Bella estaba terminando de vestirse aquella mañana cuando alguien llamó a la puerta de su dormitorio.Jessica se apresuró a abrirla mientras Bella se examinaba por última vez en el espejo.Le gustaba la forma en que los distintos tonos de azul grisáceo de su vestido contrastaban entre sí y resaltaban su piel.El color del tejido era importantísimo.Había visto hermosos rostros femeninos arruinados por la elección del color preferido en lugar del más favorecedor.
Jessica volvió a su lado.
—Alice dice que han llegado sus paquetes.
—Estupendo.
La condesa salió corriendo al recibidor,en el que entraban los criados con los últimos bultos,que dejaban en el suelo junto al sofá antes de retirarse.Allí estaba Alice,inventario en mano,para asegurarse de que llegaba todo lo que habían pedido.
—¿Por dónde quiere empezar,milady?—preguntó.
—Por aquí—respondió Bella señalando una caja grande.
Alice cortó con unas tijeras la cuerda que mantenía cerrada la caja y retiró la tapa.
Siempre que llegaban las esperadas cajas,Bella se sentía como si fuera Navidad,una Navidad que jamás había vivido de niña.Aunque sabía lo que encontraría dentro,se emocionó al meter las manos en la caja y sacar el primer vestido.Como había comentado lord Forks durante la cena de la otra noche,era bastante sencillo.
—¿Qué te parece,Alice?—le preguntó mientras lo sostenía en alto.
—Es muy sencillo,milady.
—Ciertamente.No voy a poder llevarlo.Tendré que dárselo a los pobres.
—No entiendo por qué sigue confiando en esa costurera—añadió Alice con una amplia sonrisa.
Era un juego al que jugaban todos los meses cuando recibían los paquetes especiales de Bella:fingían que lo que les habían mandado no era exactamente lo que habían pedido.Habían empezado a hacerlo en vida del viejo conde.Entonces tenían que ser mucho más astutas y cuidadosas.
—¿Dónde están las capas?—inquirió Bella.
—Supongo que en esta caja—respondió Alice mientras abría un paquete y sacaba una pesada capa—.¡Es magnífica!
—Sí,lo es—asintió Bella mientras la palpaba—.Alguien estará muy calentito con ella.Deberíamos haber pedido más.¿Dónde están las muñecas?
—Aquí,creo—indicó Alice volviéndose hacia otra caja.
Le dio a Bella una muñeca de trapo con la cara bordada y hebras de lana por pelo,algo a lo que cualquier niña podría abrazarse por la noche para sentirse segura.
—Los patines para los chicos están en el fondo de la caja—añadió Alice mientras revolvía entre las muñecas y sacaba unas cinchas gruesas de cuero con ruedas en los extremos—.Sólo hay que atarse esto a los zapatos.
—Bien pensado,quizá no haya sido una compra muy práctica,¿no crees?
—Si no los quieren,siempre pueden venderlos.
Pero un niño debe tener algo de valor que conservar.
—Conozco poco a los chicos—dijo cruzando los brazos sobre el pecho—.De niña,lo único que yo quería era una muñeca a la que poder abrazar cuando me iba a dormir.
—Podría preguntarle a lord Forks.Quizá él sepa con qué les gusta jugar a los chicos.
—Es una idea fantástica.Seguramente me aconsejará libros,pero le preguntaré de todas formas.Había olvidado decírtelo—añadió de pronto agarrándose al brazo de Alice—:lord Forks va a pagarme cien libras mensuales.
Alice frunció el cejo.
—¿Una pensión?
—No,no,un sueldo.Un sueldo generoso por ayudarle a encontrar esposa.
—¿Así que se convertirá en una casamentera?
—En cierto modo,supongo.
No se lo había planteado así pero,con sus contactos,podía encontrarle pareja a cualquier hombre,no sólo a lord Forks.Era tranquilizador saber que si no conseguía ser duquesa podía ganarse la vida de ese modo.Aunque sólo como último recurso,en caso de desesperación.Para una mujer de su posición,trabajar sería denigrante.Debía pedirle a Edward que no comentara con nadie que le estaba pagando.Sería su pequeño secreto.Sabía que Alice no se lo diría a nadie;era quizá lo más parecido que tenía a una amiga.
—Se me ha ocurrido—prosiguió—que podríamos usar parte del dinero para contratar a señoras que nos hagan estos vestidos en lugar de encargárselos a la costurera,como hasta ahora.De ese modo,proporcionaríamos empleo a las que no lo tienen y vestidos a las que no pueden comprárselos.
—¿Y dónde trabajarían?¿En el sótano?
—No,no.No quiero que piensen que me avergüenzo de ellas.Pero tampoco puedo dejarlas desfilar por la puerta principal,¿verdad?Se me ocurre que podrían utilizar la entrada de servicio y después venir hasta el recibidor.Aquí hay buena luz.—Recordó las muchas noches que de niña había pasado de pie,temblando bajo las farolas de la calle a cuya luz su madre cosía los sacos que luego vendía;para así no gastar velas caras en casa.Trabajo de cloaca,lo llamaban.
