Entre olores sutiles y colores brillantes, mi sueño era una composición de alegría y perfección, mi corazón latía normal, mi piel brillaba con el radiante sol de las colinas verdes.
-“Éste sitio… yo he venido aquí, he estado aquí”-Sonaba mi voz, proveniente de un lugar desconocido, mis pensamientos retumbaban por todo el lugar. Miré mi alrededor, todas las flores eran amarillas, unas margaritas… Pero había una que resaltaba del montón, una que mi olfato notaba. Rosa. Estaba ubicada a sólo unos pasos de mí, solitaria en su tipo. Roja cómo la sangre. Era la que más me atraía, así que me acerqué a ella por instintos. Sin darme cuenta ya estaba a un centímetro de ella, me agache a detallarla, me di cuenta de que yo vestía un largo vestido blanco, primaveral. Llamó mi atención las espinas que resaltaban de ésta, eran más puntiagudas de lo normal, filosas y estaba minada de ellas. No me parecía riesgoso, tenía intenciones de tocarla, así que lentamente acerqué mi mano a la rosa, cuando unos delicados dedos se posaron sobre mi mano. Temperatura helada y palidez en la piel. En mi cara se dibujó una sonrisa de satisfacción y alivio por unos tres segundos. Con desesperación subí mi mirada, pero no estaba, había desaparecido… Cerré mi mano en un puño y bajé de nuevo la mirada con tristeza. El sol había desaparecido, siendo tapado por una repentina oleada de nubes grises, los relámpagos retumbaban en el paraíso floral, que se había vuelto opaco, todo era blanco, negro y gris. Pero ahí seguía, la rosa bañada en sangre. Mi mano se movió violentamente hacia ella, abriendo mi palma totalmente, la tomé por el tallo, puyando toda mi mano, no había dolor, pero había sangre… Salía sin parar y durante más sangraba, mas duro cerraba mi puño en torno de la flor. Estaba expresando mi dolor, mi pena, mi tristeza. Mi sueño estaba dibujando mi vida en estos días, después de que todo fue hermoso, un segundo pasó para que todo se convirtiera en lo opuesto. Infelicidad total. En ese momento me di cuenta de que estaba incontrolablemente enamorada de Edward Cullen, y que ya formaba parte de mí…
Exaltada de la combinación de sueño con pesadilla, me levanté de la cama… Quiero decir, camilla, rodeada de los cables conectados a mi mano. Estaba cegada de una luz blanca. Tres desconocidos y un conocido. Eran dos mujeres y dos hombres, reconocí a uno de los hombres. Carlisle Cullen.
-Gracias a dios.-Suspiró colocando su mano en su pecho en señal de alivio, una de las mujeres que reconocí por la voz, era mi enfermera en cargo. La otra hizo casi el mismo movimiento, pero sin articular una palabra, también era enfermera.
-¿Estás bien chica?-Preguntó el hombre que parecía viejo al lado de Carlisle, que me miraba en espera de una respuesta.
Los vi con dificultad e intenté articular una palabra, pero no lo logré.
-Yo sabía que le afectaría. No debiste haberle dado el medicamento sin mi permiso.-Habló Carlisle a mi enfermera, ella bajaba su mirada con absoluta pena.
-No pensé…-Murmuró ella.
-Espero que no vuelva a pasar.-Exigió el otro doctor con voz molesta.
-Bueno, dejemos a Bella.-Dijo Carlisle.-Ya vengo, voy a avisar que ya estás bien.-Inquirió hacia mi.
Me dio pena por la mujer, ya que no había sido su culpa… ¿Qué me había pasado para que armaran tal escándalo? Todos fueron retirándose poco a poco.
-¿Qué me pasó?-Pregunté soltando las palabras.
La enfermera, aún con la mirada baja, suspiró profundamente.
-Las pastillas que te di… ocasionaron efectos secundarios en ti.-Murmuró con pena.
-¿Efectos secundarios? ¿A qué se refiere con eso?-Pregunté curiosamente.
-¿No sentiste nada? Tu corazón… paró de latir aproximadamente tres segundos.-Admitió la mujer.
