Rosalie’s POV
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Esa mañana al verme al espejo noté que mi mejilla estaba un poco morada producto de la cachetada de Royce. Inmediatamente me la tapé con maquillaje antes de que mi madre me preguntara o incluso me regañara. Es algo que ella haría. Era un nuevo día y luego de esa noche supe que todo había cambiado en mi mundo. Ya no veía las cosas como antes. No era más la niñita tonta y soñadora. Ahora sabía que no todo era color de rosa. Ahora sabía que mi príncipe no era más que un sapo no convertido.
Mi madre junto con Rebeca, la criada de la casa, me peinaron y vistieron. Hablaron todo el tiempo sobre Royce y lo mal que debió haberlo pasado. En mi cara no había ningún atisbo de pena por él. Yo era la única que sabía lo que realmente pasado. Bueno y aquel extraño.
Esperamos a mi padre que había ido a dejar a mis dos hermanos pequeños a la escuela. Cuándo éste volvió mi madre me arrastró a la puerta para ir al hospital. Me agarré del brazo de mi padre, intentando aferrarme a un escudo de seguridad.
-¿El señor King? – preguntó mi madre con su aire de petulancia a la recepcionista del hospital.
-En la habitación 19 en el segundo piso. – respondió amablemente.
Mi madre se fue con su aire de grandeza que se autoadquirió. Ni siquiera dijo gracias y sentí la necesidad de hacerlo yo.
-Gracias. – le contesté a la enfermera con una media sonrisa. Ella me devolvió el gesto. No quería ser más la chica tonta que aspiraba a ser una esposa llena de lujos. Mi vida había cambiado en 360 grados.
-Oh, Margarett, ¡querida! – mi madre saludó a la que iba a ser mi suegra. Otra mujer con aire de grandeza pero ésta si tenía mucho dinero. Como no, estaba casada con un King y yo aspiraba a eso. Aspiraba a tener la vida de Margarett King.
-Es terrible lo que ha pasado Antonella. – abrazó a mi madre. Luego se dirigió a mí y me abrazó sin ganas. Siempre guardando las apariencias. – Querida Rose, no te preocupes que Royce se va a mejorar y se podrán casar.
Sólo asentí en respuesta. No podía mostrar alguna expresión que no fuera repugnancia al hablar de él.
-La boda tendrá que posponerse hija. – me contó como si fuera lo más terrible del mundo pero para mí era la mejor noticia que me habían podido dar.
-¿Tan mal está? – preguntó mi madre.
-Si Antonella, esos tipos los dejaron muy mal. La policía los está buscando. Royce aún no despierta pero en cuanto lo haga, investigaciones vendrá y tendrá una descripción de los vándalos. Deberían matarlos…
Un grito ahogado salió de mi boca. Recordé las palabras de Royce “Me las vas a pagar”. Mi salvador iba a ser perseguido en cuanto mi novio despertara. Querrían su muerte… Nadie me creería ante la palabra del gran Royce King II.
-Hija… se que es difícil para ti. Pero debes estar tranquila. – mi padre me animaba pensando que me puse así por toda la situación de Royce. Si supiera que estaba evidentemente más preocupada por un extraño…
-Voy a tomar un poco de aire fresco – la excusa perfecta. – Permíteme padre – zafé mi brazo del suyo y me di la vuelta bajo la mirada de todos. No quería estar más en aquel pasillo, tan cerca del hombre que casi destruye mi vida.
Caminé por los pasillos y llegué a la recepción. Me sentía un poco mareada y en verdad quería tomar un poco de aire fresco.
-¿Se encuentra bien señorita? – la misma enfermera de hace unos minutos me tomaba del brazo y me miraba preocupada.
-Si… sólo necesito aire. – no sé qué aspecto tenía para llamar la atención de una enfermera.
Salí con un paso acelerado del hospital antes de que el aire a fármaco me terminara de marear hasta el desmayo. Al abrir las puertas el aire fresco penetró en mi nariz de forma exquisita. Necesitaba esa brisa como nunca. La inhalé a todo pulmón y disfruté de un buen momento de claridad y olvido.
Me apoyé en una pared mirando más que nada la calle, los pocos autos que pasaban y uno que otro carruaje tirado a caballo que aún circulaban. El sol pegaba fuerte y claro pero yo me escondí en las sombras. No era un día para lucirme. Mi ánimo decaía producto de la desilusión.
-Hola…- una voz me sacó de mis pensamientos. Era una voz que jamás habría reconocido si nada de lo que pasó ayer hubiera acontecido. Una voz grave, masculina pero llena de ansiedad y preocupación. Una voz que mi mente anhelaba oír y aún no se el porqué.
