Burning Zeal

Autor: Angelesoscuros13
Género: + 18
Fecha Creación: 18/09/2014
Fecha Actualización: 18/09/2014
Finalizado: NO
Votos: 2
Comentarios: 2
Visitas: 4427
Capítulos: 3

Summary

Isabella Swan, una reconocida arqueóloga, va en busca del tesoro Maya; el cual se dice que está oculto en el corazón del Amazonas. Todos la consideran una demente por adentrarse sola a dicho lugar sin protección.

Cuando unos gruñidos aterradores la amenazan en la noche y animales muertos aparecen de la nada, su guía desaparece, llevándose consigo su dinero.

Ahora, estando sola tendrá que hacer lo imposible para encontrar aquello que ha venido a buscar; pero no pensó eso que buscaba…la estaría esperando.

Su cabeza da mil vueltas hasta dar con el lugar de donde conoce al apuesto hombre que se encuentra enfrente de ella, desnudo, y sin intenciones de cubrirse.

Edward comprende que una humana es sinónimo de problemas; su instinto depredador no está alerta y eso le preocupa. El olor de esa hembra lo llama como la miel a las abejas y él hará lo que sea para hacerla suya, aunque eso implique tirarse la hija de los infelices científicos que le destruyeron su vida.

ADVERTENCIAS:

1) si eres menor de 18+ años no leer esta historia a menos que sea bajo su responsabilidad ya estan advertidos.

2) No plagiar.

 Esta historia me pertenece a 100% si la ven en otra pagina es plagio, dile NO AL PLAGIO.

Esta historia esta protegida por Safe Creative por el Código: 1404230641139 Fecha 23-abr-2014 3:57 UTC Licencia: All rights reserved

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Capítulo 3: Capitulo 2

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―¿Qué tan lejos piensa ir? ―Uno de los cavernícolas del bar dio un paso adelante―. Yo estoy dispuesto a llevarla, señora.

―Señorita ―le corregí―. Lo único que puedo decir es que si acepta el trabajo, yo le guiaré.

Todos en el bar nos observan fijamente, mientras el tipo me miraba de arriba a abajo impresionándome con esa mirada asquerosa que todo hombre me dirigía con solo verme.

―Acepto, señorita. ―Me sonrió con su dentadura amarilla―. Solo que quiero la mitad del dinero ahora y la otra cuando termine el trabajo.

Arqueé una ceja, mirándole.

―Está bien. ―Le aventé un fajo de billetes.

Los espectadores contemplaron cuando el hombre atrapó el fajo de billetes; él me miró con expresión asombrada mientras contaba el dinero uno por uno. El lugar se mantuvo en silencio, las respiraciones y murmullos de los demás era lo único que se escuchaba. Solo éramos él y yo. Con una sonrisa cínica, bajé la pierna del taburete y me le acerqué con cautela.

―Vámonos ya. ―Caminé con paso seguro hasta la salida―. Querías la mitad y ya la tienes, ahora marchémonos, se nos hace tarde.

―Estás loco, amigo, en la Amazona no te espera nada bueno ―gritó un viejo―. Si la sigues, cavarás tu propia tumba.

―Lo tengo controlado, Jeff ―le aseguró el hombre.

―Si ya terminaste de despedirte, marchémonos que no te pago de gratis. ―Él asintió y salió corriendo detrás de mí. Nos dirigimos al puerto.

―Señorita, debemos alquilar un Jeep para movernos ―señaló tocándome el hombro; yo se lo aparté de un manotazo―. Lo siento.

―Únicamente trata de no tocarme ―le advertí―. Entonces, ¿cuál es tu nombre?

―Mi nombre es James, señorita. Vamos alquilar un Jeep en Don Pepe.

Yo accedí siguiéndole. Caminamos unas cuantas calles más arriba, donde se apreciaba el puerto un poco congestionado de automóviles y personas andando por las aceras. Unos veinte minutos después, nos hallábamos en frente de un gran local con autos de diferentes modelos y marcas para escoger. El letrero, de colores y muy animado, decía "Don Pepe alquila". Un señor de más de cincuenta años nos recibió con una sonrisa alegre.

―Buenos días, ¿en qué le podemos ayudar? ―Remarcó "ayudar" con una mirada evidente de ofrecer algo más―. ¿Buscaban un automóvil? Una 4x4, Toyota o quizás un BMW.

