SÁLVAME

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 03/01/2013
Fecha Actualización: 14/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 62
Comentarios: 151
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Capítulos: 26

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“Si regalaran un diamante por cada disgusto que da la vida, seria multimillonaria”, pensó Isabella cuando encontró a su novio liado con su mejor amiga el día antes de su boda. Y tenía razón, porque a pesar de sus gafas de Prada, de sus bolsos de Chanel, de sus zapatos de Gucci y de todos los Carolina Herrera del mundo colgados en su armario, Isabella solo era una mujer amargada que vive en la mejor zona de Londres.

BASADA EN "TE LO DIJE" DE  MEGAN MAXWELL

 

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El escritor de sueños

El escriba

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El Affaire Cullen

No me mires así

 El juego de Edward

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Capítulo 20: CAPÍTULO 19

CAPÍTULO 19

 

Bella almorzó ese mediodía con Alice, Ona y Tom, y después salió al exterior de la casa a fumar un cigarrillo. Tom, antes de marcharse a dormir la siesta, se había empeñado en que se pusiera un chaquetón suyo, le quedaba enorme, pero con una sonrisa Bella lo aceptó.

Como hacía un precioso día decidió dar un paseo por los alrededores.

Subió una pequeña colina y ante ella apareció un valle de ensueño salpicado de multitud de tonalidades. Las colinas lejanas se veían tapizadas por un castaño cobrizo impresionante, mientras las copas de los árboles se tornaban entre colores bronce y dorado. Aquello nada tenía que ver con el bullicio de Londres; coches, gente, atascos. Allí todo era diferente.

Pensó en su madre. ¿Quién sería su misterioso pretendiente?

Miró hacia la casona y se imaginó a su madre allí. Sonrió al pensar en lo bien que se llevarían Ona y ella, y lo mucho que se reiría Tom con las divertidas historias que contaba. Si alguna vez volvía de visita a Escocia regresaría con su madre. Estaba segura de que en un «pis pas», como decía ella, prepararía una enorme paella para todos.

Abrigada con el chaquetón de Tom, se agachó sin hacer ruido para mirar con curiosidad a un par de ardillas rojas. Se las veía atareadas acumulando alimento para pasar el frío invierno.

«Qué bonitas, son igualitas a Chip y Chop las ardillas rescatadoras», pensó.

—Hola —saludó Edward que apareció de pronto—. Ona me dijo que estabas por aquí.

—Psssss —le indicó que callara— Asustarás a Chip y Chop.

Edward llegó hasta ella. Le gustaba sentirla cerca, por lo que se agachó sin hacer ruido y se dedicó a mirar también cómo trabajaban las ardillas.

—Nunca había visto ardillas de verdad, excepto cuando era pequeña en el Zoo de Madrid —explicó Bella emocionada—. Lo más increíble de todo es que se mueven exactamente igual que Chip y Chop.

—Querrás decir que Chip y Chop se mueven como las ardillas de verdad. —Se moría por decirle que había conocido a Mike, y por confesarle lo que sentía por ella.

—Bueno, sí —asintió sonriendo—. Tienes razón. ¿Sabes? Mi hermana y yo teníamos un juego para la Nintendo, de Chip y Chop. Era divertidísimo. Lo compré una Navidad y nos pasábamos las horas muertas jugando Jacob, mi hermana y yo.

— ¿Quién es Jacob? —preguntó frunciendo el ceño.

—Es el mejor hermano del mundo.

— ¿Pero no dijisteis que sólo erais vosotras dos?

—Sí —se levantó con cuidado de no asustar a las ardillas—. Pero Rose, Jacob y yo somos hermanos de corazón. En casa Jacob es uno más, incluso ahora es quien cuida a mamá mientras nosotros estamos aquí. Estoy segura de que te caería bien si le conocieras.

—Me encantaría conocerle —habían comenzado a andar por un camino rodeado de altos robles— al igual que me encantaría conocer más cosas de ti. Lo sabes ¿verdad?

