SÁLVAME

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 03/01/2013
Fecha Actualización: 14/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 62
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Capítulos: 26

 RECOMENDADO POR LNM

“Si regalaran un diamante por cada disgusto que da la vida, seria multimillonaria”, pensó Isabella cuando encontró a su novio liado con su mejor amiga el día antes de su boda. Y tenía razón, porque a pesar de sus gafas de Prada, de sus bolsos de Chanel, de sus zapatos de Gucci y de todos los Carolina Herrera del mundo colgados en su armario, Isabella solo era una mujer amargada que vive en la mejor zona de Londres.

BASADA EN "TE LO DIJE" DE  MEGAN MAXWELL

 

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 El juego de Edward

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Capítulo 17: CAPÍTULO 16

CAPÍTULO 16

 

Cuatro días de duro trabajo sin saber de Edward amenazaban con volverla loca.

Tom y Ona intentaban alegrarla, pero una extraña añoranza sobre su corazón la hizo llorar. ¿Qué ocurría? Por qué se descubría pensando en Edward como una quinceañera, cuando sólo le había dicho cosas vulgares, como que ella no era más que diversión y sexo.

Aquel día Emmett decidió quedarse con ellas para ayudar en el arreglo de la valla del prado. Una excusa; lo único que quería era estar junto a Rose.

Bella, a quien las chispas de incomodidad le saltaban por los ojos, en varias ocasiones se descubrió observándolos con cierta envidia. Algo desconocido llamado celos había llamado a su puerta de una manera atroz. Celosa por aquellas sonrisas, intentó odiar a Edward. No podía. Le gustara o no la dureza de sus palabras hicieron que comenzara a reflexionar.

¿Por qué ella no podía sonreír como Rose? ¿Por qué su hermana era capaz de amoldarse a todo y ella a nada?

Aquellas preguntas martilleaban la cabeza de Bella una y otra vez. Cada sonrisa que recibía por parte de Ona, de Tom, de Alice o de cualquiera de los que allí vivían, de pronto, sin saber a qué se debía, le llegaban al alma. ¿Sería cierto eso de que Escocia te cambiaba?

Pero la desesperación aquella mañana estaba pudiendo con ella. Ver a Rose sonreír como una tonta y a Emmett responder con soñadoras sonrisas le hizo explotar con la persona que más confianza tenía. Rose.

—Te has acostado con él ¿verdad?

—Pues no. Pero no por falta de ganas —respondió Rose mirándola—. ¿A qué viene esa pregunta?

— ¡Eres una mentirosa! —gritó Bella.

—Oye, Bella. ¿Qué te pasa?

—Me pasa —contestó furiosa— que quiero regresar a casa. ¡Eso me pasa! Tengo el pelo deshidratado y las puntas abiertas. Los poros de mi cara son tan grandes como la boca del metro. Tengo las uñas rotas, mi cuerpo necesita una sesión de Spa, y como siga comiendo como lo hago aquí regresaré a Londres peor que una foca. ¿Quieres que siga?

— ¡Qué exagerada eres. Bella, por Dios!

—No soy exagerada —gimoteó consciente de la mentira—. Soy realista.

— ¿Seguro que es eso lo que te pasa? —murmuró levantando las cejas.

Rose sabía por qué su hermana estaba en tensión. Era por Edward. Pero no estaba dispuesta a decir nada hasta que aquella cabezona acudiera a ella para hablar.

—Me va a venir la regla —se disculpó—. Nada más.

—Bueno. Pues tranquilízate —murmuró Rose—. No hace falta que te lo tomes todo tan a pecho. Relájate y disfruta de un precioso día como el de hoy.

Cuando Rose dijo aquello, estuvo a punto de gritar. ¿Cómo se disfrutaba un precioso día? Pero harta de la sonrisitas que en aquellos momentos Emmett y Rose se dedicaban gritó.

—Parece que te gusta sufrir. Primero Joao y ahora ese estúpido. ¿Es que no te das cuenta que te está utilizando para divertirse? Cómo eres tan tonta.

Rose la miró llena de furia.

—Eres una víbora mala, mala. ¿Cómo me mencionas a Joao en este momento?

Emmett, al escucharlas gritar, y en especial mover las manos con desaire, se acercó hasta ellas y cogiendo una botella de agua bebió a morro.

—Mira a Chewaka —criticó con malicia Bella—. Se cree que está protagonizando el anuncio de la Coca-Cola Light.

—Siento decirte, querida hermanita, que cada vez que veo a ese gran hortera para ti, llamado Emmett, para mí son las once y media.

— ¿Y ahora quién tiene el gusto de un calamar adobao?