―Necesito un Jeep ―aseveré sin rodeos.

―Me disculpa, jovencita, pero…

Saqué de mi mochila un puñado de dinero. El dinero mueve el mundo y con este hombre no sería la excepción.

―Venga por aquí y escojan el que le apetezca. ―Me arrebató de las manos los billetes y procedió a contarlos a la par que nos dirigía al enorme estacionamiento, donde se encontraban los autos de alquiler―. Elija el que más le convenga, señorita. Tómese su tiempo.

Me despojé de la mochila, dejándola en el suelo aunque a mi vista y fui pasando auto por auto, verificándolos por si había fallas; el motor en algunos estaba dañado y otros podían correr más que una carrera de caballos. A la final me decidí por uno que no poseía fallas en su sistema y contaba con un sistema de GPS.

―Me llevo este. ―Recogí mi mochila y la arrojé en el Jeep, me subí en el asiento conductor y lo encendí―. Súbete, James. Gracias, señor.

―Vuelva cuando quiera ―gritó cuando arranqué el Jeep y salíamos del estacionamiento.

―Usted dirá, James. ―Lo miré de reojo cuando nos adentramos por algunas piedras y baches en la carretera desierta.

―Permítame conducir, señorita ―indicó―. Explicándole no lo entendería.

Estacioné a un lado de la carretera y cambiamos de lugares. Con él conduciendo a toda velocidad, yo me entretuve analizando el camino. A medida que avanzábamos hacia el Amazona, todo fue desapareciendo, simplemente los árboles se podían apreciar. De vez en cuando, el Jeep saltaba por los caminos rocosos de la carretera. Me relajé un poco en el asiento copiloto. Alrededor de dos horas conduciendo ya estaba ansiosa por acampar en algún lugar seguro donde no habitaran animales salvajes. El Jeep se detiene y miro a James con el ceño fruncido.

―Ya no podemos seguir. ―Señaló unas grandes piedras en el camino que el Jeep no podría subir aunque quisiéramos intentarlo―. Tendremos que seguir a pie.

Saqué mis pertenencias y James me imitó. Dejamos el jeep detrás de unos árboles por si alguien se le ocurría "tomarlo prestado" y yo me quedé con las llaves escondidas en mi bota. Trepamos por las piedras, las cuales eran poco resbaladizas, gracias a Dios James me ayudaba a no caerme, aunque él se llevó una buena raspada de codos al casi resbalarse. Al otro lado había un pequeño riachuelo que mantenía las rocas húmedas y esa era la razón de que las rocas se encontraran de esta manera.

Rodeamos el arroyuelo, de ahí que el agua se estancara y formara una especie de presa. Bajamos hasta tierra firme donde solo se distinguían árboles y más árboles. James me hizo un gesto con la cabeza para que lo siguiera.

―Antes de seguir, señorita, infórmeme hacia donde vamos.

Bajé mi mochila y extraje de ella un mapa rayado con marcador rojo que indicaba un solo lugar. James miró detenidamente la zona marcada en el círculo.

―Ahí es a donde vamos. Sabes cómo llegar, ¿no?

―Está a unos tres o cuatro días a pie. Es un lugar muy peligroso, los cazadores han desaparecido, algunos no han retornado con vida y los que han regresado, aseguran que vieron una bestia enorme con dientes y garras que los atacaba y en solo minutos todos terminaban muertos. ¿Por qué desea ir allá? La verdad es que alguien como usted no debería arriesgarse tanto y más si puede morir.

―Lo mismo le digo yo a usted ―le espeté―. Además, mi motivo es dar con la causa de la desaparición de esas personas y en busca de algo histórico.

―Usted está loca, pero es la jefa, así que la sigo hasta el final. ¿A qué cosa histórica se refiere?

En el corazón del Amazona encontrarás el vínculo del oro y plata de los monos, dioses que fueron enviados por Zeus, el poderoso. Eso decía en un pergamino en Perú. Los Mayas, al parecer, le dejaron un regalo a los Incas del Perú en Machupichu, pero ellos, al verse amenazados, decidieron esconder esa reliquia en la Amazona. Nadie ha podido encontrarla. Yo quiero hallarlo y sé que lo haré.

―Señorita, sabe que eso podría no existir.

―O sí podría. Solo hay que movernos antes de que oscurezca.

―Tendremos que caminar unas tres horas, por lo menos, antes de que oscurezca por completo.

