CAPÍTULO 13
El lunes llovía a mares y el trabajo volvió a ser criminal. Trabajar en el campo, junto a infinidad de animales y en especial de bichos, era algo para lo que Bella no había nacido.
El miércoles tenía tan mala cara que Ona le indicó que debía quedarse en la cama. Tenía fiebre, pero no quería darle el gusto a Edward, por lo que se vistió y bajó a la cocina.
— ¡Por todos los santos, muchacha! —Dijo la anciana—. ¿Qué haces aquí?
— ¡Bella! —Rose se mostró tajante—. Te hemos dicho que te quedes en la cama.
—Estoy mejor —dijo con voz tomada—, no os preocupéis.
—Pero por Dios, pero si respiras igual que Darth Vader —se mofó Emmett.
—Sí, claro, y tú eres Chewaka —a pesar de lo mal que se sentía, Bella tenía el cargador lleno.
—Pero Bella. Si estás mas caliente que la parrilla del McDonald un domingo —gritó Rose al ponerle la mano en la frente.
—Qué graciosos estáis hoy —puntualizó la enferma.
—Tómate esta leche calentita —Ona le entregó un vaso humeante—, y sube a la cama a dormir.
—Muchacha —sonrió Tom por aquellos comentarios—, creo que lo más acertado es que te metas en la cama y sudes. Si no te cuidas puedes empeorar.
—Basta ya —apenas tenía fuerzas para imponerse— He dicho que estoy mejor y punto.
Edward, que hasta el momento había intentado no hacer ningún comentario, pensó lo mismo que todos. Bella no tenía buena cara. Sus ojos estaban vidriosos, y por las ojeras que mostraba, se veía que no había pasado una buena noche.
—Bella —la llamó.
— ¡Oh, por Dios! —grito volviéndose hacia él—. No iras tú darme el sermón también.
—No. Yo directamente te voy a llevar a la cama —y sin darle tiempo a reaccionar se la echó al hombro.
— ¡Suéltame! —Gritó, enfadada— ¡Suéltame ahora mismo!
—Muy bien, Skywalker —rió Emmett— Lleva a la princesita a su trono.
Al salir de la cocina Bella sintió deseos de llorar. ¿Por qué todos la trataban como si fuera una idiota? Pero sin fuerzas para luchar contra ello y humillada se dejó llevar.
Al entrar en la habitación, Edward, con cuidado de no recibir un golpe, la soltó.
—Eres un energúmeno —gritó Bella molesta—. ¿Por qué has hecho esto?
—Porque estás enferma. Hoy llueve, y en tu estado no serías de mucha utilidad.
— ¡Maldita sea! —gritó, pero el arranque de furia le hizo toser.
—Deja de hacerte la valiente y métete en la cama de una vez —le indicó Edward.
—No me da la gana —estaba caprichosa, y se plantó cruzando los brazos.
—Esa cabezonería tuya es odiosa —dijo Edward acercándose a ella—. Tienes cinco minutos para quitarte esa ropa, ponerte el pijama y meterte en la cama.
— ¿O qué? —retó ella echando fuego por los ojos.
—Si no lo haces, me veré obligado a desnudarte yo mismo.
Al escucharlo y ver su mirada, y en especial su sonrisa, se quedó sin aliento.
—No lo harías ¿verdad? —susurró en un hilo de voz.
Edward, deseoso de tomarla en sus brazos, se acercó más a ella, y tras rozar con su calloso dedo la vena del cuello, dijo erizándole la piel.
—Sí, princesita. Me temo que sí lo haría —su voz no dejaba lugar a dudas.
Con un rápido movimiento Bella se separó de él. Debía hacerlo mientras le quedara algo de cordura. Volver a besarlo era lo que más le apetecía, pero era lo que menos le convenía.
—De verdad —dijo sacando el pijama de debajo de la almohada— a veces me da la sensación de estar en el salvaje oeste.
— ¿Por qué?
—Por tus modales.
—Creo que no eres la mas apropiada para hablar de modales —dijo acercándose de nuevo a ella, momento en que ésta le notó a su espalda y cerró los ojos.
