Capítulo III
Pasando entre los ascensoristas bajé por la escalera al restaurante. Charles me estaba esperando en la puerta. Me pasó el brazo por los hombros.
—Te he hecho preparar una mesa, en un rincón de atrás del bar —me dijo—. Emmett Savitt te está esperando. Te lleva dos martinis de delantera.
—Gracias, Charles —dije.
—De nada, compañero —sonrió, mientras por encima de mi espalda contemplaba la gente que iba entrando detrás de mí.
Atravesé el bar, que estaba llenísimo. El camarero se apresuró a señalarme la mesa.
Emmett levantó la vista, su cabello rubio oscuro cortado al raso hacía juego con su chaqueta a cuadros. Con voz nerviosa me preguntó:
— ¿Qué?
Me senté.
—Calma, amigo —le dije—. Lo hemos logrado.
— ¿Todo? —La pregunta fue hecha en un tono suave que rezumaba admiración—. ¿Tal como habíamos hablado?
Asentí.
—Presidente de la «Sinclair Televisión».
— ¡Dios mío! —dijo—. ¿Así, tan sencillo?
El camarero nos puso delante dos martinis. Emmett levantó la mano.
—Dobles —dijo. Luego me hizo una mueca y añadió—: ¿No tenía yo razón sobre el modo de tratarlo?
Levanté mi martini hacia él.
—Tenías razón —no quise desilusionarlo. No tenía por qué saber que yo escondía otro as bajo la manga. Pero yo no me engañaba. Bella me había conseguido el empleo más que cualquier otra cosa. Apuré la bebida. Me hacía bien al sentirla bajar por la garganta.
— ¿Has hablado de dinero, de contrato, de condiciones?
Negué con la cabeza.
—Para qué. Eso es cosa tuya.
— ¡Buen chico! —me dijo, sonriendo—. No te preocupes, te conseguiré un buen contrato.
—Estoy seguro —dije, sonriéndole a mi vez. Ante todo era un agente; y como todos ellos, una vez has conseguido un empleo, son ellos los que lo han logrado.
— ¿Dónde diablos te has metido esta tarde? —me preguntó. Lo único que he logrado de ti ha sido una nota diciendo que nos encontráramos aquí, y luego te has esfumado. Este no era momento para desaparecer. Mis úlceras se han agravado...
Me reí.
—No me he esfumado, pero tenía un asunto importante que no podía esperar.
Como por arte de magia, apareció ante mí otro martini. Lo cogí y miré a Emmett:
—Ahora necesito que sueltes a toda tu gente y me obtengas una información. Quiero un completo «curriculum» de todo el personal de la red. De programación, ventas, investigación, propaganda e ingeniería de ambas costas. Luego lo mismo estación por estación de todo el país. Después de esto, quiero un completo análisis de programas, producción y estimación nacional y por mercados. Además, necesito una lista de todos los «pilotos» en antena actualmente y en proyecto; y la quiero completa, de Sinclair y de todas las otras redes.
Ahora le tocaba cantar a él. Se agachó hacia la mesa que tenía al lado, y apareció con un grueso libro de hojas cambiables forrado de cuero negro. Observé las letras doradas de la cubierta. Era la primera vez que lo veía impreso, y era un cargo de verdad:
Confidencial para
EDWARD CULLEN
Presidente, «Sinclair Televisión»
—Me he adelantado, muchacho —dijo, con una mueca—. Todo, aquí está todo lo que me has pedido. Esta es la clase de servicio que recibes de mi Compañía. Desde que la semana pasada me hablaste de tu cita con Sinclair he tenido a todo mi departamento de investigación ocupado en eso. Ahora tengo a todos mis muchachos a punto, y estamos dispuestos a pasar la noche contigo, revisándolo todo punto por punto.
Le sonreí.
—Debería haber supuesto que lo tendrías todo preparado.
—Y no sólo eso —añadió—, he subrayado con rojo los «shows» que creo resultarán ganadores, y que podemos obtener para la próxima temporada.
—Estupendo —exclamé—. Pero, ¿qué me dices de lo que queda de ésta?
