No sabes nunca lo que tienes, hasta que llegas a un punto de tu vida, que te encuentras entre la espada y la pared. Ese momento de mí vida había llegado, toda la tensión de estos años, se resume en una sola… Acumulada por todo mi cuerpo, me sentía sofocada. Ya en la noche de éste día, sabría mi veredicto final, y los preparativos que tenía que hacer en este, el que sería mi último mes… Como Mortal.
Pero los minutos, mientras me duchaba y me cambiaba, eran eternos. El día no se veía triste, pero no era el hermoso sol que tanto extrañaba de Arizona.
Tomé la nota junto a la rosa que me había dejado Edward.
“Fui a pagar los boletos del avión para ésta tarde, tu padre llamó. Sugiero que lo llames porque no le atendí el teléfono, no se alegraría mucho con la idea de saber que yo tenía tu celular. En fin, regresaré pronto. Ya te extraño.
PD: Ve hacia la sala principal. Te Quiero”
La pegué fuertemente a mi pecho y suspiré.
Un lindo plato de frutas y cereales se posaba en el extremo de la mesa del largo comedor. Otra rosa al lado de los cubiertos. Nos encontraríamos en el lobby. Cerré la puerta con lentitud, evaluando cada detalle en la habitación, para que se me quedara grabada por el resto de mis días en la memoria.
Nunca sabes cuando volverás a estar en un lugar tan lujoso como ese.
Me esperaba en el lobby, recostado al tablero de la recepción, le extendí mi mano con la llave y él la entregó. Colocó su brazo alrededor de mi cintura y me apretó hacia él. Su cuerpo temblaba levemente, y ocultaba miedo detrás de esa hermosa sonrisa fingida.
Cuando nos subimos al taxi, abrió la boca para articular algo, pero después dudó.
-No he llamado a Charlie, no me dio tiempo con todo esto de recoger. Creo que debería hacerlo.
-Debe estar preocupado.-Inquirió y me prestó el celular.
Hablé con Charlie unos minutos, le dije que extrañaba las vacías calles de Forks, apenas llevábamos un minuto en la calle y ya estábamos en una larga aglomeración de autos. Le hablé que estábamos camino al doctor y su voz cambió de una manera drástica. Se volvió baja e inocente. Se despidió de mí y prometió pasar buscándonos en el aeropuerto, lo tranquilicé y le dije que Alice se encargaría.
-Está muy ansioso.-Le dije a Edward.
-Todos lo están. Alice y Esme no han dejado de llamar, de verdad que se preocupan.
-¿Alice estará viendo mi futuro?
-Le ordené que no lo hiciera. Sea cual sea el veredicto final, todos debemos enterarnos al mismo tiempo.-Acarició mi cabello y con su otra mano deslizó sus dedos entre los míos.
Un gran edificio de oscuros vidrios nos esperaba. Cuando entramos había un gran pilar en el centro del edificio con la guía de las zonas médicas.
“Cardiología. Tercer piso. 1036 Park Avenue, New York, NY 10028, Dr. Adam Deutsch”
Llegamos a un extravagante consultorio. Parecía un Bufete de abogados, en vez de un consultorio médico.
-Ah, joven Cullen ¿No?-Preguntó una pequeña señora detrás del mostrador. Traía unos pequeños lentes sobre el puente de su nariz. Su piel era arrugada y de un color rosado claro en sus mejillas.
Edward asintió y le sonrió amablemente a la señora. Ésta pareció sonrojarse y le hizo señales con la mano para que tomara asiento.
-No se preocupe. Si no le molesta, esperaré aquí parado.
-El Dr. Deutsch está atendiendo a un muchacho en éste momento.-Le dijo a Edward pero después se volvió hacia mí.-No te preocupes, cariño. Él lleva bastante tiempo adentro, no debe tardar en salir.-Dijo en tono consolante, pero eso me puso más nerviosa aún.
Edward paseaba de un lado a otro, impaciente. Veía su reloj y se asomaba por el pasillo hacia donde dirigía el consultorio. Ya llevaba más de cien pasadas enfrente de mí cuando lo tomé del brazo firmemente, pero mis manos estaban sudadas de los nervios, lo cual hizo que se me resbalara.
-¿Podrías quedarte tranquilo de una vez por todas? No sabes lo nerviosa que me tienes.-Hablé lo más bajo posible, pero la señora pareció percatarse de mi advertencia.
