A pesar de su discreción y sigilo,no le permitían disfrutar de una soledad absoluta.Además,sospechaba que era una molestia para ellos.Las conversaciones y las acciones se detenían cuando él aparecía y eso le producía una increíble necesidad de disculparse por perturbarles,que Bella ya le había censurado por ser algo absolutamente inaudito.Uno no se disculpaba con sus sirvientes.
—¿Sí,Mike?—requirió Edward.
—Tiene una visita,milord.-El mayordomo le presentó una tarjeta en una bandeja de plata.
Edward la miró por encima antes de asentir con la cabeza.
—Hazlo pasar,Mike.
En cuanto Mike abandonó la estancia,Bella se acercó.
—¿Quién es?
—Black.
—¿El administrador?¿Y qué se le ofrece?
Bella miró hacia la puerta como si esperara que el monstruo del doctor Frankenstein fuera a entrar bamboleándose.Él le había leído Frankenstein de Mary Shelley hacía apenas una semana.Le había leído muchos libros desde que se conocieron.Por desgracia,aunque a ella parecían deleitarle las lecturas del conde,él jamás había conseguido que le devolviera el favor.
No obstante,suponía que debía resignarse.Bella prefería que le sirvieran a ser ella la servidora.Uno de sus muchos encantos irritantes.
—Ha venido por cuestiones financieras—le contestó Edward.El día anterior,Black le había hecho saber que necesitaba hablar con él un instante.
—¿Qué les pasa a tus finanzas?
—Nada,que yo sepa.
Bella se acercó precipitadamente a él,le quitó unos hilos imaginarios de la chaqueta,le retocó las solapas,que no precisaban retoque y le dio una palmadita en los hombros.
—No olvides que tú eres el dueño de tus asuntos.Tu dinero es tuyo y puedes gastarlo como quieras y hay gastos necesarios que un simple administrador no puede comprender.
Él la agarró por las muñecas,reteniendo sus nerviosas manos.Una expresión de miedo recorrió el rostro de Bella,que ella enmascaró inmediatamente y él decidió ignorar.Aunque no quisiera aceptarlo,el modo en que el viejo conde de Forks la había tratado era también asunto de Edward,porque no podía arreglar lo que no acababa de comprender.
—¿Qué gastos?—inquirió.
—Edward,me haces daño.
No sabía bien en qué sentido,pero el tono informal en que ahora se dirigía a él lo alertaba de que estaba verdaderamente alterada.La soltó y no le sorprendió que se apartara de inmediato.
Bella empezó a retocar su propia ropa y el conde supo que ella no respondería a su pregunta sobre esos gastos que parecía conocer pero él no.Aquella mujer era un misterio constante.Por fortuna,él disfrutaba del desafío de un buen misterio.
El ruido de la puerta llamó su atención.Cargado con una raída cartera de piel,Jacob Black entró en la sala.
—Milord.
—Black.
El administrador inclinó ligeramente la cabeza hacia Bella.
—Condesa,no esperaba encontrarla aquí.
—Paso buena parte de mi tiempo con el conde—replicó ella ladeando la barbilla—.¿De qué otro modo puedo instruirlo sobre sus responsabilidades?
—Muy encomiable,pero le aseguro que yo puedo informarle de todo lo que necesite saber.
—¿Sabrá entonces que lady Rosalie Hale ha sido vista en público sin guantes?
Edward apretó los labios para evitar una sonrisa,no sólo por el hecho de que Bella considerara escandalosas unas manos desnudas,sino también porque había conseguido enmudecer a Black y se había hecho con la primera victoria en sus disputas constantes.
Black inclinó la cabeza como lo haría un perro pensativo.
—Desconocía los hechos,pero los considero difícilmente censurables.
—Pues lo son.Una verdadera dama jamás muestra sus manos en público,salvo para comer o tocar el piano.Lady Hale ha dado muestras de su interés por el conde.Si no fuera por mí,podría cometer el error de considerarla una esposa apropiada cuando no lo es en absoluto.
Black suspiró en señal de claudicación.
—En ese caso,el conde tiene suerte de contar con tan buena consejera.
—Sin duda.
