervino Reneé al recordar la serie—. Juntos y siendo felices en un chalecito adosado con perro y niños.
—Lo dudo, Reneé —señaló Jacob—. Creo que se lo quieren cepillar.
— ¡Ostras Bella! —Aplaudió Rose—. Me tienes que traer una foto dedicada del duque.
Bella, al escuchar a aquellos tres maldijo en voz baja. ¿Por qué todo lo entendían al revés?
—Vamos a ver —aclaró echándose para atrás en la silla—. Yo no voy a contratar al duque. Voy a buscar a un conde.
—Da igual —rió Jacob—. Mientras esté tan bueno como el otro, me vale.
—Vamos a ver, mamá —prosiguió Bella—. Mi viaje a Escocia se debe a que tengo que «encontrar» a un imbécil que al parecer es conde, no duque, para que me firme un contrato que nos autorice a rodar en el castillo de Eilean Donan.
— ¿Has dicho Eilean Donan? —Exclamó Rose dejando la cuchara—. ¿El que sale en la película Los inmortales y en las novelas medievales que leo? Bueno, leíamos.
—Sí.
— ¿El de la película de James Bond El mundo nunca es suficiente? —preguntó Jacob incrédulo.
—Sí. El mismo —asintió poniendo los ojos en blanco.
— ¡Madre mía, qué pasada! —Añadió Rose—. Dime que puedo acompañarte.
—No.
—Por favor, por favor, Bella —rogó Rose.
—He dicho que no —sólo le faltaba a su hermana allí para molestar—. Voy por trabajo. No por placer.
—Eres una borde, por no decir algo peor ¿lo sabías? —gruñó su hermana.
—Sí, mona —espetó Bella—.Te encargas de recordármelo cada vez que me ves.
—La venita del cuello te delata, reina —señaló Jacob sonriendo.
—No empecemos —regañó Reneé. Sus hijas eran especialistas en discutir.
—Esta snob me sacas de mis casillas —y señalando a su hermana dijo—. No pretendo que me pagues el viaje. ¡Tengo mi dinero! No necesito tu ayuda para poder viajar ¡pedazo de estúpida! Incluso no te necesito para moverme por allí. Te recuerdo ¡tonta del culo! que soy tan bilingüe como tú.
—Rose —respondió Bella con seriedad—. Vuelve a insultarme y te acordarás.
—Bella, podías tirarte el rollo —insistió Jacob—. Para su nuevo libro le vendría fenomenal.
— ¡He dicho que no! No es el momento. Necesito estar concentrada al cien por cien para conseguir mi propósito —vociferó ganándose una dura mirada de su hermana.
—Eres menos profunda que un charco —señaló Rose.
—Pero vamos a ver —intermedio Reneé—. ¿De qué castillo estáis hablando?
—Mami. Te acuerdas de la película La boda de mi novia.
—No. Creo que no la he visto —dudó Reneé.
—Sí mami. Es esa en la que sale el doctor Derek Shepherd. El doctor macizo de Anatomía de Grey.
—Ah...sí. Ésa en la que él se da cuenta de que está enamorado de la morenita cuando ella se va a casar con un escocés rubio grandote.
— ¡Exacto, Diane Lane! —sonrió Jacob haciéndola sonreír.
—Mami —insistió Rose—. Me vendría de perlas visitar ese lugar, podría recopilar información para mi novela. Pero la idiota de tu hija no quiere que vaya con ella.
—Pero Bella, tesoro mío —murmuró Reneé—, si vas a ir ¿qué te cuesta llevar a tu hermana contigo?
—Es un viaje de negocios mamá. Ella sólo molestaría.
— ¿Me estás llamando mosca cojonera? —vociferó Rose.
—Oh Dios —suspiró Bella enfadada—. ¿Pero no te das cuenta de que el viaje es por trabajo?
— ¡Vete a la mierda! —gritó Rose.
—Tú delante para que no me pierda —respondió su hermana.
Al decir aquello, el silencio se apoderó del salón. Rose y Bella se retaban con la mirada mientras Reneé entendía ambas posiciones. Pero no quería decantarse por ninguna. Hiciera lo que hiciera estaría mal.
—Patrick Dempsey —habló finalmente Jacob para romper el hielo—. Así se llama ese bombón del doctor Shepherd. ¡Qué ojos tiene!
—Para ojos bonitos los de mi Paul Newman —susurró Reneé y tras un puchero comenzó a llorar.
—Mami, por favor —se quejó Rose poniendo los ojos en blanco—. ¡Otra vez no!
Reneé era una admiradora incondicional de Paul Newman. El actor americano con los ojos azules más enigmáticos del celuloide. Pero desde el día que se enteró de su muerte, por un cáncer de pulmón, no había parado de llorar.