Se sentó a mi lado.
-Lo siento…-Susurró.
La mujer de pelo blanco, miró curiosamente una vez más por encima de su mostrador. Volvió su vista abajo, concentrándose en unos papeles.
-Disculpa.-Interrumpió la señora.- ¿Te molestaría traerme el récipe médico de la chica? Todas las referencias médicas que tenga.
El vampiro sacó de una de las maletas una gruesa carpeta. Ahí se evidenciaba cada una de las consultas que había visitado, cada una de las asistencias al hospital, las revisiones y las emergencias.
Ella lo tomó y lo abrió de par en par. Miré de reojo sus extravagantes expresiones. Parecía muy sorprendida… con el último papel, me vio fijamente con ojos de tristeza. La mirada de Edward se crispó al final que la vió.
-Es más grave de lo que pensé.-Murmuró para sí misma. Se levantó de su silla, se retiró los lentes y con los puños cerrados sobre la mesa, se dirigió hacia mí.
-Isabella, ¿No?-Preguntó amablemente.
Asentí una vez con un poco de miedo.
-¿Te molestaría anotar unos datos aquí?-Me dio una hoja con un respaldo metálico y un lapicero.
Intenté un par de veces escribir mis datos personales, pero el lapicero resbalaba de mis manos y la letra me salía más garabateada de lo normal. Edward colocó su mano suavemente sobre la mía y se ofreció a escribir los datos él mismo.
Con mis codos sobre las piernas, llevé mi cabeza abajo.
Edward le regresó la carpeta a la señora y ésta se llevó la mano disimuladamente hacia su pecho.
-Disculpa.-Rió nerviosamente.-Es que… No…-Balbuceó.- ¿Ésta es tu edad? ¿Dieciocho años?-Preguntó.
-Si. ¿Por qué? ¿Hay algún problema con los papeles?-Inquirí con preocupación, lo que faltaba era que al final de todo tuviéramos problemas legales con todo esto del posible trasplante.
-Eres tan joven…-Susurró en un hilo de voz. Después masculló algo entre dientes, inentendible, pero se pudo entender “No mereces esto”.
Iba a decirle algo cuando un tono en su contestador nos espabiló de repente. Una voz femenina habló en el intercomunicador. Un “Puede pasar” me estremeció.
Edward me ayudó a levantarme y cruzamos el pasillo como si nos estuviéramos dirigiendo hacia la misma muerte.
Lo menos que me imaginé fue tener un doctor así. Me lo dibujaba en mi mente con una edad contemporánea a la de la recepcionista, con poco pelo y esas manos anchas, características de los sabios doctores. Fue todo lo contrario a lo que mi consciencia traía consigo.
Un hombre joven, cabello castaño, medianamente alto y con aspecto amistoso, extendió la mano para saludarnos de la manera más formal de todas.
-Mucho gusto, soy el Dr. Adam Deutsch. Me alegra que me hayan escogido, como su tratante.-Se dirigió hacia Edward.-Tu eres el hijo de Carlisle, Edward, si no me equivoco.-Entrecerró los ojos esperando una respuesta de su parte.
-Si, al parecer Carlisle habló contigo.-Dijo serio. Edward se encontraba muy tenso. Pero la bienvenida de éste doctor me había tranquilizado un poco.
-Si, Carlisle y yo hicimos un curso de medicina hace poco. De verdad lo admiro muchísimo, a su edad tiene demasiados conocimientos. Como si hubiera vivido muchísimos años.-Bromeó y se carcajeó un poco, pero ni Edward ni yo producimos sonido alguno, ya que su chiste no parecía gracioso con toda la tensión que había ahí.
Al ver que no dijimos nada, se puso serio el también.
-Bueno.-Miró la hoja que había rellenado Edward.-Isabella.
-Bella.-Corregí.
-Puedes pasar a la habitación de aquí a la derecha, colócate la bata y estaremos listos para examinarte.-Me guiñó el ojo y abrió la puerta por mí. Oí el gruñido bajo proveniente del pecho de Edward. La habitación estaba fría. Mientras me cambiaba, rocé el brazo con un tubo metálico que estaba helado. Hacía tiempo que no me pasaba eso, pero siempre moría de frío en las consultas a las que asistía.
