Capítulo 2 chat
El chat caliente apareció en mi vida con la luna nueva. Es curioso, pero aquella irrupción me resultó tan novedosa como cuando la pálida luna se muestra a través de esa minúscula lámina en un cielo que, más que cielo, parece la inmensa nada. Conscientemente al menos, no me atrevo a afirmar que mi vida tuviera lagunas, vacíos o nada de nada, pero sí sé que el día que coloqué el ratón y pulsé el botón izquierdo sobre la palabra chat, seleccionando después la Zona Caliente y, en concreto, la sala de Amos y sumisas, esa atracción que sólo genera lo desconocido me invadió de golpe, tal vez por el excitante impacto de haber descubierto algo vibrante y tan adictivo que, inevitablemente y durante un tiempo, me iba a conducir al juego, a la risa y a la estupefacción constante.
Amos y sumisas, Amos y sumisas, Amos y sumisas: ¡esto sí que es fuerte!, pensé. Recuerdo que el primer día no daba abasto a leer todo lo que mostraba la pantalla porque, además de unos cuarenta usuarios que a la velocidad de la luz no paraban de hablar-teclear, debía contar con ese sinfín de mensajes privados que, en forma de ventanitas que se abrían y cerraban superponiéndose unas a otras, me acechaban sin parar con hermosos y sutiles saludos, tipo vamos perra: ponte a cuatro patas; quiero tus nalgas a la vista que me está temblando la fusta; hoy nadie te librará de un buen enculamiento.
Te follo, te enculo, te violo, hoy te azotaré, me la chupas, te masturbo... ¿Pero qué es esto? ¿Dónde me he metido?, me pregunté una y mil veces ante los continuos y desbordantes misiles que portaban aquellos mensajes privados. Menos mal que, cuando me invadía la angustia, miraba la fila gris de arriba o la que, además de informar sobre el número de usuarios, me indicaba en todo momento que la pantalla de mi PC no era sino la puerta de la sala privada de Amos y sumisas.
Sin dejar de ser una presa fácil del estupor, durante los dos primeros días me limité, como buenamente pude, a pulsar la cruz de las ventanillas para cerrarlas y así poder estar al tanto de lo que se cocía en la sala. Y sí, ya sé que ahora es mucho más fácil analizar todo aquello, pero entonces, cuando era imposible racionalizar por la fascinación del descubrimiento, creo que todo tuvo que parecerme igual de impactante que a la niña que intenta conocer a sus compañeros y el resto de matices, colores, sabores y aspectos de su primer día de colegio, o como si un ludópata, que aún no sabe que lo es, acude por primera vez a un casino y se queda obnubilado con el bullicio, la variedad de juegos y las luces de neón que envuelven el recinto.
No comencé a reaccionar hasta bien pasadas aquellas cuarenta y ocho horas, aunque no comprendo por qué cuando pasé a la acción, en vez de dedicarme a otras cosas me dio por psicoanalizar, hacer mi propia estadística y excitarme creando grupos y subgrupos como si estuviera realizando una tesis doctoral e intentase averiguar el sexo, la edad, el trabajo y otros datos de las personas que accedían a la sala de Amos y sumisas. ¿Será posible? ¿Tan aburrida estaba? ¡Seré ilusa! Y listilla, prepotente y tonta. ¿Cómo no se me ocurrió pensar en la fábula sobre el cazador, cazado? ¿Cómo no tuve en cuenta que quien juega con fuego, se quema? ¿Hay mejor prueba de que me quemé que este tren con dirección a Seattle que quiere colocarme en los brazos, el látigo y las artes de AMOCULLEN?
Comencé mi singular estudio descartando a algunos usuarios. Primera excepción: mi estadística no incluiría a los despistados y curiosos que aterrizaban en la sala de Amos y sumisas por azar, entre otras cosas porque cada vez que me disponía a contabilizarlos, ya habían salido del lugar. Segunda excepción: tampoco quise tener en cuenta esa publicidad que tanto me agobió, tipo ellos y ellas se buscan.com, o los inconfundibles anuncios que se cuelan en cualquier chat para embaucar con sus páginas a los usuarios de ese chat. Y tercera excepción: aunque en ningún momento me olvidé de su existencia, también opté por descartar a los que denominé sujetos infantiles y soeces, porque sólo entraban en el chat para volcar su adrenalina insultando a otros. Sí, es cierto que de esos cuarenta usuarios, al principio hacía mucha gracia ver cómo cinco o seis llenaban la pantalla escribiendo, sin venir a cuento, putassssssssssssssss, mariconesssssss, impotentessssssssssssssssssssssssss, pero después cansaba tanto que entre insulto e insulto desviaran la atención, que todo el mundo terminaba haciendo caso omiso de ellos a través de la tecla ignorer o la que, dicho sea de paso, tardé días en descubrir que permitía seguir chateando, sin ver las barbaridades del usuario al que se acaba de ignorar.
Una vez descartado el trío «publicidad, despistados y soeces», me dispuse a realizar mi particular estadística. La inauguré observando detenidamente a los que, cada vez que entraban en la sala, me recibían con los mismos saludos: quítate las bragas, zorra, hoy voy a encularte como la puta que eres o sigue hablando con otros y verás cómo te castigaré. Sí, es cierto que siempre me impactaban, aunque también es verdad que enseguida desdramatizaba la situación, riéndome con las frases de los que denominé kamikazes, con ánimo de diferenciarlos del resto de usuarios del chat. No era difícil detectar a los kamikazes porque, además de ser los más numerosos, se delataban ellos mismos presentándose con un nick o nombre cibernético más insultante y directo que sus terribles bienvenidas. ¡Increíble el contraste!: los kamikazes navegaban por el chat con nombres como TELAMETOTODA, ME LA CHUPAS, TU CULO ES PARA MÍ o POLVO FUISTE Y POLVO SERÁS, en tanto que yo, en esos primeros días de devaneos por aquel extraño chat, me amparaba en los inocentes e insulsos seudónimos de treintañera y raquel.
