Capítulo VII
—El señor Black está al teléfono —me dijo la señorita Fogarty.
Apreté el botón.
— ¡Hola, Jacob!
Su voz me pareció llena de reproches.
— ¿Por qué me odias, Edward?
Me reí.
— ¿Qué es lo que te hace pensar eso?
—Has puesto a Emmett Savitt contra mí, y ya sabes que nunca nos hemos entendido.
La palabra «entender» era algo que nunca le había oído decir.
—Mira, no lo he puesto contra ti —repuse—. El puede hacer lo que quiera; ahora es el presidente.
—Entonces, ¿de qué sirve ser amigos? —Preguntó Jacob—. Siempre hemos hecho los tratos directamente, cara a cara, ¿por qué ahora no?
—Eso ya no es mi trabajo, Jacob. ¿No querrás que pase sobre él, verdad?
—Claro —dijo pausadamente.
—No pienso hacerlo, Jacob; no es ésa mi manera de operar.
Durante un rato estuvo callado.
—Está bien; ¿significa eso que no vendrás a cenar esta noche si te lo pido?
—Pídemelo.
—Bueno, ¿qué te parece? Será como en los viejos tiempos. Júnior tiene vacaciones y Renesmee nos honrará con su presencia. Incluso, si quieres le diré a Denise que te prepare brust flanken.
—No hace falta que te molestes. Dame la dirección.
—Quinta Avenida, setecientos; a las ocho.
Jacob había subido en la vida. La Quinta Avenida estaba muy lejos del Bronx. Yo esperaba que la mitad de lo que había oído respecto a sus problemas no fuera cierto. Sería descorazonador que tuviera que volver atrás.
El intercomunicador dio un zumbido, y dijo mi secretaria:
—El señor Savitt y el señor Andrews están aquí y quieren verle.
—Dígales que entren.
Les abrió la puerta y entraron. Les indiqué que se sentaran frente a mi mesa, y segundos después aparecía ella con una bandeja y café. Cuando terminamos de saludarnos, el café ya estaba servido y las tazas frente a nosotros. Cerró la puerta al marcharse.
—Veo que Emmett y tú os entendéis. ¿Qué te parece la idea?
— ¡Estoy entusiasmado! —Exclamó con su potente voz de locutor—. Hace muchísimo tiempo que estaba esperando algo así.
—Me alegro —dije—. ¿Te ha contado Emmett también nuestros planes de introducirnos en el negocio de música y discos?
Andrews asintió.
—De pasada; pero ha dicho que tú me informarías ampliamente.
—Es una cosa muy simple, queremos una división aparte, y creo que tú eres el hombre adecuado para dirigirla. Conoces el negocio y todos los que se dedican a esto te respetan.
—No puedo creerlo. Es como si de pronto todo me fuera viento en popa.
—Pocos meses atrás tuve una oferta por parte de Joe Regan sobre comprar su compañía. ¿Qué opinas de los discos «Symbolic»?
Durante unos momentos se quedó pensativo.
—No es mala compañía. Musicalmente están muy introducidos y tienen buena cantidad de discos de calidad media que adquirieron cuando se quedaron con las antiguas compañías «Eagle Record» y «Music». Consiguen discos de éxito y tienen buena distribución.
— ¿Dónde desafinan?
Sonrió al oír que yo usaba su lenguaje.
—Administración y dirección desastrosas. Se rumorea que los financia la «Mafia» y que ejerce presión sobre ellos.
— ¿Tienes idea de a cuánto asciende la deuda? —le pregunté.
—He oído decir que de dos a tres millones de dólares —contestó— y al treinta por ciento de interés. No pueden levantar cabeza.
— ¿Tú crees que sería un buen asunto?
Asintió.
—Vale la pena obtener más información. La marca es apreciada en el mercado.
Me gustaba la actitud conservadora que se notaba en su acercamiento. Es extraño que conoces hace tiempo a un hombre, y realmente no sabes cómo es en el fondo. Yo hubiera sido la última persona en el mundo que me fiara de él en cuestión de negocios. Pero debía haberlo conocido mejor. Él personalmente había negociado su contrato con nosotros y fue un zorro. El contrato más ligado y previsor del mundo.
Llamé a la señorita Fogarty.
—Póngame con Joe Regan, de «Symbolic Records», de Los Ángeles. —Luego me volví hacia ellos—. Y ahora vamos al show, ¿cuáles son los planes?
—He pensado que Bob podría marchar a la costa después de primero de año y empezarlo todo —repuso Emmett.
—Ahora tengo unas cuantas cosas para estas fiestas; no puedo dejarlas de lado —explicó Andrews—. Hago el show de rock, en Nueva York, en el viejo Brooklyn Fox.
—Me parece muy bien —dije.
En aquel momento sonó el intercomunicador.
—El señor Regan al habla.
Tomé el teléfono.
— ¿Qué tal, Joe?
Su voz tenía eco y me hizo el efecto de que se encontraba en una cabina, con otras personas para que pudieran oírme. —No puedo estar mejor, ¿y tú, Edward?