Me quedé pasmada al oír sus palabras. Tres segundos… en tres segundos pude haber muerto. Tres segundos estuve muerta.
Fue el tiempo que sentí la mano fría de Edward sobre la mía en el sueño. Eso quería decir que llegué al paraíso, no cuando vi las flores, sino cuando estuve con Edward. Pero reviví y eso me alejó de el.
-No… no sentí nada-Dije con mirada vacía y voz entrecortada.
-Lo siento tanto, nena. Es que me distraje y no vi que había algo que estaba contraindicado para ti. Soy tan inútil…-Se culpó con rabia.
-No, no digas eso. Fue un accidente, eso pasa, eres humana. Los humanos cometemos errores…-La última frase también se refería a mí. Mi error había sido, dejar que Edward se enamorara de Isabella Swan, porque al final la hizo sufrir.
-Supongo que sí, pero casi… mueres por mi descuido.
-Bueno, el destino.-Inquirí con tristeza.
Dos toques a la puerta me hicieron saltar.
-Pase adelante-Respondió la enfermera por mi, sabiendo que mi voz no estaba en estado normal.
-Bella, mi amor… hija ¿Estás bien? ¿Cómo te sientes?-Dijo Renee con voz maternal y sus mejillas impregnadas en lágrimas.
-Ya… Reneé.-Se me hacia cada vez difícil articular las palabras.
-Estaba tan preocupada por ti… entré a tu habitación y estabas pálida y… No, no.-Comenzaba a vomitar palabras entre sollozos.
-Chica, ya vengo. Buscaré algo y ya regreso. No te quedes dormida, por favor.-Dijo la enfermera.
-Claro…-Murmuré sin saber si sería capaz de resistir al sueño que aún tenía.
El aspecto de mi madre era horrible, entre los ojos hinchados, resaltaban las ojeras por la falta de descanso. Me daba pena que durmiera ahí en esa habitación tan incómoda.
-¿Mamá? ¿Si te pido un favor me lo haces?-Pregunté con un tono de inocencia.
-Si claro Bella, sabes que sí.
-¿Puedes ir a la casa a dormir?
Renee quedó viéndome por un momento, al principio con sorpresa pero su expresión se tornó seria.
-Bella, como estas ahorita, no puedo dejarte…
-Por favor, es lo único que te pido, me hace sentir mal verte tan cansada.-Supliqué.
Volvió a callar por unos segundos, pero al parecer se había resignado a mi súplica.
-Esta bien, pero sólo porque me lo pides. Estaré aquí en unas horas. Saldré a hablar con Carlisle para avisarle que me voy. Cuídate mucho, hija; tómate todo lo que te indiquen. Te quiero Bella.-Dijo mi madre acariciando mi mejilla y mi cabello.
-Adiós mamá, gracias-Susurré.
Mientras mi madre cerraba la puerta, aún no se me había quitado el sueño. Me preguntaba por la hora, volteé por la habitación y un pequeño objeto negro, con números alumbrados en rojo, indicaba que eran las once de la noche. Un poco temprano para el sueño que tenía. Los parpados iban cayendo poco a poco…
-¡No Bella!-Gritó alguien entrando por la puerta.
Alice Cullen, la voz melodiosa que podría escuchar todo el día sin cansarme. Abrí mis ojos precipitadamente al asimilar que aquí estaba ella, con preocupación cerca de mí.
-Alice… Estás aquí.-Susurré con alegría.
-Si ya estamos aquí Bella, vinimos en el primer avión cuando tuve la visión. ¿Cómo te sientes?-Dijo Alice con voz desesperada.
-Cansada…-Respondí con tristeza. “Ellos” habían llegado, ¿A qué se refería con que “habían llegado”? ¿De verdad estaban de viaje cómo yo lo había supuesto? Tenía tantas preguntas por hacerle, pero no tenía energías.
-Ya viene la enfermera, no te duermas.-Suplicó ella.
Efectivamente, entró la enfermera con una jeringa y una pequeña cápsula de un líquido trasparente. Soy fóbica de las agujas. Se acercó a mí y tomó la intravenosa que había en mi mano derecha, colocó la jeringa con la sustancia adentro y la inyectó en mis venas.