A veces, sólo observando el título que daba nombre a ese recinto cibernético, conseguía cierta sensación de normalidad dentro de tanto aturdimiento, aunque nunca dejó de sorprenderme que, en vez de dar los buenos días o las buenas tardes, algunos usuarios siempre nos sometieran a un interrogatorio igual de ofensivo a todos los que navegábamos con un nick femenino:
— ¿Eres sumisa?
—Dime, puta, ¿eres sumisa?
—Responde, perra: ¿eres sumisa?
— ¿Ama o sumisa? ¡Contesta, zorra!
Normal, debe ser normal, decía para tranquilizarme. ¿Normal? Como normal que una mujer que no tenga idea ni de este mundo o submundo del sadomasoquismo cibernauta, ni del sadomaso real, y acostumbrada a ganarse a pulso la igualdad entre sexos y pelear en lo cotidiano para que así sea, responda lo que yo respondí:
— ¿Sumisa yo? ¡Y una mierda!
—Sumisa tu madre.
— ¿Sumisa? ¡Ay qué risa! Yo soy insumisa, imbécil...
— ¡Vete con sumisa o con tu misa a otra parte, gilipollas!
Normal, debe ser normal, seguía repitiéndome una y otra vez. ¿Normal? Como normal es que, tras las miles de salidas de tono que vomitó mi boca en forma de mini textos, saliese por la tangente en plan reivindicativo y con provocaciones subversivas que, desde luego en aquella sala, estaban fuera de lugar:
—Chicas: ¡INSUMISIÓN! ¡INSUMISIÓN! ¡INSUMISIÓN! ¡INSUMISIÓN!
—Siglo XXI: ¡Las mujeres al poder! ¡Las mujeres al poder! ¡Las mujeres al poder!
— ¡No a la tiranía de la testosterona! ¡No a la tiranía de la testosterona!
—Mujeres: ¡Romped las cadenas y los yugos de siempre!
Normal, debe ser normal, continuaba afirmando o afirmándome, en busca de no sé qué. ¿Normal? Como normal es que las reacciones no se hicieran esperar:
— ¿Pero nadie va a azotar a esta puta?
— ¿De qué cuadra se ha escapado esta perra?
— ¿Es que la fusta de tu AMO es de mantequilla?
— ¿Algún AMO le ha soltado el collar a esta zorra?
Por suerte, aquellas respuestas incomprensibles me hicieron recordar el antiguo dicho Ver, oír y callar. Y eso es, precisamente, lo que intenté hacer desde la metedura de pata de la insumisión, aunque me quedé con las ganas de saber por qué siempre insultaban de la misma forma y, sobre todo, qué significaban esas expresiones tan raras sobre cuadras, fustas de mantequilla, perras y collares...
Es cierto que vi, oí y callé, pero eso no quiere decir que me adaptase a todo. Entre otras razones porque los kamikazes sólo me producían carcajadas. La verdad es que cada vez que aparecían, me despertaban una especie de risilla quinceañera porque no podía evitar imaginármelos con menos de veinte años y cargados de tal cantidad de testosterona que, probablemente, necesitarían teclear con una mano y masturbarse con la otra, en busca de un orgánico y necesario reciclaje tan lácteo como liberador para sus hormonas. Otras veces, también los visualizaba jugando a creerse dueños —o mejor DUEÑOS—, de una situación que sólo vivían en su imaginación; en concreto, la de tener a una mujer en el tiempo, en el momento, y para lo que a ellos se le antojase. Conclusión, me dije: ¡Que ninguno se come ni una miga en la vida real!
Reconozco que en algún momento puntual, sobre todo al segundo día de chatear o cuando ya me vi con más soltura para combinar ventanas, cierres, ojos y dedos, me reí de lo lindo gastando bromas, bien retadoras y del tipo Ah, ¿si?, ¿y me vas a pegar con el chupete, chiquitín?, o bien mofas tan ofensivas como sus saludos: cuando quiera follar no dudes que lo haré, pero ten por seguro que no será contigo. Algunas veces, hasta me atrevía a decirles más, más, más, más... Total: nadie hacía daño a nadie porque todo quedaba en casa, bueno, mejor dicho, en la soledad o sole-chat de una imaginaria, y a la vez real, sala de Amos y sumisas del chat de Wanadoo.
Sole-chat... Sole-chat... Sole-chat repleta de insultos, fanfarronadas y descripciones con pelos y señales. ¡Otra vez pelos y señales!... ¿Serán bordes? Más de una vez me he sentido como una vaca fotografiada y pegada en el catálogo de un lechero, sobre todo cuando he tenido que describir mi físico y mis medidas con esos pelos y señales. O como una yegua en la feria de ganado a la que el futuro amo, ¡en este caso minúsculo!, mira los dientes una y otra vez antes de decidirse a comprarla o no. Y es que no fue muy difícil observar que, tras la inevitable pregunta sobre la sumisión, las que seguían siempre estaban relacionadas con medidas corporales:
— ¿Talla de sujetador? ¿Cómo tienes las tetas, mami?