Asentí guardando el mapa y colocándome la mochila en mi espalda.

La jungla en verdad era espesa y grande en sí. James iba enfrente; en un pequeño río nos detuvimos para refrescarnos y su mirada hacia mí no me gustaba mucho, aunque no le di importancia. Por suerte yo estaba acostumbrada a caminar sin parar por horas, incluso sin dormir, en las excavaciones que ejecutaba; al parecer James no era todoterreno, se veía algo agitado y miraba a todos los lados. Realmente era un tipo muy raro.

Abrí una barra de proteínas para comer por el camino rocoso y alcanzar subir algunas pendientes no muy altas. En algunas ocasiones, el idiota de James resbalaba por las pendientes de tierra, dejándolo todo sucio. Aparte de que no llevaba la ropa adecuada para una excursión de esta magnitud; vestía unos bermudas, franelilla y una chaqueta con gomas sin medias; eso daba mucho qué decir. También tenía que compartir de mi agua con él, por lo que le regalé una botella grande y una barra de proteínas de las que había comprado para mí.

El sol estaba en su punto, en unas horas empezaría a descender para dar paso a la noche fría y silenciosa. Las piedras hacían tropezar a James, a lo que yo me reía entre dientes.

Los animales era variados en esta jungla: iguanas, mariposas de un tono azulado con negro, muy hermosas, y algunas serpientes venenosas que casi muerden a James, quien se hallaba sentado en un árbol. Una iguana que descendió de un árbol lo hizo gritar tan fuerte que es probable que en China lo escucharon. Sigo teniendo mis dudas sobre este guía, él no es lo que me esperaba cuando lo contraté.

Me encanta la naturaleza, me siento segura estando en su entorno sin preocupaciones. Ya no hay dudas ni temor, solo magia y esplendor en la vida salvaje. Visualicé un nido con cachorros de pumas chillando, así que le indiqué a James que deberíamos movernos rápido, puesto que su madre podría venir y atacarnos. A regañadientes él asintió. El cielo azul con sus nubes y los pájaros… ¿Y las aves? ¿Dónde estaban las aves? El cielo siempre estaba lleno de ellas y no había ninguna en estos momentos como hace un rato atrás. Esto no era nada bueno. Tragué grueso; miré a todos lados y no vi a James en ninguna parte. Corrí por donde creí percibirlo.

Me detuve con la respiración agitada y escalé un árbol hasta lo más alto que sus ramas me escondían. Permanecí sentada, observando los alrededores. En una rama gruesa colgué mi mochila, sacando un poco de agua y una barra de proteínas. Me fijé y eran las cinco y media de la tarde, solo faltaba una hora para que oscureciera por completo. Un rugido aterrador se escuchó desde lejos, haciendo que las aves salieran de los árboles y emprendieran su vuelo, espantados. Me asusté mucho, un árbol desde lejos se vino abajo esparciendo el polvo en el aire.

Trepé un poco más alto para estar más segura. El miedo me empezó a recorrer el cuerpo; tal vez no fue una buena idea venir. Gritos y disparos se escuchaban acercándose mientras el rugido seguía. James venía corriendo como alma que lleva el diablo, disparando a lo que sea que lo perseguía. Sus alaridos se oían por todos lados. Cuando desapareció de mi vista, un último disparo hizo que las aves volaran en el cielo, después, el silencio abrumó el lugar y me llenó de un mal presentimiento.

Saqué una cuerda de mi mochila con una manta y me acomodé en el árbol, entretanto me ataba a él por si caía. Planeaba acampar con James abajo, pero después de que me abandonara y gritara como niña, no podía correr el riesgo que me atrapara o matara, de lo que sea que estuviera escapando James. La verdad era que tampoco me iba a arriesgar; el miedo de bajar me asustaba tanto que pasadas media hora de lo ocurrido, no me podía ni mover.

Al terminarme un barra de proteínas y un poco de agua, me acoplé un poco en el árbol tratando de dormir. Los grillos eran los únicos que hacían ruido en la noche; el miedo me tenía alerta, quizás debería volver, pero yo no era una cobarde y menos ahora que estoy tan cerca de llegar a mi objetivo. A la final me rendí a los brazos de Morfeo y caí dormida.

