Muéstrame el significado de estar solo
¿Es este el sentimiento con el que tengo que caminar?
Dime porque no puedo estar donde tú estás
Hay algo que le falta a mi corazón
No hay adonde correr
No tengo un lugar para ir
Rendido mi corazón, mi cuerpo y mi alma
Tres años atrás
Me encontraba en medio de la que había sido mi habitación los últimos cinco años de mi vida y la que había sido testigo de mis múltiples aventuras con mis desenfrenadas compañeras universitarias, quizá eso era lo que más iba a extrañar de haber terminado mis estudios, las noches de fiesta con mi inseparable amigo James, la compañía de una linda chica que calentara mi cama sin buscar un compromiso más allá, tan sólo apagar el fuego de la pasión sin entregar el corazón, muy conveniente, ya lo había entregado yo una vez y la vida me la arrancó cruelmente, no iba a dejar que volviera a suceder.
Tomé el último libro para meterlo a la caja y una fotografía resbaló, éramos Tanya y yo, abrazados en el portal de mi casa, el día que le dije por primera vez que la amaba y que jamás me imaginé que también sería la última.
Todo por un conductor borracho que se quedó dormido al volante y no pudo controlar el vehículo que se subió a la banqueta mientras ella esperaba el bus escolar y que terminó con su vida y con mis sueños, ha sido el peor momento de toda mi vida y deseé morir, no quería vivir separado de ella, había sido mi primera novia y la única, con ella descubrí lo que era un beso de verdad, de amor, una caricia furtiva, el despertar de la pasión, aunque nunca logramos consumarla, el tiempo ya no lo permitió.
Me olvidé de todo, incluso de mí mismo, no quería hacer nada, ni comer, ni dormir, mucho menos soñar, lo único que quería era estar a su lado, por siempre, como lo habíamos dicho esa vez que me animé a decirle te amo. Los primeros días asistía a diario al cementerio, a platicar con ella, a repetirte hasta el cansancio que la amaba, quería que estuviera segura donde quiera que se encontrara, hasta que un día me agarró una tormenta ahí y no supe ni como llegué a mi casa. Casi me da pulmonía, quizá si no hubiera sido por la intervención de mi padre hubiera muerto y lo habría hecho feliz porque eso me llevaría con ella.
Cuando estuve consciente de nuevo, después de que la temperatura había disminuido, me solté a llorar al darme cuenta que seguía en este injusto mundo. Sentí que me abrazaban y me consolaban, ese aroma era inconfundible, a lavanda, entonces supe que se trataba de mi mejor amiga, Jennifer, ni siquiera me enteré cuando regresó de Canadá.
Ella y yo habíamos sido muy unidos desde que tengo uso de razón, hicimos miles de travesuras juntos, nos castigaron y nos premiaron tanto sus padres como los míos, éramos inseparables, sólo la dejaba cuando Tanya iba de visita y en ocasiones jugábamos los tres, recuerdo que alguna vez se pelearon por mi compañía y yo terminé yéndome a jugar con Emmett, para evitar que el conflicto entre ellas aumentara, me miraron extrañadas y entonces hicieron equipo y decidieron ignorarme, así que había logrado mi propósito y sonreí, no me gustaba que discutieran entre ellas y mucho menos por mí.
Sentí la humedad de sus lágrimas en mi cabello, Jennifer lloraba junto conmigo sin decirme nada con palabras porque su abrazo lo decía todo, estaba ahí apoyándome y consolándome, dispuesta a hacerlo cuantas veces fuera necesario, así era ella, siempre entusiasta y con una sonrisa en los labios, siempre buscando el lado positivo de la situación, pero en este caso no lo había, ¿qué puede dejar de bueno la muerte de alguien que amas con todo tu corazón? Lloramos hasta que no quedaron más lágrimas que derramar y ella se quedó dormida en mis brazos, yo me quedé mirando al vacío toda la noche, pero cuando sentía que alguien abría la puerta cerraba los ojos.