—No sé qué pretendes, Edward —suspiró dándose la vuelta para mirarlo de frente— pero no estoy dispuesta a que sigas comportándote conmigo como lo haces. Soy una mujer del siglo veintiuno, que toma sus propias decisiones, no una virgen del siglo pasado a la que tienen que cuidar como si fuera de porcelana.
—Para mí eres todo lo que tú quieras, menos una virgen, te lo aseguro.
Al escucharle apretó los puños y cerró los ojos, e intentó contener su gran apetencia de plantarle un derechazo en toda la cara.
Edward, divertido por cómo ella pasaba por todos los colores del arco iris, dio un pequeño paso hacia adelante, acercándose más, tanto que lo dejó literalmente encima.
—Bella.
—Sí.
—Abre los ojos y mírame.
Haciéndole caso, Bella abrió los ojos. Al verlo tan cerca y sentir cómo una de sus manos se deslizaba con suavidad por la espalda, soltó un suspiro.
Estaba aterrorizada por la reacción física que su cuerpo sentía.
— ¿Te asusta estar a solas conmigo?
—No —mintió mientras observaba aquellos carnosos labios, tan deseables.
— ¿Estás segura?
—Por supuesto que sí —nada iba a dejar que perdiera su porte altivo—. Ahora, si eres tan amable, sal de la habitación, para que pueda desnudarme y meterme en la cama.
—Mmmmm —se separó apenas un paso de ella—, sería una pena no ver ese delicioso momento. ¿Te importa si me quedo? Quiero ver si realmente eres Darth Vader.
—Pero ¡habrase visto semejante bestia! —gritó acercándose a él—. Sal ahora mismo de la habitación. ¡Pervertido!
—Un poquito de sentido del humor como el de tu hermana te vendría muy bien, princesa —al final abrió la puerta para marcharse a trabajar—. Métete en la cama, y suda ese constipado o si no te perderás el viernes tu fiesta.
— ¿Qué fiesta?
—La noche de brujas —respondió riéndose—. Una buena bruja como tú no se la puede perder. ¿No crees?
Incrédula por lo que le había oído, tiró un cojín contra la puerta, pero Edward sonriendo, cerró antes de que le diera. Sin poder evitar una sonrisa, Bella se desnudó. Todo era tan absurdo a veces, que tenía que sonreír, pensó antes de quedar profundamente dormida.
* * *
Los dos días siguientes consiguieron que Bella se restableciera. Dejar de madrugar y sobre todo de empaparse bajo la lluvia hizo que su salud volviera a ser la que era. Durante aquellos días se divirtió hablando con Tom y con Ona, quienes resultaron ser unos excelentes conversadores, y en sus ratos de soledad cogió su portátil para intentar preparar nuevos proyectos y todas aquellas cosas que siempre quedaban pendientes por hacer o por terminar.
El viernes treinta y uno de octubre todos se preparaban para la tradicional noche de brujas. Bella al principio estaba reacia a participar de aquella estúpida fiesta pero al ver cómo poco a poco la casa se llenó de gente extraña, la mayoría disfrazada, no le quedó más remedio.
Rose, con la ayuda de Ona y de Alice, se había disfrazado de bruja, formando un terceto perfecto con las otras dos. Sobre las diez de la noche varios de los jóvenes que habían llegado encendieron un par de hogueras, mientras Ona y sus amigas sacaban la comida de la alacena y la gente comenzaba a beber y a bailar.
Bella, sentaba junto a Tom, le escuchó contar que el día treinta y uno de octubre era el último día del viejo calendario celta, llamado «Samhain» y como la tradición mandaba todos debía disfrazarse. Incrédula se quedó al escuchar que los antiguos celtas tenían miedo a la oscuridad y al invierno, y que se disfrazaban la noche del treinta y uno de octubre, para que los fantasmas llegados del pasado los confundieran con otros fantasmas.
Tuvo que sonreír cuando oyó que, para alejar a los fantasmas de sus casas, los celtas colocaban comida fuera de ellas.
—Por eso Ona está poniendo toda esa comida ahí —señaló Bella.
—Muchacha —asintió el anciano—, lo manda la tradición.