Desde pequeñas siempre habían sido testigo de cómo su madre se desvivía por las películas de Newman. Su película preferida era La gata sobre el tejado de zinc, en la que tenía como compañera a Elizabeth Taylor. Era tal su fascinación por aquel actor, que encima de la televisión, junto a las fotos de Rose y Bella, había una de Paul Newman.
—Ainsss, mi Diane Lane lo llorona que es —sonrió Jacob levantándose para achucharla. Adoraba a Reneé.
—Por favor, mamá. No llores por tonterías —resopló Bella dándole unas palmaditas.
—Me voy —dijo de pronto Rose y antes de que ninguno pudiera decir nada, cogió su bandolera y salió por la puerta, dejando también a Óscar sorprendido.
—Pero ¿qué bicho le ha picado ahora a ésta? —preguntó Bella.
—No lo está pasando bien —informó Jacob.
—Es por Joao ¿verdad? —preguntó Reneé levantándose. Al ver que Jacob asentía abrió la puerta de la calle y salió tras su hija.
—Me dijo que había roto hace un par de meses —indicó Bella extrañada.
En todo aquel tiempo, nunca había hablado en profundidad con su hermana sobre Joao. Pero su última información era que el tema estaba zanjado.
—Lo hizo. Pero hace veinte días el muy imbécil se presentó en la puerta de su casa y bueno... imagínate.
— ¿Qué me tengo que imaginar?
—Le dio otra oportunidad —gesticuló Jacob—. Una más de todas las que hasta el momento le ha dado. Pero la semana pasada Rose se enteró que Joao está casado y había sido padre.
— ¡¿Cómo dices?!
—Mira, Bella. Rose me va a matar por haberme ido de la lengua.
—Te mataré yo si no me lo cuentas.
—Joder, Bella. Ella lo está pasando mal. Ha intentado dejarle cientos de veces pero no sé qué tiene ese tío que una y otra vez consigue que vuelva con él.
—Pensaba que Rose era más lista —susurró furiosa. Si tuviera delante al idiota de Joao, sería ahora ella quien le retorciera lo que tenía entre las piernas.
—Lo es —la defendió Jacob—. Pero ese tío, con su palabrería y su sonrisa de pasta dentífrica, sabe cómo manejarla. Entre tú y yo. Rose necesita alejarse de ese gilipollas antes de que le arruine la vida. Y Bella, tú puedes hacerlo. Llévatela a Escocia. Allí ese imbécil no la podrá localizar. Será aire fresco para ella. Lo necesita.
En ese momento se abrió la puerta de la calle. Era Reneé.
—No la he visto —dijo con preocupación, tocando la cabeza de Óscar—. Esta muchacha me preocupa mucho. Ese Joao no es buena compañía. No me gusta.
—Reneé, le he contado a Bella la verdad sobre Joao.
—Mamá, ¿por qué no me lo habíais contado?
—Rose no quería —declaró su madre sentándose junto a ella—. Decía que bastantes problemas tenías tú como para cargarte con alguno más.
—Vaya una tonta —murmuró Bella. Adoraba a su hermana, aunque la sacara de sus casillas.
La puerta se abrió por segunda vez. Era Rose, y Óscar se lanzó a lamerle la cara.
—Bueno —dijo indecisa mirando la cara de aquellos tres—. Os pido perdón por irme de esa manera pero es que...
—Rose —interrumpió Bella sorprendiéndolos a todos—. ¿Sigue apeteciéndote acompañarme a Escocia?
* * *
El avión rumbo a Edimburgo despegó con puntualidad a las 8:20 horas. Sentada en su cómodo butacón, Bella maldecía el momento de debilidad que tuvo con su hermana. Desde que subió en el avión y vio que se sentaban en Business Class, no había parado de protestar.
— ¡Qué clasismo, por Dios! Y eso que es un viaje de menos de una horas —se quejó Rose.
—Azafata —llamó Bella. Necesitaba tomar algo. No podía con Rose—. Tráigame un zumo o una Coca-Cola Zero.
—Si no le importa esperar un momentito —sonrió la azafata con amabilidad—. Enseguida comenzaremos a servir las bebidas.
—Sí. Me importa esperar —ladró Bella ante el asombro de su hermana—. Tráigame la bebida. ¡Ya!
La azafata sin decir más, se dio la vuelta, y con tranquilidad se alejó hacía la cabina.
—Bella, ¡qué horror! —Se quejó Rose—. La pobre sólo te ha dicho que esperaras un segundito.
—Pago Business Class para no tener que esperar.
Dos minutos después, la azafata apareció con dos zumos de naranja y unos panchitos. Con una falsa sonrisa, se los entregó y se alejó.
—Podías haberle dado las gracias.
— ¿Por qué? —Soltó sin dejar de mirar el periódico—. Sólo ha cumplido con su trabajo.
