Yo no quería quererte
Y no lo pude evitar
Creí poder defenderme
Pero a mi corazón
No lo puedes atar
Yo no sé mi amor
¿Qué hago buscándote?
Si te gano pierdo libertad
Yo no sé mi amor
¿Qué hago besándote?
Si yo no me quiero enamorar
Porque al besarte me pierdo
Pero a mi corazón
¿Quién le puede explicar?
Jacob regresó y se sentó frente a mí, me entregó todos los papeles que debía firmar y volvió a llegarle otro mensaje a su celular, al ver la expresión de alegría de su rostro decidí arruinarle sus planes, ya sea que fueran con Isabella o con la “princesa”.
– ¿Qué te parece si vamos a cenar esta noche?, para celebrar el cierre del negocio.
– Claro, me parece estupendo – aceptó de inmediato.
– Acaban de inaugurar un restaurante de comida italiana en el centro, ¿qué tal si nos vemos ahí a las ocho?
– Genial.
– Puedes llevar a tu novia si gustas, yo iré con una amiga.
–Me gusta la idea, de acuerdo, entonces nos vemos en la noche – me tendió su mano.
– Un placer hacer negocios contigo, Edward.
– Ya lo creo – respondí estrechándosela con una sonrisa sarcástica.
En cuanto salí de ahí le llamé a Jennifer, había encontrado la forma de devolverle el golpe a Isabella, le iba a mostrar lo que yo sentí cuando la vi con su noviecito y mi mejor amiga me ayudaría con eso.
– Hola baby, ¿cómo estás? – respondió entusiasta como siempre.
– Bien niña, ¿y tú?
– También, ¿a qué debo el honor de tu llamada?
– Quiero invitarte a una cena de negocios que tendré hoy.
– Genial, ¿alguno de los invitados está soltero y disponible?
– Temo decirte que no, pero aún así, ¿puedes ponerte muy bonita?, por favor, uno nunca sabe con quién se pueda topar en un restaurante.
– ¿De casualidad hay alguna razón oculta para que quieras que me arregle con esmero?
– No, por supuesto que no, sólo iremos a cenar con un corredor de bolsa y su novia.
– Ok, ¿a qué hora pasas por mí?
– A las 7:30, puntual, ¿eh?, sabes que no me gusta esperar.
– Sí mi general, a esa hora estaré lista y guapísima, claro que eso no me costara ningún trabajo, jajaja.
– Ay niña, te veo más tarde, te mando mensaje cuando esté afuera de tu edificio.
– Ok, besos.
Dentro de mí había cierto entusiasmo por la posibilidad de ver a Isabella esa noche, sobre todo por ver la expresión de su rostro cuando supiera que conocía a Jacob y la que haría al verme con Jennifer, quería comprobar si yo le importaba, aunque fuera un poco, para así tomar una decisión sobre lo que haría más adelante.
Pasé por Jennifer y se veía realmente bien, debía reconocer que mi amiga era muy guapa y cuando se arreglaba minuciosamente lucía mucho mejor. En el trayecto al restaurante me estuvo platicando sobre su día, había llegado un nuevo profesor a su escuela y al parecer había surgido un clic entre ellos. Llegamos al lugar y aún no estaba Jacob, así que pedí una mesa cercana a la puerta para que me localizara fácilmente, mi corazón empezó a latir más aprisa por la esperanza de verla, pero el entusiasmo me duró poco cuando vi que Jacob entraba solo.
– Buenas noches, disculpen el retraso, me entretuve en la oficina.
– No te preocupes, diez minutos no es nada, te presento a Jennifer Carrillo, mi mejor amiga, él es Jacob Black, mi corredor de bolsa.
– Encantado de conocerte Jennifer – dijo tomándole la mano y dándole un beso en la misma.
– Igualmente Jacob.
– Mi novia se disculpa por no poder acompañarnos, pero mañana tiene un evento de su trabajo y aún sigue en la oficina ultimando detalles.
Le di una sonrisa fingida mientras se sentaba, el mesero se acercó y pedimos la cena. Jacob estuvo platicando sobre su vida laboral, era un ególatra de lo peor y le encantaba fanfarronear con lo bueno que era en su trabajo, al que según él le dedicaba gran parte de su tiempo, ahora comprendía porque Isabella tuvo que recurrir a mí, seguro la tenía abandonada en el plano sexual, sobre todo si esa parte se la dedicaba a su “princesa”. Después de dos horas y media salimos de ahí, pasé a dejar a Jennifer a su departamento y luego me dirigí al mío.
