De un paso, Jacob estaba ayudándome, mientras yo pagaba mi condena de no tener a Edward a mi lado.
Por un lado me sentía bien de estar con Jacob de nuevo, de que todo andaba bien, y que el no sentía por mí, más que una fuerte amistad. Por otro lado tenía a Edward, que posiblemente estaría pensando distinto de nuestra situación. Además, acepto que la forma que lo traté no fue la mejor, pero… jamás vino en busca de mí. ¿Y si Jacob hubiera estado inconsciente? Yo hubiera quedado ahí arrastrada en el piso. Estoy muy segura de que sabía todo el daño físico que yo me había hecho… pero creo que nada de esto justificaba mi forma de actuar con el, después de todo el esfuerzo que él había hecho en salvarme la vida, llevándome a New York.
-¿En qué piensas, Bella?-Preguntó mi amigo mientras me cargaba entre sus brazos. Ya estaba por subir a mi ventana cuando volví al mundo.
-En como se supone que subirás a mi balcón, conmigo en tus brazos.-Mentí.
-No me parece que era eso –Dijo no muy convencido, es que de verdad, no había nacido para ser mentirosa –De todas formas lo verás en menos de tres segundos.
Sin esperar a que tomara aire, Jacob se impulsó y de un salto, con sus pies, se apoyó en el árbol que está al frente de mi ventana, para tomar impulso de nuevo y saltar adentro de mi ventana, que, de suerte, aún seguía abierta.
-Ok, Podrías explicarme como demonios la física permite que este tipo de actos puedan llevarse a cabo.-Dije casi sin aliento, totalmente sorprendida.
-¿Quieres que lo haga de nuevo?-Dijo, tomándolo en serio. Ya se estaba dando la vuelta cuando me reí y lo paré con mi mano.
-No, mucha adrenalina por hoy. Gracias.
-Tranquila.
Hubo un momento de sensación incómoda muy largo en mi habitación. Jacob y yo estábamos a tres pasos, uno del otro, sin decir nada. La luz de la luna reflejaba en su rostro, sus mejillas coloradas. Parecía estar muy apenado.
-Jacob, ayúdame a bajar la colcha que está aquí arriba.-Inquirí mientras me acercaba al clóset.
-¿Para qué?-Dijo en voz baja.
-Para mi amigo imaginario, ¿no lo ves?-Repliqué con ironía, mientras abrazaba a alguien que, en realidad, no estaba allí.
-Es en serio, Bella. ¿No quieres dormir en tu cama? –Lo dijo de forma tan seria, que de verdad estaba creyendo que el no caía en cuenta.
-Es para ti, tonto –Me volteé antes de que dijera algo y alcé mis manos –Pero si no me ayudas, me caerán todas mis cosas encima.
-No, no, no, no. ¿Estás loca? –Se alteró.
-No, no estoy loca –Respondí con tranquilidad –No tienes donde dormir, ¿recuerdas?
-Yo voy a dormir abajo, en la camioneta –Afirmó.
-¿Y crees que voy a permitir que hagas eso?
-Si. Es más, ¿Cómo crees tu que yo me voy a atrever a dormir aquí?-Preguntó alzando una ceja.
-No veo ningún problema –Le dije.
-Pues yo sí. Así que adiós Bella.-Replicó rápido y se volteó hacia la ventana.
-¡Espera!-Grité con un tono de voz más alto de lo debido. Nos quedamos paralizados y volteamos hacia la puerta, esperando a un Charlie ardiendo de molestia, pero lo único que se escuchó fue un sonoro ronquido.
-Me tengo que ir.-Susurró.
-No, necesito que te quedes. Es que… -Un buena excusa, Bella. Busca una buena excusa –Últimamente he estado teniendo pesadillas demasiado horribles y tengo miedo a quedarme sola esta noche. Además, Edward no está aquí conmigo.
-¿Pero que puedo hacer yo? La compañía de un novio no es lo mismo que la de un mejor amigo.-Dijo en un hilo de voz, divertidamente.
-Voy al cielo y no quiero ir llorando –Cité –Vamos, es sólo ésta noche.
Estuvo dudando varias veces y puse la cara de tristeza más convincente que tenía y se volteó rendido.
-Está bien. Pero sólo porque necesitas compañía.-Suspiró y se volvió.