—Ya está bien ¿no crees? —apuntó Rose mosqueada.

— ¿A qué te refieres?

Lo sabía, pensó Bella. Sabía que su hermana había percibido su estado de nervios, pero ¿por qué no había dicho nada?

—Sabes muy bien a qué me refiero —prosiguió Rose en español, para que nadie las entendiera—. Estás jodida porque tu cromañón no está ¿verdad?

— ¡¿Cómo?! —gritó Bella incapaz de ser sincera—. ¡Tú estás tonta!

—Mira. No pienso hablar de ello. Si quieres algo ya sabes dónde estoy.

—Paso —respondió Bella cogiendo más cable.

—Me parece muy bien que pases, pero hazme un favor; deja de poner esa cara de dóberman cada vez que ves que Emmett se acerca a mí. A partir de ahora, abstente de comentarios nefastos e hirientes si no quieres que yo me comporte como tú. Por lo tanto, déjame disfrutar de mi vida mientras tú jorobas la tuya.

— ¿Por qué dices eso?

—Bella. ¡No te soporto cuándo te pones así! —Chilló Rose desesperada—. ¿Acaso crees que no me doy cuenta de que llevas días pasándolo mal? ¿Por qué coño llevas esa ropa? —Dijo dándole un tirón a la sobre camisa—. Hasta hace poco, según tú, era un trapo de limpiar. ¡Venga, hombre, por Dios!

—Rose, yo sólo lo digo porque cuando volvamos a...

—Cuando volvamos a casa —sentenció Rose—, será mi problema, no el tuyo.

—De acuerdo —Bella no quería dar su brazo a torcer—. Espero no tener que consolarte y decir: te lo dije.

—Tranquila —ladró Rose consciente de que Emmett se acercaba a ellas—. Necesitaré cualquier consuelo menos el tuyo. La misma confianza que tienes tú conmigo, será la que yo tendré contigo

— ¿Qué os ocurre? —preguntó Emmett.

—Que tengo ganas de darle un puñetazo a alguien —indicó Bella.

—Eso es fácil —sonrió Emmett, y subiendo su puño, dijo—. Aprietas tu mano así, miras al punto que quieras dar, y lanzas un derechazo con todas tus ganas.

—Gracias por la lección, Bruce Lee —se mofó Bella ante la seriedad de su hermana.

—Ven aquí —dijo Rose, cogiendo a Emmett de la mano—. Vámonos, necesito un poco de aire fresco antes de que practique lo que has explicado.

Bella aún más enfadada que momentos antes, les siguió con la vista mientras desaparecían por la loma.

La tensión entre las dos hermanas se palpaba en el ambiente. No volvieron a mirarse ni a dirigirse la palabra el resto de la mañana. Cuando la furgoneta pasó a recogerlas para regresar a la casa principal, el humor de Bella era pésimo. El de Rose no era mucho mejor.

La jornada aquel día acabó a media mañana. El domingo era el cumpleaños de Tom y las mujeres tenían pensado ir a Dornie de compras, algo que en cierto modo las alegró, aunque no tanto como a Alice, que estaba histérica porque Bella le había prometido comprar varias cosas que la ayudarían en su plan para conquistar a Set.

— ¿Podrías subirle este caldo a Tom? —Preguntó Ona a Bella—. Me marcharía más tranquila de compras sabiendo que tiene algo en el estómago.

—Sí. Sí, por supuesto —asintió, tomando el cuenco y la cuchara.

Una vez salió de la cocina, subió las escaleras iluminadas por la luz de la tarde hasta la habitación de Tom. Los dos últimos días estaba más cansado de lo normal, por lo que no había bajado a la cocina para charlar con todos. Prefería estar solo en la habitación, para «pensar», como decía él.

Tras llamar con los nudillos a la puerta, Bella entró, siendo recibida por una de sus cariñosas sonrisas, que ella le devolvió.

—Vengo a que te tomes un caldito —señaló Bella—. Y te lo vas a tomar entero porque si no Ona me regañara a mí.

—Entonces no se hable más —sonrió mesándose el cabello blanco con sus envejecidas manos.

Como el pulso de Tom no era muy firme, Bella le fue dando poco a poco la sopa. Nunca le había gustado cuidar a los enfermos, pero Tom era diferente.

—Muchacha, esto no acaba nunca —protestó, sintiendo cómo le ardía la garganta.

—Tres cucharadas más —indicó Bella de pie— y prometo que se acaba.

Tom, sin decir nada, continuó comiendo, y cuando terminó las cucharadas la sonrisa de satisfacción de Bella le recompensó.

