BDSM

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 10/10/2012
Fecha Actualización: 16/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 47
Comentarios: 148
Visitas: 95197
Capítulos: 15

Fic recomendado por LNM

ADVERTENCIA

Este fic es para mayores de 18, contiene lenguaje fuerte y explicito sobre el sexo, esta bajo su discresion quien lo lea, si no te gusta mejor no pases a leer.

 Isabella es trabajadora, treintañera, hiperactiva, freelance, divertida y ávida de experimentar la vida. Su curiosidad la lleva a un mundo totalmente inédito para ella: los chats eróticos. Lo que en principio comienza como un merodeo divertido por distintas salas acaba convirtiéndose en algo más en el momento en que conoce a AMOCULLEN, un usuario con el que habla habitualmente acerca de su forma de entender el sexo y del que recibe continuas insinuaciones sobre la posibilidad de fantasear con una relación de dominación entre ambos. Aunque Isabella es reticente, poco a poco comenzará a conocer las reglas de un mundo que acaba por no ser tan descabellado como le parecía y a cuestionarse sus propios límites.

¡Triste época la nuestra!

 Es más fácil desintegrar un átomo, que un prejuicio.

 (ALBERT EINSTEIN)

 Basado en  La Sumisa insumisa  de Rosa Peñasco

 es una Adaptación del mismo

Mis otras historias:

 

El Heredero

El escritor de sueños

El escriba

Indiscreción

El Inglés

Sálvame

El affaire Cullen

No me mires así

El juego de Edward

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Capítulo 4: UN AMO

Capítulo
4
Un AMO

 

Es cierto que la luna llena colmó el cielo, del mismo modo que yo me colmé y saturé de sexo cibernético, pero también es verdad que a la única cara redonda del satélite le debía la fascinante aparición de AMOCULLEN, justo en el crítico instante en que me disponía a abandonar el chat...

No es que le fuera indiferente, pero AMOCULLEN no pretendió conocer mi edad y mis medidas a la primera de cambio. Tampoco quiso follarme, azotarme o torturarme nada más entrar en la sala. Ni siquiera intentó hacerme su sumisa cíber, colocando al lado de mi nick un guión bajo para demostrar, con un simple signo ortográfico, su trofeo o propiedad sobre «la sumi» recién conquistada. Porque, sin duda, ése fue uno de los mejores descubrimientos: la posesividad de las relaciones sadomasoquistas tenía su cabida tanto en la vida real a través de vestimentas negras en caso de los AMOS, y de anillas, collares, a veces piercings y otro tipo de iconos en el de las sumisas, como en el mundo del chat a través de unos símbolos que tardé tiempo en descubrir y que, en los primeros días de navegar, no fui capaz de asociar a esas extrañas frases sobre cuadras, perras y collares que me dedicó no sé quién, cuando proclamé la insumisión.

Entre esos símbolos cíber destacaban, por ejemplo, los nicks de los AMOS porque siempre aparecían en mayúsculas, además de que también en mayúsculas escribían sus frases. Algunos, quizás para resultar aún más autoritarios, resaltaban sus textos en negrita. Por el contrario, las sumis que aún no habían encontrado AMO, además de aparecer con un nick de mujer, lo escribían en minúsculas y, sin negrita, claro. De esta forma, los que en verdad eran AMOS o jugaban a serlo tenían ante sí una pista irrefutable de por dónde y hacia quién debían verter sus artes de seducción, de tortura o de ambas cosas, según los casos. Más tarde, y cuando por fin la sumisa daba el sí quiero al AMO cibernético, bien durante el tiempo que durase el chateo, o bien, y como me gustaba decir de broma, hasta que los alicates los separasen, aderezaba su nick original con un guión bajo, seguido de las iniciales mayúsculas del AMO que ya era «su dueño». Éste fue el caso de merche, eva, estrella y otros usuarios que durante días navegaron con nicks femeninos escritos en minúsculas y que, al cabo de un tiempo, se transformaron como por arte de magia en merche_AC o propiedad de AMO-CÍNICO, eva_AS o supongo que sumisa de AMO-SADE, y estrella_AM o esclava de AMO-MACABRO, por ejemplo.

Me llamó la atención que AMOCULLEN me comentara que no tenía necesidad de jugar a poner esas cadenitas-guiones, porque sólo le parecían un juego de niños. Tampoco me pidió desesperadamente que le diera mi dirección del Messenger o me comprara una webcam para enseñarle las tetas detrás de esa fría cámara. AMOCULLEN apareció, primero, con mucha educación, y segundo, con un aura cibernética, si es que esto existe, repleta de autoridad y ternura a la vez.

De entrada, hubo un dato de AMOCULLEN que, tal vez por mi deformación profesional entre las forzosas lecturas de la editorial y mis traducciones freelance, me gratificó mucho. Me refiero a que Cullen sabía escribir, y cuando digo saber escribir, quiero decir que en mi ordenador leía las palabras con acentos, las frases con exclamaciones e interrogaciones y las distintas expresiones separadas con los puntos y comas correspondientes. Porque hasta entonces había podido hartarme, y hasta enfadarme más de una vez, cuando veía que el chat, curiosamente, el medio en el que a la fuerza todo el mundo se relaciona por escrito, estaba repleto de faltas de ortografía, frases sin signos, puntos o comas o, lo que es peor, con ese lenguaje móvil tipo ola xica wapa, ke tal stas?, ¿m djas q t d x kulo?, inventado por los más jóvenes, y tan hirientemente delator de cuántos ya habíamos pasado la barrera de los treinta...