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Los rayos del sol que traspasaban algunas hojas llegaban a mis ojos despertándome, sufría de un leve dolor de cuello por la mala posición, pero nada de qué preocuparse. Desayuné lo mismo que la noche anterior y me desanudé para bajar del árbol y buscar un lugar donde hacer mis necesidades.

Muchos se cuestionan sobre si los mayas verdaderamente llegaron al Amazona, pero la verdad es que los Incas sí lo lograron, si bien con un regalo dado de los mayas para ellos y de ahí es la procedencia de esa reliquia. Nadie sabe cómo actuaban estas culturas en esos tiempos, no obstante, eran avanzados en su forma. Siempre me ha llamado la atención todo lo que tenga que ver con el pasado y civilizaciones antiguas.

Al bajar del árbol mi temor incrementó considerablemente, pero lo contuve con un gran respiro. Sostuve mi mochila de los dos lados y empecé a caminar, deteniéndome en algunos arbustos para orinar. Volví a emprender mi camino sin saber a donde ir; siempre he tenido buen sentido de la orientación y espero que en estos momentos no me falle en absoluto.

La caminata fue algo dura y cansada por tanto subir y bajar caminos rocosos; el clima tropical era frescura para mí. El viento tiró mi gorra, traté de alcanzarla pero la brisa se la había llevado. ¡Rayos! El sudor se escurría por mi cuello desapareciendo por el valle de mis senos. Pasé mi brazo por la frente quitándome un poco, la botella de agua que tenía en mi mano la desenrosqué y le di un buen trago, no estaba fría y era mejor que no tener nada y morir por deshidratación en la selva. El canto de las aves en la copa de los árboles me animaban a seguir caminando, tarareaba en voz baja para matar el tiempo. El estúpido de James se había llevado mi dinero, por lo menos solo le entregué la mitad del mismo; espero que el muy perro no se lleve el Jeep si quiero volver.

Se escuchaba agua corriendo de algún lugar, la verdad era que me apetecía un buen baño. Olía muy mal después de pasar el día sin ducharme y el sudor no era que oliera precisamente a rosas. Era un río lo que se oía, y si la corriente no era muy fuerte, me podría lavar.

Al menos no experimentaba esa sensación que sentía en el hotel de alguien observándome y siguiéndome a cada rato. ¡Maldición! Esos bastardos me hicieron moverme antes de lo pensado. Creían que no me daría cuenta que instalaron cámaras y micrófonos en mi habitación ese día, solo con ver la mina rota fuera de mi puerta confirmaba que alguien había entrado en el cuarto. Antes de salir de mi dormitorio, coloco una mina bisagra en la puerta y luego la retiro, pero esta vez estaba fragmentada en dos, los muy hijos de puta registraron mis cosas y se atrevieron a instalar sistemas de vigilancia. Todavía no sé quien interfiere en mis excavaciones y búsquedas; debería dar la cara antes de que lo descubra yo. Estando en Brasil él/ella o ellos me han seguido desde tan lejos y no sé si lo que desean es el tesoro.

Caminando un poco más, la luz del sol iluminaba un río con una cascada cayendo hasta dejar algo similar a un lago enfrente de mí. Me deshice de la mochila, me acerqué al agua metiendo mi mano derecha con tal de probarla. Estaba algo fría. Lo soportaría. Me fui quitando la ropa lo antes posible y sacando otra muda que consistía en una falda short jeans con una franelilla blanca y medias nuevas. Mi desodorante y jabón natural. Me solté el cabello y una ráfaga de viento hizo que se agitara en el aire despeinándome por completo, me retiré el pelo de la cara, sentándome en la orilla del río entrando los pies y saltando en ella. Era un poco profundo, pero no para morir ahogada aquí.

Tomé el jabón en las manos y nadé hasta la cascada, el agua caía directo en mi cuerpo, mis pezones estaban como dos picos por el frío. Recorrí todo el jabón por mi cuerpo, lavándome muy bien. Allí se ubicaban unas rocas formando una pequeña tina. Subí y me metí donde el agua, sentada, me llegaba a cubrir los senos. Con el mismo jabón me lavé el cabello, masajeándolo con las yemas de mis dedos. El agua que caía desde la cascada me relajaba, a medida que iba quitando de mi cabello el jabón. El ambiente era tan tranquilo y silencioso…hasta que un bramido me sobresaltó hasta la muerte, me llevé la mano al corazón por inercia.