—Muy bien. Ahora Ona y yo estaremos felices por ti.

—Serías una estupenda enfermera.

—Ufff... Tom. Estás equivocado. No me gusta cuidar a los enfermos. No tengo paciencia.

—A mí no me da esa sensación.

—Sólo he cuidado a un enfermo en mi vida —indicó mirándolo—. A mi padre.

Tom pudo ver cómo la mirada de la muchacha se tornaba triste al mencionar a aquel ser querido. Por sus ojos pudo vislumbrar la tristeza que inundaba aquella preciosa cara, aunque ella intentó disimular.

—Intuyo que tu padre murió —dijo palmeando el lateral de la cama para que se sentara. Ella obedeció, momento en que la puerta se abrió y alguien, haciendo una seña a Tom, indicó que callara. El anciano asintió.

—Murió cuando yo tenía dieciséis años.

— ¿De qué murió tu padre?

—Eh... —musitó Bella e hizo visible la incomodidad de la respuesta.

—Lo entiendo —tosió Tom, intuyendo la respuesta—. Escucha, Bella —dijo cogiéndole la barbilla para mirarla—. No es fácil aceptar la enfermedad para el enfermo. Pero cuando por desgracia te toca vivir con ello, no puedes hacer otra cosa que intentar disfrutar de los tuyos cada segundo de vida. Y aunque nos conocemos desde hace poco, estoy seguro de que tu padre fue feliz hasta el final.

—Sí —asintió Bella sin poder decir nada más. Adoraba a su padre.

—No conozco a tu madre, pero solo con ver las dos hijas tan maravillosas que tiene me puedo hacer una idea de cómo es.

—Te sorprendería —sonrió al pensar en ella—. Es alegre y vivaz como Rose, nada que ver conmigo.

—Tú eres alegre.

—No mientas —sonrió con tristeza—. Yo soy sosa y aburrida.

—No, muchacha, no lo eres —susurró—, tu madre debe estar orgullosa de vosotras ¿verdad?

—De Rose sí, pero de mí, creo que no. No me lo merezco tampoco yo...

— ¡Por San Fergus! ¿Cómo puedes decir eso? Los padres siempre estamos orgullosos de nuestros hijos y aunque a veces los hijos nos decepcionen nunca dejan de ser nuestros hijos.

Tras un momento de silencio Tom prosiguió.

—Ona y yo adorábamos a nuestras hijas, a las que por desgracia el destino nos robó demasiado pronto.

— ¿Las madres de Edward y de Emmett? —preguntó Bella intrigada.

—Sí, muchacha, Esme e Isabella —sonrió el anciano al recordarlas.

—Esme —susurró Bella—. Qué nombre más romántico.

—Así se llamaba mi madre también —sonrió Tom.

—Me parece un nombre precioso.

—Esme era romántica, como su nombre —sonrió el anciano— y se enamoró demasiado pronto de un muchacho que yo creí que no le convenía, y eso hizo que estuviéramos un tiempo enfadados. Pero cuando nació Edward, y Esme junto a su marido vinieron a casa para enseñárnoslo, tras mirarnos a los ojos y darnos cuenta de lo mucho que nos queríamos y nos habíamos echado de menos, todo se solucionó. Gracias a ello comprobé que estaba equivocado respecto al padre de Edward, era un muchacho excelente. Un año después se casó Isabella, y la felicidad cuando nació Emmett fue completa. Pero una noche de lluvia, cuando regresaban de una fiesta en Edimburgo, el coche se estrelló muriendo los cuatro en el acto.

— ¡Qué horror, Tom!

—Sí, muchacha. Fue algo terrible, y más cuando casi perdemos la custodia de Edward.

— ¿Por qué? —preguntó Bella

Al decir aquello el anciano cerró los ojos. Se había dejado llevar por los recuerdos y había estado a punto de meter la pata, por lo que decidió centrarse en sus palabras.

—Cosas de familia que con los años se arreglaron —añadió quitándole importancia—. Pero gracias a Dios mis hijas desde el cielo nos ayudaron y tanto Emmett como Edward crecieron a nuestro lado, felices. Ellos, al igual que sus madres, han sido y son nuestra mayor alegría, y estoy seguro de que tu madre pensará lo mismo de ti.

—Tom. Yo no soy la mujer que crees.

— ¿Ah, no? —Exclamó el anciano—. ¿Eres un espectro?

—No —rió Bella— pero la facilidad que tengo para comunicarme contigo no la tengo con el resto del mundo. Ni siquiera con mi madre.

—No me lo creo —y clavando sus ojos en ella preguntó—. ¿Tus padres te enseñaron los valores de la vida?