Bajamos todo, preparamos su cama, aunque el prefirió pocas cosas, ya que no sufría de mucho frío en la noche. Se tiró de la manera más basta posible y empezamos a hablar de mil y una estupideces que se nos ocurriera. Hasta empezó a contarme historias de miedo, pero cuando empezaron a intrigarme, recordé que esa noche estaba “muerta de miedo” y no podía darme el lujo de escuchar una de esas terribles leyendas, así que le pedí que parara, fingiendo un miedo exagerado.
-Éste día se me ha hecho tan largo…-Dije con nostalgia.
-A mi también, pero debes estar muerta.- Se apoyó en su brazo y me vio –Te recomiendo que descanses, lo más seguro es que el día de mañana sea más agitado que el de hoy.
Cuando me dispuse a preguntarle a qué se refería, entendí su indirecta y asentí lentamente. Escuché, en menos de un segundo, sus buenas noches, cuando ya había caído rendida.
Increíble, pero cierto, dormí como una bebé el resto de horas que quedaban antes de que saliera el sol, anunciando el brillante amanecer que casi nunca sucedía en Forks. Tal vez sería la seguridad de tener a Jacob a mi lado, o tal vez la de vivir un poco más como humana. La noche anterior me había ido a dormir a ésta, me había ido a dormir con una mezcla de sentimientos extraña. Se juntaban decepción, nostalgia, nervios… Todo se reducía a las palabras que dio el doctor esa mañana. Las que confirmaban mi prolongación de vida. Siempre tuve ese miedo escondido a dejar todo lo que había construido en mi vida, mi familia, mis amigos… Nunca había sido muy creyente de las suposiciones, pero esta vez, supongo que estaba destinada a que pasara esto, por alguna razón, que aun desconozco.
El ambiente se tornaba cálido poco a poco, pero yo quería prolongar el descanso. Muchas emociones vividas, en menos de veinticuatro horas. Aunque estaba despierta, mis ojos no querían abrirse todavía.
Me preguntaba si Jacob seguía dormido, o si ya estaba despierto. Pero lo que abarcaba mi mente, Edward.
Parpadeé un par de veces al notar los rayos de sol, traspasando mi ventana. Me escudriñé un poco los ojos, y Jacob no estaba ahí.
Parecía que todo lo que había vivido en la noche, hubiera sido un sueño extremadamente vívido. No había rastro de la cama, ni de las almohadas ni las sábanas.
Todo estaba en su lugar cuando me levanté. Me asomé a la ventana en busca de su auto, pero al igual que las cosas, había desaparecido. Rebusqué entre las calles, cuando me percaté de que ahora no buscaba una camioneta, sino un plateado Volvo.
Lo único que podía asegurarme que no estaba soñando, eran las marcas físicas que había en mi cuerpo. Miré hacia abajo y tenía las piernas y las manos con vendas, cosa que me pareció extraña. Sobre mi escritorio estaban, unas gasas y un alcohol con una nota debajo:
“Bella, siento mucho lo de tus heridas, traté de curarte lo más que pude, pero… como ya sabes, no soy experto porque suelo curarme rápido, sin necesidad de todo este protocolo. No fui tan bueno como Carlisle, pero al menos las curé. Disculpa de nuevo. PD: Nunca llegué a creerme tu historia de que “estabas aterrada”. Sólo saber que tú estas enamorada de un Vampiro, te da las agallas más fuertes de todas… Así que decidí irme. No te preocupes por mí, preocúpate más por ti misma. Te Quiero.”
Arrojé la nota instantáneamente a la basura, con miedo a que Reneé llegara a leer cualquiera de las anormalidades inhumanas de la misma.
Ahora que me sentía más aliviada, tomé un baño rápido, para cambiarme de ropa y cambiarme las gasas.
Al terminar, salí del baño y me quedé en el pasillo por un momento, con duda de si mis padres estarían en casa. Al no escuchar ni la respiración de alguien, bajé las escaleras y fui hacia el teléfono, donde ellos solían dejarme notas.
