Después de despedirse de los duques,recorrió el museo;el eco de sus pasos resonaba a su alrededor.Lo entusiasmaban todos los entretenimientos que Londres le ofrecía:las maravillas modernas y los restos históricos,en muchos casos las unas junto a los otros.Veía lo lejos que había llegado la humanidad y lo mucho que tenía que progresar aún.
Pero de todas las maravillas de Londres ninguna lo deleitaba más que Bella.La detectó de inmediato,tan pronto como salió a la luz del sol.Estaba sentada en un banco cercano.A su lado,un muchacho desaliñado de no más de ocho años le sostenía el parasol y le otorgaba el aspecto de una reina a la espera de su coronación.
Edward bajó corriendo la escalera para reencontrarse con ella.Ella lo vio venir y sonrió,con una sonrisa sincera,no como aquellas perfectamente ensayadas que solía regalarle.Sorprendido por tan inusual momento,estuvo a punto de tropezar.
Cuando llegó hasta ella,Bella se puso de pie,recobrando su habitual sonrisa de circunstancias.
—Lord Forsk,¿tienes un soberano para el muchacho?—preguntó mientras recuperaba su parasol y lo cerraba.
Él sacó una moneda de oro de su bolsillo y se la dio a Bella,que se la entregó al chiquillo.
—Gracias,señora.—El muchacho se perdió inmediatamente entre la multitud.
—Bella,¿por qué le has pedido que te sujetara el parasol?—indagó Edward.
—Porque me cansaba de sostenerlo yo misma—replicó mientras examinaba el mango sucio de su parasol blanco.
Edward sacó un pañuelo de su bolsillo,tomó el parasol y empezó a limpiar las manchas que el niño había dejado en él.Cuando hubo terminado,ella lo recuperó y sonrió.
—Eres muy amable,milord.
—No tanto como tú.
Obviamente sobresaltada por las palabras del conde,lo miró y soltó una risita.
—Yo no soy amable.
—Pues generosa.
Ella abrió la boca…
—Protesta cuanto quieras—la interrumpió él antes de que pudiera empezar—pero eres muy generosa y no creas que no me doy cuenta.¿Un soberano por sostener un parasol?Si hubiera sido mío,le habría dado medio penique.
—¡Qué despropósito!Un conde con parasol.Circularía el rumor de tu excentricidad y me resultaría complicadísimo encontrarte una esposa adecuada.
—Estás eludiendo mi comentario—dijo él sonriente.
—Porque lo encuentro tedioso.Hace un día estupendo.¿Damos un paseo?
—Si te apetece.
Bella volvió a abrir el parasol y lo colocó convenientemente antes de sujetarse al brazo del conde.Si hubiera piropeado cualquier aspecto de su persona que un desconocido pudiera apreciar,no le habría importado:sus agradables rasgos faciales o lo bien que le sentaba el rosa a su piel blanca.Pero cuando hablaba de algo que sólo podía detectarse mediante una perspicaz observación,sus palabras la asustaban. Podía aceptar un simple cumplido;del resto se apartaba como de la basura.
—Cuando volvamos a mi residencia esta tarde,me gustaría que me leyeras un poco—le comentó ella.
—Yo preferiría que me leyeras tú,de tu libro en francés.
—Ése es para mi disfrute personal.
—Una lástima.Me encanta cómo suena el francés.
—¿Hablas bien el francés?—preguntó de pronto sobresaltada.
—He recibido algunas lecciones.
—Te dejaré encantada el libro cuando termine de leerlo.
—No hace falta—replicó negando con la cabeza—.No me interesa la labranza con animales,ni en francés ni en ningún otro idioma.
Bella,boquiabierta,no supo qué decir.
—Pero querías que te lo leyera yo—espetó por fin.
Edward se detuvo,obligándola a hacer lo mismo.
—No hablas francés,Bella.¿Por qué finges?
—No sabes lo que dices.
La condesa emprendió la huida indignada.Él la agarró de la mano para evitar que escapara.Bella se volvió y le lanzó una mirada feroz.
—No huyas de mí,maldita sea—dijo él refunfuñando—.¿Crees que no me doy cuenta de que me ocultas cosas?¿Qué te niegas a mostrarte como realmente eres?¿Así que te cansabas de sostener el parasol?No.Querías darle la oportunidad al muchacho de ganarse un soberano dignamente.¿Por qué te empeñas en ocultar esa parte de ti como si no tuviera importancia cuando es tu mejor parte?
—Es una parte de mí que no puede sobrevivir en este mundo,Edward—explicó zafándose de él—.Te contaré un secreto.—Respiró hondo—.No sé francés.Pero me gustó el aspecto del libro,por eso lo compré.Me apeteció.Y por eso le he dado un soberano al chiquillo,porque me ha apetecido.
—El mundo sería mejor si todos hiciéramos lo mismo.El niño parecía un poco joven para andar solo por Londres.
—Sólo de edad.Probablemente en muchos otros aspectos sea mayor que tú y que yo.
—¿Porque iba sucio?
—Por lo que vi en su mirada.Los niños de la calle no son niños mucho tiempo.
—Jamás habría pensado que una condesa pudiera conocer las miserias de los indigentes.
—No he sido siempre condesa,Edward.
Él ya lo sabía,pero el tono en que lo dijo le hizo creer que quizá esta vez quisiera revelarle algo de su pasado.
—¿Qué eras antes,Bella?
—Acompañante de la esposa del viejo Forks.Me tomó a su servicio cuando yo tenía catorce años.Llevaba mucho tiempo en el orfanato porque nadie me quería.Era como el patito feo del cuento que me leíste hace poco.Pero creo que me he convertido en un bonito cisne—añadió con una sonrisa triunfante mientras lo miraba.
—Ciertamente.Pero¿a qué precio?
—Al precio que estuve dispuesta a pagar.
Su voz no denotaba remordimiento ni tristeza sino simple aceptación.Se había hecho a sí misma:la acompañante era condesa.Y él sabía que aquella mujer podía ser lo que quisiera.
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