Capítulo VIII
La doncella volvió con las rosas en un jarro, y miró a Denise interrogativamente.
Denise dijo:
—Ponlas sobre el piano, Mamie.
Mamie cruzó la habitación, dejó las flores y se volvió hacia nosotros.
—La cena está servida.
Yo estaba sentado al lado de Darling Girl, que se pasó el rato diciendo tonterías.
— ¿Vas a pasar mucho tiempo aquí? —me preguntó.
—Me voy hacia la costa esta noche —contesté.
Júnior sonrió burlonamente y noté cómo miraba a su hermana.
—Renesmee estaba pensando en irse también a la costa —dijo—. Asegura que hay más posibilidades de encontrar trabajo.
—Será sobre mi cadáver —exclamó Jacob—. Ya tengo bastante trabajo para seguirle la pista aquí.
Mamie colocó la sopa ante nosotros.
— ¿Qué opinas, Edward? —Me preguntó con voz fingidamente dulce—. ¿Crees que hay más trabajo allí?
—No lo sé de cierto —contesté—. De todos modos, opino que si verdaderamente tienes talento, un sitio puede ser tan bueno como otro.
—Sólo te dejaré ir en el caso de que tengas algún trabajo seguro —afirmó Jacob.
Me miró directamente a los ojos.
— ¿Por qué no me das trabajo, tío Edward?
— ¡Basta! —Exclamó Denise—. Edward ha venido aquí para cenar, no para que se le moleste.
—No me importa, Denise, ya estoy acostumbrado a estas cosas y tengo respuestas fijas.
— ¿Por ejemplo? —preguntó Darling Girl.
—Manda tu fotografía. Haré que llegue al departamento de repartos...
—Y entonces, ¿qué sucede?
—Las meten en el cajón de «archiva—y—olvídalo».
Casi salté de mi asiento a causa del pellizco que me propinó.
—Siento haberlo preguntado —dijo con voz fría
Miré mi reloj.
— ¡Oh, ya es hora de que me vaya! Gracias por la simpática cena, Denise.
—Hemos disfrutado con tu compañía.
— ¿Puedes dejarme en algún sitio? —Preguntó Darling Girl—, pues voy a York Avenue y a ti te va de paso.
—De acuerdo —contesté.
—Iré hasta el coche con vosotros —dijo Jacob y se fue a buscar los abrigos.
—Hasta pronto, tío Edward —me dijo Júnior sonriendo, y nos dimos un apretón de manos. Miró en derredor rápidamente para ver si había alguien cerca—. Renesmee ha estado enamorada de ti desde que era una chiquilla —me susurró—. Por eso se ha quedado tan sorprendida al verte.
Lo miré muy aliviado; por lo menos había cosas que no sabía.
—Hasta pronto, Júnior.
Entramos en el ascensor y Jacob me miró.
— ¿Qué vamos a hacer con aquellas películas?
Darling Girl nos estaba contemplando con peculiar concentración y yo no contesté nada.
Las puertas del ascensor se abrieron.
—Tú vete al coche —le dijo a su hija—, quiero hablar un momento con Edward.
Ella le dio un beso y desapareció; vi cómo el chófer le abría la puerta, y cuando la cerró, Jacob se volvió hacia mí:
—Esta chica es un problema —me dijo—. Se pasa el tiempo saliendo con borrachos y vagabundos y yo no me atrevo a decírselo a su madre.
—Todavía es joven...
—Espero que encuentre a algún buen muchacho y siente la cabeza —añadió.
—Así será; dale tiempo.
Las palabras parecían salir de sus labios de mala gana.
—Siempre hemos sido amigos. Te lo diré claro. Si no hacemos el trato, y pronto, estoy perdido.
Vi a Darling Girl que nos estaba mirando desde el coche; me volví hacia él.
— ¿Cuánto necesitas?
—Cuatro millones de dólares.
— ¿Y Dave Diamond?
—No puedo acudir a él. Ya me ha hecho un préstamo de diez millones y ya está pinchando. —Respiró profundamente. — He tenido mala suerte últimamente, pero tengo dos películas casi terminadas que creo resultarán premiadas.
Siempre era así. Nadie hacía una película que no fuera a resultar ganadora. De nuevo dirigí mis ojos hacia Darling Girl; continuaba observándonos.
