CAPÍTULO 12
El día era desapacible. Hacía frío y la llovizna amenazaba con descargar una gran tormenta. Edward, que conducía la furgoneta de una manera un tanto brusca, miraba por el espejo retrovisor a las muchachas. En especial a Bella, quien callada, tenía la misma pinta de quien va al patíbulo a morir.
Cuando paró el coche, Bella está pálida. A punto del desmayo. Algo que no pasó desapercibido por nadie. Pero todos callaron.
—Bajad del coche —apremió Emmett, quién por sus modos parecía no estar de muy buen humor—. No podemos perder más tiempo.
—Hoy no es tu día ¿verdad simpático? —preguntó Rose molesta, pero Emmett no le contestó. Se limitó a mirarla y a callar.
Al poner el pie en el suelo. Bella sintió cómo los tacones se hundían en el barro, pero sin decir nada, siguió a Alice, que se movía con tranquilidad por aquel lugar.
— ¡Ah, un bicho! ¡Un bicho! —gritó Bella al ver un escarabajo a sus pies.
—Sólo es un escarabajo —Alice lo cogió para enseñárselo.
— ¡No! ¡No! Aléjalo de mí —volvió a gritar como una loca.
— ¡Basta ya! Para de gritar —Edward apenas podía contener la risa.
Rose intervino.
—Bella, relájate. Estamos en el campo y muchos insectos viven aquí.
—Princesita, por tu bien familiarízate con ellos, el campo está lleno. Tomad —Edward les dio unos guantes—. La valla está medio rota. Tenéis que repararla. Ahí encontraréis alambre y las herramientas necesarias para tensar y asegurar. Poneos los guantes, y comenzad a traer aquellos palos —indicó hacia el árbol—. Iré a dejar a los muchachos en sus puestos, y dentro de un rato volveré para ver qué tal vais.
— ¿Vas a dejarnos solas... aquí? —preguntó Bella, tiritando de frío. Su ropa era escasa, pero ya no había remedio.
—Alice y Stoirm se quedarán con vosotras —indicó conteniendo la risa. Era patética al tiempo que encantadora.
Una vez dijo eso, se montó en el coche y arrancó, dejándola sin palabras.
—Apuesto cien libras a que antes de dos horas están llorando —se carcajeó Doug.
—Te doblo la apuesta —contestó Set dándole la mano.
—La triplico —se carcajeó Emmett, observándolas por el espejo retrovisor.
—Muchachos —se mofó Edward—. Doblo todas a que esta noche quieren volver a su casa.
Una vez la furgoneta azul se marchó, Alice fue la primera en hablar.
—Creo que deberíamos repartir el trabajo —indicó rascándose el cuello—. Una que vaya a por el alambre, otra que traiga las estacas y la tercera que clave con el mazo —y se tocó la barriga—. Tengo que ir al baño. Vuelvo enseguida.
— ¿El baño? —susurró Bella mirándola—. ¿Dónde está el baño?
A su alrededor había campo, bichos, árboles y bosque. Nada más, por lo que Alice, ocultándose tras un árbol no muy lejano, se abrió el mono y ante la mirada incrédula de Bella su cuerpo comenzó a soltar unos ruidos sospechosos mientras la oía apretar.
— ¡Por favor! —Exclamó Bella arrugando la nariz—. Esto es lo más asqueroso que he visto en mi vida.
—Bella—sonrió Rose ante la naturalidad de Alice—. Cuando la cosa aprieta, ya sabes. O vacías la cañería o revientas.
— ¡Rose! —regañó horrorizada—. No seas vulgar. Y tú, perro —gritó mirando a Stoirm—. Aléjate de mí si no quieres tener problemas.
Una vez finalizó Alice, volvió hacia donde estaban ellas, y poco tiempo después, tras varias crisis de nervios de Bella por los escarabajos, comenzaron la tarea con la ayuda de aquella extraña mujercita.
Pasadas dos horas, habían conseguido clavar seis estacas y poner varios trozos de alambre, el cielo se despejó, y un sol espléndido las calentó.