Momentos después, mientras Tom hablaba con un par de amigos, mucha gente comenzó a bailar y Bella, con un ridículo gorro de bruja calado en la cabeza, observó a su hermana bailar con un tipo disfrazado de gato negro. Era Emmett. Aquellos pelos rojos no pasaban desapercibidos.
— ¿Quieres bailar?
Al volverse se encontró con Edward, vestido de vampiro, que le tendía la mano.
—Yo no sé bailar esta música —dijo mirándolo.
—Yo tampoco —bromeó Edward, y la tomó de la mano—. Por lo tanto, hagamos como todos, demos vueltas alrededor de la hoguera.
Sin saber por qué, Bella accedió y durante las tres horas siguientes no paró de reír, de bailar y de bromear con Edward, quien se había manifestado como un excelente bailarín y una buena compañía.
— ¿Te diviertes en el «Samhain»? —preguntó Edward bebiendo de su cerveza.
—Sí. Es la primera vez que asisto a una fiesta de disfraces.
— ¿En tu glamorosa vida nunca has ido a ninguna?
—Nunca —respondió mirándolo—. No me gustan.
—Pues tu disfraz de bruja es de lo más real —su comentario era malvado—. Tus ojos oscuros, y ese pelo negro, son de lo más demoníaco.
—No pienso enfadarme por nada de lo que me digas hoy ¡drácula!
—Mmmmm... Esa venita tuya del cuello —dijo haciéndola reír— cuando late me encanta.
En ese momento un chico se puso ante ellos.
— ¿Quieres bailar? —preguntó mirando a Bella.
—No, muchacho —respondió Edward—. No quiere.
—Pues claro que quiero bailar —intervino Bella y antes de que Edward pudiera decir nada, salió junto a las fogatas y comenzó a girar y a reír con aquel joven.
Apoyado en el tronco del árbol Edward la observó. Verla reír era algo a lo que estaba poco acostumbrado y cuando la pieza de música acabó y vio que otro chico la tomaba del brazo y comenzaba de nuevo a bailar con ella, no le gustó. Pero manteniendo a raya su disciplina, esperó a que la pieza acabara para llegar hasta ella y recuperarla.
—UHF —suspiró Bella—. ¡Estoy agotada!
— ¿Quieres que vaya a por una cerveza? —se ofreció Edward.
—No, déjalo —dijo tomando la de él—. Si me das de la tuya me vale.
Dio un trago mientras el sudor corría por su frente, sin saber lo sexy que estaba en ese momento. Edward no podía apartar los ojos de ella.
—Por cierto —dijo Bella—. Te recuerdo que puedo bailar con quien yo quiera. No soy tu novia ni la de nadie.
— ¿Quién es nadie? —y deseando probar algo le entregó su botella—. Sujétame la cerveza, princesita, ahora vuelvo.
Con una sonrisa en la boca, Bella la cogió, pero cuando vio que una muchacha de unos veintipocos años caminaba hacia él, lo besaba en la mejilla, y ambos se ponían a bailar, deseó estamparle la cerveza en la cabeza.
«Pero bueno. Tendrá morro» pensó molesta, bebiéndose el resto de cerveza que quedaba.
— ¿Estás escaneando a Edward con la mirada? —preguntó Rose acercándose a ella.
—Pues no va el cretino, y me dice que le sujete la cerveza y se va a bailar con esa muchacha —bufó molesta.
—Hace unos segundos estabas tú bailando con otro tipo.
Cansada de verlo sonreír mientras bailaba con aquella joven, se levantó.
—Ven. Vayamos a bailar —animó Bella arrimándose a un par de chavales. Estos rápidamente las invitaron a entrar en el corro.
Bella respiraba con dificultad por la ajetreada música, pero intentó sonreír a su acompañante hasta que por fin terminó la pieza de música.
— ¡Qué fuerte, hermanita! —sonrió Rose acercándosele.
— ¿El qué? —preguntó Bella agotada.
—La mirada laxante que te ha echado tu highlander.
— ¿Laxante? —repitió Bella divertida.
—Sí, chica. Laxante, porque cuando te mira te cagas. ¡Dios! Porque no lo has visto, si no te habrías dado cuenta de lo furioso que estaba.
— ¿Bailas conmigo, preciosa bruja? —preguntó Emmett cogiendo a Rose de la mano.