Me incorporé; el agua iba escurriéndose por mi cuerpo, mis pezones me dolían por el frío del agua. Exprimí mi cabello con mis manos dejando que saliera un poco el agua de mi pelo. El castaño era el color de cabello de mi abuela y mi madre, que se lo había teñido en esa época de rubio.

Al tratar de salir, me resbalé y me golpeé la cabeza; vi un poco de sangre en mi palma cuando me había tocado la cabeza. Mi vista se fue volviendo borrosa y el dolor me molestaba, poco a poco iba perdiendo el conocimiento, un aliento cálido me llegaba hasta la mejilla mientras pequeños gruñidos se escuchaban tan cerca que no sabía de donde provenían y luego me desmayé por completo.

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Abrí mis ojos y los cerré al sentí un pequeño dolor en mi cabeza, estaba todo oscuro cuando procuré levantarme; todo me dolía. No recuerdo qué me había pasado. Me toqué el lugar lesionado, una venda estaba alrededor de mi cabeza. ¡Mierda! ¿En qué momento me vendé o vendaron? No lo sabía, pero tampoco recuerdo haberme dormido en algún lugar. Eché una vista por el lugar, sin embargo, todo estaba a oscuras y el cielo no se distinguía, tan solo una luz que sobresalía al final… ¡Estaba en una cueva! Era lo único lógico. ¿Cómo había llegado aquí? Me encontraba en una especie de pieles, acostada. Esto simulaba una cama súper grande, al final de la cueva, con muchas pieles de animales en ella haciendo cómodo dormir. Estaba cubierta con una manta muy calentita. Un leve mareo me vino y chillé un poco al perder el equilibrio. Unas manos cálidas me tomaron de la cintura, recostándome.

Yo lo miré aunque solo veía sombras en esta oscuridad. Mi mano trató de tocarlo, en cambio, me sentía muy débil para moverme. Un gruñido resonó y me puse alerta con el miedo recorriéndome. Sentí sus pasos por la cueva prendiendo una fogata pequeña un poco lejos del nido.

Otro gruñido zumbó cuando se dio cuenta que lo estaba mirando desde donde estaba. Era un hombre de un metro noventa, por lo menos, corpulento, broceado y fuerte; sus brazos y piernas estaban bien formadas. Su abdomen era plano y marcado, por el contrario, sus nalgas eran redondas, llenas y lindas para una nalgada. Todo un Adonis personificado. ¡Y su miembro! Su miembro era algo descomunal, era tan perfecto que me hizo tragar grueso y más estando erecto; me excitaba un poco con solo verle. Su pene le llegaba hasta el ombligo, erguido y firme con mucho orgullo. ¡Este hombre está desnudo ante mí! ¿Cómo alguien, en su sano juicio, se pasearía desnudo ante una señorita?

Se fue acercando a mí con una sonrisa ladina que hizo que me mojara un poco. No entendía qué provocaba en mí este espécimen de macho. Sin duda alguna, era el hombre soñado de toda mujer, sin olvidar su gran e inmenso miembro.

Sus pasos eran seguros, como una pantera acorralando a su presa.

―Tenía pensado matarte como a los demás ―dijo sin rodeos. Tragué grueso. El miedo y la excitación se acumulaban a medida que el dios se iba acercando. Si llevara bragas, ya estuvieran empapadas con mis jugos. ¿Bragas? ¿Dónde coño estaban mis bragas? Olvidando al espécimen de hombre sexy que estaba caminando hasta donde me ubicaba, me levanté para sentarme de golpe nuevamente, haciendo que la manta se cayera dejando mis senos al descubierto. Ahogué una exclamación al notar que estaba desnuda en esta cama. ¿Dónde estaban mis cosas? ¿Por qué estaba al natural? Lo que me faltaba: excitada y estando en paños menores, o mejor dicho, sin ningún paño cubriéndome.―No sé si ayudarte sea una maldición o mi perdición, chica. ―Se encontraba parado enfrente de mí―. Eres lo más hermoso que jamás hubiera visto y no sé por qué, pero tu excitación y el miedo que tienes, me pone a cien.

―No…no me hagas…daño, por favor… —Mi voz salió entrecortada por el miedo. ¡Mierda! ¿Quién iba a estar excitada en este tipo de situación, con un psicópata hombre loco, que estaba más bello que cualquier hombre de revistas de modelos sexys, y en cueros?