Salí temblando de la habitación y me dirigí hacia el consultorio. El Dr. Deutsch me pasó a sentarme en la camilla. Edward permanecía atrás del doctor, como si evaluara cada movimiento que este hacia.
-Bueno, Bella. ¿Cómo estás hoy? ¿De ánimos para soportar una pequeña aguja?-Dijo el Doctor dándome la espalda y buscando algo entre unas gavetas.
Mis ojos se abrieron como platos, pero no del miedo a que me extrajeran sangre. Volteé hacia Edward instintivamente mientras el doctor no sospechara nada.
-Vete.-Articulé con mirada amenazante.
-No me iré.-Estaba calmado.
-No quiero que ocurra nada.-Insistí.
-Y yo quiero estar aquí contigo.-Concluyó y se cruzó de brazos.
Puse los ojos en blanco y el doctor se percató de mi actitud.
-¿Algún problema?-Preguntó.
-No.-Repuse con frialdad.
-Bueno, primero vamos a chequear esa presión y esos latidos.-Se colocó el endoscopio y tomó el extremo con la mano derecha, mientras me acomodaba en la camilla, el celular de Edward empezó a sonar sin parar.
-Podrías contestar afuera, si no es mucha molestia.-Sugirió Adam.
-¿Quién es?-Le pregunté con duda.
-Alice.-Dijo con indiferencia.
-Deberías contestar, podría ser importante.-El teléfono volvió a sonar.-O por lo menos dile que no siga llamando.
Edward se levantó resignado y se dio la vuelta lentamente. El doctor me pidió que me desabrochara un poco la bata para poder colocar el instrumento sobre mi pecho. Edward se paralizó y volteó bruscamente.
-¿Qué usted, qué?-Preguntó alterado y sus ojos parecían a punto de salirse de su órbita.
Le hice una señal con la mano, apuntando hacia la puerta y dio un vistazo de odio hacia el hombre que yo tenía enfrente. Por supuesto, el captó rápidamente la reacción del aludido y rió bajito.
-Es muy protector por lo que veo. ¿No?-Pregunto mientras colocaba ese pequeño círculo en mi pecho, que estaba demasiado frío al contacto con mi piel.
Me estremecí antes de contestar.
-Demasiado.-Suspiré viendo hacia la puerta por donde había abandonado la habitación. La puerta había quedado un poco abierta y podía ver a Edward impaciente hablando por teléfono.
Volví mi mirada abajo y la expresión del Doc. Se había vuelto profesional y preocupada. Movía el extremo del endoscopio de un lado a otro, con el ceño fruncido.
Edward entró por la puerta, me ruboricé un poco porque estaba sólo vestida con la lencería. Se incorporó de un tiro sin prestar atención a mi expresión, miraba lo que el doctor hacía y me preguntaba. Comidas diarias, ejercicios, medicamentos, alteraciones…
Para Edward era más fácil albergar la idea de saber lo que podría o estaba a punto de decir el doctor, lo cual me frustraba un poco, porque tenía que ver en la expresión de Edward lo difícil que venían siendo las siguientes preguntas.
El doctor se colocó los guantes y tomó una larga aguja. Tragué lentamente cuando sentí ese nudo en la garganta.
-¿Qué pasó?-Le pregunté con voz inconsistente a Edward.
-Alice está frenética, dice que quiere ver más allá, pero le dije que, por su propio bien, no lo hiciera. Ya está enterada de buscarnos en el aeropuerto cuando lleguemos.-Dijo en voz baja.
-Ah, entiendo.-Quise seguir preguntándole acerca de lo que pasaba por la mente del sujeto que estaba a punto de extraer sangre de mi brazo.
Edward me guiñó el ojo y se tapó la nariz dramáticamente. El alcohol me ardía en la nariz. Cerré mis ojos con demasiada fuerza y el doctor insertó lentamente la aguja “mariposa” en mi brazo.
Dolió como solía pasar siempre, pero ésta vez se sintió diferente, por el miedo a tener a Edward cerca, a derramar alguna gota de sangre y que todo acabara mal.
