Mi última voluntad

Autor: MafeLovesTwilight
Género: Romance
Fecha Creación: 11/08/2009
Fecha Actualización: 30/06/2012
Finalizado: SI
Votos: 59
Comentarios: 253
Visitas: 262641
Capítulos: 44

¡FIC FINALIZADO!

 

Mi vista se volvía nítida de nuevo y me encontraba en una habitación llena de mucha claridad.

Noté la aparición de una luz blanca. Un quirófano. Edward entraba con una bata azul y con dolor en su rostro. Caminaba lentamente hacia mí, viendo a la altura de mi cintura, pero no parecía verme a mí, parecía ver algo más… Algo a través de mí.

-Bella…-Habló entrecortadamente. Suspiró en manera de intento de tranquilizarse.

-¿Qué pasa?-Le pregunté dulcemente. Traté de acercarme, pero no podía, y no sabía por qué. Aunque estaba a menos de un paso de mí, no me veía.

Tomó una silla y se sentó a mi lado. Lo que no entendía es que me hablaba, pero estaba lateral a mí y viendo a mis espaldas.

-Bella, bella… mi amor, despierta.-Alzó su mano y la colocó sobre una camilla que estaba detrás de mí. Alguien reposaba en ella.

-Estoy aquí, Edward-Susurré sin voltear totalmente, evitando encontrarme con el ser que nos acompañaba.

-Tú sólo estás dormida.-Inquirió dudoso.- Ya te extraño amor mío, tienes una vida que seguir, tienes a muchas personas que te aman, y a muchas que debes cuidar-Estaba sollozando y su voz se trancaba. – ¿Cómo me haces esto? ¿Cómo te atreves a dejarme? Tú me habías prometido, tú te quedarías… tu me prometiste que nunca me ibas a dejar.

No sabía si lo que veía era posible, pero lo que estaba viendo era algo más que real, sobrepasaba los límites de mis creencias. Edward lloraba a mi lado, y yo me rehusaba a voltear mi mirada.

No podía contener las ganas de gritarle que ahí estaba, que yo me quedaría con él. Salté a sus brazos, pero no conseguí más que caer al suelo. Me levanté quedando de la misma manera en la que se sentaba él, mirando hacia lo mismo que veía él.

Yo descansaba sobre esa camilla. Mis ojos estaban cerrados… y estaba sin vida.

-Bella, mi amor mírame, aquí estoy…-No paraba de llorar, su respiración se cortaba entre los sollozos.-Bella, levántate mi vida, párate por favor.-Apoyó su rostro sobre mí pecho y no dejó de llorar jamás mientras esa dolorosa imagen se oscurecía.

Tenía el corazón hecho pedazos.

Desde hacía cinco años, mi vida no era normal, yo no era normal, algo había hecho esto, había cambiado mi propósito y la visión de la vida.  No sabía que me esperaba en Forks, pero algo en mí, me decía que, algo iba a ser diferente.

Mejor…

Me llamo Isabella Swan, y ésta es mi historia…

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Capítulo 35: Luna de Plata

Este Capítulo va dedicado a una de mis lectoras y amiguitas más fieles, por tus 15 años Rog, muchos besos. Te deseo lo mejor del mundo. Te quiero.

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Llegamos al aeropuerto y dos hombres vestidos de traje blanco, nos esperaban a las puertas de la avioneta. Miré a Edward y el rió.

-A Alice no se le escapa ningún detalle, amor mío. ¿Qué te puedo decir?-Dijo con voz burlona.
Hice una mueca de disgusto pero al final me dio un poco de gracia.

La avioneta era excesivamente lujosa y traté de no imaginarme todo lo que se habían gastado. Edward se desvió hacia la cabina donde había dos hombres uniformados. En cambio, yo, me quedé admirando todo.
Había un par de asientos al fondo, que parecían más sofás que sillas normales de avión, de un color beige que combinaban con la delicada alfombra que cubría el piso de la avioneta, que nos llevaba a un destino desconocido por mí. Un paraban de la misma elegancia que todo separaba un pequeño bar, de los asientos. Había dos copas de vidrio sobre la mesa de porcelana blanca, las dos estaban adornadas con un pequeño lazo azul, igual al de las invitaciones de nuestra boda.

Yo me senté y miré afuera de la ventanilla, como los aviones despegaban y a los encargados en la pista controlando el tráfico.

Edward aún no regresaba de la cabina de mando, así que regresé mi vista al panorama del aeropuerto, uno muy bonito, por cierto.

Pasaron unos minutos y el estruendo de un corcho volando me sacó de la tranquilidad.

Edward estaba parado detrás del bar con una expresión concentrada y tenía los labios levemente apretados; estaba abriendo una botella de champagne.

No lo pude aguantar y solté una risita, el volteó hacia mí.

-¿Qué?-Preguntó sonriendo.

-¿Eso es para ti?-Pregunté riendo de nuevo.

-Para los dos.

-¿Cómo por qué?

