—He terminado con los hombres —declaró.
Me ahogué con mi latte, casi escupiendo el líquido tibio sobre la pantalla de mi computadora.
—Claro, Alice. —Todavía tenía que entender que tomar a un hombre en un bar y llevárselo a su casa a las dos de la mañana no terminaría en una relación de verdad. No iba a gastar aliento explicándole esto de nuevo como por centésima vez. Ella era una contradicción en todos los sentidos, a pesar de ser una estudiante licenciada, su vida social rivalizaba con uno de esos reality shows sobre chicas salvajes.
—Sólo haré lo que tú haces. Los novios a baterías jamás te decepcionan, ¿verdad Bella? —se rio entre dientes.
Brutalmente tragué mi trago de café. Lindo. Era bueno saber lo que pensaba de mí en realidad.
—Me aseguraré de tener un stock de Energizer, entonces —bromeé en respuesta. Si me lo preguntan, las necesidades sexuales de Alice eran fuera de serie. Las satisfacciones simples de abrirme camino a través de la escuela de posgrado, una clase de mierda a la vez, y una conquista casual con mi vibrador me mantenían feliz. . . la mayoría del tiempo.
Un nuevo email en mi bandeja de entrada llamó mi atención. Era del Profesor Masón, titulado: ¿Posible tema para la tesis?
Alejé el teléfono de mi oído, cortando el despotricar de Alice para leer el mensaje profesionalmente escrito, encogiéndome internamente por tener una discusión sobre vibradores. La parte triste era que Alice tenía razón. Era la única acción que había tenido en dos años. Era solo que no tenía tiempo para una relación y el sexo casual jamás me había interesado. Necesitaba tener una conexión antes de desnudarme y compartir mi cuerpo con alguien.
—Alice, tengo que irme. Te llamo esta noche —colgué sin esperar su respuesta, pero oí su risa a través de la línea cuando terminé la llamada.
Cerré mi portátil y marqué el número de la oficina del Profesor Masón, ya que si querías contactar con él estaba allí prácticamente a todas horas. El ProfesorMasón era una leyenda en el campus y círculos académicos, y tenía la suerte de tenerlo como mi asesor. Contestó al tercer timbre.
—Recibí una llamada interesante del Dr. Jefferson —dijo. Sus llamadas siempre comenzaban de esta manera, ningún hola, ¿cómo estás?, siempre directamente al punto—, y basándome en un paciente que está viendo, puede que tenga una guía para un sujeto de prueba para tu tesis sobre la amnesia.
Habíamos estado teniendo lluvias de ideas para la tesis que también me asegurara una beca y me permitiera publicar un artículo dentro de mi campo de estudio, la psicología del comportamiento. Desde que era niña había estado fascinada con la amnesia. Algunas veces fantaseaba sobre cómo sería tener amnesia, olvidar todos los recuerdos dolorosos mientras crecías. Me di cuenta de que el Profesor Masón seguía hablando y escuché mientras describía a un hombre que había sido llevado al Hospital Memorial de Northwestern varios días antes sin un solo recuerdo, ni siquiera su nombre.
—Es un genio, Profesor Masón, ¡es perfecto! —Sabía que esta tarea estaba hecha para mí. Ya podía verlo, mi nombre y un estudio sobre amnesia publicado en un diario médico. Si eso no probaba que había logrado algo por mí misma, entonces nada lo haría.
—Hay un pequeño problema, sin embargo.
—¿Cuál?
—Está bajo arresto por un asesinato que no tiene recuerdos de haber cometido.
Repiqueteé con mis uñas mientras esperaba que continuara.
—Fue arrestado en la escena del asesinato, de pie sobre un hombre al que habían golpeado tan fuerte que tuvo que ser identificado mediante registros dentales.
Temblé involuntariamente.
—Dios.
—Sí. . . Quizás quieras pensarlo de nuevo, Bells.
—No. Quiero trabajar con él.
—Me imaginé que dirías eso. Sólo quería advertirte y asegurarme de que entendías dónde te estabas metiendo.
—Lo entiendo. Gracias, Profesor. ¿Han descubierto algo más acerca de él? —pregunté, ansiosa de aprender todo lo que pudiera.
—No recuerda nada de su vida. No siquiera su nombre.