— ¿Culona, plana, respingona, celulítica o un poco de todo?
—Seguro que tu culo es carnoso y de caderas anchas...
— ¿Fondona de abajo y plana de arriba o al revés?
¡Pelos y señales! ¿Pelos y señales?... ¡Socorro! Creo que después de aquellas medidas o un interés desmedido por la ropa que llevaba puesta, la tercera intervención ya no era otra pregunta y sí, directamente, esa acción consistente en señalizar a la víctima con variopintos estigmas cibernéticos:
—Dame tu culo, zorrita: te mereces unas nalgadas.
—Ponte a cuatro patas, ¡que me está temblando la fusta!
—Ese trasero hoy no va a pasar hambre: ¡zas!, ¡zip!, ¡zaaaaap!
—Contra la pared, esclava: mi látigo te busca desesperado...
—Vamos, pendeja, nadie te libra hoy de tus azotes.
De no ser por los juegos de palabras que me afloraban a la velocidad de la luz, y por esa ironía, que desde el principio me ha invadido gracias a los incentivos de los usuarios que encuadré en el grupo de los cachondos, como OTEÍLLO, PACO GERTE, TEATOCONMEDIAS, ROCKY, VERGON-ZOSO o ACTOR PORNO, creo que no hubiera podido soportar los alfileres que pretendía clavarme en el clítoris AMOSÁDICO, los arañazos o por llamar de alguna forma a las secuelas que hubiera dejado en mi espalda el rastrillo de TORQUEMADA, los latigazos en los pezones que me ofreció AMOAZOTADOR, los tres dedos o consoladores que ROMPECULOS quiso introducir en mi trasero o la propia cera hirviendo que intentó derramarme AMO-ABRASADOR.
Porque cuando mi nick aún era treintañera, TEATOCONMEDIAS, por ejemplo, me hizo reír a carcajadas más de una vez:
TEATOCONMEDIAS: Hola, te ato con medias.
treintañera: Ya lo dice tu nick: tampoco hay que ser reincidente, ¿no?
TEATOCONMEDIAS: Sí, pero te lo aclaro porque las que traigo son nuevas: las otras ya las rompí atando a las demás.
treintañera: ¿Y cómo son las nuevas? ¿Negras? ¿De colores? ¿De rejilla? ¿Con costuras?
TEATOCONMEDIAS: No digas eso, no lo pronuncies, por favor..., no lo digas...
treintañera: ¿Por qué? ¿Qué he dicho?
TEATOCONMEDIAS: Demasiado tarde... Lo siento... Me voyyyyy a coooorrrrrreeeeeeeerrrrrrr...
En fin: está claro que estuve chateando con el campeón del fetichismo precoz, ¡y yo sin saberlo! ¡Menos mal que OTEÍLLO no se quedó atrás!:
OTEÍLLO: Por favor, tú sigue a lo tuyo. Yo sólo quiero mirar.
treintañera: ¿Mirar? ¿Y qué gafas utilizas para mirar por el ciberespacio?
OTEÍLLO: Yo lo veo todo, detrás de las cerraduras de cualquier PC, lo veo todo...
treintañera: ¡OJONES!
De las carcajadas producidas por el voyeur del ciberespacio, pasé a las que me generó VERGON-ZOSO:
VERGON-ZOSO: Toc-toc-toc... ¿Se puede?
treintañera: Sí, hombre, no seas vergon-zoso, pasa, pasa sin miedo...
VERGON-ZOSO: Ya, pero es que aunque quiera pasar no voy a poder...
treintañera: ¿Por qué?
VERGON-ZOSO: Porque seguro que a ti tampoco te cabe mi VERGÓN.
treintañera: ¡Bufff! ¡Pues va a ser verdad que el tamaño sí importa!...
Sin salir del grupo cachondos, me permití la chulería de distinguir entre los que entraban en la sala sólo para reír o hacer reír con las conversaciones picantes, de los que eran divertidos, sin más. Creo que entre medias de este caos lingüístico, cibernético y tragicómico, y dejando al margen a OTEÍLLO, TEATOCONMEDIAS y VERGON-ZOSO, las mayores alegrías me las despertaron los que de por sí eran divertidos, sin necesidad de echar mano del recurso fácil del insulto o la pillería erótica. Porque en tanto que la mayoría se debatía entre látigos, torturas y cueros, ALBAÑIL, sin ir más lejos, no tenía reparos en entrar en una sala sadomasoquista de internet para hablar de fútbol y comentar los últimos penaltis y goles de los partidos del domingo. No era difícil cogerle cariño a este especial maestro de la construcción si, además de sus goles autistas, nos hacía reír cuando por fin se atrevía a escribir su coletilla de siempre: ¿Hay aquí alguna mujer que me quiera poner un pisooooooooooooo? Claro que, si de cachondos se trataba, POLICEMEN no se quedaba atrás. Sobre todo cuando se levantaba especialmente divertido y se recreaba escribiendo aquellas frases que siempre me parecieron apoteósicas: Quietooossssssssss todosssssssssss, sádicos contra la pared, poned las manos atrás y tirad el armaaaaaaa-duraaaaaaa. Y vosotras, sumisas, me tenéis can-SADO, muy can-SADO, ¿habéis oído? ¡Can-SADO! Se acabó. ¡A por las esposas!
