Mi querida Bella:
Ante todo,debo pedirte que perdones mi inexcusable conducta de esta tarde.Tu reacción ha sido un signo claro del horror que mi comportamiento te ha producido.Debo confesar que a mí también me ha sorprendido.
No soy quién para censurar tus valores ni las decisiones que tomes en la vida.
No estaba disgustado contigo.En todo caso,me rebelaba contra mi nueva situación,que me obliga a buscar algo más que amor en una mujer.Como bien dices,debo encontrar una mujer que pueda proporcionarme un heredero.
Siempre había creído que el amor sería el único criterio necesario para elegir esposa.Aunque ni siquiera eso es del todo cierto,porque nunca he entendido la búsqueda de mi alma gemela como una elección sino más bien como una confirmación silenciosa que se apoderaría de mí en el momento más inesperado:la de una entrega correspondida.
Sé que me crees un tonto romántico,pero crecí rodeado de un amor así.Saber que existe y no buscarlo,me parece muy triste.
No renunciaré a la idea por completo,pero consideraré seriamente tus inquietudes y tendré presente que no puede haber más que amistad entre tú y yo.
Ten por seguro,querida mía,que no volveré a sobrepasar los límites que nos separan.Renunciaré al calor de tus labios en los míos,al aroma de tu perfume inundándome los sentidos,a la presión de tus curvas contra mi pecho,al sonido de tus gemidos y al tacto de tus brazos a mí alrededor.Renunciaré a todo ello porque es lo que deseas.
Has sido amabilísima conmigo desde que llegué a Londres.No era mi intención compensarte haciéndote infeliz.Entiendo qué lugar ocupo en tu vida y lo acepto.
Te necesito,Bella,para encontrar esposa.Y haré cuanto esté en mi mano,por poco que sea,para ayudarte a conseguir a tu duque.
Tu devoto servidor,
EDWARD CULLEN
Séptimo conde de Forks.
Bella estaba sentada en su biblioteca,mirando por la ventana,mientras Alice,a su lado,le leía en voz alta el último montoncito de correspondencia.Una condesa recibía una cantidad atroz de correo y debía enviar abundantes respuestas.Al tomar a Alice a su servicio,Bella le había explicado que quería evitarles a sus ojos el constante esfuerzo de aquella lectura.Tampoco quería mancharse los dedos de tinta,de modo que Alice se encargaba igualmente de escribir.
Ambas habían ideado una solución.Primero,Alice le leía la carta en voz alta.Bella la releía después por encima si consideraba que contenía información importante y le facilitaba a Alice la respuesta,que ésta escribía diligentemente.
A Bella le iba a costar muchísimo responder a las consultas de aquel día,porque apenas podía recordar lo que le había escrito cada persona.Era tan impropio de ella estar tan descentrada.¿Qué pensaría Alice cuando la oyera farfullar incongruencias en lugar de sus decididas respuestas de siempre?
¿Cómo iba a explicarle que no podía dejar de pensar en el beso de Edward?Ni siquiera después de su refrescante paseo por el parque había olvidado el dulce aroma del conde y el recuerdo de la pasión que bullía entre los dos no cesaba de atormentarla con lo que podría ser si ella no temiera tanto las consecuencias.
Nunca se había considerado una cobarde,pero en lo relativo a él sin duda lo era.
Oyó ruido en la puerta y agradecida por la momentánea distracción de sus mórbidos pensamientos,dirigió la vista hacia allá.El mayordomo se presentó ante Bella pacientemente,con una bandeja de plata en la mano.Como todos los sirvientes de la casa—también Alice,por cierto—trabajaba para el conde de Forks,porque era él quien les pagaba su salario.Bella entendía que si alguna vez se veían en la obligación de hacerlo,su lealtad sería para él.En realidad,ella no era más que una invitada y temía el momento en que Edward se percatara de eso.
—¿Sí,Jasper?
—Ha llegado una carta de su señoría.
El corazón le latía dolorosamente contra el pecho y le costaba respirar.