Su voz sonó de manera pontifical:
—Vamos, estamos en octubre. Ahora ya no tenemos tiempo de encontrar nada bueno. No puedes remediarlo.
— ¿Por qué no?
—Exageras mi capacidad. Sabes tan bien como yo que para esta temporada ya está todo comprometido desde hace meses.
—Yo no sé nada. Lo único que sé es que me he metido ahí, que estoy en la línea de fuego y que seré el blanco de los tiros de todos los que están resentidos por mi entrada. Y tú conoces a Sinclair mejor que yo. Espera que haga algo.
—No puede esperar milagros.
— ¿Qué te apuestas?
No me contestó.
— ¿Por qué crees que he logrado ese puesto? Supone que soy capaz de hacer milagros. Acuérdate de lo que hice por «Great World».
Bebió su martini todavía en silencio.
— ¿Qué compañía de cine está ahora pasando por un mal momento? —pregunté.
Miró tristemente a su vaso.
—Todas van mal. Ninguna ha logrado este año ni el olor de beneficios. Están como locos tratando de amañar su contabilidad para no enseñar el cáncer.
—De acuerdo. Quiero que mañana por la mañana salgas por ahí y compres tantas películas de alta calidad como puedas. Única condición: que sean posteriores al cuarenta y ocho.
—Estás bromeando —exclamó.
Sabía a lo que se refería. Hasta el momento, ninguna productora cinematográfica había cedido a la televisión película alguna producida después de 1948. Di a mi voz una entonación fría y dura. Tenía que dejar bien claro quién era el jefe allí.
—Con lo único que no bromeo es con mi negocio.
Esta frase dio con él el mismo resultado que con Sinclair. Hubo un sutil cambio en su voz.
—Costará una fortuna.
—No tiene importancia. ¿Has visto el último balance de la Sinclair? Más de cien millones de beneficio.
— ¿Qué harás con ellos cuando los tengas?
—Me ocuparé del espacio del sábado por la noche, de nueve a once.
Advertí que me había dicho «cuando», no «si».
Su voz denotaba desconcierto.
—Pero esto es volver a lo que la televisión ha hecho hasta ahora. Han pasteleado el negocio de películas para ellos.
—Te referirás a las otras empresas —recalqué—. La Sinclair está en el «vertedero». Lo único que tienen es dinero y yo intento usar un poco para que participen en el mercado.
—Pero estás equivocado —protestó—. Podemos hacer nuestros propios espectáculos.
Yo sabía lo que lo chinchaba. Las películas no daban el diez por ciento, y él no tenía ganas de perder ese jugoso ingreso de cada semana.
—Tienes razón —dije—, lo haremos el año próximo. Tú mismo has dicho que éste no era posible.
—Toda la industria se va a reír de ti.
— ¡Que se rían! Me tiene sin cuidado. Lo que importa son las estadísticas. No se reirán tanto cuando salgan las de Nielsen.
— ¿Cuándo quieres que empecemos? —preguntó.
Podía ver su mente trabajando a todo vapor. A mayor presión más alto precio, e iba a sacar un buen bocado. Era su negocio y no me importaba, con tal de que cumpliera.
—En enero —dije.
—No hay mucho tiempo. Resultará caro.
—Eso ya lo has dicho antes. ¿Conoces el «slogan» que usan las compañías cinematográficas?: «Las películas son la mejor diversión.» Bueno, pues yo opino igual.
—Espero que aciertes —dijo sombríamente, y apuró su vaso.
—Estoy seguro. Ahora pidamos la cena, y di a tus muchachos que nos encontraremos en mi apartamento a las once en punto.
Se adelantó a coger el teléfono que había sobre la mesa.
— ¿La misma dirección: Central Park West veinticinco?
—No —contesté—. Ático B, de Waldorf Towers.
Casi solté una carcajada al ver la expresión de sorpresa en su cara.
—No sabía que te habías cambiado —dijo.
—Eso ha sido precisamente una de las cosas que he hecho esta tarde. Me gusta vivir cerca del despacho.
|