Enseguida me di cuenta de que, pese a haber estado quince días chateando en la sala de Amos y sumisas, era la primera vez que me encontraba frente a un AMO de verdad, es decir, con una persona que buscaba desesperadamente lo que —según él— le faltaba a su vida para poder vivirla con la filosofía en la que creía. Tenía las cosas muy claras o al menos eso me pareció: le faltaba una sumisa o, más concretamente, su sumisa, y la filosofía de vida en la que él creía a pies juntillas quedaba resumida con las iniciales BDSM o arte del Bondage o ataduras, Dominación o Disciplina —según los casos—, Sadismo y Masoquismo. Un arte, en fin, que, en otras épocas, no fue precisamente un arte erótico, sino un temido método de tortura.

Fui sincera, muy sincera cuando me preguntó qué buscaba en esa sala y le contesté que divertirme, entretenerme, aprender, saber, conocer otros mundos, curiosear, no juzgarlos e intentar entenderlos. Fui también sincera cuando le dije que no distinguía si simplemente estaba aburrida o si algo se estaba moviendo dentro de mí para llevarme a buscar otros caminos que aún no había descubierto. En fin, que soy Mari Dudas, le dije, y él no tardó en contestarme con una de esas onomatopeyas cibernéticas que siempre me han hecho reír: Jajajajaajajajajajajajaja, encantado de conocerte, Mari Dudas...

Creo que mi honestidad le gratificó, porque —según decía— estaba harto de usuarios pajilleros que por pasar el rato o encontrar unos segundos de éxtasis se declaraban sumisas cuando, en realidad, ni lo eran ni tenían intención de serlo, o lo que es peor, de graciosos que se creían muy listos y fanfarroneaban sobre sadomasoquismo, pero no valoraban en absoluto lo que para él era un arte, el ARTE del BDSM...

Supongo que le produjo cierta excitación encontrar a una novata curiosa y deseosa de aprender, quizás porque para un AMO, que por una simple cuestión de Perogrullo es de por sí dominante y autoritario, no debe de haber nada más gratificante que coger un pedacito de barro para modelarlo, poco a poco, a su imagen y semejanza, y así tener esa sensación de superioridad y autoridad protectora que surge en las relaciones entre un buen maestro y su curioso discípulo.

—En las salas de Amos y sumisas hay mucho fantasma —me dijo AMOCULLEN al poco de comenzar con nuestras lecciones—. Las que juegan a sumisas se conforman con ponerse un guión tras el nombre o hacer algo cíber y con eso ya se sienten «realizadas». Pero cuando realmente prueban la sumisión real y se entregan a un amo en verdad, entonces casi todas se marchan porque descubren que nada tiene que ver con lo que ellas soñaban.

—Lo que dices es como una especie de Darwin en el BDSM... Una selección natural de la especie sadomaso, ¿no?

—Sí, pero las que se quedan valen la pena. Son las sumisas de verdad y ellas mismas sienten cómo sin entenderlo su vida cambia, hasta el punto de que sólo el silbar de una vara manejada por un Amo hace que, literalmente, se corran.

— ¡Los polvos con sangre entran! En fin, ¿andas por la sala buscando una aguja en un pajar?

—Sí, y es difícil, pero la ilusión de encontrar la aguja vale todo el oro del mundo.

—En fin, supongo que hasta que la encuentres, a PAJA y vámonos, ¿me equivoco?

—Jajajajajaja... ¡Más o menos! —contestó un desconcertado y divertido Cullen.

—Oye, los AMOS, antes de ser AMOS, ¿aprendéis primeros auxilios?

— ¿Por qué?

—Porque como una sumisa se desmaye de dolor, de placer o de las dos cosas, no creo que a ninguno le beneficie ir a urgencias y reconocer que la acaba de moler a palos...

—Jajajajaajajajajaja. ¡Buena salida! De todas formas, recuerda que cualquier práctica relacionada con BDSM debe obedecer a las siglas SSC, es decir, sexo Seguro, Sano y Consensuado.

— ¿Seguro, Sano y Consensuado? ¡Me parece estupendo!, pero no olvides que con la nueva ley sobre malos tratos es el supuesto maltratador el que debe probar que no lo es, así que como a una sumi le dé por montar la farsa y aprovecharse de la situación, los AMOS no tenéis nada que hacer.

—Pues no es ninguna broma. ¿Sabes que después de esta ley, en las reuniones de AMOS, algunos comentaban que ya no se atrevían a pegarle más a su sumi, ni siquiera cuando la sumi se lo pedía a gritos?

—Jajajajajajajajajaja. Esa escena es para rodar un corto. Imagínatelo: todos los AMOS con sus tangas de látex, los antifaces y las fustas reunidos en círculo y comentando que ni aunque la sumisa se lo ruegue, se atreven a pegarle. ¡Qué divertido! Jajajajajajajaja. ¡Qué visual!: Es como aquel chiste en el que el masoquista le dice al sádico: Pégame, y el sádico, como colmo de sadismo, le contesta: NO...

—Jajajajajajajajajaja. Pues sí, aunque poco a poco las cosas han vuelto a su cauce.

— ¡Querrás decir a sus golpes!