—Suena prometedor. —Habíamos estado dándole vueltas a la idea de estudiar los efectos de la amnesia y sus impactos psicológicos, pero el acceso a sujetos era limitado. Quería escribir sobre algo fresco y de vanguardia, no volver a reproducir artículos publicados en viejos diarios.
—He arreglado una visita con su médico tratante, el Dr. Jefferson. ¿Estás libre en la mañana?
—Claro. —Incluso si hubiese tenido planes, los hubiera cancelado para conocer a mi sujeto de amnesia. Mi estómago se sacudió con emoción.
Revisé el archivo que Masón me había enviado y me preparé para mi primera cita con John Doe.
****
Balancee mi tazón de café en el borde del zócalo del lavabo y peiné mi cabello. Conseguir que mis hebras revoltosas cooperaran era un desafío diario. Normalmente optaba por una cola de caballo, pero hoy necesitaba lucir profesional, así que hice lo que pude para suavizarlo y lo metí detrás de mis orejas.
Me coloqué crema hidratante de color sobre mis mejillas y mentalmente repasé la información que el Profesor Masón me había enviado. El sujeto era un hombre caucásico en sus tempranos veinte años, un metro ochenta, ochenta y siete kilos, y lo más notable de todo, sin memoria. Sufría de amnesia completa. Su archivo afirmaba que tenía problemas emocionales, los cuales esperaba que fueran como resultado del trauma. Tenía una inteligencia por encima de lo normal, y se expresaba bien, pero aun así era poco colaborador y retraído. No mostraba ninguna marca de nacimiento distintiva, estaba en buen estado de salud, tenía dos tatuajes, y circuncidado. Parecía una invasión de su privacidad saber tanto de él, pero la expectativa de conocerlo me emocionaba.
Había estado demasiado nerviosa para comer, así que la tostada que había hecho antes se hallaba fría al lado de mi portátil. La lancé a la basura y tomé el archivo que había impreso antes de salir apresuradamente. Debería aprovecharme de mi incapacidad para dormir y llegar al hospital temprano.
Caminé veinte cuadras hasta el Memorial de Northwestern por la calle Huron. Después de haberme mudado aquí desde Forks Washington el año pasado para estudiar con el Profesor Masón, había vendido mi auto, incapaz de poder costear la loca tarifa de estacionamiento en la parte baja de Chicago. Además, podía caminar o saltar en el L¹ para llegar fácilmente a donde quisiera.
Tomé el elevador hasta el tercer piso. Mis piernas estaban demasiado cansadas para subir las escaleras después de mi temprana carrera de seis millas y mi caminata de veinte minutos hasta el hospital. Además, me daba tiempo de recolectar mis pensamientos antes de encontrarme con el Dr. Jefferson. Subí la correa del bolso del portátil más arriba en mi hombro y levanté el cabello de mi cuello, intentando calmarme. Las puertas hicieron un sonido al abrirse, y seguí las señalizaciones hasta el escritorio de registros para identificarme. La recepcionista me guio hasta una habitación de consultas para que esperara por el Dr. Jefferson.
Tomé asiento y saqué el archivo de mi bolso, arreglando las páginas ordenadamente sobre la mesa frente a mí. El doctor probablemente estaba ocupado y me tendría esperando por un rato. Ya sea porque los doctores de verdad estaban siempre ocupados o jugaran algún tipo de juego mental para hacerlos lucir superiores, siempre parecían dejarte esperando.
Tuve la necesidad de ajustar el hecho de que el título de doctor sería agregado a mi nombre en un año, más o menos. Claro, hay una gran diferencia entre un doctor en medicina y un doctor en filosofía². No tenía ningún deseo de ser doctor en medicina. ¿Sangre y fluidos corporales? Ugh, no gracias. Me encogí de sólo pensarlo. No, sólo disfrutaba de los estudios académicos y de estudiar. No había intentado obtener mi doctorado, pero disfrutaba de la universidad tanto que la continúe después de haber obtenido mi licenciatura en sociología y mi maestría en psicología. Entonces, como no estaba lista para hacer algo diferente, me inscribí para un programa de doctor en filosofía y aquí estoy.
Suavicé los bordes de las hojas para revisar el archivo otra vez, aunque lo tenía casi memorizado, justo cuando la puerta se abrió. Me puse de pie de un salto y le ofrecí mi mano al Dr. Jefferson. Llevaba una bata blanca de laboratorio, cabello gris en sus sienes, encajando con la imagen convencional de un doctor.
