Una vez más estuve inconsciente en medio de la nada.
Esta vez fue mucho más diferente, mucho más doloroso…
Temía alguna complicación en el parto, con mi corazón y el bebé, pero mantuve siempre una chispa de esperanza, la cual no debía perder nunca.
Ya sentía una clase de vacío. La fuerza que me abrazaba en mis otros días ya había desaparecido, antes no sabía de qué se trataba y de repente me di cuenta de que la única razón por la cual pude haber salido del estado de coma en el que me encontraba, era sólo por la cálida compañía de mi hijo, que ahora brillaba por su ausencia.
Su compañía era suplantada por un ardor en todo mi cuerpo, como si me estuvieran matando de la manera más sádica de todas. Lenta y dolorosamente pasé varios días luchando con el dolor que sentía en el corazón.
Volví a la recuperación, al cabo de tanto esfuerzo, tendría que seguir adelante, no podía dejarme vencer y Edward no permitiría que me fuera de su lado.
Tenía un vacío frío por mi esófago, como si estuvieran soplando aire excesivamente frío por mi garganta y me dejaba seca.
Antes de despertar, volví a caer en las pesadillas, algo que había deseado que no ocurriera. Ocurrió.
Ahora no quería despertar, tenía demasiado miedo de descubrir la verdad, tenía demasiado miedo a despertar y encontrar que me faltaba algo en la vida, obviamente no podía permitírmelo. Mi cuerpo se tensó de pies a cabeza, y mi posición espiritual se emanaba a la defensiva, cómo si quisiera protegerme de cualquier cosa.
Pero ya no escuchaba más mi corazón, y mi mente alegre descartó la idea de la muerte de Jacob.
Volví en mí ser, a escuchar voces. Ya no se escuchaba el molesto pitido del electrocardiograma. Indicios de que no tenía signos vitales.
Edward reposaba sobre mi cama con la cabeza al contrario de mí.
Las luces me encandilaban a pesar de que habían pasado sólo unos días desde mi nuevo ataque. Veía mucha luz, a mi parecer y resultaba realmente molesto.
Pestañeé sin necesidad alguna, asimismo hice al respirar. Lo hice sin sentirme obligada a hacerlo, y mis pulmones no pedían oxígeno.
¿Qué me pasaba? ¿Era una clase de esos sueños tan vívidos que había pasado antes?
Volví a cerrar los ojos, para concentrarme totalmente y escuché unas voces lejos de aquí.
Escuché más atentamente y sentí como Edward se levantaba de su puesto.
Caminó con la misma expresión que tenía en mis pesadillas; cuando yo había muerto, sus facciones no tenían manera de expresión. Eran desoladas, vacías. Ni siquiera sé si a eso podía llamarle una expresión.
Parecía totalmente vencido, derrotado.
Dejó la puerta un poco abierta y vi como se abrazaba a Esme y escondía su rostro en el hombro de la mujer. Ella miraba con preocupación a Carlisle mientras acariciaba la cabeza de Edward, como un niño pequeño, y el doctor parecía no tener nada que decir.
-Lo siento tanto, Edward. No sé qué decirte. Estábamos tan seguros de todo que la confianza nos atrapó al final, nos hizo una mala jugada –La voz de Carlisle sonaba muy paternal y triste a la vez.
-Son cosas que pasan, hijo. Todos lo sentimos mucho. Es lamentable que no podamos usar a Alice como recurso, y éste inconveniente nos tiene muy intrigados.
-Es algo sumamente crítico. Una situación realmente inesperada. ¿También le ha sucedido a Jasper? –Le preguntó Carlisle a Esme.
-No lo sé. Al parecer no, ni siquiera Edward puede hacerlo.
Se quedaron pensativos al mismo tiempo que veían a Edward que seguía con el costado de su rostro apoyado al hombro de Esme.
Miré hacia abajo y miré que mi ropa no era la misma. Traía puesto un vestido blanco de mangas largas y anchas, abierto, dejando al descubierto un poco mi pecho y todos mis hombros, con un largo hasta mis tobillos.
Lo que hizo más conmoción en mi físico fue encontrarme con un vientre totalmente plano y vacío.
