Emmett’s POV
Había vuelto de ver a mi amado ángel en su ventana. Era el sol perfecto para el día. Me atrevería a decir que sus cabellos dorados iluminaban más que un rayo de sol. Yo era un planeta que giraba en torno a ella. Rosalie se había convertido en mi universo.
Me dirigí al trabajo feliz. Bromeé como antes con mi jefe y él me miraba extrañado ya que cuando yo llegué no tenía muchos ánimos de vida. Lo único que me hacía salir de la rutina era cazar, siempre y cuando tenía el dinero para recargar la escopeta que heredé de mi padre.
-Jefe, ¿cuándo me va a subir el sueldo? – puse mi cara de niño bueno mientras me colocaba el delantal blanco para cumplir con mi labor.
-El día en que me crezca pelo de nuevo hijo – su voz de sarcasmo me hizo reír a carcajadas.
-Espere jefe – lo detuve antes que se marchara. Él se giró y me vio con cara de pocos amigos.
Me acerqué a él y como yo le ganaba por dos cabezas, hice como si me mirara al espejo en su gran calvicie.
-Gracias, quería ver si estaba bien peinado. – reí con suficiencia y me fui, esquivando los manotazos de mi jefe. Entonces en medio del juego, me quedé atónito. Podía sentir aún las manos de mi jefe sobre mi cabeza dándome golpes para seguir trabajando, pero no me pude mover ni un centímetro. Me froté los ojos para ver si era cierto. ¿O será que mis ganas de verla a cada segundo habían causado perfectas alucinaciones de un ángel?
-¡Emmett! Anda a atender a las clientas imbécil… - mi jefe me confirmó que no era una alucinación. Rosalie estaba en el restaurante, sentada bajo un atrapa-luz, iluminada por los rayos del sol, perfecta como siempre. A su lado estaba su madre, mirando a todos lados como si éste lugar fuese un basurero.
-S…Si- titubeé.
Me acerqué lentamente mientras ella se dio cuenta de mi presencia. Abrió los ojos como plato al verme y le di una gran sonrisa. Ella quería devolverla pero se percató de la mirada de su madre y se mordió el labio para evitar darme una sonrisa.
-Al fin alguien atiende en éste lugar – mi querida suegrita se dirigió a mí por primera vez. Bueno, ella no sabía que yo era su… No. No podía llamarme “yerno” ya que por mucho que Rosalie se sintiera a gusto conmigo, no me armaría expectativas. Yo era muy poca cosa para poseer tan precioso rubí.
-Buenas tardes, bienvenidas al restaurante “La delicia de Rochester”. – les entregué el menú, sonriéndola más a mi ángel por supuesto. – Mi nombre es Emmett y estoy a su servicio. – enfaticé la última frase dirigiéndome a Rosalie. Ella camufló una risita.
-Sí, si… - la señora Hale movía sus manos para que yo me marchara mientras miraba el menú del día. Me giré en unos 45 grados para quedar mirando sólo a Rose, y le guiñé un ojo. Ella se sonrojó y miró el menú con una sonrisa en su rostro que estaba iluminada por el cielo mismo.
Me dirigí al lado de la puerta de la cocina para esperar a que me llamaran. No despegué ni un segundo la vista de mi Rosalie. Su cara pensativa mientras elegía que comer me hacía soñar despierto. Rogaba porque la madre no se le ocurriera marcharse y llevarse con ella a la mujer más hermosa. La única mujer que existiría en mi vida.
-¡Señor! – al fin la madre de Rosalie se dirigió a mí. Volé a la mesa.
-¿Se han decidido? – puse mi mejor cara.
-Sí – mi ángel por fin me habló. Me brindó una perfecta sonrisa y sus ojos se iluminaron – Yo quiero un consomé y ensalada por favor.
Anoté todo por si su belleza me hacía olvidar lo que quería. Era algo muy probable de que pasara.
-Y yo el menú del día más un postre. Un flan de vainilla. – anoté también lo que pidió mi su… la madre de mi ángel.
Partí a la cocina para pedirle al chef lo anotado y luego me fui al cuarto de servicio. Sonreí hasta lo que mi boca daba. La felicidad me embriagaba cada vez que la veía. Y ahora la tenía acá, iluminando mi lugar de trabajo.
Me asomé una vez más para cerciorarme de que no era un sueño. La vi buscándome con la mirada. Sus ojos se encontraron con los míos y le sonreí. Entonces una idea se me ocurrió. Saqué un papel de mi bolsillo y busqué un lápiz.
“BAÑO” – escribí rápidamente. Salí del cuarto y le enseñé el papel a mi Rose disimuladamente. Ella me sonrió a escondidas y siguió conversando con su madre. Guardé el papel en una servilleta y me dirigí a la mesa.
-¿Necesitan algo más? – me dirigí solamente a mi Rose, dándole a entender que debía pedir algo.
-Si… - ella me miró confundida pero yo le mostré simuladamente la servilleta - ¡Servilletas por favor! – la madre de mi niña la miró extrañada.
-Enseguida – me dirigí al mesón en donde teníamos guardados todos los utensilios y recogí servilletas, dejando la más importante al principio. – Aquí tiene señora- le entregué una a la señora Hale – …y señorita – le pasé aquella a mi ángel. Le sonreí y me marché.
Me escondí en el cuarto de servicio que estaba vacío gracias al cielo, y esperé que ella se levantase. Rose caminó grácilmente hasta el baño pero ambos sabíamos que no iba a entrar. Al doblar, percatándose de que nadie la viera, dobló al cuarto de servicio, en donde yo la esperaba con los brazos abiertos. Ella se enredó en mi cuerpo, en un abrazo fuerte que yo también le devolví. Nunca nos habíamos besado pero soñaba con eso cada noche. Sus perfectos labios debían ser la miel misma. Me permití rosarlos con mi dedo mientras mi otra mano yacía en su cintura, aprisionándola contra mí.
-Disculpa a mi madre – me dijo mi ángel. – Ella suele ser así.
-Supongo que no es el buen momento para decirle que estoy enamorado de su hija. – le confesé al fin lo inevitable. Rosalie abrió los ojos como plato. Su labio inferior comenzó a tiritar y su mirada me lo dijo todo. Estaba confundida. –Te quiero más de lo que podría imaginar.
Ella se ruborizó lo cual me hizo sonreír. ¿Cómo es posible que con cada cosa que ella hacía se viera tan hermosa?
Rose se puso de puntillas y acercó su boca hacia la mía. Mi pulso se aceleró. Mis manos la tenían por la cintura, protegiéndola como siempre. Sus labios rozaron los míos pero no me besó. Sólo se quedó ahí para decirme las palabras más hermosas que en mi vida escuché.
-Te quiero – su aliento entró en mi boca, tibio y dulce. Se separó de mí y mi abrazo no fue capaz de retenerla, pues estaba atontado, hipnotizado por un ángel. La vi alejarse apurada mientras yo me quedaba ahí parado sin poder reaccionar.
Rosalie me dijo “te quiero” y sus labios tocaron los míos de la forma más sutil. Estaba en un edén. Era el tipo más afortunado de ésta tierra.
-¡Ouch! – me quejé ante el manotazo en la cabeza que me dio mi jefe.
-¡Deja de soñar despierto y trabaja!
Lo tomé de la cabeza y besé su calvicie. No podía más de la felicidad que sentía.
-¡Si jefe! – salí corriendo dichoso a mi trabajo como nunca. La mujer de mis sueños me correspondía y feliz trabajaría toda mi vida para darle la vida que se merece. Ahora nada ni nadie podían detenernos. Nadie…
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