Leyendo Crepusculo

Autor: PiaDeCullen
Género: Humor
Fecha Creación: 11/12/2012
Fecha Actualización: 09/04/2013
Finalizado: NO
Votos: 12
Comentarios: 25
Visitas: 16137
Capítulos: 7

 

Un día, llega una misteriosa caja, con una nota, ¿quien hubiera imaginado que leeríamos todo lo que paso Bella durante su relación con Edward? ¿Que pensará Charlie, Sue, Billy, Mike, Angela, Jessica, Ben, Lauren, la manada, sus improntas y los Cullen? ¿Que pasara? ¿Cambiara algo? Edward al fin sabrá lo que pensaba Bella todo este tiempo. Emmet lograra avergonzar a Bella.

 


 

Soy pesima con los summary. No soy dueña de Twilight, aunque me encantaria, la historia es de mi propiedad. No al plagio.

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Capítulo 2: Primer Encuentro

PRIMER ENCUENTRO leyó Carlisle

 

Mi madre me llevó al aeropuerto con las ventanillas del coche bajadas. En Phoenix, la temperatura era de veinticuatro grados

-cosa que nunca pasara acá.- Dijo Emmet muy emocionado al ver que tenía muchas oportunidades para molestar a Bella. Edward gruño en respuesta a ese pensamiento, pero debía admitir que también estaba emocionado.

 

 Y el cielo de un azul perfecto y despejado. Me había puesto mi blusa favorita,

 

-¿Ósea que te la habías puesto más de una vez? Agggg… de verdad no entiendo porque no me dejas comprarte un nuevo guardarropa.- Dijo quien más, que Alice.

 

-Porque no me gusta que gasten su dinero en mi.- Dijo Bella lentamente como si estuviera hablando con un discapacitado.

 

Emmet se rio de eso igual que Bella pero al recibir la mirada de muerte de Alice, se callaron abruptamente.

 

-Está bien.- Dijo Alice, dejando a todos los que conocían su obsesión con la moda con la boca abierta de par en par.- pero no podrás alegar cuando seas mi hermanita como Dios manda.- termino Alice con una sonrisa de el gato de Alicia en el país de las maravillas, ganando risas por parte de todos los conocedores de la “maravillosa obsesión por la moda de Bella” (o sarcasmo puro)  y unas ruidosas carcajadas por parte de Emmet, haciendo que todos los humanos se estremecieran y Bella hiciera un adorable puchero.

 

-Tranquila amor, yo te protegeré del duende maquiavélico del mal que tengo por hermana.- Dijo Edward ganándose un “awwwwww” por parte de todas las mujeres.

 

 Sin mangas y con cierres a presión blancos; la llevaba como gesto de despedida. Mi equipaje de mano era un anorak.

 

-AAAAAAAAAAAAAAAAAAA!  Necesito llevarte urgentemente de compras, ¿o no Rose?- Dijo esperando la aceptación de su comentario por su hermana, que con cara de espanto por la pequeña cantidad de ropa de Bella asintió rápidamente, lo que causo la alegría de Alice, el miedo de Bella y la burla de Emmet

 

En la península de Olympic, al noroeste del Estado de Washington, existe un pueblecito llamado Forks cuyo cielo casi siempre permanece encapotado. En esta insignificante localidad llueve más que en cualquier otro sitio de los Estados Unidos. Mi madre se escapó conmigo de aquel lugar y de sus tenebrosas y sempiternas sombras cuando yo apenas tenía unos meses.

 

Charlie al escuchar eso se puso muy triste recordando, al ver en este estado a su padre, Bella se escapo de los brazos de su prometido y fue a abrazar a su padre, para que supiera que siempre estaría ahí. Todos al ver el intercambio de amor entre padre e hija no comentaron nada, temiendo arruinar el momento, hasta Emmet lo respeto.

 

Me había visto obligada a pasar allí un mes cada verano hasta que por fin me impuse al cumplir los catorce años; así que, en vez de eso, los tres últimos años, Charlie, mi padre, había pasado sus dos semanas de vacaciones conmigo en California.

Y ahora me exiliaba a Forks, un acto que me aterraba, ya que detestaba el lugar.