¿Habría llegado a dar a luz? ¿O todo habría sido una simple pesadilla?
Como mi cuerpo ya estaba revitalizado, no hice más que levantarme de esa molesta cama, donde había descansado por días incontables por mí.
-Edward… -Esme tomó su rostro entre sus hermosas manos –Tu padre y yo saldremos unos segundos a hablar con Alice.
Creo que ya es hora de que lo sepan.
Asintió con una expresión de niño pequeño, cosa que me partió el corazón en mil pedazos. Carlisle y Esme se alejaban ahora dejando a mi esposo apoyado a la ventana.
Su rostro deslumbraba con los rayos de sol que entraban al lugar, la ventana tenía unos marcos de madera oscuros y un poco desgastados. Ahora miraba más allá del horizonte.
Apenas di mi primer paso, me sentí demasiado liviana, al peso que solía tener antes. Sentía que flotaba, sentía que nada en mi cuerpo existía ya.
Ni siquiera volteó a verme. ¿Es qué no sentía mi presencia?
Intenté tragar saliva, pero mi boca no segregó la sustancia, cosa que me preocupó un poco.
Sigilosamente, seguí mi infructuoso camino a su lado. En el aire sentí un aroma especial y nuevo. Delicado y dulce como el de Alice y tan atrapante como el de Edward.
Podía escuchar unos murmullos muy lejanos, pero que ahora eran claros. Las voces de todos los Cullen se agrupaban a unos metros de mi posición.
Ignoré las voces para concentrarme en mi meta. No había cambiado su posición de ninguna forma.
Lentamente levanté mi mano y rocé suavemente su antebrazo.
¿Era mi imaginación, o no lo sentía? Me sentía con falta de tacto en los dedos solo por recordar mis estremecimientos cada vez que tocaba su piel –Esa corriente eléctrica que me llegaba al corazón ya no la sentía–.Al parecer no era la única. Ni siquiera volteó la mirada.
Lentamente movió el costado de su cuerpo hacia un lado, y sin tocarme caminó a mi lado, quedando frente a la habitación y con su hombro izquierdo en línea con mi derecho. Los dos mirábamos al frente, eso lo observé desde el rabillo del ojo.
La luz que antes lo deslumbraba a él, ahora destellaba en mí. Mi piel emanaba un aura blanca por el sol.
Su cabeza giró a la misma velocidad que había dado ese par de pasos, y después lo siguieron sus ojos.
Se habían posado sobre mí.
Ahora la que estaba inmóvil era yo. Me indignaba no estar presente para él después de todo lo que habíamos pasado, ahora parecía ignorar mi presencia. Por más que lo intenté, la rabia no hizo que mis ojos derramaran lágrimas, cosa que hubiera pasado si hubiera estado…
-¿Bella? –Preguntó dulcemente, un poco inclinado hacia mí.
Su aliento en susurros me calmó la impotencia y me hizo regresar mi mirada hacia él.
-¿Sí?-Le pregunté en un hilo de voz.
Sus ojos se clavaron en los míos y posó sus manos a los lados de mi rostro. Cerró sus ojos fuertemente y bajó la cabeza.
-Por favor, si te pido algo ¿Lo harías por mí? –Me suplicó con dolor.
-He regresado a cumplir lo que desees –Le susurré.
-Entonces prométeme que no te irás –Ahora había subido la mirada y creía que alucinaba cuando una pequeña lágrima caía por su mejilla.
Sentí un vacío en el pecho al recordar la única vez que lo había visto llorar. Cuando en mis pesadillas yo había muerto.
¿Estaba muerta ahora?
-No te puedo prometer eso –Le dije con miedo por no querer asegurarle algo de lo que ni siquiera yo estaba segura.
-Entonces bésame para demostrarme que eres real y no una simple mala jugada de mi imaginación –Inquirió con determinación.
No dije ni una palabra cuando ya había posado mis labios sobre los de él con demasiada necesidad.
Me parecía una eternidad la última vez que lo había besado, de hecho, ésta vez sentí como si hubiera sido la primera. La necesidad que teníamos el uno del otro era incomparable y podría causar una clase de electricidad entre nosotros.