—Buff—suspiró Bella—. Soy muy aburrida, te lo aseguro.

—Déjame decirte que lo dudo —le respondió con una sonrisa.

Caminaron en silencio durante un tramo. Bella estaba tan nerviosa que apenas podía hablar, mientras Edward la observaba con curiosidad, y sonreía al ver cómo ella se sorprendía a cada paso, como si fuera la primera vez que se adentraba en la naturaleza

—Ven —dijo tomándole la mano—. Quiero enseñarte algo.

— ¿Dónde vamos? —Pero él ya la había llevado hasta donde estaba aparcada la moto—. Yo en ese trasto no me subo. Me dan pánico.

—Vamos a ver, señorita española —sonrió ladeando la cabeza—. ¿Te fías de mí?

—Mmmm —susurró divertida—. ¿Crees que debo fiarme de ti?

—Creo que sí —y le puso el casco sin que ella protestara.

—Tú ¿no te pones casco?

—Sólo tengo uno —dijo abrochándose la cazadora—. Y no voy a discutir. El único que tengo es para ti.

—Discutir tú y yo ¿cuándo? —bromeó ella.

Aquellas palabras le llenaron de felicidad y subiéndose a la moto la hizo encaramarse tras él. Con cuidado arrancó la motocicleta sintiendo cómo Bella se agarraba con fuerza a su cintura. Sentirla tan cerca era todo lo que quería y necesitaba, y debía conseguirlo.

Circularon por unas intransitadas carreteras hasta llegar a un sitio en el que Edward se detuvo.

—Te voy a enseñar algo que sólo se ve en esta época del año.

— ¿El qué?

—Ahora lo veras.

Subieron una pequeña colina agarrados de la mano, hasta que Bella le dio un tirón.

— ¿Qué es eso? —preguntó al ver enormes ciervos con grandes cornamentas.

—Psssss —susurró poniéndole un dedo en su boca—. Dijiste que te fiabas de mí. Sígueme.

Temblando de miedo, lo siguió hasta una gran roca. Una vez allí Edward la alzó para que subiera y él lo hizo detrás hasta quedar casi ocultos entre las plantas.

— ¿Ves los ciervos? —Bella asintió—. Se pelean enredando sus cornamentas por conseguir el amor de alguna fémina de su especie.

—Pero bueno —protestó—. ¿Por qué piensas eso?

—Porque es la época de apareamiento —respondió deseando besarla—. Escucha.

En silencio escucharon el sonido de los golpes secos y devastadores de las cornamentas al chocar, mientras extraños bramidos procedentes de otro ciervo llenaban el aire.

—Ohhhh..., pobrecillo —susurró Bella apenada—. Es igualito que Bambi cuando se hace adulto. Míralo, está angustiado, seguro que se ha perdido.

—Jajaja ¿Bambi? ¿Chip y Chop? Mucho Disney has visto tú —se carcajeó Edward al escucharla, haciéndola sonreír—. Discúlpame, Princesita pero no lo he podido evitar. El ruido que hace tu supuesto Bambi, se llama «berrea». Es otoño, la época de celo de los ciervos, y aunque no lo creas es su manera de decir. ¡Eh nena yo soy el más guapo y fuerte!

—Woooooooo —exclamó arrugando la nariz al ver cómo aquellos se peleaban—. Ay... ay... ay... ¡Que se rompen el cuerno!

—Tranquila. Es lo normal —asintió Edward sin dejar de observar a los ciervos—. Sólo uno de los dos será el ganador.

—No quiero mirar —Bella cerró los ojos—. Me están poniendo enferma. Ay... ay... ¡Ay... que se sacan un ojo!

—Anda, vamos —se mofó Edward que de un salto bajó de la piedra—. Te enseñaré cosas que ni en Madrid ni en tu mundo Disney podrás ver.

Encantados pasearon cogidos de la mano, aunque a pesar de la aparente tranquilidad de Bella, estaba nerviosa. Verse en medio del bosque cerca de cientos de bichos y animales desconocidos, y de la mano de Edward, no era lo más tranquilizador, aunque le gustara.