O peor…
Pasaron unos minutos, el doctor seguía preguntándome cosas, tanto personales, como las medicinas que me habían mandado a tomar, a las que era alérgica, a las que no había reaccionado bien… entre tantas otras. También pregunto si yo usaba el Beeper, aquel pequeño dispositivo que me dio uno de mis padres, aquella noche, el que supuestamente me daría el aviso de mi turno en la fila para esperar el próximo donante. Preguntó también sobre el uso de un marcapasos, y eso me hizo pensar inmediatamente en la gente mayor de sesenta o setenta años; le respondí que no, que no tenía uno.
Las preguntas personales las hacía para que algunas de sus pruebas siguientes fueran más fáciles, porque según lo que decía “Estaba tensa”. ¿Cómo no estarlo?
Esperábamos frente a su escritorio, con el corazón en la garganta, después de unos treinta o cuarenta y cinco minutos.
Edward sostenía mi mano con demasiada fuerza, pero estaba tan nerviosa que posiblemente, si intentaba articular alguna palabra para que fuera más delicado, fallaría en el intento y empezaría a desesperarme.
El doctor entró un par de veces, tomaba algunos papeles y formularios de su mesa, me sonreía con la intención de tenerme paciente en mi puesto y Edward empezaba a molestarse.
-¿No puedes leer su mente? ¿Al menos alguna pista?-Le pregunté con dificultad, tragando saliva al final de mi frase.
Edward dudó, con el ceño fruncido y con la vista fija en la mesa. Parecía muy frustrado.
-No está pensando en nada que pueda ayudarnos. Sólo piensa en deberes familiares, y en cosas sin sentido. De ti, solo está averiguando los resultados de algunas pruebas. Nos dirá pronto.-Calmó su expresión y se volvió hacia mí, acarició mi mano.
-Estoy considerando muy ferozmente la idea de llamar a Alice. Así no estaría formando una inundación con el sudor que recorre mi frente y que sale de mis manos.-Lo solté para secarme y después tomé su mano de nuevo.
Sonrió, pero la alegría no abarcó sus ojos.
El girar de una manilla a nuestro lado nos sorprendió y debajo del marco blanco de madera, apareció el tan esperado veredicto. Lo sostenía en sus manos.
Su expresión parecía aislada, como si estuviera concentrado en algo más.
Arregló los papeles con un par de golpes en la mesa y los dejó encima, entrelazó sus manos y nos miró sin expresión alguna.
-Estuve haciendo estos resultados, Bella. Me imagino que ya te habían hecho éstas pruebas, o por lo menos algunas de ellas. ¿Me equivoco?-Repuso educadamente hacia mi.
-Sólo algunas de ellas, las otras son primera vez que me las hacen.-Respondí con confianza.
-Cierto, cierto.- Asintió rápida unas tres veces para sí mismo. Tomó unos lentes y los colocó reposando sobre el fino puente de su nariz. Tomó los papeles y empezó a revisarlos.
Edward seguía rígido en su sitio, pero analizaba cada movimiento del doctor, cada línea que leía.
-No te mentiré.-Se quitó los lentes de nuevo para dirigirse a nosotros.-Tu situación es muy extraña, creo que ya lo sabes. Ésta enfermedad tan silenciosa se presenta en adultos y, mayormente, en gente de tercera edad. ¿Cómo te has sentido los últimos dos meses?-Preguntó desviando un poco el tema.
-Bueno, en realidad hace alrededor de un mes, tuve unos cuantos desmayos y mareos, pero sé que son comunes, ya que…-Paré de hablar por un nudo en la garganta.-Estoy en la recta final.-Sentencié con dolor.-Pero estas semanas me he sentido bien. Más que bien diría yo.-Le dediqué una sonrisa a mi acompañante que permanecía como una estatua tallada perfectamente en cristal. El intentó hacer lo mismo sin logro alguno.
-Entiendo.-Tomó un papel.-Aquí dice que tenías un promedio de vivir un par de meses más.-La expresión de Edward se crispó de dolor y volvió a apretar mi mano con fuerza.
-Tenía… ahora sólo me quedará un mes.-Aclaré con dificultad.
-Tenías, tú lo has dicho. Pero tengo buenas noticias para ti. Por las pruebas que te he hecho, el funcionamiento de bombeo y oxigenación proveniente de tu sistema circulatorio hacia tu corazón, indica que ha mejorado increíblemente, lo cual es excelente, porque tienes más tiempo de esperar tu donante.-Su voz cambió repentinamente.-Lo que no me explico es como mejoró tan ... drásticamente, si lo que había sido algo imposible, ahora se hizo realidad para ti, además no hay señales de algún medicamento últimamente. No estabas siguiendo las reglas y se extendió tú tiempo de vida.-Rió y cabeceó de un lado a otro.- De verdad, no tengo ni la menor idea de cómo ocurrió semejante fenómeno. En mis veinticinco años de carrera, es primera vez que me pasa esto.
