SÁLVAME

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 03/01/2013
Fecha Actualización: 14/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 62
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Capítulos: 26

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“Si regalaran un diamante por cada disgusto que da la vida, seria multimillonaria”, pensó Isabella cuando encontró a su novio liado con su mejor amiga el día antes de su boda. Y tenía razón, porque a pesar de sus gafas de Prada, de sus bolsos de Chanel, de sus zapatos de Gucci y de todos los Carolina Herrera del mundo colgados en su armario, Isabella solo era una mujer amargada que vive en la mejor zona de Londres.

BASADA EN "TE LO DIJE" DE  MEGAN MAXWELL

 

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Capítulo 15: CAPÍTULO 14

CAPÍTULO 14

 

Una semana después, Bella fantaseaba con regresar a Londres para poder dormir un mes entero sin que nadie la molestara Le dolía todo, hasta las raíces del pelo. Sus manos estaban destrozadas, a veces incluso le dolían tanto que no podía teclear en el ordenador cuando llegaba.

Pero lo que realmente la mataba era el dolor de espalda, tan agudo que le impedía dormir. Algo que no confesó a nadie y que sufrió en silencio, como las hemorroides. Aquel trabajo para conseguir el dichoso contrato la estaba matando, pero no pensaba darse por vencida, y menos ante el machoman de Edward, que desde la noche del partido se había vuelto más mandón y huraño con ella.

Muchas de aquellas madrugadas, cuando Bella, dolorida, bajaba a la cocina para tomarse un comprimido de ibuprofeno, se encontraba con Tom quien apenas dormía. Durante aquellas largas horas de charla entre ellos se creó una especial amistad.

Tom le contó lo aburrido que estaba desde que le dio un infarto y le diagnosticaron una insuficiencia cardiaca. Su corazón no bombeaba bien y aquello le provocaba cansancio y falta de aire. Por lo que tuvo que cambiar su ritmo de vida en todos los sentidos. Ona y sus nietos no le dejaban trabajar en la granja, por lo que había pasado de ser una persona activa, a un viejo inútil.

Bella, en un arranque de sinceridad, le contó lo estresante que era su trabajo y lo ocurrido con Mike, algo que dejó sin palabras a Tom. Le habló de su trabajo como publicista, de cómo se preparaban las campañas, cómo se elegían los eslóganes y por qué necesitaba conseguir el contrato de Eilean Donan. Pero omitió hablar de su familia. Todavía le dolía pensar cómo los había rechazado y tratado durante años. Aquello era algo con lo que tendría que cargar toda su vida y aún no estaba preparada para contarlo.

En ese tiempo, Tom se interesó por el portátil de Bella que, encantada, le enseñó a manejarlo. En poco tiempo aprendió a guardar documentos de Word y también a jugar. Aquello era algo que Tom podía hacer sin cansarse y aunque en la granja no había ADSL ni ningún tipo de conexión a Internet, Tom disfrutaba jugando con el buscaminas y el solitario.

Bella tenía que morderse la lengua todos los días para no discutir con el quisquilloso de Edward. Cualquier cosa que ella hiciera lo repasaba con ojo concienzudo, en busca de fallos. Día a día escuchaba sus desagradables comentarios respecto a su trabajo. Por mucho que se esforzara en hacerlo bien, llegaba él y con su aplomo de Superman la criticaba.

 Aunque lo peor era que siempre aparecía en el momento más inoportuno y bochornoso para ella. El día que cayó rodando como una albóndiga por una pequeña ladera por huir de una vaca, lo que realmente la sacó de sus casillas fue ver a Edward destrozado de risa.

Otro desventurado día para Bella fue cuando Stoirm, en un ataque de cariño, le saltó encima asustándola, con tan mala suerte que perdió el equilibrio y al caer clavó su trasero en una enorme mierda de vaca. Casi llorando por aquello, tuvo que ser ayudada por Alice y Rose para levantarse, mientras Edward la miraba y se reía junto a sus secuaces.