—Black,tengo entendido que ha venido aquí a hablar de mis finanzas,no de mi vida social.-Edward desconocía las intenciones de lady Rosalie Hale.Quizá la cortejaría sólo por irritar a Bella.
—Sí,milord.No obstante,debo insistir en que no considero adecuado que la condesa esté presente en nuestra reunión.
—¿Cuál es el inconveniente?—preguntó Edward.
Black recorrió con la vista toda la estancia como si buscara el inconveniente o quizá para evitar mirar a los ojos de cualquiera de los presentes.
—Los asuntos que he venido a tratar conciernen a la condesa.
—¿Así que prefiere hablar mal de mí a mis espaldas?—inquirió ella con aspereza.
Edward se preguntó por qué Bella había supuesto inmediatamente lo peor:que Black iba a hablar mal de ella en lugar de elogiarla.
—Considero que el lugar de una dama no está entre los caballeros—replicó Black.
—Debo disentir—añadió Edward antes de que Bellaa pudiera replicar—.Si ha venido a tratar asuntos que conciernen a la condesa,conviene que ella esté presente para oír lo que tenga que decir.
—Milord,insisto en que…
—No,Black—lo interrumpió—.Soy yo el que insiste.Hablemos del asunto en cuestión¿le parece?
—Sí,milord,como quiera.
Tras lanzar una furiosa mirada a Bella,que ella le devolvió con arrogancia,el administrador atravesó la estancia,se situó detrás del escritorio,colocó su cartera encima y señaló las sillas que tenía enfrente.
Cuando Bella hubo tomado asiento,Edward se sentó también.Después lo hizo Black,con un interminable suspiro.
—Milord,es hora de decidir si desea que la condesa perciba una pensión y en ese caso,cuál sería la cantidad apropiada.No obstante,debo advertirle de que no tiene obligación alguna de proporcionarle nada,ni siquiera un techo bajo el que cobijarse.
Edward podía percibir la indignación de Bella,sentada rígida a su lado;incluso le pareció ver cómo se le erizaba el vello de la nuca.Él,por el contrario,adoptó una pose desenfadada,recostado en su asiento y con las piernas estiradas.
Mientras la estrategia de Bella frente a un adversario consistía en mostrar su arsenal,la de Edward era ocultarlo hasta el último momento.Sabía que a menudo daba la impresión de no estar preparado para ocuparse de sus asuntos,pero le parecía que ocultar sus puntos fuertes—o débiles—le proporcionaba cierta ventaja.
—¿Por qué no iba a querer velar por su bienestar,Black?
—El anterior conde no la consideró digna de figurar en su testamento.
—Un descuido,sin duda,propio de su edad avanzada.¿Llegó a modificar el testamento después de contraer matrimonio con la condesa?
—No,milord.
—¿Le mencionó usted el descuido?
—No,milord.Yo no era quién para cuestionar los actos del conde.
—Pero por lo visto sí puede cuestionar los míos.
—Porque temo que la situación se le vaya de las manos.—Black sacó un fajo de papeles de su cartera—.Esto son listas de artículos comprados en lo que va de año a varios establecimientos de Londres.Todos los meses la condesa compra al menos dos docenas de vestidos,casi el mismo número de zapatos,una docena de sombreros,capas… la lista es interminable.
—¿Tendrá algún problema para pagar esas compras cuando llegue el momento?—preguntó Edward.Sabía que las tiendas de élite,que con seguridad era las que frecuentaba Bella,no reclamaban a sus clientes influyentes el pago de las compras hasta final de año.
Black se ruborizó visiblemente.
—Claro que no lo tendré.
—Entonces no veo el problema.
—El problema es la abundancia de artículos comprados.El anterior conde era un hombre muy frugal,pero desde su muerte hace tres años los gastos de las propiedades Forks han ascendido considerablemente.De ahí que haya decidido indagar en lugar de esperar la sorpresa a final de año,como me ha sucedido otros años antes de que usted tomara el mando.La condesa es muy dada a realizar compras innecesarias,milord y ya no está autorizada legalmente a gastar el dinero del conde,hecho que he obviado generosamente en el pasado,porque una dama debe tener algún medio de subsistencia,pero ahora la decisión está en sus manos.