—Sí —asintió pesarosa— por supuesto que sí.

— ¿Entonces?

Aquella pregunta la pilló por sorpresa. Cómo explicar su acritud ante su familia y el resto del mundo, aquellos años...

—Cuando papá murió, mamá se hundió. Durante unos años, a pesar de mis esfuerzos, las deudas nos comían, mamá cayó en la bebida y yo no supe ayudarla.

—Lo siento, muchacha —murmuró apretando su mano.

—Estaba tan harta de la miseria, de los gritos y de las borracheras de mamá, que decidí alejarme de ellas. Dejé atrás a mi familia, y me convertí en otra persona.

—Eso es imposible —intervino Tom— nadie deja de ser como es.

—Sí, Tom. Yo lo hice —contestó mirándole—. En mi empeño por borrar mi pasado abandoné a mi madre y dejé a mi hermana al cargo de una madre borracha y de cientos de deudas. Me construí una vida donde el corazón y los sentimientos sobraban. Pasé de ser Bella, una muchacha de barrio, a Isabella Swan, jefa de publicidad en R.C.H. Publicidad. Una mujer fría y despiadada a la que todos respetan por miedo, pero a la que nadie quiere. Incluso creí encontrar una nueva familia que me llenó de lujos y de presuntos amigos, que a excepción de regalarme el oído nada me aportaban. Pero, ¿sabes Tom? Cuando creí tenerlo todo, el día antes de mi boda, descubrí que lo único verdadero que tenía, a pesar de haberla rechazado, era mi familia.

—Debes estar orgullosa de ellos, muchacha.

—Lo estoy, Tom. Quisiera que mamá supiera cuánto la quiero.

—Algo me dice que ella lo sabe. No te preocupes.

—Pero yo lo necesito —suspiró Bella aliviada de poder soltar aquella carga—. Necesito que sepa que la adoro y que estoy orgullosa de cómo es. Por nada del mundo me gustaría que ella fuera lo que durante mucho tiempo deseé.

— ¿Qué deseaste?

—Deseé que mi madre no fuera... no fuera ella, y que otra mujer, adinerada y con estilo, me hubiera parido —susurró tapándose con las manos la cara—. ¡Dios, Tom soy una mujer horrible! Admitir estas cosas me hace ver la clase de mujer en la que me he convertido. Rose tiene razón. Soy una víbora mala, que todo lo que toca lo destruye.

—No te martirices, muchacha —señaló abrazándola—. Rose  te adora.

—Y yo a ella —asintió al recordar la discusión de aquella mañana—. Pero a veces me comporto de una manera tan cruel con ella, que al final me llegará a odiar. Me gustaría tener su espontaneidad. Ser capaz de decir lo que realmente deseo.

—Debes vencer esas barreras, Bella, si no nunca serás feliz.

—Lo sé —asintió secándose las lágrimas—. Creo que las barreras que usé durante años para que nadie me dañara, ahora se han vuelto contra mí.

— ¿Sabes, Bella? —dijo una voz tras ellos—. Soy especialista en saltos de barrera.

Era Rose, que oculta entre las sombras había escuchado la conversación con el corazón en un puño.

—Rose, yo... —intentó hablar Bella, pero la emoción le pudo.

—Aunque tus barreras sean más altas que la Torre Picasso, las saltaré. ¿Y sabes por qué? Porque tú eres parte de mí y a pesar de que a veces desee estrangularte por ser una petarda snob y gruñona... te quiero. Y sobre todo, porque yo no voy a poder ser feliz si tú no estás a mí lado y lo eres. ¿Te ha quedado claro?

Emocionada por lo que oía y sin poder abrir la boca, Bella asintió, fundiéndose en un cariñoso abrazo que expresaba todo lo que con la voz no podía explicar. Mientras, Tom, con la esquinita de la sabana se secaba las lágrimas al ser testigo de aquel reencuentro.

—Tom —murmuró Bella al ser consciente de aquello—. ¡Ay por Dios! No llores. Eso es lo último que nosotras querríamos —dijo abrazándolo con ternura.

—Pero bueno —dijo Rose intentado hacerle sonreír—. ¿No se supone que los highlander no lloran? —y uniéndose al abrazo prosiguió—. Pues vaya chasco, Tom. Un highlander como tú llorando por memeces de mujeres.

—No estoy llorando yo, muchacha —asintió feliz mientras las abrazaba—. Está llorando mi corazón.

