Capítulo 14 Me ama
El vehículo arrancó sin que durante el trayecto al hotel de Portlan, ni Cullen ni yo pronunciásemos una sola palabra. Tampoco hablamos una vez que llegamos a la habitación de ese hotel de paredes fantasmagóricas, rocambolescas barandillas de forja negra, techos interminables y suelos de madera que crujen. Ni siquiera charlamos mientras EL MAESTRO se dedicaba a realizar nuevas tareas que, por descontado, no pude comprender, como, por ejemplo, la de llenar la bañera cuidando que el agua no estuviese ni demasiado caliente ni demasiado fría, y rociarla con jabón líquido de glicerina para crear un maravilloso efecto de nube con las pompas de jabón y la espuma.
AMOCULLEN me miró con los ojos vidriosos de nuevo mientras me quitaba la túnica blanca y me daba la mano para ayudarme a introducirme en el agua. Hice un gesto de dolor que acompañé con un leve quejido cuando el líquido alcanzó por fin mis nalgas doloridas y, sobre todo, una espalda que con toda seguridad y viendo el insoportable escozor que estaba sintiendo, sería portadora de unas heridas más que considerables. Supongo que Cullen, sin necesidad de mirarla, sabía de mis contusiones y llagas, y quizás pretendía desinfectarlas o calmarlas con ese baño. Un baño, por cierto, en el que estuve muy cerca de desmayarme otra vez, aunque no sé si de hambre, de dolor, de escozor o de cansancio por tanta y tanta emoción, desconocida y ya incuestionable por mi gastada cabeza.
Cerré los ojos un tiempo largo, aunque Cullen no quiso dejar que me abandonase a ese letargo y me echó suavemente agua por la cara como queriendo evitar mi sueño. Después me agarró de los brazos, me levantó de la bañera, me ayudó a salir de ella, y una vez fuera, cogió toallas limpias y empezó a secarme con la mayor de las ternuras que le había visto hasta ahora. Noté de nuevo vidriosos sus ojos cuando otro aullido se me escapó, sin querer, justo en el momento en el que EL MAESTRO echó una toalla por mi espalda y me dio de lleno en la fuente de un dolor insoportable. Entonces decidió retirar ese paño de suave felpa blanca del dorso y llevarme en brazos hasta la cama, cargándome sobre su hombro, cuidándose de no rozarme las heridas y poniendo especial hincapié en tumbarme boca abajo.
Allí, sobre un colchón revestido de sábanas impolutamente blancas y con parsimonia de enfermero meticuloso, Cullen utilizó en mi cura un paquete entero de algodón que, poco a poco, iba posando por mi espalda tras haberlo empapado de un líquido que, además de oler a hospital, me producía más escozor que los latigazos de antes. Contuve las lágrimas mordiéndome los labios, aunque no sé si en realidad los mordí para no llorar, para soportar esa quemazón profunda o para evitar pronunciar, siquiera irreflexivamente, la palabra ÁRBOL.
Mordiéndome la lengua y los labios, evitando las lágrimas en la medida de lo posible y tensando los músculos faciales, giré hacia atrás y todo lo que pude la cara para poder observar a Cullen, y sorprenderme al ver que mi AMO lloraba como un niño, quizás por culpa de unas heridas que, personalmente, parecían aliviarme porque me resultaron equitativas o como una justa correspondencia a mi rebeldía, además de una ofrenda a su paciencia infinita, al amor que ÉL había demostrado siempre, y ahora, más que nunca, delataban o bien sus ojos de vidrio, o bien cada tierno gesto tan de algodón, como aquella preciosa planta que me dio la bienvenida en el hotel de Seattle.
Pude experimentar por fin, en mi propia piel —y nunca mejor dicho—, lo que suponía el milagro de las heridas y el secreto de la cura del que Cullen me había hablado tanto. Sus palabras volvieron a mí, al tiempo que mi AMO besaba mi espalda magullada con compasión y cuidado de tesoro preciado, o como, a fin de cuentas, me hacía sentir aquel hombre siempre que me tenía entre los brazos.