-Cómo para celebrar…-Inquirió acercándose con las dos copas llenas hasta la mitad-Aquí tiene la suya, Sra. Cullen.-Dijo divertidamente.

-Muchísimas gracias, Sr. Cullen. ¿Le importaría acompañar a su esposa en éste brindis?-Pregunté cambiando mi tono de voz.

-Será un total placer.-Se sentó a mi lado y con su otra mano, colocó un mechón de cabello detrás de mi oreja, se había
zafado del peinado que ya empezaba a desbaratarse.

-Quiero brindar…-Comenzó a recorrer las líneas de mi rostro con su dedo.-Por ti, por todo lo que me haces sentir, por todo lo que has hecho en mi vida, por la felicidad que me traes, y por hacerme el hombre más feliz del universo.

-Y yo, por todo eso y el resto.-Repliqué con timidez. Jamás recitaría unas palabras tan bellas como las que a Edward le salían con tanta naturalidad.

Ni siquiera esperó a que tomáramos nuestro sorbo tradicional, cuando ya se había acercado a besarme. Quedó levemente recostado sobre mí. El sillón sobre el que nos besábamos era de un cuero absolutamente cómodo y se me hacía fácil todo.

Sus labios se movían frenéticos entre los míos, tomé su rostro con una de mis manos y lo apegué mucho más a mí. Mi otra mano estaba caída, hasta el punto que mis dedos, rozaban la alfombra. Le di un mejor uso; quité una de las peinetas que sostenían mi peinado y mi cabello quedó suelto sobre mis hombros descubiertos.

Cuando separó sus labios de los míos, pero sin alejarse mucho, se movió un poco por el lado de mi cuello.

-Creo que deberías reservar energías para ésta noche.-Susurró con una voz pícara. Le di una sonrisa nerviosa y lentamente besó la parte de atrás de mi oreja; ya conocía el punto débil que me hacía ponerme la piel de gallina.

Me dio un beso rápido y se colocó de pie de nuevo para sentarse en el mueble.

El vestido empezaba a molestarme, porque quería acostarme y quedaba largo. Me quité las zapatillas y mi vestido tapaba mis pies, me acosté con mi cabeza apoyada sobre su pecho y el empezó a acariciar mis mejillas, mi cuello.

El piloto dijo algo sobre un “despegue”, después de eso, caí rendida en mis sueños.

Soñé en un lugar claro, muy iluminado, donde mi esposo y yo dormíamos sobre una colina verde repleta de flores. Por los alrededores solo se veía neblina muy turbia, pero el cielo era más azul de lo normal. El me acariciaba de la misma manera que lo había hecho, antes de quedarme dormida. Su mirada se perdía en el horizonte, por donde se asomaba ese deslumbrante sol que tanto extrañaba.


Aterrizamos con el atardecer y aún no podía saber en donde nos encontrábamos.

Edward se reía de mis intentos fallidos de investigación, pero en algún momento muchos nombres coincidirían…

Leía muchos nombres árabes y la gente parecía hablar el idioma, lo que no sabía, era exactamente de donde.

A pesar de eso, había mucha gente americana, por los rostros podía diferenciarlas, pero éstos parecían ejecutivos y hombres de negocios. Ya tenía otra pista.

Cuando fuimos en busca del equipaje, la pantalla de la correa que mostraba el nombre de la ciudad de donde proveníamos tenía un mismo mensaje en varios idiomas, de los cuales reconocí el español.

-¿Dubai? –Le pregunté con duda.

Sinceramente no era mucho lo que sabía de Dubai.

Edward pareció no importarle sembrar una duda en mí, así que quedé dudosa, y tendría que esperar hasta llegar al hotel.

Tomamos un extraño taxi, que ni siquiera podía asegurar que era uno. Era totalmente fuera de lo normal, porque no era el común amarillo que rondaba en las calles de Estados Unidos. Era todo blanco.

-¿Qué clase de carro es éste? –Le pregunté en voz baja a Edward.

-Es un Rolce Royce –Me susurró y saludó al conductor.

El hombre era un señor de tez un poco oscura, con facciones árabes y parecía muy amable del modo por el que le hablaba a mi esposo. Estaba uniformado tal cual como un chofer.

Ya me tendría que acostumbrar a la idea de llamarlo de esa forma y ya lo estaba haciendo.

Habían demasiados rascacielos, y edificios modernos, nada parecía ser del siglo anterior ni de hace diez años atrás tampoco.


Tomamos un desvío de una larga avenida y ya estaba oscuro.

Parecía que nos dirigíamos a una calle ciega, pero de los lados podíamos ver una bahía extensa, donde el agua se reflejaba de todas las iluminaciones de los edificios.

Los laterales de la calle por donde pasábamos estaban iluminados de unas luces que cambiaban de colores. Después podía visualizar unas palmeras y unas enormes antorchas.

Edward subió la mano y tocó un botón que hizo que se abriera una pequeña ventana sobre nosotros, que sólo nos permitía visualizar la maravilla que nos presentaba al frente.




Si era ahí a donde nos dirigíamos, de verdad tenía que estar soñando.