 

 

CASTILLO EILEAN DONAN

 

 

Con energías renovadas, Bella conducía la furgoneta azul, feliz junto a Rose. Lo ocurrido en la habitación de Tom había derribado muchas barreras entre ellas. Cuando tomaron el camino a Dornie se quedaron impactadas al ver de pasada el castillo de Eilean Donan. La majestuosidad que desprendía aquella estructura de piedra y tiempo era impresionante. Prometieron volver más tranquilas a visitarlo, incluso Bella comentó que le vendría bien conocerlo antes de que llegara el conde, momento en el que Ona y Alice se miraron con complicidad.

Durante el trayecto, Ona les fue contando curiosidades de los alrededores. Poco tiempo después llegaron a Dornie; un pintoresco pueblo de las Highlands bañado por el lago Duich. Sus casitas eran bajas y la gran mayoría blancas con tejados de pizarra negra. Los lugareños, al reconocer a Ona, la saludaban con cordialidad, y ésta a su vez, en muchos casos, se dirigió a ellos en gaélico, un dialecto usado especialmente por los más mayores, y casi perdido en aquellas tierras.

—Qué lugar más bonito —susurró Rose mirando a su hermana—. ¡Madre mía, qué pasada! ver el castillo de Eilean Donan desde aquí es mágico.

—Parece de cuento —asintió Bella.

Maravillada por las sensaciones que aquel lugar le producía sintió de pronto que su nuevo móvil le sonaba en el pantalón.

—Hombre —casi gritó, sacándolo del bolsillo—. ¡Tengo cobertura!

Los continuos pitidos del aparato le indicaron en pocos segundos que tenía quince llamadas perdidas.

—Qué solicitada estás —señaló Rose—. Por cierto, aprovechemos para llamar a mamá.

— ¿Te puedes creer que las quince llamadas perdidas son de Mike? —suspiró Bella.

—Ese engominado es un plasta. ¿Cuándo te va a dejar en paz?

—No lo sé —suspiró Bella mirando a Ona, que continuaba hablando con un vecino—. Me dijo que...

— ¿Quién es Mike? —interrumpió Alice con curiosidad.

—Mi ex —respondió Bella.

— ¿Te dijo? —Exclamó Rose—. ¿Cómo que te dijo?

— ¿Tienes un ex? —volvió a preguntar Alice.

— ¿Cuándo te dijo? —exigió Rose.

—Por Dios. ¡Basta ya! —gritó Bella al sentirse acosada.

—Voy a saludar a Gemma —se escabulló Alice con rapidez.

Volviéndose hacia su hermana Bella confesó.

—La noche que volvimos a Edimburgo, cuando te fuiste de cena con Emmett, me llamó al hotel.

—Y cómo sabe que...

—Rose —señaló Bella—, para saber dónde estoy, Mike sólo tiene que llamar a la oficina.

— ¡La madre que lo parió! —bufó Rose.

—Me dijo lo de siempre. Que me quería, que necesitaba una nueva oportunidad, lo de siempre —y cogiéndole las manos añadió—. Oye, tranquila. Volver con ese engominado —dijo haciéndola sonreír—, sería lo último que haría en mi vida. Por lo tanto no te preocupes. ¿Vale?

—De acuerdo —asintió complacida—. Pero prométemelo, Bella.

—Te lo prometo.

—Vale —sonrió al escucharla—. Ahora me quedó más tranquila.

— ¿Qué te parece si llamamos a mamá? —. Bella dio el tema por zanjado.

— ¡Genial! Quiero saber cómo está Óscar.

Ambas sonrieron mientras marcaba el número de teléfono de su madre. Se volvería loca al oír sus voces. Pero tras más de quince llamadas Bella cortó la comunicación.

—Qué raro —Rose miró su reloj—. Si  son las cuatro y diez de la tarde, en Londres. Es la hora de su novela, y ella no se la pierde por nada del mundo.

—Llamaré a Jacob—dijo Bella.

—Conecta el manos libres —señaló Rose—. Así hablamos las dos.

Marcó el teléfono de su amigo, pasados tres timbrazos lo cogió.

—Dichosos los oídos. ¿Cómo estás, guapa?

—Estamos —corrigió Rose—. ¿Cómo está mi peluquero preferido?

—Hola, Jacob —saludó Bella—, estamos bien.

—Por Dios. Decidme que volvéis mañana mismo —gritó deseoso de verlas—. Os echo de menos una barbaridad. Londres sin vosotras no tiene gracia ni glamour.

—Por lógica —se mofó Rose— la gracia se la doy yo y el glamour Bella ¿verdad?

—Azucarillo para mi niña —asintió Jacob—. Ahora en serio. ¿Cuándo volvéis?

—Cuando el maldito conde aparezca —señaló Bella—. Oye, ¿sabes dónde está mamá?