Tanto la necesidad mía, como la de él, se veía dibujada en sus movimientos. Tomaba mi cara entre sus manos, atrayéndola ferozmente hacia él. Yo no podía creer que lo tenía entre mis brazos y mis brazos rodeaban su cuello.
-Te amo –Decía sin dejar de besarme.
Pasó un tiempo prolongado hasta que me separé de él y lo abracé intentando llorar de la alegría y la emotividad que sentía esos segundos, pero no lograba más que sollozar.
Edward, en cambio, estaba llorando realmente y eso me hacía temblar mucho más. Me besaba el cabello repetidas veces. Muchos pasos se acercaban a nuestra presencia y se alarmó. -Bella, debes controlarte, por favor. Confío en tus instintos, sé que lo harás –Ahora se había posicionado delante de mí.
Poco a poco empezaron a llegar los rostros familiares que tenía tiempo sin admirar.
Esme, Carlisle, Rosalie, Jasper, Emmett, Alice... Jacob.
-Oh, Jacob –No soporté decirlo y salí corriendo a abrazarlo. Si era esto a lo que Edward se refería, definitivamente estaba equivocado a que me quedaría parada en el sitio. Después de todo lo que pasé, abrazar a Jacob era lo mínimo que podía hacer.
Sentía la mirada de muchos sobre mí, pero no me importaba.
Jacob estaba inmune a mi demostración de afecto, tenía los brazos tumbados a sus lados.
-¿Bella? –Ahora era él el que tenía sus ojos húmedos.
-No sabes todo lo que he imaginado, gracias a dios que estas vivo –Dije aún con mi mejilla recostada a su pecho.
-¿No te molesta… mi olor?-Preguntó haciendo una mueca rara con la boca.
De hecho, ahora que lo mencionaba…
-¡Asco, Jacob! ¿Desde hace cuanto que no te bañas? –Le pregunté escondiendo mi nariz en el reverso de mi codo.
Sólo se echó a reír, una imagen un poco perturbadora porque aun tenía esas gruesas lágrimas bajando lentamente.
Jamás había olido tan mal, recuerdo como solía gustarme abrazar a mi amigo; además de su temperatura cálida y acogedora, su olor era particularmente delicioso a mi olfato.
Los demás aún me seguían viendo, ni siquiera había una pizca de alegría en sus rostros. Mi mente fue idealizando todo lo que ocurría. Entendía la repugnancia al olor de perro de Jacob, podía entender la molesta vista de cualquier partícula cerca de mí, el escandaloso reflejo de los colores, la sequedad molesta de mi garganta, esa sensación de no necesitar del aire que respiraba, de pestañear mis ojos…
Podía ver a dos personas más atrás, se escondían detrás de la fila de los Cullen –Apartando la de Edward, que seguía tensa cerca de mí – Un hombre y una mujer, que supuse serían los vampiros Rusos de los que mi esposo había hablado.
-Pero… ¿Qué les pasa?-Inquirí asustada, con una expresión de miedo en mi frente. Edward me había hablado del “después” de la transformación, como la peor sensación del mundo. En realidad sólo sentía un poco de sequedad, nada más.
Miré a Edward, pero también señalaba miedo con sus ojos. Recordé la última vez que había visto el temor en su mirada, cuando me había despedido al ver mi embarazo, que al parecer había sido real.
Como nadie me respondía, me armé de valor para afrontar la verdad que a lo mejor ellos temían confesar.
-No sobrevivió el bebé… ¿No es cierto? –Pregunté mordiendo mi labio, tratando de ocultar mi dolor. Todos se miraron entre ellos.
-Bella… Por favor, no nos hagas esto más difícil de lo que ya es –Suplicó Alice y después miró a Jasper, confundida -¿No puedes hacer nada? –Le preguntó rodeando su brazo con sus pequeñas manos.
Él me miraba fijamente, hasta llegar a ser intimidante, pero a la final soltó una bocanada de aire y negó con la cabeza hacia abajo.