Los vaqueros y la chaqueta de Bella estaban hechos una pena. Pero lo peor eran las botas de piel vuelta. Ona tenía razón. Aquella ropa no volvería a ser lo que era.
Sobre las nueve de la mañana, como nadie había vuelto a dar señales de vida, estaban sedientas y hambrientas, Alice se ofreció voluntaria para ir en busca del almuerzo, ella conocía las tierras, por lo que dejando solas a Bella y Rose con Stoirm, se alejó.
—No sé qué hago aquí —se quejó Bella quitándose los guantes—. ¡Oh, Dios mío! Mira qué ampollas tengo. Mis manos necesitan crema con urgencia.
—Joder, Bella —respondió Rose mirándose las suyas—. Yo no las tengo mejor que tú, pero no soy tan alarmista.
— ¡Perro! aléjate de mí —gritó Bella a Stoirm.
De pronto un coche comenzó a acercarse hacia ellas y Stoirm comenzó a ladrar.
—Hola, señoritas —saludó un hombre de gesto agradable bajando del coche—. ¿Se han perdido?
—Ojalá eso fuera verdad —susurró Bella.
—No —sonrió Rose—. Estamos esperando a Alice. Trabajamos con ella.
—Vaya —se acercó el hombre hasta ellas—. Ustedes deben ser la visita de Tom y Ona. Encantado. Mi nombre es Jasper. Soy el médico de Dornie, Keppoch e Inverinate.
—Encantada. Mi nombre es Rose —saludó levantando la mano.
Bella estaba demasiado ensimismada en el drama de sus manos como para prestarle atención.
— ¿Qué le pasa a usted? —preguntó el médico al ver cómo Bella se miraba la manos.
—Tengo unas horribles ampollas que me están matando —suspiró, tan deprimida que aquel hombre sonrió.
—Eso lo soluciono yo en un periquete —dijo sacando del coche una caja de pomada—. Déjame ver dónde tiene esas ampollas. ¡Vaya! —La verdad es que no eran nada pequeñas—. Te estás destrozando las manos.
Primero echó suero en la mano para limpiarla y con una gasa aplicó con cuidado la pomada, repitiendo la misma operación en las de Rose. Una vez finalizó la cura las miró con una sonrisa.
—Guardaos está pomada. Esta noche os la volvéis a aplicar y veréis cómo en un par de días habrán desaparecido.
—Mi nombre es Bella Swan sonrió—. Gracias por tu ayuda.
Al decir aquella palabra, Bella se sorprendió. ¡Estaba dando las gracias!
—Encantado de conocerte —asintió mirándola a los ojos—. Pero vosotras no sois inglesas —indicó interesado en ellas. Sobre todo en la morena—. ¿De dónde sois?
—Españolas —señaló Bella.
— ¡Vaya! Me encanta España. Sobre todo la tortilla española y la paella. Es exquisita.
—Típico de guiris —sonrió Rose al escucharle.
—Hummmm —Bella estaba hambrienta—. No hables de comida en estos momentos que estamos muertas de hambre.
—Vosotras no sois mujeres de campo. ¿Qué hacéis aquí? —preguntó con curiosidad.
—Es una historia muy larga —Bella sabía que no había forma de explicarla—. Y algo complicada para explicar con el hambre que tengo.
—Vaya. Lo siento —sonrió al escucharla y acercándose a ella dijo—. Déjame ver cómo está tu mano.
Le tomó la mano para colocarle un apósito, y viendo lo delicada que era, se preguntó qué hacía una mujer como aquella arreglando una valla.
El sonido de un motor llenó el ambiente. Era Edward con Alice, y al ver a Jasper tomándole la mano a Bella aceleró.
—Vaya —susurró Jasper al ver la furgoneta acercarse—. Creo que os traen provisiones, se acabó vuestra hambre.
—Menos mal —Rose ya no sabía qué hacer con su estómago—. Estaba ya por morder un trozo de la valla.