El resto del viaje Bella estuvo distraída con unos papeles. Necesitaba tener claro todo lo referente al contrato antes de la reunión que milagrosamente había concertado con el conde. Rose, aburrida, se levantó y al ir hacia el servicio vio en clase turista a Tomas y Marie, los veterinarios que colaboraban como ella en algunas perreras. Éstos, al verla, le hicieron que se sentara en el asiento libre que había junto a ellos. Rose solo volvió junto a su hermana cuando el avión estaba a punto de aterrizar.
Una vez recogidas las maletas y cargadas en la limusina por el chófer, Bella, con gesto serio, observó cómo Rose continuaba hablando con sus amigos. Quería marcharse del aeropuerto, pero su hermana parecía no tener prisa y seguía hablando con aquellos mochileros.
— ¿De verdad era esto antes un aeropuerto militar?
—Sí —respondió Marie, quién resultó tener familia escocesa—. Mis abuelos aún le llaman el aeródromo de Turnhouse. Por cierto, ¿hasta cuándo estaréis aquí?
—No lo sé —respondió Rose—. Todo depende de cómo se le dé a mi hermana en su curro.
—Nosotros todos los años llegamos el 17 de octubre —indicó Tomas— y regresamos a Londres tras pasar la noche de brujas.
—Mañana es San Lucas, el santo de mi abuelo —sonrió Marie—. Aunque también podéis oír que lo llaman «el día de las tortas agrias».
— ¿Por qué? —sonrió divertida Rose.
—Porque por lo visto las tortas que se comían eran con crema agria en Rutherglen —añadió Tomas—. Ya sabéis, cosas de escoceses.
—Si estáis aquí para la noche de brujas, llamadnos —señaló Marie, apuntando su teléfono en un trozo de papel—. Es una noche muy divertida.
—Disculpadme —intervino Bella, dejando de manifiesto su incomodidad—. Tengo prisa. El coche está esperando.
La diferencia en la indumentaria que había entre ella y los otros tres era abismal. Mientras que ella iba vestida con un traje de chaqueta oscuro Chanel, un abrigo largo de cuero de Yves Saint-Laurent, gafas Prada, botines de Moschino y un moño alto. Los otros iban con vaqueros, cazadoras tipo bomber y mochila.
— ¿Para qué zona vais? —preguntó Rose, ganándose una mirada hosca de su hermana que no pasó desapercibida para Tomas.
—Hacía Holyrood Park. ¿Y vosotras?
—Creo que al Hotel Glasshouse.
—The Glasshouse Boutique Hotel —Silbó Marie impresionada. —. ¡Vaya! Qué lujazo. Ese hotel es una pasada. Está en la Place Greenside.
— ¿Lo conoces? —sonrió Rose.
—Sí. Está cerca de la casa de mis abuelos.
—Oye —invitó alegremente Rose—, veniros con nosotras. Os acercaremos.
—No es posible. Tengo prisa y no podemos andar parando —soltó Bella, dejando a su hermana con la boca abierta. ¿Cómo podía ser tan borde?
—No te preocupes —contestó Tomas mirando al chófer que con la puerta abierta esperaba. Y agarrando las mochilas dijo—: Cogeremos el autobús. Hasta pronto Rose.
Sin más, Rose vio cómo aquellos amigos se marchaban. No era justo. Su hermana no era justa.
— ¿Sabes que eres una tía muy desagradable?
— ¿Me lo dices o me lo cuentas? —respondió Bella metiéndose en el cochazo.
—Te lo narro —contestó Rose enfadada.
Una vez arrancó el chófer, comenzaron a discutir, y así continuaban cuando el coche paró ante el Hotel Glasshouse.
Rose, con ganas de ahogar a su hermana, bajó tras ella. ¡Era insoportable! Pero se quedó sin palabras al ver la fachada del hotel.
El Hotel Glasshouse, era la antigua iglesia Lady Glenorchy y contaba con 150 años de antigüedad. Su dueño había sabido combinar con elegancia, la fachada antigua de la iglesia con una moderna estructura de acero y cristal, consiguiendo una elegante y depurada fachada contemporánea, donde se fusionaban el pasado y futuro de aquel lugar.
—Es impresionante ¿verdad? —preguntó Bella al ver la cara de su hermana.
—Sí, ¡flipante! —asintió, mientras sentía la lluvia en la cara.
—Vayamos dentro —dijo comenzando a andar mientras el chófer, aún mareado por el viaje que le habían dado, abría la portezuela trasera. El botones cargaría las maletas—. Esta odiosa lluvia escocesa me va a estropear los botines.
— ¡Dios mío! —susurró Rose, parándose para clavar su mirada en un tipo que reía a mandíbula abierta por lo que otro le estaba contando—. Y luego dicen que los monumentos no andan.
— ¿Qué dices?