—¿De lord Forks?
Le sorprendió el elevado tono de su propia voz,que recordaba al chillido de un ratón acorralado por un enorme gato de aspecto feroz.
El mayordomo,como correspondía a su cargo,sin dar muestra alguna de que la reacción de Bella le pareciera fuera de lugar,contestó discretamente.
—Sí,señora.
Le pareció que su capacidad de pensar con claridad había salido de la estancia cuando Jasper se había adentrado en ella.¿Qué podía querer Edward?¿Por qué le enviaba una carta?¿Le hablaba sobre su encuentro de aquella tarde?¿Lo describía con detalle?¿Pedía otra sesión?¿Le exigía otro beso a cambio de asignarle una pensión?
Paralizada ante aquel oscuro túnel,vio cómo Alice,guiada por años de costumbre,tomaba la carta de Jasper y con un estilete de plata de intrincado diseño,rompía el sello del sobre y se disponía a leer el contenido en voz alta.
—¡No!—Bella se puso en pie con un respingo,luego se esforzó por recuperar la compostura mientras sus dos empleados la miraban fijamente,como si no conocieran a aquella mujer que actuaba de forma tan impropia—.Yo me encargo de ésta—aclaró Bella tendiéndole la mano.
—¿No quiere que se la lea yo primero?—inquirió Alice con un frunce de cejo que acentuaba la curvatura de su nariz.
¿Y arriesgarse a desvelar su encuentro privado con lord Forks esa tarde?No,mejor no.
Aunque sabía que Alice era la discreción en persona,también consideraba indispensable mantener en secreto que Edward la había besado—y que ella le había devuelto el beso—hasta que se recuperara.De esa forma resultaba mucho menos embarazoso.Sin dignarse a responder a la pregunta de Alice,chasqueó los dedos impaciente.
—La carta,Alice,por favor.—E incluso sin favor.
—Como quiera,milady.—Alice le entregó el sobre a Bella.
—Puedes irte—le ordenó Bella—.Quisiera estar sola un momento.
Tan pronto como se fueron los sirvientes y se cerró la puerta,Bella volvió a su silla junto a la ventana.Sacó la hoja del sobre,la desdobló y la sostuvo a la luz del atardecer.
A pesar de su aprensión hacia lo que él pudiera haber escrito,sonrió.Sabía que escribiría con trazo nítido,grueso y distinguido.Recorrió lentamente con los dedos las palabras allí plasmadas,tan hermosas,tan elegantes,tan perfectas.
Siempre había intuido que sería así.Después de todo,Edward era profesor y Bella sabía que predicaba con el ejemplo.
Los ojos se le inundaron de lágrimas.En aquel preciso momento,habría renunciado felizmente a su merecido título por poder leer lo que él había escrito.
Con la carta en la mano,Bella se retiró a sus aposentos.Deseaba saber lo que Edward le decía pero no tanto como para arriesgarse a pedirle a Alice que le leyera la carta,sobre todo después de haber quebrantado la costumbre.¿Cómo explicaría aquella repentina alteración sin parecer caprichosa?No podía revelar la verdad:que no sabía leer.
Era su secreto más vergonzoso:su incapacidad de descifrar la compleja maraña de garabatos que daba lugar a las palabras y que permitía a las personas comunicarse por escrito.
Envidiaba a los que sabían leer,a los que podían abrir un libro y dar vida a una historia hasta entonces oculta en la mente de alguien,averiguar con un solo vistazo a un periódico lo que ocurría en el mundo,ver un letrero en un escaparate y entender inmediatamente lo que decía aunque no lo acompañara un dibujo.Los que sabían leer lo daban todo por sentado,porque podían compartir con otros sus experiencias y pensamientos.Incluso con desconocidos.No valoraban la inmensidad de su mundo,mientras ella se ahogaba en la pequeñez del suyo.
Había pasado los primeros años de su vida en la pobreza de las calles,sujeta a la falda de su madre mientras ésta vendía su habilidad con la aguja y a veces su propio ser.Los recuerdos no eran agradables.