—Imagino... que en casa —Jacob parecía algo incómodo—. Es la hora de su novela.

—Eso pensábamos nosotras —dijo Rose— pero no coge el teléfono.

— ¡Qué raro! —su voz sonaba nerviosa—. Pues no sé...ni idea... ufff. No, no sé.

— ¡Mientes, bellaco! —Gritó Rose—. Conozco ese tono de voz, y es el tono de la traición. ¿Ha pasado algo? ¿Estáis todos bien?

—Pues claro que estamos todos bien —y añadió—. Sólo voy a insinuar que mi Diane Lane está bien. Muy...  muy bien.

Al escuchar aquello ambas se miraron, hasta que Bella habló.

— ¡Te lo dije! —asintió señalando a su hermana.

—Entonces ¿es cierto? —Exclamó sorprendida Rose—. ¡Mamá tiene un lío!

—Yo no lo catalogaría así —respondió Jacob—. Ah, por cierto. Óscar te manda saludos.

—Ainsss, mi cucuruchito —suavizó Rose la voz—. Dale besitos y dile que me acuerdo de él.

—Mamá está bien ¿verdad? —preguntó Bella.

—Sí, tranquila —la voz de Jacob no dejaba lugar a dudas—. Aquí está todo perfecto. ¿Y vosotras? Cómo vais con esos highlanders.

— ¡Dios, Jacob! —Susurró Rose—. He conocido a un monumento andante de pelo rojo que te encantaría. Es agradable, guapo, divertido, le gusto, me gusta...

—Wooooooo —exclamó Jacob—. Al final vais a hacer que me vaya con vosotras a Escocia. Y tú, Bella ¿qué tal? ¿Algún highlander para ti?

—No. No tengo tiempo —señaló ganándose una mirada de su hermana.

— ¡Mentira cochina! —espetó ella—. Di que sí. Que por aquí hay alguien que le gusta, lo que pasa es que ya sabes cómo es Bella. Rara... rara... rara.

—Bueno —se despidió Bella, viendo que Ona las miraba—. Tenemos que dejarte. Si ves a mamá dile que hemos llamado y que estamos bien ¿vale?

—Dale besitos a mi cucuruchito —se despidió Rose— y besitos para ti.

—De acuerdo —sonrió Jacob—. Pasadlo bien y no hagáis nada que yo no haría.

Una vez que Ona se despidió de sus amigos, maravilladas por el lugar, la siguieron hasta «La tienda de Dornie», típica tienda de pueblo donde se podía comprar desde una lata de judías hasta un secador de pelo.

—No encuentro nada de lo que busco —se quejó Bella.

—Bella, me parece que no vas a encontrar la crema de Christian Dior con liposomas activos. En todo caso, compra ésta —dijo enseñándole un tarro—. Quizá te sorprenda.

— ¡Ni loca! Eso es un tarro indocumentado —dijo cogiéndolo.

—Bella. Estamos en un pueblo de montaña, no en Harrods. ¿Tú crees que aquí —señaló a su alrededor— la gente compra marca?

Siguiendo el dedo de su hermana observó al grupo de personas que compraban a su alrededor. Eran gentes humildes, de campo. Seguramente nadie conocería ni a Christian Dior ni Harrods.

— ¿Crees que esta crema será buena? —preguntó Bella.

—Me imagino que sí. ¿Por qué no lo va a ser? —Rose la destapó—. Oler huele muy bien y pinta de crema tiene.

Al escucharla, Bella no pudo por menos que sonreír.

—Tienes razón. Dejaré mis remilgos para otro momento Pero que conste que compro la crema sin marca porque no hay otra cosa.

—Esa es mi Bella —sonrió Rose al escucharla.

Media hora de arduo trabajo dio su fruto, y a la salida de la tienda iban cargadas con crema para la cara y las manos, suavizante para el pelo, globos, guirnaldas de colores, tijeras, tiras de cera depilatoria, desodorante, sombra de ojos, rimel, un par de libros, un par de cepillos redondos, gomas para el pelo, horquillas de colores, tres pares de medias de espuma oscura y cuatro pares de calcetines gordos.

— ¡Madre mía! —sonrió Alice nerviosa—. Habéis comprado media tienda.

—Pero si no llevamos nada —exclamó Bella y miró a Ona—. ¿Hay alguna otra tienda en Dornie? Necesito comprar algo de ropa.

—Ufff... —suspiró la anciana, pero murmuró—. Espera. Creo recordar que la nieta de Bridget se dedica a algo de ropa. ¿Quieres que le pregunte?

—Sí, por favor —sonrió Bella, viendo el cielo abierto.