El viernes llegó rapidísimo, es increíble la forma en que se pasa el tiempo cuando está uno concentrado en el trabajo, era lo único que me quedaba por hacer si quería evitar pensar en Isabella, no entendía que me había hecho esa mujer para tenerme así, actuando como un vil psicópata que quería saber todo de ella y entrar en su vida de alguna forma que no fuera por las llamadas que, por cierto, seguían sin llegar. En eso estaba cuando sonó el celular y lo tomé con la esperanza que fuera ella pero no, sin embargo, contesté, necesitaba distraerme y relajarme, así que quedé de verme, una hora después, con esta desconocida.
Llegué a un pequeño y discreto hotel del centro de la ciudad, la chica me esperaba en el lobby, era un verdadero monumento; alta, rubia, con una potente delantera y unas piernas de ensueño. Le sonreí, ella me devolvió la sonrisa y se levantó del sillón, caminamos a los elevadores sin decir nada, siguiendo fielmente las reglas de la sociedad, entramos a la habitación y nos besamos acaloradamente mientras le acariciaba sus grandes senos por encima del vestido y ella me frotaba mi miembro sobre el pantalón.
Rompimos el beso para tomar aire, ella me miró con un aire perverso y me tumbó sobre la cama, se hinco sobre mí con sus piernas a los costados y se quitó el vestido y a mí, el pantalón y los bóxers, después fue subiendo mi suéter en tanto lamía mi abdomen, yo me levanté un poco para que me lo quitara, volvió a darme un beso furioso en la boca y luego pasó a mi cuello que succionó y mordió, yo tenía mis manos sobre su contorno acariciando su tersa piel y, entonces, caí en la cuenta de algo que jamás me había ocurrido, mi cuerpo no estaba reaccionando a sus caricias, no me sentía nada excitado pese a tenerla desnuda sobre mí, una especie de culpa me carcomía por dentro, un sentimiento de traición nuevamente, así que la obligué a bajarse y me senté.
– ¿Qué pasa? – preguntó acostándose de lado con una mano sobre su cabeza.
– No sé – me quedé pensativo – no puedo – añadí confundido.
– ¿No puedes?, ¿tienes problemas?, me habían dicho que eras de lo mejor.
– Nunca me había pasado, quizá sea estrés.
– Yo te ayudaré, creo que debí haber empezado de otra forma – exclamó y se acercó para tomar mi miembro con su mano, pero la detuve.
– No lo hagas.
– ¿Estás seguro?, puedo hacerte llegar sólo con mi boca.
– No lo dudo, pero… no quiero – dije y me levanté de la cama.
– O sea, ¿qué me vas a dejar con las ganas?
– Puedes llamar a cualquier otro, seguro tendrás varios números.
– Vaya respuesta, por supuesto que llamaré a otro, que sí sea hombre, no como tú.
No le presté la menor importancia a su comentario y terminé de vestirme en silencio. Salí de ahí sin voltear a verla, caminé por el pasillo rumbo al ascensor, estaba desconcertado como nunca antes, por más que estuviera cansado o estresado no era para que mi miembro se quedara bloqueado, ¿qué demonios me estaba pasando?, ¿por qué sentí que estaba a punto de ser infiel?
La imagen de Isabella vino a mi mente, ¿qué clase de hechizo me había puesto?, no, ella no podía ser la causante de esto, en el bar había podido hacerlo perfectamente con la doctora, ¿sería por el alcohol o por la rabia de enterarme que estaba con otro?, definitivamente me estaba volviendo loco y al parecer ella era la responsable.
El sábado fui con Jennifer al cine y después a cenar, estando en el restaurante le llamó su nuevo compañero de trabajo para invitarla a una exposición al día siguiente, me daba gusto verla de nuevo entusiasmada con alguien y que hubiera olvidado tan rápido a Chace, me pregunté si era buena idea decirle que el tipo estaba muerto y decidí que era mejor que lo ignorará, no quería amargarle su día, sería muy impactante para ella y lo que menos quería era que sufriera de nuevo.