Bajándose del coche con la gorra puesta, Edward se dirigió hacia ellos con una falsa sonrisa en la boca.
—Hola Jasper —saludó poniéndose al lado de Bella—. ¿Qué haces por aquí?
—Voy camino de Keppoch —respondió sin apartarse un milímetro de donde estaba— y como verás he tenido que hacer un par de curas de urgencia en el camino.
—Has sido muy amable —señaló Edward nada cortés—. Pero ya puedes continuar tu camino.
—Jasper ha sido tremendamente cortés con nosotras —protestó Bella, sin entender por qué aquellos dos se miraban de aquella manera.
—Se me hace tarde —dijo al fin el médico caminando hacia su coche—. Encantado de haberte conocido Rose.
—Lo mismo digo Jasper. Gracias por tu amabilidad.
—Bella, ha sido un placer. Quizás nos volvamos a ver —la sonrisa que le lanzó el joven molestó a Edward.
—Seguro —asintió Bella con maldad— por estos lugares conozco a pocas personas tan educadas como tú.
—Este fin de semana un amigo organiza una fiesta en honor de su nuevo hijo. Sería maravilloso que vinierais.
— ¿No le importará que nos presentemos? —preguntó Bella con curiosidad.
—O'Brien es como de la familia —contestó Edward entregándole la chaqueta—. Póntela o cogerás frió.
— ¡Qué divertido! —sonrió Rose.
—No quiero ponérmela. Tengo calor —no le estaba prestando el más mínimo interés a Edward. Era más divertida la fiesta—. Quizás vayamos.
—De acuerdo —al fin Jasper se montó en el coche—. Entonces allí nos veremos. Hasta pronto.
Cuando se alejó, Rose estaba sonriendo, mientras Bella cogía una botella de agua para beber. Estaba sedienta.
—No iréis a esa fiesta —señaló Edward consiguiendo al fin que le miraran.
— ¿Por qué? —preguntó Bella dejando de beber.
Había sido consciente de cómo aquellos dos se retaban con la mirada y con las palabras. Entre ellos había algo que Bella desconocía, pero de lo que no se pensaba preocupar.
—Porque lo digo yo, y basta —respondió Edward, mientras Alice se sentaba encima del barro a comer.
—Buenoooo —suspiró Rose intuyendo lo que ocurriría.
—Ah, no... —Sonrió Bella—. Eso no te lo crees tú ni con diez Cosmopolitan de más. ¿Qué es eso de «porque lo digo yo»? ¿Pero tú en que mundo vives, cromañón?
—Vivo en el mundo real, princesita. Estás en mis tierras, bajo mi mando y mi techo. No pienso dejar que el idiota de Jasper se inmiscuya en mis asuntos.
—Pero ¿de qué hablas? —Bufó Bella—. Ese hombre sólo nos ha invitado a una fiesta. Le he dicho que estaremos aquí varios días y ha intentado ser amable con nosotras. Y ahora me vienes tú en plan macho-man y nos montas esta escenita.
Edward levantando una ceja, la miró.
—He dicho que no, y no quiero discutir —finalizó dándoles la espalda.
—Oye, idiota —espetó Bella, dándole un empujón que fue perfecto para atraer su atención—. Estoy aquí para intentar agradar al conde. No estoy aquí para intentar agradarte a ti. ¡No te confundas!
— ¿Sabes? —Dijo tirando con rabia al suelo una botella mientras se montaba en la furgoneta—. Intenta no enfadarme mucho o te juro que el conde sólo escuchará lo que yo quiera. No lo olvides
Tras aquello, derrapando, se marchó, dejando a Bella malhumorada por algo que no entendía.
—Mi madre, ante un caso así, diría —murmuró Rose sentada junto a Alice—. «Amores reñidos, son siempre los más queridos».
— ¡Vete al infierno, Rose! —gritó Bella alejándose.
—Ona, ante un caso así, diría —murmuró Alice—. «Los amantes que se pelean, se desean».
