CAPÍTULO 24
En la granja, Ona y Alice preparaban un pastel de carne, mientras observaban intranquilas cómo Edward regresaba de dar un paseo. Había llegado de Edimburgo aquella misma mañana, con el mismo humor con el que se fue. Ona y Alice, felices por el plan de Bella, intentaban disimular la sonrisa, aunque a Ona se le estaba consumiendo el corazón al ver cómo su nieto sufría.
Silencioso y poco comunicativo, Edward entró en la casa y tras pasar por su habitación, volvió a la cocina.
—Qué guapo te has puesto hoy, cielo —señaló su abuela.
— ¿Para qué bajas esa maleta? —preguntó Alice.
—Ona —murmuró Edward— me voy a marchar de viaje a México.
— ¿Cuándo, hijo?
—En diez minutos salgo para Aberdeen.
Al escuchar aquello las dos se miraron sorprendidas. ¡No podía marcharse! Bella había organizado un plan para reunirse con él en un par de días. ¿Qué podían hacer? Deberían avisar a Bella, pero no había manera. No tenían teléfono.
— ¿Por qué te vas? —preguntó Alice.
— ¿Cómo que te vas de viaje? —Señaló Ona—. ¿Cuándo lo has decidido?
—Anoche —asintió y tomó un trozo de pan—. Tengo un par de amigos que visitar y creo que éste es un buen momento para hacerlo.
—No —respondió la muchacha—. No lo es.
—Estoy de acuerdo con Alice.
Edward, extrañado de que Alice interviniera en una conversación, la miró.
— ¿Por qué dices eso?
—Bueno... es que... —tartamudeó la muchacha.
—En dos días es fin de año —intervino la anciana dejando el pastel— y no quiero privarme de tu compañía.
En ese momento se escuchó el ruido de un motor, y con alivió Alice y Ona vieron que se trataba del coche de Emmett.
— ¿Sabe Emmett que te vas?
—Sí.
Al mirar por la ventana Edward sonrió al ver regresar juntos a aquellos dos. «Por lo menos algo salió bien de todo este lío» pensó con tristeza.
—Buenos días a todos —saludó Rose con una radiante sonrisa.
—Buenos días, amores —sonrió Ona, y cogiendo a Rose por el brazo dijo—: Ven. Tengo que enseñarte lo que compré el otro día en Dornie.
—Ona —rió Emmett— Te estás volviendo una compradora compulsiva.
—Oh, ¡cállate! —regañó la anciana.
—Voy con vosotras —se levantó Alice.
Tras besar a Emmett y coger un pedazo de pan recién hecho, Rose con disimulo salió de la habitación, y al quedar solas las tres, Ona y Alice comenzaron a hablar a la vez.
— ¡Oh Dios mío, Rose! —susurró Alice a punto de llorar.
—Tenemos un problema —señaló Ona—. El cabezón de mi nieto me acaba de decir que se marcha en un par de horas para México. ¿Qué vamos a hacer? Tenemos que avisar a Bella, ella es la única persona que lo puede frenar.
—Tranquilas, chicas —sonrió mirándolas—. No os preocupéis por nada. Gracias a Dios Emmett nos lo dijo está mañana en el hotel y como nos ha fallado el plan «A», pues hemos pasado al plan «B».
— ¿Entonces Bella está al tanto de todo? —preguntó Alice.
—Sí. No os preocupéis.
—Oh... gracias a Dios —suspiró la anciana
—Por cierto, habrá que preparar bastante comida. Este fin de año vamos a hacer una gran fiesta aquí —sonrió Rose pensando en sus familiares.
— ¡Magnifico! —gritaron Alice y Ona emocionadas.
—Pssssss —indicó Rose—. Volvamos antes de que Edward nos descubra, y no os preocupéis por nada de lo que pase a partir de ahora ¿vale?
Tras asentir regresaron a la cocina donde Edward y Emmett hablaban sobre su marcha. Rose cogió un trozo de pan y se sentó junto a Emmett.
—Entonces, ¿cuándo volverás?
—No lo sé.
— ¿Te vas? —preguntó Rose.
—Se marcha a México. ¿Te lo puedes creer? —dijo Ona.
— ¿Te vas a perder la boda de mi hermana?
Al escuchar aquello Edward la miró a los ojos sin entender la diversión que veía en ellos.
