Suavemente, me matas (+18)

Autor: LauraAtenea
Género: + 18
Fecha Creación: 15/03/2013
Fecha Actualización: 05/05/2013
Finalizado: NO
Votos: 18
Comentarios: 45
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Capítulos: 7

Bella Swan vive entre lujos, en una jaula de cristal. Desde que se murió su madre vive entre la espada y la pared, sometida por la ira de su padre y perseguida por su pasado. La vida de Bella cambiará de manera radical cuando su padre decide hacer negocios con su peor enemigo, Edward Cullen. Un hombre hecho a sí mismo, autoritario y dominante al que sólo le mueve un sentimiento: la sed de venganza.

— Eres mía por un año, Isabella. Si quiero que trabajes en mi oficina, lo harás. Si quiero que cocines para mí, lo harás. Y si quiero que te desnudes y que te inclines ofreciéndome tu cuerpo, lo harás. Soy tu dueño por ahora...

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Capítulo 2: Capítulo 1 Mi Jaula de Cristal

 

 

Las cosas no iban nada bien para Swan Corporation, aunque no lo supe por boca de mi querido padre. Por mucho que mi padre pudiera llegar a pensar lo contrario no era tonta; sabía perfectamente que las cosas no iban como deberían de ir. Me encontraba mirando por el ventanal del piso dieciocho de la Washington Mutual Tower, un edificio monstruosamente alto y moderno. Desde el piso en que me encontraba podía ver gran parte del distrito financiero de Seattle. Hombres y mujeres de negocios, poderosos e importantes y asquerosamente ricos se movían por las calles a nuestros pies, aunque eso a mí me daba lo mismo. Mi padre estaba en algún lugar indeterminado de la planta chillando y ladrando órdenes a algún pobre subordinado. A Charlie Swan, no le gustaba llamar a la gente que trabajaba para él trabajadores o empleados. No. Él tenía que llamarles subordinados dejando así más que clara su posición en la pirámide social de la empresa. En el mundo de mi padre el dinero era el que te abría las puertas o el que hacía que te dieran con ellas en las narices. Sí, ya...era asquerosamente triste, pero así era este mundo en el que vivía.

Nunca vi a mi padre ni relajado ni feliz. Cada recuerdo que tenía de él siempre le visualizaba enfrascado en su trabajo con el teléfono pegado a la oreja. Nunca se separaba de su teléfono. No se molestó en desconectar el maldito aparato ni siquiera durante el funeral de mi madre. De hecho, ese día no fue capaz de darme una sola palabra de apoyo; de todos modos no me pilló de sorpresa ya que sabía exactamente como era. Mi padre nunca me besó, nunca me ayudó a hacer los deberes, nunca jugó conmigo. Y ese día tampoco fue capaz de estar a mi lado a pesar de estar penando esa repentina gran pérdida para mí, aunque dudaba que él lo sintiese. Cuando murió mi madre se fue la última persona en este mundo que realmente se preocupaba por mí, a excepción de mi tío Phil. Me sentí perdida y vacía...Con apenas dieciséis años me quedé sin la persona que más falta me hacía en el mundo. Y lamentablemente comenzó mi calvario.

La vida al lado de mi padre sin mi querida madre no fue fácil. Sabía perfectamente de su carencia de afecto o sentimientos hacia mí.

En otras palabras, mi padre no me quería.

