Burning Zeal

Autor: Angelesoscuros13
Género: + 18
Fecha Creación: 18/09/2014
Fecha Actualización: 18/09/2014
Finalizado: NO
Votos: 2
Comentarios: 2
Visitas: 4431
Capítulos: 3

Summary

Isabella Swan, una reconocida arqueóloga, va en busca del tesoro Maya; el cual se dice que está oculto en el corazón del Amazonas. Todos la consideran una demente por adentrarse sola a dicho lugar sin protección.

Cuando unos gruñidos aterradores la amenazan en la noche y animales muertos aparecen de la nada, su guía desaparece, llevándose consigo su dinero.

Ahora, estando sola tendrá que hacer lo imposible para encontrar aquello que ha venido a buscar; pero no pensó eso que buscaba…la estaría esperando.

Su cabeza da mil vueltas hasta dar con el lugar de donde conoce al apuesto hombre que se encuentra enfrente de ella, desnudo, y sin intenciones de cubrirse.

Edward comprende que una humana es sinónimo de problemas; su instinto depredador no está alerta y eso le preocupa. El olor de esa hembra lo llama como la miel a las abejas y él hará lo que sea para hacerla suya, aunque eso implique tirarse la hija de los infelices científicos que le destruyeron su vida.

ADVERTENCIAS:

1) si eres menor de 18+ años no leer esta historia a menos que sea bajo su responsabilidad ya estan advertidos.

2) No plagiar.

 Esta historia me pertenece a 100% si la ven en otra pagina es plagio, dile NO AL PLAGIO.

Esta historia esta protegida por Safe Creative por el Código: 1404230641139 Fecha 23-abr-2014 3:57 UTC Licencia: All rights reserved

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Capítulo 2: Capitulo 1

Brasil 2018

Aeropuerto Internacional Brigadeiro Eduardo Gomes

Ciudad Manaus.

Los rayos del sol recibieron con vivaz iluminación a la mujer que bajaba del avión. Con su pelo recogido en un buen moño de ballet, baja con paso firme por las escaleras; los jóvenes guardias le ayudan como si fuera una mujer indefensa. Ella observa la mano del impertinente por las gafas de sol y se ríe mentalmente, pensando que quizás con su actitud ellos conseguirán una cita con ella. Aparta la mano bruscamente, frunciendo el ceño y camina hacia la entrada para recoger su equipaje; el aire acondicionado alivia un poco el calor que sintió inmediatamente salió del avión. Fue un viaje extenuante, desde Venezuela hasta Brasil, pero sabía que valdría la pena.

Vestida con unos vaqueros deslavados, una camiseta negra ajustada, su chaleco de arqueóloga; sus botas eran nuevas, después de que las de siempre se echaran a perder en México en su última excavación por los huesos de un Smilodon(1). No fue fácil encontrarlo por tanta arena; en aquellos incontables meses de búsqueda, a la final menos de la mitad de su equipo le abandonó, solo los que quedaron recibieron una recompensa bien cuantiosa mientras los demás me acusaron por extorción.

Sus valijas salieron en la siguiente vuelta, gracias a Dios, pues ya se estaba empezando a preocupar, las tomó antes de que desaparecieran otra vez. Saca las astas de las maletas, una en cada mano, y camina hasta el guardia con el detector de metal. Extendió su pasaporte, el cual fue revisado y devuelto enseguida.

El aeropuerto estaba atiborrado de gente, entrando y saliendo por las puertas eléctricas. Muy pendiente de mis maletas, cuidando de que no fueran robadas salí en busca de un taxi. Con un silbido un taxi se detuvo enfrente de mí, abrió la maletera y me ayudó con las mismas. Por mi parte, me senté en la parte de atrás.

―Perder um, bom dia. ¿Onde eu visto?(2) ―El chofer sonrió por el retrovisor.

―Bom dia, senhor. Por favor, hotel internacional(3) ―dije en un portugués fluido. El señor solo asintió mientras nos ponía en marcha hacia mi destino. Manaus es una de las ciudades más importantes de Brasil, la capital del estado Amazona, y mi objetivo es su selva dentro de tres días.

