¡Hola chicas, me disculpo por colocar este capitulo de nuevo! Fui notificada que habia una parte sin sentido y es que faltaba una parte. Aqui está Corregido.
Gracias por su comprensión.
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Mientras manejaba velozmente vía a Phoenix, eran más las veces que me veía, que las que miraba la carretera.
-¿Puedes dejar de verme? Me siento como un bicho feo.-Me quejé sonrojada.
-Es que mi mente no me da más espacio para amarte, y entonces estoy tratando de averiguar si puedo guardar un poco de mi amor en la tuya.
-Lo siento.-Me encogí de hombros.-Está tan llena como la tuya.
Nos reímos de nuestros comentarios.
Había pasado una hora y aún seguíamos en la carretera. Con cada kilómetro que pasaba, me sentía más nerviosa pero a la vez ansiosa, jamás me había sentido de ésta forma.
Nos encontramos en el aeropuerto y resolvimos lo de los pasajes, repartimos el trabajo para ganar tiempo. Yo me había quedado con Christine y Rosalie, esperando a los demás y cuidando las maletas. Me distraje unos segundos viendo por encima, la vitrina de una tienda de perfumes y chocolates, la sorpresa me la llevé cuando regresé mi vista atrás…
Mi prima y mi cuñada hablaban con suma naturalidad, cuando hace unas semanas atrás estaban casi matándose entre ellas. Reí para mis adentros y seguí paseando por los pasillos.
Eran las cuatro de la tarde y faltaban quince minutos para abordar el avión.
-¿No has comido nada?-Me preguntó Edward, sentándose a mi lado en la sala de espera.
-Los nervios me quitan el hambre.-Le expliqué.
-No quiero que te desmayes, ya compré algo para ti, sabía que me dirías algo así –Le iba a hacer un berrinche, pero me interrumpió antes de que pudiera decir algo –Son ocho horas de vuelo, y no siempre la comida en los aviones es muy sana, sabes lo mucho que me preocupa tu salud.
-Tienes razón.-Hasta ese momento no me había dado cuenta del hambre que tenía.
Carlisle y Esme estaban en la feria acompañando a Charlie, Reneé y a mi tía Karen a comer. Los vampiros estaban sentados al frente de ellos tres y veían la comida con un poco de asco, era ciertamente graciosa las expresiones que se pintaban en sus rostros.
Igual estaban los demás hermanos de Edward, viendo a Christine comiendo, y ella parecía apenada.
Me senté en una esquina y Edward me acompañó a comer.
En menos de cinco minutos ya había comido y todos fuimos rápidamente a la zona de embarque cuando llamaron al vuelo de Paris.
Éramos un grupo numeroso y la gente nos miraba de forma rara, en especial a nosotros, posiblemente sería el contraste de las bellezas de los Cullen, contra nosotros.
-Bienvenidos al vuelo número siete cero ocho de Air France, con destino a la capital de Francia, París. El tiempo aproximado de vuelo serán unas ocho horas y media por problemas meteorológicos, pedimos calma en momentos de turbulencias. Estaremos volando a una altura de cuarenta mil pies de altura, el aterrizaje en el aeropuerto de será a las ocho de la mañana. Esperemos disfrute su vuelo, buenas tardes-Dijo el piloto por el altavoz.
Edward me cedió el puesto en la ventana. El avión tenía siete asientos por fila, distribuidos así: dos del lado izquierdo, dos del lado derecho y tres en el centro. Mi asiento era el 15G el de Edward era el 15 F. Delante de mi estaban Alice y Jasper y detrás Rosalie junto a Emmett. En el otro extremo del avión estaban los demás.
Vimos una película juntos, jugamos cartas, hacíamos garabatos sobre una hoja de papel, cualquier cosa con tal de pasar el tiempo. Empezaba a sentirme soñolienta después de las primeras dos horas, y Edward leía un libro del siglo XVII, pero no dejaba de acariciar mi cabello cuando tenía mi cabeza apoyada sobre su hombro.