―Solo déjate llevar, chica. ―Se acercó hasta susurrarme al oído―: ¿Cuánto crees que te haré gritar mientras te monto?

Se apartó, al mismo tiempo que yo lo miraba incrédula por lo que había dicho. Sí será arrogante este hombre, no puedo creer que su ego llegara hasta niveles superiores.

―¿Qué?

―Yo diría, por tu olor, que gritarías desesperada porque te montara. ―Sonríe dejando ver su dentadura blanca, sus dientes era filosos, con algunos colmillos―. Me atraes, más de lo que tú piensas, tu olor me llamó desde lo lejos. Sino, ya estarías muerta.

―Eres muy arrogante, psicópata loco. ―Lo miré mal.

―Hacerte la valiente no ayudará en lo inevitable, huelo tu miedo…y es algo intenso. ―Se me acercó, sentándose en la cama―. Yo sé qué hacer para que te sientas mejor.

―No… Me harás daño, no quiero…que me lastimes…

―Oh, sí que te dolerá cuando mi polla se hunda en ese canal tan apretado y estrecho tuyo, quiero montarte hasta que no halla un mañana y sentir cómo te corres una y otra vez.

Sentía miedo por lo que él me pudiera hacer y me maldecía mil veces por mojarme cada vez que decía algo tan erótico. Su voz roca, sensual y varonil me hacía delirar. Busqué la manera de escapar de mi captor lo más rápido posible e internarme en la selva.

―Si lo que quieres es escapar, no te servirá de nada; soy mas rápido que tú, mis sentidos son más agudos y te encontraría tan rápido que tendría que montarte sin piedad. Tan duro, tan rápido que solo gritarías de éxtasis puro al penetrarte.

―Déjame ir, por favor... ―le supliqué.

―Eso no lo puedo hacer. Lo siento, pero eres mía. ―Se metió en la cama mientras yo me hacía un ovillo en la esquina de la pared―. Serás mía para siempre, ya lo he decidido. Me gustas tú y tu olor...

Se fue acercando hasta donde yo estaba. Le tiré la sábana en su cara y me eché a correr, saltando de la cama. Ya veía la salida y mi libertad, mi mochila la tendría que dejar atrás si quería ser más rápida en correr y escapar de él. Unas manos me atraparon de la cintura y me levantaron, con si fuera un simple pluma, colocándome en su hombro. Pateé, chillé y golpeé a mi captor con todas mis fuerzas, pero al parecer a él no le hacían ni cosquillas mis golpes. Me arrojó en la cama, amarrándome las manos con unas tiras. Con mis pies le di patadas, sin embargo, me aprisionó las piernas desde los muslos, metiendo su nariz entre ellos olfateándome, una sonrisa burlona posada sus labios.

―Es inevitable. Lo que tenía que pasar, pasará. ―Sin previo aviso metió un dedo en mi interior, haciéndome gemir alto―. Hueles tan bien. Mmm… Sabía que serías caliente y húmeda.

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Estaba justo encima de ella, su obviamente hinchada polla presionando contra su vientre, su rostro no más lejos de un centímetro de la suya. Entonces, sus brazos la envolvieron, empujándola con fuerza contra él y su boca bajó sobre la de ella. Demasiado sorprendida como para moverse, abrió la boca para protestar y su lengua se deslizó dentro de su boca como un bandido merodeador, probando, tocando y acariciando. Sus manos bajaron hasta su culo, agarrándolo y provocándola. No podía apartarlo con sus manos atadas por encima de su cabeza. Sus bocas se unieron en una danza. Este era un beso que iba más allá de lo increíble. Él sabía a menta, a aire fresco y olía a algo deliciosamente picante, casi salvaje. Luego, su boca descendió sobre ella hasta llegar a su cuello y su subir nuevamente a sus labios, su lengua invadiendo el interior, como una vela parpadeando sobre los tejidos sensibles. Se sintió a sí misma derretirse con tan magnífico hombre.

Él dejó caer su boca sobre sus hombros y empezó a morder suavemente el lugar donde su cuello y hombro se unían. Sintió el líquido comenzando a rebosar de su coño y deseó tener las bragas puestas para absorber la humedad. Estaba mojada por un hombre al que conocía desde hacía cinco minutos y estaba dejando que tocara su culo desnudo. Le gustaba lo que él le causaba en esos momentos. De alguna forma, su presencia la rodeaba y su esencia masculina la drogaba, bajando su guardia. Todo lo que tenía que hacer era mirarlo y estaba mojada, empapada, goteando.