O al menos eso había sentido yo durante los veintiún años de mi vida, y eso se acusó aún más a partir de la muerte de mi madre; sin ella a mi lado para protegerme y escudarme mi padre me usó a su antojo en sus negocios. Cuando cumplí los diecisiete descubrió que yo era una clave muy importante para sus negociaciones. Según él, lo único que yo tenía de valor era mi físico, aunque a mí no me resultaba especialmente llamativo...pelo marrón, ojos marrones, piel pálida...tan insustancial como mi propia pasar la pubertad y adentrarme de lleno en la adolescencia, mi cambio de niña a mujer le vino muy bien al hombre de negocios que tenía por padre. Él usaba mi físico a su antojo para engatusar a sus clientes; tenía que asistir a las cenas de negocios con ellos, a las galas, me obligaba a entretener a los hijos de sus clientes simplemente para tenerlos contentos...eso no me gustaba. Y todo fue a peor desde que pasó...aquello. Esa tarde fue un antes y un después en mi vida haciendo que mi mente y mi forma de ser cambiaran de manera radical. Era consciente de que la prensa tenía una imagen muy distorsionada de mí; esos eran los inconvenientes de ser la hija de un importante empresario, todo el mundo sabe lo que haces y con quien en cada momento de tu vida. No quería ese estilo de vida y menos desde que me pasó aquello: mi mente y mi corazón estaban muy lejos de donde yo me encontraba.

No. Quería. Eso.

Pero a Charlie Swan no se le podía llevar la contraria porque sabía acorralarte como nadie, así que no me quedaba otra opción que acatar sus normas, sus reglas y sus "peticiones" para con los demás. Porque él, el hombre sin escrúpulos dentro y fuera de los negocios me tenía atada de pies y manos desde que pasó aquello. Me tenía entre la maldita espada y la pared de la peor manera posible...a veces sentía que el filo de esa espada se podía hundir en mi cuerpo en cualquier momento...

Mis pensamientos se esfumaron cuando oí el estruendo de la puerta al abrirse...y di de nuevo otro respingo cuando la puerta se cerró con un violento golpe.

Sí, ahí estaba.

Me giré lo más despacio posible y vi a mi padre rojo por la ira y echando pestes de su boca mientras colgaba su móvil de última generación con más fuerza de la necesaria.

—Manada de incompetentes, hijos de perra – espetó haciendo que diminutas partículas de saliva salieran disparadas de su boca – Impresentables de mierda...

— ¿Qué...qué ocurre?

Mi padre me miró como si no fuera consciente de que él mismo me había ordenado que me quedara en su despacho minutos antes. Su mirada entrecerrada dirigida a mí se convirtió en una fina línea negra. No estaba enfadado, estaba furioso.

—Ocurre que estoy rodeado de ineptos, eso es lo que pasa – caminó de arriba abajo por su enorme despacho – El equipo de inversión me animó a comprar unas maravillosas acciones de una maravillosa empresa del sector hotelero que en el mercado de valores estaba alcanzando muy buenas cifras – le miré sin entender – Las acciones cayeron hasta el jodido sótano de la Bolsa de Nueva York en menos que canta un gallo, joder.

— ¿Eso...qué quiere decir? - me miró y resopló un toro a punto de atacar a alguien con el pañuelo rojo. En ese momento yo era la que estaba agitando ese pañuelo.

— ¡Eres tan imbécil como esa panda de estúpidos tarados! ¿Cómo que qué quiere decir? Estamos al borde de la ruina, estoy al borde de perder toda mi jodida empresa…— se pasó las manos por las sienes plateadas por las canas.

— ¿No hay ninguna solución? ¿No se puede hacer nada?

—Sí, encontrar a un puñetero accionista lo bastante loco o lo bastante rico para ayudar a sacar a flote lo que queda de mi empresa se solucionarían mis jodidos problemas – mi padre se desplomó con un gesto para nada elegante sobre el sofá de cuero.

— ¿No tienes...a nadie en mente? Quizás alguna empresa más pequeña que la tuya quiera...fusionarse. Ambos ganaríais. Tú el dinero que te hace falta y ellos publicidad...- por segunda vez en menos de un minuto levantó la cabeza y me miró de manera furiosa. Sentí que mi corazón daba un vuelco.

—Parece ser que la niña se ha levantado hoy curiosa y habladora, ¿no? ¿¡Acaso te he pedido tu opinión al respecto!? No, ¿verdad? Pues entonces cierra la boca de una puta vez, estoy harto de escuchar obviedades – asentí en silencio y con las manos temblorosas.