—Fuera bromas. Mira, las cosas que me preguntas y el hecho de excitarnos juntos, porque sólo tú y yo sabemos de lo que hablamos, son únicamente la punta de un gran mundo. De un mundo apasionante que engancha como la más fuerte de las drogas ya que produce una mezcla de placer y dolor que lleva al éxtasis.

— ¡Increíble!

—No creas que me estoy inventando un cuento de fantasía. El hacerte leer todo eso no es más que el deseo de un humilde Amo para que tú, una sumisa que quieres aprender y saber, sepas y aprendas, sólo eso...

—Gracias siempre. Mil gracias, aunque ni de coña soy sumisa...

—No tienes que darlas: lo hago para satisfacer mi ego personal.

— ¡Encima honesto, Cullen, encima eres honesto!


Con AMOCULLEN perdí definitivamente todo el interés por el chat y por los mensajes privados del resto de los usuarios, hasta el punto de que para no tener que molestarme en pensar o imaginar nada, en aquellos días siempre entraba en la sala con el nick de Marta. Es cierto que accedía a diario a la sala de Amos y sumisas, pero sólo lo hacía como medio necesario para encontrarme con él. Eso sí, en cuanto coincidíamos y comenzábamos con los mensajes privados, ya no me enteraba de lo que me decían los demás porque me centraba única y exclusivamente en nuestras charlas y, sobre todo, en sus interesantísimas explicaciones sobre sadomasoquismo.

La necesidad de conectar a través de la sala de Amos y sumisas pasó a un segundo plano cuando, con sutileza mezclada de una chulería infinita, Cullen me dio su dirección del Messenger para que lo agregara y conectara con él cuando quisiera. Lo cierto es que antes ya se había encargado de darme la dosis necesaria de información como para hacerme picar y sentir que, justo en lo mejor, se había cortado una conversación interesante que me había dejado con la miel en los labios. Lo agregué, claro, y conecté con él diciéndole chulo, fantasma y prepotente unas cuantas veces:


—No dejas de decirme chulo, fantasma y prepotente, pero lo único que me importa es que estás aquí —comentó Cullen ante mi primer asomo de conversación instantánea por Messenger.

—Bueno, en realidad te he dicho todo esto por la provocación que me hiciste tú.

— ¿Qué provocación te hice yo?

— ¿Te parece poco asegurar que ibas a domarme y decirme con tonillo de dogma de fe que yo sería tu sumisa? ¡A mí! ¡A una insumisa!

— ¿Ah sí? Y si tan insumisa eres, ¿por qué me agregaste y te conectaste como yo te ordené?

— ¿Ordenar? Jajajajajajajajaja. ¿Ves como eres un chulo? En ningún momento me lo tomé como una orden, sino como una manera de poder seguir charlando contigo. ¡Serás chulo!

—Jajajajajajajaja. Los AMOS generalmente somos así. ¿Cómo voy a dominar a la sumisa que me gusta si no soy un chulo? ¿Cómo le voy a transmitir seguridad y confianza si no me muestro seguro?

—Pues eso: con «tu sumisa» muéstrate como te dé la gana, pero conmigo, que además de insumisa, no soy de nadie, no tienes por qué ser chulo.

—Todo lo que dices está por ver, bonita... Todo está por ver...


A poco de empezar a hablar-teclear, Cullen, o para mí EL MAESTRO —de nuevo con mayúsculas—, pareció obsesionarse con el hecho de que mi actitud delataba que era sumisa y aún no lo sabía ni yo. Cuatro conversaciones como aquel que dice, y ¡zas!, ¿cómo un desconocido se atrevía a decir algo así de mí? Cuando pensaba que sólo era una táctica para ligar, me excitaba mucho más porque, entonces, era una guerra de cerebros lo que dominaba nuestros diálogos, una auténtica medida de las fuerzas del otro salpicada de inteligencia, resistencia, ingenio, inquietud y, por descontado, un juego repleto de morbo y sentido del humor.


—Mucho cullen, mucho cullen, pero... ¿no me digas que no conoces el refrán Dime de qué presumes y te diré de lo que careces? —le dije casi al principio en uno de esos arranques míos.

—Sí, claro, ¿por qué?

—No, por nada. Es que como vas de sapiens por la vida...

—Yo no presumo de sapiens. Simplemente, no escondo mis virtudes...

—Jajajajajajajajajajajaja. ¡Baja, Modesto, que sube Cullen!


Esas actitudes de maestro paciente, padre protector, alfarero modelador de barros ajenos, tierno AMO que reconoce no ser nadie sin su complemento, orgulloso sádico en busca de su masoquista, hombre tranquilo con una filosofía de vida muy clara, sentenciador de éxtasis siempre condicionados a que yo entrara por su aro y chulo de feria repleto de fanfarronadas, no hicieron más que excitarme y provocarme mucho más las ganas de jugar, retar y derribar cada uno de esos modos con picardía e inocencia a la vez:


—Para mí, el homo-sapiens fue el auténtico gilipollas de la historia. Y más en lo que a cuestiones de cama se refiere.

— ¿Y eso?

—Fíjate si era imbécil que mató por los siglos de los siglos, al erectus. ¿ERECTUS, te das cuenta? ¡E-R-E-C-T-U-S!

—Jajajajajajajajajaja. ¡Eres la pera, sumisa mía!

—Guarda los posesivos, ¿eh, Cullen?, ya te he dicho que no soy sumisa sino in-sumisa, por tanto es imposible que sea «tu sumisa».

—Bueno, pero sé que lo serás...

—Grrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrr. Ya estás con la sentencia de siempre. Haré oídos sordos a lecturas necias y seguiré con lo mío: te decía que desde el histórico asesinato del ERECTUS por el criminal-idiota homo-sapiens, hay gatillazos en todas las camas del mundo...

—Jajajajajajajajajajajaja. Sigue, por favor, sigue...

—Ya sabes de dónde viene la frigidez, el mito del «super-DOTADO» y las gilipolleces esas sobre si el tamaño importa o no...

—Jajajajajajajajajajajaja.

— ¡Que te detengan por torpe y homicida! ¿Cómo se te ocurre asesinar al erectus y hablar de erotismo sadomaso al mismo tiempo?

— ¡Jajajajajajaja! Querida sumi: todo eso me da lo mismo. Lo único que me importa es que, dentro de poco, tú serás capaz de matar y hacer renacer a mi erectus, más de una vez...


Entre vértigo, pavor, atracción y repulsión a la vez y tiras y aflojas varios, cuando me quise dar cuenta me vi enganchada a otra situación excitante que nada tenía que ver con el chat. Me refiero, en primer lugar, a estos juegos que se alternaban con unas lecciones que daban vida a mis bulímicas neuronas que, sin poder evitarlo, cayeron en su trampa por culpa de mi insaciable curiosidad.


— ¿Consideras estas conversaciones como una seducción? —preguntó Cullen.

—En parte no, porque es una información que tú quieres darme y yo quiero recibir, pero en parte sí porque, en el fondo, lo haces para...

—Para que termines entregándote como sumisa.

— ¡Bufffff!, si ya lo dijo mi abuela: en la vida nada es gratis...

—No olvides una cosa: una relación de pareja, del tipo que sea, es una seducción constante, pero en el BDSM mucho más porque un AMO debe buscar nuevos juegos para satisfacerse y satisfacer a su sumisa. En fin, creo que ya casi he olvidado las seducciones del mundo convencional, aunque conozco a fondo las seducciones del BDSM o de ese mundo que, casualmente, tú estás deseando conocer. ¡Botón y ojal!, ¿te suena de algo?

— ¡Bufffffffff!, una y mil veces, ¡bufffffffffff!

—Te aseguro que cualquier miembro de la comunidad BDSM siente un gran vacío interior si no aparece su complemento, ese botón o ese ojal que hace que nuestra vida tenga sentido, que seamos plenos. En fin, ¿sabes que el BDSM nunca podría existir a nivel individual?

—Otra vez ¡bufffffffff!, una y mil veces, ¡bufffffffffff!

— ¿Por qué no reconoces que te encantaría decirme «sí, AMO, quiero pertenecerte»?

—Bueno, si te digo la verdad, a una parte pequeñita de mí, y aunque sólo fuese por juego o curiosidad, le encantaría decírtelo. ¡Pero soy una cobarde!

—Lo sé, pero no importa. Esperaré y haré que esa cobardía desaparezca.

— ¡Eeeeeeeeyyyyyyyyyyy! Que he dicho a una parte pequeñita y sólo por juego o curiosidad.

—Es igual: yo haré que el juego y la curiosidad se conviertan en deseo, y esa parte en todas las partes.

—Sí, claro, ¿y cómo venzo el miedo que me dan tus castiguitos?

—En primer lugar, en BDSM no se llaman castigos, sino correctivos. En segundo lugar, te diré que un buen AMO es aquel que debería haber probado personalmente los castigos que va a emplear con la sumi.

— ¡Lo que me faltaba! ¡Como el chef de cocina que prueba el plato antes de servirlo! En fin. ¿Tú has probado todos tus castigos?

—No, todos no.

— ¿Qué no has probado?

—Eso sólo lo sabrás cuando seas mi sumi y nos conozcamos personalmente.

—Eres un chulo soñador, pero me caes bien, AMOCULLEN.

—Pues no me lo digas mucho que me lo creeré.

— ¿Y qué problema hay?

—Que hincharás mi ego y... Bueno, y otras cosas: me pones, perrita, me pones.

— ¡Guau!, AMO, ¡guau!


Desde luego, ¡ya me vale! Hasta ese momento había constatado una y mil veces que llevaba una niña dentro, un ser curioso que sin dejar de jugar y preguntar tenía las antenas preparadas tanto para la respuesta de turno como para intentar asimilar cualquier nueva situación. Mi niña interior era incansable, y agotaba al agotamiento mismo si le daba por buscar la punta de una madeja, simplemente para tener la posibilidad de, o bien de seguir preguntando ¿por qué? ¿por qué? ¿por qué?, o bien de excitarse ante la opción de llegar hasta el final y deshacer del todo aquella madeja. Supongo que es bueno tener una niña dentro, de acuerdo, ¡pero no un colegio!; ni mucho menos un colegio con todos los niños saltando y jugando a la vez en el recreo o lo que, a fin de cuentas, creo que sin querer, mostré a Cullen...

La luna seguía creciendo tanto como crecían nuestras interminables charlas ya repletas de archivos, imágenes sobre las mazmorras o los templos del BDSM, información sobre la vida de AMOS y sumisas, estética de la ropa y apariencia física, costumbres, aparatos variados, invitaciones a fiestas BDSM, rituales a seguir y hasta bodas con vestidos de época entre AMOS y sumisas... Todo era motivo de aprendizaje y de broma:


—Ya te veo, ya... Te imagino como a uno de esos médicos antiguos que iban de casa en casa —le dije.

