Algo había ocurrido durante su último vals.

Mientras el carruaje avanzaba estrepitoso por las calles,Edward no sabía muy bien qué había sucedido,sólo que seguía latente entre los dos,como la quietud que acompaña al trueno que sacude la tierra.

Era como si la condesa hubiera descolgado el puente levadizo del castillo en el que se ocultaba y lo hubiera recorrido hasta la mitad,temerosa de llegar a tierra firme,con el foso amenazador a los pies.Por su mirada,Edward sabía que Bella había estado rumiando algo,valorándolo,sopesándolo,descartándolo…

Sin embargo,le había dedicado su atención absoluta.No le parecía que hubiera estado enumerando mentalmente los atributos de cada una de las damas con las que él había bailado.Eso vendría después.

El silencio se instaló entre los dos,sentados uno frente al otro en el carruaje.Era un silencio agradable,distendido,que al conde se le hacía extraño:habría creído más lógica una calma tensa.

Se había producido un cambio durante el baile:se habían dado cuenta de algo que ambos estaban dispuestos a ignorar.

—Quiero ir a casa—dijo él por fin,rompiendo la tranquilidad del carruaje,de la noche.

Bella dejó de mirar por la ventanilla.

—Sí,claro,en cuanto me lleves a mi residencia,puedes marcharte a la tuya.

—No,me refiero a Torterra.

—¿A Torterra?

—Al pueblo donde me crié.Quiero que mi familia sepa que he sobrevivido a mi primera temporada social en Londres.

—Bastará con una carta,¿no te parece?

Edward detectó un atisbo de pánico en la voz de la condesa y pensó que probablemente su siguiente afirmación la sobresaltaría.

—No,no bastará.Mi madre querrá ver por sí misma cómo me ha ido.Me gustaría que vinieras conmigo.

—¿A Torterra?

—Sí.

Bella volvió a mirar por la ventanilla,aunque si hubiera seguido mirándolo a él,Edward tampoco habría podido averiguar lo que pensaba.Las sombras del interior del carruaje le ofrecían protección y consuelo.El conde no podía penetrarlas,ni discernir los sentimientos de la condesa.Estaba a punto de decirle que iría solo cuando ella habló por fin,dulcemente.

—Me gustaría ir contigo.Mucho.

Deseaba oír aquella respuesta,pero jamás se habría atrevido a esperarla.

—Tendré que llevarme a mi ayudante—dijo ella serena—.Y a mi doncella.

—Naturalmente.A quien quieras.Lo que quieras.

—Mientras estemos allí,podemos hablar de tus pretendientas.

—No.

Pronunció aquella negativa con más rotundidad de la que pretendía.Bella se volvió hacia él,sorprendida por la firmeza de su respuesta.

—Nada de eso tiene cabida allí—dijo el conde,dibujando a su alrededor un círculo imaginario que probablemente Bella no podía ver.

—Tu rango no es algo de lo que puedas desprenderte como del abrigo en primavera.Es parte permanente de tu persona.Estés donde estés,hagas lo que hagas.

—Soy consciente de ello,pero quiero que el tiempo que pasemos en Torterra sea como nuestro último baile,sin mención alguna a la caza de esposa.Quiero olvidarlo por un tiempo,mientras estemos allí.Podemos retomarlo cuando nos instalemos de nuevo en Forks Hall.

—De acuerdo.

Ahora era él quien miraba por la ventanilla,aliviado aun a pesar de la duda de si aquel viaje sería un error.