Estaban intentando usar sus poderes. A eso se referían Esme y Carlisle al decir que había sido “una mala jugada del destino” y que Alice no podía usar sus poderes.
-¿Podrían acabar con esto de una vez? –Les insistí ahora fijando mi mirada al piso, al ver esas expresiones tan cautelosas que tenían todos me tensaban demasiado.
Edward se movió un poco y puse ver por el rabillo del ojo como se colocaba frente a mí. Levantó su brazo, y luego mi barbilla con sus dedos.
Me dedicó la sonrisa más deslumbrante y borró el miedo de todo su rostro.
-No hay nada que ocultar, no hay nada en que temer. Me has traído al mundo a los dos bebés más preciosos de todo el universo.
Seguido a sus emotivas palabras, los Cullen abrieron paso en el medio y dos pequeños bebés eran cargados entre los brazos de los desconocidos vampiros, que se acercaron lentamente hacia mí con una cuidadosa cautela, como si temieran que yo pudiera atacarlos.
No podía creer lo que ante mis ojos se pintaban.
Unos gemelos perfectos. Sus facciones eran el arte más divino que mis ojos habían admirado jamás. Era como ver la belleza de todos los Cullen, reflejados en esos pares de ojos que me veían curiosamente.
El bebé lo sostenía la mujer, que parecía un poco conmovida al acercarse a mí. ¿Cómo explicar la belleza de sus ojos, sus mejillas?
El niño tenía el cabello totalmente lacio, de un color dorado que su origen era reconocible a simple vista, aunque éste era un poco más claro, más amarillo. Su nariz se parecía un poco a la mía y sus ojos eran un color oliva, que se difuminaba a uno más claro, hasta llegar a unas pequeñas partes amarillas, color que reconocí del de la familia de mi madre; podías notarlo en los ojos de mi madre y en los de Christine.
Era increíble como ahora podía usar mi vista para detallar hasta el iris de un ojo.
Sus pestañas eran largas y su boca era pequeña pero tenía los labios rosados y carnosos, sus mejillas eran redondas y las tenía un poco ruborizadas al verme. Su mirada se escondía en un juguete que traía en sus manos pero viajaba a mi, demasiadas veces. Cuando hacíamos contacto visual, se ruborizaba y volvía la vista hacia abajo. A pesar de la vergüenza que aparentaba tener, su mirada era fuerte.
Caractericé sus gestos más parecidos a los míos. Penoso pero muy fuerte en el interior.
En cambio la niña, era un poco más curiosa.
Estaba sonriente y no dejaba de verme como si yo fuera un objeto de mucha admiración.
Su cabello era casi igual al mío, sólo que un poco más claro. No era tan liso como el del niño porque acababa con unos lindos bucles al final de su cabello, aunque aún lo tenía corto.
Sus ojos eran de un color verde agua y me pregunté ese extraño origen, porque de mi familia no pertenecían. Su cara era un poco más redonda que la del niño y sus mejillas más rosadas y pronunciadas.
En los rostros de los gemelos se asomaban dos lindas sonrisas.
Parecían tener dos meses, en vez de unos días.
Me parecía demasiado extraño imaginar que habían crecido tanto en los días que había durado mi transformación. Al concentrarme a detallar a… mis hijos –Era tan difícil verlos de esa forma, parecían ángeles –se me había ido la noción del tiempo y todos esperaban que yo hablara.
Sentía dos grandes bloques a mis costados con mis brazos tumbados.
-Dime que no estoy alucinando, Edward –Le rogué a Edward, intentando sonreírle a los niños pero con mis piernas casi temblando, no podía disimular mucho los nervios.
-No estas alucinando –Me aseguró plenamente. Caminó a mi lado y lo seguí con la mirada. Alzó sus brazos y tomó a la pequeña, la pequeña no esperó mucho para abalanzarse en los brazos de su padre y rodear su cuello con los pequeños bracitos blancos.
-Te toca –Inquirió moviendo la cabeza hacia el niño que sonreía muy pícaramente.
