Capítulo IV
Se sentaron en la parte trasera de la «limousine».
—A la residencia de Dave Diamond, en Bel Air —dijo Jacob al chófer.
—No —repuso Rose—, llévame al hotel.
—Sólo estaremos un momento, cariño; le he prometido a Dave que antes de volver a casa pasaríamos a tomar la última copa.
—No —repitió testaruda—, ya estoy harta de tanta fiesta estúpida.
—Pero es importante que estemos a buenas con él. Dave va a financiar tus dos próximas películas.
—Si es tan importante, llévame al hotel y luego vas tú.
Se arrellanó en un rincón del asiento y se puso a contemplar por la ventanilla el tráfico de la carretera de la costa.
—Está bien —y dijo al chófer—: Llévenos al hotel.
Permanecieron silenciosos hasta que el coche tomó por el Sunset boulevard y empezó a ascender por las montañas hacia Los Ángeles.
— ¿Qué es lo que te pasa? —preguntó Jacob finalmente.
—Nada.
—Algo tiene que ser. Al principio, esta noche, estabas muy contenta.
Ella no contestó nada.
Jacob buscó su mano, pero ella la apartó con furia.
—De acuerdo; haz lo que quieras.
Siguieron sin hablar hasta que se encontraron en las cercanías de Brenwood. Las luces de una pequeña tienda se perdieron de vista cuando ella se volvió hacia él.
— ¿Vas a quedarte esta noche? —le preguntó.
—No.
— ¿Por qué no?
—Por Dios, cariño, esta semana ya he pasado una noche fuera de casa. No puedo inventarme tantas excusas para Denise. Si se enterara de algo me mataría.
Deliberadamente ella dejó que su tono de voz fuera despreciativo:
—Si todavía no se ha enterado debe de ser estúpida.
El no contestó.
—Vosotros, los americanos, sois unos cobardes, no puedo entender por qué no os divorciáis. Claro que en ello entran varias cosas como por ejemplo: las propiedades, las tasas..., pero Nickie no dudó un momento, sino que dejó a su mujer y se vino conmigo.
—Esto no es Europa —dijo Jacob para defenderse—. Aquí todo es diferente, y una cosa así no se acepta.
—Claro, ¿y entonces tengo que vivir sola en el hotel como una puta a la que vas a visitar cuando lo necesitas?
De nuevo buscó su mano, y en esta ocasión pudo retenerla.
—Eso que me dices no es cierto, cariño —le dijo encarecidamente—, y tú lo sabes. Conoces mis sentimientos hacia ti.
— ¿Qué sientes por mí, señor Jacob Black, gran productor?
—No seas sarcástica. Te quiero.
—Si me quisieras, esta noche te quedarías conmigo. Esta noche te necesito; además, ya sabes que odio dormir sola.
—No puedo —repitió Jacob desesperadamente.
Ella escondió su cara en el regazo de él.
—Ya sabes cómo me gusta dormir, cogiéndote con la mano toda la noche...
—No hagas que me cueste más. Quizá mañana pueda encontrar una excusa; pero hoy he prometido que volvería a casa.
— ¡Lo has prometido!... —apartó su mano violentamente y se puso a llorar.
— ¡Rose!...
De manera torpe Jacob intentó pasarle la mano por el cabello. Furiosamente, ella la apartó.
— ¡No me toques! —exclamó rabiosamente.
Notó cómo la sangre afluía en el reverso de la mano donde ella le había clavado las uñas. Se la llevó a la boca y estuvo chupando el rojo líquido.
—No sé por qué te hice caso —dijo ella entre sollozo y sollozo—. Nickie me dijo que no eras como él, que yo no te importaba y que lo único que querías era aprovecharte de mí.
— ¿Aprovecharme de ti? —ahora estaba enfadado, toda aquella escena era demasiado para él—. ¿Aprovecharme de ti, zorra tirada? He logrado que ganes más de medio millón por película y, ¿aún tienes que decirme eso? Tú has venido sólo por una razón: tú vas adonde hay dinero.
Bruscamente dejó de sollozar. Esta era la primera vez que él le había levantado la voz. La expresión de la actriz cambió por completo.