Inevitable vibrar. Inevitable el juego. Inevitable la risa. Inevitable engancharme a estas clases gratuitas de risoterapia. Inevitable utilizar el ordenador del trabajo para chatear. Inevitable estar deseando acudir a casa por la tarde para seguir haciéndolo. Inevitable quedar algún día con Marc y, por la noche, como una drogadicta que no puede pasar sin su dosis, tener la desfachatez de utilizar su ordenador ¡mientras él hacía la cena! Inevitable atreverme a poner la excusa de trabajos que necesitaba terminar para que Marc se marchase tranquilo a la cama sin mí. Inevitable, en fin, que me pusiera nerviosa y se apoderaran de mí actitudes y ansiedades tipo mono cada vez que se iba la luz o cuando daba problemas el ADSL del ordenador de turno, y en el PC, en lo mejor de las charlas con algún usuario de la sala de Amos y sumisas, leía en mayúsculas HAS SIDO DESCONECTADO DEL SERVIDOR.
En otro orden de cosas, fue también inevitable analizar la otra cara de la moneda, es decir, el lado serio del chat o aquellas proposiciones virtuales que pretendían ser reales y que, todavía en la fase de luna nueva, no podía admitir mi imaginación juguetona, aunque sí pude deducir que muchas de las proposiciones virtuales que buscaban encuentros reales venían del grupo de los solitarios porque, además de chatear con ánimo de pasar un rato entretenido, parecían albergar la esperanza de poder encontrar a alguien para, en terminología de chat, real.
En cambio, no fue difícil encuadrar al bueno de SR. DEL TEMPLE en el sector de los adúlteros, entre otras cosas porque se quejaba una y otra vez del hastío de su matrimonio, de la rutina de su cama y, sobre todo, de que su mujer no quisiera oír nada que tuviera algo que ver con el mundo sadomaso. Nueva conclusión —de entonces y de ahora—: salvando las distancias, claro está, con Internet y casi como ha ocurrido toda la vida con los burdeles, algunos intentan llenar el vacío producido en casa y acceder, aunque sólo sea con la imaginación, a lo que les gustaría practicar en la intimidad de sus dormitorios. Cuestión ineludible —de entonces y de ahora—: ¿era SR. DEL TEMPLE un adúltero cibernético en toda regla? Respuesta —de entonces y de ahora—: ¡ni idea!, pero como dijo no sé quién, ¡ojalá que todos los cuernos que nos pusieran en la vida fueran cuernos de Internet!
Con carácter muy general y por ese paralelismo vital, casi todos los usuarios se me antojaron esquizoides o enganchados a esta doble vida real-virtual, quizás porque la ilusión de lo virtual servía para que lo real funcionase mejor, quizás porque podían dejar salir y expansionar aspectos del ser que, en la vida cotidiana, quedan ocultos por el temor al rechazo social, o quizás porque cualquiera podía ser quien no era, con la paradoja de que acababa creyéndose su propio juego, como si en realidad lo fuese. Sin embargo, otras veces, los chat-adictos me resultaban unos fantásticos actores que ni siquiera tenían conciencia de que lo eran porque, al menos durante el tiempo que duraba aquel rodaje, el personaje que interpretaban invadía cada aspecto de sus vidas.
Aparte de esta lógica y divertida dualidad cibernética-real, existía otra dualidad patológica o, para ser más exactos, una auténtica, manifiesta y desorbitada esquizofrenia como la de LANDRO, que se conectaba con este nick en un ordenador y con el de LANDRA en otro, para después insultar a sus propios personajes y pasar todo el tiempo haciéndolos dialogar. ¡Qué locura! ¡Qué soledad más grande! Creo que casi todos los usuarios descubrimos a LANDRO-A, claro que tampoco era muy difícil seguir ese diálogo de besugos y compadecer al dueño de unos ordenadores que, sin lugar a dudas, no hacía más que demostrar sus traumas a través de aquellos delirios.
—LANDRO: Déjame en paz, Landra.
—LANDRA: Landro es maricón...
—LANDRO: Acéptame ya, joder: yo no tengo la culpa de ser así...
—LANDRA: No me gustan los maricones...
Dentro de mi particular estadística, no me costó incluir a NANCY, ESTRELLA o MARA en el grupo de las funcionarias aburridas, porque utilizaban la sala del chat para entretenerse hablando de fotocopias y hasta recetas de cocina, con independencia de que se creyeran valientes si, en momentos puntuales, se atrevían a escribir y exhibir delante de todos los usuarios palabras como tetas, polla o trasero. Cuando NANCY, ESTRELLA o MARA escribían aquello de: Por favor, no me mandéis privis, o gracias, pero porfa, no más mensajes privados, que estoy en el trabajo con el bloqueador de pop-ups y no se me abren las ventanitas..., me parecían como aquellas antiguas y reprimidas señoritas, que guardaban las formas en las verbenas populares de época a costa de negarse a una segunda copita con la cursi frase de: No, otro anisete no, por favor, que me pongo piripi...
Sin lugar a dudas, una de mis preferidas era la sección de los usuarios ambiguos porque contaba con sujetos como LUJURIA, AUSENCIA o LIBERTAD. LUJURIA, por ejemplo, practicaba con una naturalidad increíble el doble juego de hacerse pasar por hombre o mujer y, para colmo de versatilidad, indistintamente y a la velocidad del rayo, también adoptaba el rol de Amo-a y sumiso-a, según le venía en gana. En este sentido, la verdad es que me lo he pasado pipa, primero observando, y ¡atreviéndome a jugar después!, con esta especie de reversible ambigüedad a través de los equívocos y, al menos para mí, almodovarianos nicks de ENERGÍA, DELIRIO o PECADO. ¡Hummmmmmmmm!, por cierto, ¡nada me fascinó tanto como jugar a ser pecado...! ¿Será porque siempre me pareció un seudónimo literario?