— ¿Por qué?

—Porque es inevitable que acudas a ver a «tu sumi» con un maletín lleno de juguetitos y aparatitos extraños...

—Jajajajajajajajaja. Mi niña, con un maletín no tengo ni para empezar. Lo mío es una maleta, pero no te preocupes por el peso: tiene ruedas...

—Vale, AMO, me has planchao..., me has planchaooooo...


Entremedias, por no faltar, no faltaron los flirteos ni los sueños eróticos que AMOCULLEN confesó tener conmigo:


—Te diré por qué sé que tú, y sólo tú, debes ser y serás mi sumi.

— ¿Por qué? —le pregunté expectante.

—Porque siento que necesito estar contigo. No sé si es atracción o cariño, eso lo dirá el tiempo, pero sé que algo se está moviendo en este corazoncito.

—Hummmmmmmmm. Yo también te tengo mucho cariño, de verdad.

—Mira: aún no sé con exactitud qué siento por ti. Sólo sé que cada día te echo más de menos y hasta sueño contigo...

— ¿Cómo? ¿Sueñas conmigo?

—Sí, anoche soñé contigo, perrita, y eso no me suele pasar...

—Oye, ¿te das cuenta de que ya van varias perritas y un sinfín de zorritas? Como sigas así, voy a pensar que en vez de un Amo, eres el encargado de redactar el horóscopo chino en el dominical de algún periódico: María es zorra, Juana perrita, Ana serpiente, Jacinta conejo... Y Cullen, ¡el dueño del zoo!

— ¡Jajajajajaja! Por favor, no te lo tomes a mal. Te aseguro que no te digo perrita o zorrita con mala intención; debes saber que, en el fondo y a su manera, un AMO te está piropeando cuando te dice esas cosas. Salvando miles de distancias, todo equivale, para que lo entiendas, a los empachosos cielito y boquita de piñón, del mundo convencional. OJO. ¡Salvando las distancias!, ¿eh?

— ¡Puagggg! Ni un extremo ni otro. Si es como dices, creo que prefiero que me llamen perrita a la cursilada esa de la boquita de piñón. Vamos, que si para seducirme aparece un sujeto llamándome flor de pitiminí o boquita de piñón, creo que me evaporo entre carcajadas.

—Jajajajajajajajajajajaja.

—En fin, Cullen, sigamos. ¿Qué soñaste? ¿Me lo puedes contar?

—Sólo recuerdo que me desperté azotándote y follándote el culo.

—Si fuera sumisa, te contestaría algo así como «es gracia que espero merecer del recto proceder», pero lo siento, Cullen: ya sabes que no lo soy.

—Jajajajajajajaja. Del recto proceder, ¡qué bueno!

— ¡Co-recto!

—Mira, reina, no sabes el arma que te pierdes. ¡Y no me refiero al látigo!

—Jajajajaajajajaja. Ya ves, para mí son dos novedades en una. Oye, ¿por qué no le añades otra y formamos una Santísima Crueldad?

—Jajajajajajajajajaja, ya me encargaré de eso otra noche...

— ¡Pues qué ilusión! Oye, ¿me gustaba?

—Nos gustaba a los dos y mucho.

— ¿Gritaba?

—Ni te lo imaginas: con cada azote y embestida te morías de placer...

¡Cago en Sadeeeeeeeeeeeeeeeeeeee!


Claro que yo no me quedaba atrás, porque también estaba sintiendo un montón de cosas nuevas que, la mayoría de las veces, no me atrevía a confesarle para no darle alas y facilitarle su enésima sentencia sobre mi sumisión, aunque otras, sin saber por qué, se las comentaba Cullen como si más que un AMO en busca de sumisa, fuese mi mejor amigo:


—Te diré una cosa, Cullen, pero no vale terminar con la afirmación de siempre... Mira, MAESTRO: tú también eres mi droga. Me encanta estar y hablar contigo, pensar en ti y hasta soñar contigo...

—Hummmmmmmmmmmmmmmmmmmmm, sigue, zorrita...

—Me encanta hacerte disfrutar y vibrar con estas conversaciones.

—Hummmmmmmmmmmmmmmmmmmm...

—Me encanta ser tu droga también y me fascina engancharte a mí o, sin saber cómo, a esta droga que quiero ser para ti...

—Lo eres, perrita, lo eres... Luego dices que voy a lo de siempre: ¿sabes cuál es la principal fuente de placer de una buena sumisa?

—No, ¿cuál?

—La buena sumisa es la que se excita cuando excita a su AMO, tanto como tú te estás excitando, excitándome a mí. ¿Cuándo te vas a dar cuenta?

—Glups. ¡Pues si lo sé me callo, joé!


Tampoco faltaron aquellos maravillosos revolcones que, pensando en Cullen, disfruté y me di con Marc, entregándome y abandonándome a una pasión sorprendente, excitante y totalmente desconocida para mi rollete urbano. Claro que, más frecuente aún, fue el hecho de que me masturbara más de una vez, sobre todo si fantaseaba cómo AMOCULLEN y yo poníamos en práctica miles de cosas, aunque de entre ellas no sé por qué destacaban esas fantasías que siempre navegaban entre fiestas en las mazmorras de BDSM, a las que acudía vestida de cuero y negro riguroso, para que ÉL me iniciase en las prácticas de no sé qué.