-Vas a sentir un cosquilleo caliente por unos minutos, si te duele me avisas. Esto es para que puedas dormir normalmente, cancelando el efecto de la pastilla anterior.-Me indicó la enfermera.
-Gracias…-Dije con dolor.
-Bella, debes descansar, mañana te tengo que contar, compré muchas cosas para ti en Los Ángeles.-Inquirió con emoción.
-¿Para mí? Alice yo…-Iba a responder pero me tapo la boca.
-No me agradezcas, sólo duerme.-Susurró en voz baja, con su canto melodioso.
Mis ojos estaban cerrándose, en mi mente escuchaba los latidos de mi corazón marcándose en la máquina, eran variables, extraños, inconsistentes, vacíos…
-Bella…-Susurró con agonía, Edward.
Ya había cerrado los ojos cuando el había llegado a mi.
Volviendo a mí ser, a mi todo, me sentía llena de nueva, pero incompleta al mismo tiempo. Lo tenía cerca, pero el sueño profundo no dejaba que saliera a abrazarlo, tocarlo, tan sólo verlo. Sentía la oscuridad tan pegada a mi cuerpo, intentaba zafarme de ella, pero simplemente no me dejaba y no tenía fuerzas para ello. Estaba atada al efecto de el líquido trasparente que entró por mis venas, haciéndome caer totalmente dormida. Sin embargo llego un momento que sentía despierta mi mente, pero mis brazos y mis piernas estaban flojas y cansadas.
No podía averiguar si aún seguía en la habitación. Escuchaba unos susurros, pero no llegaba a detallar lo que decían. Cada vez se hacían más claras las palabras, ya podía reconocer las voces, Carlisle, Alice, pero la que me daba más ansias de abrir mis ojos era la de Edward. Quizás habrían pasado un par de horas, pero ya no soportaba más. Hubo unos minutos en silencio, Edward le agradecía a alguien, o a varias personas, escuchaba cosas de vidrio encima de las mesas. No tenía ni la menor idea. Escuché unos pasos hacia mi camilla, sus manos frías rodearon mi mano derecha. La besó con delicadez y la cruzó con la suya. En ese momento estaba recobrando todas mis fuerzas, el me daba ánimos de seguir, de luchar, de abrir mis ojos.
Sonó fuertemente un aviso de despertador o algo por el estilo, retumbó en mis oídos ya que había agudizado todos mis sentidos, ya que carecía de la vista, y además Edward se movía silenciosamente por la habitación, así que fue un sonido desprevenido.
-Feliz San Valentín… Te quiero-Susurró a mi oído, colocando su cara sobre mí cabello. Su respiración recorría cada terminación y cada rincón de mi cuello. Fría… Gélida cómo siempre.
Esa frase hizo que mi sangre hirviera, mi corazón se aceleraba, rápido. Lo necesitaba demasiado para ser verdad. Pero aún así me debía una explicación de su repentino y absurdo viaje. Me dejó sola, sin previo aviso.
Dormí el resto de la noche sin dificultad. Ya me había rendido de luchar contra la infinidad.
Si… Te quiero hoy, mañana y siempre.-Repetía una y otra vez en mis sueños.
Como cada día de mi vida, los rayos claros que entraban por la ventana despertaban todos mis sentidos. Suspiré profundamente y al fin abrí mis ojos con lentitud, pero con impaciencia de encontrarme con su perfecta silueta.
Pero él no fue lo primero que llamó mi atención, seguramente aún estaría sumida en mis sueños y estaría alucinando, porque a mi vista se encontraban grandes y vistosos… Ramos de flores, de todos estilos y colores, podría reconocer algunas, pero las otras eran simplemente únicas, hermosas. Toda la habitación estaba repleta de globos rosa y blanco. Un gran peluche estaba colocado en el centro de los ramos que me rodeaban.
-Bella, al fin despiertas-Gritó mi madre exaltada.
-Si… estaba realmente cansada.-Murmuré con desconcierto, aún viendo las flores. Mi madre volteó y me dio una sonrisa.
-¿Qué…?-Pregunté pero mi madre no me dejó terminar.