—¿Señorita Swan? —devolvió mi saludo, sacudiendo mi mano dos veces.
—Sí, por favor, llámeme Bella.
Después de intercambiar cordialidades y unas pocas historias sobre el Profesor Masón, a quien el Dr. Jefferson conocía bastante bien de sus días como licenciado en Loyola, se quitó las gafas y se frotó las sienes.
—Entiendo que está estudiando los efectos psicológicos de la amnesia y le gustaría tener acceso a uno de nuestros pacientes.
—Sí, es correcto. Mi meta es completar la propuesta de la tesis para el período de primavera y me gustaría reunir toda la información que me sea posible a través de entrevistas, y. . .
—Aguarde. Dudo que Richard, disculpe, el Profesor Masón se lo haya explicado. Apenas podía contener su emoción anoche a través del teléfono, pero este es un muchacho muy enfermo. Mi consejo es que no lo haga el sujeto de su proyecto. Es peligroso, impredecible, y es mejor dejarlo en mano de profesionales.
La naturalidad condescendiente de su comentario se sintió como una cubeta de agua fría sobre mi cara. Toda mi vida había luchado con las personas que me habían subestimado. Personas como yo, quienes habían crecido en Forks con un padre policía y alcohólico, no seguían adelante para convertirse en doctores a la edad de veinticinco. Esa percepción fue la que me inclinó a esforzarme tan duramente, para probarles a todos que estaban equivocados.
—Con todo respeto, Dr. Jefferson, soy una estudiante de doctorado en filosofía, no una chica de secundaria trabajando en un informe. He entrevistado a prisioneros antes —no tenía que saber que había sido un proyecto para la escuela de licenciados y había sido hecho a través de correos electrónicos—. Puedo manejarlo.
Miró hacia el suelo, al tanto finalmente de que me había ofendido. Cuando miró hacia arriba sus ojos eran claros, su rostro suavizado.
—Escuche, Richard habla muy bien de usted y su trabajo, y quiero ayudarla, pero no le recomendaría trabajar con este sujeto.
—Estoy al tanto de que ha sido arrestado por asesinato, y eso no me asusta. Tengo una piel gruesa, doctor. Quiero verlo.
—Muy bien —asintió—. Dudo que pueda ser persuadida para que lo deje, pero debía intentarlo. Está claro que trabajar para Richard la ha contagiado. —Me ofreció una sonrisa forzada.
El Profesor Masón era uno de los profesores más dedicados que tenía. Él comía, respiraba y vivía para su trabajo. Lo respetaba un montón por eso.
—Aquí están sus registros, actualizados desde que ha estado bajo mi cuidado. —El Dr. Jefferson me tendió un sobre de manila, ya grueso gracias a un montón de papeles—. Ahora mismo está calmado, pero hemos tenido algunos problemas con él.
—¿Problemas? —Alejé la vista del archivo para mirarlo.
—Fue transferido aquí hace tres días desde el hospital del condado. Y en su primera mañana atacó a un asistente masculino que intentaba colocarle una inyección.
—¿Qué provocó el ataque?
—Estaba gritando, exigiendo información sobre por qué se lo mantiene aquí, quién es, qué sabemos sobre él. No tiene absolutamente ningún recuerdo del asesinato. Cuando la policía vino para interrogarlo y le mostraron las fotos, él colapsó. Luego de eso no nos habló por dos días. Luego, simplemente lo perdió. —Sacudió la cabeza como si fuera tan difícil de creer que ese hombre tuviera problemas afrontando una nueva realidad—. El tipo que atacó era dos veces su tamaño.
Necesitó ocho puntadas en el rostro.
Tragué un bulto que subía por mi garganta.
—Tiene algo de ira y agresión reprimida. Considérelo una advertencia para estar con él en la misma habitación, pero de alguna forma dudo que escuche ese consejo.
—Me sonrió, pero su preocupación era obvia.
—Lléveme con él. —Mi voz sonó calmada, incluso cuando esta situación me estaba sacudiendo. Me recordé a mí misma que si algo sucedía, al menos estaba en un hospital, pero ese pensamiento no me causó ningún confort.