En otro orden de cosas, tengo que confesar que me divertí de lo lindo intentando averiguar el sexo, el trabajo, el estado civil, el lugar de residencia, la edad real y hasta las tendencias psicológicas y el comportamiento de los chat-adictos. Porque otra de las grandes pantomimas de este reducto virtual es que en él, ¡casualmente!, la mayoría de las mujeres miden 1,80, son rubias con ojos azules y gozan de un 90-60-90, en tanto que los hombres son jóvenes, atléticos, musculosos y morenos con ojos negros o verdes, pero eso sí, siempre parecidos, según decían, a algún famoso de la tele. Casi todos los días me levanté con aires investigadores y jugué a ser una intrépida detective o una socióloga que realiza con seriedad una completa estadística y un contrastado trabajo de campo, utilizando métodos un poco canallescos, pero que personalmente me parecían muy eficaces para jugar a destapar las verdaderas realidades de quienes navegaban por allí.
El sexo era muy fácil de averiguar, o al menos reconozco que me hizo ilusión creerlo así, quizás porque también creí que una mujer no engaña a otra mujer en lo tocante a esos detalles relacionados con cremas, menstruación, medidas, expresiones y otras cosillas, típicamente femeninas, que pueden entreverse si nos mostramos especialmente atentas.
En cuanto al lugar de residencia, tampoco había que ser Albert Einstein para saber si los mensajes venían de uno u otro lado del Atlántico, aunque acertar en lo referente al país y la provincia, más que una buena investigación, era una lotería. Porque otro de los grandes milagros del chat, que cuando reparas en él sorprende y fascina en la misma proporción, radica en ser consciente de que, en tiempo real, varios individuos de distintos rincones del mundo están dialogando sobre Amos y sumisas, en una pequeña guarida virtual. Creo que ésta fue la razón por la que, además de encuadrarlos en el grupo de los internacionales, me reí de lo lindo con las frases de los sudamericanos, quizás porque las peculiaridades del lenguaje generaban equívocos más que divertidos:
NALGONSOTE: ¡Qué bien! ¡Mañana se juega la polla del presidente!
Carmen: ¿Cómo? ¿Sortean la polla del presidente?
Pilar: ¡Joder, qué fuerte! ¿Y a quien le toque qué le pasa? ¿Se la come? ¿Se convierte en presidenta?
Reina-miel: Nalgonsote, no seas pendejo: en la madre patria, polla es otra cosa...
NALGONSOTE: ¿Y qué cosa es polla para un gallego?
Reina-miel: Huevón: ¡Acabas de decir que se sortea la pinga del presidente! ¡La pinga presidencial!
NALGONSOTE: ¡Ay carajo! ¡Pero si yo quería decir que mañana se juega la lotería nacional!
Pedro: Jajajajajajajaja. ¡Eso es un malentendido y no lo de estar en el candelabro!
El estado civil era una de las pesquisas más complejas, aunque debía exceptuar casos como el de SR. DEL TEMPLE, por la sencilla razón de que él siempre comenzaba a chatear pregonando a los cuatro vientos el suyo. Lo mismo ocurría con el que denominé sector de las amas de casa. No pude evitarlo: siempre me imaginé que, justo cuando el marido se iba a la oficina, estas mujeres inauguraban a diario el baúl más secreto, pícaro y prohibido de su existencia. Algunas de ellas, como MADRE43 o CINCUENTONA CACHONDA, lo decían directamente:
MADRE43: Por finnnnnnnnn. Libreeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeee.
CINCUENTONA CACHONDA: Yo también, ya se fue mi cerdoooooooooooooooooooo.
MADRE 43: Cincuentona: ¿no me digas que eres sumisa?
CINCUENTONA CACHONDA: No bonita, no: yo soy ama... ¡AMA de casa! Jajajajajajajajaja.
MADRE43: ¡Ay si lo hubiésemos sabido antes! ¿Eh cincuentona?: toda la vida aguantando a un cerdo, sólo para una mierda de salchicha...
Entre tanta risa, casi nadie lo comentaba expresamente, pero el chat, después de todo, no era un sitio tan privado como se cree al principio de navegar en él porque los mensajes particulares entre unos usuarios y otros volaban por el ciberespacio con las últimas conquistas y noticias, casi tanto como volaban por los entresijos de la prensa rosa los últimos romances de los famosos. Tal vez el mejor ejemplo de tanto y tanto vaivén fuera la experiencia de DOMINANTE, que andaba buscando a una tal CASADA48 por todas las salas porque, según contaba, el día anterior su marido volvió antes de tiempo y la pilló desnuda frente a la webcam. DOMINANTE decía que nunca iba a olvidar la última imagen que le llegó con la cara de pánico de esa mujer que, para colmo de ironías, se negaba a ser su sumisa, aunque por ese strip-tease cíber, iba a ser ¡sumisa por narices!, si al marido, en pleno trastorno de no se sabe qué, le daba por pasarse de la raya, ¡y de la mano!