La capital es el principal centro corporativo y económico de la región norte de Brasil. Está localizada en el centro de la selva tropical más grande del mundo. Por eso escogí establecer mi punto de investigación en Manaus, donde tengo todos los recursos para moverme al corazón de la Amazona. El río negro está muy cerca al igual que Solimões, así que podría comprar un yate río abajo y desembocar, con algo de suerte, en el río Manu.

―Chegámos a senhorita(4) ―advirtió el señor sacándome de mis pensamientos. Miré el gran edificio admirando su belleza.

―Muito obrigado, senhor.(5) ―Me bajé del automóvil.

El señor abrió la maletera y sacó mi equipaje. Le pagué su servicio mientras unos de los encargados del hotel cargó las maletas hasta recepción, donde se encontraba un joven escribiendo en un gran libro. Le miré con una sonrisa en los labios.

―Bom dia, senhor, ¿você fala espanhol?(6) ―pregunté con una sonrisa.

―Buen día, señorita, ¿desea registrarse? ―El chico observó mis senos disimuladamente, pero yo me hice la desentendida.

―Estoy de vacaciones y me quedaré un mes ―le informé algo coqueta, aquí no era bien visto la gente curiosa.

―¿En efectivo o tarjeta? ―Le tendí mi tarjeta Visa junto con mi cédula de identidad. Mientras él se encargaba de realizar los trámites necesarios, yo admiraba las paredes y las distintas tonalidades de pinturas―. Su habitación es la 512, señorita Swan. Que tenga una buena estadía, el joven le ayudará con su equipaje.

Me entregó mi tarjeta y cédula con una sonrisa tan morbosa que casi me hacía abofetearlo, pero me contuve, no quería joder mi investigación. El joven me seguía hasta que ingresamos al ascensor, todo estaba en silencio absoluto y así me gustaba que estuviera. Llegamos al octavo piso y las puertas del ascensor se abrieron. Mientras salía, entraron unos tipos uniformados y llevaban armas debajo de sus chaquetas. Si fuera una de esas chicas cabezas huecas no me habría dado cuenta, pero con mis años de entrenamiento podía distinguir un arma a simple vista o camuflajeada. Sin darles importancia, sonreí como chica puta y unos de los tipos me lanzó un beso, antes que se cerraran las puertas del ascensor.

El joven me proporcionó una tarjeta para abrir la puerta, colocó mi equipaje cerca de la cama King-Size que ocupaba la mayor parte de la estancia con dos mesitas de noche a los lados, un escritorio cerca de las ventanas y cortinas blancas de bordados delicados. Le di su propina y cerré la puerta. Busqué en todos lados cámaras y micrófonos ocultos por si alguien conocía mi paradero. Soy muy reconocida en Egipto, México, América y Venezuela por mis descubrimientos casi imposibles, pero que sí tuvieron resultados grandiosos. Después de revisar que la habitación se encontrara limpia y adecuada, coloqué mis propios métodos de vigilancia en caso de que alguien más entrara sin mi permiso. En este lugar cualquiera puede ser sobornado y más si hay dinero de por medio.

No saqué nada de las maletas, tan solo lo higiénico y ropa para más tarde. Un baño era lo que necesitaba después de tan exhausto viaje. Tuve que tomar dos distintos recorridos para desviar a los reporteros molestos que me seguían. Yo no buscaba fama o riquezas; pero en este mundo, sin dinero no comes ni vives. Me encanta viajar y descubrir elementos de hace más de miles de años bajo tierra, tener aventuras sorprendentes, sentir la adrenalina de cuando te encuentras en peligro.

Desde hace dos años alguien ha tratado de amenazarme, sin embargo, no han podido intimidarme y no lo harán ahora. Yo seguiré adelante con mi sueño: descubrir qué provoca la muerte de los animales y la gente que se acerca al corazón del Amazona. Reconozco que es una aventura donde posiblemente yo no salga con vida, pero la emoción es más fuerte que mi sentido común. Además, yo no tengo a nadie por quien preocuparme y si muero, mi dinero está destinado para la gente más pobre de África.

