Capítulo III
Me quedé bebiendo whisky junto al mueble bar. Todo me parecía hundido para mí. Sencillamente no quería sobreponerme. Quizás había pasado media hora cuando volvió ella.
— ¡Eh...! —Exclamó desde la puerta—. ¿Piensas pasarte toda la noche ahí sentado, bebiendo?
Me volví a mirarla.
Entró en la estancia y colocó entre sus labios un cigarrillo.
—Dame fuego —pidió, inclinándose hacia mí.
Le acerqué una cerilla y el acre olor de marihuana inundó rápidamente la habitación.
— ¿Te apetece una pipada?
Sin contestar, tomé su cigarrillo, y aspiré profundamente, llenando mis pulmones con el humo; pero no sentí nada. Las cosas aquella noche no parecían ir bien.
Me cogió el cigarrillo.
—Chico..., no estás en forma.
No contesté.
— ¿Quieres que me vaya?
Tardé algo en tomar una resolución.
—No —respondí finalmente.
Aspiró el cigarrillo con fruición; sus ojos parecían oscurecerse.
— ¿Es que piensas estar mirándome toda la noche?...
Empezaba a arrastrar las palabras.
—Quizá.
—Está bien, si eso es lo que quieres... —Atravesó la estancia y dirigiéndose hacia el tocadiscos, lo puso en marcha. — ¿Te importa si pongo algo alegre?
Le sonreí.
—Diviértete.
Empezó a balancearse al ritmo de la música; luego continuó fumando y de nuevo me pasó el cigarrillo de hierba. Permanecí contemplando sus movimientos de danza, y poco a poco, moviéndose por toda la habitación, se dedicó a ir apagando las luces, hasta que solamente quedamos iluminados por el débil resplandor que proporcionaba la luz del bar. Luego se dirigió al dormitorio, y yo me quedé dando unas chupadas al cigarrillo; al cabo de un instante ya estaba de vuelta.
Yo fijé mi atención en el mueble bar. La estancia estaba saturada de una extraña mezcla de olores a hembra, a hierba y a whisky. Tomé mi vaso.
—Prepárame uno —me dijo desde la puerta.
Me volví para observarla; ya estaba completamente vestida. En un vaso puse hielo y un poco de whisky.
Lo tomó de mis manos. Hizo chocar los vasos. De una vez, terminó todo el contenido y se encaminó hacia la puerta. Tomó el abrigo y se arropó con él. Se paró y se volvió a mirarme.
—Buenas noches —dijo.
—Buenas noches.
Se cerró la puerta tras ella, pasaron varios minutos, y yo seguía con el vaso en la mano. Luego sonó el teléfono interior y lo descolgué.
Me estaba llamando desde abajo.
—Me he olvidado de decirte una cosa.
— ¿Qué es, «Darling Girl»?
—Te quiero —dijo, y colgó.
Aquella noche me atormentaron los sueños. Sucedía cada vez que volvía al apartamento. Bella estaba allí. Puede que Jaco tuviera razón; debía haberme mudado.
Pero no lo había hecho; y allí estaba ella. Habíamos vivido tan unidos... y luego nada..., se había marchado y ya nunca más volvería.
Di vueltas en la cama y arrojé aquellos sueños. Basta. Abrí la caja de mis pensamientos y los aventé. No iba a cometer el mismo error. Era mejor como estaba ahora. Sin lazos, sin ataduras. Tranquilo todo. Vas y vienes a tu gusto; sin ningún sentimiento de culpabilidad porque tenías algo más que hacer, o algo más en tu pensamiento. Pero seguía recordando el principio de nuestras relaciones.
Maravilloso, como nunca había conocido antes ni conocí después. Pero luego, dolor... sólo dolor.
Basta; aparté de mi mente el pensamiento e intenté dormir. Ahora fue un sueño loco; aparecía «Darling Girl»..., bailando de nuevo, sólo que tenía la cara de Bella y me estaba sonriendo con la sonrisa de Bella.
La misma sonrisa que ponía ella cuando empezaba a excitarme; intenté tomarla en mis brazos, y Bella se desvaneció. Me senté en la cama y abrí los ojos en la oscuridad.
La habitación estaba vacía y silenciosa. Momentos después me levanté y tomé un somnífero. Esto lo consiguió. Me dormí con el pensamiento de pasarme por el sanatorio donde estaba instalada Bella. Pero una vez más no acudí.