— ¿Qué tienes que no esté empeñado?
—Nada. —Se quedó pensativo por unos momentos. — Excepto los valores de mi compañía.
— ¿Y qué podrías obtener por ellos?
— ¿Ahora? —No esperó mi respuesta. — Ni cinco. Pero si tuviera la oportunidad de operar con esos cuatro millones, el valor de lo que poseo subiría a veinticinco millones en un año.
—Está bien —le dije—. Tomo el veinticinco por ciento de las acciones por los cuatro millones y te doy la opción para recuperarlo dentro de un año por el mismo importe o por su valor en el mercado; lo que esté más alto.
— ¿Quieres decir que Sinclair comprará el veinticinco por ciento de mi compañía?
—No, Sinclair no hará eso, lo haré yo.
Me cogió la mano y me dio un fuerte apretón. Por primera vez desde que lo conocía se quedó sin habla.
—Dile a tu abogado que me llame mañana al estudio —le dije, y me metí en el coche.
Caro me estaba costando haberme acostado con su hija. Al entrar yo, ella se apartó al final del asiento.
—A la Avenida Noventa, con York —dije al chófer—, y luego al Kennedy, a la «American Airlines».
—No —intervino ella—. Ha sido una simple excusa para salir de ahí; iré al aeropuerto contigo.
— ¿Para qué?
—Quiero hablarte.
Permanecí en silencio.
—Por lo menos puedes escucharme...
—Vamos directamente al aeropuerto —le dije al conductor.
Apretó el botón para subir el cristal de separación y quedamos aislados, sin que el chófer nos pudiera oír. Tomé un cigarrillo y lo encendí. Como me estaba mirando, le pasé el paquete.
Aspiró profundamente el humo, y luego se reclinó en su asiento. Se quedó mirando la cabeza del chófer, no a mí.
—Te quiero —dijo.
El coche pasó dos manzanas.
—No me crees, ¿verdad? —Continuaba sin mirarme. Yo no contesté. — Ya no soy una chiquilla, y me enamoré de ti cuando era muy pequeña. Siempre he estado enamorada de ti.
— ¿Por qué no me dijiste quién eras cuando viniste aquella noche?
—Primero lo hice como una broma, luego tuve miedo. Miedo de que te enfadaras y no me quisieras ver más.
De pronto me sentí muy cansado; apoyé la cabeza contra el respaldo y cerré los ojos.
—Ahora no tiene importancia —dije con hastío—. Todo ha terminado.
Oí que se movía y abrí los ojos.
— ¿Por lo de anoche?
—No.
—Entonces, ¿por qué?
—Porque soy demasiado viejo para empezar a corregir a niñas perturbadas emocionalmente.
— ¿Es eso lo que crees que soy?
— ¿Pues qué crees que eres?
Sus ojos se habían llenado de lágrimas, pero seguían mirándome.
—Como todo el mundo —contestó—. Un poco confusa y algo asustada, ansiosa de tenerlo todo antes de que acabe. ¿Qué te hace creer que soy diferente de las otras chicas que tienes?
—Quizás es precisamente eso —dije con dureza——. Que no eres diferente.
— ¡Oh! —de su garganta salió un grito sofocado como si la hubiera golpeado físicamente.
Cerró los ojos y permanecimos en silencio hasta que pasamos más allá del «Van Wyck Expressway» del aeropuerto. Tomamos por la rampa hasta llegar a la terminal.
—¡Edward!
La miré.
—Llévame contigo.
—No.
Pareció como si captara perfectamente toda la frialdad que había en mi respuesta. Su voz se hizo débil y suave.
—No me dejes, Edward, no tengo adonde ir.
El automóvil se detuvo y yo me apeé. Me incliné hacia el interior.
—Renesmee, ¿serías capaz de hacerte un favor a ti misma?
Me miró con los ojos abiertos de par en par.
—Haz lo que desea tu padre; búscate un buen chico y deja esa vida.
Empecé a cerrar la portezuela, pero ella apoyó la mano para impedírmelo.
—Edward, por favor...
—Basta ya, Renesmee, ya eres una persona mayor —le dije con aire cansado—. ¿No ves que no servirá de nada?
Cerré la puerta de golpe y caminé hacia el terminal sin mirar atrás.
|