Capítulo 6
¿mi sumisa?
Como a cualquier tipo de relación que ya sobrepasa ciertos límites, a la nuestra también le faltaba una nueva ilusión, una chispa o un impulso que, sólo unos días después, conseguimos gracias al envío de fotos. Cuando pensaba fríamente que había enviado mi foto a un desconocido que, para colmo, era un AMO que buscaba sumisa, me echaba a temblar, además de reprobarme continuamente mi metedura de pata. Menos mal que esta sensación de imbécil sólo llegaba a mí si analizaba la situación con la fría razón o esa armadura que no deja entrar la vida y la chispa en el corazón: el resto del tiempo, mi intuición, el corazón o cierto sexto sentido me decían que había hecho bien porque el hecho de presentarnos físicamente había añadido aún más morbo a esta historia. ¡Y eso que la morbosidad ya rebasaba unos límites más que dignos!
Hasta el momento foto, le había dicho a Cullen que me faltaban los dientes delanteros, que era medio calva, que mi culo era enorme, celulítico y repleto de cráteres lunares o que las tetas me llegaban a la cintura. ÉL, además de reírse, me decía que no le importaba porque una sumisa o, en concreto, su sumisa, tenía que ser mucho más que un cuerpo, ya que, al fin y al cabo, el acceso a un cuerpo, lo que se dice a un cuerpo, hay quien lo consigue pagando en un momento dado. Para ÉL, su sumi tenía que ser inteligente y saber complementar su personalidad con la de su AMO, para así alcanzar juntos el éxtasis. La sumi, su sumi, debería disfrutar del arte del BDSM en toda su magnitud y no sólo en la cama porque, precisamente, el BDSM, en contra de lo que pensaba la mayoría de la gente, era una filosofía de vida y no unos cuantos polvos revestidos de aparatos, cuero y una estética determinada...
Debo reconocer que me gustó el aspecto de Cullen y hasta me pareció que se correspondía con lo que había podido conocer, o más bien intuir de y sobre él, a través del Messenger. Cuando observé que AMOCULLEN tenía el pelo ligeramente broncíneo por esos —según me dijo— 38 años que, dicho sea de paso, me parecieron muy atractivos, pensé que tenía la edad ideal para ser ese buen maestro, o mejor dicho el MAESTRO, que tan paciente y brillantemente había ejercido su docencia conmigo.
También pude ver la ternura de EL MAESTRO en su estatura alta, aderezada con esos kilillos de más porque, sin querer y aunque casi pasaban inadvertidos, denotaban bondad, paciencia y ese cariño que más de una vez pude leer entre líneas en tantas y tantas frases. Eso sí, tras aquellas gafa de armadura moderna, se escondían unos ojos brillantes y azul indico que se me antojaron portadores de perfeccionismo, autoridad, precisión, belleza, gusto por la estética, minuciosidad y hasta posesividad y control al mismo tiempo.
—Tienes una pinta de buena gente que no te la crees ni tú. Vamos, que si veo a este tío por la calle no me imagino yo que es un AMO en busca de sumisa —le comenté después de recibir su foto.
— ¿Y qué creías? ¿Que los AMOS llevamos un letrero en la frente?
—Hombre, tanto como eso...
—Vamos, nenita, ¿cuándo te vas a quitar la idea de la cabeza de que los AMOS y las sumisas somos unos tarados?
—No, si yo... En fin... ¡Glups! Enésima plancha, AMO, acabas de aplastarme con la enésima plancha...
En cuanto a mi foto, aún no sé si fui idiota o demasiado lista; el caso es que me parece lógico que cualquiera que va a enviar una, mande aquella en la que está más favorecido de entre las que tiene a mano. Y eso hice yo: enviarle la instantánea que me habían hecho unos amigos recientemente, queriendo dejar constancia de mi nuevo color de pelo. Lo cierto es que salí bastante guapa en esa foto, a pesar de que no soy nada fotogénica. Además, parecía tener cierto aire cosmopolita en ese primer plano en el que sólo se alcanzaba a ver un jersey de cuello alto, por supuesto negro, y en el que la sonrisa encorsetada en los labios pintados con un carmín entre rojo y marrón parecía llenar todo el plano junto al pelo largo, lacio y ligeramente rojizo, recogido en esa coleta muy alta que tanto me favorecía, en parte gracias a los grandes aros de plata que adornaban mis orejas...
— ¡Joder con mi sumi! —dijo cuando la recibió.
— ¿Ya estamos con lo de siempre? ¡Que no soy tu sumi!
