Capítulo XIII
Llegué temprano al despacho y la señorita Fogarty apareció al momento con mi taza de café. Esperó hasta que tomé el primer sorbo.
—Hubo un gran pánico aquí, ayer —empezó a decirme—. No sabían si estaría usted hoy para la reunión de la junta, y no pudieron localizarle.
Bebí algo más de café sin contestar.
—Estuvimos pensando en llamar a Sinclair, porque era absurda una junta de directores sin estar presente ninguno de los dos ejecutivos.
Carlisle se encontraba de vacaciones en el Caribe; hacía casi un mes que se había marchado. La miré.
—Pues, ya estoy aquí.
Vi que tenía curiosidad por saber en dónde me había metido, pero yo no le conté nada y ella no me lo preguntó. Empezó a enumerarme la lista de llamadas.
—El señor Savitt quiere verlo antes de la reunión. Quiere enseñarle todo el proyecto antes de presentarlo a la junta.
—Dígale que venga así que hayamos terminado nosotros.
—Ha llamado el señor Regan desde la costa, y me ha pedido que le dijera que su junta ha aprobado la venta de «Symbolic Records» a Sinclair. Y que lo llamara usted en cuanto nuestra junta dé la aprobación, para publicarlo simultáneamente en ambas costas.
Asentí.
—Ha llamado el señor Black, y me ha rogado que le expresara su satisfacción por el trato que han hecho. Dijo que no hacía falta que le llamara usted.
— ¿Qué trato?
—El señor Savitt intentó comunicarse con usted ayer para decírselo; le ha comprado un lote de películas. —Revisó el resto de las anotaciones. — De este asunto, por supuesto, también quiere hablarle.
— ¿Alguna otra llamada?
—Las normales; nada especial.
—De acuerdo. Dígale al señor Savitt que suba.
—Ahora voy. —Dejó un folleto delante de mí. — Es el memorándum acerca de la reunión de hoy.
Le di las gracias y cuando salió me puse a mirarlo. Pero me resultó imposible; la cara de Darling Girl se interponía entre el papel y mis ojos. Y la expresión de su juvenil rostro era una mezcla de miedo y esperanza.
Entró Emmett, y mientras nos dábamos la mano, Fogarty puso ante él una taza de café. Esperó a que ella hubiera abandonado la oficina.
—No tienes muy buen aspecto.
—Estoy bien —dije—; simplemente algo cansado.
Durante un rato estuvo en silencio.
—Podrías tomarte unas vacaciones después de la reunión.
—Cuando vuelva Carlisle —repuse—. Las reglas de la compañía especifican que uno de nosotros siempre tiene que estar en su puesto.
— ¿Y cuándo vuelve él?
Me encogí de hombros.
—A finales de marzo o principios de abril, me imagino.
—Faltan dos meses aún.
—Ya me las arreglaré; lo único que necesito es dormir toda una noche. Cuéntame el asunto de Black, creía que no estabas de acuerdo con ese negocio.
—Así era, pero Jacob vino a verme, en persona, la semana pasada, sin Jasper Hale, y me hizo una oferta completamente diferente. Nos dejaba escoger del lote por tres millones de dólares, pero logré rebajarlo a dos y medio; y además escogí las doce mejores. Eso es millón y medio menos de lo que había pedido en un principio.
No dije nada. Desde luego, Jacob no estaba loco. Teniendo en cuenta mi préstamo, podía permitirse el lujo de no ser tacaño. Entre los dos había reunido seis millones y medio.
Emmett interpretó mi silencio como disgusto por mi parte.
— ¿No te parece bien?
—Sí, sí. ¿Qué ha pasado con Hale?
—Realmente no lo sé —contestó—. Pero he oído decir que han tenido una disputa. Por lo visto, Hale tenía que aparecer con el dinero de la venta de unas películas para la televisión y se retrasó. Entretanto, Jacob obtuvo un crédito no sé dónde y lo dejó colgado. Hale se subió por las paredes y amenaza con un pleito. Pero, a lo que yo entiendo, es una fanfarronada.
—Nueva York es una ciudad divertida.
—Sí..., siempre está sucediendo algo —remachó—. ¿Quieres dar ahora un vistazo a la programación?
—Sí.