Contándole curiosidades del lugar, Edward la llevó hasta lo alto de una colina donde Bella pudo observar pájaros de diversos colores, formas y tamaños. Como un entendido en la materia le fue señalando y hablando de los urogallos, piquituertos, incluso incrédula pudo admirar el vuelo de un par de águilas reales.

— ¡Dios, qué bonitas! —susurró Bella mirando sus siluetas en el cielo.

Las aves bailaban una danza elíptica que la tenía embelesada. Pero Edward no las miraba. Sólo la miraba a ella.

—Me estoy enamorando de ti —susurró Edward—. Antes de que digas nada, sé que esto no entraba en tus planes, pero quiero que sepas que tampoco entraba en los míos.

Aquella declaración la había pillado tan de sorpresa que se quedó como una tonta mirándolo con la boca abierta, hasta que Edward, poniéndole la mano en la barbilla, se la cerró.

—Quería que lo supieras —continuó él— porque siento una inagotable necesidad de estar contigo a todas horas. Cada vez que te veo quiero besarte y lo peor de todo es que no puedo soportar que ningún hombre que no sea yo se acerque a ti.

Como vio que Bella no hablaba, sólo lo miraba, continuó hablando.

—Me encantaría conocerte, saber de ti y de tu vida, y que olvidaras las tonterías que te dije la noche de mi marcha, porque para mí no eres diversión y sexo, para mí eres algo más —susurró navegando en su mirada—. Cada vez que pienso que dejaré de verte cuando regreses a Londres no lo puedo soportar, y por eso, cariño, me gustaría que me dieras la oportunidad de enamorarte y de contarte quién soy, y pedirte perdón por...

Ya no pudo continuar, Bella, incrédula de que algo tan de película de Hollywood le estuviera pasando a ella, dando un paso hacia él, lo besó.

El impacto que sintió Edward al recibir aquel beso le dejó conmocionado durante unos segundos. Bella, la mujer que más deseaba en el mundo, lo estaba besando. Con delicadeza, mientras la besaba, subió la mano hasta su mejilla y la acarició, para después enredar sus dedos en aquel oscuro pelo y rozar su sien.

En ese momento Bella se sintió arrastrada por la pasión, y sintió que toda ella ardía de deseo y lujuria por él. Sin poder reprimir aquel acto, Bella bajó sus manos con lentitud de la cintura de Edward, a su trasero.

« ¡Dios, es de acero!» pensó mientras sentía cómo él bajaba su mano de su cintura a sus propios glúteos.

Edward, a punto de estallar, se apartó unos segundos para mirarla y dijo con voz ronca:

—Te deseo tanto que si continuamos así te voy a hacer el amor aquí y ahora.

Bella, suspirando, se lamió los labios dando a entender su conformidad, pero de pronto, por el rabillo del ojo, sintió que algo se movía a su derecha y tras dar un chillido gritó.

—Ah... ¡Vacas peludas!

Sin darle tiempo a Edward a reaccionar se lanzó como una loca cuesta abajo, y al perder el equilibrio comenzó a rodar como una albóndiga. Edward, impotente sin poder hacer nada, veía cómo Bella rodaba y rodaba a una velocidad imposible de controlar golpeándose contra todo lo que encontraba a su paso, hasta que llegó abajo. Asustado por lo que le hubiera podido ocurrir se agachó junto a ella encontrándola mareada y magullada.

— ¡Por todos los santos! —Gritó al ver la sangre que le corría por la frente—. ¿Cómo se te ocurre hacer algo así?

— ¡Corre! —Gritó ella— ¡corre, que vienen las vacas! —intentó levantarse, pero Edward la sujetó.

—Como te muevas —masculló con gesto serió—. Te juro que quién te mata soy yo.

— ¡Odio las vacas escocesas! —Gritó al sentir cómo Edward la cogía en brazos—. Qué haces ¡suéltame!