—Anda, ve a bailar con Chewaka —animó Bella haciéndole sonreír.
Sola, se encaminó hacia el cubo de las bebidas, y tras meter la mano entre los hielos, sacó una cerveza fresquita. Paseando la mirada por la mesa buscó un abridor, cuando de pronto sintió que le quitaban la cerveza. Era Edward, que la abrió dando un golpe seco contra la mesa.
—Gracias, Drácula.
—De nada, bruja —respondió él, y tomándola por el brazo empezó a caminar con ella hacia la oscuridad.
— ¿Dónde me llevas?
—A ningún lugar.
Pero cuando estaban lo suficientemente lejos de las miradas de todos, la apoyó contra el tronco de un árbol, cogió con sus manos su cara y la besó.
Al principio se sintió tan sorprendida por aquel acto, que no supo reaccionar. Pero la cercanía de Edward y su olor a hombre, tardaron poco en volverla loca. Soltando la cerveza, que se derramó en el suelo, levantó las manos y apretó su cuerpo contra el de él. Comenzó a jugar con su lengua, y sintió cómo todo su ser se estremecía de placer.
Bella lo besó de tal manera que Edward notó que le roba el aliento, la voluntad y la cordura. Así que antes de hacer una locura, tras darle un suave y último beso en los labios, se apartó de ella.
— ¿Por qué has hecho eso? —preguntó Bella que respiraba con dificultad.
—Necesitaba besarte —no podía dejar de mirarla.
—Me creas una tensión enorme, Edward. ¿Por qué no te limitas a alejarte de mí y no volver a acercar tu boca ni tus manos a mi persona? ¡Dios, qué tensión!
— ¿Sabes, princesita? —dijo con rabia, alejándose de ella—. Para acabar con la tensión lo mejor es un buen revolcón. Aunque me temo que una bruja como tú necesita demasiados.
Al escucharlo, Bella se quedó sin habla, pero aún podía atacar.
— ¿Sabes, Edward? Follar es como jugar al mus. Si no tienes una buena pareja, por lo menos que Dios te dé una buena mano.
Edward la miró sorprendido por su rapidez en buscar algo hiriente, y tras mirarla unos segundos más, dándose la vuelta, se alejó. La fiesta para él había terminado.
* * *
El dos de noviembre Bella y Rose celebraron en Escocia el día de todos los muertos. Una tradición que se celebraba igual en Escocia que en España.
Después de comer Bella miraba con tristeza por la ventana y recordó a su padre. Qué diferente hubiera sido todo si él no hubiera enfermado y muerto. Pero tras secarse las lágrimas, decidió dejar de pensar en el pasado y volver a la realidad.
Y en ese momento la realidad de su vida era que se encontraba en Escocia, en medio del campo, rodeada de bichos, viviendo como una humilde granjera, esperando a que llegara un conde, y sintiendo algo que no debía por un hombre que podía haber protagonizado el anuncio de la Coca-Cola Light.
Tras el encontronazo que Bella y Edward tuvieron la noche de Brujas, no habían vuelto a acercarse el uno al otro. Pero por extraño que pareciera, siempre coincidían con sus miradas. Ona, sin decir nada, era testigo de todo, algo que la alegraba. Ella pensaba que su nieto había encontrado su media naranja. Estaba segura.
El día cuatro de noviembre, cuando regresaban en la furgoneta azul para comer, mientras Edward conducía, Emmett, Doug y Set no paraban de hablar.
— ¿Vendréis hoy a Inverate a ver el partido? —preguntó Doug.
—Yo paso —a Emmett no le gustaba el fútbol.
— ¿A qué hora empieza el partido? —dijo Set.
—A las ocho menos cuarto —indicó Doug mirando a las mujeres—. Hoy juega un equipo español en Andfield.
— ¡Ostras! —Exclamó Rose llevándose las manos a la cabeza—. Pues claro, hoy juega de nuevo el Atlético de Madrid.
—Sí —Bella no quería mostrar sus emociones delante de Edward—. El partido de vuelta.
—Nosotros iremos a verlo con unos amigos a un pub de Inverate.
— ¿Podemos acompañaros? —preguntó Rose.