 

-¿En serio?- Dijo Charlie, triste por su hija que tuviera que ir a algún lugar que no le agradara, al obtener solo un apretón más fuerte y que escondiera su cabeza en su pecho, se respondió solo suspirando.- Lo tomare como un sí.

 

Adoraba Phoenix. Me encantaba el sol, el calor abrasador, y la vitalidad de una ciudad que se extendía en todas las direcciones.

—Bella —me dijo mamá por enésima vez antes de subir al avión—, no tienes por qué hacerlo.

Mi madre y yo nos parecemos muchos, salvo por el pelo corto y las arrugas de la risa.

 

-Eddie, Acaban de llamar a tu suegra vieja… JAJAJAJA.- Dijo Emmet

 

-Cállate Emmet.-Dijo tajante Edward. A ver que el iba a responder, rose se adelanto.

-Osito, si sigues molestando a Edward y Bella, juro que te convertirás en monja, ¿entendiste bien o te explico con acciones?- pregunto con vozinocente Rose. Al no obtener más que su esposo se volviera más pálido sonrió satisfecha y espero que prosiguieran con la lectura.

 

Tuve un ataque de pánico cuando contemplé sus ojos grandes e ingenuos. ¿Cómo podía permitir que se las arreglara sola, ella que era tan cariñosa, caprichosa y atolondrada?

 

-Parece que los papeles están invertidos ahí, JAJAJAJAJA.- dijo Seth, que era el único que se sentía cómodo de la manada

 

 Ahora tenía a Phil, por supuesto, por lo que probablemente se pagarían las facturas, habría comida en el frigorífico y gasolina en el depósito del coche, y podría apelar a él cuando se encontrara perdida, pero aun así...

—Es que quiero ir —le mentí. Siempre se me ha dado muy mal eso de mentir, pero había dicho esa mentira con tanta frecuencia en los últimos meses que ahora casi sonaba convincente.

 

Esme miro a Bella con una sonrisa triste, pero Bella haciendo que no le importaba, sonrió con una gigantesca, respondiendo.

-Esme, piensa que si no hubiera venido, no los hubiera conocido.- Al decir eso Esme exhibió una resplandeciente sonrisa, y espero que su marido continuara.

 

—Saluda a Charlie de mi parte —dijo con resignación.

—Sí, lo haré.

—Te veré pronto —insistió—. Puedes regresar a casa cuando quieras. Volveré tan pronto como me necesites.

Pero en sus ojos vi el sacrificio que le suponía esa promesa.

—No te preocupes por mí —le pedí—. Todo irá estupendamente. Te quiero, mamá.

Me abrazó con fuerza durante un minuto; luego, subí al avión y ella se marchó.

Para llegar a Forks tenía por delante un vuelo de cuatro horas de Phoenix a Seattle, y desde allí a Port Angeles una hora más en avioneta y otra más en coche. No me desagrada volar, pero me preocupaba un poco pasar una hora en el coche con Charlie.

 

Charlie miro a su hija con la interrogante en la cara, pero con una nota de tristeza al pensar que su hija no quería pasar con ella a solas (o en el pasado). Bella pidió disculpas con los ojos a su padre, al ver que las aceptaba se relajo y siguió escuchando.

 

Lo cierto es que Charlie había llevado bastante bien todo aquello. Parecía realmente complacido de que por primera vez fuera a vivir con él de forma más o menos permanente.

 

-Por supuesto que si.- Dijo Charlie firmemente, sorprendiendo a todos.

 

 Ya me había matriculado en el instituto y me iba a ayudar a comprar un coche.

Pero estaba convencida de que iba a sentirme incómoda en su compañía. Ninguno de los dos éramos muy habladores que se diga, y, de todos modos, tampoco tenía nada que contarle.

Sabía que mi decisión lo hacía sentirse un poco confuso, ya que, al igual que mi madre, yo nunca había ocultado mi aversión hacia Forks.

 

Charlie asintió admitiendo que lo había confundido, pero la sonrisa en su rostro decía claramente que estaba agradecido de eso.

Estaba lloviendo cuando el avión aterrizó en Port Angeles. No lo consideré un presagio, simplemente era inevitable. Ya me había despedido del sol.

 

Todos miraron a Bella sin hacer ningún comentario, ella simplemente rodo los ojos y se golpeo la frente con la mano, con claro signo de frustración.