—Ni lo sueñes —respondió andando con prisa hacia la moto—. Te has golpeado en la cabeza y voy a llevarte al médico ahora mismo.

— ¡Oh, Dios! Qué ganas tengo de volver a la civilización

—Ni que estuvieras en la Edad Media —murmuró Edward mientras caminaba con paso firme.

— ¡Más o menos! —protestó mirándolo—. Estoy harta de no tener intimidad en el baño, de estar rodeada por bichos continuamente. Quiero darme un baño largo y relajante en mi preciosa bañera con esencias de rosas. Deseo tumbarme en mi cómodo sofá, ver una película de estreno y tomarme un té «Earl Grey» del Starbucks.

—No te preocupes. Pronto todo esto acabará.

— ¡Maldito conde! Maldito contrato y maldito castillo —gimió horrorizada al verse la sangre—. Es la primera vez en mi vida que para conseguir un contrato tenga que costarme sangre, sudor y lágrimas.

Cuando llegaron donde estaba aparcada la moto, la sentó con cuidado.

— ¿Te mareas?

—No —y retirándose el pañuelo chilló—. ¡Ay, Dios! Cuánta sangre.

—Tranquila, preciosa —susurró al ver sus manos temblar—. No será nada. Ya lo verás.

— ¿Por qué me llamas preciosa?

—Porque lo eres —respondió con una cariñosa sonrisa—. Eres un encanto y estoy loco por ti.

— ¡Voy a quedar desfigurada! —gritó al verse en el espejo retrovisor.

—No va a ser para tanto —sonrió Edward y levantándole la barbilla, le dio un breve beso en los labios que la calló—. Eres la mujer más preciosa que he conocido en mi vida, y un par de puntos en la frente no lo van a estropear.

— ¿Tu crees? —preguntó haciendo un mohín que le enterneció.

—Estoy seguro —sonrió volviéndola a besar—. Ahora te voy a sentar delante de mí en la moto, y vas a estar muy quietecita pegada a mi pecho para que yo pueda conducir y antes de que te des cuenta estaremos en la consulta del médico ¿vale?

—Vale —asintió, pero antes de arrancar volvió a preguntar—.Edward ¿Qué horóscopo eres?

— ¿Para qué quieres saber eso ahora?

— ¡Dímelo! —chilló sorprendiéndole.

—Tauro —respondió arrancando la moto.

— ¡Ay, Dios mío! No puede ser —susurró Bella al pensar en lo que la señora Darcy le contó.

Cuando entraron en la consulta del médico, las dos enfermeras avisaron rápidamente a Jasper, quién al verles tomó a Bella por el brazo.

—Espera aquí, Edward.

—Voy a entrar con ella —Edward no iba a dejarla sola con él.

—Si quieres que la atienda, debes esperar aquí —contestó con decisión Jasper—. Este es mi terreno Edward, aquí mando yo.

— ¿Vosotros dos sois idiotas o qué? —Protestó Bella con malas pulgas—. Haced el favor de dejar la berrea como los parientes de Bambi y atenderme. La que está sangrando soy yo.

Tras mirarse desconcertados por la parrafada que acababa de soltar, Edward, a regañadientes, la soltó.

—Oye, Edward —llamó Bella y tras besarle susurró—. No te vayas sin mí ¿vale?

—Por supuesto —sonrió al sentirla tan cerca—. De aquí no me moveré.

 

* * *

 

Quince minutos después llegaban Emmett, Rose y Lexie.

— ¿Qué ha pasado? —preguntó Rose desencajada al entrar en la clínica.

—Tranquila —murmuró Edward—. Ella está bien. Pero creo que tendrán que darle un par de puntos en la frente.

— ¿Puntos en la cara? —Rose se alarmó al escucharle—. ¡Oh, Dios mío! No quiero ni imaginarme lo que debe estar pensando.

—Ve dentro —animó Edward—. El idiota de Jasper no me ha dejado entrar. A ti seguro que no te lo prohíbe.