Tanto mi madre como mi padre entraron en varias ocasiones a la habitación, como lo hacían todas las noches; frustrados, desolados, incapaces de poder hacer algo para revivirme, me dolía verlos así, pero era mucho mayor mi dolor por la pérdida de Tanya. También me daba cuenta del sufrimiento de mis hermanos por verme en ese estado, ha sido la única vez en mi vida donde no vi bromear a Emmett ni a Alice brincotear con sus ocurrencias, sus rostros eran tristes y mostraban una total incomprensión por la situación, reflejaban lo imposibilitados que se sentían para ayudarme, pero yo no quería que lo hicieran.
A la mañana siguiente cuando Jennifer despertó, me dio un beso en la frente y me dijo que iba a su casa a bañarse y cambiarse. Regresó al cabo de no sé cuánto tiempo, traía una charola con pan tostado, jugo, leche y mermelada, la depositó sobre mis piernas y se sentó a mi lado.
– No tengo hambre – dije y volteé mi cara del lado contrario a donde ella estaba.
– Eso dices tú, pero tu cuerpo no creo que opine lo mismo, necesitas recuperar las fuerzas que perdiste en la enfermedad, además aún tienes que tomar antibióticos, no puedes vivir dependiente de un suero de por vida – dijo untando mermelada al pan.
– No quiero vivir, punto, quiero estar con ella, ¿por qué nadie lo entiende?
– Tú tampoco entiendes que estuvieron juntos el tiempo que tenían que estar, que su ciclo en esta vida terminó, pero el tuyo sigue – aseguró con su característica madurez, demasiada para su edad, por cierto.
– Eso es tan injusto, ¿cómo puedo yo comer y seguir viviendo cuando ella está enterrada tres metros bajo tierra? – exclamé exasperado.
– Su cuerpo está enterrado, su esencia está en otro lugar y te apuesto que en uno mucho mejor que esté.
– Pues yo quiero estar con ella, no me importa dónde sea.
– No puedes ser tan egoísta Edward, ¿acaso no te importa ver sufrir a tu familia?, ¿quieres que ellos pasen por lo mismo que tú estás sintiendo?, no tienes idea del enorme dolor que le estás causando a Esme, está desesperada, ya no sabe qué hacer, y Carlisle, dios, tú sabes que es mi héroe y jamás me imaginé verlo caído y derrotado… nunca pensé decir esto, pero extraño las bromas y los chistes de mal gusto de Emmett y en cuanto a Alice, es una niña con el brillo apagado, hablas de injusticias, ¿no te parece una enorme de tu parte lo que le estás haciendo a tu familia?, los estás arrastrando contigo, si se tratara de que te dejaras morir sin afectar a nadie, perfecto, no es la mejor opción, pero adelante, hazlo, sin embargo, te tengo noticias Edward Cullen, no estás solo en este mundo, ¿en serio quieres afectar a cuatro personas maravillosas que están dispuestas a dar su vida con tal de que tú vuelvas a ser el mismo de antes?, eso sí es injusto.
– Comeré sólo un poco, ¿ok?
– Está bien, hoy un poco, mañana otro y así sucesivamente, por cierto, te traje un regalo – se levantó después de darme el vaso de leche y sacó un libro de su mochila – “Todo pasa… y esto también pasará” – leyó en voz alta el título y continuó.
Y eso fue haciendo todos los días, casi me daba de comer en la boca y una vez estuvo a punto de desnudarme y bañarme, pero me ganó el pudor y la saqué del baño. Me llevaba al parque, nos sentábamos en los columpios a ver la gente pasar, quería demostrarme que la vida seguía, me leyó infinidad de libros que hablaban sobre pérdidas y como sobre llevarlas y poco a poco fui recuperando las ganas de vivir lo único que no, fueron las de volverme a enamorar.
Déjame contarte la historia
De la llamada que cambió mi destino
El sonido de mi celular me trajo de vuelta del recuerdo, estaba sobre la mesa de noche y la vibración lo fue moviendo casi hasta la orilla, lo tomé y vi que era número restringido, lo cual me sorprendió un poco.
– Hola – respondí extrañado.
– ¿Estás libre esta noche? – escuché decir a una voz femenina extremadamente sensual.
– ¿Quién habla? – pregunté al no reconocerla.
– Respuesta equivocada “cariño”, sabes muy bien que eso no te lo puedo decir, ¿puedes o no puedes verme? – sonó determinada y eso me gustaba en una mujer.
– Claro que puedo, ¿en dónde, a qué hora y cómo te reconozco?