“Tu padre y yo salimos a buscar a tus tía Karen y a tu prima Christine. Han regresado de Hawaii y quisieron venir a visitarnos. Cuando regresemos, te lo cuento todo mejor. Te Amo PD: Alice te ha llamado como loca, sugiero que le devuelvas la llamada”
Bastó y sobró a que leyera eso, dejé a un lado la inesperada noticia de la visita familiar y marqué el número de Alice.
-¿¡Bella!? –Dijo después de contestar al primer tono.
-Si… Alice, hola. Yo… ¿Qué pasa? –Le pregunté nerviosa.
-Mira señorita, tú jamás me vuelvas a hacer esto. ¿Cómo se te ocurre lanzarte de la ventana, sin saber lo que haces? No tienes una idea de las ganas que tengo de estrangularte.
-¿Cuál es el problema, Alice? Ya estoy bien. Además, si me hubiera ocurrido algo, igual tú no te habrías acercado, porque, de hecho, no lo hiciste anoche – Repliqué con recelo.
-Si no hubiera sido por Edward, te hubiera jalado por los cabellos –Exclamó frustrada. Su comentario me partió.
-¿Edward? ¿Por qué…?-Pregunté con nostalgia.
-Ay, no tengo tiempo para explicaciones, señorita voladora.-Dijo bromeando -Espero que se te ocurra muy pronto venir a la casa… Espera –Se hizo un silencio – ¡Bella! Te has olvidado del almuerzo que estoy preparando, ¿No es así? –Preguntó dolida.
-No, Alice. ¿Cómo crees? Ya estaba lista para ir a tu casa… aunque –Dudé.
-¿Aunque qué? –Volvió a reinar el silencio del otro lado de la línea y después se escucho un sonoro suspiro. – Tranquila, puedes traer a tus familiares visitantes, sólo tengo que comprar dos manteles más, pero si sigo hablando contigo, se me acabará el tiempo.
-Espera. –Le dije.
-¿Qué?
-¿Dónde está Edward?
-Salió con Emmett. –Replicó apurada.
-Estará en el almuerzo, ¿Verdad?
-Obviamente, Bella. El irá a buscar a tu familia y a ti, en, aproximadamente, cuarenta minutos. –Explicó con exactitud.
-Ah. Gracias, Alice.-Dije sin esfuerzo.
-¡De nada! Hablaremos luego de tu acto circense -Inquirió en tono sarcástico.
Me reí bajito cuando colgué el teléfono.
De hecho, había recordado en este mismo instante que no tenía auto. Bueno, en realidad, si lo tenía, pero estaba resguardado bajo la máxima seguridad en casa de los Cullen. Tendría que hacer un trueque con Edward, yo le daba el mercedes y él me daba el Volvo, aunque también era lujoso, podría pasar desapercibida, cosa que no pasaría nunca, con el mercedes que me había regalado.
Volviendo al tema de las familias… Se me hacía imposible de creer que mi tía y mi prima, vinieran a visitarnos. Mi tía, hermana de Reneé, casi nunca tenía contacto con nosotros. Casi siempre, sus pocas llamadas eran para saludar de alguna parte diferente del mundo.
Era una mujer adinerada y ambiciosa. Mi tío había muerto en un accidente automovilístico y ella se había casado, varios años después, con un hombre, de tercera edad, al que amaba muchísimo, pero que también había muerto hace poco de un paro cardíaco y a ella le había quedado toda la herencia, junto con mi prima Christine, a la cual, el difunto, le había tomado mucho cariño. Entonces, a veces podía entender la posición de ella.
Su vida no había sido fácil, a pesar de todos los lujos, su corazón debía estar destrozado. No podía negar que era un poco plástica. Desde la última vez que la vi, unos años atrás, pasaba todo el rato diciéndome que estaba desarreglada y que debía andar a la moda, entonces, me repetía a mí misma, que no debía golpearla.
No había mucha diferencia con mi prima, era igual de superficial, pero no tan engreída, sólo un poco terca y obtusa. Ella vive en California, en un lujoso apartamento, de cual me mostraba fotos cada vez que nos veíamos.
Jamás podíamos ser comparadas como primas, ni como familia. Éramos dos polos opuestos. Su tez era blanca, pero a la vez tenía ese tono dorado broncíneo de las playas de California. Sus ojos eran verdes y azules, dependían de su ánimo, y su cabello era lacio y negro azabache.
Suspiré con los largos recuerdos de mi apartada familia.
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