Edward acertó. Jasper, sin oponer resistencia, la dejó pasar.

Emmett, al ver lo nervioso que estaba Edward, lo sacó fuera de la consulta. Lexie al verles salir salió del coche y se tiró a los brazos de Edward.

—Hola, tío —saludó Lexie—. ¿Has visto a la novia de papi? ¿A que es guapa? Se llama Rose. ¿Y a que no sabes qué? —susurró bajando la voz.

—No, cariño dime —sonrió dándole un beso.

—Esta noche ha dormido con papi y estaban desnudos en la cama.

— ¡Lexie! —regañó Emmett al escucharla.

— ¿Qué me dices? —se rió Edward y mirando a Emmett preguntó—. ¿Novia de papi?

—Lexie, cariño —dijo Emmett—. Espéranos en el coche, tengo que hablar con el tío.

Una vez que se quedaron solos, Emmett se preocupó por la sangre que su primo tenía en la camiseta.

— ¿Qué ha pasado?

—Estábamos en las colinas, viendo el paisaje —comenzó a contar Edward— y estaba a punto de contarle nuestro secreto, cuando ha visto unas vacas acercarse y sin darme tiempo a sujetarla se ha lanzado colina abajo. ¡Imagínate cómo ha bajado! No te rías o te parto la cara.

—Vale —intentó aguantarse—. Es cierto. No tiene gracia.

Pero la tenía.

— ¡Joder! —comenzó a reír Edward sin poder evitarlo.

—Lo siento. Lo siento —lloró Emmett de la risa— Pero si no me río reviento.

Les llevó un buen rato parar ante aquella situación que a los dos les parecía ridícula. Pero Edward tenía cosas que preguntar.

— ¿Qué ha querido decir Lexie sobre Rose?

—Lo que has oído.

— ¿Pero estás loco? —Dijo señalando a la niña que esperaba en el coche—. ¿Qué vas a decirle a Lexie cuando ella decida volver a su país?

—No lo sé —respondió cabizbajo—. He seguido el consejo de Tom y sólo espero que decida quedarse aquí.

— ¡No me jodas, Emmett! ¿Rose sabe la verdad? —se angustió Edward, pensando que en ese momento estaba a solas con su hermana.

—No tío, tranquilo —negó preocupado—. Después de ver su reacción al conocer la existencia de Lexie he preferido contarle ese pequeño matiz en otro momento. ¿Y tú?, ¿qué me dices de ti? ¿Has pensado en lo que Tom nos dijo ayer?

—Claro que lo he pensado —asintió preocupado— acabo de decirte que estaba a punto de contarle la verdad cuando esa loca se ha tirado colina abajo.

— ¿Cómo crees que reaccionará esa fiera española cuando se entere de quién eres realmente?

—No lo sé —respondió confundido—. Temo lo que pueda hacer.

—El juego se nos ha ido de las manos —señaló Emmett—. Debemos asumir que hemos pasado de ser los cazadores a ser los cazadores cazados.

Ensimismados en su conversación no se percataron de que Rose, algo mareada por la visión de la sangre, era sacada por una de las enfermeras y por Jasper.

—Estoy bien, de verdad —se disculpó Rose.

—Enseguida vuelvo —dijo el médico que caminó hacia Emmett y Edward.

Rose se quedó a solas con la enfermera.

— ¿Le traigo un vasito de agua? —preguntó la asistenta con la clara intención de ser amable.

—No...—Sonrió— no hace falta.

— ¿Ha venido sola?

—No. Estoy con ellos —dijo señalando a Emmett y a Edward, que en ese momento hablaban con Jasper.

— ¿Quiere que avise a los Cullen?, así no estará sola mientras sale su hermana.

— ¿Cullen? —preguntó extrañada Rose al escuchar aquel apellido.

—Sí, ellos. Los Cullen —volvió a repetir la enfermera sin entenderla.

— ¿Ellos se apellidan Cullen?