Todos los días ocurría algo absurdo e inesperado y por azar del destino, siempre, le ocurría a ella.

Una madrugada, el dolor de riñones la despertó. Miró su reloj. Las 3:40 de la mañana. A punto de gritar lo volvió a mirar. ¡Dios, necesitaba dormir! A ese paso regresaría a Londres con más arrugas que un Sharp-pei. Dándose la vuelta intentó dormir pero en ese momento la puerta del cuarto se abrió muy despacio. Entró Alice.

Haciéndose la dormida, Bella vio cómo Alice, tras comprobar que dormían, se dirigió hacia el pequeño armario. Sin hacer ruido tocó con cuidado los jerséis y pantalones que allí colgaban, luego se agachó para coger los zapatos rojos de Bella, y finalmente, sentándose en una vieja butaca, se los probó.

Alice, ajena a los ojos que la miraban, se levantó haciendo equilibrios. Quería saber cómo era andar con unos zapatos como aquellos. Pero su inexperiencia hizo que el tobillo se le torciera y sin poder evitarlo cayó al suelo haciendo un ruido atroz.

— ¿Qué estás haciendo? —gritó Bella con cara de enfado, saltando de la cama.

—Oh... Yo... lo siento... pero... —tartamudeo la muchacha con gesto de dolor.

— ¿Qué pasa? —preguntó Rose restregándose los ojos.

—Que nos lo explique ella —protestó Bella—. Se ha metido aquí como una ladrona. ¿Qué querías, robar?

—No... No de verdad, yo... —intentó balbucear Alice, quién de la vergüenza no podía hilar más de dos palabras seguidas.

— ¡Mira, niñata! —Señaló Bella al verla aún en el suelo—. Esos zapatos que llevas son de Manolo Blahnik, y valen más dinero que el que seguramente tú podrás ganar en toda tu vida. Como les haya pasado algo, te juro que yo...

—Bella —interrumpió Rose, al ver el susto en los ojos de Alice—. No te pases. Pobrecilla.

— ¿Pobrecilla? —Repitió incrédula Bella—. Pobrecillos mis manolos.

Con manos temblorosas Alice se quitó los zapatos. Lo último que quería hacer era romperlos. Bella, arrancándoselos de las manos, los miró detenidamente para comprobar que no les había pasado nada.

— ¿Estás bien? —susurró Rose y Alice asintió.

—Te prohíbo que vuelvas a tocar mis cosas —los zapatos estaban intactos, aún así debía asegurarse—. ¿Me has comprendido? No quiero que vuelvas a poner tus sucias manos en mi ropa.

—Sí... Sí...—murmuró levantándose, con los ojos encharcados en lágrimas, y calzándose las botas del hule, a pesar del dolor de tobillo, salió lo más rápido que pudo.

—Bella. ¿Por qué te pones así?, ¿no te da pena?

—Esa idiota casi se carga mis manolos —respondió devolviendo los zapatos al armario—. Cómo me va a dar pena ¡por Dios!

Sin decir nada más Rose se vistió. Su hermana a veces era peor que Cruella de Vil. En ningún momento había reparado en el miedo de Alice, sólo en sus malditos manolos.

Media hora después, sobre las cuatro y media, Bella también se vistió y bajó a la cocina. Allí estaba Ona, junto a Alice.

—Hola muchachas —saludó Ona—. Debéis tener un hambre atroz.

—Has acertado —asintió Bella, cruzando una mirada con Alice, quien al verla agachó los ojos.

— ¿Qué tal noche pasó Tom? —preguntó Rose.

—Muy buena —le respondió Ona—. Hoy está durmiendo del tirón.

—Eso es magnifico —Bella sabía de sus dificultades con el sueño.

—Venga, venga —animó la anciana—. Sentaos y comer. Tenéis que rellenar esos cuerpos tan huesudos.