El comportamiento y las reacciones jocosas, infantiles, tímidas o sarcásticas de algunos destacaban mucho más en un entorno en el que abundaban los morbosos que se excitaban leyendo palabras como coño, culo, polla o follar, o los exhibicionistas que, desesperadamente, pedían una y otra vez que los agregásemos al Messenger porque sólo se calentaban ante la posibilidad de que otros los observaran con la polla dura. Claro que, entre el necesario anonimato de las amas de casa y el exhibicionismo de los anteriores, se encontraba un grupo digno de estudio. Me refiero a los fantasmillas que pedían que alguien les quitara la sábana porque, aunque su identidad era tan oculta como la del resto, al poco de empezar a chatear daban tal cantidad de pistas sin que se les pidieran, que parecían estar retando a los demás para que los descubrieran de verdad. A EMPRESARIO SOLVENTE, por ejemplo, sólo le faltó decirme el nombre y el número de la calle donde vivía porque el teléfono, la edad, sus estudios, la cotización de sus acciones en bolsa y sus peripecias como joven empresario de éxito, me los restregó a la primera de cambio. ¡Puaggggg!
Creo que otros de los momentos más divertidos tuvieron lugar cuando me disponía a averiguar la edad. No hacía falta, por ejemplo, intentar conocer los años de quienes chateaban con ese horrible «lenguaje móvil» plagado de faltas de ortografía, porque en condiciones normales y salvando alguna excepción, es el que utilizan adolescentes y veinteañeros en sus blogs. Los kamikazes, sin ir más lejos, siempre escribían sus incontinencias sexuales con frases del tipo: kitat todo k voy a dart x kulo. La verdad es que más de una vez me sentí violenta pensando que en esa sala se estaban diciendo auténticas burradas, leídas por niños que, en la soledad de sus cuartos y engañando a sus padres con la excusa de hacer los deberes o de entretenerse con sus videojuegos, en realidad pasaban el tiempo chateando en una sala sadomasoquista de Internet.
Porque otra de las cosas que más llamaron mi atención fue el comportamiento de quienes prácticamente no escribían una palabra, aunque eran capaces de aguantar horas y horas frente a la pantalla de su PC, observando los diálogos picantes de otros. Como PILOT, sin ir más lejos, que pese a tener nombre de rotulador sólo se limitaba a poner dos puntos de vez en cuando. PILOT nunca pronunciaba-escribía nada, y la verdad es que me quedé con las ganas de cronometrar sus apariciones o asentimientos mudos. Unas veces pensé que PILOT era tímido, otras creí que era un voyeur y otras, en cambio, no pude evitar imaginármelo como un niño solitario, hijo de padres muy ocupados, que calmaba su soledad entreteniéndose de esa forma. ¡Pobre PILOT! Este rotulador que nunca escribía nada me producía cierta ternura; sobre todo cuando en mitad de esta jungla de Babel que daba lugar a diálogos más que delirantes, él o ella hacía notar su presencia, siempre de la misma forma:
PILOT: :
PILOT: :
Al margen del caso PILOT, o de los adolescentes y los veinteañeros, me divertía sobremanera con los cebos que tendí para averiguar la edad del resto. Muchas veces, bastaba con escribir una pregunta trampa: ¿Alguien me puede decir cuál fue el último trabajo de Antonio Machín? O En el insti me han pedido que haga un estudio sobre Nacha Pop: ¿podéis darme alguna pista? Pese a que la planteé varias veces, la primera cuestión sólo obtuvo respuesta una vez, aunque como gracias a mi abuela conocía la discografía completa de Machín, me lo pasé fenomenal charlando sobre Angelitos negros, Un compromiso, Mar y cielo y Mira que eres linda con una persona que con toda seguridad superaba los setenta y muchos años. ¿Qué me sorprendía más? Aún no lo sé. Creo que me impactaba en la misma proporción el simple hecho de estar charlando sobre Machín con un-a casi octogenario-a a través de Internet o que el melómano diálogo tuviera lugar en la sala de Amos y sumisas del chat de Wanadoo.
Respecto al cebo Nacha Pop, que por cierto también conozco gracias a que mi tío vivió la movida madrileña y bombardeó mi infancia con pop español, he de decir que resultó muy efectivo porque siempre había alguien que contestaba: ¿Qué necesitas saber? Yo tengo todos sus LPs. ¡¡¡LPs!!! ¿¿¿Ha dicho-escrito LPs???, me cuestionaba con énfasis. ¿Acaso no son los de cuarenta años en adelante quienes siguen pronunciando las siglas LP porque ya no se acostumbran a sustituirlas por las siglas CD? Mira, reina, pensaba, ya puedes aparecer con el nick BARBIE-20: yo sé que «tu Barbie» tiene 20 años, pero 20 en cada pierna, bonita, 20 en cada pierna...
No obstante, para corroborar mi intuición sobre el tema de la edad, bastaba con tender algún cebo más, y preguntar, por ejemplo, si era cierto que en los años ochenta salió en televisión un señor vestido de abeja atizando tortazos a algún ministro. Entonces, la misma persona de los LPs se sentía protagonista y delataba su verdadera edad, recreándose al contar, de pe a pa, las incidencias del famoso autor de la frase que te pego, leche. ¡Cómo nos traiciona el ego!, pensaba. ¡Otro que ha picado!, decía haciendo ademán de felicitarme: ¡otro que va al lote de la década cuarta en adelante! En fin, otro que, como en los libros de Historia, pertenece al amplísimo capítulo de la extensa edad media...
El problema es que, aunque mi intuición me indicaba claramente que le había quitado la máscara a algún chat-adicto, no era posible contrastar aquella percepción de ninguna manera. Por tanto, ¿de qué servía jugar a los detectives? ¿Cómo averiguar las dudas? ¿Cómo creer en las respuestas? ¿Quién ponía el cebo a quién? Es más, ¿cómo evitar caer en la red de la RED?