Diez minutos después estaban en casa de Rachel, la nieta de Bridget, que era mayorista de ropa y calzado. Con los ojos como platos, Ona y Alice, observaban cómo Bella y Rose, y en especial Bella, separaba ropa con ojos expertos.

—Nos llevamos esto —dijo esta última con una sonrisa triunfal.

La vuelta a la granja fue tan alegre como la ida. El pueblecito de Dornie había maravillado a Bella, en especial sus gentes, que la trataron con una amabilidad sana a la que no estaba acostumbrada.

Dos horas después, lo que en un principio tenía tan sorprendida a Alice, se estaba convirtiendo en una auténtica pesadilla. Metida en el baño junto a las dos hermanas hizo un par de intentos de escapar de allí, harta de sentirse como un conejo de indias.

—Estate quieta —protestó Bella mirándola con las pinzas de depilar en la mano.

—Me haces daño —se quejó Alice.

—Alice —Rose estaba harta de sus quejas— si dejaras de moverte habríamos acabado ya —y mirando a su hermana en español dijo— deberíamos haber comprado una podadora de césped. ¡Pero qué velluda es!

Al escuchar aquello, tuvo que sonreír. El vello de Alice era tremendo, aunque más tremendo era intentar sujetarla para que no escapara.

—No me arranquéis más pelo —gritó e intentó soltarse—. ¡No quiero! Me duele.

—Mira, Alice —el grito de Bella la paralizó—. ¿Nunca has oído eso de «para estar guapa, hay que sufrir»?

—Sí —asintió a punto de llorar—. Pero es que me duelen mucho las cejas. Me haces daño. Esto es inhumano.

—Lo que es inhumano —señaló Bella—, es que una señorita como tú, con veinticinco años, lleve las cejas como Groucho Marx.

—Alice —prosiguió Rose—. Ya sabemos que esto molesta, pero sólo es la primera vez —señaló el suave arco que había sobre sus ojos—. ¿Ves mis cejas o las de Bella? ¿A que te gustan? —la muchacha asintió—. Pues lo que estamos intentando es dejarte unas cejas tan finas y bonitas como éstas, y créeme, ya queda poco. Confía en mí ¿vale?

Sin poder hablar, Alice asintió mientras Bella volvía al ataque sin ningún perdón y Rose seguía hablando, para distraerla.

Una vez acabado aquel arduo trabajo, fue Rose la que comenzó. Años atrás había estudiado peluquería junto a Jacob, por lo que tras hablar entre ellas de cómo arreglarle el pelo, cogió las tijeras nuevas y comenzó a cortar. El pelo de Alice era duro y tosco, pero una vez terminó con ella, el resultado fue espectacular.

— ¡Madre mía, Alice! —Susurró Bella, incrédula del cambio—. Sólo con afinarte las cejas y cambiar tu corte de pelo pareces otra.

— ¿Puedo mirarme ya? —preguntó la muchacha mosqueada.

—Qué hacemos ¿la dejamos o no? —sonrió Rose.

—Todavía queda depilarte las piernas —señaló Bella, pero con una sonrisa en la boca dijo—. Vamos a hacer una cosa, Alice Nosotras dejamos que te veas y dependiendo de si te gustas o no, dejas que terminemos nuestro trabajo. ¿Te parece?

—Claro que sí —gruñó deseosa por marcharse del baño. No lo soportaba más.

—Vale —asintió Rose consciente de la respuesta—. Venga, levántate y mírate en el espejo.

Con decisión Alice se levantó de la taza del WC, y cuando sus ojos se encontraron en el espejo su gesto gruñón y arisco se fue transformando poco a poco en admiración. Aquella chica que la miraba era ella, y estaba guapa. Sin saber qué decir levanto sus manos para tocarse el pelo. Era suave, nada de seco y encrespado. Y sus ojos. ¡Dios, qué ojos tenía! Ahora se veían grandes y expresivos, no huraños y apagados.

—Bueno, ¿qué? —Preguntó Bella disfrutando de aquella emoción—. ¿Ha merecido la pena el gran sufrimiento que has pasado?

—Oh sí —susurró Alice apenas sin voz.

Estaba emocionadísima. Aquello era un sueño que nunca pensó que se cumpliría.

—Mañana, para la fiesta —indicó Rose tocándole el pelo— te quedará mejor.

—Pero... pero... si está perfecto —murmuró la muchacha.

— ¿Entonces, Alice? —preguntó Bella dispuesta a continuar—. ¿Seguimos o no?

Sin dudarlo Alice se sentó de nuevo en la taza del WC. Aquel brillo en los ojos era tan especial que las hermanas tuvieron que reír.