— ¿Huesudos? —exclamó Bella mirando a Alice que las observaba—. Creo que mi cuerpo puede ser cualquier cosa, menos huesudo.

Siempre había pensado que estaba gorda. Siempre. Cuando era una niña, gracias a su cara redonda y sus mofletes, en el colegio la llamaban «rolliza», algo que odiaba recordar.

—Sólo con oler esto —aspiró Bella el olor del pan recién hecho—. Seguro que subo una talla.

— ¡Qué exagerada eres! —contestó Rose y mirando a Alice preguntó—. ¿Estás bien?

—Se ha torcido un tobillo al bajar un escalón —respondió Ona por ella—. Tiene el pie muy inflamado. Le estoy diciendo que hoy no vaya a trabajar, pero ella se empeña en ir. ¡Es muy cabezona!

— ¿En qué escalón te lo has hecho? —preguntó con maldad Bella.

—Qué más dará eso —señaló Rose.

—Venga... venga, desayunad.

Alice, incomoda, no sabía a donde mirar. Desde el primer día que las vio, envidió sus maneras de vestir. Verlas era como ver a las modelos de las revistas. Sus ropas eran bonitas, y tan diferentes de las que ella llevaba, que sólo con mirarlas le alegraban el día.

—Cuándo regrese a Londres, tendré que hacer una dieta estricta para bajar todas las calorías que estoy comiendo aquí —murmuró Bella cogiendo un trozo de pan.

—Vamos a ver, muchachas —sonrió Ona, señalando las botas de Bella y las zapatillas de deporte de Rose—. Os van a salir unos sabañones terribles en los pies, si vais con eso. Alice, ¿Podrías subir a la buhardilla con ellas? Quizás en las cajas que se guardan allí encuentren ropa decente.

Al escuchar aquello Bella dejó de masticar. ¿Qué era para Ona ropa decente? ¿Los andrajos que llevaba Alice? ¿O las horteradas que le había dejado como el pijama de tomates?

—Te lo agradezco Ona —rechazó intentado no parecer horrorizada—. Pero con la ropa que tengo creo que me puedo apañar.

— ¡Claro que no! —Insistió la anciana—. Subid antes de que lleguen los hombres. Seguro que por lo menos unas botas de hule podréis encontrar. Dentro de un par de días tenemos que ir a Dornie, allí podréis comprar algo.

Sin poder negarse, Alice se levantó e intentando no cojear subió a la buhardilla seguida por las muchachas. Una vez allí, Rose miró maravillada la cantidad de trastos viejos amontonados. Todo estaba sucio, lleno de polvo.

Aquel lugar trajo recuerdos para las hermanas. De pequeñas y hasta que su padre murió, los fines de semana viajaban a Tomelloso, el pueblo de su madre. Allí su abuela Lucia poseía un enorme caserón, donde la buhardilla, al igual que aquella llena de polvo, era su sitio predilecto para jugar.

— ¿De quién es esta ropa? —preguntó Rose revolviendo en una caja.

—De la difunta —señaló Alice, haciendo que Bella la soltara horrorizada.

— ¿Quién es la difunta? —susurró Rose.

—La mujer de Emmett.

Al escuchar aquello Bella y Rose se miraron. ¿Emmett había estado casado?

— ¿De qué murió? —masculló Bella al ver la cara de confusión de su hermana.

—No me gusta hablar de los difuntos —señaló Alice con voz ronca—. Coged lo que necesitéis. No creo que a la difunta le vaya a molestar.

—Oye, Alice —preguntó Rose, consciente de la falta de ropa de la muchacha—. ¿Por qué no utilizas todos estos trajes?

—No quiero nada de la difunta —respondió con seriedad—. Aquí están las botas de hule.

—De acuerdo, tomaremos prestadas las botas hasta que vayamos a Dornie —indicó Bella arrugando la nariz. ¡Qué horror! A saber cómo sería la difunta.