La mujer se acercó a mí, al ver que yo no había reaccionado y dubitativamente levanté mis brazos para realizar la misma maniobra de Edward. El pequeño me ayudó a facilitarlo todo y se lanzó a mis brazos. Ocultó su rostro en mi pecho y tomó mi dedo índice con su manito.
Me parecía un peso de pluma, era sumamente liviano y cómodo para como yo recordaba lo que se sentía cargar a un niño de esa edad.
Jacob no dejaba de llorar.
Miré a Edward y estaba sumamente satisfecho de nuestra posición en ese momento.
-No puedo creerlo –Dijo Rosalie en un hilo de voz, su frente denotaba estar acogida con la imagen de mi familia.
Edward se colocó un poco más cerca de mí y me besó en la mejilla. La pequeña lo miró con recelo y llevó la mano a su boca, me miró un par de veces y después de dio un beso en la mejilla a su papá.
-Te juro que… -El nudo en mi garganta era enorme. Sentía que los labios me temblaban de los nervios –No sé como explicar lo que siento ahora.
-¿Ya sabes como los quieres llamar? –Preguntó Alice emocionada, con una cámara colgando en su brazo.
De hecho tenía que pensar en un nombre, pero es que mi mente no estaba apta para pensamientos profundos.
-¿Quieres escoger el del niño? Creo que tengo uno perfecto para la niña… -Dijo con un brillo especial en sus ojos, mirándola con amor.
Asentí, dejando que nos explicara.
-Desde el primer momento en que su mirada se había cruzado con la mía, solo pude pensar en uno de los rostros más angelicales. Lo recuerdo como si fuera ayer –Comenzó a relatar.
“Estaba en uno de mis viajes, mientras conocía otros países me encontré en Bélgica por unos días, y había una conglomeración de gente en una de las plazas. Me sentí alterado por los pensamientos de las personas que rodeaban a una pequeña niña. Tendría ella unos cinco o seis años. Vestía muy elegante.
Su rostro estaba triste y tenía unas pequeñas lagrimitas bajando por sus mejillas rosadas. Su mirada estaba pegada al piso y sus brazos abrazaban el mango de su paraguas de tela confeccionada.
Pasé entre las personas y me agaché a su lado, aún no había visto sus ojos hasta que ella subió la mirada y me vio con nostalgia.
-¿Sabes donde está papi? –Me preguntó con una dulce vocecilla.
-No –Le respondí -¿Quieres que te ayude a encontrarlo?
Ella hacía pucheros con su boca y no dijo nada, sólo alzó su brazo y yo tomé su mano entre la mía.
-Crees en los milagros, ¿verdad?-Me preguntó unos minutos después de que se había quedado en silencio mientras caminábamos.
La lluvia había empezado a molestarme y yo iba siempre en línea recta, esperando a que la niña me guiara.
-Debo confesarte que no. ¿Por qué me lo preguntas?
Ella soltó mi mano, sin dejar de ver al frente y se paró en seco.
Volteó lentamente hacia mí y me miró fijamente a los ojos.
-¿No eres un ángel? –Me preguntó como si le hubiera arrebatado una gran ilusión.
No sabía si romper esa felicidad que traía.
Me agaché un poco y le hice una señal para que acercara su oído a mi boca y ella se interesó en escuchar mi susurro.
-No le puedes decir a nadie ¿De acuerdo? Es un secreto que sólo tú y yo sabemos –Me alejé un poco y le guiñé el ojo. Escuché unos pasos precipitados corriendo a través de la lluvia y se acercaban rápidamente hacia nosotros.
Miré a lo lejos, una mujer joven, que traía un vestido tan elegante como el de la niña, al igual que su peinado, pero venía con una cara preocupada mientras que miraba a la pequeña. Una señora vestía de sirvienta y corría con un paraguas detrás de la joven intentando alcanzarla para taparla de la lluvia pero era en vano puesto que ella no andaba muy atenta al diluvio que destrozaba su peinado y dañaba su maquillaje.
Se lanzó al suelo, dejando las rodillas apoyadas a él. Tomó a la niña por el rostro y empezó a sollozar y a besarla en la frente, la niña parecía un poco confundida.