—Yo sé que no pasará nada de lo que hay en mi cabeza, pero mis azotes, con toda la saña del mundo, son lo que calmaría mi rabia y tu culpa: ya ves, todo a la vez, ¡y tú sin quererlo ver!
— ¿Nos calmaríamos a costa de que me hicieras mucho daño?
—Es que te haría mucho daño, pero lo mejor del dolor ya sabes lo que es: es el premio que viene después. Todo está dividido en un proceso místico de tres o como un trisquel, que es el símbolo del BDSM: No hay cura sin herida, y no hay herida sin látigo o similar...
— ¡O sea, que el secreto está en la cura!
—Sí, siempre. Es cuando un AMO sufre con las heridas que ha hecho. Es cuando demuestra el amor y sufre por el dolor de su sumisa, al tiempo que siente el placer de su dolor.
— ¿Y ella? Además de un dolor rabioso, ¿qué siente ella?
—Ella siente placer con su dolor porque ese dolor es el placer de su AMO y el placer de su AMO es su mayor recompensa.
— ¡Sois más retorcidos que un manojo de cables!
—No, Marta, retorcidos no: intensos, complejos y completos sí. ¡El éxtasis se merece un viaje por todas las emociones humanas y el dolor es de las más profundas!, ¿no?
Dos ideas se agolparon en mi cabeza: me pareció que Plutón y su guardián de los tesoros del infierno había decidido regalármelos, quizás como premio por no haberme bajado de un tren Vancouver-Seattle y haberme atrevido, sin entender por qué, a acercarme un poquito al mundo BDSM de la mano de AMOCULLEN. Pero el mayor de los tesoros, sin duda, era poder entender, ¡por fin!, el milagro del Bondage, la Dominación, el Sadismo y el Masoquismo, hasta el punto de que la conclusión a la que unos minutos antes había llegado a través de tanta y tanta experiencia extrema ya parecía vivir en mí:
Todo forma parte de un viaje al éxtasis, incluyendo las diferentes paradas por el lado doloroso de la vida que, en vez de negarse como si no existiera, debería incitarnos a hacer un alto en esa punzante parte del recorrido, por el simple hecho de existir. Aprender a disfrutar del dolor es un fragmento importante del camino, y aceptar este hecho no es sino una ventana de luz que sirve para que AMO y sumisa se comuniquen en busca de la virtud, poniendo al servicio del ARTE BDSM una complicidad milagrosa, una simbiosis mágica y una religiosa entrega, tan grandiosa como mística. Otra vez se me cerraban los ojos, aunque no por sueño y sí por una serie de sensaciones que, como el sol de la tarde, me incitaban a bajar los párpados. Cullen se tumbó a mi lado y cogiéndome de la mano los cerró también, aunque al poco tiempo escuché que se levantaba y salía de la habitación. No me moví. Ni siquiera cuando la puerta volvió a abrirse y mi AMO apareció con una botella de champaña, dos copas y dos paquetes que desembaló cuidadosamente, mostrando, el primero de ellos, un apetitoso pastel de carne, y el segundo, dos sabrosas y dulces cremas holandesas.
—¡Hummmmmmmmmmmmmmm! Creo que me sentarían más que bien esos platos exquisitos —comenté con la boca hecha agua, provocando la sonrisa de Cullen.
Me incorporé, comí el pastel de carne y hasta reviví cuando el azúcar de la crema holandesa entraba por mi estómago junto con el buenísimo champaña.
El problema es que Cullen también debió de revivir con aquellos manjares. Al menos eso me pareció cuando observé que ya no me daba más tregua porque, decidido y sin siquiera dejar que terminase el último sorbo de cava, optó por derramar parte del preciado líquido en mi sexo desnudo.