De vuelta de la buhardilla volvieron a la cocina donde, tras ponerse unos calcetines gordos que Ona les proporcionó, se calzaron las botas. Por fin sus pies entraron en calor.

— ¡Qué horror de botas! —protestó Bella justo en el momento en que se abría la puerta y entraban Edward, Emmett, Set y Doug.

Al verlas allí sentadas se sorprendieron. Pero sin decir nada, saludaron a Ona y comenzaron a desayunar. Media hora después, sin mediar palabra, las llevaron hasta un enorme granero. Bella, al ver las vacas campar a sus anchas, estuvo a punto de gritar. Pero tras ver cómo Edward la observaba en espera de algún comentario, calló. No estaba dispuesta a cruzar ninguna palabra con él. No tenía fuerzas. Sólo frío.

Rose, por su parte, aún no había reaccionado ante la noticia de que Emmett había estado casado. Se acercó a él cuando bajó del coche.

—Hoy no me has dirigido la palabra.

—Quizás no tengo nada que decir— respondió ceñudo.

Aquellos cambios de humor y la prisa que la mayoría de las tardes tenía Emmett por marcharse de la granja era algo que la desconcertaba. Rose, en un par de ocasiones, intentó hablar con él pero fue inútil. Ahora se daba cuenta de que Emmett no le había contado nada acerca de su vida.

—Me gustaría hablar contigo —dijo Rose, necesitaba saber quién era la difunta.

—Si tengo tiempo te lo haré saber —puntualizó él.

Al escuchar su cortante voz, Rose lo miró, y dos segundos después reaccionó.

—Déjalo, guapo. Creo que ya no me apetece.

—Rose —espetó colocándose una gorra verde—. Limítate a ayudar a tu hermana. Tengo demasiados problemas como para que tú me crees más.

Rose estaba sorprendida, no sabía a qué venía aquello. Apenas habían cruzado tres palabras con él en las últimas 48 horas.

— ¿Sabes, simpático? —dijo con una sonrisa que le descuadró mientras se alejaba—. A partir de este momento tú para mi no existes.

Set y Doug, que esperaban junto con Emmett en la furgoneta, se comenzaron a desternillar de risa, pero Emmett con un gesto los calló. En ese momento Edward subió al coche, cruzó una mirada con Bella y sin decir nada arrancó.

Cuando la furgoneta se alejó, ellas volvieron al trabajo.

—No le hagas caso, Rose —señaló Alice entre susurros—. Se muere por tus huesos. Pero es tan cabezón que es incapaz de reconocerlo.

—Eres un cielo, Alice —Rose cogió un enorme cepillo—. Pero hombres como ese idiota me han dado muchos problemas. Toca cambio de «chip» y no volver a pensar en él.

—Harás bien —Bella no paraba de tiritar—. Bastante complicada es nuestra vida como para que nos marchemos dentro de unas semanas con más complicaciones.

Al escuchar aquello, Alice, sin poder evitarlo, comenzó a sollozar. Se sentía culpable por lo ocurrido aquella mañana, y quería disculparse. Nunca quiso robar.

— ¡Venga, por Dios! —Protestó Bella—. Encima de que estamos aquí, en este horrible y apestoso lugar. Sólo nos falta oírte a ti berrear.

—Bella ¡cierra el pico! —regañó Rose enfadada.

—Siento lo de esta mañana —se desahogó mirando al suelo—. De verdad, yo nunca querría robar, sólo es que...

—Mejor cállate, no vayas a estropearlo —puntualizó Bella.

Tras un incomodo silencio, fue la muchacha quién habló.

—No me vais a creer —confesó con la cara llena de lágrimas—. Pero es que nunca he tenido amigas.

—No me extraña —suspiró Bella sin piedad—. Con esas pintas es comprensible.

— ¡Bella! —gritó Rose para hacerla callar—. ¡Basta ya!