—Creo que no hace falta que yo esté para que se case ¿no crees?
—Tú sabrás —respondió Rose que tomó más pan—. A ella le hubiera gustado poder presentarte a Mike. Además, ayer se probó el vestido de novia y parece totalmente una princesa.
Al escuchar aquello Edward se tensó, y Emmett con picardía dio una patada por debajo de la mesa a su novia, que al sentirla lo miró.
— ¿Por qué me das una patada, pedazo de bruto?
—Ese comentario sobraba, cariño —susurró Emmett.
— ¿Cuál? ¿El de Princesa? —Y miró a Edward que estaba a punto de saltar sobre ella—. Fíjate qué curioso Edward, el futuro marido de mi hermana también la llama princesa.
— ¡Basta ya! —gritó Edward furioso—. ¿Qué os parece si cambiamos de tema?
En ese momento la puerta de la cocina se abrió y entró Set con cara de apuro.
—Tenemos un problema.
— ¿Qué pasa? —preguntó Edward levantándose.
—Hemos encontrado el cercado de las vacas forzado —y tras mirar a Emmett prosiguió—. Alguien cortó el alambre para llevarse las vacas. Creo que nos han robado unas cincuenta cabezas.
— ¿Cincuenta? —gritó Rose poniéndose en pie.
— ¡Maldita sea! —Emmett parecía furioso—. Cuando pille a esos ladrones se las van a ver conmigo.
— ¡Oh, por Dios, qué disgusto! —susurró Ona.
Edward miró su reloj comprobó que era la una y media.
—No te preocupes Edward —dijo Emmett—. Vete para Aberdeen, nosotros nos ocuparemos de esto.
— ¿Estás seguro? —preguntó incómodo.
—Por supuesto que sí —asintió levantándose—. Pero a cambio, me tienes que prometer que pronto regresaras ¿vale?
—Por supuesto —asintió con una sonrisa, abrazándolo.
Tras despedirse de Ona, Set y Alice, se volvió hacia Rose, que parecía divertida por su marcha. Rose se lo leía en los ojos y eso le molestó.
—Rose, felicita a tu hermana, y dile que le deseo la mayor felicidad del mundo.
—Se lo diré —asintió dándole un beso—. Estoy segura que ella te desea lo mismo.
La puerta de la cocina se volvió a abrir precipitadamente. Era Doug.
—Acabo de avisar a la policía, he visto movimientos extraños cercanos al lago Lochy. Creo que allí tienen nuestras vacas.
— ¿Cómo? —gritó Edward colérico.
— ¿Ya viene la policía? —preguntó Rose que intentó no reír.
—Sí. Ya están en camino, y me han pedido que no nos acerquemos al lago Lochy hasta que ellos lo indiquen —indicó Doug.
— ¡Maldita sea! —Bufó Edward—. Creo que no debo de marcharme ahora.
— ¡Oh, sí! Debes marcharte —animó la anciana— aquí no puedes hacer nada salvo esperar. Además, el cielo me indica que puede llover, así que márchate cuanto antes.
— ¡Abuela, por Dios! —Bramó Edward—. No puedo permitir que nos roben nuestras vacas.
—Por supuesto que no —asintió Doug—, por eso he llamado a la policía.
—Ellos son unos profesionales y los detendrán —asintió Alice.
—No te preocupes, Edward, la policía ya está en camino —dijo Emmett y cogió la maleta de su primo—, venga, te acompaño hasta el coche.
—Edward, cariño, por Dios no te acerques al lago —repitió Ona con picardía.
Con un extraño malestar en el cuerpo, Edward siguió a Emmett, que tras dejar su maleta en la parte trasera del todoterreno, se acercó hasta él.
—Oye —susurró Emmett— respecto a Bella...
—Mejor no digas nada —siseó Edward y tras darse un abrazo, se montó en su coche malhumorado y se marchó.
Emmett, cuando vio que el coche desaparecía de su vista, con una enorme sonrisa en la boca se volvió, para encontrarse con todos los demás.
—Sí... Sí... Sí ¡Ha picado! —gritó Emmett contento.
— ¡Te lo dije! —aplaudió Rose haciendo que todos prorrumpieran en un estallido de júbilo.
Si algo todos ellos tenían claro era que Edward nunca se marcharía sabiendo que algo ocurría en sus tierras.
