Protegiendo un amor (+18)

Autor: cari
Género: + 18
Fecha Creación: 07/06/2010
Fecha Actualización: 17/06/2010
Finalizado: SI
Votos: 57
Comentarios: 96
Visitas: 228152
Capítulos: 24

Edward Cullen quería una esposa. La candidata debía ser de buena familia y debía estar dispuesta a compartir su cama para darle un heredero. Además debía aceptar un matrimonio sin amor.

Bella Swan era una hermosa joven de alta sociedad conocida por ser una princesa de hielo, ella mejor que nadie entendería las condiciones de aquella relación.

Pero Bella acepto la proposición de Edward porque necesitaba ayuda para defenderse de su pasado.

Lo que él no sabía era que Bella no era una mujer fría, ni sofisticada si no una joven tímida y asustada.


Esta historia es de otra escritora llamada helen ... editada por mi ... espero k les guste es mi segundo fic....

 

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Capítulo 1: Mi vida

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Edward  se paso al carril del centro. Había tráfico en la ciudad de Sidney. Las farolas de las calles se mezclaban con las señales de neón mientras el sol se ponía en el horizonte, arrancando destellos rojos en el cielo a medida que el día daba paso a la noche.

Había sido un día duro en el que había tenido dos reuniones muy estresantes, una conferencia y diversas actividades que lo habían dejado sin tiempo.

Qué bien le vendría un masaje, pero no podía ser. En menos de una hora, tenía que estar en una cena para recaudar fondos para una causa benéfica.

   Solo.

 

Conocía a varias mujeres y sabía que muchas de ellas estarían encantadas de dejar lo que estuvieran haciendo para correr a la cena con él y a la cama luego si se terciaba, pero Edward  no se entregaba a los placeres así como así, no en vano había conseguido tener un imperio financiero.

¿Sería una cualidad envidiable que había heredado de su padre? De ser así, sería una de las pocas ya que Carlisle Cullen había sido un canalla multimillonario, maleducado y despiadado. Se había casado, nada más y nada menos, que cuatro veces. De su primer matrimonio, había nacido él, Edward Cullen.

Desde el principio, su padre había tenido muy claro que no quería tener más hijos. Sólo quería tener un heredero. Le parecía una pérdida de tiempo tener más hijos para que entre los hermanos surgiera la rivalidad y los celos, lo que podían llevar a la ruptura del imperio que a él tanto sudor le había acostado levantar.

Al final, las diferentes esposas de su padre se habían encargado de dilapidar su fortuna. Edward  rotó los hombros hacia atrás, aceleró un poco y tomó la autopista en dirección sur, hacia el barrio de Vauclue.

En aquel momento, sonó su móvil. Edward  miró en la pantalla quién

Llamaba y dejó que saltara el contestador.

El éxito conllevaba responsabilidades, demasiadas responsabilidades, y lo peor era que la tecnología moderna le hacía estar constantemente localizable, las veinticuatro horas del día.

Aunque le encantaba el mundo de los negocios, sí, lo cierto era que le gustaba mucho, había otros desafíos en la vida que quería explorar.
De momento, uno en concreto.

El matrimonio.

La familia.

Quería encontrar una mujer que fuera sincera y sin artificios, que ocupara su cama, se encargara de convertir su casa en un hogar, fuera una anfitriona encantadora y le diera hijos.

Tenía que tratarse de una mujer que no se hiciera ilusiones con el amor y que estuviera dispuesta a tomarse el matrimonio como un negocio, sin que hubiera complicaciones emocionales.

Una cosa era el afecto propio y resultante del acto sexual y otra cosa muy diferente el amor. ¿Qué era el amor?

Edward había amado a su madre con el amor de un niño, pero se la habían arrebatado. En cuanto a sus madrastras, lo único que habían buscado todas ellas era el dinero de su padre, los regalos y un estilo de vida lujoso. Para ellas, el niño había sido un estorbo y lo mejor que se podía hacer con él era recluirlo en un carísimo internado del que sólo saldría en las vacaciones, que, por supuesto, pasaría en campamentos exclusivos en el extranjero.

Edward había aprendido muy pronto a hacerlo todo bien para ganarse la atención de su padre. En consecuencia, todo lo que se proponía lo conseguía. Cuando su padre lo había colocado en un puesto bajo dentro del imperio Cullen, había luchado con uñas y dientes para ir abriéndose camino y para demostrarle a su progenitor lo que valía. Había trabajado tanto, que no había tenido tiempo para frivolidades sociales.

El esfuerzo le había valido el reconocimiento de su padre, el poder subir dentro del imperio familiar, un estatus multimillonario y la atención de las mujeres. Unas más inteligentes que otras y una en concreto que había estado a punto de convencerlo para que se casaran.

A punto.

Menos mal que una investigación pormenorizada había revelado detalles ocultos, una práctica que Edward continuaba empleando siempre que decidía acercarse a una mujer. Sí, era una táctica calculada y fría, pero le evitaba muchas sorpresas desagradables.

Edward sonrió mientras doblaba por una calle en la que sólo había mansiones. Su casa era una de ellas, una mansión situada en lo alto de una colina desde la que había unas espléndidas vistas del puerto. Se la había comprado hacía cinco años, la había reformado, había contratado a un matrimonio de servicio interno y la había convertido en una residencia de lujo en la que dormía, trabajaba y daba fiestas.

Era Edward Cullen.
El hombre que lo tenía todo.
El sucesor de su padre.
Duro, sin escrúpulos, asediado por las mujeres.
Así lo describían los periódicos sensacionalistas.

Poco después de media hora, duchado, afeitado y vestido de

esmoquin, volvió a meterse en el coche y se dirigió de nuevo hacia la ciudad.

Capítulo 2: Admirada

 
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