 

Charlie me esperaba en el coche patrulla, lo cual no me extrañó. Para las buenas gentes de Forks, Charlie es el jefe de policía Swan.

 

Todos se rieron de eso, sin excepción, hasta los adultos (contando a Sam), pero claro, ellos tratando de disimularla un poco.

 

-Valla Bellita no sabía que eras tan divertida.- Dijo Emmet divertido, pensando que se pondría rojita. Pero lo que contesto dejo no a uno si no a muchos bastantes impresionados.

 

-Gracias Emi por darte cuenta de esa parte de mí, pero al estar al lado tuyo, tengo que tragarme todos mis comentarios, ya que no quiero que quedes más.

 

Todos quedaron sorprendidos o en shock unos segundos, pero cuando reaccionaron fueron con unas carcajadas enormes, si él pudiera sonrojarse, seguramente hubiera superado a Bella.

 

-Por fin alguien le dio un poco de su propia medicina.- Dijo entre risas Jasper y Edward después de chocar las manos, claro signo de felicidad. Después de que todos se calmaron, Carlisle siguió con la lectura.

 

 La principal razón de querer comprarme un coche, a pesar de lo escaso de mis ahorros, era que me negaba en redondo a que me llevara por todo el pueblo en un coche con luces rojas y azules en el techo.

 

-¿Por qué? Seria fascinante.- Dijo quien más que Emmet con los ojos con un brillo, luego miro a su “padre”.- ¿Puedo…?- suplico haciendo un puchero que CASI competiría con el de Alice.

-No Emmet, ya es suficiente con el Jeep.- Dijo Carlisle tratando de tener paciencia con su hijo, ya que sabía que así seria en todos los libros.

 

 No hay nada que ralentice más la velocidad del tráfico que un poli.

 

Todos los “niños” asintieron, luego de mirarse sorprendidos por la coincidencia sonrieron y Carlisle con una sonrisa en su boca, continúo leyendo.

 

Charlie me abrazó torpemente con un solo brazo cuando bajaba a trompicones la escalerilla del avión.

—Me alegro de verte, Bella —dijo con una sonrisa al mismo tiempo que me sostenía firmemente—. Apenas has cambiado. ¿Cómo está Renée?

—Mamá está bien. Yo también me alegro de verte, papá —no le podía llamar Charlie a la cara.

 

Bella al escuchar eso se “prendió” su pobre cara, y las risas de Emmet  no se hicieron esperar, bajo la cara apenada mirando sus zapatillas como si fueran la cosa más interesante del mundo.

 

Traía pocas maletas.

 

Bella al ver que Alice iba a comentar algo, le tiro no una ni dos, sino cinco almohadas a la cara mara que se callara. Todos los Cullen se partieron de la risa al ver el espectáculo, sabiendo que Alice no se podía mover a velocidad vampírica, para no asustar a los humanos en la sala.

 

Los humanos que han conocido o mejor dicho visto a los Cullen el instituto, se sorprendieron que no fueran todos tan serios y callados como aparentan allá; Edward al “escuchar” eso, rodo los ojos. Por el contrario de los Cullen y los humanos, la manada estaba bastante sorprendida de que ellos se comportaran como una verdadera familia, estaban pensando seriamente que tal vez solo tal vez los subestimaron; y obviamente Edward al escuchar eso, sonrió de oreja a oreja.

 

La mayoría de mi ropa de Arizona era demasiado ligera para llevarla en Washington. Mi madre y yo habíamos hecho un fondo común con nuestros recursos para complementar mi vestuario de invierno, pero, a pesar de todo, era escaso.

 

-ME DA LO MISMO QUE PIENSES AHORA Bella PERO ¡TU YO Y ROSE NOS VAMOS DE COMPRAS, QUIERAS O NO!- grito Alice histérica al escuchar la poco cantidad de ropa de su amiga/cuñada/hermana. Bella suspiro al saber que ya no tenía salida. Así que se mantuvo en silencio. Los demás que ya estaban entendiendo que Alice tenía su obsesión se mantuvieron callados, aguantando la risa, y los que la conocían se mantuvieron callados sabiendo que si opinaban, saldrían perjudicados.