Cuatro horas después la furgoneta volvió, únicamente ocupada por Doug y por Set. Regresaron a casa de Ona para comer, aunque Rose y Bella no se pudieron ni mover una vez se tumbaron en la cama.
* * *
El sábado después de comer, cuando Edward y Emmett se marcharon, Bella le comentó a Ona la supuesta fiesta en casa del tal O'Brien. La anciana, sorprendida por el interés que las muchachas demostraban por ir, habló con Doug quién amablemente se ofreció a acercarlas al lugar.
Sobre las siete de la tarde, ataviadas con los mejores vaqueros que tenían, Bella y Rose se subían al coche de Doug, mientras la muchacha rezagada las miraba.
—Alice —llamó Rose—. ¿Quieres venir?
—No me han invitado.
—No me extraña —se mofó Bella—. Con la pinta que tiene quién la iba a invitar.
— ¡Cállate, bruja! —regañó Rose, mientras Bella se miraba en el espejo del coche y se repasaba los labios con el perfilador.
La realidad de Alice en cuanto a su aspecto físico era nefasta. Nada en ella la hacía resaltar. Su forma de vestir era desastrosa, sus modales vulgares y su apariencia siniestra. La sensación que la gente tenía de ella era de un animalillo retraído y asustado.
—Venga, mujer, anímate —sonrió Rose abriéndole la puerta del coche—. Vente. Seguro que nos lo pasaremos bien.
—Ve, tontuela —animó Ona con una sonrisa—. Más tarde iré yo, seguro que lo pasas estupendamente.
Ona sabía que Alice era retraída y poco comunicativa. Pero se había fijado que desde que aquellas muchachas habían llegado, algo en Alice estaba cambiando.
La había pillado un par de veces mirándose en el espejo, algo raro en ella Y aunque nadie se percatara del cambio, Ona se había fijado en que su descontrolado pelo, ahora estaba incluso un poco más peinado.
— ¡Por Dios, Rose! —Se quejó Bella en español—. No me digas que al final viene con nosotras la niña del exorcista.
—Bella, ¿por qué no te bajas del coche y te vas volando en tu escoba?
Al final arrancaron y el coche se perdió entre caminos agrestes llenos de barro.
Cuando llegaron a la casa de los O'Brien, Jasper, el médico, se sorprendió. Estaba convencido de que no aparecerían, en especial por la actitud de Edward.
Jasper, encantado con su presencia, les presentó a Mary y Jonas O'Brien, los dichosos padres de Curt, un gordito bebé de cinco meses.
— ¡Qué monada! —sonrió Rose mirándole—. Es precioso, cuchichichi.
—Y comilón —señaló Mary tomando al bebé en brazos—. No para de comer.
—Se le ve gordo —puntualizó Bella sin mucha emoción.
— ¿Quieres cogerlo? —le preguntó Mary.
—Oh, no... No... —se disculpó algo incómoda—. No me gusta coger bebes tan pequeños.
—Yo sí quiero cogerlo —a Rose le encantaban—. ¿Puedo?
—Claro que sí —Mary se lo pasó con cuidado—. Es muy bueno, ya lo verás.
—Voy por algo de beber —indicó Jasper—. ¿Qué os traigo?
—Cerveza —pidió Rose embobada con el bebé —. Cucú tras, cucú tras...
—Voy contigo —Bella prefirió alejarse de aquel lugar. No soportaba a los bebes y menos cuando los adultos comenzaban a gorgotear tonterías como su hermana.
La casa de los O'Brien estaba a las afueras de Inverinate. Era una casa heredada de padres a hijos y contaba con el privilegio de estar junto al lago Duich.
—Qué lugar más bonito, ¿verdad? —indicó Jasper señalando las aguas tranquilas del lago.
—Buff... —asintió Bella—. No está mal.
— ¿Puedo hacerte una pregunta?
—Por supuesto.
— ¿Qué hacéis tu hermana y tú trabajando en la granja de Tom?