— ¿Por qué? —Respondió con maldad—. ¿Acaso es mentira lo que digo? ¡Mírala! Si es un híbrido entre la bruja Lola y Mogly.

—No hagas caso de lo que dice esta idiota —Rose le pasó la mano por la cabeza—. Alice cariño, eso no es posible. Eres una chica encantadora. No puedo creer lo que dices.

—Ella tiene razón. Vosotras no conocéis mi vida —gimoteó Alice abriendo la boca como un San Bernardo.

—Ni la sé, ni me interesa —interrumpió Bella ganándose una nueva mirada de su hermana.

Alice, sorprendiéndolas, igual que había comenzado a llorar, paró. Se secó las lágrimas y, separándose de Rose, cogió una enorme pala, entró en el granero y comenzó a trabajar.

—Bella—dijo Rose—. Me dejas sin palabras. ¿Cómo puedes ver llorar a alguien con esa pena, y no sentirlo?

—Tengo mis propios problemas y yo no voy llorándole a nadie.

—Pobrecilla —respondió sin escucharla—. ¿Has oído lo que ha dicho?

—Mira, Rose —contestó Bella viendo un grupo de vacas alejarse—. Tengo tantos problemas y en este momento tanto frío, que no puedo pensar en otra cosa que no sea yo... yo... yo... y yo.

—Eres una egocéntrica que se cree el ombligo del mundo —regañó Rose—. Si yo fuera como tú estarías aquí sólita quitando la mierda de las vacas.

—Ahhh... que viene —gritó Bella corriendo hacia un árbo1—. ¡Una vaca! ¡Una vaca!

Con una increíble destreza Bella se subió al enorme árbol.

—Yo diría que son dos —murmuro Rose mientras acariciaba a las tranquilas vacas que pasaban por su lado.

Con paciencia, Rose esperó hasta que Alice echara a todas las vacas del cobertizo. Se la veía triste y quería hablar con ella. Pero dejar allí fuera, sola, a su histérica hermana, no era lo más acertado, aunque a veces, como en aquel momento, se lo mereciera.

—Bella —gritó Rose a una Bella más pálida que la cera—. Las vacas asesinas están todas pastando en el exterior. Voy a entrar al granero.

— ¡Espérame! —Bella dio un salto para bajar del árbol

—Bufff —arrugó la nariz Rose al entrar en el cobertizo—. Qué peste.

—Oh Dios... —suspiró Bella echándose hacia atrás—. Yo... yo no puedo entrar dentro. ¡Me muero de asco!

—A ver si te crees que a mí me encanta ¡no te jode! —regañó Rose y entregándole una de las palas dijo—. Lo siento, princesita. Pero si yo quito mierda, tú lo harás también.

—No puedo —gritó a punto de gimotear— No puedo. Yo no puedo.

—Oh sí... sí que puedes —empujó Rose sin darse por vencida—. ¡¡Arrea!! Que tenemos mucho que hacer.

Nada más entrar se escuchó un ¡¡Chofff!!

—Dime que no he sido yo —gimoteó Bella, que sí, había sido ella quien había pisado una enorme caca de vaca, quedando media bota sumergida.

—Ainsss. ¡Que me da! —Se destrozó de risa Rose—. Piensa en positivo. Ese pie lo tendrás más calentito.

— ¡Vete a la porra! —protestó, pero al mirar su pie y verlo rodeado por aquella pasta marrón...—. Esto no me puede estar ocurriendo a mí. ¡Me quiero despertar! ¡Me quiero despertar!

El olor a animal, pis y caca, era tremebundo, algo que Alice no notaba. Estaba acostumbrada a esos olores fuertes.

—Tenemos que airear el granero, cambiar el lecho sucio y húmedo por aquel de allí y... —señaló Alice.

— ¡Qué más da! —gritó Bella tapándose la boca con la mano. El olor era horroroso—. ¡Son vacas! A ellas les dará igual que se lo cambiemos o no.