¿Acaso no me podía hablar de otra manera? Decidí centrar de nuevo toda mi atención en mirar por el gran ventanal. Me perdí en el movimiento de esa gente libre de ahí abajo, esa gente que trabajaba para vivir. Mi padre en cambio vivía para trabajar y me arrastraba a mí con él siendo totalmente consciente de ello. Miré el reloj de mi muñeca de manera disimulada. Las once y media de la mañana...suspiré cansada. Justo en ese momento y a esa hora tendría que estar dando clases en la universidad de Seattle para intentar acabar mi tercer año de empresariales...pero Charlie no me había dejado ir. Al parecer su sexto sentido para los negocios le había alertado de que algo no marchaba bien y me había obligado a ir con él. No por mi mente, ni por mis estudios, ni por mis conocimientos...me había llevado a la oficina con él por si acaso tenía que echar mano de mi cara bonita como él decía...con el paso del tiempo me parecía cada vez más asqueroso todo esto...

De nuevo di un respingo cuando el teléfono que descansaba sobre la gran mesa de caoba sonó concienzudamente. Al otro lado de la línea se oyó la voz enlatada de la señora Smith, la secretaria de mi padre.

—Señor Swan...tiene una llamada, hay alguien que quiere hablar con usted...

— ¿Cómo tengo que hablar para que hagan lo que ordeno? ¡He dicho que no quiero hablar con nadie! — bramó haciendo que el suelo retumbara literalmente. Casi podía oír el grito ahogado de la señora Smith por el chillido de mi padre.

—Pero...señor Swan...es importante – balbuceó la mujer como pudo – Es...es Edward Cullen...y está interesado en la oferta de los inversores...

Eso atrajo toda la atención de mi padre. Se levantó del sofá de cuero con rapidez y con un gesto en la cara que rozaba la incredulidad. Por primera vez y que yo pudiera recordar, veía a mi padre contrariado, confundido...conmocionado por el inocente mensaje que le había hecho llegar a su secretaria. Me apartó con brusquedad cuando llegó a la mesa haciéndome perder el equilibrio para coger su teléfono. Descolgó el auricular con más fuerza de la necesaria y me miró iracundo.

— ¡Te quiero fuera de este despacho pero ya!

No me lo pensé dos veces; salí de esa maldita sala como si me persiguiera el diablo...y en parte así era. No entendía como aún me podían sobresaltar los gritos y los bramidos del gran Charlie Swan. Había crecido y madurado con ellos, así que nada de eso debía pillarme por sorpresa. Cuando llegué al pasillo varios empleados de mi padre me miraron casi con compasión. Eso era lo peor de todo y eso que no conocían ni la cuarta parte de mi historia. Ellos aguantaban ese ritmo de ocho a diez horas diarias; yo tenía a mi padre en mi casa a tiempo completo y si a eso le añadimos que su humor no mejoraba ni un poquito fuera del trabajo...sí, no me extrañaba nada que me miraran con pena. Yo misma lo hacía conmigo misma.

No quería estar a la vista de la gente, así que me fui al comedor para los empleados. Aún era muy pronto para la comida, así que no habría casi gente ya que se suponía que tenían que estar trabajando. La sala para el descanso de los empleados era bastante amplia y luminosa, incluso agradable. Las paredes estaban pintadas de un tenue azul claro y decoradas con láminas de arte contemporáneo. Las mesas y las sillas eran de madera lacada, fina y clara. Sobre una gran encimera había un microondas y una cafetera que siempre desprendía un magnífico olor. Me serví una taza de cappuccino y me senté en la mesa más alejada y escondida de todas; no quería incomodar a ningún empleado con mi presencia. Al parecer ser hija de Charlie Swan tenía muchos inconvenientes, entre ellos colocarme directamente en la posición de enemiga, aunque gracias a Dios ese era un número muy reducido de personas las que pensaban de esa manera. Removí perezosamente mi café cuando sentí una mano cerrándose alrededor de mi hombro. Me giré lentamente para ver de cerca la cara de Jacob Black. Jake era un chico que trabajaba en el área administrativa. Era un chico agradable, de sonrisa perfecta y amistosa. Su pelo negro era muy brillante a pesar de ser muy corto y su cuerpo era tres veces el mío. O cuatro.
Cuando él entraba en una sala automáticamente se hacía mucho más pequeña debido a su volumen.