Escuchaba voces cerca de mí, de vez en cuando, pero no quería abrir los ojos, sentía mucho frío y me di cuenta de que Edward me había arropado con la cobija que le habían entregado, además de la mía. Seguía acariciándome, pero ahora jugando con las líneas de mi rostro.
Volvía a caer rendida cuando sentía que me despertaba sutilmente.
-Bella…-Susurró a mi oído –Tienes que ver esto.
Curiosamente abrí mis ojos y su mirada viajaba detrás de mí, hacia la ventana.
Ante nuestros ojos, un paisaje contrastante de día y de noche se pintaba en la ventana.
Se veía la mitad del paisaje negro de noche, y la otra mitad se veía clara del amanecer.
-Es lo que más me gusta del viaje, un fenómeno que puedo disfrutar pocas veces, y primera vez que lo disfruto tanto, porque ahora te tengo a mi lado y puedo compartirlo contigo.
Yo no dejaba de admirar el espectáculo. Aún se veían las estrellas de un lado… Aunque poco a poco fuimos dejando la noche atrás.
-Es hermoso, de verdad.-Inquirí sin quitar la vista de la ventana, aprovechando el último rastro de la oscuridad.
-Vuelve a dormir, amor mío. Aún faltan tres horas de vuelo.-Dijo en voz baja.
Bajé la ventana de nuevo y miré hacia la fila de mis padres.
Charlie dormía profundamente y roncaba haciendo un gran estruendo; a diferencia de mi tía, mi madre y mi prima, que parecían bebes.
Los vampiros, todos se encontraba despiertos, haciendo actividades diferentes.
Después de analizar todo volví a dormirme.
Antes del aterrizaje, fui al baño a lavarme la cara, a cepillarme los dientes y a peinarme. Parecía haber dormido las ocho horas completas.
Recogimos las maletas… bueno, en realidad Emmett, Jasper y Edward se encargaron de hacerlo, mi padre aún no salía del sueño.
El aeropuerto de Paris al que habíamos llegado, en realidad no era el único, ésta ciudad contaba con varios aeropuertos, pero habíamos aterrizado en el que estaba más cerca del centro de la ciudad, para que el viaje hasta el hotel no fuera tan extenso.
Era el Orly Aéroport, muy extenso y moderno. No tuvimos mucho tiempo de recorrerlo ni conocerlo.
Ésta vez, Edward viajó junto a mi padre, mi madre y yo, para que pudiera guiar al taxista hasta nuestro destino.
Mi madre estaba fascinada, estuvo con la boca abierta la mayoría del viaje, al igual que Charlie, no me dejaban ver por la ventana. Me crucé de brazos disgustada entre ellos dos, y Edward volteó a verme y soltó una risita.
Lo poco que pude ver, vi extensos jardines y edificaciones muy conservadas de siglos atrás, por supuesto, todas muy elegantes.
Nos paramos al fin, y di gracias al cielo de que habíamos llegado, estaba realmente agotada de movilizarme.
Alice hablaba en la recepción del lujoso hotel, y nosotros esperábamos en el lobby. Parecía muy tensa y reclamaba cosas en Francés a los encargados de la recepción. Ellos sólo veían sus monitores y parecían apenados.
Me distraje por los alrededores...
Todo era decorado de época, sin dejar a un lado el modernismo. Había unos ventanales muy grandes, algunos daban vista a la avenida y otros a un hermoso jardín que formaba parte de las áreas sociales del hotel.
La pequeña terminó de pedir las llaves y nos entregó una a mí y otra a Edward. Me quedé parada con la llave en la mano, esperando a que me diera una explicación.
-Bella, aún no se han casado, no pueden dormir juntos ¿Recuerdas?-Me guiñó el ojo.-Dejen un poco de energías para la luna de miel, bastante que la necesitaras.
-Si, pero ¿Había algún problema?-Le pregunté viendo a los recepcionistas que parecían apenados.