—Eh... ¿dónde vas tú sin mi? —dijo Emmett al escucharla.
—Vamos a ver —Rose no iba a dejar pasar un comentario machista—. El que yo vaya a ver un partido con mi hermana y unos amigos no tiene que...
—Os llevaremos nosotros —finalizó la conversación Edward.
A las siete y cuarto de la tarde entraban en «Chester», un pub de la localidad.
Allí Doug y Set, se encargaron de presentarlas al numeroso grupo de amigos. Todos hombres, mientras Edward y Emmett pedían las bebidas en la barra y observaban a las muchachas relacionarse con los otros.
—Edward, ¿qué hacemos tú y yo aquí si no nos gusta el fútbol? —sonrió Emmett.
—Contéstamelo tú. Porque aún yo me lo estoy preguntando —respondió con una sonrisa mientras miraba a Bella.
Cuando comenzó el partido el pub estaba a reventar. El 80% deseaba que ganara el Atlético de Madrid y el 20% el Liverpool. Al poner la pelota en juego el Atlético de Madrid los aplausos retumbaron en el pub.
En los diez primeros minutos el Liverpool monopolizó casi por completo el balón.
— ¡Corner! —gritó Rose al ver la jugada, mientras Bella bebía de su cerveza, y comenzaba a gritar como todo el pub y la aflicción rojiblanca del televisor ¡Kun, Kun, Kun!
— ¡Ay Dios, que no lo quiero ver! —gritó Bella al ver correr al jugador del Liverpool Robbie Keane.
— ¡Fuera! —abucheó Set al ver cómo tras meter Leo Franco la mano la despejaba de la banda.
— ¿Pero el arbitro está ciego? —viéndola así nadie pensaría que era una alta ejecutiva de una empresa de publicidad.
— ¡Joder! ¡Joder! —Rose estaba nerviosa—. Qué peligro tiene el Liverpool.
Pero tras un par de minutos, el pub gritó.
— ¡GOLLLLLLLLLLLLL!
Y la marea humana vivida días antes en el pub de Edimburgo volvió allí, aunque esta vez Bella se lo tomó de otra manera, sonriendo de tal manera que Edward, desde la barra, tuvo que sonreír.
— ¡Gol! El Atlético de Madrid ha metido un ¡GOL! —gritó Rose mientras Emmett le hacía la señal de Bella desde la barra.
—A tu zanahorio no le va mucho esto del fútbol, ¿verdad? —señaló Bella al ver cómo aquellos dos hablaban de sus cosas sin mirar el televisor.
—A tu highlander tampoco.
Y tapándose la boca ambas sonrieron y comenzaron a brindar con sus cervezas junto al resto de los forofos.
—No lo puedo entender —Emmett y Edward las miraban con una mezcla de asombro y diversión. Nunca había conocido a dos mujeres que se lo pasaran tan bien viendo a su equipo jugar.
—Son españolas, primo —rió Edward—. ¿Qué esperabas?
Tras acabar el primer tiempo, Bella y Rose se acercaron hasta ellos dando saltos como dos crías.
—Oe, oe, oe, oe —cantaban al unísono.
— ¿Has visto, Emmett? —señaló Rose, abrazándolo—. ¿Has visto qué equipo más bueno tengo?
—Anda, ven aquí —Emmett la tomó por la cintura— y bésame.
— ¿No te gusta el fútbol, Edward?— le preguntó Bella.
—Prefiero otras cosas —sonrió sin dejar de mirarla.
— ¿Como qué?
—Como acabar con la tensión.
Al escuchar aquello Bella no supo si debía reír o no. Aún recordaba la ordinariez que le había dicho del mus, la noche de Brujas. Iba a contestarle pero Rose, cogiéndola de la mano, se la llevó. Comenzaba el segundo tiempo del partido.
— ¡Madre mía! ¡Madre mía! —Gritó Rose—. Esos ingleses atacan como cosacos.
Bella apenas se enteró de la segunda parte del partido. Las palabras de Edward le rondaban por la cabeza y su mirada al otro lado del pub le estaba alterando el cuerpo a un ritmo muy, muy acelerado.