Todo parecía perfecto. Era algo impresionante. No quería ni imaginarme cual era mi cara. Aún seguía con el trauma de la impresión, y el Plaza en New York, no se comparaba en nada a esto.

El señor hizo parada al frente del hotel y dos hombres nos abrieron la puerta, de forma educada.

Otros dos se encargaron de las maletas y Edward estaba por entrar al hotel.

-Edward, el señor se fue y no le pagaste –Le susurré al oído con nervios.

El se burló de mí.

-Es un servicio del hotel, Bella. No tenemos nada que pagarle.

Me sentí un poco estúpida y lo tomé de la mano.

La entrada tenía una enorme fuente que hacía algo increíble, parecía ser automática y hacía intervalos de manera que parecía que el agua bailara en los aires de manera simultánea. Los diseños de la pared parecían de oro, y no quería ni hacerme una idea de lo mucho que se había gastado el gobierno de Dubai para construir esta obra maestra.



El lobby era extenso y largo.

Un hombre nos guió para un ascensor que parecía independiente, separado de los demás.

Llegamos a la suite, y era la única ahí, por eso supuse que el ascensor era independiente sólo para esa suite. El nombre estaba colocado en finas letras doradas a la izquierda de las dos puertas principales.

-Royal.-Dije para mis adentros mientras leía el nombre.

El me miró y tomó la llave, abrió la puerta y me tomó de la mano.

Las abrió de par e par y la imagen era brillante e impactante.

Ante mi estaba un pasillo con una larga extensión de porcelanatto amarillo, que daban paso a una grande y ancha escalera, que iba extendiéndose, de izquierda a derecha, hasta arriba.

Caminé admirando todo y la cabeza recorría cada detalle en ese extenso hall.

A mis espaldas, estaba una de las camas de la suite, y por su aspecto, parecía ser la principal. Tenía un cobertor del mismo rojo, al igual que la cabecera, pero ésta tenía bordes dorados. Éste cobertor era característicamente resaltado por la suavidad visual de la tela, estaba casi segura que era seda.

El resto de la habitación está decorada en tonos dorados y rojizos.

El piso estaba cubierto de una alfombra de diseño con acabados nativos de Dubai, muy elegante.




Me mostró los otros lugares de la suite.

Había un bello jacuzzi con un piso de mármol., y la suite tenía un cine privado y me prometió usarlo cuando ya estuviéramos aburridos, cosa que no creía posible.

Regresamos a la habitación para dejar nuestras cosas y yo me encerré en uno de los baños para tener un rato a solas conmigo misma.

Me miré y mi cara de pánico no era nada normal.

Me sentía más incómoda que nunca.

Había esperado tanto tiempo para esto, este momento…
Ahora mis manos sudaban y sentía mariposas en mi estómago.

Las luces se fueron apagando delicadamente y de una manera lenta, mientras Edward se acercaba a mí, con una mirada realmente hipnotizadora, parecía deseoso, como si estuviera tratando de averiguar algo en mí.

Ya estaba a medio centímetro de mí. Mi hombro derecho rozaba con el suyo, y su mirada era fija al frente. Parecía esperar algo.
Sentí poco a poco, sus manos apegándose a mi espalda y lentamente acercándome hacia él.

-Espera.-Dije en un grito ahogado.

-¿Qué pasa?-Preguntó preocupado. Ya me tenía entre sus brazos y me miraba confuso.

Mordí uno de mis labios con vergüenza y el me miraba expectativo.

-Es que… yo…-Susurraba con mucha dificultad. Parecía que las mariposas en mi estómago me dejaban sin habla.-No sé como… hacerlo.-Confesé. En realidad estaba atemorizada y no sabía como podría sentirse él.

-¿Tienes… miedo?-Preguntó bajito.

Yo asentía varias veces mientras lo abrazaba, y el me encerraba entre sus musculosos brazos.

Dio un fuerte suspiro después de abrazarme.

Por su forma de preguntarme sobre mi temor, empecé a imaginarme su forma de interpretarlo, y me di cuenta de que lo hice mal.

-No, no, no.-Tomé su rostro dolido entre mis manos.-No te tengo miedo a ti, sabes que no. Yo confío más en ti, que en mí misma. No me malinterpretes, por favor.-Repuse con voz suplicante.

-Pensé que sí…-Replicó en un susurro.

-Tengo miedo a hacerlo mal, tengo miedo a fallarte, tengo miedo a no satisfacerte, le temo a tu decepción…-le expliqué.

No produjo sonido alguno.


-Bella… yo tampoco soy ningún experto. Jamás me decepcionaré de ti. Te amo por sobre todas las cosas, y te deseo… Por eso estoy aquí, por eso quiero que sea especial.- Esperó a que yo dijera algo, pero no podía decir nada –No quiero que te sientas presionada.-Agregó.

Sus palabras destruyeron cualquier clase de miedo que pudo haber existido en mí ser para ese momento. Me armé de valor, respiré profundo y me separé de él.