—Bien —repuse—. Se me ha ocurrido llamarte para saber si hay algo nuevo sobre lo que estuvimos hablando meses atrás.
—No ha pasado gran cosa más, Edward —contestó—. Hemos tenido un par de ofertas, pero no eran del estilo que nos interesa. Por ahora la cosa no está mal. Tenemos un par de discos en las listas.
— ¿Todavía estás interesado en que hablemos?
—Podría ser —contestó cautelosamente. Luego lo soltó todo con esta pregunta—: ¿Cuándo quieres que nos veamos?
—Mañana estaré en California. ¿Por qué no vienes al estudio a comer?
— ¿Te parece bien a las doce y media?
—Perfecto —dije y colgué—. Ya habéis oído la conversación; nos veremos mañana. —Me puse en pie. — Ya os mantendré informados.
Abandonaron la oficina y Fogarty apareció en el intercomunicador.
—Mientras usted estaba conversando, la señorita Darling ha llamado dos veces. ¿Quiere que se la localice?
—No —contesté, y corté la comunicación. Luego apreté el botón.
—Diga, señor Cullen.
—Si llama de nuevo la señorita Darling, dígale que no tengo interés en hablar con ella.
Durante un momento, Fogarty se mantuvo en silencio.
— ¿Se lo digo así?
—Así mismo —dije, y colgué.
Me abrió la puerta la propia Denise.
— ¡Edward! —dijo sonriendo—. Ha pasado mucho tiempo...
Le di un ramo de rosas y la besé en la mejilla.
—Demasiado, pero tú pareces mucho más joven.
—Gracias —contestó—. Ahora ya entiendo por qué me gusta tanto verte: vas estupendo para mi «ego».
La seguí hasta la salita de estar. Por las ventanas se podía divisar el parque cubierto de nieve y el ruido del tráfico nos llegaba apagado a los oídos.
— ¿Qué te apetece beber? Jacob se está duchando, saldrá en un momento.
Una doncella me trajo la bebida; la probé; estaba buena.
—Es una habitación encantadora.
—Me alegro de que te guste —repuso Denise complacida. Luego le dio las flores a la doncella—. En California no se puede decorar del mismo modo que aquí.
Asentí. Su salón de California era mucho menos ceremonioso.
— ¿Estás contenta de haber vuelto? —le pregunté.
—Sí, y Jacob también lo está. Realmente nunca le gustó California del todo; es neoyorquino hasta la médula.
Apareció Júnior en la estancia; casi era tan alto como yo, delgado y esbelto, algo desmañado y con el pelo relativamente largo. Se acercó a mí con la mano extendida.
— ¡Tío Edward!
Nos dimos un apretón.
— ¡Júnior! —exclamé—. ¿Qué tal? —Le sonreí burlonamente—. O tú creces o yo me hago más pequeño. Por lo menos hacía tres años que no te había visto.
—Es cierto —repuso él riéndose—. En mi bar mitzvah.
Asentí.
—Fue cosa de bailar, ¿verdad?
Júnior se rió de nuevo.
—Seguro que sí. Y mi padre llevaba la batuta.
En aquel momento apareció Jacob.
— ¿Qué te parece? —me preguntó, refiriéndose al apartamento.
—Es fabuloso —contesté.
Se volvió hacia Denise.
— ¿Dónde está Renesmee?
—En seguida vendrá —contestó Denise.
—Son más de las ocho —exclamó. Luego se volvió hacia mí—. Esta hija mía no tiene idea del tiempo ni sentido de la puntualidad. Siempre llega tarde.
—No te preocupes —dije—. Tengo tiempo; no me iré hasta las once, voy a tomar el avión de medianoche.
— ¿Vuelves a la costa?
Asentí.
Sonó el timbre.
—Debe de ser ella —dijo Jacob—, voy a verlo.
Me volví hacia Denise. Pudimos oír la voz de Jacob, que provenía del otro cuarto.
— ¿Qué significa esa manera de vestirse? —gritó—. ¡Si tu falda fuera un poco más corta, tendrías que afeitarte!
No pudimos oír su respuesta.
Júnior sonrió maliciosamente.
—Ya está otra vez papá.
Al oír que entraban me volví hacia la puerta; Jacob lo hizo al momento, pero ella se quedó parada, observándome y otro tanto me sucedió a mí.
Jacob se detuvo y miró a su alrededor.
—Renesmee, recuerdas al tío Edward, ¿verdad?
Dudó por unos segundos, luego se me acercó con la mano tendida.
—Por supuesto que sí —dijo.
Tomé su mano y pude darme cuenta de que bajo su capa de maquillaje, su cara estaba muy pálida. En sus ojos había una extraña mirada de miedo.
Por encima de su espalda pude ver a Júnior que nos .estaba observando con una peculiar y divertida sonrisa. De pronto, comprendí que era la única persona de la habitación que ya sabía de antemano lo que iba a suceder.
—Pero creo que ya soy un poco demasiado mayor para seguirte llamando «tío» —dijo «Darling Girl».
|