* * *
Bella, hecha un manojo de nervios, esperaba congelada junto al nevado lago Lochy.
Con la ayuda de Emmett, a través de hotel, alquilaron un descapotable muy parecido al que ya lo hicieran la primera vez su hermana y ella. Cuando llegó al lago, y con la ayuda de Doug, Jacob, su madre y Peter, habían incrustado el coche en la nieve y el fango, y sin importarle las consecuencias, Bella sacó de su neceser unas tijeras con la que rasgó la capota.
«Ya lo pagará el seguro», pensó.
Los cuatro se marcharon y deseándole buena suerte la dejaron sola; El plan «B» era cabrear a Edward, y prohibirle ir al lago; aquello aseguraba que iría inmediatamente allí, a buscar a sus vacas.
Sentada en el capó del descapotable, Bella miró su alrededor. Aquel lugar era uno de los más bonitos que había visto nunca. ¿Cómo no pudo verlo la primera vez que llegó?
A su memoria volvieron las palabras de su vecina Darcy, la pitonisa: «Un viaje al pasado te cambiará la vida. Déjate querer y no temas al futuro, porque te traerá más cosas buenas de las que crees».
Sonriendo por los recuerdos que aquel día le traían, miró el barro, y hundió en él su precioso botín de Gucci, hasta que notó cómo el frío la hacía estremecer. Nunca hubiera imaginado que su vida tras la anulación de la boda con Mike, cambiaría radicalmente en menos de seis meses, y menos aún en un lugar como aquél.
En Londres, Jessica, Sam y Luis, disfrutaban de unas felices vacaciones de Navidad, tras dejar sus trabajos en R.C.H Publicidad. Esperaban con tranquilidad a que el papeleo que Bella había iniciado para su nueva empresa se formalizara y pudieran empezar a trabajar. Luis sería su mano derecha en Londres mientras ella, si todo salía bien, la dirigiría desde Escocia.
Había pasado de ser una ejecutiva agresiva de ciudad, mujer de un metrosexual con más cara que dinero, a una simple mujer enamorada de un cabezón escocés, con más dinero que cara y que por sorpresa era conde.
Pequeñas gotas comenzaron a caer, y mirando al cielo suspiró. Bueno, iba a llover, pero para algo estaba en Escocia. «Adiós peinado» pensó con una sonrisa conformista. Diez minutos después estaba empapada y congelada, mientras una lluvia torrencial la calaba.
Pero los verdaderos temblores comenzaron cuando Bella escuchó el ruido de un motor. «Edward» pensó, y una vez comprobó que llevaba en sus vaqueros lo que necesitaba se sentó como si nada encima del capó.
Edward, por supuesto, había desoído las indicaciones que todos le habían dado sobre no acercarse al lago Lochy. Lo había intentado, había intentado ir directo al aeropuerto, pero cuando llegó a las inmediaciones del mismo, se desvió para buscar a sus vacas. La lluvia no le permitía ver con facilidad, por lo que al vislumbrar un bulto cercano a la orilla del lago, sin pensárselo, de un acelerón llegó hasta él y frenó en seco.
— ¡Joder... Joder! —susurró Bella al sentir cómo la nieve y el pringoso barro del lago le salpicaba encima tras aquel enorme frenazo.
Durante unos segundos, sin apenas respirar, pudo ver la cara de incredulidad de Edward, y cuando escuchó cómo el motor se detenía, Bella en cierto modo se relajó. El parabrisas del vehículo seguía funcionado mientras él, desde el interior del todoterreno, la observaba atontado.
Verla allí, sentada encima del capó de un coche sin capota, empapada y con fango hasta las orejas, lo hizo maldecir. Pero abrió la puerta del vehículo, y salió.
— ¿Qué haces aquí? —preguntó Edward notando cómo le faltaba aire.
De un salto Bella bajó del capó, y a pesar de que se le clavaron los tacones en el barro, no se cayó. Retirándose el pelo mojado que le caía sobre la cara cogió un sobre marrón de donde sacó el contrato de alquiler del castillo.
O ahora o nunca.
—Estoy aquí para decirte que te quiero —dijo con ojos brillantes—. He sido una idiota durante mucho tiempo, pero gracias a ti, a esta tierra y a tu gente, me he dado cuenta de lo que realmente importa en la vida.
«Ay Dios. No dice nada, mala señal... mala señal» pensó horrorizada al ver que sólo la miraba.