—Uff... —sonrió al escucharlo—. Para acortar todo el rollo que te podría contar, digamos que lo hacemos por negocios. Pero Jasper ¿tan raro es ver gente extraña por estos alrededores? —preguntó Bella, que se había sentido el centro de atención desde que llegó.
—Si te soy sincero, no es normal ver a mujeres como vosotras arreglando cercados —sonrió cuando empezaron a sonar las primeras gaitas.
—En eso te doy la razón —asintió Bella—. Eso... no es normal.
Dos horas después, Rose y Bella bailaban con Jasper y un amigo a los sones de las canciones de aquella tierra, cuando de pronto Rose, tocó el brazo de su hermana, y habló.
—Oh... oh... —dijo señalando mientras se reía—. Creo que llega la caballería.
Al seguir la mirada de su hermana vio a Edward, a Ona y a Emmett bajar de la furgoneta azul, y a Alice corriendo hacia ellos. Jonás O'Brien, al verlos entrar, les estrechó la mano con cariño y beso a Ona. Pocos segundos después la mirada divertida de Bella, se encontró con la de Edward, que la miró ceñudo.
— ¿Edward es tu novio? —preguntó Jasper al ver aquel cruce de intenciones.
«Qué guapo está» había pensado Bella al verlo llegar vestido con un vaquero oscuro, una camisa blanca, y un tres cuartos de piel en color camel. Le gustara reconocerlo o no, aquel tipo tenía estilo; palabras que nunca iban a salir de su boca.
— ¡Ja! —Le contestó a Jasper apartando la mirada del cromañon— Ya quisiera ese paleto.
— ¿Paleto? —repitió Jasper divertido.
Si algo tenía claro Jasper era que Edward no tenía nada de paleto. Su enemistad se había ocasionado años atrás a causa de una mujer. La mujer de Emmett. Desde entonces la rivalidad entre ambos era patente. No se soportaban, aunque intentaban respetarse, y aun siendo familia procuraban no cruzarse en sus caminos. Pero el día que Jasper había visitado a Tom y supo que había dos muchachas extranjeras allí alojadas, la curiosidad le pudo, y a pesar de la rivalidad existente, Ona le hizo participe del secreto de Edward, algo que no compartía, pero que por honor a la familia, debía guardar.
—Oh... —murmuró Bella con despecho—, es el tipo más irritante que he conocido en mi vida. Entre tú y yo. No veo el momento de perderlo de vista. Es arrogante, estúpido, y un prepotente al que hace falta que le bajen los humos.
—Cada vez entiendo menos —sonrió Jasper consciente de que pensaba como él.
—No intentes entenderlo —sonrió Bella—. ¡Es imposible!
La pieza de música acabó, y detrás comenzó otra más rápida. Bella y Rose intentaron descansar, pero aquellos bulliciosos escoceses no se lo permitieron.
—Buenas noches, Edward —saludó Jasper acercándose hasta él.
— ¿Qué quieres? —preguntó apretando los puños.
—Tranquilizarte..., aunque ella me ha dicho que está libre.
Edward, al escucharlo, se volvió hacia él, momento que aprovechó Emmett para interponerse entre ellos.
— ¿Podemos tener la fiesta en paz? —y señalando a Jasper con gesto duro indicó—. Haz el favor de no tocar las narices, si no quieres que te las toquen a ti. ¿Vale? —Después se volvió hacia Edward—. Y tú cambia ese gesto hosco porque aquí nadie pertenece a nadie ¿vale?
—Voy a por otra cerveza —contestó Edward alejándose.
Edward en ningún momento se acercó a Bella, aunque se sorprendió al ver que todos conocían el secreto que debían guardar. Se dedicó a bromear con algunas de las muchachas que revoloteaban delante de él, mientras con disimulo observaba a Bella que parecía divertirse con Jasper y sus cultivados amigos ingleses. Sabía que aquella quejicosa pero interesante malcriada no era mujer para él. Había demasiadas cosas de ella que lo desquiciaban, pero sentía una atracción hacia ella que no llegaba a comprender.