—El zanahorio del pelo cobrizo —susurró recorriendo sin ningún pudor el cuerpo de aquel hombre algo desaliñado—. Imagínatelo vestido con una faldita de highlander sobre un caballo negro. ¡Madre del amor hermoso!
—Pero, ¿de qué hablas? —Preguntó Bella mirando a dos hombres enormes que a pesar del frío, caminaban en polos de manga corta con la insignia del hotel—. ¿Esos horteras? Bah...menuda vulgaridad. Son obreros. Mira sus pintas.
—De verdad, hija mía —dijo despertando de su sueño escocés—. Cualquiera que te escuche pensaría que desciendes de los Windsor. Cuando eres una Swan. Descendiente de simples pero honrados obreros. No de príncipes.
—Perdona que te diga, bonita —replicó Bella, preocupada por sus botines—. Pero el que sea descendiente de obreros no significa que tenga que fijarme sólo en ellos. Además, esos dos son horrorosos. ¡Qué pintas!
—Tienes el gusto de un calamar adobao, hija mía —y señalando de nuevo a los hombres que ahora las miraban, dijo tras pestañear al de pelo cobrizo—. Pero ¿tú has visto que dos monumentos?
Con mal gesto Bella les volvió a mirar, chocando sus ojos con el más alto quien, con descaro, también la miró mientras seguía riendo por algo divertidísimo que debía estar contando el otro.
— ¡Paletos! —susurró al sentirse objeto de sus risas.
En ese momento el botones del hotel, por la prisa de atenderlas, pisó en falso, resbaló y cayó de bruces ante ellas, quedando inmóvil bajo la lluvia.
Con celeridad, el chófer y Rose acudieron a auxiliarle, mientras Bella corría para resguardarse de la lluvia. Segundos después, varios trabajadores del hotel se hicieron cargo del muchacho, quien parecía recuperar la conciencia.
—Pobrecillo —musitó Rose empapada—. Menudo castañazo se ha dado. Le van a tener que dar puntos en la frente.
—Por mí como si le cosen todo el cuerpo —contestó de mal humor, y mirando a la muchacha de recepción gritó en perfecto inglés—. ¡Recepcionista! Haga el favor de decirle a alguno de sus compañeros que salga a por nuestro equipaje. Sigue bajo la lluvia.
—Un segundo, señora —señaló la muchacha mientras atendía a otros clientes—. En cuanto regresen saldrán a recogerlo.
— ¿Por qué esperar? —insistió dejando a Rose boquiabierta—. ¿Acaso usted no puede salir? Mi maleta es de Versace y como se estropee voy a pedir daños y perjuicios al hotel.
—Lo siento, señora —repitió la muchacha—. No puedo abandonar la recepción en este momento. Discúlpeme.
—Bella, no te pongas así —murmuró Rose avergonzada—. Iré yo a por ellas.
— ¡No se te ocurra moverte de aquí! —gruñó con severidad.
— ¿Qué ocurre, Cindy? —dijo una voz profunda tras ellas.
—La señora —respondió la recepcionista asustada—. Quiere que alguien recoja su equipaje pero no hay nadie disponible en este momento.
El que había preguntado con un aterciopelado acento escocés era el mismo hombre que segundos antes había conectado con su mirada. Aquel hombretón que junto al otro reía a carcajadas. Ambos estaban ahora allí.
—Pandilla de ineptos —gruñó Bella, y al ver en sus polos el logotipo del hotel dijo—. Ustedes son del hotel ¿verdad?
—Puede decirse que sí —respondió el de pelo cobrizo guiñando un ojo a Rose que la sonrojó.
—Sí. Somos gente del hotel —asintió el más alto mesándose el mojado pelo hacia atrás. Mientras con curiosidad observaba a aquella morena con cara de enfado.
—Hagan el favor de salir a recoger nuestro equipaje. ¡Ahora mismo! Si no quieren meterse en graves problemas —ordenó Bella con la vena del cuello a punto de explotar.
Los hombres, tras escucharla, se miraron y dejándola pasmada se echaron a reír. «Serán descarados», pensó mientras la recepcionista pasaba por todos los colores del arco iris.
—Señora. Discúlpenos —contestó el más alto, quién parecía tener prisa—. Estamos de vacaciones y nuestra jornada laboral no comienza hasta el lunes.
— ¡Esto es increíble! —vociferó más enfadada. Y mirando a la recepcionista exigió—. Llame ahora mismo al director del hotel. ¡Quiero hablar con él!
—Señora él...
—Tranquila, Cindy preciosa —volvió a decir el alto con tranquilidad a una asustada muchacha—. No hace falta que le avises. Saldré yo mismo por las maletas de esta clienta tan amable.
Volviéndose hacia su amigo dijo algo en gaélico que Bella no pudo captar. Aunque entendió la cara de guasa de aquél.
¡Estúpidos!
