LIBRO SEGUNDO
JACOB BLACK
Capítulo I
Se despertó notándose pesado y como narcotizado. Durante unos momentos estuvo inmóvil, hasta que dificultosamente se sentó en la cama. La puerta se abrió en aquel momento y apareció Denise, que se le quedó mirando.
—Por fin lo has conseguido —dijo ella.
El se quedó contemplándola.
—Me encuentro fatal, parece como si tuviera la boca llena de piedras.
—No me extraña —observó ella sin ninguna simpatía—. ¿Necesitas beberte todo el whisky de la ciudad en una velada?
—No me des la lata —dijo él sin ningún resentimiento—. Me duele la cabeza.
Durante unos momentos permaneció ella en silencio.
—Voy a buscarte una aspirina —dijo finalmente.
Se dirigió hacia el lavabo, y él se levantó de la cama con gran trabajo y se puso sobre una báscula, que se encontraba al lado. Miró su peso y soltó una palabrota. ¡Noventa y nueve kilos!
Denise lo oyó cuando volvía a la habitación.
—Eso es la bebida —dijo, y le tendió un vaso lleno de agua y la pastilla.
Haciendo una mueca, se la tragó.
—Bueno, también comí mucho.
—Comes demasiado y bebes demasiado. Esto no puede ser bueno, tienes que reprimirte un poco. El doctor Farber dice que dejes de beber. Tanto peso no va bien para el corazón. Ya no eres tan joven.
—No me lo digas, ya lo sé. Tú dile a Mamie que me prepare el desayuno —añadió mientras se encaminaba al cuarto de baño.
— ¿Café y tostadas?
Se paró bruscamente y se volvió a mirarla.
—Tú lo sabes muy bien; lo de siempre. Cuatro huevos con tocino, panecillos, tortas..., necesito energía.
—Esto va a ser tu funeral.
—Serás una viuda rica.
Ella le sonrió.
—Promesas, promesas..., desde que nos conocimos no haces otra cosa que prometerme.
El se acercó y la besó en la mejilla.
—Hablas demasiado. Quiero el desayuno.
Ella le pasó la mano por la cara y salió del cuarto. El permaneció inmóvil viendo cómo se alejaba, y en cuanto escuchó las instrucciones dadas a la cocinera, se metió en el cuarto de baño.
Como siempre que se encontraba en cierto sitio, el teléfono empezó a sonar. A través de la puerta cerrada, pudo oírse la voz de Denise.
—Es para ti; de parte de Roger.
— ¡Cuernos! —exclamó—. Dile que espere un momento. —Tiró de la cadena, y sobre el ruido del agua, gritó: — Tienes que llamar a la Compañía Telefónica. Quiero un supletorio aquí dentro.
Fue hasta el dormitorio y tomó el teléfono.
—Di, Roger.
—Ya tenemos confirmación del pasaje para el vuelo de esta noche, a las nueve, para Roma. En la «Alitalia». ¿Seguro que quieres ir?
—Por supuesto —exclamó.
—Conseguimos cuatrocientos mil dólares —dijo Roger—. Haces este negocio y ya te lo has gastado.
—Si no hiciéramos el negocio, también los hubiéramos gastado —repuso—. Entre una cosa y otra, terminaríamos sin saber adonde había ido a parar el dinero. Tenemos que seguir avanzando, si no estamos perdidos.
— ¿Qué es lo que te da tanta confianza para seguir empujando? —preguntó Roger.
—Toda mi vida he estado esperando una oportunidad como ésta, y no voy a dejarla perder.
—Pero la mitad del dinero es mío —dijo Roger.
—Te garantizo tu mitad —eso él mismo sabía que eran sólo palabras.
Si las cosas iban mal, no tendría dinero para garantizar nada a Roger.
Este también lo sabía.
—Ese Cullen te ha trastornado la cabeza. ¿Qué sucederá en el caso de que se vuelva atrás?
—No lo hará —repuso Jacob con gran convicción—. Creo que es la única persona de mí alrededor que ve más allá de su nariz. Además me trae suerte.
Roger sabía muy bien cuándo debía callarse.
—Está bien. ¿A qué hora vendrás a la oficina?
—Dentro de una hora, más o menos. Ya me llevaré el equipaje y saldremos directamente de ahí.
Colgó. Denise se encontraba ahora a su lado.