—Te juro que, sobre todo después de lo que estoy viendo, no te voy a dejar que no lo seas... ¡Estás para mojar pan, niña!
— ¿Ah sí? ¿Y qué vas a hacer? ¿Me vas a atar?
—No lo dudes: atarte, vendarte los ojos y azotarte serán las primeras cosas que haga en cuanto te vea.
— ¡Grrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrr!
Parece que la fase de luna llena se empeñó en llenarme de información, curiosidad y una nueva chispa adictiva, que no era sino el poder encender el Messenger y verificar que AMOCULLEN estaba en línea, esperando a que yo me conectase. Nunca ese letrero naranja avisador de que el otro usuario estaba conectado me compensó y extasió tanto. Nada, en fin, pudo gratificarme más que ese casi imperceptible sonidillo, parecido a un ding-dong, avisador de que Cullen también acababa de poner en marcha su Messenger. Porque a partir de entonces, lo demás caía por su propio peso: comienzo de unas infinitas charlas sin voz que, a veces y por supuesto salvando millones de kilómetros de distancia, se me antojaban tan iniciáticas, apasionantes y extensas como los diálogos del gran maestro Sócrates con su joven y curioso discípulo Platón.
¿Espectacular la fase de luna llena? Sí, espectacular por la obsesión de EL MAESTRO de que era sumisa y no lo sabía ni yo; espectacular por recordarme continuamente que estábamos hechos el uno para el otro y no para que uno castrase y partiese al otro por la mitad, a través de la salvajada esa —según decía— de la media naranja; espectacular por contarme su vida y cómo le había cambiado por completo desde que descubrió el BDSM hacía ya años; espectacular por su afán de convertirme en su sumisa cibernética y, quizás con el tiempo, hasta sumisa con experiencia en el mundo real; espectacular por mostrarme sus secretos, su lado más humano, su alma de hombre necesitado de su complemento; espectacular cada vez que yo decía que no podía ofrecerle nada y él me aseguraba que tenía todo lo que le faltaba a su vida; espectacular y paralizante cada vez que me comentaba que lo único que quería era ¡llevarme al éxtasis! y, en definitiva, espectacular por su personalidad apabullante y lejana de solitarios, acomplejados, funcionarios aburridos, adúlteros y niñatos que pasaban las horas diciendo tonterías en la sala de Amos y sumisas.
Lo cierto es que, del mismo modo que siempre me produjeron vértigo muchas de sus frases, no dejé de pensar en ningún momento que había tenido mucha suerte al encontrar a Cullen:
—Un amo sin sumisa es como un jardín sin flores —me repitió una y otra vez por aquel entonces.
—Bueno, sabes que me caes bien y te deseo suerte: espero que encuentres lo que buscas.
—Por fin he tenido suerte: te he encontrado a ti.
—Bueno, pero yo no soy tu sumisa...
—Mi intuición nunca me ha fallado en estas cosas. Tú aún no lo sabes, pero eres un diamante en bruto que a mí me encantaría pulir y poner al servicio del BDSM.
— ¿Te refieres a las siglas de Bobadas, Delirios, Sandeces y Mentiras?
—Mira, ni de broma, por favor, ni de broma te mofes del BDSM...
—Bueno, perdona si te he ofendido. No ha sido mi intención...
— ¡Perfecto! ¿Ves? ¡Pero si te sale de manera natural una actitud de sumisión!
—Te equivocas, es sólo respeto y educación.
—Míralo como quieras, pero a poquito que me hicieras caso yo estaría encantado de ayudarte a descubrir esa parte de ti...
Por mucho que lo camuflase con bromas, en el fondo me quedaba perpleja cada vez que decía estas cosas, y aunque la mayoría de las veces pensaba que todo era parte de la eterna táctica que se utiliza para ligar con alguien, no es menos cierto que también llegué a plantearme la posibilidad de que una persona con experiencia y hasta con cierto sexto sentido, o si acaso un sentido muy desarrollado en algunos círculos como en este caso era el ambiente sadomaso, pudiera saber o intuir cosas de mí que aún no conocía ni yo misma.
Es más: todavía me pregunto si por haber concedido aquel beneficio de la duda, esta historia pudo crecer y dar un paso definitivo a partir de entonces. Porque cuando AMOCULLEN ya me había contado infinidad de cosas sobre el BDSM, aterrizó, dentro de esta fase de «luna llena», otra micro etapa que consistió en un punto aún más excitante que el anterior. Me refiero al juego de la seducción más intenso, al tira y afloja en su punto más álgido o a la guerra de corazones y cerebros que, sin saber, mantienen los amantes que aún no lo son, pero que no tardarán en serlo...