Entré al baño, era un poco pequeño pero contaba con una bañera para dos personas, un lavado ubicado cerca del váter blanco, los cuales hacían juego con los azulejos del baño. Me cambié de ropa, tomando unas bragas y brassier blanco a juego con mi camisita que decía "I love Brasil" en letras negras, unos jeans deslavados celestes y converse negras por si tenía que correr, ya que siempre se me da una situación con los malditos fotógrafos. Agarré una de mis pequeñas mochilas llenándolas con lo necesario por si ocurría algún percance antes de lo previsto. Me puse las gafas negras mientras peinaba mi cabello y lo recogía en una cebolla bien apretada. Exploré por última vez mi habitación dejando todo acomodado y bendito sea Jesús que me dio memoria fotográfica para recordar como dejé las cosas. Dentro de dos días compraría armas y buscaría un guía que estuviera dispuesto acompañarme en mi aventura de muerte.

Agarré la tarjeta y cerré la puerta por dentro. El pasillo estaba solo y silencioso, no podía sentir nada, así que suspiré aliviada. Me dirigí hasta el ascensor pulsando el botón para que subiera de una vez. Al abrirse las puertas, solo estaban dos pares de ancianos que me miraron expectantes; no les di interés alguno. La recepción estaba llena de gente con diferentes acentos e idiomas; por suerte yo dominaba más de diez idiomas distintos, mi educación estaba basada en la mayor y estricta educación para una niña de cuatro años. No me arrepiento de esa enseñanza, pues gracias a ellas mi desenvolvimiento se acerca a lo perfecto. Fue lo único bueno que mis padres hicieron por mí, por todo lo demás, ya no me interesa, únicamente puedo aborrecerlos y sentir lástima por lo que hicieron y que solo yo sé.

Mientras caminaba, me topé con tres señores que hablaban en palestino sobre el culo de una chica rubia, americana, con buenas tetas, que se ubicaba en una esquina a punto de entrar al restaurante con un hombre. Sin duda alguna, no importa el país o el idioma que hables, todos los hombres piensan iguales. Las puertas eléctricas de vidrio doble se abrieron cuando su sensor advirtió que estaba por salir. La luz del sol del mediodía me recibió con su clima tropical: ni muy caluroso, ni tan frío. Los árboles se sacudían por la suave brisa del mes de octubre, que anunciaba la llegada de algunas lluvias.

No me apetecía parar un taxi, de ahí que me dispuse a caminar, siguiendo las indicaciones de un guardia que se hallaba en la puerta del hotel. La gente era más o menos como en ese video de Don Omar: "Danza Kuduro"; había gente alegre retozando en las calles y mujeres vestidas con sus trajes típicos bailando mientras los niños jugaban con canicas en la acera. Me detuve para almorzar, en un pequeño restaurante que gozaba de una vista hacia una fuente en un parque de en frente. Al sentarme, una chica me trajo la carta de la casa; al rato volvió a tomar mi orden, por lo que pedí una moqueca(7) y limonada bien fría.

El restaurante estaba lleno de jóvenes de mi edad, algunos sentados hablando y otros en parejas. Suspiré. Yo también deseaba saber qué se siente estar con alguien, saborear tu primer beso y charlar tus problemas y aventuras a esa persona. En fin, mi vida personal es un asco; mi trabajo no me permite tener una relación estable, pues me la paso viajando constantemente. Una pareja de ancianos jugaba con unos niños que suponía serían sus nietos; la fuente que estaba en medio del parque hacía constaste con los rayos del sol, haciendo que se viera el agua de muchos colores. Una niña de unos diez años dejó en mi mesa agua y un vaso; le sonreí.

El cielo azul y se podía respirar libremente en toda la ciudad. La gente se mostraba despreocupada y feliz en su entorno, nada como el hogar familiar que te brinda la gente brasileña. Yo no tuve una familia amorosa, solo conocí la ciencia y lo estrictos que eran mis padres en la enseñanza.

―Senhorita, aqui está a sua encomenda. Bon appetit.(8) ―La voz de la chica me sacó de mis pensamientos.

―Obrigado(9) ―premié.

La chica se retiró después de pagarle por adelantado. Agarré la cuchara y le di un bocado a la moqueta, era lo más rico que mis papilas gustativas pudieron apreciar. Una señora salía de la cocina, sonriéndome con cada bocado que daba, mientras que en portugués me decía: "espero le guste mi comida, señorita". Yo le sonreí y asentí.