-No, Bella. Menos mal que tenía un plan B. Hoy tuvieron problemas con la iluminación donde haríamos la boda, entonces les reclamé y bueno... veremos ahora como resuelven. Ya tengo planes para hoy, así que no te preocupes. Durante más tiempo nos quedemos en Paris, más lo disfrutarán ustedes.
Me sonrojé un poco y todos nos separamos. Me despedí de Edward y de los demás Cullen. Había decidido pasar la noche con Christine en una de las habitaciones.
Abrí la puerta de la habitación y entramos lentamente, admirando todo el lugar.
-Si ésta es la habitación donde dormiremos, no quiero ni imaginarme cómo será tu luna de miel.-Dijo Christine dando vueltas alrededor del cuarto y lanzándose sobre una de las camas.
-Si.-Suspiré –Ni me lo digas.
Ella tomó un baño primero, un extenso baño diría yo, mientras tanto, admiraba la gran fuente que se centraba en la avenida que se veía por el balcón.
-Prima, no me has mostrado tus votos. Apuesto que los de Edward son increíbles.-Inquirió saliendo del baño, con una bata blanca y colocándose una toalla alrededor de su cabello.
-¿De qué hablas?-Le pregunté sin prestarle mucha atención.
-Bella…-Se acercó y me miró seria.-Por favor, dime que ya hiciste tus votos de mañana.
Mi mirada relajada se tornó sorpresiva, mis ojos se abrieron como platos y volteé a verla.
Ella entendió de reojo que eso significaba que no.
-¡Los votos!-Grité desesperada y llevé mis manos a mi cabeza –Se me habían olvidado totalmente. Que tonta soy –Dije dándome un golpe en la cabeza.
-¿Y ahora? ¿Qué harás?
-Búscame una hoja y un lapicero, en las mesas de noche, siempre hay –Le señalé una pequeña mesa al lado de mi cama.
La buscó rápidamente y me las llevó.
-Gracias –Le dije colocando las cosas sobre la mesa del balcón.
-De nada –Respondió viéndome curiosa. Empecé a divagar entre mis rincones de inspiración, pero la mente la tenía totalmente en blanco. No podía escribir alguna actividad reciente, es decir, del día de ayer para hoy, porque se daría cuenta de que lo escribí en Paris y se sentiría obviamente devastado.
Apoyé el lapicero sobre la libreta y no hacía más que pequeños puntos. Como para completar que no me venía nada a la mente, sentía esa mirada demasiado curiosa de Christine sobre la hoja que yo tenía en la mesa.
-¿Podrías dejar de verme? Estoy poco inspirada y tú no ayudas, precisamente.
Ella reaccionó y pareció apenada.
-Lo siento, Bella. No fue mi intención –Murmuró entrando a la habitación.
Además de mi falta de inspiración, estaba un poco tensa… Necesitaba relajarme, necesitaba una ducha. Así que dejé todo a un lado y me adentré al espacioso y pulcro baño. Encendí el jacuzzi y vacié todo el envase de jabón, para llenarlo de burbujas. El agua estaba caliente y me relajaba cada músculo en el cuerpo.
Ahora si estaba lista, pero no quería salir del baño hasta que la piel de mis dedos y de mis pies no se volviera de la textura de una pasa.
Cuando acabé todo, apenas pisé afuera, alguien tocó la puerta.
Me asomé y eran todas las mujeres que habían asistido al viaje, menos Christine que me miraba extrañada. Todas estaban esperando ansiosas del otro lado de la puerta.
-¿Qué querrán?-Le pregunté a mi prima.
Ella se encogió de hombros y se levantó de la cama donde estaba sentada.
Les abrí un poco, porque me apenaba salir en bata de baño.
-¡Al fin! –Exclamó Alice –Ya están listas, me imagino.
-¿Podría saber para qué?-Les pregunté mirando hacia mi prima, que ahora estaba a mi lado, cuya expresión también era confundida.