-Edward está increíblemente arrepentido. Ese chico de verdad que está enamorado de ti. No ha dormido en toda la noche.-Mi madre articulaba las frases cómo si estuviera definiendo a una divinidad, y en realidad, era cómo un dios.
-¿Y donde está?-Pregunté con impaciencia.
-Fue a buscarte el desayuno.
-Ah…-Contesté con desgana. Con ganas de verlo ya. Y aunque hubiera preferido verlo a él, antes de hacer cualquier cosa, mi hambre era anormal.
-Vine a ver si habías despertado, para decirte que en unas horas ya vas a poder salir.-Dijo mi madre en un intento de animarme, pero hasta que yo no viera a Edward Cullen, nada me haría feliz.
Volví a dar una mirada a los ramos de mí alrededor. Jamás me habían hecho algo así, ni siquiera un ramo pequeño en mi cumpleaños. Los regalos de mis padres eran sencillos y no se morirían en unos cuantos días. Por esa razón la idea de grandes regalos, no encabezaba la lista de mis deseos personales. Pero esto podría hacerme cambiar de idea, todo era perfecto.
La escultura de un ser perfecto apareció debajo del arco de la puerta de mi habitación. Sostenía en sus manos una bandeja blanca con un plato, cuya comida no quise detallar al fijarme en sus ojos dorados, su pecho medianamente descubierto, con una camisa a botones color azul. Sentía cómo si fuera la primera vez que lo veía… Lo extrañé tanto, para mi habían sido un infierno éstos días.
-Hola…-Susurró cómo si quisiera decir muchas cosas a la vez y esa fue la única palabra que le salió.
-Bueno creo que los dejo solos.-Sugirió mi madre dándome una suave palmada en la pierna y sonriéndole a Edward al salir.
-Has venido…-Dije con su mismo tono de voz, cortado y nervioso.
-No tenía pensado dejarte.-Dijo él, colocando mi desayuno sobre una mesa.
-Pero aún así lo hiciste…-Murmuré con dolor.
-Fue una emergencia.-Habló con seriedad.
-Y me imagino que era muy difícil avisarme.-Hablé con sarcasmo.
-Te recuerdo que estabas molesta, imaginé que no te importaría mi ausencia.-Dijo con desgana.
Sus palabras me provocaron una rabia insoportable. Me sacó totalmente de mis casillas. Pude jurar que hasta enrojecí de lo molesta que estaba por semejante estupidez que había dicho.
-¿Yo estaba molesta? ¿Y tú no lo estabas? Ah, tampoco me importaba tu ausencia. ¿Con esa idea fue con la que te fuiste de paseo?-Pregunté furiosa.
-Yo jamás…-Dijo con voz cortada.
-¿Sabes que…? Olvídalo.-Sollocé.
-Bella… Discúlpame. Seguramente si no me hubiera ido no estarías aquí, pero también hubiera perdido una gran oportunidad. Fui a Los Angeles porque me llamaron por una solicitud que hice hace unos días… Buscaba donantes de corazones.-Respondió con pena.
Con mi rabia, abrí mi boca ignorando cualquier escusa que hubiera usado, pero después detalle lo que había dicho, y procesarlo fue totalmente impactante… Ya no sabía que esperar de Edward. Ahora nada en el mundo me sorprendería.
-¿Tú… tú?-Tartamudeé.
-Si Bella, soy un completo inútil, cuando Alice vio esto, quise…-No dejé que soltará una palabra más en son de disculpa. Lo rodeé rápidamente con mis brazos y lloré sin parar en su hombro. ¿Cómo se me ocurría hablarme así? El esfuerzo que había hecho en ir hasta allá, sólo por mí, era algo demasiado noble de su parte y me llenaba de total pena.
-Bella, yo lo siento tanto… insistí en todas las clínicas y hospitales, pero hay pocos donantes… cómo tú lo repetiste una y otra vez.-Se delató cómo resignado.
En realidad no me sorprendía que regresara sin nada, era de suponerse. Por esa razón yo había dejado de luchar desde hace ya varios meses.
-Si hubiera sabido que… harías eso, no te hubiera dejado.-Dije entre sollozos.