El Dr. Jefferson abrió la puerta y junté mis papeles.
Esta es la parte que ya no me permitio subir.
—Está descansando ahora, pero ya que usted es tan testaruda como Richard, la llevaré a conocerlo. No tengo ni idea de si cooperará con usted, teniendo en cuenta que él no es mi fanático más grande.
Alcanzamos la habitación 304, la cual estaba custodiada por un oficial. Me detuve y enfrenté al Dr. Jefferson antes de entrar.
—Disculpe, doctor, pero me gustaría entrar sola. —No tenía idea de dónde había brotado esa idea, pero de alguna manera me imaginé que el paciente estaría dispuesto a cooperar conmigo si no me encontraba con el Dr. Jefferson, ya que al paciente no le importaba mucho.
El Dr. Jefferson me estudió, sus cejas juntas. Tenía la edad suficiente para ser mi padre y podía ver que su preocupación era genuina.
—Estaré bien. —Coloqué una mano sobre su antebrazo.
Asintió de mala gana y le señaló al guardia que abriera la puerta para dejarme entrar.
Entré en la cálida y poco iluminada habitación de hospital. Directamente enfrente de mí, el hombre dormía acostado en una estrecha cama, desnudo excepto por una sábana blanca cubriéndolo de cintura para abajo. Tenía una erección en su sueño, su pene tenso descanba sobre su estómago, entoldando la tela que le cubría. A parte de eso, lucía pacífico.
Caminé más cerca, queriendo obtener un mejor vistazo. Era sorprendentemente atractivo, con un despeinado cabello castaño, una esculpida mandíbula, una boca llena y un torso bien definido. Su cuerpo estaba marcado por largos y esbeltos músculos, no inmensos, pero aun así completamente tonificados. Sus pestañas aletearon sobre sus mejillas y soltó un bajo gemido.
Se sentía como una invasión a la privacidad mirarlo de pie allí. Mi estómago danzó de nervios, como si fuera a ser atrapada haciendo algo malo. Acostado en la cama del hospital de esa manera, podría estar posando para el anuncio de una colonia. Esencia de Locura. Apreté mis labios para no sonreír, pero ese pensamiento ayudó a proveer una ligereza muy necesitada a la situación.
Lo observé dormir, a este vivo, atractivo hombre, quién era increíblemente masculino. Este contacto con él me ofreció una experiencia completamente diferente a la que leí en el archivo de su caso en mi mesa de comedor. Este hombre era el hijo de alguien. Un amigo. Un amante. ¿Estaban buscándolo? Excepto, que sabía por el Profesor Masón, que no había reportes de personas desaparecidas que coincidieran con su descripción. Quién sea que hubiese sido antes, había desaparecido como el fino aire.
Sentí algo apretarse dentro de mi pecho. ¿Nadie había llenado un reporte de personas desaparecidas? ¿Quién era este hombre? ¿Y qué había causado que bloqueara su memoria por completo?
Noté uno de los dos tatuajes documentados en su archivo. El nombre Logan estaba garabateado en letra cursiva a lo largo de la parte interior de su bíceps. Mi mente inmediatamente saltó a averiguar quién podría ser Logan. Tal vez Logan era su hermano, o un amigo, pero en realidad, ¿quién se tatuaba el nombre de un amigo en su cuerpo? Tal vez era gay, y Logan era su pareja. Aparté la hipótesis que no tenía ninguna base en la realidad.
Sus heridas físicas casi habían sanado, su contusión era lo único que todavía persistía, y una leve cicatriz debajo de su mentón que apenas era visible.
La puerta detrás de mí se abrió y me giré para darle al Dr. Jefferson otra reprimenda sobre querer estar sola. En vez de eso, un enfermero vestido con una bata azul de hospital traía en una bandeja una jarra de plástico con agua. Hice rodar los ojos. El doctor había mandado a este pobre chico a echarme un vistazo, estaba segura. El asistente colocó la bandeja en la mesa al lado de la cama y se giró para marcharse. El hombre en la cama levantó la cabeza de la almohada para estudiar lo que estaba sucediendo a su alrededor. Tal vez poco interesado en lo que estaba sucediendo, o porque estaba drogado, no estaba segura de cuál de las dos, dejó caer su cabeza sobre la almohada y se giró sobre su costado, acunando sus manos esposadas frente a él. Flexionó sus muñecas contra las esposas.