—Señorita —sonrió la enfermera— El hombre que trajo a su hermana es el conde Edward Masen Cullen, el pelirrojo es el señor Emmett Patrick Cullen, y nuestro médico es Jasper Anthony Wells Cullen.

Rose, al escuchar aquello, se quedó sin palabras mientras sentía cómo la sangre le bullía revolucionada. Apenas sí podía respirar. Aquellos tres sinvergüenzas les habían mentido desde el principio y nadie les había advertido.

—Señorita —dijo la enfermera—. ¿Está bien?

—Sí —asintió, consciente de la gravedad de lo que acababa de conocer—. Ahora sí que le agradecería el vaso de agua.

—Espere aquí —sonrió la mujer—. Ahora mismo se lo traigo.

Sin quitarles los ojos de encima, vio cómo aquellos tres farsantes hablaban mientras compartían confidencias. ¿Qué hacer? Aquella noticia iba a ser un jarro de agua fría para su hermana ahora que comenzaba a abrirse y a confiar en las personas.

—Tome, bébala despacio. Estaré en recepción por si quiere algo.

— ¿Estás mejor? —preguntó Jasper entrando de nuevo en la consulta.

—Sí —asintió a punto de tirarle el vaso a la cabeza.

Al quedarse sola, notó cómo el abrigo de Bella comenzaba a vibrar ¡El móvil! Con premura lo sacó, y cuando vio el nombre de «Mike» en la pantalla suspiró. Pero en un arranque de mala leche, decidió atender la llamada.

—Sí, dígame.

— ¿Peluche? —preguntó Mike.

—No, chato —respondió Rose malhumorada—. Soy tu víbora preferida.

—Rose —siseó con amargura—. ¿Qué haces con el móvil de Bella?

— ¿Qué haces tú llamando al móvil de mi hermana, gilipollas?

—Oye. No tengo por qué hablar contigo. Pásame con ella.

— ¡Ja! —se mofó al escucharle—. Lo llevas claro, relamido.

— ¡Eres insoportablemente barriobajera!

—Mira quién habla ¡el tonto del culo de su barrio! —soltó enfadada—. Quieres hacer el favor de dejarla en paz. Ella no te necesita —y en un ataque de maldad dijo—. Además, Bella ha conocido a alguien que le conviene mucho más que tú, por lo tanto ¡olvídate de ella, porque ella ya se ha olvidado de ti!

—No puede ser —gritó Mike enfurecido.

—Lo que has oído, soplagaitas. Ahora, si eres tan amable de dejar de llamar, todos te lo agradeceríamos.

—Dile que me llame —bufó enfadado— y dile que estoy en Ed...

Aguantándose un borderío típico de los suyos, cortó la comunicación. Odiaba a aquel hombre más de lo que él nunca podría imaginar. Con mano firme bebió el vaso de agua, y cuando lo dejó encima de una mesita, vio que Edward y Emmett se acercaban.

— ¿Qué ocurre? —preguntó Edward. Seguía nervioso—. ¿Bella está bien?

—Dímelo tú, señor conde Edward Masen Cullen —respondió Rose dejándolos con la boca abierta—. O tú, señor Emmett Patrick Cullen.

El mosqueo y la desconfianza que había en los ojos y en la cara de Rose era difícil de explicar. Edward y Emmett, tras mirarse desconcertados, no supieron qué decir.

—Así que otra mentira —gritó Rose mirando a Emmett—. ¿O quizás me vas a decir que no ha habido momento para decirme que este idiota es el conde, y que tanto tú cómo Jasper sois los tres unos Cullen?

—Yo... —susurró Emmett mesándose el pelo— Mira, cielo, te juro que...

— ¡No me jures! —Siseó Rose encarándose— o te juro yo que te mato.

Al escuchar aquello Emmett y Edward se miraron. La situación se pondría mucho peor cuando la otra fiera se enterara.

—Escucha, Rose. Todo es culpa mía —dijo Edward sentándose junto a ella—. Le hice prometer a Emmett y a todo el mundo que no dirían nada hasta que yo en persona se lo contara a Bella.