—Buenos días, señorita Swan – rodé los ojos mientras bebía de mi taza.

—Hola, Jake... ¿no se supone que deberías de estar redactando contratos y facturas en vez de estar aquí charlando conmigo? — sonrió lobunamente enseñando todos sus dientes.

—Como esto siga así lo que voy a tener que hacer es empezar a redactar despidos – su rostro se tornó más serio de lo habitual – Corren serios rumores de que el señor Swan ha comprado unas acciones que no valían ni para escombro.

—Pues parece que es cierto – suspiré – Aunque creo que la sangre no va a llegar al río – me acerqué a él para hablar en un tono más confidencial – No digas nada, pero ha recibido una llamada de un posible inversor...

—Pffff, no debe de ser un tipo muy listo para meterse en toda esta mierda – le miré confundida – Desde contabilidad me han comentado que las cuentas bancarias de Swan Corporation están al límite... ¿No te ha comentado nada tu padre?

—Sólo se lo que me ha dicho esta mañana, que las cosas no van bien – jugué con la cucharilla del café entre mis dedos – esperemos que ese loco...ese tal Edward Cullen nos saque de esta situación – Jacob paró el movimiento de su mano sujetando un bollo en dirección a su boca y me miró.

— ¿Edward? ¿Edward Cullen? — asentí – Joder...No me lo puedo creer...

— ¿Qué? ¿Qué pasa?

— ¿Acaso no sabes quién es Edward Cullen? — negué sintiéndome el ser más idiota del mundo – Es uno de los tíos con más dinero de todo Nueva York. Tiene una infinidad de empresas a su nombre, aunque la más importante es Cullen Technologies & Engineering, la empresa más importante del sector ingeniero...y posee una gran cadena hotelera, la más importante de todo el jodido país... – asentí despacio mientras absorbía la información – Y me sorprende que quiera ayudar a tu padre...por todos es más que conocida su aversión mutua.

—Dios mío, no me estoy enterando de nada – Jacob suspiró con paciencia.

—Edward Cullen y tu padre son enemigos acérrimos, aunque nadie sabe exactamente las causas de esa enemistad. Cada uno es la competencia directa del otro...dos titanes del mundo de los negocios en general y del sector del ocio en particular...No me quiero imaginar una conversación entre esos dos. Si tu padre tiene mal carácter y es impulsivo, Edward Cullen le da cien mil vueltas – abrí mucho los ojos. Sí, la verdad es que no me gustaría estar en medio de esa reunión – Tu padre a su lado se queda a la altura de la caperucita roja...y Cullen es el lobo. Sólo te voy a decir una cosa...le apodan la Bestia...es implacable tanto dentro como fuera de los negocios...

—Pues no me dejas muy tranquila con lo que me estás diciendo – Jacob sonrió ligeramente.

—Tranquila, pequeña...las negociaciones entre esos dos no van a durar mucho tiempo...No creo que eso prospere porque no creo que tu padre y Cullen puedan estar mucho tiempo juntos y encerrados en un despacho...

Para mi alegría, Jacob cambió de tema a uno mucho más alegre. Mientras nos bebíamos nuestros cafés me contó que ese mismo fin de semana tenía pensado ir a la playa de la Push, en la reserva Quileute a la que pertenecían sus antepasados. Ahí era donde vivía Billy Black, su padre, en una humilde casa baja muy cerca de la playa. Si yo pudiera escaparme de mi jaula de cristal y vivir en un sitio así de tranquilo...