El enfermero miró del paciente a mí, y ofrecí un asentimiento, señalándole que estaba bien y que era libre de marcharse, aunque mi corazón golpeaba sin parar contra mi pecho y me sentía de todas las maneras menos calmada.
No había notado que estaba esposado ya que sus manos habían estado cubiertas por las sábanas la primera vez que entré.
—Espere.
El enfermero se detuvo en la puerta y me enfrentó.
—Quítele las esposas.
Por primera vez, el hombre en la cama abrió los ojos y me miró directamente. No sabía que tal tono de verde brillante pudiera existir hasta que sus ojos se fijaron en los míos. Me sonrojé ante la obvia atención que había dirigido hacía mí, a pesar del ayudante cerniéndose cerca.
Referirse a él como John Doe no parecía correcto. No sabía cuándo, pero con ese nombre tatuado en su brazo, comencé a pensar en él como Logan.
—Señorita, no puedo hacer eso —dijo el enfermero, atrayendo mi atención de nuevo a él.
—¿Tiene las llaves? —pregunté.
—Bueno, sí —admitió.
—Entonces, sí, puede. Ahora, libérelo.
Sacudió la cabeza, como dándose cuenta de que estaba en una habitación no con una persona loca, sino dos.
—Le dio a Terry un buen tajo en el rostro, y usted es demasiado bonita, no quiere que lo libere.
Me giré hacia Logan.
—No vas a lastimarme, ¿lo harás?
Él sacudió su cabeza.
—Mire, él está bien. Ahora, libérelo.
Mi papá era un ex militar y me había enseñado cómo lanzar un puñetazo. Raramente me intimidaban, incluso montando el tren a través de las zonas menos agradables, y no me iba a echar para atrás justo ahora. Podía cuidar de mí misma, y además, no creí que él fuera a lastimarme. Había algo sobre él, un sentimiento insistente que me decía que estaba a salvo con él. Incluso mientras decidía todo esto, sabía que no tenía lógica. Alcanzando el metro y medio, me sobrepasaba por casi medio metro, y sus musculosos brazos eran una indicación de algo, de que él podía cuidar de sí mismo y de cualquier otra persona en sus inmediaciones.
El enfermero miró hacia la puerta, luciendo como si se preguntara si debía consultar con el Dr. Jefferson respecto a mi pedido, o solo hacer lo que le pedía y dejar la habitación lo más rápido posible.
Consideré volver a hablar, pero él sacó un set de llaves de su bolsillo y rápidamente abrió las esposas, y luego huyó de la habitación.
Logan se sentó en la cama, acariciándose las muñecas.
—Gracias —graznó, su voz profunda y áspera por el sueño.
—De nada.
Me acerqué y él atrajo las sábanas por encima de su cadera, ocultando un rastro de suave bello que nacía en su estómago. Me sentí hipnotizada observándolo.
Mi respuesta hacia él era alarmante. ¿Estaba tan hambrienta por atención masculina que me sentía atraída por un atractivo prisionero? Diablos, tal vez mi amiga Alice tenía razón, necesitaba salir más, tener sexo, en vez de apoyarme solamente en mi vibrador para hacer el trabajo.
Esta ciertamente no era mi actitud más profesional. Debería hablar, explicar quién era, por qué estaba aquí, justo cómo había hecho montones de veces antes durante otros estudios de los que había sido parte. Claro, esos siempre habían sido dirigidos por el Profesor Masón, y yo sólo seguía sus pasos, fácilmente explicando que era Isabella Swan, una estudiante de doctorado filosófico en la psicología del comportamiento y quería hacer algunas preguntas. Pero mi boca se rehusaba a formar palabras, y en lugar de eso sólo me quedaba allí mirándolo.
Él parecía tener una pregunta en la punta de la lengua, pero se había quedado en silencio también, observándome por largos momentos.
—¿Tú me. . . me conoces? —preguntó finalmente. Su voz era suave, inquisitiva e inmediatamente me relajé ante su sonido.
Me llevó un minuto para entender el significado de su pregunta. Creía que estaba allí para visitarlo. Había algo inocente y triste en sus ojos. Como si estuvieran llenos de esperanza e incertidumbre mientras me observaba. ¿Creía que era una novia? ¿Una amiga?