— ¿Cómo crees que se sentirá cuando lo sepa? ¿Acaso crees que lo asumirá con facilidad? ¡Joder! —gritó levantándose—. Justo ahora que parecía que las cosas le podían ir bien le haces tú esta jugada. ¡Madre mía! —Se desesperó— Esto acabará con ella. No volverá a confiar en nadie, y todo gracias a ti y al gilipollas de Mike.

Emmett y Edward, al oír ese nombre, se volvieron a mirar. ¿Debían decir que ese gilipollas había estado en la granja?

—Escucha —intervino Edward intentando apaciguarla—. Sé que no hice bien metiéndoos en un juego de este tipo, pero ahora ya no podemos hacer nada. Sólo te pido un favor. Déjame que sea yo quién se lo explique. ¡Por favor! Ella me importa mucho.

— ¡Y un cuerno! —gritó Rose.

—Por favor, no grites. Si tu hermana te escucha se pondrá más nerviosa —indicó Emmett tomándola por la cintura.

— ¡Tú cállate! Y aleja tus manazas de mí si no quieres que te patee los huevos —siseó acercando su cara a la de él—. Mentiroso. ¿Cuándo ibas a dejar de mentirme?

Sin poder responder, Emmett la miró. ¿Dónde estaba la mujer dulce que conocía? Aquella que tenía delante era otra fiera española como la que estaba aún por salir.

—Aunque no lo creas, hablábamos de esto ahora mismo —indicó Edward.

—Sí, chato. ¡Oh perdón! señor conde —se mofó Rose—. Y voy yo, y me lo creo.

— ¡Te lo juro cielo! —Se inquietó Emmett—. Hablábamos de contaros la verdad, pero de pronto tú nos has descubierto y...

—Oh, Dios... dame paciencia, porque si no me la das te juro que hoy me convierto en una asesina en serie —bufó ella.

—Rose, por favor —insistió Edward—. Deja que...

—Mira, condesito —dijo señalándole con el dedo—. En cuanto mi hermana salga por esa puerta, y le vea la cara de susto y terror por lo que le acaban de hacer ¡se acabó! —indicó andando de un lado para otro—. No pienso consentir que otro idiota como su ex la engañe. Ni por supuesto que siga sufriendo el horror de seguir aquí con vosotros, cuando sé que desea regresar a Londres para descansar de este horroroso viaje. ¡Joder! —Pateó el suelo—. Que le están dando puntos en la cara. ¡Nada menos que en la cara! Ay, Dios, no quiero ni pensar en cómo va a salir.

Rose, temblando de rabia, se alejó de Emmett. No quería ni mirarlo ni hablar con él. La había vuelto a engañar.

En ese momento se abrió la puerta y Bella, con un gran apósito en la frente, apareció junto a Jasper.

— ¿Todo bien? —preguntó Rose.

—Perfecto —respondió Jasper dándole un papel a Bella—. Los puntos en cinco o siete días vienes a que te los quite. ¿Vale? Recuerda que mañana tendrás el cuerpo como si te hubieran dado una paliza, por lo que nada de trabajos en el campo —dijo mirando a Edward.

—No te preocupes —respondió éste con seriedad—. Eso acabó.

—Por supuesto que acabó —ratificó Rose.

—Muy bien—se despidió Jasper—. Tengo más pacientes. Qué tengáis un buen día, y ya sabes Bella, para cualquier cosa, llámame.

—De acuerdo. Gracias.

Cuando los cuatro quedaron solos, Emmett, martirizado por la actitud de Rose, se volvió a acercar a ella. Necesitaba que le escuchara, pero ésta le dio la espalda.

— ¿Dime que estás bien, Bella? —volvió a preguntar Rose abrazándola—. ¿Te duele?

—No. No me duele. Y sí estoy bien —sonrió besándola—. Y a ti ¿cómo se te ocurre entrar sabiendo que te mareas con la sangre?