En otros momentos, además del sexo y la edad, también jugué a averiguar el trabajo y hasta las aficiones de los chat-adictos. Lo primero que llamó mi atención es que del mismo modo que los kamikazes se entretenían escribiendo barbaridades como t komo el xoxo, otras personas escribían las frases completas. Y claro, fue inevitable intentar diferenciar entre los que escribían con faltas de ortografía y entre los que no, aunque reconozco que sólo en casos muy puntuales conseguí saber, gracias a un inoportuno cambio de b por v o j por g, la formación cultural del usuario.
Imbuida en esta tarea relacionada con la gramática y la cultura, no puedo negar que me enamoré platónica y cibernéticamente del único sujeto que ni siquiera fui capaz de encuadrar o clasificar en algún grupo. ¡Socorro! ¿He dicho platónica y cibernéticamente? ¡No me lo puedo creer! ¿Es que Internet también ha cambiado la ancestral idea del amor platónico por el actual amor cibernético? ¡Vaya! Otra duda más para mi caótica y virtual colección de vacilaciones...
Mi amor platónico-cibernético apareció en la sala de Amos y sumisas con el nick de QUEVEDO. Y no, la verdad es que no tuvo ningún mérito que lo idealizara como lo idealicé porque, desde el principio, QUEVEDO me pareció tan inteligente que no me permitió más que observar cómo se escurría entre literatura, frases hechas o inventadas para la ocasión y, en definitiva, en un universo que a veces nada tenía que ver con el submundo sadomasoquista de una sala de Internet. Sólo un día me atreví a decirle algo, aunque fue tan surrealista y difícil aquella charla que, además de reírme, estuve a punto de caer en la tentación de vengarme, por ejemplo, saliendo de la sala para intentar provocar su ira, volviendo a entrar con el nick de GÓNGORA. ¡Menos mal que no lo hice!
treintañera: ¿Quevedo?
QUEVEDO: ¿Y qué ves?
treintañera: Jajajajajajajaja. Intento verte a ti. ¿Puedo hacerte una pregunta?
QUEVEDO: ¿Sex o no sex?: he aquí una cuestión de en-verga-dura.
treintañera: Jajajajaajajaja. No era ésa mi cuestión, pero...
QUEVEDO: ¿Doctor Libido, supongo?
treintañera: ¡Me matas!
QUEVEDO: ¡Oh!, he aquí una Bella Muriente: amor de cuerpo presente.
treintañera: ¡Jajajajajajajaja! ¡Necrófilo! Está claro que contigo no puedo. Me voy.
QUEVEDO: Mis vacías esposas, pedirán una oración por tus armas.
QUEVEDO tenía tal agudeza que la mayoría de las veces chateaba sólo con versos. Soeces e irónicos, pero versos. Es más: tras descartar la idea de retarlo presentándome como GÓNGORA, decidí observarlo detenidamente para apuntarme sus geniales respuestas en un papel. ¿Cómo lo haría? A la velocidad de la luz, inventaba rimillas de temática sexual, y siempre relacionadas con lo que se estuviese tratando en la sala.
Así, de pronto, recuerdo su divertida descripción sobre la masturbación:
Cuando el deseo invade su huella,se afana en el desperdicio, de derramarse, con vicio, pensando en ella. O su adivinanza sobre esa práctica que llaman lluvia dorada:
Si no sabes lo que es, te lo explico en ara-MEO, no te rías que te veo y voy a mojarte los pies. ¿Qué será este cachondeo? Y hasta el verso sobre sexo anal que, como siempre, QUEVEDO inventó para la ocasión:
Tú lo llamas ANO-dino y en cambio yo sé que, aunque fino, el ano, sin desatino, es la puerta de un camino. De un camino que es perfecto, además del más correcto, pues siempre el goce es su efecto. Si así no fuera, contesta: ¿Tú crees que se llamaría RECTO? ¿Cómo no iba a enamorarme de QUEVEDO? No me costó nada reconocer y admirar su inteligencia y su ingenio, disfrutar de ellos y asumir que esta humilde mortal no podía tenderle ningún cebo a ese monstruo de la palabra. ¡Ni falta que hacía! Definitivamente, mi amor platónico era tan culto y genial que me excité muchísimo imaginándomelo como un famoso escritor, periodista, poeta o hasta como algún filósofo contemporáneo, de esos que adoran el reality show, y basan sus últimos devaneos de cabeza en el estudio del comportamiento en directo de las vidas ajenas.
QUEVEDO no sabrá nunca que, en parte por su personalidad y sus respuestas, me hice adicta al chat. Me pregunto si también, por no poder dejar de leer todo lo que escribía, ahora estoy aquí, en un vagón de tren con destino a Seattle...
Sexos, circunstancias, nacionalidades, comportamientos, caracteres... ¡Todo cabía en la sala de Amos y sumisas del chat de Wanadoo! Pero si de verdad algo tenía cabida en este reducto virtual eran todos los que sólo por decir eres mía y de nadie más, ahora harás lo que yo te diga o sí, AMO, soy tuya y haré lo que tú quieras..., se creían auténticos dominantes o dominados, Amos, Amas, sumisos y sumisas y, en definitiva, expertos en cuestiones sadomaso.
Finalmente, en una proporción casi irrisoria y aunque sólo fuera por una simple cuestión estadística, en aquella sala también se encontraban auténticos-as sumisos-as en busca de Dueños y AMOS-AS fanáticos-as del BDSM que, como AMOCULLEN, buscaban sumisas de verdad y no de boquilla. Por último, dentro de la categoría de Amos y sumisas «auténticos-as», no tardé en distinguir entre la dominación y la sumisión mental-cibernética o aquella que utilizando los beneficios de las nuevas tecnologías no salía del Messenger —con o sin micro y con o sin webcam—, y la que empezaba siendo virtual y terminaba convirtiéndose en real a través de un encuentro concertado por el chat...