—Hacedme todo lo que tengáis que hacer, ¡por favor!

Media hora después, Alice se arrepintió. Las tiras de cera para arrancarle el prominente y espeso pelo de las piernas la hicieron aullar de dolor. En un par de ocasiones Ona y Tom, asustados por los gritos, intentaron entrar en el baño. Parecía que la estaban matando. Pero Bella y Rose no los dejaron. Querían sorprenderlos.

Aquella noche, mientras Ona y Tom hablaban sentados en sus grandes butacones del salón, Bella y Rose entraron agotadas pero satisfechas.

— ¡Hombre, por fin! —señaló Ona al verlas—. Nos teníais preocupados. ¿Por qué habéis tardado tanto?

—Ufff —suspiró Rose cansada— ha sido un trabajo agotador.

—Más que agotador —asintió Bella.

— ¿Dónde está Alice? —Preguntó Tom angustiado—. ¿Qué le habéis hecho a mi niña?

—Tom —sonrió Bella sentándose—. Tu niña, creo que de pronto se ha vuelto mujer —y levantando la voz dijo— Alice. Ya puedes entrar.

Con timidez y mirando al suelo, Alice entró en el salón. Su cambio físico era espectacular. Nada que ver con la muchacha salvaje y mal vestida que la noche anterior se había sentado con ellos. Su pelo, sus ojos e incluso su ropa la hacían diferente. Ante ellos una nueva Alice se erguía orgullosa y nerviosa de su cambio físico.

—Qué... ¿Qué os parece?

La cara de incredulidad de Ona y de Tom, al ver a Alice hizo que Rose y Bella se miraran. Era como su hubieran visto un fantasma.

—Por todos los santos —murmuró Ona llevándose las manos a la boca—. ¡Estás guapísima!

— ¡Que me aspen! —exclamó Tom levantándose—. ¿Eres tú, Alice?

—Sí —asintió con timidez—. Soy yo.

—Mírame, muchacha —pidió Tom.

Estaba estupefacto. Tanto que tuvo que pasarle su mano por la mejilla para cerciorarse de que aquella era su niña.

—Estás preciosa, tesoro —asintió abrazándola, mientras Alice lloraba—. ¡Madre mía! Pero si eres una auténtica belleza, y nosotros no lo sabíamos. Casi no te reconozco.

—Yo tampoco —murmuró entre sollozos.

—Ona —dijo Tom al ver las lágrimas en su esposa—. Ahora tendrás más trabajo. Creo que te va a tocar apartar moscones de la niña —y volviendo a mirar a Alice indicó—: Quiero que sepas que para mí siempre has sido preciosa. ¡La más bonita de todas! Aunque ahora, esa belleza será apreciada también por los demás.

—Mi niña... mi niña... —susurró Ona abrazándola—. Creo que a partir de ahora vas a partir más de un corazón.

—Todo se lo debo a ellas —señaló Alice abrazada a aquellos dos ancianos que tanto amor y cariño le habían dado—. Ellas han sido las que lo han conseguido.

—Bueno... bueno —se aclaró la voz Bella, no quería llorar—. Nosotras sólo hemos adornado tu belleza. Pero la materia prima para ser guapa la posees tú. Y sólo tú.

—Sois una bendición, muchachas —asintió de corazón Tom poniéndoles la carne de gallina—. Sólo puedo daros las gracias por ser como sois y agradecer a mis nietos que os trajeran aquí, a vuestra casa.

—Tom —murmuró Rose sonriente—. Por mucho que te empeñes, no pienso llorar.

—Qué pasa ¿las españolas no lloran? —sonrió el anciano.

—No —respondió Bella—. Sólo los highlanders.

Aquella complicidad hacía que se sintieran como en casa.

Ona, con una enorme sonrisa en los labios, disfrutaba de la alegría general y en especial de la vitalidad de su marido. Una alegría en la que tenían mucho que ver aquellas alocadas chicas.

—Bella, Rose —dijo Ona tomándolas de las manos—. Gracias. Gracias por todo lo que hacéis. Esta casa, desde que habéis llegado, ha cobrado vida y eso nunca lo olvidaré.

— ¡Ona! Te has acordado de nuestros nombres —susurró Bella emocionada.

—Sí, cariño, sí —asintió con una sonrisa—. Y ten por seguro que nunca se me olvidarán.

—Venga... venga —bromeó Rose tragándose las lágrimas—. Que veo que al final vamos a terminar todos llorando como magdalenas.

—Yo no —señaló Tom divertido—. Los highlanders no lloran.

 

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