— ¿Sigues en tus trece?
Asintió.
—No tendrías que ser así —dijo ella—. Tenemos lo suficiente. Los muchachos no lo necesitan.
—Yo sí. Durante mucho tiempo he estado esperando esto y si no lo hago ahora no lo haré jamás. Por una vez quiero que todo el mundo sepa que soy tan bueno como ellos.
Ella le tomó la mano.
—Eres mejor.
Jacob sonrió.
—Tienes perjuicios —dijo, y volvió de nuevo al cuarto de baño.
Oyó un ligero ruido, e inmediatamente se puso alerta. La cabina estaba casi oscura y acababa de apagarse el letrero sobre los cinturones. Observó a Roger. Este estaba dormido, con la típica posición que uno adopta en un avión, y con la boca abierta. Siempre se había jactado de que podía dormir en cualquier parte. De pequeño había dormido en el metro, y tras eso cualquier lugar era apto. Y al parecer tenía razón.
No le sucedía lo mismo a Jacob; la idea de estar colgado a diez mil metros en el aire dentro de un pesado contenedor metálico le acababa las agallas. Ya podía beber o tomarse cantidad de pastillas para dormir, que sus ojos continuaban tozudamente abiertos.
Se levantó cuidadosamente y pasando por encima de las estiradas piernas de Roger, salió al pasillo y caminó hacia adelante en la oscurecida cabina. Todos parecían dormir. Atravesó las cortinas de la sala de estar pestañeando por la repentina luz, y la solitaria azafata que allí se encontraba se puso en pie.
— ¿Necesita algo, signor Black?
— ¿Sabe mi nombre?
—Sí, signore —dijo sonriendo—. ¿Quién no conoce al célebre prodottore?
Era la típica italiana sabelotodo. Especialmente con su nombre en la lista de pasajeros.
—Me apetece un whisky con agua.
Mientras se ponía a prepararlo se sentó, y quitándose las gafas empezó a limpiarlas con el pañuelo. Apareció ella con la bebida y él se puso las gafas. Terminó el vaso casi de un trago. Luego se quedó mirándola.
— ¿Dónde está el resto de la tripulación?
—Durmiendo —respondió—. Todavía nos quedan cuatro horas y media para llegar a Roma, y no hay gran cosa que hacer.
Terminó la bebida.
—Traiga la botella y siéntese aquí.
—Signore, va en contra de las reglas.
—También va en contra de las reglas que la tripulación duerma. Pero nosotros lo comprendemos, ¿no es cierto? Se quedó mirándolo, y luego asintió.
—Sí, signore.
Trajo la botella, la puso en la mesa entre los dos y se sentó en el lado opuesto.
El se sirvió algo de whisky. En esta ocasión lo fue sorbiendo lentamente. Empezaba a sentirse mejor.
— ¿Va a empezar la producción de otro film, signore?
Le contestó afirmativamente.
— ¿Con Rose Barzini?
No había sido una corazonada. Estaba al corriente.
—Sí —contestó Jacob.
—Es una mujer preciosa —continuó la azafata—, y con mucho talento.
—Habla como si la conociera.
—Empezamos a hacer giras juntas, pero ella era más decidida que yo. Y mucho más guapa.
Permaneció estudiándola. En su voz había notado un cierto matiz de deseo.
— ¿Y por qué no continuó usted? También es muy hermosa.
—Gracias, signore —contestó—. Lo que sucedió es que yo no podía vivir, como ella, sólo de promesas y esperanzas. Este trabajo es seguro.
—Estaré en el Excelsior unos cuantos días. Venga a verme, quizá no sea demasiado tarde...
—Es muy amable, signore Black. Quizá vaya a visitarlo, pero para triunfar ya es demasiado tarde. Con lo de ahora estoy satisfecha.
— ¿De veras?
Hizo un gesto con la mano y apareció entre sus dedos un billete de cien dólares.
Ella lo miró, y luego dirigió sus ojos hacia él.
— ¿Para qué es eso?
—Para que esté contenta —dijo poniendo el billete ante ella. Luego le tomó la mano y, bajo la mesa, la puso sobre su pantalón.
—Ya le he dicho que la encontraba adorable.
Diez minutos después se encontraba de nuevo en su asiento y dormía profundamente. No abrió los ojos hasta que el avión tomó tierra en el aeropuerto de Roma.
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