– ¿Conoces el hotel Ambassy?
– Sí, estoy como a 40 minutos de ahí.
– En 45 minutos, en el bar, vestido rojo – y colgó sin darme ningún otro detalle.
Sonreí y moví la cabeza, “vestido rojo, muy original”, pensé, seguro era alguna de mis compañeras queriendo jugar un poco. En eso me había convertido yo, en un tipo frío que sólo disfrutaba de un buen sexo.
Cuando cumplí 16 años mi tío Aro me llevó a un club para que me quitaran lo virginal, me dijo que nada como el sexo para superar las tristezas y que yo ya estaba en la edad perfecta para iniciarme. Debo reconocer que yo ya tenía tiempo de haber descubierto lo bien que se sentía acariciarse y que lo hacía seguido, como todo típico adolescente pero aquella experta mujer, que calculé yo me ganaría con unos diez años, me llevó al cielo y de regreso tres veces en esa noche. Así que le tome el gusto al sexo y seguí practicándolo recordando las palabras de mi tío:
“Edward, sé que eres muy joven, pero mientras más temprano lo sepas y lo entiendas es mejor, ¿quieres saber el éxito de un matrimonio?, la fidelidad, que tu pareja pueda ser tu esposa y tu amante a la vez y para encontrarla tienes que conocer a muchas mujeres hasta que te topes con la que tenga esa dualidad, así que anda con varias hasta que aparezca esa mujer, sé que todavía te duele lo de Tanya, pero eres muy joven y podrás superarlo y algún día, en el futuro, encontrarás esa mujer que sea tu complemento y a la que le serás fiel porque ya habrás vivido lo suficiente como para tener aventuras clandestinas”.
Así que entre sus consejos y la pérdida de Tanya me guardé muy bien mi corazón y sólo entregaba el cuerpo.
Tomé mi chamarra, las llaves de mi auto y salí en dirección a aquel hotel. Al llegar al bar había poca gente, así que me fue fácil localizarla, estaba sentada al frente de la barra, era muy hermosa, de cabello largo y con un vestido rojo bastante sensual, corto a morir, sólo cubría lo que tenía que cubrir y el escote tanto al frente como atrás era excitantemente pronunciado, sonreí satisfecho y me acerqué, de inmediato volteó y me dio la sonrisa más sensual y provocativa, bebió el último trago de su copa y después se puso de pie y, sin decir nada, la seguí.
Subimos al elevador y presionó el número diez, esperamos a llegar a ese piso y después salimos, caminamos y a la mitad del pasillo deslizó la tarjeta en la puerta y entramos, encendí la luz y no me dio tiempo a hacer nada más porque me acorraló en la pared besándome con furia y, sin más preámbulos, llevó su delicada mano a mi masculinidad que acarició sobre mi pantalón, así que en respuesta, puse mis manos sobre sus nalgas y se las apreté por debajo del minúsculo vestido que traía puesto, le jalé el hilo de la tanga y rompió el beso para exhalar excitada, besó y mordisqueó mi cuello mientras yo seguía jalándole el hilo con una mano y con la otra le apretujaba la nalga.
Se separó y se quitó el vestido mientras yo me quitaba la chamarra y empezaba a desabrochar rápidamente mi camisa, ella terminó de quitármela y lamió mi torso, mordisqueó mis pezones y yo empecé a gemir. Bajó por mi abdomen y con una gran habilidad desabrochó mi pantalón y liberó mi miembro ya excitado, se lo llevó a la boca y comenzó a darme placer con ella. Yo recargué mi cabeza en la pared y cerré los ojos concentrándome en sus profundas caricias, puse mis manos en su cabeza para empujarla más. Siguió y siguió en tanto yo no paraba de gemir y de pronto, sentí como llegaba al orgasmo mientras ella me acariciaba con la mano colocando mi miembro sobre sus senos donde terminé. Después se llevó ahí sus dedos y los chupó empapados con mi líquido.
