Sin duda la lectura era preferible al recordatorio de su deseo,que no su necesidad,de hacerse con un título,aferrarse bien a él y llegar un poco más alto.Bella abrió el libro y empezó a leer,bastante rápido porque ya lo había leído una vez.«Es una verdad…».
Lo miró de reojo.Parecía contemplar el baile de las llamas del hogar,con la punta de la trenza aún pegada a sus labios,como si fuera la boca de su amante.
Ella se aclaró la garganta;él,dedicándole de nuevo su atención,arqueó una ceja.
—Pensé que ibas a leer conmigo—protestó ella.
—Y así es.
—Si así fuera,sabrías que te corresponde decirme la siguiente palabra.
—Quizá deberías decirme qué crees que es.
—Si creyera que es algo,te lo habría dicho.
—No puedes memorizar todas las palabras que existen.Debes aprender a descifrarlas por el sonido de sus letras.
Bella dejó ir un suspiro de hastío.
—Es cerca de medianoche.No me estás dando clase.Quiero leer esta novela y quiero que tú me leas las palabras que no sepa,como si tocáramos juntos el piano.
—Universalmente.
—¿«Universalmente»qué?—preguntó ella,sin saber de qué demonios le hablaba.
—Universalmente conocida.
—¿Qué es«universalmente conocida»?
Él le acarició la mejilla con el extremo de la trenza y ella se preguntó por qué le producía una sensación más agradable cuando lo hacía él que cuando lo hacía ella.
—Las palabras que no sabes leer son«universalmente» y «conocida».
—Ah,ya entiendo.No me he percatado de que habías vuelto a centrarte en la lectura.
—No lo he hecho.Sigo centrado en ti.
Empezaba a pensar que aquella visita había sido muy mala idea,pero por alguna razón tampoco se veía dispuesta a cerrar el libro y marcharse.
—¿Y cómo sabes que ésas son las palabras?
—Porque las he visto cuando has empezado a leer,antes de apartar la mirada.
—¿Y con eso te basta para leerlas?
—Sí.
—¿Podré yo leer así algún día?
Él dejó de acariciarla y ella sintió la intensidad de su mirada escrutar su rostro.
—Creo que puedes hacer cualquier cosa que te propongas.
—No quiero que nadie sepa que he aprendido a leer tan mayor.
—Claro,porque como eres ya una anciana…
—No te burles de mis preocupaciones,Edward.
—No lo hago.Además,por mí nadie se enterará de que has aprendido a leer recientemente.Sin embargo,debes saber que no conviene que cojas un libro tan grueso como éste delante de un grupo de invitados para leerlo en voz alta palabra por palabra.
—Ni se me ocurriría.—Pero había acariciado la idea en numerosas ocasiones:abrir un libro y obsequiar a sus invitados con su dominio de la lectura.Compartir con ellos una historia.Deseaba leer a un público tanto como una diva alzar su voz en una ópera.Volvió a concentrarse en el libro y leyó,algo más titubeante de lo que habría deseado:«Es una verdad…universalmente conocida…que a un hombre…».
—Soltero.
—A un hombre soltero pos…—Le fastidiaba que las palabras largas fueran tan difíciles.
—Poseedor.
Aquélla la identificaría la próxima vez que la viera.
—De una buena…—prosiguió hasta el siguiente escollo.
—Fortuna.
—Le hace falta casarse.
—Por tanto,a mí me hace falta casarme—dijo él.
Ella lo miró de pronto.
—Naturalmente que te hace falta.Eres poseedor de una buena fortuna.Y a mí me hace falta casarme porque no poseo fortuna alguna.¿Será ésa otra verdad universal?¿Se aplica también a las mujeres?
—Indudablemente.Pero aún hay otra verdad de mayor importancia.
—¿Cuál?
—Que eres inmensamente hermosa.
Sus dedos largos y finos le recorrieron el hombro hasta la nuca,donde empezó a acariciarle el contorno de la mandíbula,lenta y provocativamente.Ella sintió el extraño deseo de agachar la cabeza para recorrerle el pulgar con la lengua e incluso metérselo en la boca.
¿De dónde demonios le venía esa idea?
Jamás había sentido nada así por ningún hombre y mucho menos por su marido,que era con el que había mantenido una relación más íntima,aunque siempre que le había puesto la mano en el cuello había sido con la intención de ahogarla.
—Por favor—suplicó ella—.No puedo ser lo que quieres.
Al bajar la mirada,descubrió que a Edward se le había abierto la bata,que ya no lo tapaba ni ocultaba su anhelo.Ella levantó la vista hacia él.
—No he debido venir a verte a estas horas de la noche—dijo con voz ronca.
—La hora da igual;mi reacción habría sido la misma.
—No si conocieras la verdad.
Sus palabras lo paralizaron.Lo supo porque la sorpresa le recorrió el rostro con la fugacidad de una llama que lucha en vano por seguir ardiendo.
—¿Qué otro secreto escondes?—inquirió él con un suspiro de hastío.
Pensaba que él la rechazaría cuando descubriera que no sabía leer.Pero no lo había hecho.Había detectado indignación en sus ojos,pero sólo porque le había ocultado la verdad.Después,había hecho todo lo posible por concederle el don de la lectura.Le había demostrado que no era estúpida ni ignorante.Era inteligente y podía aprender.Podía ocultarle el último secreto a su duque,pero no creía que Edward soportara aquella omisión.Le gustaban demasiado las cosas claras que él pudiera entender.
Si se marchaba en aquel momento,nunca habría nada más entre ellos.Jamás habría absoluta confianza y después de todo lo que él le había dado,le parecía injusto prejuzgarlo en lugar de permitirle que decidiera por sí mismo.
Resuelta,cerró el libro y lo puso a un lado.Muy lentamente,sin mirarlo,se desabrochó todos los botones del camisón,desde el cuello hasta el ombligo.Le habían grabado literalmente en su ser que era una mujer indigna.Nunca había querido que lo supiera nadie.
Pero él tenía derecho a saberlo.Aquel descubrimiento apagaría para siempre su deseo.
Se recolocó ligeramente en el sofá para tenerlo de frente,sin mirarlo aún.Las manos no dejaban de temblarle mientras apartaba el camisón un poco más.
—Me azotaba cuando lo decepcionaba o lo enojaba.
Él no se movió ni dijo una palabra.
Por fin,ella se atrevió a mirarlo y vio que en sus ojos ardía lo que jamás había esperado de Edward:odio en estado puro.
|