— ¿Me quieres? —dijo Rose con voz repentinamente tranquila.
—Por supuesto que te quiero, bruja —dijo él con violencia—. ¿Por qué si no crees que estoy contigo, arriesgando mi matrimonio, y teniendo que aguantar las risas de mis amigos, que piensan que soy un viejo verde?
Ella tomó su mano y apretándola contra sus labios, chupó la sangre.
—Te he hecho daño —exclamó—. Lo siento; tu pequeña lo siente mucho...
Jacob suspiró profundamente.
—Está bien. Olvídalo.
La «limousine» avanzaba ahora por la avenida del hotel Beverly Hills. Rose se le acercó.
— ¿Quieres entrar un momento?
El no contestó.
—Te prometo que será por poco rato —continuó diciendo mientras le pasaba la lengua por la palma de la mano—. Solamente el tiempo necesario para que veas lo arrepentida que estoy.
Jacob conocía muy bien su sentido de «el poco tiempo». Empezó a sentir una gran lasitud.
—Mañana por la noche —le dijo—, mañana me tengo que levantar muy temprano.
— ¿Me lo prometes?
—Sí.
— ¿Ya no estás enfadado conmigo?
—No.
El coche se detuvo y el chófer salió y dio la vuelta para abrir la portezuela. Abrió, y se quedó esperando.
—Ha sido a causa de tu amigo —dijo Rose abruptamente.
Jacob quedó sorprendido.
— ¿De mi amigo?
—Sí, ese que trabaja en la televisión. No me gustó nada su manera de mirarme.
—Debes de estar equivocada. Edward es un gran admirador tuyo.
—No, no le gusto nada y puedo decírtelo con seguridad. Además, ¿cómo es que te presentó a aquella muchacha para que interviniera en la película?
—No sabía que tú ibas a interpretarla.
—Sí, lo sabía. Antes de que tú aparecieras, se lo estuve diciendo y de todos modos se empeñó en que la conocieras.
Jacob no dijo nada.
—Quizás el motivo de que me mire así sea debido a que es un buen amigo de tu mujer.
— ¿De que te mire cómo?
—Como si yo fuera una vagabunda —bajó del coche—. No quiero verlo nunca más.
También Jacob descendió del vehículo.
—Estoy seguro de que te equivocas. Edward no es de esa clase de personas.
—Es amigo tuyo y no voy a decirte nada más. No está bien que una mujer se interponga entre dos amigos.
—Para la próxima vez que venga —dijo Jacob—, arreglaré una comida. Solamente estaremos los tres y así verás que estás equivocada.
—Puede que así sea —acercó su mejilla para que él le diera el beso de despedida—. Buenas noches, Jacob.
Permaneció de pie, inmóvil, hasta que la vio desaparecer en el interior del edificio, y luego pesadamente, volvió al coche. En lo único que era capaz de pensar era en meterse en la cama lo antes posible y dormir profundamente. Esperaba que Denise no lo estuviera aguardando, pues aquella noche no tenía ánimos para empezar a decirle mentiras.
Denise estaba en la cama, y cuando oyó el coche, cerró el libro que tenía entre las manos y se quedó escuchando. Oyó cómo cerraba la puerta principal, y luego sus pisadas al subir las escaleras. Rápidamente apagó la luz y se tapó.
Notó cómo se abría suavemente la puerta del dormitorio, y la luz de la salita iluminó débilmente el cuarto. Apretó los ojos con fuerza, y procuró que su respiración pareciese suave y uniforme, como si estuviera dormida. Silenciosamente, Jacob penetró en la estancia, y ella notó que la estaba mirando. Permaneció inmóvil y después de unos segundos, que a ella le parecieron eternos, él se dio media vuelta y salió.
En medio de la oscuridad pudo oír una serie de sonidos que le eran familiares: el golpe sordo al quitarse los zapatos, el roce que producían los pantalones y la camisa al desnudarse. Oyó cómo se dirigía al lavabo y luego al dormitorio contiguo, que era el de invitados.
Volvió su cara contra la almohada, y empezó a llorar. Eran suaves y apagados sollozos. Hollywood. Lo odiaba.
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