Lo miré fijamente a los ojos y le dije:

-Estoy lista, Edward Cullen.

Me quedó viendo deseosamente y me volvió a tomar de la misma manera que lo había hecho antes.

Empezamos con besos frenéticos y violentos, que se volvían repetitivos y necesitados al paso de los segundos. Sentía sus labios de manera salvaje entre los míos.

Las palmas de sus manos estaban apoyadas sobre mi espalda y me empujaban contra él. Me besaba el cuello de forma suave mientras recorría mi espalda con una de sus manos, hasta estancarse sobre una de las cintas que rodeaban mi vestido, justo en el borde de mis caderas. Lo jaló y el vestido empezó a desajustarse de mi cuerpo.

Empezaba a sentir su aliento frío por la parte de mi cuello, pero mi cuerpo respondía a un calor imponente por cada uno de mis poros.

Poco a poco, introdujo una de sus gélidas manos por mi espalda, que empezaba a sudar. Eso me hizo dar un grito ahogado de un escalofrío, que recorrió mi columna de abajo hasta arriba, en el nacimiento de mi cabello. Su mano se direccionaba hacia abajo y mi vestido se abría con lentitud.

Se me había olvidado todo lo que implicara vergüenza en ese momento, me sentía tan libre y natural. Edward no parecía
incómodo del todo.

Me empezó a besar de nuevo, y decidí que sería mi turno. Llevé mis manos a su abrigo, lo quité rápidamente y él se deshizo de él. Ahora empezaba a sentir como mi corazón se aceleraba y mis manos viajaron hacia su camisa, desabotonándola, poco a poco. Llevó sus manos hacia atrás para soltarla y las mías se posaron sobre su pecho, duro y musculoso; hice un recorrido simultáneamente desde ahí, pasando por sus hombros y terminando en la parte superior de su espalda, mis manos se cruzaron detrás de su cuello.

Me tomó impulsivamente por las caderas, me alzó y yo crucé mis piernas alrededor de él.

Dejó de besarme, sólo para mirarme unos segundos.

Yo aún traía el vestido, aunque estaba casi suelto en su totalidad. Me dejó delicadamente sobre las suaves sábanas de nuestra cama, quedando con sus brazos estirados, uno a cada lado de mi cuello al igual que sus rodillas a los lados de mi cintura. Se levantó de un impulso, sólo quitando las manos. Estaba empezando a sospechar de algún posible arrepentimiento, pero su cara no traía ninguna señal que lo indicara.

Con sólo una de sus manos, empezó a bajar mi vestido, sin dejar de mirarme, a pocos centímetros de mi cara, de nuevo. Fue deslizándolo hasta tirarlo al suelo.

Llevé mis manos a su cinturón e intenté quitárselo lo más rápido posible, al igual que su pantalón. El había regresado sus
labios a mi cuello, trazando un recorrido diferente. Desde el lado izquierdo, marcaba una línea con sus labios hasta el medio de mi pecho, siguiendo en línea vertical hasta el final de mi abdomen, produciendo un escalofrío más fuerte que el anterior.

Yo me había desecho de toda su ropa y estaba sobre mí. Hice corto el resto del trabajo, quitándome el brasier, mientras el me quitaba la parte inferior de mi ropa interior. Empecé a besarlo por todo el cuello, al igual que él lo había hecho conmigo.


Después de ahí, nuestros cuerpos actuaron por impulsos, la tensión, la pasión desbordaba por la habitación, y, aunque tenía su cuerpo frío sobre el mío, el calor invadía el mío.

Ya lo sentía compenetrado conmigo, era delicado, pero a la vez salvaje. Me estaba otorgando un placer infinito que me hacía gritar de satisfacción.

Empezaba a volverse más violento con cada movimiento y, yo lo seguía. Lo jalaba del cabello y el apretaba mis piernas con fuerza, me dolía más, pero me hacía sentir mucho más ansiosa y el parecía estarlo también. Cuanto más me dolía y más daño me hacía, intentaba hacerle lo mismo pero el placer sólo me permitía morderlo en el cuello y enterrar mis manos en sus brazos. El gritaba con furia cuando me tomaba con fuerza.

En realidad ya no me dolía ninguno de sus frenéticos movimientos, sólo hacían más emocionante y excitante la unión de nuestros cuerpos. Definitivamente era mejor que todas las experiencias que había vivido en mi vida. Ya habíamos alcanzado el punto máximo del momento y lo había disfrutado de la manera más divina de todas.

Mi respiración era rápida y sentía que el corazón me iba a explotar. Él parecía cansado al igual que yo, así que se acostó a mi lado, quedando boca arriba. Tenía su mano entrelazada con la mía. Mi respiración empezó a volverse normal después de unos segundos. La frecuencia de la suya, también, pero empecé a reírme repentinamente.

-Definitivamente valió la pena la espera.-Le dije.

Empezó a reír de forma nerviosa y yo estaba satisfecha pero aún quería más de él…

-¿Quieres intentarlo de nuevo?-Preguntó emocionado, con el codo apoyado a la cama y su mano sosteniendo su cabeza.