Después empezó a lamérmelo por primera vez y yo volví a abandonarme. Volví a excitarme. Volví a correrme y me importó nada y menos que me diese permiso o no porque necesitaba gritar y sacar fuera en forma de orgasmo cada emoción, cada sensación, cada golpe, cada persona y cada novedad que, en sólo día y medio, había tenido la suerte de conocer y vivir por no haberme bajado de ningún tren.
Después de correrme, ya no pude soportar más la lengua de EL MAESTRO sobre mi coño y, bruscamente, me levanté de la cama para ser yo la que con un empujón hiciese a Cullen tumbarse en ella, desabrocharle la bragueta, quitarle los pantalones y comerme su polla con más voracidad que ayer y con más avidez de la que me había llevado a saborear aquellos platos regionales.
En un principio creí que el AMO no podía hacer otra cosa más que dejarse hacer, dejarse besar, dejarse mamar, dejarse querer y abandonarse al disfrute, pero sólo en un principio...
¿Abandonarse? ¿Cullen? ¡Imposible! El AMO no podía evitar controlar, mandar, someter, dominar y supuse que, precisamente por esa razón, se vengó inconscientemente de mi iniciativa anterior, levantándose y obligándome a ponerme frente a la cama, de espaldas a ÉL, apoyando los brazos en el colchón, y con una posición idéntica a la que mostraba la mujer de la portada de La buena sumisa. Un segundo después de esta postura forzada, EL MAESTRO rebuscó entre su maleta y volvió con un líquido frío y viscoso que restregó por mi trasero. Creo que era el lubricante de ayer, aunque enseguida dejé de creer, pensar, analizar, racionalizar o llevar a cabo cualquier otra acción con la cabeza porque sólo pude sentir, sentir y sentir. Entre otras cosas, la brusquedad del dedo que Cullen introdujo súbitamente en mi culo, girándolo y como queriendo dar de sí al orificio. Grité de nuevo, pero poco le importó a ese hombre que sólo sacó su dedo para volverlo a introducir cada vez con más ímpetu. Creo que me moría de no sé qué, aunque, para variar, no pude creer o racionalizar nada porque Cullen sólo me permitió volver a sentir cómo sacaba su dedo para, preciso, vehemente y autoritario, decidirse a follarme como si lo hubiese estado haciendo toda la vida, al tiempo que con más cuidado que ayer repetía los ya perennes manotazos, en mis también ya perennes doloridas nalgas.
Esta vez grité más que nunca, quizás porque también más que nunca pensé que me marearía de un momento a otro. Por suerte, durante esa sensación que sólo duró segundos, Cullen tuvo la delicadeza de no moverse ni un milímetro, aunque pasados esos instantes, sus caderas empezaron a regalarme unas suaves oleadas que acompañó con un regalo maravilloso: sus hábiles dedos que con una mano acariciaban mis pezones y, certeramente con la otra, mimaban mi clítoris provocando su aumento de tamaño, así como pequeñas contracciones vaginales y esa corriente eléctrica que, tarde o temprano, me haría explotar sin remedio.
De nuevo grité cuando el placer de mi pecho, y sobre todo de mi clítoris, pareció extenderse también a otras zonas, folladas ya sin piedad por Cullen que, con no sé qué tipo de habilidad casi mágica, transformó el insoportable dolor de antes en un placer expansivo y totalmente nuevo para mí.
—Vamos, sumi. Sé que te encanta cómo te estoy follando. ¿O no?
—....................................
—¡Contesta!
—Sí, AMO.
—No te he oído, esclava. Dile a tu AMO qué eres para ÉL. Ruégale lo que quieres.
—Soy tu esclava, AMO. Fóllame sin piedad, AMO. NO dejes de hacer lo que haces, AMO.
—¡Así me gusta, sumi! Así me gusta. Quiero que nunca te olvides de esto.