Tenía ocho años cuando su madre la llevó al hogar infantil.Si hubiera sido más pequeña,posiblemente habría aprovechado la enseñanza que ofrecían,pero era demasiado orgullosa para admitir que no sabía leer ni escribir.Su don era la memorización.Podía pedirle a alguien que le leyera algo y repetir lo que había oído casi literalmente.Pensó que si fingía que sabía leer y escribir,ambas habilidades terminarían por cuajar en ella y lo fingido se haría realidad.
Sin embargo,sólo había aprendido a simular extraordinariamente bien y a lograr que los demás creyeran lo que ella quisiera.Se hizo indispensable en la gestión de tareas,por lo que a menudo la llamaban para trabajar en lugar de estudiar.Llegó a ser una especie de maga que proporcionaba distracciones con las que ocultar la verdad y manipulaba los hechos para que pareciera que realmente había habido magia.
Todos pensaban que era listísima,incluso ella misma,hasta que se dio cuenta de que con su astucia había perdido toda esperanza de aprender a leer algún día.Ya era demasiado tarde.
Pero entonces su mundo volvió a cambiar.La condesa de Forks empezó a colaborar como voluntaria en el hogar infantil para aliviar el dolor que le había producido la muerte de su hijo en América.
Le gustó Bella.Y a Bella le gustó la condesa.Cuando al cumplir catorce años la condesa le propuso tomarla como acompañante,Bella vio la oportunidad de mejorar.La condesa nunca le había exigido que leyera.Le interesaba la conversación y así Bella aprendió a hablar como una dama,con la entonación y el vocabulario propios de cualquier mujer instruida.Un vocabulario cuyas palabras nunca podría deletrear y jamás identificaría si las veía impresas.
Pero sabía hablar bien,podía engañar al mundo.Entonces se convirtió en condesa y obtuvo el medio de mantener por siempre enterrado su secreto más humillante donde nadie pudiera descubrirlo:una ayudante.
Se acercó a su tocador y abrió el cofre con incrustaciones de oro en el que guardaba sus valiosas joyas.Retiró una bandeja y después la de debajo.Con cuidado,sacó el resto de las joyas y las apartó.Luego introdujo una uña por una ranura que había entre el canto del cofre y su fondo aparente,invisible hasta para los ojos más perspicaces y apartó la tapa que cubría el falso fondo.
Colocó la carta de Edward encima de otra que nunca había leído.La condesa se la había dado en su lecho de muerte.
—No se la enseñes a nadie—le había susurrado—.Y no la leas hasta que mi marido haya muerto y esté enterrado,porque no quiero que vea la verdad en tus ojos.Aunque me satisfaría verlo derrotado,no deseo que todo lo que he conseguido se eche a perder antes de tiempo.Confío en ti y sólo en ti.Sé que te encargarás de que se cumplan mis anhelos.
Y Bella se habría encargado de que se cumplieran,si hubiera sabido cuáles eran.En incontables ocasiones desde la muerte de Forks había pensado en darle aquella carta a Alice y pedirle que se la leyera en voz alta,pero la condesa había escrito algo que no quería que supiera nadie más y se lo había confiado a Bella.
Así que sólo le quedaba preguntarse cuál había sido la última voluntad de la pobre mujer que ella no había podido ejecutar.Ni siquiera había podido fingir que lo hacía,dado que no tenía la menor idea de qué le había podido pedir.No disponía de una sola pista.Tal vez deseaba que escupiera sobre la tumba de su marido.Aunque Bella ya lo había hecho.Dos veces:una por sí misma y otra por la anterior condesa,por si aquélla había sido su voluntad.Sabía que el viejo conde no había sido más bondadoso con su primera esposa que con ella misma.
Había supuesto que la primera quería vengarse de algún modo pero no tenía ni idea de cómo.Aun así,a Bella le satisfacía saber que independientemente de lo que fuera,habría cumplido aquella última voluntad tan bien como hubiera podido de haber sabido en qué consistía.
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