—No lo sé. Fue instintivo —respondió muy seria.

— ¿Qué te pasa? —preguntó Bella mirándola—. A ti te pasa algo.

Sin poder aguantar un segundo más Emmett la agarró de la mano y se la llevó al exterior de la clínica, dejando a Bella sorprendida.

— ¡Suéltame, bestia! —gritó Rose.

—No —siseó enfadado—. No voy a soltarte hasta que me escuches.

—No voy a escucharte —respondió poniéndose en jarras—. No quiero escucharte.

Bella, apartada de ellos les observaba, mientras Edward la observaba a ella. ¿Cómo explicarle a la mujer que amaba que todo excepto su amor era falso? Aturdido por sus pensamientos no se dio cuenta de que Bella lo miraba hasta que le habló.

—Edward, ¿estás más tranquilo?

—Buf... —suspiró con el corazón en un puño—. Ahora que te veo y sé que estás bien, sí, estoy más tranquilo, pero escucha Bella yo...

— ¿Sabes? me encontraría un poco mejor —dijo acercándose a él— si me dieras un beso aquí —indicó señalándose los labios.

Sin poder resistirse a aquella petición Edward la besó. Apenas fue un roce, pero lo suficiente para que ambos volvieran a sentir la pasión.

—No vuelvas a hacer lo que has hecho hoy —la abrazó Edward aspirando su perfume, aquel aroma que tantas noches en vela le había provocado—. A partir de ahora tienes que prometerme que antes de hacer algo tan imprudente lo pensarás dos veces.

—Vale... vale... —sonrió dejándose abrazar.

Aquella sensación era nueva para ella. Mike odiaba las demostraciones de afecto, tanto en la intimidad como en público. Sentirse abrazada a plena luz del día con tanto cariño por aquel gigante, le gustó.

—Oye ¿qué les pasa a éstos? —señaló Bella al ver a su hermana y Emmett.

—Creo que están discutiendo —respondió Edward cada vez más confundido.

— ¿No me digas? —se mofó mirándolo—. No me había dado cuenta.

Separándose de Edward, se encaminó hacia Emmett y Rose quienes tan pronto discutían, como se besaban, como volvían a discutir.

—Vamos a ver chicos —murmuró Bella plantándose ante ellos—. ¿Cuál es el problema?

Rose, malhumorada, se calló, llegado el momento no supo cómo contarle aquella mentira, y menos teniendo aquella expresión tan dulce de su cara.

—Sea lo que sea —sonrió Bella—, seguro que se puede arreglar.

—No —respondió Rose—. No se puede arreglar. Te aseguro que no, Bella.

— ¡Joder! —masculló Emmett al intuir lo que iba a hacer.

Al escuchar aquello Edward cerró los ojos. El dulce momento vivido con Bella iba a desvanecerse en cuestión de segundos.

—Escucha, Bella —indicó Edward interponiéndose—.Tengo que hablar contigo y es urgente.

— ¡Y una chorra! —protestó Rose empujándole—. No quiero que hables con él.

— ¡Madre mía! —Gruñó Bella cambiando su humor—. Me estáis asustando. ¿Qué narices pasa aquí?

En ese momento Jasper salió por la puerta con su maletín en la mano, pero al ver a Edward y Emmett se acercó a ellos.

—Acabo de recibir una llamada de Doug —les comunicó Jasper con gesto apenado—. Tom...

— ¡No! —susurró Edward que corrió hacia su moto y enloquecido se marchó.

— ¿Qué pasa? —preguntó Bella asustada—. ¿Qué ocurre?

—Emmett, tenemos que ir a la granja —indicó Jasper asiéndole por los hombros.

—Emmett —murmuró Rose tocándole la cara—. Cariño ¿qué pasa?

A diferencia de Edward, Emmett al escuchar las palabras de Jasper se había quedado paralizado. Aquello sólo podía significar una cosa. Tom había muerto.

 

Capítulo 19: CAPÍTULO 18 Capítulo 21: CAPÍTULO 20

 
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