—Por la cuenta que le trae —espetó Bella con rabia, retirándose un mechón de la cara—. Espero que salga por mi maleta de Versace. ¡Ya! Si no quiere estar mañana en el paro.
—Bella —regañó Rose en inglés al escucharla—. Te estás pasando tres pueblos.
—Mire señora... —comenzó a decir el del pelo cobrizo.
— ¡Señorita! —corrigió con altivez.
—De acuerdo —asintió con paciencia—. Le iba a decir, señorita, que nosotros se la recogeremos encantados, aunque...
— ¿Me está diciendo señorita —le interrumpió el más alto, clavando su verde mirada en ella—, que me va a mandar al paro por no recoger su maleta, cuando ni siquiera estoy en mi horario de trabajo?
—Soy amiga íntima del conde Edward Cullen —mintió, acercándose intimidatoriamente a aquél con las manos en las caderas. Y clavando sus rasgados ojos negros en aquéllos que la retaban sentenció—: Le puedo asegurar ¡estúpido! que en el momento que cuente lo ocurrido, usted y su amiguito saldrán de aquí en menos que canta un gallo.
—Emmett —dijo aquel hombre volviéndose hacia su compañero—. Será mejor que salgas a por la maleta de la señorita, si no queremos meternos en problemas.
—De acuerdo —asintió su compañero, pero cuando parecía que iba a salir, dándose la vuelta dijo—. Pero, ¿por qué no me acompañas tú?
—Estoy empapado, tío —se excusó dejando boquiabierta a Bella.
—Yo también —contestó el otro, que intentó no reír al ver la cara de diversión de Rose—. Y sabes que me resfrío con facilidad.
—Es verdad —asintió Edward rascándose la cabeza—. Pero la maleta de la señorita es de Versace.
— ¿Y la otra? —preguntó con guasa el otro gigante, mientras salían.
—La otra es del mercadillo de mi barrio —respondió Rose ganándose una nueva mirada de su hermana.
Aquellos dos eran muy graciosos. ¿Por qué no lo veía Bella?
— ¡Estos tíos son anormales! —susurró Bella a punto de estallar.
—Tranquila, Bella —y señalándole el cuello dijo—. La vena te va a explotar.
Incrédula por lo que ocurría, Bella les observó salir, Momento en que el móvil le vibró.
Era Mike.
¡El que faltaba!
Maldiciendo, cortó la llamada, mientras aquellos estúpidos escoceses con una pasmosidad que le corroía las entrañas, llegaban hasta el equipaje y bajo el aguacero, parecían pelearse. Ambos querían llevar la pequeña mochila de Rose, no el maletón de Versace.
—No te enfades Bella, pero si son muy cómicos.
— ¡Son gilipollas profundos! —bufó cortando de nuevo otra llamada de Mike. Momento en que aquellos idiotas entraban como recién salidos de la ducha.
—Su mochila —indicó con gesto amable Emmett a Rose.
—Gracias —respondió ésta con una sonrisa.
—Aquí tiene, señorita. Su maleta de Versace —dijo el alto, soltándola ante Bella, y mirando a la recepcionista pregunto en un tono cariñoso—. Cindy preciosa. ¿Las señoritas han hecho ya el check-in?
—No, todavía no.
—Por favor —indicó Edward cómicamente, casi con reverencia—. Serían tan amables de verificar su reserva.
—Por supuesto —siseó Bella, y dando un manotazo que tiró hacia atrás a Edward, le gritó—. Tú debes de ser el bufón del hotel ¿verdad?
—Acertada apreciación señorita —espetó Edward mirándola con desprecio.
« ¡Qué mujer más desagradable!», pensó barriéndola con la mirada.
—Quítate de en medio ¡estúpido! —Bufó harta de escucharle decir señorita de aquella forma—. Mañana estarás despedido.
Rose, al escuchar aquello, no pudo callar. ¿Pero no se daba cuenta su hermana que aquel comportamiento lo estaba provocando ella? Decidida a decirle algo, le habló en español, así ellos no la entenderían.
—Pero Bella, ¿cómo que mañana estará despedido? No puedes hacer eso. La gente necesita trabajar para comer. ¿No te das cuenta de cómo tratas a todo el mundo? Este hombre sólo te está respondiendo en los mismos términos que tú le hablas. Incluso con más educación. De momento no te ha insultado. Tú a él, sí.
—Cuando hablas de hombre, ¿te refieres a esto? —indicó señalando a Edward, quién estaba calado hasta los huesos—. ¿Sabes Rose? Para decir esas chorradas, mejor mantén la boca cerrada, o te puedo asegurar que al final terminaremos discutiendo tú y yo.
—Eres una amargada y una auténtica bruja. Te encanta pisotear a la gente por el simple hecho de creerte más que nadie. Cuando no eres más que una... una...
—Como te diga yo lo que tú eres —dijo sonriendo con maldad—. La vamos a tener.