Edward y yo permanecimos estáticos ante la sorpresa. La tensión de su cuerpo desapareció repentinamente.
-¿Eso que quiere decir específicamente?-Pregunté aun a la defensiva.
-No quiero que creas que todo es perfecto ahora, aún quedan algunas riendas sueltas.-Advirtió.
-Si tiene algo que ver con la parte económica, sabe que tiene que buscar la manera más rápida de que Bella pueda salir de esto, no importa el precio, ni lo difícil que sea conseguirlo.-Inquirió Edward con euforia.
-A eso voy, aunque no precisamente la parte económica joven Cullen.-Se refirió a Edward, como si el fuera cincuenta años mayor.-Me refiero a la dificultad de conseguir “esa” cura a la que ustedes se refieren. Sé que además de todo esto de la revisión médica, su principal razón de viaje hasta aquí es porque tu tipo de sangre es uno de lo más raros, además de situación precoz de insuficiencia cardíaca, por eso se les hizo difícil conseguir un donante. ¿Podrías darme un momento tu Beeper?-Me extendió la mano.
Edward lo sacó y se lo entregó rápidamente.
-¿De qué se trata todo esto?-Pregunté con duda mientras miraba al doctor y después me volvía hacia mi novio, que por un momento podía jurar que estuvo tenso y molesto; ahora traía una chispa de satisfacción en sus ojos que me decía que algo estaba por ocurrir…
-Se trata de que debo llamar al centro de donaciones de Estados Unidos. Pero necesito esto.-Alzó el pequeño instrumento encerrado en un puño de su mano.-Para poder ajustarte tu turno.
-Sigo sin entender.-Reclamé en voz baja.
Edward volteó hacia mí y acarició mi mejilla.
-Eso quiere decir que te conseguirán un donante.-Sus ojos dorados se iluminaban de una forma indescriptible, de un brillo descomunal, jamás lo había visto con esa ilusión en sus ojos. Su voz era de alivio y paz.
Estaba declarando la idea de que tenía salvación. Seguiría viviendo mi vida normal después de ésta operación. Ya no tendría que preocuparme por algún posible futuro, porque si tendría uno. Podría gritar al mundo que viviría toda mi vida feliz con Edward Cullen, con Charlie y Reneé, con toda la familia Cullen, con mi mejor amigo Jacob Black. Me habían dado una noticia que haría más feliz a cualquier persona, más que haberse ganado la lotería. Pero ahí seguía yo, con mi expresión pasmada, y mi cuerpo rígido.
¿Por qué la noticia no me causaba alguna emoción? Nada, más bien me sentía mal, desilusionada. Como si me hubieran arrebatado algo muy preciado… De hecho lo habían hecho.
De un segundo a otro se acabó alguna posibilidad de prevalecer eternamente feliz al lado de Edward, de tener alguna increíble habilidad como la de ver el futuro o leer los pensamientos de alguien más. Era algo que suponía tener en mis manos, hace días atrás, podía sentir que me convertía en uno más de los Cullen.
Edward permanecía quieto, esperando alguna respuesta de mi parte.
-Ah, claro. Entiendo.-Dije con una sonrisa fingida. El borró la suya y pareció confundido.
-Hay otra cosa que quiero aclararles. Aunque tu funcionamiento circulatorio ha mejorado favorablemente, no podemos arriesgarnos a dejarte en manos del destino, además no sé en cuanto tiempo me llamarán para confirmar tu turno en la siguiente lista de donantes. Preferiría hacerte una proposición, que debería ser obligatoria pero no la es.-Se aclaró la garganta.-Tus latidos podrían presentarse un poco inconsistentes y eso no está bien.-Edward se estremeció por algo que seguro estaba en la mente del doctor y diría ahora.-Esto podría causarte un infarto, de cualquier nivel, podría ser peligroso, y en caso de que nadie pueda auxiliarte, esto podría causarte la muerte. Por eso, han creado éste aparato.-Abrió una gaveta de su escritorio y sacó un pequeño aparato, que no pasaba los cuatro centímetros de largo, y traía unas letras. Parecía un cronómetro.-Esto es un marcapasos, te ayudará a que tu corazón lata de una manera más uniforme, si es que llega a ocurrir algún desarreglo.