—Lo siento pero no —Alice abrió la enorme portezuela del fondo—. Si no cambiamos el lecho todos los días las vacas pueden sufrir putrefacción en las pezuñas, y coger cientos de enfermedades.

—Pobrecillas —susurró Rose.

— ¡Creo que voy a vomitar! —dijo Bella sintiendo arcadas.

—Ni se te ocurra —ordenó Rose—. Bastante tengo con quitar la mierda de las vacas, como para quitar tus vómitos también.

— ¡Eres inhumana! —gritó Bella.

—Y tu una pija insensible —Rose no podía dejar de reír ante el horror de su hermana.

Media hora más tarde Bella, con más asco que arte, metía kilos de lecho húmedo en enormes bolsas de basura grises. De nada había servido intentar escaquearse. Rose no se lo había permitido. A media mañana, tras dar un manguerazo al suelo, llegó Set con el almuerzo. Alice, al verlo cambió su gesto, algo que no pasó desapercibido a Rose y a Bella, pero no por Set, quien apenas la había mirado. Pocos minutos después, sin mediar palabra, el muchacho se marchó. Volvía con los hombres.

En un mutismo total Alice abrió la bolsa que Set había dejado para ellas. Cogió un pedazo de pan con un poco de queso, y comenzó a comer.

—Necesito lavarme las manos —dijo Bella, mirando a Alice que comía tranquilamente, sentada encima de una caja—. ¿Dónde te las has lavado?

— ¡Pero si eso es la manguera de las vacas! —chillo histérica—. No pienso lavarme las manos con la misma manguera con la que has limpiado el granero. ¡Qué asco!

—No hay otra manguera —indicó la muchacha—. El agua que sale de ella es limpia.

—Bella —suspiró Rose cogiéndola del brazo y acercándola a la manguera—. Yo la cogeré mientras te lavas las manos

—Pero... ¡Está congelada! —protestó retirando las manos al sentir el frío.

—Me estás tocando los ovarios hoy de una manera que no te imaginas —siseó Rose con rabia—. Lávate las jodidas manos de una vez para que yo también pueda hacerlo.

Bella, cansada y dolorida, se lavó las manos y antes de decir nada, Alice le tendió una servilleta de papel para que se las secara.

El almuerzo fue tenso. No hablaron. Sólo comieron pensando en sus propios problemas.

— ¡Maldita sea! —Protestó Bella rompiendo el silencio—. He olvidado el tabaco.

—Mala suerte —murmuró Rose sin mirarla.

—Pero yo quiero un cigarro —se quejó Bella—. Necesito un cigarro.

— ¡Bella! —chillo Rose asustando a Alice. No podía más—. ¡No hay tabaco! Da igual que te quejes media hora, una hora o siete horas. Alice y yo no tenemos tabaco. Y las vacas dudo que fumen. Por tanto. O te callas o coges hierba del suelo, te la lías en una servilleta y te la fumas.

Tras aquel arranque de furia, Rose se levantó malhumorada y se marchó. Necesitaba dar una vuelta y despejarse. Las frías palabras de Emmett la estaban martirizando y las continuas quejas de su hermana la estaban matando.

—Set tiene tabaco —susurró Alice al quedar solas—. Si quieres puedo ir hasta donde están ellos y pedirle alguno.

— ¿Están cerca de aquí? —preguntó Bella con curiosidad

—Más o menos —señaló la muchacha—. A unos tres kilómetros.

Al escuchar aquello Bella se quedó perpleja.

—Alice. ¿Me estás diciendo que andarías tres kilómetros de ida y otros tres de vuelta, con el tobillo dolorido, sólo por traerme un cigarrillo a mí?

—Sí —asintió limpiándose la boca con la manga tras beber de la botella—. Si para ti es importante, lo haría. ¿Quieres que vaya?

Al escuchar aquello a Bella le entraron ganas de llorar. Aquella muchacha, a la que había tratado mal, estaba dispuesta a hacer aquello por ella.