Sólo con una sonrisa, dije todo lo que tenía que decir.

Me llevó cargada entre sus brazos a otra de las habitaciones, que también estaba oscura.

Hicimos el amor, mil y una veces más. En todas las áreas de la extensa suite, él no parecía cansarse, y yo, simplemente ya estaba agotada, aunque mi cuerpo siempre quedaba deseoso de más.

En muchas oportunidades parecía sentirse impotente y usaba alguna cosa que encontrara cerca, para destruirla, por ejemplo, destruía los cobertores, rompía las cabeceras de las camas –No tenía mente para reclamarle por los daños físicos de la habitación, y mucho menos de los míos –aunque en una de mis placenteras oportunidades con él esa noche, me había pegado fuertemente contra una pared, mientras yo lo rodeaba con mis brazos y piernas.

Tuve que suplicarle un tiempo fuera, porque la última vez ya empezaba a sentirme sumamente débil. Por supuesto, se puso frenético cuando le dije que no podía más, porque pensó que ya estaba abusando de mí.

Me dio un beso de buenas noches y me arropó en la cama. Caminó hasta la cortina más cercana de la cama y la abrió de par en par.

La luna se reflejaba en su cuerpo y no podía dejar de admirarlo. Su mirada se perdía en el horizonte y al parecer su mente estaba en otro lugar.

Me fui a dormir con la imagen de su cuerpo perfecto entre mis pensamientos.

La luna se reflejaba en su cuerpo y no podía dejar de admirarlo. Su mirada se perdía en el horizonte y al parecer su mente estaba en otro lugar.

Me fui a dormir con la imagen de su cuerpo perfecto entre mis pensamientos.


Desperté y no parecía ser muy temprano. Me pregunté por qué Edward me había dejado tanto tiempo durmiendo. Aún sentía cansancio y me dolían los músculos del cuerpo.

-¿Edward? –Pregunté buscándolo en mis alrededores.

-Aquí estoy –Dijo en un hilo de voz mientras veía la bahía.

Me tapé un poco con la cobija, y peiné un poco mi cabello con la mano.

-¿Qué hora es?

-Dos de la tarde –Replicó con la misma sequedad anterior.

Su expresión de suma serenidad me estaba confundiendo.

-¿Te pasa algo? –Le pregunté mientras me acercaba a él, con una de las sábanas, cubriendo mi cuerpo.

-No.

Me sentí un poco dolida y mi estómago me exigía alimentación.
Estuve un rato a su lado y él seguía en silencio, me sentí muy incómoda y fui en busca de ropa.
Vestí unos cortos shorts y una camiseta, y fui al baño. Estaba a punto de cruzar la línea del pasillo cuando sus manos me aprisionaron.

-¿Adonde vas?

-A comer-Le respondí sin mirarlo.

-No tienes por qué bajar, y menos sola. Pensaba en pedir la comida a la habitación ¿No lo prefieres? –Cuestionó con un tono más recatado.

-Tranquilo, bajaré.

Dejó mis manos libres y se me quedó viendo con duda.

-¿Qué?

-¿No me dirás nada?

-¿De qué hablas? –Le pregunté.

-No pensabas bajar así, ¿verdad?-Preguntó señalándome.

-¿Qué tengo? –Le pregunté dando fuertes pisadas mientras me dirigía al baño.

Antes de prender la luz del baño, lo miré extrañada y su posición desde el final del pasillo, era tensa.

Encendí la luz y otra vez, encontré a una Isabella Swan que no conocía.
Mi brazo derecho, tenía la más perfecta silueta de una mano, dibujada en color oscuro. Inspeccioné otras áreas de mi cuerpo.
Mi cuello tenía unos moretones pequeños y circulares, que me hicieron recordar lo apasionado que eran los besos de Edward.
Me quité la camisa para ver mi espalda y tenía un rasguño desde la mitad hasta abajo.

Estaba pasmada.
Volteé mi vista hacia Edward y el, ahora estaba sentado sobre un sillón, con las manos sobre su cara; una posición que expresaba a gritos: “¿Qué fue lo que hice?”

-¿Qué fue eso? –Le pregunté mientras me colocaba la camisa de nuevo

-Lo siento tanto. Te lo dije, Bella. No soy nada cuidadoso y creo que me dejé llevar por mis instintos sexuales –Admitió sin quitar su posición.

-Pero… no me duele. No sé por qué te disculpas.

-Bella –Me miró –Te hice daño, pudo haber sido peor.

-La pasé excelente anoche –Le contesté con una sonrisa.

-Me siento demasiado mal por lo que te hice.

-¿Por lo que me hiciste? ¿Te sientes mal por haberme hecho sentir placentera? ¿Por haber cumplido uno de mis deseos más furtivos? ¿Por haberme hecho feliz?

-De verdad… ¿No te sientes mal? –Me preguntó con preocupación.

-Me siento como nunca antes me había sentido. Te lo juro. ¿Es que tú no?