—Jur...Jur ¡Qué miedo! —y sacando su chulería de barrio la desafió—. Si tienes narices. ¡Dímelo!
Incrédulos, Emmett, Edward y Cindy las observaban.
¿Qué había pasado?
¿Por qué discutían entre ellas?
Rose, hastiada por los modales de su hermana, explotó, y salieron por su boca sapos y culebras. ¿Acaso aquella pija se creía la reina del mundo?
Para Bella, el día iba de mal en peor. La tensión del viaje. Las continuas llamadas de Mike. Las quejas de su hermana y el teatro de aquellos cromañones habían acabado con su inexistente paciencia.
— ¿Pero qué les ocurre a estas mujeres? —preguntó Emmett acercándose a Edward.
—No lo sé —respondió con curiosidad, sin entender ni comprender nada—. Pero por su manera de mover las manos parecen italianas o españolas.
—La del pelo más claro —indicó Emmett, viendo a Rose levantar los brazos hacia el cielo—. Parece amable y desde luego es valiente para enfrentarse a la otra. Pero la morena ufff... la morena.
—La morena es insoportable —dijo con desprecio Edward, viendo a Bella mover las manos como una histérica ante Rose—. Es la mujer más maleducada, prepotente y estúpida con la que me he cruzado en mi vida. Alimañas como ésa son las que te sacan hasta la sangre y te dejan sin nada.
De pronto tras un grito de Bella, Rose calló. Durante unos segundos se retaron con la mirada, hasta que Rose, muy enfadada, se agachó, cogió su mochila y salió del hotel sin mirar atrás.
Bella, al comprobar el arranque de su hermana y verla parada bajo la lluvia, fue hacia ella e intentó hacerla recapacitar
¿Qué estaba haciendo?
¿Por qué siempre se comportaba así con las personas que la querían?
—Rose, espera.
—Vete a la mierda —contestó bajo la lluvia—. Te recuerdo que tus botines Moschino se están mojando.
—Rose, por favor.
—Eres la persona... —escupió con rabia volviéndose hacía ella—. La persona más insensible, egoísta y estúpida que he conocido en mi vida. Nunca. Repito: ¡Nunca!, sería capaz de decirte las cosas tan dolorosas que tú me dices. Y puedo. ¡Tú lo sabes! Pero no tengo tu maldad ni tu verborrea para dañar. ¿Acaso crees que la vida es fácil para mí, estúpida insensible?, ¿acaso crees que ser la hermana perdedora de Bella Swan es fácil? —y comenzando a llorar mientras las gotas de lluvia le corrían por la cara dijo—. Tienes razón. ¡Maldita sea! Tú, mamá y Jacob tenéis razón. Soy la jodida amante de Joao. Una mujer que vive de la mentira y que recoge las migajas que ese innombrable le da. ¿Acaso crees que eso me hace feliz?
—No. No te hace feliz —respondió sintiéndose la peor hermana del mundo. ¿Cómo le había podido decir aquello?
—Le quiero y le odio —sollozó sintiendo que el corazón se le partía—. Y aunque no me creas, he intentado cientos de veces romper con él. Pero yo... yo...
No pudo proseguir, el llanto le invadió su cuerpo, y al ver los brazos abiertos de su hermana no lo dudó, y corrió a cobijarse en ellos.
—Shhhhh, no llores —suplicó Bella dolorida—. Por favor, perdóname.
—Sabes que estás perdonada. Pero odio tu insensibilidad y tu egoísmo. En el mundo, además de ti, existen millones de personas que luchan por salir adelante sin tener la suerte profesional que has tenido tú.
—Lo sé. Tienes razón. Sólo puedo prometer que intentaré cambiar —e intentando hacerla sonreír añadió—. Y ese mequetrefe de Joao no volverá a hacerte sufrir o te juro que seré yo quien le retuerza eso que tanto mima de su hombría.
—Se llama polla, Bella —sonrió al notar cómo el agua resbalaba por su cara—. Hasta para decir algo así buscas palabras complicadas. Di: ¡Polla!
— ¿Para qué lo voy a decir si ya sabes a qué me refiero?
—Porque necesito escuchar a mi hermana. A esa Bella que llamaba a las cosas por su nombre. No a la Bella exigente que usa y bebe palabras light.
—Vale... vale —y mirando a su hermana, sin importarle los botines dijo torciendo un poco la boca—. Te prometo Rose que si el pedazo de cabrón de Joao vuelve a molestarte, le voy a retorcer la polla de tal manera, que ni su puta madre lo va a reconocer cuando acabe con él.
—Ésa es mi Bella —se carcajeó Rose haciendo reír a su hermana—. Sí. Sí. ¡Ésa es mi Bella!
Como testigos de excepción, Emmett y Edward las observaban a través de los cristales. Aquellas dos locas que minutos antes se chillaban, ahora estaban muertas de risa bajo un aguacero, que casi les impedía respirar.