Por descontado, y aunque tardé tiempo en confesárselo, también aparecieron mis propios sueños eróticos. Recuerdo que en el primero de ellos, Cullen, con una pasión casi animal, decidió husmear por mis intimidades buscando el clítoris. La iniciativa, de por sí, ya me excitaba muchísimo, pero aunque deseaba corresponderle con un fantástico 69, no podía concentrarme en su sexo porque tampoco era capaz de aguantar el éxtasis que Culle me estaba haciendo sentir.


—Vamos, perrita: seguro que sabes hacerlo mucho mejor —decía mi onírico AMO, al tiempo que dejaba de lamerme el clítoris y me obligaba a ponerme de rodillas.

—Lo intentaré de nuevo —le decía con tono de por favor, dame otra oportunidad.

—Se acabaron los intentos —contestaba Cullen, agarrándose la polla con una mano, para después introducirla por la fuerza en mi boca.


Es curioso, pero la violencia de la mamada forzosa no me molestó, sino que me excitó hasta el punto de esmerarme en mimar a aquel miembro con mis cinco sentidos: primero recorriéndolo con mi lengua, después manteniendo la punta y aprisionándolo con mi boca, y por último, sacando y volviendo a introducir infinidad de veces el capullo en ella, aunque sin dejar de ejercer una presión suave con los labios. Poco a poco, la polla de Cullen iba creciendo hasta llegar a su máxima capacidad de estirarse y expandirse, tanto que parecían volverse elásticas las comisuras de mi boca.


— ¡Eso es, perrita! A tu AMO le encanta cómo utilizas la boca y, de un momento a otro, notarás cómo te lo agradece en esas hermosas caderas que veo desde aquí. Vamos: ¡no pares!


Sin dejar de esmerarme en la felación y cuando estaba absorta entre las salidas y entradas de mi boca de ese capullo a punto de reventar, me distrajo de ese afán el hecho de sentir, de golpe, cómo aquel AMO dobló la espalda por encima de la mía para llegar con sus manos a mi trasero y cómo, un segundo después, el índice y el dedo corazón de Cullen se introducían bruscamente en mi coño.


—Vamos, esclava: sé que te está encantando lo que te hago. Eres la más guarra de todas las guarras y eso me gusta. Sigue, esclava, sigue lamiéndomela así...


Los insultos de Cullen, lejos de agredirme, me excitaban tanto que, a veces, hasta tenía necesidad de sacarme su mayor tesoro de la boca para poder agradecerle su actitud.


—Gracias, AMO, me encanta, AMO...

—Deja de agradecérmelo y ponte a cuatro patas. ¡Yo también voy a darte las gracias! ¡Yo también voy a intentar que nunca te olvides de lo que soy capaz de hacer!


Cullen me penetró sin piedad, al tiempo que con una de las manos me daba unas palmadas en el culo cada vez más y más fuertes, en tanto que con la otra pellizcaba y retorcía mis pezones, con tanta fuerza, que parecía que me los iba a arrancar. No sé qué me gustaba más: esta postura que de por sí siempre me había parecido animal y excitantemente guarra, cada una de sus embestidas rabiosas, los jadeos que se nos escapaban a los dos al compás de los bruscos movimientos, el dolor placentero y excitante de esas palmadas en las nalgas, que, con seguridad, iban a quedar señaladas en mi trasero durante unos días, o esa violencia sobre mis pezones que, más duros ya que las piedras, parecían querer explotar y hasta salirse de las tetas...

Aunque fue importante el primero de los sueños que tuve con Cullen, siempre me impactó mucho más el segundo, quizás porque reproducía a la perfección mis líos entre AMOS, AMAS, sumisos y sumisas, o quizás porque en los escasos diálogos con Cullen, mi inconsciente no albergaba dudas respecto a la forma correcta de dirigirme a él o, a la inversa, la forma en la que habitualmente un AMO suele dirigirse a su sumisa. Por cierto: nunca me atreví a comentarlo con EL MAESTRO.


—Eso es, ¿ves cómo eres mi esclava? —comentaba Cullen ante mis esfuerzos por obedecer sus órdenes eróticas.

—Sí, AMO: soy tu esclava, pero no olvides que también soy AMA-zona —dije en mitad de un sueño que parecía ser un perfecto calco de mis inconscientes enredos entre AMAS y sumisas.


Antes de que a Cullen le cupiese la menor duda de que también me gustaba jugar a ser AMA, tomé la iniciativa y abandoné bruscamente la postura que me mantenía a cuatro patas o —según decía él— como una perra, para después, con un pequeño empujón, obligar a AMOCULLEN a tumbarse. Un segundo más tarde, empecé a cabalgarlo haciendo caso omiso del calentamiento inicial del paso y el trote, para mover mis caderas frenéticamente al galope o como la buena amazona que tanto presumía ser. Mis embestidas fueron apoteósicas y cuando los jadeos de aquel AMO empezaban a rebasar los decibelios permitidos por cualquier ayuntamiento, quise ofrecerle el placer añadido de la vista. Para ello, levanté mis piernas y giré la pelvis enroscada sobre su polla o ese obelisco brillante que parecía el eje de nuestro mundo. Después seguí cabalgándolo, pero esta vez dándole la espalda para así poder ofrecerle la perspectiva de cómo mi pelo largo y salvaje se movía al ritmo de mis caderas, que subían y bajaban por su miembro erecto cada vez a más velocidad. Una velocidad, por cierto, que aumentaba de intensidad con las palmadas que Cullen, ya sin control y como si en vez de una amazona fuese una yegua a la que había que incentivar para que siguiera el ritmo marcado por la mano o la fusta del jinete, estampaba en mis nalgas generando golpes dolorosos y excitantes, secos y a la vez ya más sonoros que nuestros jadeos.