-¿Y cómo se supone que debo andar con eso?-Pregunté totalmente cerrada en cuestión de mente.
Edward rió bajito, pero me vio como si le diera lástima.
-Bella, es un dispositivo que va internamente.-Me explicó con suavidad.
-Así es, eso quiere decir que necesitamos hacer una intervención quirúrgica dentro de unas semanas. Claro, eso sólo con su consentimiento. Si lo prefieren podría mandarles unas pastillas para suplementar el trabajo, aunque no sería tan efectivo como la operación. Ustedes escogen. Si me quieren decir ahora para poder hacerles la cita.
Edward y yo nos miramos por un momento y volvimos la vista al frente.
-No.-Dije yo con determinación.
-Por supuesto.-Inquirió el con seguridad al mismo tiempo que yo había hablado.
Nuestras miradas se encontraron al mismo tiempo y después se volvieron al doctor. Tenía mi boca abierta, en pos de reclamar la repentina decisión de Edward, pero me quedé callada con el ceño fruncido.
-No, no, no.-Protesté.
-Bella, es lo mejor para ti.-Inquirió Edward con dulzura.
-Pero no quiero, no quiero.
Si ésta operación implicaba anestesia, recuperación y cicatrices, no lo haría. Sin embargo, si no tendría ninguna de las anteriores, me rehusaría igual porque sería fatal ante mi plan de convertirme en algún momento en inmortal. Simplemente la idea de llevar algo cerca de mi corazón, que no fuera el nombre de “Edward Cullen”, me repugnaba. Además tendría que estar con el molesto problema de venir a regular el aparato y todo ese embrollo.
-Recomendaría la operación, señorita. Te dije que has mejorado, pero eso no significa que estas estable. Como dije anteriormente, es favorable.-Insistió el doctor.
-Pero si me operaran dentro de poco.-Se me hacia difícil aceptar que mi plan de vida eterna, se había desmoronado.-Prometo seguir cualquier preámbulo y regla que usted me ponga. Es más-Me volteé hacia Edward.-Podría asegurarle que con este ser que tengo a mi lado, nada malo me va a pasar. Estará muy pendiente de la hora de mis medicamentos y de mi dieta.
Los dos se quedaron callados por un momento.
El doctor alzó las cejas hacia Edward y le dirigió una mirada fugaz, expectativa a su respuesta. El interpelado mantuvo su vista fija en la mesa, mientras arrugaba la frente con gesto pensativo. En su mente se debatía la idea de andar detrás de mí para seguir al pie de la letra mi tratamiento.
-¿Las pastillas son efectivas?-Dijo con voz de perdedor.
-Si, obviamente. Pero la operación…
-¿Podría darnos el récipe médico?-Lo interrumpí para que no llegara a convencer a Edward.
Dio un largo suspiro, tomó su bolígrafo y empezó a escribir rápidamente.
Le di una ancha sonrisa de satisfacción a Edward y éste entornó los ojos.
El doctor arrancó de una vez tres hojas y nos explicó las indicaciones de cada una de las medicinas y de las restricciones que yo no debía pasar por alto. Edward colocó la mayor atención posible. Yo, en cambio, dejé de escuchar al doctor cuando empezó a explicar algo de la segunda medicina. Me dediqué a admirar a Edward. Me había complacido en esto, y en tantas cosas más. Era el ser perfecto. Cuidadoso, amable, respetuoso, cariñoso, protector (muy protector), pero por sobre todo, era el único capaz de hacer latir mi corazón de ésta forma, el único capaz de dejarme sin aliento después de un beso, de hacerme la mujer más feliz del mundo. A su lado nada me falta y todo me sobra.
Tal vez en mi destino estaba escrito que, junto con mi enfermedad, llegaría Edward a hacerme vivir mi vida al máximo.
De no ser por el, no tendría posibilidades de vida para después de dos meses en adelante. Ni siquiera de haber conseguido un donante, yo simplemente hubiera echado todo a la basura y me hubiera rendido sin siquiera haber luchado.