Más, quería más: más insultos, más humillación, más presión en mis pezones, más golpes si fueran necesarios, más clítoris y hasta más culo, aunque me doliera horrores esa parte de mi anatomía que Cullen acababa de desvirgar. Más, más, más: por primera vez y como si fuera un regalo tardío deseado desde siempre, mi AMO complació mis súplicas dejando que sus caderas entraran y salieran y se movieran más y más deprisa, en busca de un final que estaba a punto de llegar.
Mi clítoris ya no aguantaba mucho: aquella corriente eléctrica se tornó tan insoportable que volví a gritar al tiempo que explotaba, incomprensiblemente, en un llanto incontrolable y desgarrador:
—Me voy a correeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeerrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrr.
—Espera, sumi, espera el orgasmo de tu AMO.
—No puedooooooo. Me mueeeeeeeeerrrrrrrrrrooooooooooooo.
Cullen me regaló de nuevo todos sus fluidos, aunque esta vez no tuve oportunidad de verlos porque se quedaron guardados en algún rincón de mis recién petadas —como hubiera dicho ÉL— o recién estrenadas y desvirgadas intimidades.
Un segundo más tarde, MI AMO volvió a su papel de padre protector o meticuloso coleccionista que cuida su tesoro preciado, acariciando mi cara y mi pelo y hasta bebiendo las lágrimas de mi nuevo éxtasis; esas lágrimas tan extrañas como todo lo que había vivido en los últimos dos días de mi vida, porque ni había forma de entender que me hubiera causado placer tanto y tanto dolor, ni tampoco podía comprenderse que tanto y tanto placer desembocara en un llanto desgarrador.
Me sentí plena, llena de luz, agotada, bella, dolorida, magullada, exhausta, orgullosa y, sobre todo, feliz, muy feliz de ser la sumisa insumisa y ese tesoro tan valorado por AMOCULLEN. De nuevo la idea de Plutón y esas joyas de su infierno que acababa de regalarme en forma de una particular conclusión sobre el éxtasis BDSM volvió a mí:
Todo forma parte de un viaje al éxtasis, incluyendo las diferentes paradas por el lado doloroso de la vida que, en vez de negarse como si no existiera, debería incitarnos a hacer un alto en esa punzante parte del recorrido, por el simple hecho de existir. Aprender a disfrutar del dolor es un fragmento importante del camino, y aceptar este hecho no es sino una ventana de luz que sirve para que AMO y sumisa se comuniquen en busca de la virtud, poniendo al servicio del ARTE BDSM una complicidad milagrosa, una simbiosis mágica y una religiosa entrega, tan grandiosa como mística. Rebosé de plenitud al entender, ¡por fin!, esta especie de teatro anímico-erótico que limpiaba las almas, curaba complejos, desataba pasiones y, sesionando en busca de un éxtasis místico y casi religioso, complementaba la personalidad de sus protagonistas como el botón y el ojal. Sí, era fascinante sentir que, en cuanto se abría el telón, todo era distinto: AMOCULLEN representaba el rol de dominar, mandar y domar, en tanto que yo, voluntariamente, transformaba mi salvaje, rebelde e insumisa habitual en el complemento que personificaba la obediencia y la sumisión.
Fue más fascinante aún sentir placer con el placer infinito que parecía sentir AMOCULLEN tras haber podido materializar todo lo que durante días fantaseó su cabeza. No, mi AMO ya no tendría que enfermar —según me dijo una vez— por la ansiedad de no poder poseer, someter, dominar, sodomizar, besar por todo el cuerpo, follar y azotar, azotar y azotar a su sumisa...
¡Para todo eso y mucho más, había llegado yo a su vida!, pensé mientras buscábamos una postura que permitiese dormir cómodamente a un AMO que amaba a una sumisa-AMA con la espalda y las nalgas magulladas, y a una insumisa que también amaba a su AMO.
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