Regresó la mirada hacia mí.

-Apartando todos los daños físicos que provoqué en ti, de verdad me llenaste hasta la última fibra de mí ser. Gracias por complacerme de la manera más divina de todas –Repuso con dulzura, acercándose a mí y encerrando mi cintura entre sus brazos.

-Gracias a ti, por ser lo mas maravilloso sobre la tierra. Te lo juro que jamás pensé que me sentiría así; de haberlo sabido, te lo hubiera rogado hace tanto tiempo.

-Dicen que lo mejor para lo último ¿No? –Contestó con una sonrisa interesante –Y nosotros apenas comenzamos.

Me reí y mis mejillas se enrojecieron.

-¿Qué haremos hoy?

-¿Qué quieres hacer? –Me preguntó divertido.

-Tú eres el de las órdenes, yo solo soy su plebeya deseosa.

Se rió bajito y me acompañó abajo.

Me llevó a uno de los restaurantes del hotel. Era una clase de submarino y en el centro había una pecera enorme que daba la sensación muy real de que estuviéramos debajo del agua.

Estuvimos unas horas ahí, hablando y riéndonos de estupideces.

Por supuesto, la comida fue exquisita y única. Algo inolvidable.
Recorrimos las instalaciones del hotel, nos encontramos con personas que sólo pagaban para recorrerlo. Definitivamente una de las maravillas del mundo, era éste hotel.

El Burj Al Arab, el único hotel del mundo con siete estrellas.

Regresamos a nuestra habitación alrededor de las siete de la noche y planeamos dejar el jacuzzi para el día siguiente, y a lo mejor, el cine para el tercer día.

Me despedí de él, esa noche y me dio un beso de buenas noches, como lo había hecho en Paris. Definitivamente, las energías las tenía totalmente agotadas, y por más que una pequeña neurona en mi cabeza, deseaba y deliraba por estar de nuevo con Edward, el cuerpo pedía descanso; además, aún nos quedaban tres días aquí, y muchas otras almohadas que destruir.


Poco a poco, los moretones iban desapareciendo, pero mi cuerpo se volvía mucho más ansioso con cada segundo que pasaba.

Nuestro segundo día fue muy cargado y no tuvimos tiempo de estar a solas, ni con las suficientes energías, bueno, en realidad, yo era la que no podía ver una cama, porque apenas Edward me daba un beso, caía rendida sobre él.

Habíamos visitado muchos puntos históricos y culturales de la ciudad, como museos y grandes estructuras de arquitectura increíble. Por supuesto, Edward traía un paraguas sobre nosotros mientras paseábamos por las calles. No pasaría desapercibido si no lo hubiera usado.

Al cuarto día, Edward me dijo que haríamos algo diferente y que estaríamos fuera del hotel.

-Tienes que dormir en el día, saldremos de madrugada.

-¿Qué?-Le pregunté molesta de tener que levantarme temprano.

-Lo siento, no pienses que lo hago intencionalmente. Te prometo que te gustará.

-Confío en tu palabra. Pero en vez de dormir, preferiría disfrutar de la sala de cine. Siento que no estoy aprovechando esta semana que tenemos juntos.

Me acompañó hasta la sala, pedimos bebidas y palomitas a la habitación, y mientras el las recogía en la entrada yo escogía las películas. Me acurruqué entre sus brazos mientras veíamos algunas de miedo y algunas de acción y fantasía.

Después me dediqué a hacer un pequeño bolso con algunos cambios que me llevaría a esa salida especial de Edward.

Cumplió con lo que había dicho. Alrededor de las tres y media de la mañana, me despertó para partir.
En el lobby del hotel nos esperaba el mismo auto que nos había traído del aeropuerto, pero no era el mismo conductor, aunque este no parecía ser mala persona.

Nos subimos y mi esposo le indicó algo en este idioma que no entendía aún. Era hasta graciosa, ésta situación. La mayoría del tiempo, se me hacía imposible entender lo que decían los anuncios, la comida de los menús, y Edward traducía todo para mí.
Después de que Edward le indicó el lugar hacia donde nos dirigíamos, el conductor le echó un vistazo a su reloj y le hizo una pregunta dudosa mientras señalaba la hora. Mi esposo sólo asintió y se acomodó a mi lado.

Pasaron pocos minutos, cuando el señor paró frente a un galpón enorme. No habíamos ido muy lejos, ni habíamos cambiado el curso en ningún momento, sólo recorríamos la bahía por un lado.

Caminamos hasta la entrada y un joven, con una edad contemporánea, pero de estatura baja, nos esperaba a la entrada del galpón.

Él, mantenía su cabeza baja, traía unos jeans gastados y una camisa un poco desteñida.

Edward le entregó un sobre con dinero y el accedió a darle unas llaves y abrirnos las enormes puertas del sitio.

Era un pequeño muelle, donde estaban anclados tres yates de diferentes tamaños. Uno era de unos sesenta pies, se veía de reojo que traía más de dos camarotes. El otro era de más o menos cuarenta pies y el más pequeño parecía una lancha deportiva, sin camarote.