Era entonces cuando los hombres se le acercaban a veces.
—¿Te apetece coser unos cuantos pellejos bravos en lugar de ese trozo de tela? —le preguntaban y después se echaban a reír como idiotas por lo que consideraban una propuesta ingeniosa.
—¿Lady Forks?
Bella volvió de pronto de su horrendo ensueño y descubrió a Alice mirándola sobresaltada.
—¿Se encuentra bien,milady?Me está pellizcando el brazo.
La condesa soltó inmediatamente el brazo de su ayudante.
—Perdona.Pensaba en las posibilidades.Las comentaremos más tarde.De momento,que los criados metan estas cosas en un carruaje y se las entreguen al Ejército de Salvación.—Bella apoyaba la reciente iniciativa de Esme y Carlisle Booth de proporcionar refugio y ayuda a los pobres y los marginados sociales de Londres.
—¿Nos permite que al menos esta vez les digamos de quién provienen las donaciones?
—No—dijo la condesa negando con la cabeza—.No necesitan saberlo.
Cuando se disponía a abandonar la estancia,profirió un chillido al ver de pronto quién se encontraba en la puerta.
—¡Lord Forks!
—Condesa.
—¿Cuánto tiempo llevas ahí?
—El suficiente—contestó exhibiendo una devastadora sonrisa.
Bella estaba lívida;Edward extasiado.Sabía que albergaba secretos pero¿por qué temía que se descubriera su generosidad?¿Para evitar que otros se aprovecharan de ella si la sabían compasiva?¿Era porque,como ella misma le había dicho cuando volvían paseando del museo,una mujer generosa no podría sobrevivir?
La condesa guardó silencio hasta que Alice salió en busca de los criados,pero la furia y el estremecimiento que la recorrían no pasaron desapercibidos a Edward.
—¡Cómo te atreves!—espetó cuando se quedaron solos—.¡Cómo te atreves a espiarme!
—No pretendía espiarte.
—¿No?Entonces,¿por qué no has anunciado tu llegada?
—Iba a hacerlo.Luego le he dicho a tu mayordomo que ya me encargaba yo,pero después he pensado que prefería no interrumpir.—Verdaderamente no era su intención interrumpir.
—No tienes derecho.
—¿No tengo derecho a descubrir que mis sospechas eran fundadas?Me mentiste sobre las compras,con descaro y sin remordimiento.
—Sí,sí que hubo remordimiento.
Le alegraba oírlo,pero no verla de pronto atropellada y derrotada.A ella no le había gustado mentirle.A Edward eso le satisfacía,pero seguía preocupándole que aún no confiara en él completamente.No había hecho nada para merecer su recelo,salvo estar emparentado con su difunto marido.Supuso que quizá pensaba que de tal palo tal astilla,pero él nada tenía que ver con el viejo conde.
—¿Qué pensabas que haría?¿Obligarte a devolver las compras si descubría que no eran para ti?
—El viejo Forks lo habría hecho.Se parecía mucho al personaje del libro que me leíste hace un par de semanas:Scrooge.Mientras me lo leías,no podía dejar de pensar si Dickens había conocido al conde y escribía sobre él.
—No sería de extrañar,pero no cambies de tema.No entiendo por qué te empeñas en ocultar tus buenas obras.—Y no sólo a él sino por lo visto a todo el mundo.
—Porque es una parte privada de mí y me pertenece.Lo único que me queda de quien pensaba que sería.—Suspiró—.Sé que puedo parecer loca,una especie de espejo hecho pedazos cuyos fragmentos reflejan distintas caras de la misma cosa.
Al conde la descripción le pareció más precisa de lo que Bella posiblemente sospechaba y se preguntó si una vez hecho pedazos el espejo volvería a ser lo que era o revelaría siempre aquel maltrato.
La había defendido delante de Black,la había besado,había hecho un trato con ella que le proporcionaría unos ingresos modestos,pero no había logrado llegar verdaderamente a su interior,no había podido ganarse su confianza sin trabas.Se adentró lentamente en la estancia,metió la mano en la caja de los artículos de chico y sacó un patín.
—¿Qué haces?—preguntó ella.
—¿Has ido a patinar alguna vez?—inquirió sonriente.
Ella lo miró decididamente horrorizada.
—Claro que no.
Edward estudió el atuendo de la condesa.Su vestido acentuaba su delgada cintura y sus estrechas caderas.Se preguntó si aquella complexión pequeña era la responsable de su imposibilidad de dar un heredero a su predecesor.
—Ve a cambiarte y ponte algo menos ajustado.
—¿Estás loco?
—Probablemente—dijo él riendo.Dio un paso hacia ella;Bella retrocedió.Se esforzó por no ofenderse.Había vislumbrado una mujer que lo intrigaba,como si la viera por un caleidoscopio que con cada giro revelaba un aspecto distinto de la pieza.Quería conocer todas sus facetas.
—¿Cuándo fue la última vez que te reíste?
—Me río a menudo.
—¿De alegría?
—¿Hay otro tipo de risa?—preguntó ella frunciendo el cejo.