—No —respondí.
Su rostro cayó, y volvió a acariciar sus muñecas.
Caminé hacia él y me dirigí a la mesa que había al lado de su cama, dónde el asistente había dejado la jarra de plástico con el agua. Tomé el vaso de plástico y le serví un poco de agua.
Lo sostuve frente a él para que lo tomara, pero no reaccionó enseguida. Se sentó, callado, aun mirando mis ojos por un prolongado momento antes de alcanzar el vaso. Sus dedos rozaron los míos. El sentimiento de calidez y solidez me sobresaltó.
Tomó un trago sin despegar sus ojos de los míos.
—¿Por qué estás aquí y por qué me estás tratando tan humanamente? Dicen que soy peligroso, que asesiné a un hombre.
Aspiré una bocanada de aire, forzando a mi compostura a volver.
—Soy una estudiante de doctorado, investigando los efectos de la amnesia.
—Estás aquí para estudiarme —dijo, simplemente. No era una pregunta, y sus ojos se enfrentaron con los míos, retándome a contradecirlo.
Vi mis acciones a través de sus ojos, las que él asumía que eran mis razones para liberarlo, darle agua, y de repente mis acciones no se sintieron tan genuinas. Necesitaba su cooperación, era cierto, pero no había estado pensando en mi investigación cuando le ordené al enfermero que lo liberara, o al servirle el vaso de agua. Había pensado en él como un hombre que necesitaba consuelo, lo cual probablemente no era prudente. Sería lo mejor para mí, y más seguro, pensar en él simplemente como un sujeto para mi tesis. Pero se me estaba haciendo cada vez más difícil verlo de la manera que debería mientras lo miraba sentarse en el borde de la cama, su pecho desnudo, y una sombra de las cinco de la tarde espolvoreando su mandíbula.
Podía fácilmente enumerar con rapidez que aproximadamente el ocho por ciento de los pacientes de amnesia recuperaban su memoria, pero no podía consolarlo, y eso me inquietaba. Siempre había lidiado con estadísticas, investigaciones científicas, hechos y cifras, así que estar cara a cara con un chico de mi edad, por quién estaba innegablemente atraída me había lanzado completamente fuera de mi juego. Necesitaba concentrarme.
—¿Puedo sentarme? —Señalé hacia la silla de plástico al otro lado de la habitación.
Se encogió de hombros con indiferencia.
Tomándolo como una invitación abierta, acerqué la silla a su cama y luego saqué sus archivos de mi bolso. Este simple acto, tener los papeles en mis manos, me calmó. Me sentía en control, de nuevo a mi ser profesional, así que llené mis pulmones de aire.
Podía sentir que me estaba observando. Cuando miré hacia arriba, noté la curiosa expresión en su rostro.
—¿Qué? —pregunté.
Sacudió su cabeza, mordiéndose el labio.
Me observé, asegurándome de que ninguno de los botones de mi camisa se hubiese abierto o algo incómodo como eso.
—¿Qué sucede? —Me sentía muy a gusto, más como si estuviera hablando con un amigo, en vez de un paciente mental.
—Luces demasiado joven para ser un doctor —admitió, finalmente.
Oh. Metí el cabello detrás de mis orejas tímidamente, y miré a mi regazo.
—No soy un doctor, todavía. Aún estoy estudiando —y sabía que lucía más joven que mis veinticuatro años.
Repasé las preguntas que había preparado, y de repente, sentada en aquella habitación de hospital con él, sonaban estúpidas, demasiado clínicas. Además, no era probable que él fuera a proporcionarme esas respuestas ahora, probablemente sólo lo hicieran enojar. No era que me preocupase que pudiera irritarlo, ya confiaba en él en algún extraño nivel. Sólo no quería estimularlo con preguntas inútiles que no harían más que frustrarlo. Quería que él confiara en mí. Y si iba a admitírmelo a mí misma, quería caerle bien. Cerré la carpeta.
—Sé que no recuerdas tu nombre, pero me gustaría saber cómo preferirías que te llame. John Doe simplemente no parece correcto.
Él tragó y volvió a mirarme directamente. Sus ojos eran penetrantes. Siempre creí que la frase “los ojos son las ventanas hacia el alma” era estúpida, pero con él la frase tenía significado. Sus ojos eran de un rico verde, con manchas de un marrón chocolate y un profundo verde musgo, bordeados por oscuraspestañas. Eran tan expresivos que podía leer la angustia de no tener ni idea de cómo responder la más básica de las preguntas.