 

Todas cupieron fácilmente en el maletero del coche patrulla.

 

Alice y Rose se estremecieron y Bella solamente rodo los ojos

 

—He localizado un coche perfecto para ti, y muy barato —anunció una vez que nos abrochamos los cinturones de seguridad. ¿Qué tipo de coche?

Desconfié de la manera en que había dicho «un coche perfecto para ti»

 

-¿Por qué?- Pregunto Jessica, todos se sobresaltaron ya que no recordaban que estuviera ahí-

-Seguramente en el libro lo explicara.- respondió Bella calmadamente

 

 En lugar de simplemente «un coche perfecto».

 

-AAAhhhhh.- Dijo Jessica ahora comprendiendo

 

—Bueno, es un monovolumen, un Chevy para ser exactos.

— ¿Dónde lo encontraste?

— ¿Te acuerdas de Billy Black, el que vivía en La Push?

La Push es una pequeña reserva india situada en la costa.

-No me digas Einstein.-Dijo Jacob con sarcasmo.- No lo sabia

Todos al escuchar eso, se rieron bajo para no molestar a Bella.

 

—No.

—Solía venir de pesca con nosotros durante el verano —me explicó.

Por eso no me acordaba de él. Se me da bien olvidar las cosas dolorosas e innecesarias.

 

Bella suspiro sabiendo que los libros se le harían MUY LARGOS

 

—Ahora está en una silla de ruedas —continuó Charlie cuando no respondí—, por lo que no puede conducir y me propuso venderme su camión por una ganga.

— ¿De qué año es?

Por la forma en que le cambió la cara, supe que era la pregunta que no deseaba oír.

 

-Exacto Bells eres una adivina, JAJAJAJAJAJA esa es la pregunta mágica.- Dijo Jacob riéndose y rodando literalmente por el suelo.

 

—Bueno, Billy ha realizado muchos arreglos en el motor. En realidad, tampoco tiene tantos años.

Esperaba que no me tuviera en tan poca estima como para creer que iba a dejar pasar el tema así como así.

 

Charlie suspiro

 

— ¿Cuándo lo compró?

—En 1984... Creo.

— ¿Y era nuevo entonces?

 

-Siguiente pregunta mágica.- Dijo nuevamente Jacob

 

—En realidad, no. Creo que era nuevo a principios de los sesenta, o a lo mejor a finales de los cincuenta —confesó con timidez.

— ¡Papá, por favor! ¡No sé nada de coches! No podría arreglarlo si se estropeara y no me puedo permitir pagar un taller.

 

-Por eso tienes a tu mecánico favorito siempre a tu disposición.- Dijo Jacob con una sonrisa arrogante.

-Lo sé AHORA, pero antes no lo sabía Jaki.- Dijo Bella sonriendo angelicalmente a Jacob por su nuevo apodo, mientras escuchaba a todos, literalmente a TODOS reírse de él.

-Repito, esta chica es malvada.-Dijo Emmet (para el que haya leído crepúsculo entero lo entenderá fácilmente el de por qué dijo repito)

 

—Nada de eso, Bella, el trasto funciona a las mil maravillas. Hoy en día no los fabrican tan buenos.

El trasto, repetí en mi fuero interno. Al menos tenía posibilidades como apodo.

 

-JAJAJAJAJAJAJAJAJAJJAJA.- RIERON Emmet y Jacob, luego se miraron sorprendidos por la coincidencia.

 

— ¿Y qué entiendes por barato?

Después de todo, ése era el punto en el que yo no iba a ceder.

—Bueno, cariño, ya te lo he comprado como regalo de bienvenida.

Charlie me miró de reojo con rostro expectante.

Esme quedo feliz el amor que Charlie le daba a su hija, pero no solo con palabras o miradas, también con hechos, suspiro, cada persona mostraba su amor de diferente forma.

Vaya. Gratis.

 

Edward trato de empezar su propuesta sobre comprarle un auto nuevo, pero Bella lo miro con cara de asesina en serie.

-Ni una palabra Cullen.-Dijo con una voz que hasta al más valiente le hubiera dado miedo. Todos después de estremecerse por las palabras de la inofensiva Bella, se empezaron a reír por la cara de Edward.

 

—No tenías que hacerlo, papá. Iba a comprarme un coche.