—Edward, de nada sirve tener una cuenta bancaria abultada, ni los mejores vestidos, si no tienes al lado a alguien que te quiera de corazón. —y rompiendo el contrato empapado añadió lentamente —. Me he enamorado de ti, no del conde Edward Masen Cullen, y te juro por Versace —dijo sin conseguir que sonriera—, que si fueras un simple mecánico, o un granjero, o tuviera que vivir contigo bajo un puente, lo haría. Porque te quiero, cariño, y no puedo seguir viviendo sin ti.
Sin poder responder Edward la miraba extasiado, aquello hizo que Bella comenzara a ponerse nerviosa. Verlo delante de ella, sentir su masculinidad y que no la hubiera besado todavía, no era buena señal, por lo que quemando su último cartucho, como pudo dio un paso adelante y sacó del bolsillo trasero de su vaquero una caja empapada.
—Toma, ábrela por favor, —dijo estirando la mano.
Llovía a cántaros, pero ninguno de los dos parecía percatarse de aquello.
Clavado como una estatua Edward la escuchaba, mientras su corazón latía a ritmo acelerado. Sin decir ni una palabra, tras mirarla intensamente durante unos segundos, estiró la mano y tomó la caja. Siguiendo sus instrucciones, la abrió y cuando vio lo que había en su interior, sonrió.
«Ha sonreído, sí... sí... buena señal» pensó Bella.
En el interior de la cajita encontró dos argollas de las latas de Coca-Cola, iguales a las que en la fiesta de O'Brien, tras el baile celta, ambos habían intercambiado. Aquello era un sueño hecho realidad. Ella había vuelto a él para entregarle su corazón. Sin poder aguantar un segundo más la atrajo hasta sí y la besó como sólo él sabía besarla, mientras la abrazaba.
«Por fin... gracias a Dios» pensó aliviada Bella.
—Te he echado de menos, cariño —susurró Edward con voz ronca por la emoción—. Me estaba volviendo loco pensando que te casabas con otro.
— ¿Y por qué te marchabas?
—Porque te quiero tanto —dijo retirándole el pelo mojado de las mejillas—, que lo único que deseo y he deseado siempre es que fueras feliz.
— ¿En serio crees que soy tan víbora como para casarme con otro hombre en tu castillo?
—Mira, princesita —sonrió sintiéndose el hombre más feliz del mundo—, de ti no me extrañaría nada. Porque eres la mujer más desconcertante que he conocido y conoceré en mi vida.
— ¿Sabes, cromañón? Me gusta que me llames así —susurró rozándole los labios.
— ¿Cómo? —Rió hambriento de ella— ¿Lady Dóberman? ¿Bicho? ¿Señorita? ¿Princesita?
—Cómo quieras, bufón —sonrió al escucharlo y ver cómo le buscaba de nuevo los labios.
Tras varios besos y palabras cariñosas por parte de Edward que le subieron la temperatura, Bella habló.
—Al verte tan callado pensé que te ibas a dar la vuelta y me ibas a dejar aquí tirada.
—Nunca habría hecho eso —susurró buscando de nuevo su boca—. He creído volverme loco sin ti y ahora que te tengo aquí… ¡Dios, mujer! Te voy a llevar a mi castillo, a mi habitación, a mi cama y voy a disfrutar de ti lo que no está escrito.
Cogiéndola en brazos, abrió la puerta del todoterreno y la sentó en el asiento del copiloto, haciéndola reír.
—Woooooo. ¡Esto se pone interesante! —aplaudió feliz Bella.
Cuando iba a cerrar la puerta, Edward, acordándose de algo, se paró y tomándole la mano dijo mientras le daba una argolla de la lata de Coca-Cola.
—Cariño. ¿Quieres casarte conmigo?
Al escuchar aquello, y ver la argolla en su mano, Bella contestó emocionada.
—Sí. Sí quiero, y prometo amarte y discutir contigo todos los días, hasta el fin de nuestros días.
Bella, con los ojos chispeantes, cogió la otra argolla.
—Y tú, Edward. ¿Quieres casarte conmigo? —dijo dándole la otra.
Con una sonrisa que lo decía todo la miró, y tras besarla con dulzura dijo.
—Sí. Sí quiero, y prometo amarte y retarte todos los días, hasta el fin de nuestros días.
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