Saqué el condón de la bolsa del pantalón y terminé de quitármelo mientras ella se despojaba de la tanga. Nos besamos desenfrenadamente mientras caminábamos hacia la cama, cuando sentí el borde con mis piernas, la tomé y la arrojé a ella, me sonrió. Me puse el condón y me tendí sobre ella, lamí su oreja y con mis dientes hice prisionero su lóbulo mientras ella gemía deliciosamente, bajé por su cuello mientras le metía dos dedos en su intimidad que estaba más que mojada, llegué a sus senos y los chupé, mordí sus pezones que ya estaban erectos.
– Métemelo ya – ordenó con su voz retorcida enterrando sus uñas en mi espalda.
Pero, a cambio sólo le frote su sexo, quería enloquecerla un poco más, ella abrió las piernas y entonces me introduje con rudeza, ella enterró sus manos en mi espalda y comencé a moverme rápidamente mientras me comía sus senos alternadamente, ella bajó hasta mis nalgas y me las apretó, pidiendo con ello que me introdujera más profundo, se escuchaba el sonido de nuestros cuerpos al chocar, los intensos gemidos de ambos y seguí moviéndome sin parar, de pronto un grito de ella inundó la habitación cuando llegó al orgasmo, a mí me faltaba aún, así que me apoyé con las manos sobre la cama para hacer los últimos movimientos casi salvajes y terminé.
Me acosté a su lado sin decir nada, tratando de recobrar el ritmo normal de mi pulso y mi respiración, aún estaba jadeando y cuando estuve controlado me levanté para quitarme el condón y tirarlo en el bote de basura.
– ¿Quién te dio mi número? – pregunté intrigado, una belleza así no hubiera pasado desapercibida por mí, si estuviera en la universidad.
– Otro integrante del club.
– ¿Del club? – exclamé más intrigado, pertenecía a un par en la universidad, pero no encontraba quien pudiera conocerla.
– Demasiadas preguntas, bien sabes que eso quebranta las reglas – respondió y me abrazó por atrás, acariciando mi abdomen.
– ¿Reglas? – dije extrañado.
– Espero que traigas otro condón y que aún tengas energías – fue su respuesta y se paró frente a mí para volver a besarme.
Ahora ella tomó el control y me tiró sobre la cama, después fue y tomó mi pantalón, buscó en los bolsillos y encontró con rapidez lo que estaba buscando y sonrió. Se acercó a mí y se tumbó sobre mi cuerpo, me besó y mordió mis labios mientras su mano subía y bajaba por mi masculinidad que respondió a sus caricias. Se sentó a horcadas sobre mí y sacó el contenido de la envoltura, me lo puso deslizando sus dedos y una vez que terminó, lo tomó con su mano y lo llevó hasta su centro para introducírselo. Comenzó a subir y bajar y mis manos se aferraron a su cintura para ayudarla en sus movimientos, se acariciaba sus senos y jalaba sus pezones, aumentó la velocidad y yo también buscando desesperadamente el objetivo hasta que lo logramos, nuevamente ella primero e instantes después yo. Se bajó luego de unos segundos, tomó su ropa y se vistió sin decir palabra alguna.
– ¿Volveré a verte?, no me has dicho tu nombre – dije desde la cama.
– Creo que eres nuevo en esto, quizá vuelva a llamarte, gracias por el momento – respondió y salió de la habitación dejándome con mil preguntas en mi cabeza.
A la mañana siguiente me encontraba cerrando la última caja cuando sonó mi celular, era James, así que de inmediato le contesté.
– Hola viejo, ¿cómo estás? – saludé mientras me sentaba en la cama.
– Muy bien, ¿y tú?
– Bien, aquí ya preparando todo para mandarlo por paquetería a mi casa.
– Al fin terminamos la carrera, por cierto, ¿te gusto tu regalo de graduación? – preguntó con su característica sonrisa.
– ¿Cuál regalo? – exclamé volteando a todos lados a ver si había algo que no fuera mío.
– El de anoche… la chica – respondió volviendo a reírse.
– Ah, ¿con que tú fuiste el que le dio mi teléfono?, claro, no podría haber sido alguien más, por supuesto que me gustó amigo, la chica era un bombón.
– Bienvenido al club.
– ¿Club?, ¿de que rayos estás hablando James? – dije desconcertado y su respuesta fue una carcajada que no supe como tomar.
Fragmentos de las canciones: Show me the meaning of being lonely & The Call.
Intérpretes: Backstreet Boys
Traducción: Anne Hilldweller
|