—No me importa. Quiero que te encuentres a gusto aquí.

Charlie mantenía la vista fija en la carretera mientras hablaba. Se sentía incómodo al expresar sus emociones en voz alta. Yo lo había heredado de él, de ahí que también mirara hacia la carretera cuando le respondí:

—Es estupendo, papá. Gracias. Te lo agradezco de veras.

Resultaba innecesario añadir que era imposible estar a gusto en Forks, pero él no tenía por qué sufrir conmigo.

 

-Eso es muy considerado de tu parte.- Dijo Esme con amabilidad, para que su pobre futura hija no se sintiera tan avergonzada; luego lo pensó y agrego.- triste pero considerado.

Bella al escuchar esas palabras le regalo una débil sonrisa a su segunda madre. Mientras tanto Jessica bufaba celosa, todos los “seres sobrenaturales” con oídos súper desarrollados y también los que no lo poseían, escucharon sus bufidos y sabían que eran por los celos, pero mantuvieron silencio, excepto una persona, ¡cómo no!

 

-Y esos sonidos señorita.- Le recrimino un Emmet con cara de padre retando a su hija, pero obviamente en su interior estaba revolcándose de la risa mientras que Jessica se ponía roja.- si siente celos de la señorita Swan, guárdeselos para usted,  pero no nos contagie con su mal humor, ya que, todos estamos muy felices, compartiendo estos libros y usted solo hace que sea desagradable, así que le pido amablemente que guarde todos sus comentarios de mierda para usted.- Para este momento ya todos estaban riéndose a más no poder, Jessica había pasado a estar fucsia y Emmet ya no aguanto su papel de persona madura y se empezó a reír. Cuando todos se calmaron Carlisle retomo la lectura

 

 Y a caballo regalado no le mires el diente, ni el motor.

 

-Muy buen dicho Bella.-Dijo Emmet, luego silbo en su dirección para seguir aplaudiendo como si de una estrella de cine se tratase.

La manada cada vez estaba más sorprendida de la actitud del Clan… perdón ahora para ellos ya no eran un clan, ahora era la familia Cullen. Por otro lado, los humanos, estaban sorprendidos de ver a la familia Cullen interactuar con alguien que no sean ellos o Bella; y Charlie estaba viendo como Bella disfrutaba de su nueva familia, y viendo que ella sería feliz.

 

—Bueno, de nada. Eres bienvenida —masculló, avergonzado por mis palabras de agradecimiento.

Intercambiamos unos pocos comentarios más sobre el tiempo, que era

 

-Húmedo.- Dijeron todos los niños, tanto humanos, vampiros y licántropos, para luego reírse.

 

húmedo, y básicamente ésa fue toda la conversación. Miramos a través de las ventanillas en silencio.

El paisaje era hermoso, por supuesto, no podía negarlo. Todo era de color verde: los árboles, los troncos cubiertos de musgo, el dosel de ramas que colgaba de los mismos, el suelo cubierto de helechos. Incluso el aire que se filtraba entre las hojas tenía un matiz de verdor.

Era demasiado verde, un planeta alienígena.

 

-De verdad Bella, deberías sacar ese sentido del humor más a menudo.- Dijo Emmet olvidándose completamente de la respuesta que le había dado Bella anteriormente.

-Como ya te había dicho Emmet, lo sacaría pero no quiero dejarte en vergüenza.- Dijo Bella con un suspiro de pena fingida. Emmet se quedo callado y obviamente avergonzado.

 

Finalmente llegamos al hogar de Charlie. Vivía en una casa pequeña de dos dormitorios que compró con mi madre durante los primeros días de su matrimonio. Ésos fueron los únicos días de su matrimonio, los primeros. Allí, aparcado en la calle delante de una casa que nunca cambiaba, estaba mi nuevo monovolumen, bueno, nuevo para mí. El vehículo era de un rojo desvaído, con guardabarros grande y redondo y una cabina de aspecto bulboso. Para mi enorme sorpresa, me encantó.

 

-No sé cómo te gusto ese auto, pero agradezco que lo hayan comprado.- Dijo Jacob al principio incrédulo, pero al final con una sonrisa.

 

No sabía si funcionaría, pero podía imaginarme al volante.