Bella disfrutaba hablando con Jasper, pero un extraño nerviosismo le hacía buscar con la mirada a Edward más veces de las que ella quisiera. Tenía que reconocer que era un hombre atractivo, e intuía que las mujeres pensaban lo mismo, y más cuando vio cómo una de aquellas jóvenes se tiraba parcialmente encima de él, algo que la molestó.
A media noche, las más ancianas entre las que estaba Ona, iniciaron un rito exclusivamente familiar, emparejar a los jóvenes solteros para bailar una antigua pieza celta. Aquel rito se repetía cada vez que se celebraba la llegada de una nueva vida. Las ancianas observaban a las parejas bailar y una vez concluida la pieza elegían a la que, según ellas, tendría un feliz futuro juntos. Con picardía las ancianas comandadas por Ona emparejaron a Edward con Bella, y a Emmett con Rose.
—Ona, no quiero bailar con él —protestó Bella.
—Pues tienes que hacerlo, hija mía —le contestó la anciana, divertida.
—Sabes que yo no creo en estas cosas —Edward intentaba mantenerse al margen de aquello.
—No me importa, tesoro —dijo sin más Ona—. Pero recuerda que tu abuelo y yo, sí.
Después la música comenzó.
Edward tuvo que ponerle las manos en la cintura a Bella, que resopló contrariada al apoyar sus manos en aquellos hombros anchos. Sin dirigirse la palabra ni mirarse, comenzaron a moverse al compás de la música. Poco a poco y gracias a la dulzura de la pieza que sonaba, la rigidez se fue alejando, y sus cuerpos, atraídos cómo por un imán, se acercaron. Sin entender por qué, Bella subió lentamente sus manos hasta rodearle el cuello, momento en que Edward la pegó más a él, estrechándola por la cintura.
Los nervios que comenzaron a florecer en el estómago de Bella al sentir el cálido aliento de Edward contra su cuello, le hicieron cerrar los ojos y apoyar la frente sobre los hombros de aquel grandullón. Edward, por su parte, al sentir cómo la suave respiración de Bella le cosquilleaba a través de la camisa, notó cómo el vello de su cuerpo se erizaba, y olvidando donde se encontraban comenzó a acariciarle con suavidad la espalda.
Bella, que disfrutaba de aquel mágico momento, involuntariamente soltó un gemido que hizo sonreír a Edward.
—Tranquila, princesa —le susurró al oído—. Nadie te ha escuchado.
—Ehh —tosió, confundida por aquella sensual voz—. No sé a qué te refieres.
—No importa —endureció la voz separándose de ella—. Gracias a Dios acabó este maldito baile.
Pero no fue así. Aquello fue el principio de una dulce tortura. Las ancianas, por unanimidad, decidieron que la mejor pareja eran ellos, por lo que tuvieron que continuar con el ritual.
— ¿Qué tengo que hacer ahora? —gritó Bella al escuchar a la anciana.
—Abuela —protestó Edward—. No pienso continuar con esta tontería.
Rose y Emmett, no pudieron remediar reír a carcajadas cuando Ona, con una picara sonrisa, les guiñó el ojo y entregó a Edward una pequeña cajita azul.
—Escuchadme un momento muchachos —en aquella sociedad, los designios de la abuela eran casi sagrados—. Ahora tú —dijo señalando a Edward— tienes que regalarle algo en señal de tu buena voluntad, y por supuesto tú —miró a Bella—, lo tienes que aceptar.
— ¡Esto es ridículo! —masculló Bella intentando alejarse—. Nunca me han gustado estás chorradas.
—Venga, Bella —se mofó Rose—. Deja de gruñir y disfruta el momento.
—Así es la tradición —animó la anciana—. Ahora id a refrescar un poco vuestras gargantas. Cuando llegue el momento os avisaré.
— ¡Vaya con Ona! —se mofó Emmett al ver a su primo tan abrumado—. Nunca la había visto tan bruja —y acercándose a Edward le susurró—. Debe ser que todo se pega.