—La risa cruel,sarcástica,áspera.Y,la peor de todas:la de quien quiere ocultar las lágrimas.
—¿Por qué tienes que clasificarlo todo?
—No recuerdas la última vez que reíste de pura alegría—afirmó él rotundamente,pues empezaba a entender que Bella siempre encontraba un modo de eludir las preguntas cuando no le satisfacía especialmente la imagen de sí misma que la respuesta podía dar.
—Claro que la recuerdo.
—Comparte ese momento conmigo.
Ella le mantuvo la mirada,como retándolo a que aceptara lo que estaba a punto de revelarle.
—Reí cuando descubrí que el viejo Forks había muerto.
Edward supuso que la condesa esperaba verlo conmocionado ante semejante revelación.O quizá apenado.Ella se había expresado en su habitual tono glacial y él se preguntó si Bella había llorado a carcajadas su propia pérdida de inocencia.Sonrió porque sabía que eso la tranquilizaría.
—Lo que sospechaba.Hace años que no te ríes de alegría.Así que vamos:cámbiate de ropa para que podamos ir al parque.
—Edward,somos demasiado mayores para patinar.
—Tonterías.Será divertidísimo.
—Ir de compras es divertido.
—Lo haremos luego si quieres,pero ahora date prisa.
—Edw…
—¡Venga!
Ella le lanzó una última mirada furiosa antes de salir enfadada de la estancia,como si no la complacieran en absoluto las demandas del conde,pero él sospechó que antes de que terminara la mañana se alegraría de haber accedido a acompañarle.
Alice regresó seguida de varios criados,les indicó que llevaran los paquetes al carruaje que estaba esperando y miró fijamente el juego de patines que el conde sostenía en la mano,como si esperara que volvieran solos a la caja de la que habían salido.
—Estos me los quedo de momento—comentó Edward.
—Sí,milord.
Salía con los criados cuando el conde la llamó.
—¿Alice,tiene un momento?
Ella dudó antes de volver a la sala.
—¿Sí,milord?
—¿Con qué frecuencia hace esto la condesa?
Lo miró exasperada,como si no tuviera ni idea de a qué se refería;luego cambió de opinión porque,después de todo,él era quien le pagaba todos los meses.
—Una buena sirviente no chismorrea a espaldas de su señora ni revela a otros sus asuntos—dijo por fin.
—Una actitud encomiable que admiro.No busco chismorreos sino respuestas.Trato de entender qué le hizo pensar que tenía que ocultarme sus buenas obras.
Alice se humedeció los labios y tragó saliva.
—Encontrará una bonificación con su sueldo a final de mes—añadió el conde.
—Ninguna bonificación me obligará a traicionarla.
¿Traicionarla?Cielo santo.¿Qué había pasado en aquella casa antes de que cayera en sus manos?
—Alice,no es más que una pregunta.Sólo quiero saber con qué frecuencia.
—Una vez al mes.Le parece que si reparte las compras a lo largo del año llamarán menos la atención.—Se le llenaron los ojos de lágrimas—.Por favor,no le diga que se lo he confesado.No la castigue por ello.
—¿Castigarla?¿Por qué demonios iba a castigarla?
—El viejo Forks lo hacía.Estoy segura.Aunque ella nunca lo admitió.Era muy tacaño.Unas Navidades la condesa compró muñecas y capas para las niñas.Cuando él se enteró…No sé qué le hizo y ella nunca me lo contó,pero anduvo con pies de plomo durante casi una semana.
Al parecer,cuando por fin abría la boca,Alice no sabía parar.
El conde cerró los ojos lentamente,imaginando sin duda lo que aquel indeseable le había hecho:le había pegado.Abrió los ojos.
—Gracias por la confidencia,Alice.Quedará entre nosotros.
—Ella lo hizo de todas formas—dijo con la barbilla ligeramente levantada y una mirada rebelde—.Compró las capas para que los niños no tuvieran frío,pero lo hizo apartando pequeñas cantidades del dinero que él le daba para distintas compras.Una vez lo hubo convencido de que necesitaba una capa nueva,pidió que se la hicieran de varios forros,con la excusa de que siempre tenía mucho frío.Cuando llegó la capa,los descosió e hicimos capas más pequeñas para los niños y mantas con los retales.No era gran cosa,pero era algo y nos ayudó a pasar las Navidades más contentas.Le he contado mucho más de lo que debía—espetó de pronto inmensamente avergonzada—.Ella no querría que supiera todo eso.
—Lo sé—respondió él dulcemente—.Nunca sabrá que me lo ha dicho.
—Gracias,milord.¿Puedo irme ya?
—Sí.
Ya solo,Edward se acercó a una ventana y contempló el jardín desde ella.Recordó el modo en que Bella se había erguido en el asiento cuando Black había cuestionado sus compras.¿Había pensado quizá que Edward iba a reaccionar como su difunto marido o se trataba simplemente de una respuesta refleja fruto de experiencias pasadas?
¿Acaso era extraño que hubiera levantado una muralla a su alrededor?
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