Además, era uno de esos modelos de hierro sólido que jamás sufren daños, la clase de coches que ves en un accidente de tráfico con la pintura intacta y rodeada de los trozos del coche extranjero que acaba de destrozar.

 

-Perfecto para Bella.- Dijo Jasper riéndose.

 

— ¡Caramba, papá! ¡Me encanta! ¡Gracias!

Ahora, el día de mañana parecía bastante menos terrorífico. No me vería en la tesitura de elegir entre andar tres kilómetros bajo la lluvia hasta el instituto o dejar que el jefe de policía me llevara en el coche patrulla.

—Me alegra que te guste —dijo Charlie con voz áspera, nuevamente avergonzado.

Subir todas mis cosas hasta el primer piso requirió un solo viaje escaleras arriba.

 

Como no Alice se estremeció pero ya nadie le hico caso, ya que parece que lo hará todo el libro.

 

Tenía el dormitorio de la cara oeste, el que daba al patio delantero. Conocía bien la habitación; había sido la mía desde que nací. El suelo de madera, las paredes pintadas de azul claro, el techo a dos aguas, las cortinas de encaje ya amarillentas flanqueando las ventanas... Todo aquello formaba parte de mi infancia. Los únicos cambios que había introducido Charlie se limitaron a sustituir la cuna por una cama y añadir un escritorio cuando crecí. Encima de éste había ahora un ordenador de segunda mano con el cable del módem grapado al suelo hasta la toma de teléfono más próxima. Mi madre lo había estipulado de ese modo para que estuviéramos en contacto con facilidad. La mecedora que tenía desde niña aún seguía en el rincón.

Sólo había un pequeño cuarto de baño en lo alto de las escaleras que debería compartir con Charlie. Intenté no darle muchas vueltas al asunto.

 

Todas las mujeres a excepción de Bella, que ya estaba acostumbrada se estremecieron al tener que compartir un baño, mas en sima UN BAÑO.

 

Una de las cosas buenas que tiene Charlie es que no se queda revoloteando a tu alrededor. Me dejó sola para que deshiciera mis maletas y me instalara, una hazaña que hubiera sido del todo imposible para mi madre. Resultaba estupendo estar sola, no tener que sonreír ni poner buena cara; fue un respiro que me permitió contemplar a través del cristal la cortina de lluvia con desaliento y derramar algunas lágrimas.

 

Todos miraron a Bella con tristeza pero ella solo rodo los ojos, orgullosa y terca, era lo que la describía; bueno no todos, Jessica la miro con cara de “tristeza” pero totalmente fingida.

 

 No estaba de humor para una gran llantina. Eso podía esperar hasta que me acostara y me pusiera a reflexionar sobre lo que me aguardaba al día siguiente.

 

El aterrador cómputo de estudiantes del instituto de Forks era de tan sólo trescientos cincuenta y siete, ahora trescientos cincuenta y ocho. Solamente en mi clase de tercer año en

Phoenix había más de setecientos alumnos. Todos los jóvenes de por aquí se habían criado juntos y sus abuelos habían aprendido a andar juntos. Yo sería la chica nueva de la gran ciudad, una curiosidad, un bicho raro.

Tal vez podría utilizar eso a mi favor si tuviera el aspecto que se espera de una chica de

Phoenix, pero físicamente no encajaba en modo alguno. Debería ser alta, rubia, de tez bronceada, una jugadora de voleibol o quizá una animadora, todas esas cosas propias de quienes viven en el Valle del Sol.

Por el contrario, mi piel era blanca como el marfil a pesar de las muchas horas de sol de Arizona, sin tener siquiera la excusa de unos ojos azules o un pelo rojo. Siempre he sido delgada, pero más bien flojucha y, desde luego, no una atleta. Me faltaba la coordinación suficiente para practicar deportes sin hacer el ridículo o dañar a alguien, a mí misma o a cualquiera que estuviera demasiado cerca.

 

Todos se rieron, todos los que conocían la torpea de Bella, pero los que no la conocían fruncieron el seño por burlarse así de ella.