Se levantó, con su vestido todo mojado y sucio, con unos mechones de cabello por su cara me miró y expresó:
-Gracias –Uno de los agradecimientos más sinceros que había recibido en mi vida.
-No hay de qué –Le repliqué con una sonrisa.
Ella tomó a la que pensé sería su hija y se la iba a llevar pero la niña reaccionó reacia.
-¡Espera! –Le exigió.
Se quedó extrañada de su reacción, pero no se opuso a la exigencia.
Colocó su boquita cerca de mi oído y su mano de un lado para susurrarme algo, como yo lo había hecho minutos atrás con ella. -Gracias por ayudarme, espero que puedas encontrar a papi –Me susurró, me besó la mejilla rápidamente y se incorporó de nuevo al lado de la sirvienta y su madre.
Ella me dio la espalda y me quedé pensativo sobre una cosa, así que tomé rápidamente por el brazo a la sirvienta, que me miró extrañada.
-Dígame, joven –Inquirió educadamente.
-¿Tendría la amabilidad de decirme donde se encuentra el padre de la niña?
Ella arrugó un poco la frente.
-El duque Phillippe falleció hace dos semanas –Murmuró lamentándolo -La niña Charlotte lo mencionó, ¿no es cierto? Solo asentí con mi mirada vacía.
La señora sólo me miró un poco y regresó a atender a la mujer y a la niña.”
-Desde ese momento el nombre de esa pequeña niña me había rondado por la mente durante muchos años, aunque después la olvidé. Cuando vi las facciones de nuestra hija, era como si…
-Como si hubieras visto a Charlotte –Añadió Alice.
Edward asintió con una sonrisa.
-Me encantaría llamarla Charlotte, si no te molesta, por supuesto –Me pidió tomándome con su mano libre.
-Nunca nos habías contado eso, Edward… -Murmuró Carlisle.
Edward pasó su mano entre su cabello desordenado y pareció un poco avergonzado.
-Charlotte Elizabeth. Me encanta ese nombre –Inquirí con un poco de vergüenza. Ese era el nombre que me pintaba mi mente al verla a los ojos.
-¡Me encanta! Le queda perfecto, es como si hubiera nacido con el nombre. –Exclamó Esme alegremente.
-¿Y al pequeño? ¿Qué nombre le pondrán? –Preguntó Rosalie.
Moví un poco mi boca de un lado, haciendo un gesto pensativo, pero al igual que me había pasado con Charlotte, tenía sólo un nombre en mi mente para el bebé de cabello dorado liso.
-Quiero llamarlo Ethan –Declaré con mi frente en alto.
Edward sonrió satisfecho y Alice pegó un saltito.
-Ethan Lucas Cullen, es el nombre perfecto –Propuso mi cuñada de cabello corto y rebelde.
Edward y yo lo miramos por un segundo y Ethan escondió su rostro entre mis cabellos.
-Charlotte Elizabeth Cullen Swan –Inquirió Carlisle.
-Y Ethan Lucas Cullen Swan –Repuso Esme.
-Siento que oigo la gloria –Repuso Edward dulcemente.
Suspiré profundamente y me relajé de la tensión en la que tenía sentenciada a mi cuerpo. Edward, Alice y Jasper se miraron entre ellos de forma extraña.
---------------------------------------------------------------------
*Anécdota especial: Desde el principio me había encantado el nombre de Charlotte para la niña y de Ethan para el niño. Algo extraño me pasó con Charlotte. Por pura curiosidad estuve rebuscando algún segundo nombre que en éste caso fue "Elizabeth", pero en Wikipedia encontré ésta foto y me dejó sin aliento:
http://en.wikipedia.org/wiki/File:P_Charlotte.jpg
Ésta es la Princesa Charlotte Louise de Bélgica. En ella he basado la pequeña historia que cuenta Edward. Pero les juro que al ver el retrato, no podía ser más igual a la niña que me imaginaba para el Fic. Me hubiera encantado encontrar una imágen de ese niño tan hermoso como el que rondaba en mis Sueños... Ethan Cullen, traté de ser lo más explícita al describirselos.
No creo en las casualidades, ¿Ustedes?
El próximo es el capítulo Final. :)
|