— ¡Qué bien follas a tu AMO, puta, qué bien lo follas!

—Gracias, AMO, pero ya no aguanto mucho más. Me voyyyyyyyyyy, AMO, me voyyyyyy...

—Espera el orgasmo de tu AMO, perra.

—No puedo esperar nada. Me corro, AMO, me corrooooooooo...

—Vamos, perra: dale a tu AMO lo que le pertenece, dale tu placer a tu AMO.

—Ayyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyy. ¡Me corroooooooooooo, AMOOOOOOOOOOO!

—Yo también me voy, perrita, yo también me corroooooo. ¡Ahhhhhhh!


En el tercero de mis sueños eróticos, Cullen terminaba eyaculando sobre mis pechos y, a diferencia de lo que siento en el mundo real, aquel líquido viscoso y caliente no sólo no me asqueó, sino que se me antojaba como el mejor de los premios o la muestra del fantástico polvo que un AMO  y una sumisa-insumisa  acababan de echar en el mundo de Morfeo. Era imposible entender nada: en sueños, disfrutaba siguiendo sin rechistar las órdenes de Cullen y no aborrecía algunas prácticas que siempre rechazaba en la vida real, aunque el colmo de no se sabe qué es que mi inconsciente parecía haber aprendido y asimilado perfectamente algunas de las principales tendencias e inercias sadomasoquistas, en tanto que mi mundo consciente, ni las aprendía, ni las quería aprender y, ni mucho menos, las quería practicar...


—Voy a ser bueno y, sólo por hoy, no te voy a ordenar que me limpies la polla con tu boca.

—¡Puagggggggggg!, ¡qué asco! Me niego. Por favor, AMO, eso sí que no.

—Ya te he dicho que está bien para empezar, pero la excepción será sólo por hoy. Te has portado muy bien y no quiero asustarte...


Me enterneció la consideración onírica de ese AMO que agarró mi cara por el cuello, presionándolo ligeramente y como para no dejarlo escapar, al tiempo que sin dejar de mirarme con ternura a los ojos y a la boca, me dio un largo beso aderezado con el toque violento de morderme los labios una y otra vez.


—Te has portado bien. Tu AMO te lo agradece.

—No ha sido difícil, AMO: me han encantado las cosas que me has hecho —le dije antes de cerrar los ojos y de coger la postura idónea que nos permitiera dormir toda la noche abrazados.


Nuestros sueños, los coqueteos mezclados con enseñanzas BDSM, la continua lucha erótica y mental y esa especie de sensualidad cibernética compartieron su protagonismo con las insinuaciones, la excitación sexual y una picardía sin límites:


— ¡STOP! Deja ya de intentar excitarme, Cullen: ya no sé si meterme en la sala a decir gilipolleces, escribir mis memorias o hacerme una paja.

—Hummmmmmm: ¡Qué bien suena lo de la paja! ¿Sueles hacértelas?

—Sí, claro, ahora más dosis de morbo con el tema pajas. ¡Y una porra! Te encanta, ¿verdad, Cullen? Te encanta haber agregado a tu Messenger a una novata del BDSM para ilustrarla poco a poco, hacerla despertar de su letargo, hacerle descubrir todas las mujeres que hay en ella, hacerle sentir lo que nunca antes había sentido, hacerle sacar la zorra que lleva dentro, hacerla vibrar ideando cosas y hasta que se masturbe pensando en ti. ¡Te encanta!, ¿eh?

— ¿Quién te lo ha dicho? —preguntó un divertido y expectante Sapiens.

—Un pajarito.

— ¿Este pajarito que tengo ahora en la mano derecha?

—Cullen, te aseguro que si estuviera contigo no lo tendrías en la mano.

— ¿Ah no? ¿Y dónde estaría?

—No lo sé. El Amo eres tú y además se supone que eres sapiens, ¿no?

— ¡Buena respuesta! Aprendes rápido, perrita, muy rápido...

— ¡GUAU! Ni te lo imaginas, Cullen, ni te lo imaginas...


Poco a poco, Cullen fue sonsacándome información sobre mis apetencias eróticas, mis costumbres sexuales y otro tipo de detalles íntimos que, conscientemente y sin dejar de jugar, yo le revelaba a ese ser que me resultaba tan extraño y conocido a la vez.


— ¿Cómo te masturbas? ¿Te tocas sólo el clítoris o te gusta meterte los dedos? ¿Utilizas algún juguetito?

— ¿Qué? ¿Ya estamos indagando en cuestiones de amor propio?

— ¿Amor propio?

— ¡Claro! ¿Qué crees que es una paja, sino una cuestión de amor propio?

—Jajajajajajaja. ¡Claro, amor propio! ¿Y qué me dices de tu amor propio?

— ¡Que estoy muda!

—Bueno, cambio de tema porque sé que algún día me lo contarás y hasta me lo mostrarás.

—Si te refieres a la cam, ¡olvídalo! No encuentro nada más patético que enseñarle a un tío las tetas por una cámara y que no me las pueda tocar. ¡La cam es antinatural y me sabe a sardinas en lata! En fin, debajo de esa cámara veo más soledad que en el sole-chat.