Me despertó el sonido del teléfono y contesté todavía entre sueños.
Era Ángel que me llamaba desde el vestíbulo.
—He estado tocando el timbre y como no abrías, he bajado y he llamado desde aquí.
—Sube.
Hablé con la telefonista, y ordené que me subieran el desayuno. Luego pasé al cuarto de baño y me mojé la cara con agua fría.
Ángel se moría de curiosidad, pero no me hizo ninguna pregunta y por mi parte no tenía ganas de darle información alguna. Me bebí el café y entramos en materia.
Se había movido deprisa. Tenía todas las estadísticas, todos los costes y todas las respuestas. Era brillante, duro y ambicioso, y no iba a desprenderse de esta cualidad. Al menos mientras Sinclair estaba observando.
A medida que lo escuchaba, se me fueron aclarando las cosas. Por muy inteligente que se creyera, vivía en la superficie. Era Sinclair quien, por debajo, estaba agitando las aguas. Lo único que había logrado Ángel era que el viejo hubiera acudido a él.
La cuenta era bien sencilla: hacíamos programa especial dos noches al mes, y en un principio fueron acogidos con gran entusiasmo, incluso por parte de sus patrocinadores. Por fin se había hecho algo de cuya participación podían estar satisfechos. Luego llegaron las estadísticas.
El entusiasmo sobrepasaba a las estadísticas. Se hundió. Inmediatamente consideraron las estadísticas en función de las ventas, y empezaron a reflexionar y a buscar una salida airosa. Como siempre, apareció la vieja razón: echar la culpa al público. Después de todo él es quien elige los canales.
Sinclair sabía mi compromiso en el programa, y ésa fue su manera de decirme que no estaba contento. El inició el juego; Ángel era sólo una pieza del tablero.
Pero el viejo estaba perdiendo su toque. Salir de caballo—rey fue una mala apertura. Estaba a punto de perder a Ángel.
—Buen trabajo —dije—. Me gusta tu manera de pensar y tus conjeturas son acertadas.
—Gracias, Edward —dijo Ángel, regodeándose visiblemente.
Me senté y durante unos momentos permanecí pensativo.
— ¿Tienes algún buen elemento en el programa de día?
—Pete Reiser —respondió—. Lo tengo en deportes, pero creo que está preparado.
—Estupendo, te traslado a la programación especial. Esto significa un ascenso y quince de los grandes más por año. Voy a dejar en tus manos todo el asunto. Tengo la absoluta confianza de que lo enderezarás.
Me miró perplejo.
—No te arrepentirás, Edward, me voy a partir el pecho.
—Ya sé que lo harás, pero tendrás que vigilar a Reiser hasta que sepamos seguro que puede hacer su trabajo.
—No te preocupes, Edward. Comprendo.
—Creo que será mejor que te vayas a la costa y eches una ojeada al resto de los shows. Quiero saber tu opinión.
—Esta noche tomaré el avión. —Se puso de pie. — Por cierto, ya tengo el informe preparado para Sinclair. ¿Qué debo hacer con él?
—Mándaselo, por supuesto.
—Así que mi chica termine de pasarlo a máquina, te mandaré una copia.
—Gracias.
Esperé a que hubiera abandonado el apartamento para tomar el teléfono. No necesitaba cerciorarme de si ya había mandado el informe a Sinclair. Yo recibiría el mío cuando él creyera que ya había pasado un tiempo prudencial para su seguridad.
Desperté a Emett Savitt, que estaba en su casa.
—Ángel Pérez va hacia ahí. Sepúltalo.
—No te preocupes, tendrá un entierro de primera.
—Cuando termines todos esos arreglos, toma un avión y vente hacia aquí.
— ¿Para qué?
—Quiero que manejes el contacto Hale—Black.
—Un momento —dijo—. Eso empezó al más alto nivel. Significa que has sido elegido. Sinclair nunca dejaría que nadie, excepto el presidente, se ocupara de ello.
—Tú ven aquí, que yo me ocuparé de Sinclair.
Colgué el teléfono y encendí un cigarrillo. Sinclair quería jugar. Tenía derecho; suyas eran pelota y pala.
Pero iba a llevarse unas cuantas sorpresas. Había una nueva serie de reglas. Tendría que aprenderlas, y la primera era que no debía jugar.
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