Giré hacia la derecha, de donde provenía su voz y lo vi con toda la claridad del día. Era grande como lo vi en siluetas la noche pasada. Su cabello era negro con pequeños rizos. Su expresión facial era de preocupación pero eso no le opacaba sus tiernos ojos verdes. Traía la misma ropa de ayer. Sus pantalones negros, una camisa blanca y su chaqueta de cuero negra que me había facilitado para no pasar frío.
-Hola – respondí nerviosa. - ¿Ahora me sigues? – pregunté tontamente.
-No. De hecho trabajo acá cerca en un restorant. Soy mesero. Pero hoy está cerrado y sólo soy el tipo del aseo. – reía sin ganas. - ¿Cómo estás? – frunció el ceño.
-Bien… - dije en un susurro agachando la mirada.
-No lo parece. – adivinó.
Nos quedamos mirando por un minuto completo. Yo asombrada por la confianza que tenía con aquel extraño. Él seguramente asombrado con mi belleza. Era la mirada que todos los hombres ponían al verme pero ésta tenía algo distinto. Él se veía preocupado por mí. Algo que nunca sentí de parte de nadie.
-Ro…Royce está en éste hospital…mi novio… el que… - titubeaba al hablar – el que le pegaste anoche junto a sus amigos.
La cara de aquel extraño se tornó granate de la ira. Sus manos se hicieron puños y su respiración se agitó.
-Debí haberlo matado… - susurró lleno de rabia. - ¿Era tu novio el muy maldito? Voy a terminar lo que empecé ayer… - se disponía a caminar a la entrada del hospital pero lo detuve con mi mano en su pecho. Él paró en seco y me miró fijamente con fuego en sus ojos. Ellos me pedían permiso para entrar al edificio y matar a Royce.
-No lo hagas…- supliqué aún con su mano en mi pecho. Estábamos a centímetros y podía sentir su suave aliento sobre mí. Mi mano sentía cada latido desaforado de su corazón. De pronto supuse que no era apropiado que estuviéramos así en plena calle, a pesar de que no transitaba mucha gente. Todos me conocían. Me alejé un paso atrás y pude sentir como mi cara se tornaba roja.
-Si tú me lo pides, yo lo mato – juró.
-No puedo permitir eso… Tú no puedes ir a la cárcel… No lo mereces.
-Pero él tampoco merece vivir. Por favor… ¡¿Qué clase de novio intenta abusar de su prometida?!
Me acerqué nuevamente a él haciendo sonidos de silencio.
-Cállate por favor… Nadie debe saberlo – nuevamente nuestros rostros quedaron a centímetros.
-¿Por qué? La gente merece saber qué tipo de canalla es él.
-Todo a su momento…- moví mi rostro hacia un lado, evitando su mirada penetrante.
-¡Tiene que ser ahora! – El extraño casi alza la voz pero la fue disminuyendo…- Nadie…- pensó un momento – Nadie debe hacerle eso a un ángel.
Me quedé petrificada en mi lugar analizando sus palabras… El corazón me saltaba de repente y tuve que alejarme de nuevo de él. Aquel extraño se había convertido en mi necesidad y ya no había vuelta atrás.
-¡Rosalie! – escuché los gritos de mi padre. Miré en dirección de donde venía la voz. El extraño hizo lo mismo. Supe que era hora de marcharme.
-Cuídate Rosalie… - pronunció mi nombre adivinándolo gracias a mi padre. Su voz y expresión estaban llenas de preocupación. Parte de mí sabía que no quería dejarme sola.
-Tú también….- no sabía cómo llamarlo y no me atreví a preguntárselo.
-Emmett… Emmett McCarthy. – extendió su mano para dármela. La tomé con timidez y lo miré a los ojos una vez más.
-¡Rosalie! – mi padre volvió a llamar.
-Tengo que irme – le di una mirada suplicadora, casi implorándole que me sacara de ahí pero debía cumplir con mi deber.
Me moví en dirección a la entrada del hospital y nuestras manos que estaban unidas se fueron soltando de a poco, como si doliera alejarme de él. Hasta el último roce de nuestros dedos lo disfruté y guardé en mi memoria. Caminé al encuentro con mi padre para seguir con la farsa de novia preocupada mientras sentía la mirada intensa de Emmett sobre mí. Parte de mí quería girar y marcharme con él. Él cambió mi vida y me salvó de todas las formas en que se puede salvar a alguien. Le debía más que mi vida.
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