—Señorita Swan – me giré hacia la puerta.

Allí estaba la señora Smith. Esa mujer estaba más cerca de jubilarse que de otra cosa. Tenía una edad indefinida, pero que se acercaba peligrosamente a los sesenta años. Era rechoncha y bajita y tenía la suficiente paciencia como para soportar a mi padre en una sala a solas durante dos horas sin volverse loca en el intento. Bien, ya éramos dos en el grupo.

—Su padre la llama, dice que vaya inmediatamente a su despacho – suspiré totalmente hastiada e intenté sonreír a la amable mujer.

—Ahora mismo voy.

Me levanté de mi silla, tiré el vaso de plástico a la papelera y encaré a Jacob.

—Tengo que irme...por favor, no digas nada de lo que te he contado...mi padre podría matarme si se entera de que he ido contando todo esto...

—No te preocupes, preciosa – me dijo Jacob haciéndome sonreír – Mis labios están sellados...Eh...— se rascó la cabeza —y a ver si nos vemos un día fuera de esta empresa...

Eso sí que era más difícil; ni yo tenía ganas de salir con un hombre ni mi padre lo permitiría...Le sonreí una vez más y puse rumbo al despacho de mi padre. Era increíble como la tensión se palpaba en el ambiente. Claro...no había una sola persona que pudiera haber pasado por alto la furia matinal de mi padre. Cuando llegué a la puerta de ese conocido despacho llamé con temor antes de cruzar la puerta. Dentro, mi padre estaba sentado tras su enorme y carísimo escritorio de madera noble. Su cara había adquirido un color un poco más compatible con la vida y sus manos no temblaban tanto producto de la rabia. Aunque en su cara aún se podían apreciar los rastros de la incredulidad.

—Siéntate – me ordenó sin mirarme a la cara ni apartar los ojos del monitor del ascensor.

Esperé pacientemente siendo consciente de que había vuelto a perder de manera irreversible otro día de clases; había tenido la esperanza de poder asistir a las dos últimas horas, pero teniendo en cuenta a las alturas de la mañana en la que nos encontrábamos y la reunión que tenía con él por delante hacían muy difícil que llevara a cabo mis tareas. Después de teclear durante cinco minutos más al fin mi padre levantó la mirada.

—Vete a casa y arréglate a conciencia...esta noche tenemos una cena de negocios – me enderecé en mi silla.

— ¿Esta noche?

— ¡Acaso estás sorda! — su chillido hizo que diera un respingo – He dicho que te vas a ir a casa, te vas a poner un vestido, te vas a maquillar y vas a venir a esa cena...sí o sí.

—Pero...pero hoy es viernes...Había quedado con Matt para ir al parque y...

— ¡Cállate! — dijo dando un golpe en la mesa – Ya irás otro día.

—Si no voy hoy hasta la semana que viene no podré ir...tengo un montón de exámenes...

—Me da exactamente igual, esta noche te necesito yo mucho más que Matthew...— no me gustaba cómo pronunciaba su nombre completo...Matthew...—Haz lo que te digo, Isabella...—espetó – O ya sabes lo que le puede esperar... ¿qué prefieres?

Cerré los ojos con fuerza intentando por todos los medios olvidar donde y con quien estaba en este momento. ¿Hasta cuando iban a continuar los chantajes? ¿Hasta cuándo me iba a meter miedo con ese tema? Cada día que pasaba mis sogas estaban más apretadas...podían pasar dos cosas; o me ahogaba la soga o me cortaba el cuello. Y aunque pareciera lo contrario ninguna de las dos opciones era mejor que la otra. El resultado doloroso siempre iba a ser el mismo, así que por el momento me tocaría lidiar con las continuas amenazas.

—Sal del despacho – murmuró – Tengo que preparar documentos para la cena de esta noche con Cullen así que esfúmate...