El domingo no hice prácticamente nada, sólo leer, escuchar música y ver la televisión, pasaron un anuncio de la línea de ropa de Alice y de inmediato vino Isabella a mi mente, sí, otra vez el hechizo estaba haciendo efecto, así que me levanté, tomé las llaves del auto y me dirigí a su departamento, necesitaba verla aunque fuera a lo lejos, no me atrevía a llamarla, quizá se negaría y muy en mi contra, al menos conscientemente, eso me dolería.
Llegué y me estacioné otra vez en la acera de enfrente, no tenía idea si su departamento daba a la calle y sólo se veían un par con las luces encendidas, me quede ahí sentado decidiendo que hacer, no podía ir a buscarla, ¿qué le diría?, ¿qué me equivoqué de departamento y no me imaginé que ella viviera ahí?, ¿qué se descompuso mi coche y estaba buscando ayuda?, quizá eso funcionaría si viviera en la planta baja, pero no en el quinto piso. Eran patéticas mis opciones y más aún mi actitud psicópata, obsesiva, compulsiva, ¿desde cuándo yo era así?
Fui sacado de mis cavilaciones cuando un auto se estacionó afuera de su edificio y de inmediato lo reconocí, claro, ¿qué otra cosa podría hacer ella en domingo que no fuera salir a pasear con su novio? La vi bajar y mandarle un beso con la mano y después él arrancó, me esperé a que ella entrara al edificio, se veía tan hermosa con esos jeans y ese suéter que enmarcaba muy bien sus curvas. Moví la cabeza y me dirigí a mi departamento.
Los siguientes días transcurrieron con la rutina de siempre, incluido el ir a espiar a su edificio, estaba completamente convencido que esa mujer me había dado algo, no era posible que me estuviera comportando de manera tan irracional, ¿qué ganaba con verla escasos segundos?, ¿por qué, a pesar de estar tan cerca de ella, no me atrevía a acercarme?, ¿por qué temía a su rechazo? Isabella parecía una especie de droga, la había probado, me había gustado y quería más, pero a la vez intentaba evitarla, unos días tenía la suficiente fuerza para no pensar en ella y otros sentía una necesidad impetuosa de estar a su lado, sí, ella parecía algún tipo de adicción que tratas de dejar y no puedes.
Ese viernes no pude más, estaba afuera de su edificio y, aprovechando que apenas me habían entregado el Nextel que utilizaría en la oficina, le marqué desde ese para que no supiera quien la estaba llamando. Después de tres timbrazos escuché su hermosa voz: “hola, buenas noches”, me quedé mudo como vil adolescente, sin poder hacer la estúpida pregunta de rigor, “hola, ¿hay alguien ahí?”, preguntó un tanto desconcertada y al volver a escucharla, un suspiro me traicionó y colgué de inmediato el teléfono, entonces tuve la vaga esperanza de que supiera que era yo y me buscara. Casi veinte minutos después sonó mi celular y una sonrisa se plasmó en mi rostro al ver que se trataba de ella, sin planearlo resultó.
– Hola – respondí pareciendo casual.
– ¿Estás libre esta noche? – preguntó casi en voz baja.
– ¿Lo estás tú? – exclamé sin pensar.
– ¿Acaso es un reclamo?
– De ninguna manera, sabes que así no funciona – le mentí, conservando mi papel de desconocido.
– Entonces, ¿nos podemos ver? – me alegré al escuchar esa frase, ella estaba tan ansiosa como yo, pero guardé silencio unos instantes para que no lo notara.
– Sí, en una hora en el lugar de siempre.
Y ahí seguía yo, con la sonrisa idiota estampada en el rostro, emocionado porque volvería a verla después de casi cuatro semanas. Suspiré y arranqué a toda velocidad. Llegué al hotel y me quedé en el auto haciendo tiempo, luego me puse un poco de loción y me dirigí a los elevadores. A los pocos minutos llegó ella, vestida de forma informal, con unos jeans y una chamarra, mi corazón se aceleró al verla y comencé a excitarme a pesar que aún no la tocaba ni la tenía cerca.
Nos saludamos y después subimos al ascensor, alguien debió escuchar mis plegarias porque en el piso dos subieron demasiadas personas haciendo que ella tuviera que pegarse a mí, aspiré el aroma de sus cabellos y exhalé en su oreja sin que pudiera evitarlo, había echado tanto de menos su perfume, en realidad, a toda ella.