Sacó las hojas y empecé a mirarlas. La misma mierda de siempre. Los mismos encabezamientos en la parte superior de las hojas: NBC, CBS, ABC y Sinclair. Estaba aburrido de todo ello.
Eran más de las cinco cuando terminó la reunión. Volví a mi despacho y llamé a Jacob.
Se puso al aparato con muy buen humor.
—Te estoy convirtiendo en un hombre rico —empezó a decir—. Para cuando te vuelva a comprar las acciones, valdrán el doble de lo que me prestaste por ellas.
Fue la primera vez que me reí aquel día.
—Con tantos beneficios me harás pagar más impuestos que nunca.
—En tal caso será mejor que te muestres amable conmigo, o te pagaré solamente lo que te debo.
—Me gustaría verte —dije poniéndome en plan serio.
— ¿Por qué no vienes a casa a cenar? Solamente estarán Denise y Júnior.
—Creía que Júnior estaba en el colegio.
—Acaba de ser expulsado. Lo encontraron en el lavabo fumando marihuana o masturbándose, o puede que las dos cosas a la vez. Ya sabes cómo son los muchachos de hoy día.
—Bien lo sé —dije. Por un momento estuve dudando en ir; pero era su hija, y tenía derecho a saberlo—. Mira, no puedo ir a cenar pues tengo que coger el avión de las nueve para volver a la costa. ¿Qué te parece si tomamos una copa?
— ¿Dónde quieres que nos encontremos?
—Si te parece bien, estaré en tu apartamento a las seis y media.
—De acuerdo. Hasta entonces.
Bajé del coche enfrente de la casa.
—No se vaya —le dije al chófer—. No sé cuánto rato voy a estar.
Asintió y yo entré en el edificio. Mientras tomaba el ascenso, encendí un cigarrillo y aspiré el humo profundamente. No iba a ser fácil. Hubiera preferido tener que darles cualquier otra noticia, y no ésta.
La doncella, Mamie, me abrió la puerta y me condujo hasta la biblioteca. Jacob y Denise estaban allí, y segundos después la doncella me trajo un whisky con hielo, sin que yo se lo pidiera.
—Tienes un aspecto muy serio —me dijo Jacob mientras yo tomaba el vaso—. No sé si no me gustabas más cuando te dedicabas a tomar Martini.
Forcé una sonrisa.
— ¡Salud! —exclamé. Hasta el whisky me sabía mal.
Apareció Júnior.
— ¿Qué tal, tío Edward? —preguntó.
— ¿Cómo estás?
—No le preguntes nada —dijo Jacob—. Es un holgazán. —Pero en su sonrisa se podía percibir algo de tolerancia. — ¿Te imaginas a un hijo mío dejándose pescar haciendo esas cosas?... —Luego se volvió hacia Júnior: — ¿Tenías tanta prisa? ¿No podías esperar a llegar a tu cuarto?
—Oh, padre... —dijo éste con voz hastiada. Luego me miró—: No fui el único; éramos cuatro los que estábamos aprovechando aquella mierda de colilla.
Eso no facilitaba las cosas.
Denise hizo un ademán como para abandonar la estancia.
—Vamos, Júnior, dejémosles para que puedan hablar de negocios.
—No os vayáis —dije.
Se detuvo casi en la puerta y me miró. Había cierta expresión en sus ojos, que me hizo pensar en ella por primera vez como madre de Renesmee.
Se acercó a mí.
— ¿Tiene algo que ver con Renesmee?
Asentí.
Instintivamente se acercó a Jacob y tomó su mano. No habló. Simplemente se quedó mirándome con su secreto miedo reflejado en la cara pálida.
Respiré profundamente.
—Renesmee se internó ayer en el sanatorio de Vista Clara.
Jacob se quedó sin comprender.
— ¿Está enferma? —preguntó extrañado.
—Sí.
— ¿Y por qué no nos lo ha dicho? Al fin y al cabo somos sus padres. —Estaba empezando a enfadarse. Repentinamente se paró y me miró. — ¿Qué le ocurre? ¿Está preñada?
No contesté. Las palabras siguientes fueron probablemente las más difíciles que había pronunciado en mi vida.
— Renesmee se ha dado a las drogas; es una adicta a la heroína y ha ido a Vista Clara para intentar romper el hábito.
