Hollywood 1960—1965
LIBRO TERCERO
JACOB BLACK
Capítulo I
El policía de la verja de los estudios de la «Trans—World» le saludó al entrar la limousine en el recinto.
—Buenos días, señor Black.
—Buenos días —dijo Jacob desde el asiento trasero—. Parece que va a hacer un día estupendo.
—Seguro que sí, señor Black —contestó el policía—. No hay neblina.
La limousine prosiguió su marcha por la calle que se encontraba a la derecha de la verja. Pasó ante una fila de edificios de las oficinas de administración, y finalmente se detuvo ante una oficina de dos pisos situada en un ángulo. El coche aparcó en un espacio donde podía leerse: «Reservado para el señor Jacob Black».
Un hombre del servicio de limpieza estaba sacando brillo a la placa de metal colocada a la entrada, y en la que ponía: «PRODUCCIONES SAMARKAND».
Al ver que Jacob se acercaba, le saludó:
—Buenos días, señor Black.
Jacob anduvo a lo largo del corredor hasta llegar a su oficina, para lo cual tuvo que dar la vuelta a todo el edificio. Al mismo tiempo que penetraba en la estancia por su propia puerta su secretaria lo hizo desde su oficina.
—Buenos días, señor Black.
—Buenos días, señorita Jackson —contestó, dirigiéndose a su mesa.
Ella colocó ante él una serie de papeles.
—La señora Black acaba de llamar, diciendo que se ha olvidado usted de tomar las píldoras para la gota antes de salir de casa.
Se dirigió al bar, y volvió con un vaso de agua y dos píldoras.
—Está bien —dijo él gruñendo. Se las tragó—. Apuesto lo que sea a que soy el único hombre en el mundo que tiene gota comiendo salchichas kosher¡.
Ella colocó otra píldora ante él.
— ¿Qué es esto? —preguntó Jacob con sospecha.
—Su píldora para la dieta. Hoy puede tomar hasta mil quinientas calorías. La señora ha dicho que para desayunar ya ha tomado trescientas y que a la hora de cenar le suministrará ochocientas. Eso significa requesón para comer.
— ¡Esto es mierda! —exclamó mientras se la tomaba—. Bueno, y ahora, ¿podemos empezar a trabajar?
—Sí, señor.
Tomó los papeles que se encontraban sobre la mesa y les echó una ojeada.
—El Arco de Washington se proyectará en la sala número tres, a las once.
—Bien.
—Aquí tengo cifras de taquilla comparativas de El Gallo de Acero. Está de setenta a ciento veinte por ciento, sobre Las Hermanas.
—Estupendo. Ya lo miraré.
Ella consultó sus notas.
—El señor Cohen ha llamado desde Nueva York, dijo que le gustaría hablar con usted a las cinco, hora de allí.
Jacob asintió.
—También ha llamado el señor Luongo desde Roma; la nueva película de la Barzini lleva ya una semana de retraso.
—Es normal. Hace sólo tres semanas que la hemos empezado; de todos modos llámelo, quiero hablar con él.
—Los señores Schindler y Ferrer, del departamento de producción, desearían tener una reunión con usted cuando pueda; ya han calculado las previsiones y el presupuesto de El Ganador, y les gustaría revisarlo todo con usted.
—Los veré antes del almuerzo.
—Muy bien, señor. Ha telefoneado el señor Craddock; le gastaría comer con usted en su comedor privado a las doce y cuarto.
Jacob se la quedó mirando.
— ¿Qué querrá...?
Craddock era jefe de producción y vicepresidente de la «Trans—World».
— ¿Ha leído la prensa profesional esta mañana? —le preguntó su secretaria con voz tranquila.
—No—contestó.
Le colocó delante el Variety y el Hollywood Reporter.
—Lea los titulares.
El encabezamiento era casi el mismo: «Black, ¿nuevo presidente de la compañía "Trans—Wolrd"?», y el relato que se ofrecía era también casi idéntico. En ambos se hacía resaltar que la mayoría de películas que se estaban produciendo en la «Trans—World», o estaban en proyecto, eran obra de él. Ponían de relieve el éxito de su actual película: «El Gallo de Acero», y exaltaban sus éxitos anteriores: «Las Hermanas» y «Los Desnudos Fugitivos».