Incapaz de continuar mirando el partido Bella se acerco hasta Edward, y para su sorpresa lo agarró de la mano, lo alejó un poco de Emmett, y sin decirle nada, se tiró encima de él comenzando a devorarle la boca con auténtica pasión.
— ¿Qué estás haciendo? —preguntó Edward separándola un poco.
—Lo que me apetece —susurró Bella.
— ¿Por qué?
—Porque me fío de ti.
—Pero yo de ti no, princesita —murmuró Edward, que ardía de deseos por sentirla entre sus piernas.
—Bien. Bien —ronroneó, pasándole la lengua por la comisura de los labios—. Así me gusta. Que no te fíes de mí.
Sin entender nada, Edward, tras sonreír, le preguntó.
— ¿Cuánto tiempo llevas sin disfrutar del sexo?
—Demasiado —suspiró mordiéndole en labio inferior.
—Entonces habrá que buscar un remedio ¿no crees?
—Sí. Lo creo.
Besando con pasión aquellos labios tentadores, Edward se dejó llevar por la pasión del momento. Semiocultos por la poca luz del pub, Bella se atrevió a bajar la mano hasta tocar la entrepierna de Edward, que al sentir su tacto se endureció aún más.
—No me hagas esto —sonrió apretándola contra él—. Si no quieres pagar aquí y ahora el calentón que llevo desde hace días.
De pronto se oyó ¡GOLLLLLLLLLLLLLLLLL! Y dos segundos después Rose llegó hasta ella muy enfadada.
— ¡Mierda, Bella! El partido ha acabado y esos ingleses han empatado. ¡Qué vergüenza de partido, por Dios!
Al ver con qué cara la miraban los dos, Rose se dio cuenta de su indiscreción y con una tonta sonrisa dijo antes de marcharse.
—Bueno, yo como siempre interrumpiendo en el mejor momento. Adios.
—Edward —Gritó Doug—. ¡Edward!
— ¡Joder! Podrán olvidarse de nosotros un rato —susurró Bella, harta de tanta interrupción.
Eso le hizo sonreír.
Tener a Bella a su merced de pronto, sin esperárselo, había sido la mejor de las sorpresas, por lo que sin hacer caso a Doug, continuó besándola. La noche pintaba muy, muy bien.
— ¡Edward, tío! —Dijo Doug acercándose hasta ellos— Ha llegado Claire.
— ¿Claire? —Preguntó, apartándose un segundo de Bella—. ¿Quién es Claire?
— ¡Edward! —gritó Set mientras llegaba hasta él—. Acaba de llegar la stripper de la despedida de soltero de William. Ha preguntado por ti. ¡Dios, qué buena está!
— ¡Vaya, qué emoción! —murmuró Bella molesta, intentando separarse de él, algo que no le permitió.
—Eh... Eso ocurrió antes de conocerte —dijo muy serio, mirándola a los ojos.
— ¡Edward! Joder...joder... —se carcajeó Emmett acercándose a él—. Cuando te diga quién ha llegado...
—Bueno. ¡Basta ya! —gritó Bella.
— ¿Por qué te enfadas? —preguntó Edward mirándola, mientras sus tres amigos se alejaban.
— ¡Joder! —Gritó apartándose— No estoy dispuesta a que media Escocia se entere de que tú y yo... bueno, intimamos. Ahora entiendes por qué me enfado.
— ¿Pero qué dices? —le contestó, incrédulo.
—Mira, lo mejor que podemos hacer es olvidar lo que aquí ha estado a punto de ocurrir y punto —lo empujó para liberarse de su abrazo—. Quédate aquí con esa tal Claire que ya me ocuparé yo de que alguien me lleve hasta la granja.
Edward echaba chispas por los ojos.
—Señorita española —bufó—. Eres mi problema. Yo te traje aquí y yo te llevaré de vuelta a casa.
—Cómo quieras, pero no deseo ser el motivo de que pierdas una estupenda noche con Claire, la stripper —asintió muy digna, alejándose de él.
Con la mirada fija en ella, Edward vio cómo tras despedirse de los amigos que le habían presentado aquella noche salía del pub sin mirar atrás. Caliente como un horno, Edward la siguió, consciente de la mala noche que iba a pasar.
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