-Es que aún tengo la esperanza, quiero que compartas tu vida humana contigo, no quiero darte ésta vida, el dolor.-Dijo en tono de voz de súplica, me hizo sonrojar porque inclinó su cara hacia mí, quedando muy cerca.-Voy a extrañar esas mejilla rojas, ese calor en tu piel. Tú eres sencillamente auténtica.-Susurró a mi oído.
-¿Y es que no quieres que yo sea feliz?-Pregunté con dolor y mis ojos impregnados en lágrimas.
-Si, pero de la mejor manera. No quiero pelear contigo, y menos hoy. Quiero sacarte de aquí, llevarte a un lugar donde podamos compartir, hablar. Te he extrañado estos días, sonará algo raro pero se me han hecho una total eternidad.
Y lo menos que sonaba era extraño, porque me había sentido de la misma forma.
-Para mi fue más que infinito cada segundo que pasaba.-Confesé colocando mi mano en su mejilla.
-Por cierto, ¿Te gusto mi detalle?-Volteó su mirada hacia las flores.
-¿De… detalle? Bueno… en realidad jamás me habían hecho algo así, tan hermoso…-Tartamudeé con voz baja.
-Es lo mínimo que podía hacer por ti. Pero quiero saber ¿Cómo llegaste aquí? Ya se que fue a causa de unos chocolates pero… No los habrás comprado tú, ¿Verdad?-Preguntó con presión.
-No quiero decirte. Sé que actuarás de mala forma y yo no quiero que sea así.
-Te prometo que no lo haré.-Replicó con una expresión de total seriedad.
No pude resistirme a su promesa y estaría insistiendo hasta sacarme la información. Mordí mi labio inferior con duda y lo miré.
-Fue… Jacob.-Murmuré.-Pero el sólo quería hacerme un detalle y no sabía que estaba contraindicado para mi y…-Intenté excusarlo.
Su expresión cambio de seriedad total a molestia y rabia. Estuvo así unos segundos, seguidamente cerró sus puños y se volteó bruscamente hacia la pared. Pegó fuertemente uno de sus puños contra ella, haciendo una leve abolladura y un gran estruendo.
-Edward, harás que venga alguien preocupado por el sonido que acabas de hacer.-Susurré molesta.
-Te lo juro que lo mataré cuando lo vea, ese perro me las va a pagar.-Escupió las palabras.
-Prometiste que no reaccionarias mal.-Murmuré.
-En ésta situación es diferente.
No respondí ante su actitud, seguiría prometiéndome cosas que no cumpliría. Volteó ante mi silencio pero yo no devolví mirada, la mía estaba fija en la ventana, conteniendo las lágrimas de nuevo. Pero de reojo vi que desaprensó sus manos, colocándolas relajadas al igual que su expresión, que se volvió preocupada.
-Disculpa Bella, lo prometí.
-Si, así que por favor cúmplelo.
Unos toques en la puerta me hicieron voltear.
-¿Puedo pasar?-Preguntó Carlisle del otro lado de la puerta.
-Adelante.-Dije cambiando mi ánimo.
Carlisle entró seguido por Alice que me sonreía con emoción.
-¿Cómo te sientes hoy?-Preguntó Carlisle.
-Muchísimo mejor, lista para irme.-Inquirí tratando de convencerlo, ya me había hartado del hospital.
-Nos alegra mucho, queríamos verte de buen ánimo. Hoy te espera un gran día.-Replicó Alice guiñándome el ojo y mirando a Edward.
Algo tramaban entre manos.
-Pues sí, te haré unas pruebas más y te podrás ir. Tu madre está afuera firmando unas cuantas cosas. Vendrá en unos minutos a despedirse.-Dijo Carlisle.
-¿Despedirse? ¿Por qué habría de despedirse? ¿No estás diciendo que ya podía irme?-Empecé a actuar nerviosa y desconcertada.
-Si Bella, el problema es que no te irás precisamente con ella.-Inquirió la pequeña vampiro.
-¿Entonces?-Pregunté aún sin entender.
-Te irás conmigo, he planeado pasar el resto del día contigo.-Respondió Edward dulcemente y dándome una leve media sonrisa que me hacía temblar de los escalofríos…
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