Levantó la vista hacia ella.
—Es la primera vez que oigo algo por el estilo. Nadie suele hablar de mí.
—Bueno, durante las últimas semanas se ha hablado mucho de usted.
—Pues no había oído nada de esto —dijo Jacob; pero la verdad es que interiormente estaba halagado—. Ya tengo bastante con mis propios problemas —añadió—, y, ¿quieren que me cargue con los suyos?
— ¿Qué le digo al señor Craddock?
La miró.
—A las doce y cuarto me parece bien.
Ella abandonó la oficina y al cabo de un momento ya le tenía a Luongo en el teléfono. Y Jacob empezó a gritar:
— ¿Qué significa eso de que estéis con siete días de retraso? ¿Qué diablos está sucediendo ahí?
Rory Craddock era un hombre delgado y vehemente que se pasaba el día tomando «Gelusils», para calmar su estómago. Desde hacía ocho años tenía el cargo de jefe de producción de la «Trans—World». El secreto de su éxito era bien sencillo: nunca aprobaba un proyecto hasta que sus superiores le urgían a hacerlo, y de este modo, si algo salía mal, nadie podía echarle la culpa.
Se sentó ante su mesa a releer la prensa de la industria. Nerviosamente introdujo en su boca un «Gelusil», y estudió la noticia.
Aquella mañana, cuando la había leído por primera vez, estuvo a punto de llamar a Nueva York para averiguar quién la había hecho publicar, y si había en ello algo de verdad; pero después de pensarlo bien, optó por no llamar.
Llevaba tanto tiempo metido en el ajo, que ya veía venir los trucos; toda la historia era un tanteo, una maniobra exploratoria por parte de la dirección para ver cómo reaccionaban. Había hablado con su corredor de bolsa. Al parecer había repercutido bien en el mercado. Se advirtió mucha más actividad que la habitual en las acciones de «Trans—World» y éstas habían subido dos enteros.
Empezó a preguntarse qué efectos tendría sobre sí mismo. El «Gelusil», ahora casi disuelto, había dejado en su boca un gusto arcilloso. Tomó un sorbo de agua de un vaso que siempre tenía sobre la mesa.
El hecho de que Black se convirtiera en presidente de la Compañía le tenía sin cuidado, pero el pensamiento de que quizá pudiera hacerse cargo de la producción, era otra cosa. Hasta el momento nada había venido a perturbar su área de responsabilidades, e impulsivamente había invitado a Black a comer. Ahora empezaba a preguntarse si eso era un buen paso. Una de sus peculiaridades era no mostrarse nunca afectado. Lo que debía hacer era justificar aquella comida. Iba a tomar otro «Gelusil» pero se detuvo. La suposición de que por culpa suya se había estancado la producción de la TW no era totalmente cierta. Existían varios proyectos que había estado a punto de aprobar, pero no había logrado reunir el apoyo que le era necesario. Principalmente había dos que creía podían dar buen resultado.
Uno, La Historia del Gordo Arbuckle, era un estupendo guión basado en un gran escándalo que obligó a la industria a instituir su propia comisión de censura. Incluso había hablado con Jackie Gleason, para que la protagonizara.
El otro era una repetición muy ambiciosa de la vieja novel de Zane Grey, Los Jinetes de la ladera roja, que había constituido uno de los grandes éxitos de Tom Mix. Gary Cooper había dicho que la haría si el guión era bueno.
El «Gelusil» continuaba todavía en su mano; finalmente se lo metió en la boca y empezó a chuparlo. De pronto se le ocurrió una idea. Era tan buena y tan simple que se sorprendió de no haberlo pensado antes; serviría para todos sus propósitos. Contestaría a las críticas por su falta de producción, y demostraría a Black que él estaba en su terreno, si el rumor resultaba ser verdad.
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