Todas rieron.
-Ay, no te hagas de la que no sabes, Bella. Es hora de tu despedida de soltera.
-¡¿Ah?!-Exclamé en coro junto a mi prima.
-¿Qué crees? ¿Qué te ibas a salvar de la tradición?-Preguntó Rosalie incrédula.
-Pero…
-Vamos, Bella. Vístanse. No queremos perder tiempo, aún tenemos mucho por recorrer, Paris nos espera.-Exclamó mi tía Karen emocionada. -¿Ya?-Pregunté haciendo una mueca de duda
-¡Ya!-Gritaron todas al unísono.
-Ay…-Me quejé –Está bien –Repliqué rendida.
-Te esperamos abajo, cielo –Dijo mi madre antes de que cerrara la puerta.
Me coloqué a espaldas de la puerta, simulando que la sostenía y mi rostro expresaba pánico. Christine me veía burlona mientras se vestía.
-Esto no me puede estar pasando –Murmuré casi sin aliento.
-Bienvenida al mundo de las casadas –Repuso abriendo la puerta y saliendo.
Ahora me quitaban el tiempo de escribir mis votos, pero si no bajaba ahora, podrían llamar a Paris completo para sacarme de la habitación.
Definitivamente extrañaría mis días de soltería.
Tomé unos jeans, y una franela normal, porque a mi no me llegaban las noticias temprano.
Todo se lo escondían a la novia –Iba refutando para mis adentros mientras cerraba la puerta.
Caminé por el pasillo dando pisoteadas fuertes y molestas, y Edward me hizo parar el paso. El estaba cerrando la puerta de su habitación y se quedó mirándome como si fuera la primera vez que lo hiciera, yo también lo hice porque me fue inevitable.
-¿Para…?
-¿Qué…?
Atropellamos nuestras palabras y nos reímos apenados. El terminó de cerrar su puerta sin quitar la mirada de mí, me tomó de la mano y se acercó.
Detrás de él, se asomaron sus hermanos y lo jalaron del abrigo de cuero que traía puesto.
El se empezó a reír y les daba golpes bromistas. Pero después me vio y se puso reacio ante los movimientos de ellos.
-Vamos, Bella. Déjalo ir, sólo será un día –Suplicó Jasper.
Me sentí impotente y no respondí. Estaba segura que se lo llevarían de la misma forma que a mí, de la misma vil y cruel forma.
-¡Vamos, Edward! Se nos hace tarde –Dijo Emmett con una sonrisa emocionada.
Fue soltando mi mano poco a poco y dejándome atrás.
Regresé mi cuerpo para irme por el otro ascensor. Llegué al Lobby y todas esperaban en la puerta.
-¿Dónde están los adultos?-Le pregunté a Alice, mientras me tomaba por el brazo.
-Creo que Carlisle y Esme se encargarán de darles un tour histórico por Paris –Respondió Rosalie mientras recogía su cartera.
-¿Por qué los llaman por sus nombres? O sea, son sus padres ¿no?-Inquirió Christine.
Rosalie y Alice se miraron, y después regresaron la vista a ella.
-Costumbre –Replicaron con naturalidad, al unísono.
-Ah, ya entiendo –Dije para quitar la tensión del ambiente -¿Y no saben para donde llevan a Edward? –Les pregunté demasiado necesitada de saber.
Las dos me miraron y no parecían contentas.
-A nosotras también nos lo ocultaron, así que decidimos no decirles hacia donde iríamos nosotras. –Contestó satisfecha.
-¿Ya podría saber hacia dónde me llevan?
-Ya lo verás –Llevó sus dedos a la boca y pegó un silbido fuerte que haría que algún taxi parara.
Me llevaron a dar un recorrido por el paseo donde se encontraba el Arco del Triunfo.
Mis ojos no dejaban de admirar tanta belleza. Todas las edificaciones eran simplemente magníficas y no me molestaba para nada, que la boda se hubiera celebrado un día después.