—No, Alice —negó con una sonrisa—. No hace falta.

—Siento que Rose y tú estéis enfadadas.

—Ah... no te preocupes —contestó mirando cómo su hermana comenzaba a echar lecho seco en el granero—. Nuestros enfados son continuos. No pasa nada.

—Es bonito tener hermanos —sonrió Alice, haciendo que Bella sonriera.

—Oye, Alice —dijo Bella sentándose junto a ella—. ¿Qué haces tú en la granja viviendo con Ona y Tom?

—Vivir en paz.

Bella estaba preparada para escuchar cualquier cosa, pero no aquello.

—No quiero aburrirte con mi vida —indicó la muchacha sin mirarla.

Aquellas simples palabras, junto al detalle anterior, llegaron sin saber por qué hasta el duro corazón de Bella. Se sintió mala, y desagradable. No se estaba portando bien con aquella muchacha, y tenía que reconocerlo.

—Alice —dijo poniendo su mano en el hombro—. Quiero disculparme por mi manera de comportarme contigo. Sé que a veces soy una auténtica bruja.

—Yo no te veo así —murmuró la muchacha.

—Me parece que eres demasiado inocente y también demasiado frágil, Alice.

—No creas todo lo que ves —señaló la joven.

— ¿Me perdonas entonces?

—Por supuesto que sí.

—Oye, Alice. Me encantaría saber de tu vida.

— ¿En serio? —dijo mirándola.

—Por supuesto que sí —respondió Bella haciéndola sonreír.

—Bu... bueno... —tartamudeó—. Vivía en Glaswood hasta que mi madre murió. En aquel entonces yo tenía diez años y mi hermano Johny ocho. Recuerdo cómo mamá nos llevaba al cuarto y nos impedía salir de allí cuando mi padre regresaba. Ahora soy consciente de que nos encerraba para que no nos pegara. Pero cuando ella murió todo cambió. Tuve que crecer de pronto. Abandonar el colegio y con diez años hacerme cargo de la casa, de mi hermano y de mi padre. Una noche mi padre llegó borracho. Johny y él se pelearon y papá, furioso, lo tiró contra la pared. Ese golpe lo mató.

Bella sintió cómo una parte de su corazón se partía ante las palabras simples y terribles de la muchacha.

—Alice, lo siento —susurró conmovida—. Debió ser horrible.

—Mucho —continuó con un hilo de voz—. Yo cogí la escopeta de caza de mi padre y lo mate. Se lo merecía. Te juro Bella que se lo merecía —sollozó tapándose los ojos—. A partir de ese momento todo el mundo se alejó de mí. Me llevaron a una casa de acogida y estuve allí dos años. Nadie se quería hacer cargo de mí. Pero un día, en una excursión que hicimos al castillo de Eilean Donan, Tom y Ona me vieron y se interesaron por mí. Con la ayuda de Edward me adoptaron. Y yo comencé a ser feliz. Pero los rumores de lo que había hecho en mi casa llegaron hasta aquí y a partir de ese momento ninguna de las chicas de los alrededores quiso ser mi amiga. Sus madres decían que estaba loca, y a pesar de lo mucho que Ona ha luchado por mí, nunca la creyeron —dijo secándose la nariz con la manga—. Mis únicos amigos siempre han sido Emmett  y Edward. Ellos me han demostrado su cariño de muchas maneras. Todos los años se acuerdan de mi cumpleaños y en Navidad, junto al de Ona y Tom, están sus regalos.

Escuchar aquello dejó a Bella sin habla. Qué terrible experiencia tuvo que vivir Alice con solo diez años.

—Te prometo, Bella, que yo nunca te robaría —dijo mirándola a los ojos—. Si esta mañana estaba en vuestra habitación era por...