Salí de aquel maldito despacho y no respiré tranquila hasta que me metí en el ascensor; siempre era igual. ¿Dónde quedaban mis prioridades? ¿Dónde quedaban mis derechos? En ningún lado, siempre caían en un saco con el fondo totalmente roto. Me apoyé contra la pared del ascensor y suspiré. Si no fuera por Matt nada de esto tendría sentido. Él era el único que podía conseguir poner mi mundo del revés con tan solo una sonrisa...y hoy necesitaba ese gesto suyo como el aire que respiro. Me dolía el alma cada vez que no podía cumplir las promesas que le hacía...al parecer mi padre tenía un radar para esas cosas; siempre chafaba mis planes con él.

Bajé hasta el aparcamiento y me monté en mi Mini, ese coche que Charlie me había comprado a regañadientes y que usaba de año en año. Normalmente iba acompañada a todos los sitios como si me fuera a escapar en cualquier momento...Mi padre bien sabía que eso era muy difícil, nunca sería lo suficientemente valiente como para intentar escapar.

El tráfico a esa hora estaba imposible, así que encendí la radio y busqué una estación de música clásica para intentar relajarme un poco. Ah, ah...imposible. La cena de esa noche me tenía un poco nerviosa, ¿acaso mi padre había quedado para hablar de negocios con...con Edward Cullen? Me sentía un poco idiota al no saber nada de ese hombre tan importante, según los datos que me había facilitado Jake. Y me sentía peor al saber que mi padre iba a cenar con su enemigo más cercano estando yo presente...al menos me quedaba la esperanza de que la sangre no llegaría al río; estando en un lugar público mi padre guardaría las formas. O al menos lo intentaría.

Tras media hora de conducción estresante llegué al residencial donde estaba la casa familiar. Se trataba de un complejo cerrado de máxima seguridad, con casas de lujo y jardines interminables. Cuando llegué al número veintiocho saqué la mano por la ventanilla del coche para llamar al timbre de la entrada; miré a la esquina superior de la puerta donde había una disimulada cámara de video vigilancia a sabiendas que Tom me identificaría a la primera. Aparqué en el garaje y fui hasta la puerta principal. Sue no tardó ni dos segundos en recibirme.

—Señorita Swan, que pronto ha venido...— dijo mientras se secaba las manos en el impecable delantal.

Matt asomó detrás de ella. Ese niño era precioso. Tenía los ojos oscuros típicos de los Swan, igual que mi padre y yo. Su pelo había crecido de tal manera que se empezaban a formar rizos por esa pequeña cabeza. Intentó limpiarse la boca llena de chocolate, pero fue imposible.

—Un contratiempo en la empresa – murmuré mientras miraba a Matt – ¿No me vas a dar mi beso? — Matt corrió hasta mí y me besó en la cara manchándome de chocolate, aunque no me importó – Ya has chantajeado a Sue para que te de chocolate, pequeño granuja...— Matt sonrió enseñándome sus dientes manchados.

—Sí...es que me he portado bien en el cole – dijo con esa voz tan cálida e infantil – La...la profe dice que soy muy listo – entrecerré los ojos.

— En eso estoy de acuerdo contigo, pequeño...

—Nana... ¿esta tarde iremos al parque? Me he portado bien...— se me cayó el alma a los pies cuando vi su carita ilusionada.

—No, cariño...hoy no podré ir...Papá quiere que vaya a una cena con él – agachó la cabeza – Pero Sue puede prepararte esta noche esa lasaña que tanto te gusta – me miró de nuevo con ilusión.

— ¿Sí? — asentí sonriendo — ¿Y después voy a poder comerme un trozo de bizcocho? Sue cree que no la he visto sacarlo del horno – me susurró – Pero yo la he visto, soy un niño listo...Y es de chocolate – sonreí de nuevo.