Acarició el tatuaje en su brazo distraídamente.
—¿Debería llamarte Logan? —Señalé en dirección al tatuaje.
Deslizó el dedo sobre la escritura, como intentando descifrar su significado.
—¿Por qué me tatuaría mi propio nombre?
—No lo sé, supongo que no lo harías.
Asintió, concordando.
—Aunque me imaginé que sería más familiar para ti que John.
—Supongo que tienes razón, incluso cuando no hay nada familiar en el nombre Logan para mí, creo que preferiría que me llamaras de esa forma.
—De acuerdo, Logan —sonreí—. ¿Tienes hambre? ¿Has desayunado?
Su expresión traicionó su sospecha sobre mi preocupación e inmediatamente me sentí culpable.
—Terminemos con sus preguntas de una vez, cada día ha sido un desfile de doctores, abogados e investigadores viniendo aquí y ninguno de ellos puede decirme que diablos está mal conmigo. Mientras más pronto puedas salir de aquí y volver al mundo real, más probabilidades tendré de recordar algo, ¿no?
De acuerdo, entonces. Eso es un no al desayuno.
—Puede que cierto estimulo ambiental pueda provocar una respuesta. . . —Pero no le expliqué que estar bajo arresto por homicidio significaba que él no podría dejar este hospital durante algún tiempo.
—¿Lo sabría si fuera gay? —preguntó de la nada.
—No estoy segura. Estudios han mostrado que las preferencias sexuales no cambian como resultado de pérdida de memoria. ¿Por qué? ¿Crees que eres gay?
—No. Es sólo que. . . Logan es un nombre de hombre, ¿cierto? ¿Por qué me tatuaría un nombre de hombre en mi cuerpo?
Era algo que también me estaba preguntando.
—¿Crees que Logan tal vez es el nombre de un amante?
Se encogió de hombros.
—No sé qué pensar sobre nada —se recostó sobre su almohada y cerró los ojos. Podía verlo luchar para mantener sus emociones bajo control. No podía ni imaginarme lo que estaba sintiendo, despertar un día en un hospital, que te digan que estás bajo arresto por homicidio sin ningún recuerdo de tu vida justo hasta ese momento.
Noté los círculos negros debajo de sus ojos, la piel blanca de un color lavanda. Desee que hubiera algo que pudiera decir, algo que pudiera hacer para ayudarlo de verdad, pero a pesar de toda mi educación, conferencias y libros de texto, estaba perdida. Podía mantenerme a mí misma en una discusión sobre la amnesia, pero no tenía idea de cómo consolar a alguien que la estaba experimentando. No era una psicóloga, no había estudiado consejería, pero de repente me encontraba deseando tener las palabras para calmarlo, para proveerle algo de esperanza, alguna semejanza con la normalidad. Sin embargo, hacer cualquiera de las preguntas que había escrito esta mañana, nada más lo insultarían.
—Escucha, te dejaré descansar un poco. ¿Estaría bien para ti si volviera mañana?
Él asintió, y dejó que su cabeza cayera sobre la almohada.
La conversación entre nosotros había sido sencilla, él no se había mostrado poco cooperativo en mi opinión. De hecho, su respuesta a esta situación lucía bastante normal.
Me puse de pie para marcharme, guardando los papeles dentro de mi bolso.
—Adiós, Logan. Descansa.
Justo cuando abría la puerta para irme, lo escuché.
—¿Cuál es tu nombre?
—Isabella, pero llámame solo Bella —contesté.
—Logan y Bella —murmuró antes de dejar que sus ojos se cerraran.
Había algo en su naturaleza tranquila, en su intensa mirada, que se quedó conmigo todo el camino a casa. La forma en que pronunció suavemente mi nombre junto al suyo me tocó el corazón. Como si fueran algo concreto que pudiera catalogar y contar.
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¹Es una expresión que usan para referirse a autobuses que no se detienen en paradas fijas, la persona desciende dónde quiere.
²Ph.D: son capaces de participar en los experimentos mentales, racionalizar acerca de los problemas, y resolver problemas en formas sofisticadas.