—No hace falta que sigas —sonrió Bella tapándole la boca—. Y antes de que digas nada, déjame volver a pedirte disculpas por las cosas que te he dicho está mañana, y ayer y todos los días que llevo aquí. Para mí no está siendo fácil todo esto —respondió, sincerándose—. Soy una mujer de ciudad, acostumbrada a otro tipo de vida y de personas. Por favor. Perdóname.

Con los ojos llenos de lágrimas Alice asintió y esbozando una sonrisa murmuró.

— ¿Sabes? Yo también me peleaba con Johny. Era muy guapo —recordó Alice con una sonrisa—. Se parecía mucho a mamá. Tenía unos ojos azules grandes y llenos de vida y una sonrisa divertida.

—Tú también eres guapa —dijo Bella pasándole la mano por aquel tosco pelo.

—Eso es mentira —sonrió entre lágrimas—. Soy fea. Lo sé. Aunque Tom dice todo lo contrario porque me quiere, no hace falta que tú mientas para alegrarme. Sólo con mirarme en el espejo cada mañana me doy cuenta de cómo soy.

—Vamos a ver, Alice —Bella la agarró por la barbilla—. No creo que seas fea. Lo que pasa es que no sabes sacarle partido a tu belleza. Tienes unos ojos azules maravillosos que pocas veces enseñas.

—Mis ojos son como los de mamá y Johny —asintió sonriendo.

— ¡Eso es perfecto! —Sonrió Bella al sentir la calidez de Alice—. ¿Cuántos años tienes?

—Veinticinco, tres meses y dos días.

—Una edad ideal —continuó escrutando su cara—. Tu pelo necesita un buen saneado. ¿Desde cuándo no te lo cortas?

—Me lo cortó yo.

— ¿Sabes lo que es la mascarilla? ¿Un exfoliante de cuerpo? ¿Crema depilatoria?

—Algo leo en las revistas. Pero en mí no merece la pena gastar dinero. ¿Para qué? Nadie va a fijarse en mí.

—Te gusta Set, ¿verdad?

— ¿Cómo lo sabes? —preguntó extrañada. Nunca se lo había contado a nadie.

—El amor es como el dinero Alice. ¡Se nota! —Exclamó Bella—. No hace falta contarlo para percibirlo.

—Me gusta —asintió ruborizándose—. Aunque él ni siquiera sabe que existo.

Escuchar aquello le hizo sonreír, y tomó una decisión.

—Alice. Alice. Alice. Si me dejas ayudarte y te fías de un par de consejitos que te voy a dar, te prometo que Set no volverá a dormir.

— ¿Por eso no duerme Edward? —preguntó Alice, demostrándole a Bella la preciosa sonrisa que escondía.

—No sé de qué hablas —exclamó aturdida—. Pero déjame decirte que si Edward no duerme será porque no quiere o porque va de cama en cama como un buen picaflor.

Al decir aquello Bella se dio cuenta de su tono de voz. ¿Por qué había entonado la frase así? Maldiciendo por lo bajo tuvo que reconocerse que aquel bruto le importaba, aunque fuera sólo un poquito.

—Creo que te gusta Edward, tanto como tú le gustas a él —asintió la muchacha, sorprendiéndola.

—Entonces te aseguro que no hay nada que hacer.

— ¿Seguro?

—Segurísimo —asintió Bella—. Me gustan los hombres con clase y Edward está carente de ella.

Al escuchar aquello Alice sonrió, mientras pensaba en lo que momentos antes Bella le había dicho referente al amor y al dinero.

Con cautela, Rose se acercó y su enfado se disipó cuando vio a Alice y Bella hablando, incluso bromeando.

— ¿Me he perdido algo? —preguntó Rose.

—No, hermanita —señaló Bella, con una sonrisa que la desarmó—. Necesitamos que nos ayudes. Set y el resto del mundo tienen que ver lo preciosa que es Alice.

 

Capítulo 14: CAPÍTULO 13 Capítulo 16: CAPÍTULO 15

 
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