Toda mi magia acabó cuando Alice me informaba que iríamos en busca de nuestros vestidos.
Ella había mandado a confeccionar los vestidos de mi madre, mi tía, Christine, Esme, Rosalie, el de ella y por supuesto, el mío, en una lujosa tienda en una de las esquinas de la avenida.
La encargada de la tienda parecía una típica francesa, con un conjunto elegante y con un peinado extravagante. Me sentía como una niña recogida de la calle.
Ella me analizó con la mirada y le lanzó una sonrisa falsa a Alice, que le respondió de la misma forma.
La mujer nos indicó unas escaleras arriba para buscar los vestidos.
-Lo que tengo que soportar para conseguir lo mejor.-Me susurró al oído mientras subíamos.
Nos encontramos con un oscuro cuarto, totalmente diferente a lo que veíamos abajo. Había telas tiradas por doquier, y a pesar de todo, ahí me sentí más a gusto que abajo. Al fondo, una señora, de cabello blanco y de piel arrugada, cosía unos trajes con una pobre luz.
Hice un estruendo al tropezar con una de las telas y ella reaccionó.
-Oh, niña Alice. ¿Cómo has estado?-Preguntó emocionada al ver a la pequeña.
-Muy bien, Sra. Peggy –Volteó y me tomó por el brazo –Ella es la novia de mañana.
-¿Ah?-Preguntó ella.
Alice se rió y repitió lo mismo, subiendo su tono de voz.
-Que ella es la novia de mi hermano –Dijo casi gritando.
-¡Ah! Ya entendí –Replicó haciendo una mueca con la mano –Ven, aquí están todos los vestidos.
Nos condujo a otra puerta que daban paso a un cuarto del mismo estilo de la parte de abajo, de la tienda. Había muchos espejos, lámparas doradas y tres vestidores.
Al frente del espejo más grande había una pequeña tarima redonda, blanca, de madera, y reconocí eso de las películas.
Alice apareció detrás de nosotras con cuatro vestidos.
Primero mostró el de mi madre, el de Esme y el de mi tía Karen, para que pudiéramos verlos.
El de mi madre era de color rojo, pero no era tan fuerte...
El de Esme era de un color morado, medianamente oscuro...
Y el de mi tía era un azul medianamente oscuro...
Todos los vestidos eran largos y confeccionados perfectamente.
Alice tomó el de Rosalie y se lo entregó, al igual que lo hizo con Christine. Rogué porque ella se probara el de ella, para no tener que hacer yo, lo mismo.
-Ahora nos probaremos nuestros vestidos… pero tu serás la última, para que podamos darte nuestra opinión.
Entré en pánico.
-Pero no te preocupes, está hermoso. Te aseguro que te encantará.
La Sra. Peggy empezó a preguntarme cosas de la familia, pero en realidad no sabía ni lo que le respondía. Tenía miedo a quedar mal en un vestido, que seguramente, sería muy elegante para mí.
Primero salió mi prima, con un vestido hermoso, de color azul, de una tela suave y liviana, con un cruce de cintas plateadas debajo del pecho.
-Esto es demasiado para mí.-Dijo casi sin moverse.
-Te queda maravillosamente –Le dije.
-Me encanta, Alice. Muchas gracias –Le gritó por encima de su vestidor.
-De nada, Christine. No te cambies, yo salgo en un momento.
Rosalie salió para que le diéramos su opinión y se veía realmente elegante, aunque ella de por sí, siempre solía vestirse bien y no había mucho que decirle. Su vestido era negro y tenía unos cuantos cortes arriba de la cadera.
Alice salió dando saltitos, con vestido muy lindo. De color rosado claro, era corto, a diferencia de todos. Tenía dos cintas negras que rodeaban la parte del pecho.
Todas nos quedamos hablando de las confecciones, y yo trataba de distraerlas a todas, sabiendo que, era algo en vano.