-¿Adonde me llevarás? –Le pregunté mientras ayudaba a meter las cosas en uno de los camarotes.

-A un lugar, no muy lejos de aquí –Aseguró.
Me senté en la borda del yate y el encendió los motores para arrancar la carrera.

Ya no podía oponerme a que Edward me diera sorpresas, porque al final, siempre me dejaban sin habla y me sentía cada vez más feliz.

Caminé un poco, porque empezaba a sentirme mareada. Nunca me había montado en ninguno de esos yates extravagantes y mi esposo navegaba muy rápido.

En la punta del barco había una colchoneta de cuero blanco, y como me estaba muriendo del sueño, decidí acostarme ahí.
Edward pareció bajar de velocidad cuando vio mis intenciones arriesgadas de dormir en la proa del yate.

-¿Bella? –Preguntó agachado a mi lado.

Abrí un poco los ojos.

-Tengo sueño –Reí con vergüenza.

-No te duermas, ya vamos a llegar. Quiero que veas algo como lo que te mostré en el avión.

Caminé junto a el hacia uno de los laterales del barco y me sostuve de la baranda. El miraba hacia el horizonte, donde aún no podíamos ver nada.
Lo miré con duda y el me abrazó desde atrás sin dejar de mirar.
-Mira ahora.

Accedí a su petición y una línea naranja se asomaba por encima del mar azul.
Poco a poco, un enorme sol se alzaba para iluminar toda el agua y la piel de Edward, la cual jamás había visto brillar tanto.

-No sé que es más hermoso –Dije sorprendida, colocando mi mano sobre su mejilla.

Lo besé suavemente y sentía como su piel destellaba cerca de mí.

-Debemos seguir, ve y cámbiate de ropa. Iremos a la playa–Repuso separándose rápido de mí.

Rebusqué mi traje de baño en mi pequeño bolso, me cambié, me coloqué mis shorts y mi camisa de nuevo, y salí de nuevo hacia la proa.
Regresé a mi posición anterior encima de la colcha. En el camarote me había mareado tanto, que ya sentía que vomitaría todo en el mar y no eran mis intenciones, dañarle los planes a Edward.
El estado del yate en medio de alta mar, era inestable y me tenía inestable a mí también.

Un par de minutos, se oían las olas quebrando en la orilla.
El salitre se iba pegando poco a poco a mi cuerpo y empezaba a subir la temperatura.

Una de las costas de Dubai, se encontraba solitaria. No había ninguna estructura construida ahí. Parecía una playa paradisíaca, alejada de todo y de todos.

Edward lanzó el ancla, a unos metros lejos de ahí y me pregunté cual era su afán.

-Vamos, Bella –Inquirió desde el otro lado del barco, mientras se quitaba la camisa.

-¿Qué? –Pregunté crispando los ojos.

-Vamos a nadar un rato ¿te parece?

Miré el agua con miedo y cuando regresé mi vista, Edward había desaparecido.

-¿Edward? –Corrí a buscarlo en el agua, pero por más cristalina que era, no se veía por ningún lado.

Ya empezaba a preocuparme. Me desvestí y me lancé al agua sin pensar nada.

Estaba sumamente profundo.

-¡¿Edward?! –Grité con fuerza.

Veía muchos peces a mí alrededor, y eso me aterraba. Rozaban mis dedos y mi piel se ponía de gallina.

-Genial –Refuté para mis adentros. Me había lanzado y ahora no tenía una escalerilla cerca para regresar el yate.

Me estaba cansando y sentí un escalofrío en mi pierna.

-Me he encontrado el tesoro más hermoso y valioso de altamar –Susurró a mis espaldas.

-¡Edward! –Exclamé furiosa –Me hiciste lanzarme al agua, estaba preocupada. Además está helada –Me quejé.

-Ese era el punto. Sino, tendría que hacerlo a las fuerzas, y no quiero saber más nada que te incluya a ti, y “fuerzas”, en la misma oración.

Buscamos las máscaras y me invitó a hacer buceo. Una gran cantidad de peces de todos colores y tamaños, vestían las profundidades de la misteriosa playa a la que Edward me había llevado.

-¿Cómo se llama ésta playa? –Le pregunté a Edward mientras caminábamos hacia la orilla.
-Llamémosla... Playa Bella.

Solté una carcajada cuando me lancé sobre la arena para descansar.

-En serio –Le dije riendo.

-¿Cuándo he jugado yo contigo, Bella?

Lo miré de reojo.

-El sol te afecta –Le dije llevando mi manos a mi frente para tapar mi rostro del sol.

-Creo que te afecta a ti. Vamos para que duermas, debes estar cansada.

-¿Estás loco? ¿Y perderme de la playa? Como si disfrutara de esto todos los días.

Miré hacia el yate, y algo en el techo llamó mi atención.

-Quiero eso –Señalé hacia la moto de agua que estaba oculta bajo una capa color gris clara.

Me miró confuso y se levantó para meterse en la playa de nuevo.