— ¡Dios! ¡La condenada! —rugió Jacob. Luego se volvió hacia Júnior—. ¡Jacob, lárgate a tu cuarto!
—No, Jacob —intervino Denise—, es su hermana; deja que se quede.
—Tú y tus ideas... —gritó Jacob con rabia—. «Déjala ser actriz... eso es lo que quiere...» ¿No te dije acaso que son todas unas putas?... Espero que ahora estés satisfecha.
Denise permaneció silenciosa y las lágrimas empezaron a inundar sus ojos; pude observar la lucha que mantenía consigo misma para dominarse. Al cabo de un momento se volvió hacia Jacob.
—Voy a preparar la maleta.
— ¡No! —chilló éste—. Tú no vas a ninguna parte.
—Pero, ¡es mi hija! ¡Y me necesita!
—No necesitó de tu ayuda para meterse en eso —exclamó bruscamente—. Deja que se salga también ella sola.
Denise lo miró de hito en hito, y momentos después se marchó de la habitación. Jacob se volvió hacia mí.
— ¿Cómo te has enterado?
—Estaba en casa la noche pasada —dije—, y cuando fui al cuarto de baño encontré la aguja hipodérmica.
Noté cómo se le subía la sangre a la cabeza. Sus ojos llenos de sospechas eran como agujeros negros, tras los centelleantes cristales.
— ¿Qué estaba haciendo en tu casa?
No contesté.
Me cogió con fuerza por las solapas.
— ¡Contéstame, condenado!
Miré fijamente sus ojos llenos de rabia, y le aparté las manos.
—Estaba conmigo —dije.
Nunca creí que un hombre de su estatura y volumen pudiera moverse con tanta rapidez. Demasiado tarde... Apenas vi el movimiento de su brazo, luego sentí un profundo dolor en el estómago y casi me doblé en dos. Me revolví, tratando de impedir una nueva embestida, pero me dio en la nuca y me derribó al suelo; entonces, otro agudo dolor recorrió mis costillas, cuando me pateó brutalmente. Intenté rodar por tierra para apartarme de él.
— ¡Papá, papá...! —gritó Júnior agarrándolo.
—No te metas en esto —y empujó a Júnior violentamente—. ¡Voy a matar a ese hijo de perra...!
Me apoyé en una esquina del sofá intentando levantarme. Jacob se acercó y yo mantuve los ojos fijos en él, incapaz de moverme.
De nuevo Júnior se acercó a su padre.
— ¡Estaba enamorada de él, papá! ¡Siempre lo ha querido...!
Esta vez, Jacob se volvió y le propinó un golpe tan fuerte que el muchacho fue a dar contra la librería, y empezaron a caer los libros sobre él.
— ¡Te he dicho que no te metas!
Viendo que nuevamente se dirigía hacia mí, el muchacho se lo quedó mirando con los ojos llenos de terror. Ahora yo estaba en pie, pero tenía que agarrarme al sofá para no caer de nuevo.
— ¡Miserable bastardo!... ¡También tenías que conseguirla a ella! —Exclamó mirándome con odio—. ¡Todos los c... del mundo no son suficientes para ti!
Vi como su brazo se echaba atrás amenazador, pero no podía hacer nada para resguardarme; no tenía fuerza.
De improviso Denise se interpuso entre nosotros.
— ¡Jacob!
El continuaba en la misma posición; con los puños preparados.
—Tiene veintidós años, Jacob; ya no es una niña, es una mujer. Edward no tenía por qué venir a contarnos nada, si no hubiera querido.
Continuaba mirándome.
— ¡Quítate de mi vista! —exclamó con un rugido.
—Es hija mía, no tuya, Jacob. Déjale en paz.
Parpadeó como si le hubieran abofeteado y lentamente sus manos le cayeron a ambos lados. A pesar de mi dolor sentí pena por aquel hombre que pareció empequeñecerse ante mis ojos.
Se dirigió hasta la puerta y luego se volvió hacia nosotros. Pero sus palabras iban dirigidas sólo a Denise; yo ya no existía para él.
—Si das un paso para acercarte a ella —dijo con voz temblorosa—. ¡Jamás ninguna de las dos volváis aquí!
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