-Estaré en contacto con usted, o con Carlisle, ésta semana que entra. Hablaremos de la fecha tentativa para tu trasplante.-Se levantó de su sitio, seguido por Edward y se dieron un rápido estrechamiento de manos. Después de unos segundos, accedí a hacer lo mismo y nos despedimos del doctor, así también lo hicimos con la amable señora de la recepción, pero con una sonrisa.
Caminamos en silencio hasta quedarnos solos en el ascensor.
Pasamos la mitad de los pisos y aún no decía nada. Estábamos a un metro de distancia, uno del otro.
-¿Estás molesto?-Pregunté sin ver su expresión.
-No.-Dijo con voz serena.
-¿Por qué no me dices nada?-Un tono sollozante se apegó a mi garganta.
-Porque eres demasiado terca.
-Lo sé.-Admití mordiéndome el labio inferior. Mantenía la cabeza baja, con ganas de gritarle y confesarle que estaba triste de que me hubieran alargado mi vida humana.
No soporté las ganas y de un salto me lancé sobre el, rodeándole el cuello con los brazo y apoyando mi mejilla en su pecho.
-Gracias.-Dije en un susurro triste.
-¿Por qué?-Preguntó acariciando mi cabello.
-Por… todo.
-¿Todo? Sólo complací un simple capricho.-Dijo con indiferencia.
Subí mi mirada y me quedé mirándolo, entrecerré un poco los ojos y me separé de nuevo de él.
Salimos a la calle. El arrastraba la maleta y sentía sus ojos sobre mí.
Lo más largo fue dejar la ciudad, y lo más difícil. Me asomé por la ventanilla mientras en piloto anunciaba los pies de altura a los que estaríamos volando y me concentré en admirar una última vez los rascacielos que resaltaban entre la otra incontable cantidad de edificios.
Edward no había cambiado su expresión en todo el trayecto. Era serena, pero me parecía pedante porque no hablaba.
Debería mostrarse eufórico ante la idea de que mejoré mi estado de salud, y ya me habían conseguido, el tan aclamado donante, pero la verdad es que yo no era la primera que expresaba la felicidad.
Bajé la mirada cuando las densas nubes taparon por completo la ciudad.
-No has dicho nada en todo el trayecto.-Dijo Edward después de unos minutos. Permanecía con la cabeza apoyada al asiento y tenía los ojos cerrados.
-Tú tampoco lo has hecho.-Me excusé.
-Mi mente ha estado aislada estas últimas dos horas. Tengo demasiadas cosas que reflexionar y que debatir.
-¿Estoy incluida en tu batalla mental?-Pregunté con incredulidad.
-Tú estás en cualquier parte de mí ser, Bella.-Sin despegar sus ojos, colocó su helada mano sobre la mía.
Me sentí aliviada con su piel junto a la mía. Pero después volví a la realidad y bufé de manera increíble.
-Pues no pareciera.
-¿Por qué lo dices?-Ahora su mirada se posó en mí y parecía preocupado.
-No me has dicho nada de… lo que dijo el doctor.
-Es una de las cosas por las que reflexiono.-Me quedé con cara de nada y suspiró con una sonrisa.-Verás… Me habías mentalizado tanto con la idea de que no te conseguirían un donante que simplemente aún no proceso la idea de que tendré más tiempo esa maravillosa melodía que reproduce tu corazón con cada segundo que pasa. Estoy tan feliz de saber que podré tenerte con vida. Si, de lo contrario, el doctor hubiera negado ese preciado corazón que necesitamos, había pensado en lo mucho que extrañaría esos ojos chocolates.-Su dedo se deslizó lentamente por debajo de mis ojos.-En lo mucho que anhelaría tocar éstas mejillas rosadas.-Con el revés de su mano, acarició mi cara.-Porque yo sé que tu deseo era ese, convertirte en un ser como yo.
-No era.-Cité sus palabras.-Sigue siendo. Y uno muy anhelado.
-Bella, si tienes la oportunidad de seguir viviendo, tienes que hacerlo y aprovecharlo al máximo. No sabes lo mal que podemos llegar a sentirnos todos. Estás desperdiciando tu vida, cuando nosotros no tuvimos otra opción. Apuesto que Rosalie o Alice serían felices si hubieran podido escoger entre su otra vida y ésta.