—Está bien, pero que no se entere papá...ya sabes que no le gusta que comas tanto dulce...— Matt se fue tan contento a seguir con su chocolate. Sue me miró con pena.

—Así que no va a cenar esta noche aquí – negué.

—No, cena de negocios...—miré a Matt – daría lo que fuera por quedarme con él comiendo chocolate...—suspiré — Por favor, prepara a ese pequeño una lasaña de las tuyas...

—Eso está hecho...

Sue me sonrió de la manera más cálida posible. Esa mujer me había consolado más veces de las que podía recordar, nuestra relación se estrechó mucho cuando mi padre me mandó a la casa del campo...allí vivimos demasiadas situaciones emotivas. Parpadeé varias veces para alejar esos momentos de mi mente.

Me comí un sándwich de pollo sin muchas ganas y un zumo de naranja mientras observaba a Matt; se estaba poniendo perdido de lasaña, pero se le veía feliz. Al menos alguien era feliz en esta casa...Me despedí de Matt ya que en breve Sue le prepararía para irse a dormir, y decidí subir las escaleras dispuesta a concentrarme en lo que me había mandado mi padre. Estar arreglada y presentable para esta noche. Tomé un baño en un intento estúpido por relajarme aunque salí de allí tan tensa como había entrado. Miré en el interior de mi armario y rebusqué algo apropiado para una cena de ese tipo. Al final me decidí por un vestido negro de tirantes de Donna Karan y unos stilettos del mismo color. Me maquillé de forma discreta y me hice una sencilla coleta. Mi teléfono interrumpió mi sesión de belleza.

—En diez minutos estoy allí, en cuanto entre por la puerta te quiero ver preparada – dijo mi padre sin saludarme...y sin despedirse. No podía esperar otra cosa.

Suspiré sonoramente mientras me metía en ese precioso vestido y en esos peligrosos y altísimos zapatos. Corrí a echarle el último vistazo a Matt que dormía como si aún fuera un bebé y no un niño de tres años y medio.

Cuando bajé al primer piso mi padre entraba por la puerta. Tuve que esperarle diez minutos a que se cambiara de traje y la corbata y volvimos de nuevo al coche conducido por el chófer, Tom. Mantener una conversación a estas alturas era imposible con mi padre, así que me limité a mirar por la ventanilla del coche. Seattle era una ciudad que con el atardecer se iluminaba por la infinidad de torres, rascacielos y edificios de nueva generación. El skyline de Seattle era maravilloso, aunque no me dio mucho tiempo a disfrutar de él. Mucho antes de lo que me hubiese gustado cogimos Western Avenue y paramos en frente del restaurante Nora Garden. Era un lugar acogedor, con clientela exclusiva como lo era mi padre. Este sitio era uno de sus preferidos para las cenas y comidas de negocios ya que poseían unos reservados que brindaban la privacidad que esas reuniones precisaban. El maître nos llevó hasta la mesa que mi padre había reservado en tiempo record y nos sentamos en un incómodo silencio. Mi padre miró su reloj y resopló.

—Se está retrasando – masculló entre dientes mientras jugaba con una servilleta sobre su regazo – Lo que quiere es ponerme nervioso...pero no lo va a conseguir...

Ignoré el monólogo de mi padre y me centré en beber a sorbos pequeños de la copa de agua que me había servido uno de los camareros. Entonces me pregunté desde cuando vendrían las enemistades y las disputas con el hombre con el que nos reuniríamos en breve ya que por más que me esforzaba no podía recordar haber oído hablar de él. El sólo hecho de pensar que iba a estar en medio de semejantes hombres me daba dolor de cabeza; lamentaba el hecho de no haberme traído algún analgésico. El resultado de este encuentro no podría traer nada bueno...

—Siento mucho el retraso, Charlie – dijo una aterciopelada voz a mis espaldas. Miré hacia arriba y...oh, Dios...

Capítulo 1: Prefacio Capítulo 3: Capítulo 2 Quiero a tu hija, Charlie

 
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