Edward miró a Bella.Podía entender el aumento del gasto del último año,en que había dejado de guardar luto,pero le sorprendía que las compras se hubieran incrementado durante los dos años siguientes a la muerte del conde.Muchas personas le habían comentado lo rigurosamente que había guardado el luto.Nadie parecía culparla de lo rápido que había prescindido del atuendo de medio luto.Después de todo,era joven y una de las favoritas de la alta sociedad.A sus ojos,jamás cometía un error.Todos ellos parecían buscar su felicidad tanto como Edward.
A juzgar por los rumores que había oído,no estaba seguro de que pudiera decirse lo mismo del viejo Forks.Quizá Bella había comprado artículos que aún no podía usar porque la muerte de su marido le proporcionaba una libertad de la que no había disfrutado mientras vivía.Edward se preguntaba cuántas veces la habría reprendido el conde por compras como aquéllas.Como Blakc también había trabajado para el anterior conde,Edward daba por supuesto que estaba familiarizado con el modo en que el anciano llevaba esos asuntos.Pero ahora había un nuevo conde en Londres y era hora de que todos empezaran a acostumbrarse a su forma de hacer las cosas.
—¿Son necesarias esas compras,Bella?—le preguntó tranquilo.
Ella se volvió hacia él y entonces pudo ver su cejo fruncido de preocupación.
—Si,Forks.Verás…
El conde levantó la mano para silenciar su explicación.Si él decidía que aquel gasto suponía un problema,hablarían del asunto en privado.Se dirigió de nuevo a Black.
—¿Dispongo de medios para cubrir ese gasto?—Sabía que Black había respondido a esa pregunta antes pero creyó oportuno insistir.Aunque conocía la respuesta,se aseguraba de que Black también.Era un hábito de su época de profesor en la escuela masculina de Haywood:evaluar los conocimientos mediante pruebas.
—Sí,milord.Su situación es acomodada,pero dejará de serlo si…
—Pues pague las facturas cuando toque.
Black cruzó las manos sobre los documentos.
—Esa era mi intención,pero creo que convendría que pusiera un límite al gasto anual de la condesa,si pretende permitirle que siga gastando.
—La condesa ya ha dejado claro que sus compras son necesarias.No se pone límite a lo necesario.
—Pero dos docenas de vestidos…
Tras silenciar a Black con una ensayada mirada inflexible que jamás le había fallado ante toda una clase de niños revoltosos,Edward se incorporó lentamente para ponerse en pie.
—No es usted quién para cuestionar a la condesa o sus compras.Ni debería andar por Londres investigando sus actividades.Su única obligación es pagar las facturas que reciba y enviarme un informe contable.Si no es capaz de realizar esa tarea,buscaré a otra persona que se encargue de los asuntos de esta casa.
Black se puso en pie.Un visible escalofrío le recorrió el cuerpo,como si quisiera desprenderse de su propio plumaje.
—El anterior conde sabía que a una mujer hay que ponerle límites para evitar que se aproveche y lleve al hombre a la ruina.Le aconsejo que tome las riendas de la situación y le acote el gasto.
—¿Por qué?
—¿Por qué?Porque gasta frívolamente,milord.
—Ya le he dicho que eso no es asunto suyo.
—Pero es mi responsabilidad aconsejarle para evitar que cometa errores.
—Y yo agradezco sus consejos cuando atañen a mis negocios o a la administración de mis propiedades.En lo que respecta a la condesa,yo tomo las decisiones y hará bien en recordarlo si quiere conservar su empleo.
Black dejó los documentos donde estaban y cogió su cartera.
—Muy bien,milord.No será el primer hombre arruinado por una mujer.
—Black,no tengo inconveniente en admitir mis errores de juicio.Sin embargo,he revisado cuidadosamente mi situación financiera y no veo motivo de alarma.Sé que su intención es buena y le agradezco que me transmita su preocupación.
—Para eso me pagan,milord.Que pase un buen día.Condesa—añadió inclinando la cabeza hacia Bella.
El administrador abandonó la estancia a grandes zancadas.Edward sabía que Black no había quedado en absoluto satisfecho con el resultado de su visita,pero tampoco pretendía complacer a su administrador.Le interesaba más complacer a Bella.
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