—Entremos Bella —murmuró Rose al ver que las observaban un par de curiosos—. Tengo caladas hasta las bragas. Por hoy ya hemos hecho bastante el ridículo.
—Tienes razón —y mirando hacia el hotel comentó—. Sólo espero que el bufón se quede calladito o le tendré que retorcer la... ¡polla!
Aquello volvió a hacerlas reír, y con paso seguro entraron empapadas hasta la recepción parándose frente a Cindy, quien con cara de susto las miró.
—Tengo una reserva a nombre de Isabella Swan.
—Así es —asintió la muchacha, a quién le temblaba el pulso—. Por favor, rellene este papel —indicó dándole una pequeña carpeta, desapareciendo dentro de un despachito.
— ¿Es sensación mía, o esta mujer nos huye?
—No me extraña —sonrió Rose temblando de frío—. Con la que hemos montado. El día que nos vayamos del hotel hacen Fiesta Nacional.
Tras sonreír por aquel comentario, sin querer mirar hacia atrás, Bella se volvió a retirar el pelo de la cara. Sentía los ojos del bufón observándola a una distancia prudencial. Algo que agradeció. No le apetecía discutir. Y no quería pensar en su pinta. ¡Menos mal que el maquillaje era resistente al agua!
Cuando fue a coger el bolígrafo para rellenar los papeles, no podía. Tenía tanto frío y estaba tan mojada que era incapaz de retener el bolígrafo más de dos segundos en la mano. Por el rabillo del ojo miró a Rose. Pensó en pedirle ayuda, pero al ver cómo temblaba, se dio cuenta que estaban en la misma situación.
—Si me permite, yo le puedo ayudar —era el bufón. ¿Por qué tenía que ser él?
Pero tras mirar a su hermana, decidió aceptar aquella oferta, y pasándole el bolígrafo y los papeles empapados, comenzó a rellenarlos con los datos que ella le dictaba.
Edward, atraído cómo un imán por aquella espantosa mujer, de pronto, sin saber por qué, se vio ofreciéndole su ayuda. Al ser más alto, pudo observarla sin ser observado. Ella no le miró ni una sola vez. Sólo respondía con voz neutra y cansada. Aquella loca tenía el pelo empapado, enmarañado y pegado a la cara. Y a pesar de parecer un pollito mojado, el encanto que vio en ella le fascinó. No era una mujer despampanante de esas que paraban el tráfico o pasaban por su cama. Era diferente. Su piel le recordaba el color de los melocotones maduros. Su boca, sin llegar a ser voluptuosa, era apetecible, morbosa. Pero su mirada desafiante y sus ojos negros le atrajeron por su intensidad. Una intensidad que le excitó. Una intensidad que le gustaría probar.
Una vez concluido el formulario, Edward lo dejó encima del mostrador y sin decir nada, se alejó con Emmett, que le esperaba hablando con otros trabajadores.
—Le podías haber dado las gracias —susurró Rose temblando.
—No me ha dado tiempo —se disculpó, y al ver a Cindy salir del despacho susurró —: Por Dios. A ver si nos dan la habitación. Necesitamos cambiarnos de ropa urgentemente.
—Una ducha calentita, ¡por favor!
—Señorita Swan —comenzó a decir la muchacha—. No sé cómo decirle esto. Pero las normas del hotel impiden el acceso a la habitación hasta las 14:00 horas.
— ¡¿Cómo?! —gritaron las dos al unísono.
—La suite que tienen contratada, están acabando de limpiarla —se disculpó la muchacha.
— ¿Me está diciendo —vociferó Bella, notando que la sangre comenzaba de nuevo a bombear con fuerza su vena del cuello—, que tenemos que esperar, empapadas, muertas de frío y congeladas una hora y media?
— ¡Joder! —se quejó Rose y mirando alrededor comentó—. ¿Dónde está la cámara oculta?
—Yo lo siento, pero...
—No. No lo sienta —gruñó Bella—. ¡Arréglelo!
— ¿Qué ocurre, Cindy? —preguntó de nuevo la voz de Edward. Y por el rabillo del ojo vio a aquellos dos gigantes de nuevo tras ellas. ¡Qué pesados!
—El que faltaba —protestó Bella.
—Las normas indican que hasta las 14:00 horas no pueden entrar en la habitación —señaló la recepcionista.
— ¿Acaso no ven que necesitamos cambiarnos de ropa y tomar una ducha caliente? —se quejó Rose.
—Sí, señorita —asintió Emmett—. Tiene toda la razón.
—Podemos ayudarlas —indicó Edward apoyado en la recepción— ¿Cómo? —preguntó Rose ante la pasividad de su hermana.