-Ahora es tu turno, Bella.
Mi prima tomó el vestido y me lo dio. Aún no tenía ni idea de lo que había debajo del plástico que cubría el traje. Era muy pesado y por lo que veía, muy largo también…
Entré con toda la lentitud del mundo al probador.
Cerré mis ojos y abrí con lentitud el cobertor.
Casi se me cae de las manos, pero lo guindé rápidamente. Di un paso atrás para detallar el vestido.
Era la creación más delicada y hermosa que había visto, en toda mi vida.
Un vestido de cola larga. La parte superior era strapless y tenía una tela suave. Alrededor del corsé había una cinta blanca, que cruzaba la espalda, desde arriba hasta las caderas, donde acababan encontradas como un lazo, y caían encima de la cola.
Un impulso en mi corazón me mandó a probármelo rápido.
Con mucho esfuerzo, entré en el vestido y no podía creer que la mujer que estaba en el espejo, era Isabella Swan. Tomé las zapatillas que habían dejado para mí y me las coloqué. Eran casi tan hermosas como el vestido, de color blanco con detalles en plateado.
Salí, casi sin aliento, del probador.
Las caras de sorpresa fueron cuatro.
Mi prima llevó, sus manos sobre su boca. Alice saltó de su puesto con una sonrisa enorme. La Sra. Peggy parecía muy satisfecha de su trabajo y Rosalie no dejaba atrás su expresión de impresionada.
-Que bella te ves, Bella –Dijo mi prima casi sin aliento.
Yo me sonrojé toda y volteé a verme una vez más.
Creo que se nos fue la tarde completa en esa tienda. Tomaron algunos ajustes en el vestido y otras cosas para el velo.
Nos despedimos de la señora y ella nos deseó suerte. Después de aquí, dejamos a Christine y a Rosalie en otras tiendas para que no tuvieran la necesidad de hacer las demás obligaciones junto a nosotras.
Fuimos a la floristería, y ella me mostró lo que haría en el salón. Unos arreglos con orquídeas blancas y amarillas, que también adornarían mi bouquet y otras flores muy pequeñas que combinaban a la perfección.
Regresamos al hotel y ella me mostró los salones en donde celebraríamos, la ceremonia. En el Vendôme, yo entraría por la puerta y bajaría unas extensas escaleras...
y después haríamos una recepción en el Salón Cambon, donde comeríamos y compartiríamos un rato antes de partir para nuestra luna de miel.
Alrededor de las tres de la tarde, almorcé sola en mi habitación y me di cuenta de que era el momento perfecto para escribir mis votos.
Nada me molestaba y nada me impedía que los pensamientos fluyeran. Tomé la misma hoja y el mismo lapicero, y empecé a escribir con mucha facilidad.
Cuando Christine regresó, guardé mis votos, porque no quería que lo escuchara hasta mañana. Me contó todo lo que hizo. Había regresado con tres bolsas llenas de ropa y me habló de lo arrepentida que estaba de haber pensado mal de Rosalie, alguna vez.
Ella llamó a Jacob desde el hotel, pero no le atendió el teléfono, cosa que la puso mal.
Ya en la tarde había comido con mi familia. Mi padre, mi madre y mi tía estaban fascinados con la ciudad y el arte, Carlisle y Esme se encargaron de llevarlos al museo de Louvre donde se encontraba la Mona Lisa y muchas otras pinturas famosas.
Pero a las siete de la noche, aún no tenía noticias de Edward ni de los demás.
Alice estaba tan frustrada como yo y le molestaba que aún los viera paseando en la calle. Me sugirió que durmiera porque mañana sería un día muy largo y definitivamente ya estaba cansada. Le hice caso y me acosté a dormir, preocupada por mi novio, que no daba señales de vida.
Christine había salido a cenar con mi tía y con Rosalie en un Restaurant cerca del hotel, así que me había quedado totalmente sola en la habitación.