Claro que en esta batalla sin tregua, el AMO se ayudó de tácticas no demasiado limpias, aunque yo hice lo mismo cuando, tras descubrirle el juego, me callé e hice como si nada hubiese pasado. Quiero decir que después de un día cualquiera de chateo mañanero por el Messenger, AMOCULLEN me dijo que tenía que irse, pero que si me parecía bien podríamos reírnos un rato y recordar viejos tiempos, encontrándonos por la tarde en la sala de Amos y sumisas.
—Intentaré estar en la sala sobre las seis —me comentó.
—De acuerdo, Cullen. Será divertido volvernos a ver por allí, y reírnos otra vez con las ocurrencias de la sala.
A las seis en punto y con el nick de Marta, entré en la sala de Amos y sumisas. Lo cierto es que me produjo ternura recordar cómo había conocido aquel recinto cibernético y cuántas cosas me habían pasado desde aquel día en que se me ocurrió colocar el ratón y pulsar su botón izquierdo sobre la palabra «chat». Fue emotivo, y hasta un poco nostálgico, observar que OTEÍLLO, TEATOCONMEDIAS o VERGON-ZOSO seguían por allí. También me di cuenta de que, en esos días, no habían encontrado sumisa ni AMOABRASADOR, AMO-SADE o TORQUEMADA, aunque también me sorprendió que algunos nicks femeninos y escritos en minúsculas ya estaban aderezados con guiones bajos seguidos de la A de AMO, más una o dos letras mayúsculas indicadoras de la identidad del nuevo propietario, de la también nueva sumisa. Me resultó un poco patético que SR. DEL TEMPLE siguiera quejándose de su matrimonio o que las funcionarias de siempre, e incluso las casadas que querían desmelenarse, contaran el mismo tipo de historias. En fin, parecía que nada había cambiado cuando, en realidad y al menos para mí, habían cambiado infinidad de cosas...
Casi sin darme cuenta, pronto el reloj marcó las siete de la tarde. Entonces, extrañada porque AMOCULLEN no había pasado por la sala, deduje que algún percance cotidiano le habría impedido ser puntual. De repente, me sorprendí aburrida porque ya no fui capaz de encontrar ningún incentivo en las conversaciones picantes de los kamikazes y sentí, con una certeza espectacular, que era una absurda pérdida de tiempo quedarme un minuto más por allí. Entonces decidí marcharme, pero cuando me estaba despidiendo con educación de los usuarios de la sala, me sorprendió que una tal ANAPAULA35 me pidiera permiso para enviarme un privado. Se lo di, claro:
ANAPAULA35: ¡Hola, Marta! Hacía mucho que no entrabas aquí, ¿no?
Marta: Sí, hacía mucho tiempo, pero no recuerdo tu nick. ¿Nos conocemos?
ANAPAULA35: Quizás si te digo el que utilizaba antes sí te suene, pero no debo hacerlo. Verás: estoy camuflada porque mi AMO es muy celoso y no me deja entrar en la sala.
Marta: ¿Será dictador el tío? ¡Mándalo a la porra!
ANAPAULA35: Jajajajajaja. ¡Qué va, Marta! Sólo me apetece hacer la picardía de desobedecerlo un poquito. En realidad, todas las sumisas hacemos cosillas así.
Marta: ¿Cómo? ¡Repite! ¿Has dicho sumisa? ¿Desde cuándo eres sumisa? ¿Eres sumisa cíber o sumisa real? ¡Cuéntame, por favor! —increpé, bombardeando a mi interlocutora con una ráfaga de preguntas.
ANAPAULA35: Jajajajajajajajaja. ¡Qué curiosa eres! Imagino que estás llena de dudas, ¿no es así? Tranquila, a todas nos pasa la primera vez.
Marta: ¿La primera vez? ¿Tanto se me nota? Mira, no sé qué soy ni dejo de ser: sólo sé que, hasta ayer, como aquel que dice, no sabía nada de BDSM, y en sólo dos días he aprendido un montón de cosas y conocido a un AMO, ¡empeñado en que yo sea su sumi!