—Si la señorita española —comenzó a decir Edward, consiguiendo que Bella le mirase—, nos pide disculpas por sus malos modales, sus insultos, y promete no decir nada de lo ocurrido al Conde Cullen... nosotros podríamos hacer que esa habitación la ocuparan en pocos minutos.
—Semejante osadía... —murmuró Bella dándole la espalda.
—Bella. Controla la venita. Que te veo venir.
—Esto es lo más surrealista que me ha pasado en la vida. Te lo juro, Rose.
—No lo dudo hija, no lo dudo —asintió mirando a Edward.
—Y ahora este bufón pretende que yo le pida disculpas. Ni hablar.
—Vámonos Emmett —dijo Edward dándose la vuelta—. ¡Que se congelen! La señorita prefiere esperar hasta las dos de la tarde.
— ¡No! —gritó Rose cogiendo del brazo a Emmett, quien al sentir su mano congelada sobre su piel se compadeció—. Tenemos frío y necesitamos una ducha.
— ¡Edward, espera! —Gritó Emmett comenzando a hablar en gaélico—. Deja de hacerte el duro y haz el favor de permitir que estas mujeres se duchen y cambien de ropa. No seas cabezón. Si luego se resfrían nos sentiremos culpables.
—Esa mala bruja y su mal genio no podrán conmigo. O pide disculpas, o no muevo un dedo por ellas.
— ¿Podrían hablar en inglés? —protestó Bella. Odiaba no enterarse.
—Disculpe —dijo Emmett a la morena—. ¿Se lo ha pensado mejor?
— ¡Ja! Antes muerta —contestó Bella muy digna.
—Mi paciencia no es muy grande —informó Edward con voz arrogante—. ¡Mi tiempo es oro, señorita!
—Bella ¡joder! —Protestó ahora Rose en español—. Bájate de la burra para que podamos entrar en calor —y señalando a los dos hombres que ante ellas esperaban dijo—, no ves que estos dos machomanes sólo necesitan que alimentes sus egos de machitos.
—Odio alimentar la autoestima de machitos como éstos.
—Si no les importa —ahora protestó Edward—. ¿Podrían hablar en inglés?
—De acuerdo —asintió Rose, y mirando a Emmett con una sonrisa dijo—: Sólo hemos hecho lo que ustedes. Comunicarnos entre nosotras.
—Lo entiendo —asintió este con sonrisa bobalicona que hizo que Edward le diera un empujón para espabilarle.
—Mire señor —comenzó a decirle Rose a Edward mientras le castañeaban los dientes—. Mi hermana y yo le pedimos disculpas por todo. Y no se preocupe. No le dirá nada al conde.
—Lo tiene que decir ella —señaló Edward taciturno. A cabezón no le ganaba nadie.
—Bella. ¡Joder! Me muero de frío.
—De acuerdo —asintió. Lo hacia por su hermana—. Les pido disculpas.
—Tiene que decir por qué —indicó Edward enfadado.
—Les pido disculpas por mis insultos y por mi mal carácter.
—Falta algo —intervino de nuevo Edward, al ver cómo ésta cerraba los puños. Iba a explotar—. Tiene que prometernos que no dirá nada al conde Cullen. Necesitamos este trabajo.
—Les prometo que no diré nada al conde —acabó Bella, mirándole con odio—. ¿Algo más?
—No, señorita española —siseó Edward dándose la vuelta—. Nada más. Disfrute de sus vacaciones en Escocia.
Bella, sin quitarle los ojos de encima, vio cómo aquel cromañón desaparecía por el hall.
—Fíjate cómo anda, parece el dueño del hotel —señaló Bella.
Pocos segundos después apareció con un muchacho, quien tras saludarlas montó sus maletas en el carrito del hotel.
—Te juro que como se vuelva a dirigir a mí, le arranco la cabeza.
—Tranquila —sonrió Rose—. No creo que tenga ganas.
A diferencia de la sonrisa bobalicona de Emmett, Edward ni la miró cuando pasó por su lado. Aquella indiferencia le molestó. Nadie la había tratado nunca así.
—Señoritas Swan —llamó Cindy a quien el color le había vuelto a las mejillas—. Si son tan amables. El botones las llevara hasta su suite.
—Gracias —sonrió Rose con amabilidad, y tras intercambiar una sonrisa con Emmett, fue tras su hermana.
Sin mirar atrás y con la altivez de una reina, Bella entró en el ascensor. Era consciente de la mirada que la seguía y del reguero de agua que ambas iban dejando a su paso. ¡Qué situación más bochornosa!
—Creo que nosotros también nos merecemos una buena ducha —se carcajeó Emmett al ver el enfado de su amigo.
— ¿Sabes Emmett? A la señorita Versace nadie le ha enseñado eso de: «quien ríe el último, ríe mejor».
Pocos minutos después el ascensor se paró en el tercer piso, donde el botones, tras introducir su equipaje en el interior de una impresionante suite, se marchó.
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