-Edward, si yo fuera como tu, nos ahorraríamos todo éste protocolo de viajes por salud y de operaciones, medicinas. Además, ya mi decisión está tomada. Es lo que quiero.
-¿Estás segura?
Asentí al instante.
-¿Estás segura de que estás dispuesta a dejar toda tu vida, tus amigos… a Charlie y a Reneé?-Preguntó de nuevo.
Contuve otro asentimiento y me quedé con la duda.
-No tengo por qué dejarlos.-Inquirí aun con duda.
-Bella, el proceso de transformación podrá durar tres días…-Hablaba en un tono de voz más bajo.-Tres largos días de agonía y dolor. Pero después de la tormenta, no viene la calma precisamente. Pasarán meses, años, hasta que puedas tolerar ese olor que te quema la nariz y te produce esa sed imparable en la garganta. Es como si te ardiera y tus sentidos te obligaran a atacar a alguien. No podrías ver ni a Jacob, ni a tus padres, sólo por seguridad.
-Yo no sería capaz de hacer semejante cosa. Puedo controlarme.
Rió sin alegría alguna y sacudió la cabeza varias veces.
-No es tan fácil como decirlo. Es más difícil de lo que crees, es una reacción, Bella.
-¿Quieres decir que… si me convierto… tendré que irme de Forks?
Edward asintió lentamente.
-Permanecer fuera del alcance de algún humano. Es lo más seguro.-Sugirió.
Me quedé en silencio mientras lo entendía todo.
-Es por eso que no podemos ser tan precipitados si no es tan necesario, Bella. Por lo menos esperemos a salir de la escuela… solo faltan unos pocos meses, además, pronto será tu operación. Después podríamos ir a estudiar al exterior y cuando salgamos de la universidad todo será diferente. Será más fácil.
-Eso me suena a siglos lejos de aquí.
-Pasará más rápido de lo que crees. Será algo considerable para ese tiempo, te lo prometo. Por favor, ahora sólo concédeme ésta poca felicidad que tengo, concédeme éstos años con tu corazón latiendo cerca de mí. Te prometo vivir en la eternidad contigo si sólo cumples esto. No eres la única que tiene deseos en la vida.-Su voz era más suplicante que nunca. En sus ojos veía el dolor de recibir un rechazo de mi parte, pero… ¿Cómo hacerlo? El tan solo hecho de estar conmigo era el mejor de los deseos que nunca había pedido.
-Está bien.-Me sentí tan derrotada como el en el consultorio.-Que conste que lo prometiste.
Esbozó una ancha sonrisa de satisfacción y alegría juntas. Tomó mis manos entre las suyas y besó mi frente. -Eres lo mejor que me ha pasado en la vida. ¿Lo sabías?-Sentí como un vacío llenaba mi estómago y toda la sangre de mis venas subía hasta mis mejillas y bajaba de nuevo a mi corazón.
-¿Cómo crees que ocurrió el repentino cambio del estado de mi salud?
-No sabes lo que sentí cuando lo escuché diciéndote eso. Pasó por su mente y yo no lo podía creer, hasta que no lo dijera, no creería nada. "Por un momento contuve las ganas, pero estuve a punto de golpearlo porque pensé que jugaba con nosotros. Todo se volvía más claro cada vez, y es que me costaba aceptar a que toda la preocupación de estos meses se resumía a ese preciso momento. Después imaginé ese futuro tan feliz que acabas de concederme. Por eso estuve tan callado. Todavía me parece mentira.-Tenía la ilusión marcada en sus ojos.
-Lo que a mi se me hace increíble es…-Dudé con pena.-Creo saber la razón.
Se burló con una risa rápida y después fingió seriedad.
-¿Cuál es, a ver sabelotodo?
-Tu.-Dije con toda sinceridad.
Su expresión burlona desapareció repentinamente.
-Tú eres el regalo más preciado de todos y estoy totalmente segura de que tú eres mi milagro. Mi corazón no latía así antes de conocerte.-Tomé su mano y la coloqué en mi pecho.-Se que suena estúpido y un poco cursi, pero siento que tu eres la cura de mi enfermedad.
Parecía cómo si lo hubieran dejado sin aire y estuviera conteniendo unas lágrimas.
-Definitivamente. No eres real.-Dijo mientras sonreía lentamente y me besaba.
|