Solitarios, adúlteros, cachondos, niños, kamikazes, amas de casa, tímidos, voyeurs, funcionarias aburridas, despistados, curiosos, esquizoides, soeces, exhibicionistas, inclasificables, Amos y sumisas... ¿Pero quién era yo? ¿A qué grupo pertenecía? ¿Qué estaba haciendo allí? ¿Por qué me propuse analizar a otros? ¿Necesité buscar una excusa para engancharme al chat? ¿Me aburría? ¿Estaba en crisis? ¿Quién atrapó a quién? ¿Qué se apoderó de qué? ¿Por qué nadie habla de lo que supone el influjo de la red, de la RED?
Ni llegué a saber quién fui, ni ahora, en este tren que se propone llegar a Seattle, puedo saber quién soy. Sólo puedo decir que, a fuerza de chatear durante horas y horas en esos días en los que el satélite aún era una fina lámina, conseguí el rodaje necesario como para desenvolverme con soltura en el mundillo cibernauta, hasta el punto de caer, antes de que la luna dibujara en el cielo su cuarto creciente, en la irresistible tentación de jugar a aparecer por la sala de Amos y sumisas con diversos nicks o nombres portadores de edades, sexos, apetencias eróticas, vicios y situaciones personales de lo más variado.
La coraza del anonimato, el morbo, el carcajeo continuo y, sobre todo, el juego de ser quien me diera la gana ser en un momento dado me llevaron a representar, entre otras muchas personalidades, la de ramera o prostituta que descaradamente buscaba trabajo en el chat y hablaba de las tarifas de cada servicio antes de llevarlo a cabo; sumisa-sola o desconsolada solitaria que nunca encontraba a un AMO de verdad; AMA-zona o déspota que nada más entrar en la sala se dedicaba a dar órdenes y a azotar a todo el mundo; cincuentona insatisfecha o casada con hijos y férrea repulsión hacia su marido infiel; delirio, tristeza, pecado o transexuales con carencias afectivas y reversibles roles de Amos-as o sumisos-as; Clau o una descarada y blasfema mujer que se hacía pasar por monja de clau-sura, al tiempo que declaraba ser la esclava del señor y la su-misa de sa-cerdote; la tierna, torpe y atractiva treintañera del principio que quizás utilizó ese nick queriendo dejar a un lado la crisis de los treinta, y la también inicial e insulsa, más joven, guapa, inexperta e inocente raquel. ¡Y que viva la risa, el juego y la esquizofrenia cibernética!
Claro que tampoco me faltaba ese morbillo en la sangre, cuando me conectaba sin ganas de inventar nada y me arriesgaba a ser quien verdaderamente soy en la vida real. Es decir: Isabella, treintañera —y esta vez de verdad—, que vive en una bohemia casa rehabilitada en el centro de Vancouver, independiente y unas veces caótica y sin tiempo ni para respirar, y otras con bastante tiempo libre, siempre y cuando no me bombardeen con nuevos trabajos como lectora en una editorial por las mañanas y traductora freelance el resto del día. Mujer femenina, urbana, tierna, pícara e inocente a la vez, despistada, divertida, muy, muy pero que muy curiosa, y con ese atractivo tan típico de la treintena casi recién inaugurada: ojos marrones y pequeños, pero muy chispeantes. Ni alta, ni baja, ni gorda, ni delgada, aunque con ese michelín indiscreto que se empeñan en regalarme todos los inviernos: Bufff, ¡menos mal que compenso porque la vida me ha tratado bien en cuestión de tetas! En teoría, castaña de pelo largo, y digo en teoría porque a estas alturas me cuesta saber de qué color es mi pelo, ya que me encanta jugar haciéndome múltiples peinados y tiñéndolo cada dos por tres. Por cierto, desconozco si tendrá o no relación con algo, pero cuando me estrené en el mundillo virtual, había dejado atrás el moreno azabache para estrenar también esos reflejos caoba que, según dicen, unas veces me dan un aire sofisticado, y otras, pícaro e inocente: ¡sobre todo si lo iluminan esos rayos de sol que, según el ángulo, me convierten en pelirroja! Punto fuerte de mi cara: sin duda los labios carnosos y mi bonita sonrisa, aunque también me han dicho que tengo cara de traviesa. En definitiva, no soy guapa en el sentido más estricto del término, pero sí bastante pasable y, en contadas ocasiones, sorprendentemente resultona.
Cuando aparecía con el nick de Isabella, pensaba que en el mundo cibernauta era indiferente decir o no decir «la verdad». ¿Qué más da? Lo importante no es quien se sea, sino quien se desee ser en un momento dado, aunque para que comience el juego sean necesarios algunos datos iniciales. Un juego que me ha llevado a relacionarme con esta variedad de personas que convierten el chat en una jungla pese a que, curiosamente, también se muestre como una gran familia en la que todos se conocen y tratan con cordialidad, cuando, unas veces educada y cálidamente, y otras con insultos y órdenes torturadoras, dan la bienvenida a todo aquel que entra por primera vez.
En fin, ¿cómo negar que en la misma proporción que la luna aumentaba su tamaño, también aumentaba el influjo que el chat ejercía sobre mí? Y si de verdad se trató de una especie de influjo lunar, ¿tuve alguna posibilidad real de escapar del mundo virtual?
|