Tomando una cerveza del cubo con hielo, Edward la abrió con un golpe seco. Le gustara o no, tenía que reconocer que la fiereza que ella mostraba se convertía en dulzura y sensualidad cuando estaba entre sus brazos, y que prefería ser él quien la abrazara y no el idiota de Jasper o algunos de sus amigos.
Media hora más tarde las ancianas reunieron a todos ante la fogata. El segundo paso del ritual, como marcaba la costumbre, se debía de cumplir. Por lo que Bella y Edward, más contrariados que otra cosa, se plantaron ante todos sin saber qué decir. La situación era tan ridícula que al final fue Edward quien habló.
—Princesita, sígueme el juego.
—Eh... —susurró Bella confundida.
—Bueno amigos, gracias a mi adorada abuela y sus compinches —señaló Edward, haciendo reír a las ancianas— voy a tener que hacer esto me guste o no —y volviéndose hacia Bella que horrorizada no sabía a dónde mirar, dijo tomándole la mano—. Cumpliendo una tradición familiar, te entrego este regalo en señal de mi maravillosa voluntad. Ábrelo y dame lo que en su interior hay.
— ¿Ahora? —preguntó Bella avergonzada.
—Si quieres que esto acabe —siseó Edward—. Cuanto antes lo abras, mejor.
Tras mirar a Rose, que disfrutaba emocionada de aquella absurdez, Bella abrió la pequeña cajita azul y desconcertada sacó dos argollas procedentes de las latas de Coca-Cola. Con cuidado, como si fuera algo muy frágil, se las entregó.
—Bella —dijo tomándole la mano—. Prometes ante todos que nunca —recalcó aquella palabra— te casarás conmigo.
«Antes muerta, creído» pensó Bella enarcando las cejas, mientras las ancianas, y en especial Ona, les miraba con el ceño fruncido.
—Sí. Lo prometo —respondió con gesto de contrariedad.
Ahora le tocaba a Bella coger la argolla que Edward con amabilidad le ofrecía.
—Cromañón —sonrió cogiéndole la mano—. Promete ante todos que nunca te casarás conmigo.
—Por supuesto —se carcajeó al responder—. Sí que lo prometo.
Ona, incrédula por la jugada de aquellos dos, protestó.
— ¡Eso no vale!
—Ona —sonrió Edward—. Tú dijiste que yo debería regalarle algo a Bella en prueba de mi buena voluntad y ella debía aceptarlo. ¿Qué parte no hemos cumplido?
—El beso —retó la anciana con la mirada—. Aún falta el beso. Pero no un beso cualquiera. Queremos un beso en condiciones
— ¡De tornillo! —gritó Emmett aplaudiendo.
—Si... sí... de película —le siguió Rose.
Con resignación, Bella, para sorpresa de todos, cogió a Edward por el cuello y deseando terminar con aquello, le besó en los labios con rapidez.
— ¡Ea! —gritó tras aquello—. Ya está el rito cumplido.
Pero Edward con un brillo especial en los ojos que hizo aplaudir a Ona, miró a Bella. Sus labios mostraban una sonrisa peligrosa, que se acentuó al darse cuenta de que Jasper no sonreía. Después la sujetó para que no se marchara, y poniéndole la carne de gallina le susurró al oído.
—Lady Dóberman, tú me has besado como se besa en España. Ahora, si me lo permites, te besaré yo como se besa en Escocia, y como manda la tradición —y atrayéndola hacia él, la besó dulcemente en la boca sin que Bella pudiera poner resistencia, mientras todos a su alrededor chillaban y aplaudían.
—Más sabe el zorro por viejo que por zorro —se carcajeó Emmett al ver cómo su abuela, encantada, aplaudía.
— ¿Estás seguro de que Ona no es española? —comentó Rose divertida.
Tras el beso, que duró más de lo que debía, los dos se separaron. No se volvieron a dirigir la palabra el resto de la noche, pero ambos fueron conscientes de que aquella pieza de música celta y lo que sintieron con el beso sería difícil de olvidar.
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