Al terminar mi plato, le di un buen sorbo a la limonada hasta tornármelo todo, sin dejar una sola gota; me levanté para ir al baño y lavarme las manos. El baño era pequeño, solo dos compartimientos para hacer sus necesidades y un lavamanos en frente de ellos. Abrí la llave y el agua fría salió de ella, mientras agarraba el jabón y empezaba a lavarme las manos hasta que quedaron limpias. Hice el mismo proceso con mi cara; de mi cartera saqué un cepillo de dientes y me cepillé.

Me disponía a salir, cuando la señora me interceptó y me regaló un panqué de chocolate, le sonreí abiertamente por su hospitalidad. Me dirigí un rato al mercado donde habían varias cosas que se podían comprar. Tenía que ser cuidadosa con lo que escogiera en el mercado, para que no fuera robado. Encontré unas tiendas de armas no muy lejos de allí; las observé desde mi lugar.

Compré botellas de agua, navajas y algunas medicinas, sin olvidar un repelente de mosquitos. Agregué también unas barras de proteína por algún suceso imprevisto que se presente.

Tenía diez mil dólares en efectivo para ofrecerle al valiente hombre que decida acompañarme al corazón del Amazona sin mojarse los pantalones. Yo era intrépida y no me dejaría intimidar por las triviales y absurdas historias que la gente inventaba.

Al final del mercado habían varios establecimientos de bebida, en los que se veían hombres consumiendo hasta morir. Eché un vistazo y desde mi lugar vislumbré cómo un hombre se follaba sin la menor vergüenza a una pelirroja, ella gemía sin control; al darse la vuelta advirtieron que los observaba, por lo que apuré el paso y salí de allí.

En los demás, no sabría decir si eran mejores o peores que el anterior. Al parecer todas las chicas que trabajaban en aquel lugar solo servían para follar. Todo el lugar era simplemente repugnante, respirar el impúdico aire de allí me provocó náuseas. Este, sin duda, era el lugar oscuro de la ciudad, donde tal vez podría encontrar un guía codicioso.

Las aguas negras se desbordaban de una calle más arriba y desbocaban hasta más abajo del mercado; lo prudente sería salir de aquí y tratar de conseguir algunas cosas, como un somnífero, por si las dudas. Mis instintos me decían que aunque contratara a alguien, tendría que estar alerta.

En el transcurso al hotel, figuré una mujer, estaba con dos niñas pequeñas y un bebé en brazos, vendiendo flores. La tristeza se apoderó de mí. Me les acerqué y le di un caramelo de uva que tenía guardado a una de las niñas, a la otra le regalé una barra de proteína. La mujer, en agradecimiento, me obsequió dos rosas roja muy hermosas. Saqué cinco mil dólares en efectivo y le tendí el fajo de billetes, ella se sorprendió y dudó.

―Aceitar o dinheiro, não tenha medo(10) ―le animé.

―Deus te abençoe(11) ―contestó, escondiendo el fajo de billetes en la mantita de su bebé.

Reanudé mi camino hacia al hotel con tal de descansar un poco, mañana sería otro día y quizás compre algunas armas antes de ir a ver a los mercenarios de esos bares. Miré una vez más hacia atrás y la mujer se iba con las niñas rápidamente. Sonreí ante la visión de haberles dado algo mejor para vivir.

Los carros no eran tan abundantes como en New York o Boston, con carreteras llenas de autos y colas interminables a la hora pico. Caminar era una de las actividades que realizaba siempre que tenía tiempo y más con un clima tan perfecto como este. Me detuve a mirar un baile que hacían unos adolecentes y pude identificar que era samba; se movían al son de la música agitando todo el cuerpo, era como sacar el estrés en un baile. La gente gritaba y aplaudía, algunas se unían con sus parejas a bailar y reír. Dejé cinco dólares en el sombrero que tenían tirado en el piso con algunas monedas.

Mi reloj marcaba las seis de la tarde, al parecer el tiempo pasaba muy rápido mientras uno se divierte. Permanecí un rato más observando varias parejas a bailar; media hora después me encontraba comprando comida china en un pequeño puesto cerca del hotel.

Saludé al guardia de la entrada y sin decir más fui directo al ascensor. Dos mujeres vestidas de gala me miraban de reojo. Ya dentro, las tres permanecimos en silencio. Ellas, en ocasiones, cuchicheaban en alemán, especulando que no les entendía. Al llegar a mi destino, antes de que las puertas se cerraran les grité en alemán: "brujas teñidas que cobran por follar". La expresión en sus rostros era digna de una fotografía, no paré de reírme hasta llegar a mi habitación.