Salimos y caminamos rumbo a la habitación, le ofrecí mi brazo que acarició suavemente provocándome una cálida sensación que recorrió todo mi cuerpo. Cuando iba a sacar la tarjeta para abrir la puerta de la habitación sentí que mi blackberry vibró, así que tuve que excusarme con ella para que no escuchara la conversación y que siguiera ignorando cosas sobre mi vida personal.
– Permíteme unos minutos, necesito pasar primero al baño – dije deslizando la tarjeta, ella sólo asintió con la cabeza.
Entre y cerré el baño, caminé hacia la regadera y corrí la puerta de cristal para entrar en ella y tener un poco más de privacidad. Saqué el aparato del bolsillo y vi que la llamada era de Jennifer, iba a marcarle cuando ella volvió a hacerlo.
– Hola niña – respondí susurrando.
– Hola baby, ¿cómo estás?
– Ocupado, y ¿tú?
– Esperando, ¿por qué hablas en voz baja?
– Porque estoy en una junta, ¿qué necesitas?
– Escuchar tu voz baby, te extraño.
– Muy graciosa, ya dime en serio para que me llamas con tanta insistencia.
– Sólo para confirmarte que ya tengo los boletos para la obra de Mamma Mía, es mañana a las nueve.
– Muchas gracias, no iba a poder dormir.
– Ahora, ¿quién es el gracioso?, te aviso para que no programes ninguna de tus citas misteriosas, sabes que odio que me dejen plantada.
– Lo tomaré en cuenta, ¿es todo?
– No, quería platicar contigo mientras pasan por mí, ¿por qué tanta prisa galán?
– Porque ya te dije que estoy en una junta.
– ¿Y tú crees que yo soy tonta?, es viernes y pasan de las nueve de noche, ¿quién es ella?
– No la conoces.
– La conoceré algún día? – preguntó curiosa.
– Lo dudo – lo más probable es que sí, pero no quise que aún lo supiera.
– Mmmm, otra de tus citas misteriosas, ¿algún día me dirás qué es lo que haces?
– No y en serio ya tengo que irme.
– Uy, que prisa, a veces es bueno hacer esperar… aumentan las ansias.
– O duermen a la gente, así que ya te dejo niña, nos vemos mañana.
– Hasta mañana baby, diviértete mucho, te mando un besote.
– Y yo dos, descansa y que sueñes con los angelitos.
– Tú también descansa, te he visto más flaco últimamente.
– Me estoy haciendo anoréxico.
– Uy sí te lo creí.
– Bueno, ya adiós, voy a colgar en este momento.
Sólo escuché su risa antes de oprimir el botón de apagado. Salí de la regadera, me lavé las manos y abandoné el baño.
Le sonreí a Isabella mientras me acercaba a ella, por fin iba a tenerla nuevamente entre mis brazos. Levanté mis manos para tomar su rostro, pero ella me lo impidió sujetándolas por las muñecas, ¿qué pretendía?
Me besó frenéticamente haciendo prisionera mi lengua, que delicia fue sentir la suya, comprobé que tenía las mismas ganas que yo y le correspondí el beso de igual forma, su sabor era realmente embriagador y me perdí en él, disfrutándolo, saboreándolo, en tanto mi cuerpo reaccionaba y la excitación aumentaba, definitivamente necesitaba de ella, con sólo un beso había logrado hacer lo que aquella rubia mujer no había podido lograr estando desnuda sobre mí. Forcejeé con ella, quería tocarla, acariciarla, recorrer su cuerpo con mis manos y entonces rompió el beso.
– Esta noche será a mi manera – susurró en mi oído.
– ¿Ah sí?, ¿y qué tienes en mente?
La sentí sonreír sobre mi cuello y empezó a lamerlo, en ese momento logré liberar mis manos, pero ella me aventó los brazos impidiendo de nuevo que la tocara, fue mordiendo mi cuello en tanto levantaba mi suéter hasta que me lo quitó, después levantó mi polera y fue lamiendo de una forma deliciosa mi torso, quise sujetarla por los hombros y una vez más no permitió que lo hiciera, entonces empecé a jadear, el no poder tocarla estaba aumentando peligrosamente la excitación, finalmente me quitó la polera también, me sonrió y me tiró sobre la cama, sin duda esa noche iba a ser una de las mejores de mi vida, me encantaba esa actitud que había adoptado, quería dominarme y por supuesto que se lo iba a permitir.
Fragmento de la canción: No me quiero enamorar.
Intérprete: Kalimba.
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