ANAPAULA35: Jajajajajajajajaja. Mira, Marta, esa decisión sólo la puedes tomar tú. Sólo te digo que ser sumisa es maravilloso, si tienes la suerte de encontrar a un AMO de verdad. A mí me ha cambiado la vida, te lo aseguro, y me atrevería a decirte que, aunque sólo fuera por curiosidad, te permitieras el lujo de probar la experiencia: ¡nunca sabemos la de cosas que tenemos dentro hasta que no rompemos los miedos y nos atrevemos a vivirlas!
Marta: Sí, en eso llevas razón, pero, dime: ¿por qué te ha cambiado la vida?
ANAPAULA35: Por muchas cosas: siento que quiero estar con él, que me excito haciéndole feliz, que me encanta provocarlo para que me haga feliz a mí. En fin. ¿Te imaginas? ¿Quién me iba a decir que me iba a correr sólo con escuchar silbar su látigo tras de mí?
La última frase, de repente, me situó frente al verdadero interlocutor de ese interminable e instructivo mensaje privado: ¡AMOCULLEN! ¡Era AMOCULLEN! ¿Será canalla? Claro, pensé, ¿cómo no se me había ocurrido, si él nunca se había retrasado ni faltado a sus citas? Además, la frase del látigo la había repetido Cullen más veces que un abuelo cuenta las batallitas de la mili a sus nietos. ¡Vaya juego sucio! Me di cuenta de que EL MAESTRO no dudó en utilizar otro nick, con ánimo de recrear una complicidad de mujer a mujer e intentar persuadirme de nuevo con el tema de la sumisión. Definitivamente: el chat no era tan privado como le parece al novato que acaba de entrar en él, y si, por ejemplo, en su día y para jugar, yo cambié mil veces de nick, ¿por qué no iba a hacerlo ahora Cullen para conseguir sus propósitos?
Me pareció retorcida y a la vez canallesca su última jugada de nombre y sexo falso, aunque también, de nuevo, volvió a enternecerme aquel AMO que parecía no guardar muchas más tácticas y trucos en los bolsillos para hacerse, ¡por fin!, con una sumisa insumisa. Aquella ternura me condujo a evocar un bolero, pero después de memorizar su letra pensé que los AMOS, para conquistar, nunca cantarían aquello de: No hace falta que te diga que me muero por tener algo contigo. ¿Es que no te has dado cuenta de lo mucho que me cuesta ser tu amigo? Claro que también me planteé que los AMOS podían cambiar las letras de las canciones para su beneficio: Ya me quedan muy pocos caminos y aunque pueda parecerte un desatino, no quisiera yo morirme sin tener SADO contigo...
Me despedí de ANAPAULA35 con palabras de agradecimiento y mucha cordialidad, al tiempo que me reía por dentro cuando escribía la frase: Adiós, querida desconocida y conocida de siempre. Al día siguiente ni le comenté nada de este encuentro a AMOCULLEN, ni tampoco ÉL hizo otra cosa más que justificar su plantón cibernético, contándome no sé qué milonga cotidiana...
Nunca supe si fue o no una casualidad, pero a raíz de la anécdota de ANAPAULA35, en la siguiente conversación sin voz que mantuvimos por Messenger, de repente y sin venir a cuento, a AMOCULLEN le dio por llenar un montón de espacios destinados a los diálogos con una única frase: ¿QUIERES SER MI SUMISA? Y al segundo otra vez, y luego diez veces más: ¿QUIERES SER MI SUMISA? Y más tarde, de nuevo: ¿QUIERES SER MI SUMISA?
Enmudecí cada vez que la pregunta aparecía por la pantalla de mi PC, porque la repetición continua de la misma cuestión me condujo al vértice de otro punto de inflexión, aunque el actual no tuviese nada que ver con los ya antiguos archivos sobre BDSM que tanto me escandalizaron en su día.
El problema es que pese a la insistencia de AMOCULLEN y esas batallas que me mantuvieron más viva que nunca, durante unos días que más que intensos debería calificar de infarto, me seguía costando entender por qué se me alteraba el pulso cada vez que recibía un mensaje suyo o por qué cuando me comentaba que, en cuanto fuese su sumisa, debería escribir un diario o, a fin de cuentas, por qué y de dónde saqué el ánimo y la fuerza para decirle que sería su sumisa cibernética.
Lo cierto es que durante días y días, él me lo pidió más veces que un pretendiente de esos que, a principios del siglo XX, a caballo y con coplas rondaban las ventanas de su amada a todas horas. Su insistencia fue tal, que incluso me asusté con la excitación de este tira y afloja mental que me llevó a dar mi brazo a torcer. Eso sí, antes de «dar el sí», y como venía siendo una tónica en mí, protesté un poco más.