Saqué la tarjeta y la luz verde me indicó que podía entrar.

¡Mierda, tengo que tener mucho cuidado con lo que hago y digo!

Caminé por la habitación como si nada, dejando las bolsas en la cama mientras me dirigía al baño.

¡Maldición! ¡Maldición! ¡Maldición!

Necesitaba calmarme. Me desvestí rápidamente y me metí en la bañera para relajar mis músculos. Medité en silencio mi siguiente paso, disponía de muy poco tiempo, así que tendría que actuar antes de lo previsto. ¡Joder! Siempre hay alguien que frustra mis planes hasta en el fin del mundo. Pero, ¿quién carajos es? Quizás muy pronto lo descubra.

Tomé una toalla para cubrirme el cuerpo, salí a la habitación y resolví cambiarme: ropa interior y una bata para dormir. Acomodé las bolsas en el piso; tomé la comida china y la destapé junto con una lata de Coca-Cola. Después de terminar de cenar y ya satisfecha, me acosté muy cómodamente en la cama y, sin saber cuándo, caí en los brazos de Morfeo.

.

La luz del sol entrando por las cortinas era mi dulce despertar. Me levanté como un rayo directo al baño, la ducha fue rápida; me vestí con botas militares que hacían juego con pantalones del mismo color, camiseta blanca y mi chaleco de arqueóloga. Acomodé en una mochila, que compré en el mercado, provisiones, herramientas, y algunos ingredientes de la selva amazónica que me podrían ayudar en cualquier caso de emergencia. Ya solo faltaban las armas de fuego.

Entré nuevamente al baño con algunas bolsas vacías, saqué dentro de ellas unas dagas y las metí en mis botas y una en mi cintura. Al salir, cogí el dinero y mi mochila colocándola en mi espalda para salir. Cerré la puerta detrás de mí y caminé como alma que lleva el diablo. El ascensor no era seguro, por ello opté por usar las escaleras de emergencia. Ya en la calle, me puse en marcha hacia los bares del centro. Tenía mis gafas de sol puestas, una gorra y mi pelo recogido en un típico moño.

Las gente me miraba curiosa y otros sin ninguna importancia, como si estuvieran acostumbrados a los viajeros. Entré a un local lleno de armas y conseguí dos pistolas calibre 4; una la oculté en mi cintura y la otra en la mochila con algunos cartuchos. Las balas sueltas las puse dentro de mi sostén y otras en mis botas, por si las dudas. Salí del local y caminé hasta llegar al bar "Mi loro". Las personas del lugar no me perdían de vista. Algunos hombres fornidos estaban muy atentos a lo que tenía que decir y otros, simplemente, no repararon en mi presencia.

La mirada frívola e inexpresiva que mantenía hacía que todos se mantuvieran en silencio. Llegué hasta la barra y pedí una cerveza; me la tomé de un trago. Pagué y dirigí mi vista a los hombres que podrían ser mis guías por la selva:

―Dar vinte mil dólares que me guiam para o coração da Amazônia(12) ―anuncié con arrogancia a los hombres, mientras colocaba una de mis piernas en un banco y afincaba mi codo y la mano en mi mejilla―. Que fala espanhol neste lugar e este será o meu guia arranjado(13)

.

.

N/a:

(1)Smilodon: más conocido como "dientes de sable". Fue un felino que vivió en todo el continente americano, entre 2,5 millones a 10.000 años antes del presente.

(2)Buen día, señorita. ¿A donde la llevo?.

(3)Buen día, señor. Al hotel internacional, por favor.

(4)Ya hemos llegado, señorita.

(5)Muchas gracias, señor.

(6)Buen día, señor. ¿Usted habla español?

(7)Moqueca: es un plato típico de Brasil, se prepara a base de pescado, sal, especias y hierbas que varían según la zona.

(8)Señorita, aquí está su pedido. Buen provecho.

(9)Gracias.

(10)Acepte el dinero, no tenga miedo.

(11)Que Dios se lo pague.

(12)Doy veinte mil dólares a quien me guíe al corazón del Amazona.

(13)Quien hable español en este lugar y esté dispuesto, será mi guía

Capítulo 1: Prologo Capítulo 3: Capitulo 2

 


 


 
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