Intenté dormir, pero tenía demasiadas cosas en la mente que no me dejaban. Para colmo, alguien tocaba frenéticamente a mi puerta.
Me coloqué rápido la bata y abrí.
Edward me miraba preocupado y se movió rápidamente dentro de la habitación para abrazarme.
-Perdóname, perdóname. Estuve toda la tarde escapando de Emmett y de Jasper, pero siempre me atrapaban. En realidad, al final no sé ni siquiera a donde se dirigieron, pero hice hasta lo imposible para regresar aquí contigo… Sé lo que quiero hacer ésta noche contigo.
Lo miré asombrada.
-¿Tengo que vestirme?-Le pregunté curiosa.
-Diría que tendrías que vestirte, y abrigarte muy bien. Afuera está haciendo mucho frío y no quiero que te enfermes.
-¿Adonde vamos?-Le pregunté mientras buscaba algo que ponerme.
-Es una sorpresa, Bella. Como si no lo supieras.
-Ah, si. Debí haberlo imaginado.
Hice lo que me pidió y salí junto a el. Cuando llegamos abajo pené que pediría un taxi, pero no lo hizo. Comenzamos a caminar por un parque extenso cerca del hotel, que me hizo recordar esa noche en el Central Park de Nueva York.
-¿Ya me puedes decir hacia donde vamos?
-Estás a un paso de saberlo –contestó con su brazo alrededor de mí. Subí mi mirada y me quedé fría.
La torre Eiffel se veía más hermosa de lo que me la había imaginado siempre. Aún no se había oscurecido totalmente y empezaba a encender.
Éramos casi los últimos de la fila para subir, así que lo hicimos rápido.
Mientras el ascensor subía, sentía un vértigo en mi estómago, así que abracé a Edward hasta que llegamos arriba.
Nos asomamos en el extremo norte de la torre y se podía ver toda la ciudad. Poco a poco se iban encendiendo las luces de la ciudad y era un espectáculo que no tenía precio. Los jardines que se veían desde la parte sur de la torre eran hermosos, y las fuentes se encendieron simultáneamente desde atrás hacia delante.
Edward me llevó hasta el último piso de la torre, donde sólo quedábamos nosotros. Desde ahí me señaló algunos puntos importantes de la ciudad. Me llamaba mucho la atención el río que bordeaba la ciudad.
-Esto es increíble –Le confesé.
-No, esto sólo es increíble contigo aquí a mi lado –Me tomó por las caderas y me besó dulcemente.
En lo más alto, Edward me mostraba su amor de la manera más dulce.
Definitivamente me sentía la mujer más afortunada del planeta de compartir mi vida con él.
Regresamos abajo después de unos minutos y cruzamos uno de los puentes que pasaban por el rio Sena.
Iba a tomar el mismo camino para el hotel, pero mi novio me paró en seco.
-Todavía no termina nuestra cita –Dijo con una sonrisa pícara.
-¿Hay más?-Pregunté extasiada
-Por supuesto que lo hay. Ven.
Me tomó de la mano y caminamos cerca del rió, bordeándolo por una acera.
Había unos barcos parados en un muelle cerca de la torre, que estaban iluminados y tenían varias mesas en su parte superior.
Edward me subió al barco y nos sentamos en una de las mesas. Una de las atracciones de Paris, son las vistas panorámicas de la iluminación de la ciudad, cenando desde el río Sena, adonde Edward me había llevado.
Varias parejas nos acompañaban en la noche, así que no me sentí tan incómoda después de todo.
-Gracias –Le dije mientras navegábamos.
-Sabes que no me cuesta nada complacerte, es más, disfruto verte así.
-Así ¿cómo?
-Feliz y sonriente –Replicó con naturalidad.
Disfruté de una cena maravillosa y admiré la torre Eiffel iluminada, que se veía mucho más hermosa ahora.
Regresamos alrededor de las doce de la noche y me acompañó hasta la puerta de mi habitación, donde me despidió con un beso.
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