―Tienes una cintura densa y dura; tu excitación me vuelve loco con solo olerla. Me tienes esclavizado, muchacha. ―Le besó otra vez antes de que le dijera algo.

La ardiente mirada de él sobre su piel desnuda hizo que le bajara un escalofrío por la espalda. Jamás había experimentado nada igual. Se notaba ardiente, temblorosa y confundida. La cabeza le dio vueltas cuando vio que él inclinaba la cabeza y le rozaba los pechos con la nariz. Su aliento era tan ca liente. Entonces, le capturó el pezón derecho con los labios y ella pensó que su mundo se pondría patas arriba. Con sus manos, le desató, dejándola en libertad.

Chupó con frenesí, desplazando la boca de un pezón a otro, presionando los hinchados brotes rosados con su lengua. Bella de ningún modo imaginó que fuera posible esa clase de excitación, ni que él sería el hombre que le hiciera sentir de esa manera por primera vez. Su Adonis personificado la miraba con deseo contenido y una sonrisa ladina en sus labios, y eso la hizo mojarse aún más. Con evidente habilidad, desplazó la mano por su cadera, mientras continuaba atormentándole los pechos con la boca y la lengua. Cuando se dio cuenta de cuáles eran sus intenciones, ya era demasiado tarde. Le había introducido la mano entre las piernas, y palpaba la humedad que chorreaba por sus muslos.

―Estás goteando por mí ―afirmó gruñendo―. Estás empapada y hueles exquisito. Jamás me cansaré de olfatear tan delicioso manjar.

Ella notó que comenzaba a acariciar lenta mente los húmedos e hinchados labios de su femineidad, rozándolos y presionando entre ellos, haciéndola sentir un asombroso placer. Bella gritó, consumida por el placer y envuelta en unas sensaciones que sólo había imaginado en sus novelas eróticas, perdida en un deseo abrumador que únicamente era capaz de experimentar con ese hombre.

Él apartó el dedo y sonrió cuando ella emitió un gemido de pro testa. Entonces, puso la boca donde habían estado sus dedos y comenzó a lamer su clítoris muy lentamente, haciendo la tortura más tediosa y larga para su propio placer. Bella casi brincó de la cama. Tras unos atormentadores minutos.

Edward podía oler el dulce y almizclado olor de su excitación y maldición si no hizo que su polla se engrosara más. Su coño era encantador. Regordetes y rosados labios de aroma embriagador.

Apretó despacio sus labios contra el hinchado coño. La respiración de la mujer se atascó en su garganta. Animado por ello, la lengua de Edward se lanzó y serpenteó alrededor de su clítoris mientras lo rodeaba con el calor de su boca. Ella gimió en respuesta, un sonido embriagador. Empezó a comerla suavemente, sus labios y lengua succionándole lentamente.

Edward plantó las manos en el coño y utilizó sus dedos para abrir los labios.

Abriendo su coño totalmente con las manos, se condujo entre sus piernas y rindió culto a ese botón rosado con chupadas largas y duras.

Ella gimió, sus caderas meciéndose. Jugó con la lengua, dando golpecitos en el brote varias veces, en rápida sucesión, antes de envolverlo en su boca y amamantarlo de nuevo.

—¡Oh mi Dios! —gimió ella, su respiración entrecortada.

Edward hocicó su coño. Podría jurar que estaba a punto de estallar. De hecho, sentía su orgasmo amenazando, como si fuera el suyo propio. Sus ojos se ensancharon cuando chupó nuevamente. No supo cómo era posible, pero sabía con toda certeza que cuando se corriera, él también lo haría.

La mujer se corrió con un fuerte gemido, sus caderas alzándose, las piernas envolviéndose alrededor de su cabeza. Edward gimió en su coño cuando un violento orgasmo lo atravesó y su olor le inundó las fosas nasales. Era el mejor olor de su vida. Disfrutaría mucho montándola una y otra vez hasta que se cansara de su hermoso coño. Nada ni nadie la quitaría lo que a él le pertenecía por derecho.

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N/a: bueno espero que les guste y para que me vayan a decir al sobre que los mayas no tienen nada que ver con lo otro es un historia de ficcion y la protagonista lo ira explicando mas adelante en la historia.

Capítulo 2: Capitulo 1

 


 


 
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