—Ya sé que un AMO sin sumisa es como un jardín sin flores. Y no me extraña. ¿De qué te sirve la autoridad si no tienes cómo, dónde, ni con quién aplicarla? Sin sumisas, vuestras fustas, vuestros látigos y, sobre todo, vuestras esposas estarían vacías.
— ¿Y a qué viene eso ahora? Yo sólo te he hecho una pregunta: ¿QUIERES SER MI SUMISA?
—Bien. Viene a que necesito matizar algunas cosas porque siempre, desde pequeña, he sido muy dócil cuando no me han mandado las cosas «por narices». De lo contrario, sólo me daban ganas de no hacerlas...
— ¿Me crees con tan poco estilo como para tener que mandarte las cosas «por narices»? Mira, el buen AMO es quien consigue que la sumisa haga las cosas casi sin tener que ordenárselas. Es quien conoce tanto a su sumi, que sabe hasta dónde debe ordenar y hasta dónde no, cuánto debe presionar o a qué límites podrá llevarla. En fin, ¡pura psicología!
—Bien, entonces sabrás que si te digo que sí es porque en el fondo estoy jugando a dejarme someter por ti, para que tú, creyendo que me sometes, seas en realidad el sometido por mí.
— ¡Sobresaliente para ese trabalenguas! —dijo Cullen, alabando mi última ocurrencia.
—Es decir, ¿qué es antes, la gallina o el huevo? ¿Quién manda realmente aquí? ¿El AMO o la sumisa que juega a dejarse someter, para someterlo a él? —comenté con una de esas filosofías interminables.
— ¡Acabas de plantear la eterna discusión! Yo creo que en una relación BDSM la clave está en la sumisa, y desde el principio, te dije que eras de las mejores aunque no lo supieras ni tú. ¿Sabes por qué? Porque nunca te entregarías a cualquiera: necesitas saber y saber más para después entregarte más y mejor...
— ¡Venga ya!
—Mira, estoy seguro de que un aquí te pillo, aquí te mato sólo te vale de vez en cuando. Sé que si tu cama siempre es igual, terminas cansándote porque eres inteligente, curiosa, juguetona, empírica, divertida y morbosa... Lo siento, sumi, pero ¡necesitas muchas cosas!
—Grrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrr...
—Por cierto, no sé si leíste en los archivos de antaño que las sumisas son mujeres sexualmente complicadas: necesitan de un nivel de excitación y activación muy altos para lograr el placer. Sin embargo, una vez que encuentran un Amo que sepa someterlas lo alcanzan a un nivel casi místico... ¿Te suena de algo, reina?
—¡Probablemente!, pero garantizar ser un buen AMO que promete el éxtasis me parece presuntuoso, por no hablarte de cómo me recuerda a una especie de publicidad bancaria sobre planes de pensiones que aseguran la liquidez...
—Jajajajajajajajajaja. ¡Ya vale de mofas! Por enésima vez: ¿QUIERES SER MI SUMISA?
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— ¿QUIERES SER MI SUMISA?
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— ¿QUIERES SER MI SUMISA?
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— ¿QUIERES SER MI SUMISA?
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— ¿QUIERES SER MI SUMISA?
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— ¿QUIERES SER MI SUMISA?
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— ¿QUIERES SER MI SUMISA?
— ¡Buffffff! Vale, AMO, te lo has ganado: seré tu sumisa hasta que los alicates nos separen...
Nada más escribir por Messenger aquello de: Seré tu sumisa hasta que los alicates nos separen, AMOCULLEN, además de reírse con la ocurrencia de los alicates, me agradeció el hecho de haber dado mi brazo a torcer y haberle hecho el hombre más feliz de la tierra. Eso sí, al segundo siguiente, ya me dio la primera orden:
— ¿Estás en el trabajo, verdad? ¿Qué ropa llevas puesta?
—Sí, estoy en el trabajo y llevo vaqueros con botas y jersey rojo a juego.
— ¡Estupendo! Ve al baño y arráncate las bragas.
— ¿Cómo?
—Tu AMO te ordena que vayas al baño y te arranques las bragas.
—Sí, claro, y si quieres te las mando por correo urgente...
— ¡Pues mira, no es mala idea!
—Des-em-braga, AMO: una cosa es que te corras pensando en mis bragas y otra que te corras a costa de correos. ¿No te parece?
—De correos y corrernos ya hablaremos. Ahora, ve al baño, ¡y arráncate las bragas!
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