Me monté en la parte trasera de la moto y la adrenalina me salía por cada uno de mis poros. Agarré fuerte a Edward y el soltó una risita.

Recorrimos la costa y me sentía sumamente libre, todas mis preocupaciones volaron con las gotas de agua que salpicaban a nuestras espaldas.

De regreso, Edward empezó a bajar la velocidad cuando ya podíamos ver el yate cerca de la playa.

-¿Por qué paras? –Le pregunté asomando mi cabeza.

-No lo he hecho, esto se quedo sin gasolina.

Por alguna razón, lo menos que sentí fue pánico. Al contrario, me pareció sumamente divertido.

Me lancé al agua y lo mire expectativa.

-No nos queda otra opción; tendremos que nadar hasta la orilla –Repuse con satisfacción.

Me miró con cara de pocos amigos.

-¿Y qué hacemos con esto?

-No sé, pero el último en llegar hace la cena ésta noche –Le grité y empecé a nadar, sabiendo que no ganaría, pero el caso era divertirme un rato.

-Bella. –Dijo aún en la moto –No te canses tanto, mira que tú no eres ninguna nadadora profesional y no puedes estar haciendo tanto esfuerzo.

-Ay, Edward. Por favor –Hice un chapuceo y sentí como se desprendía una de mis pulseras más preciadas.

Me bajé rápidamente a buscarla, con esperanza alguna de poderla encontrar.

El agua me hería la vista y ya necesitaba tomar aire. La presión era demasiada si seguía bajando.

Empecé a respirar con cansancio cuando subí a la superficie.
Había perdido de vista mi pulsera, pero también a Edward.

-¿Edward?-Pregunté mirando a mis lados.

La moto estaba más alejada de lo que lo recordaba.

-En serio, Edward. Esto no tiene nada de gracia. Ya puedes salir.

No oía más nada que las olas chocando contra mí.

-¡Bella! –Gritó Edward hacia mí, viniendo de la posición donde estaba el yate -¿Dónde demonios estabas? –Cuestionó molesto.

-Estaba buscando algo que se me cayó, pero tú ¿adonde fuiste?-pregunté igual de molesta.

-Pensé que te habías ido mientras me distraje y no te encontré… experimenté unos de los peores miedos que jamás había vivido.

-¡Y yo! Ya me imaginaba naufragando aquí.

Se acercó a mí y me besó con necesidad varias veces.

-Vamos.

Nadó rápidamente hasta el yate.

Tuve un almuerzo de tanta clase como en los hoteles, preparado por él, que estaba reacio a que yo cocinara y yo le repetía que había perdido la apuesta.

Volvimos a la plataforma de la proa y me acosté con la cabeza sobre su pecho.

-Que hermoso todo esto.

-Lamentablemente tendremos que regresar al hotel en la noche, y mañana regresaremos a Estados Unidos –Dijo con lástima.

-¿Y que hacemos aquí?

Se quedó averiguando a lo que me refería.

-¿De qué hablas? ¿No te gusta estar aquí?

-Me refiero a que nos quedan dos horas libres –Murmuré con voz pícara y mi dedo hacía un camino lento desde el centro de su pecho hasta abajo.

Me regaló una hermosa media sonrisa y me llevó cargada hasta el camarote de abajo.

Ésta vez había sido diferente, había sido más pasional. La temperatura de por sí, ya era caliente y su piel ya no era tan fría como siempre.

Estaba oscureciendo mientras el besaba la línea de mi espalda. Sentí que mi cuerpo se erizó y quise aprovechar estos últimos minutos, porque en la noche no tendría fuerzas para nada y partiríamos al día siguiente.

Por alguna tonta razón, sentía que Edward temía algo, y por otra estúpida razón, yo también.
Mis impulsos se fueron a la necesidad de tenerlo lo más cerca posible. Recordé la última vez que le había dicho, el miedo que me daba tener que separarme de él.

En New York, esa noche oscura. Cuando el me había susurrado al oído “A veces tengo miedo, que voy a tener que vivir ésta vida sin ti”
Su dolor se transmitía rápido hacia mí y recuerdo que le confesé que temía que el mundo no nos iba a dejar estar juntos, o que nunca más iba a sentir sus frías manos, sobre mi piel.

Me acerqué a su oído y lo abracé.

-¿Qué voy a hacer sin ti? –Le pregunté en voz baja -¿Qué voy a hacer? –Repetí.

-Jamás te dejaré –Repuso con dulzura.

Nuestro amor era tan cruel, pero tan dulce a la misma vez.

-Bésame, bésame, Edward… Cómo si fuera la última vez –Le supliqué.

Suspiré lentamente y le dije al oído de forma seductora:

-Porque sí, puede ser…

Se tensó, no dijo ninguna palabra y empezó a besarme muy dulcemente.

Ahí fue donde, en nuestra historia se había sentenciado el mejor pacto de amor y pasión entre nosotros.

Capítulo 34: La unión de las almas Capítulo 36: No retrocedas el tiempo

 


 


 
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