—No me refería precisamente a la cam, pero da igual... Dime: ¿has sentido alguna vez una doble? —preguntó Cullen, consciente de que no tenía ni idea de lo que me estaba hablando.

— ¿Estás loco? ¿Doble? ¿Pero cómo iba a soportar el mundo a otra insumisa como yo?

—Jajajajajajajajajajajaja. Me refiero a si has sentido una polla en tu culo y otra en tu coño; bueno, o algo que las sustituya, claro...

—Te odio. Te odio porque sabes que acabas de dejarme con la boca abierta. Pues no, no he sentido una doble y me maldigo por la respuesta: primero, porque me lo he perdido, y segundo, porque sé que encima te pone más.

—La sentirás, no te preocupes que la sentirás.

— ¿Es una amenaza?

—No, es una sentencia. Por cierto, ¿te gusta la leche?

— ¿La leche? ¿Te refieres a esa... leche? ¡Puaggggggggggg!

—Hummmmmmmmmmmmmmmmm.

— ¿Hummmmmmm o Ufffffffffff? No me digas que te gusta que no me guste la leche. ¡Y yo que creía que había perdido cien puntos! ¿Por qué te gusta que no me guste?

—Mira, hay cosas que son retos, tienen más ciencia... Si todo fuera demasiado fácil pierde interés.

—O sea, que te gusta que no me guste para darte el gusto de que termine gustándome la degustación... ¡Ya te veo, ya!

—Jajajajaja. ¡Premio! ¡La bici para esta señorita que además de poeta y ludópata gramatical es jodidamente lista!


Entre fantasías y revolcones oníricos, la luna llena parecía querer explotar, igual que explotaba mi aguante respecto a esos pulsos que nos echábamos de continuo, para saber quién sería el vencedor o el vencido en esta extraña guerra sadomaso:


—Mira, Cullen, tú estás todo el tiempo diciendo que soy sumi, pero se te olvidan algunas cosas: por jugar podría jugar a seguirte el rollo y decirte sí, AMO; te adoro, AMO; la tuya es la más grande, AMO, y etcétera.

—Jajajajajajajaja. No es para tanto: la mía está dentro de la media.

—O sea, ¡pequeña! En fin, cambio de tema: quería decirte lo que le dije a una persona una vez: Si el mundo es yin y también yang, es absurdo tener que elegir entre Jane y Tarzán...

—Jajajajajajajajaja. ¿Y?

—Para mí todo es un juego, así que también quiero jugar a ser AMA-zona, aunque tenga que enamorarme de un faquir masoquista y de su cama de pinchos.

—Jajajajajajajajaja. Me encanta tu inocencia... El problema es que el BDSM es muy jerárquico. Esto quiere decir que nunca puede haber relación entre dos Amos porque siempre debe estar claro dónde está el mando y dónde la obediencia...

—Sí: el mando a distancia siempre es una lucha a muerte, ya te digo.

—Para lo que tú dices está la figura de la switch o una persona que adopta los dos roles.

—Hummmmmmm. ¡Qué divertido! ¡Ésa quiero ser yo! ¿Quieres ser mi esclavito, AMO? ¡Vamos, sumiso! ¡Ponte de espaldas que vas a probar mi látigo!

—Jajajajajajajajaja. ¡Me parto de risa contigo!, de verdad que me parto... Mira, perrita, yo no puedo ser tu esclavito, pero tú puedes ser sumisa y tener una esclava, claro que, si yo fuera tu AMO, ella también sería esclava mía. ¡Qué bien!: ¡otra perrita para mi cuadra!

—GUAU, ¡pero qué morro! Yo prefiero un esclavo...

—Lo siento, pero no te permitiría un sumiso porque no me van los tíos.

— ¿Y a ti qué más te da? ¿No sería sólo para mí?

—Sólo si yo te lo autorizase: puedo darte permiso para disfrutar sesiones a solas con ella o sesiones conmigo delante.

—Ya, claro, y me imagino que sería lo segundo, ¿verdad?

—Sí. Me encantaría ver cómo te folla o cómo te la follas tú.

— ¿Tantas vueltas para esto? Tú, como todos los tíos, sólo quieres ver cómo se enrollan dos mujeres... ¡Haberlo dicho sin excusas de BDSM!

—Es cierto, pero no olvides que aquí también se utilizan los juguetes...

— ¿Y cómo los consigues? ¿Se los pides a los reyes todos los años? A Baltasar, supongo, porque «el negro» es el color del BDSM... Venga AMO, que te ayudo a escribir la carta del próximo año: Querido Baltasar: mi AMO quiere unas esposas de Famosa, un látigo de Playmóbil y una fusta de Toy-saras... ¡Ya te vale AMO, ya te vale!


Entre juego y juego, no se quedaron atrás esos pensamientos eróticos, y hasta amorosos, que secretamente me invadían antes de dormir, por culpa quizás de las tiernas despedidas de un AMO que, más que un AMO en busca de «su sumi», parecía un hombre enamorado, un AMO enamorado o un enAMOrado, sin más:


—Esta noche, cuando cierres los ojos, no los abras.

— ¿Por qué?

—Yo estaré a tu lado, susurrando a tu oído, acariciando tu pelo y besando tus cabellos.

— ¡Qué hermoso, AMO!

—Que descanses bien, perrita.

— ¡GUAU! Hasta mañana, Cullen.

Capítulo 3: Camas Capítulo 5: Eclipse

 
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