 

Después de colocar mi ropa en el viejo tocador de madera de pino, me llevé el neceser al cuarto de baño para asearme tras un día de viaje. Contemplé mi rostro en el espejo mientras me cepillaba el pelo enredado y húmedo. Tal vez se debiera a la luz, pero ya tenía un aspecto más cetrino y menos saludable. Puede que tenga una piel bonita, pero es muy clara, casi traslúcida, por lo que su apariencia depende del color del lugar y en Forks no había color alguno.

Mientras me enfrentaba a mi pálida imagen en el espejo, tuve que admitir que me engañaba a mí misma. Jamás encajaría, y no sólo por mis carencias físicas. Si no me había hecho un huequecito en una escuela de tres mil alumnos, ¿qué posibilidades iba a tener aquí?

No sintonizaba bien con la gente de mi edad. Bueno, lo cierto es que no sintonizaba bien con la gente. Punto.

 

-Pero con lo “raro” si, ¿o no Bellita?- pregunto Emmet a Bella, mientras ella negaba solamente.

 

 Ni siquiera mi madre, la persona con quien mantenía mayor proximidad, estaba en armonía conmigo; no íbamos por el mismo carril. A veces me preguntaba si veía las cosas igual que el resto del mundo. Tal vez la cabeza no me funcionara como es debido.

Pero la causa no importaba, sólo contaba el efecto. Y mañana no sería más que el comienzo.

Aquella noche no dormí bien, ni siquiera cuando dejé de llorar. El siseo constante de la lluvia y el viento sobre el techo no aminoraba jamás, hasta convertirse en un ruido de fondo.

Me tapé la cabeza con la vieja y descolorida colcha y luego añadí la almohada, pero no conseguí conciliar el sueño antes de medianoche, cuando al fin la lluvia se convirtió en un fino sirimiri.

A la mañana siguiente, lo único que veía a través de la ventana era una densa niebla y sentí que la claustrofobia se apoderaba de mí. Aquí nunca se podía ver el cielo, parecía una jaula.

El desayuno con Charlie se desarrolló en silencio. Me deseó suerte en la escuela y le di las gracias, aun sabiendo que sus esperanzas eran vanas. La buena suerte solía esquivarme.

Charlie se marchó primero, directo a la comisaría, que era su esposa y su familia. Examiné la cocina después de que se fuera, todavía sentada en una de las tres sillas, ninguna de ellas a juego, junto a la vieja mesa cuadrada de roble. La cocina era pequeña, con paneles oscuros en las paredes, armarios amarillo chillón y un suelo de linóleo blanco. Nada había cambiado.

Hacía dieciocho años, mi madre había pintado los armarios con la esperanza de introducir un poco de luz solar en la casa. Había una hilera de fotos encima del pequeño hogar del cuarto de estar, que colindaba con la cocina y era del tamaño de una caja de zapatos. La primera foto era de la boda de Charlie con mi madre en Las Vegas, y luego la que nos tomó a los tres una amable enfermera del hospital donde nací, seguida por una sucesión de mis fotografías escolares hasta el año pasado. Verlas me resultaba muy embarazoso. Tenía que convencer a Charlie de que las pusiera en otro sitio, al menos mientras yo viviera aquí.

 

-Me las mostrarías a mi.- le susurro Edward a Bella, en la oreja sintiendo como su piel se erizaba por el contacto.

-NO.- Dijo Bella, firme y segura, Edward suspiro frustrado, pero no se daría por vencido.

 

Era imposible permanecer en aquella casa y no darse cuenta de que Charlie no se había repuesto de la marcha de mi madre. Eso me hizo sentir incómoda.

 

Charlie y Bella se miraron incómodos también, pero decidieron no hacer ningún comentario.

 

No quería llegar demasiado pronto al instituto, pero no podía permanecer en la casa más tiempo, por lo que me puse el anorak, tan grueso que recordaba a uno de esos trajes empleados en caso de peligro biológico, y me encaminé hacia la llovizna.

Aún chispeaba, pero no lo bastante para que me calara mientras buscaba la llave de la casa, que siempre estaba escondida debajo del alero que había junto a la puerta, y cerrara. El ruido de mis botas de agua nuevas resultaba enervante. Añoraba el crujido habitual de la grava al andar. No pude detenerme a admirar de nuevo el vehículo, como deseaba, y me apresuré a escapar de la húmeda neblina que se arremolinaba sobre mi cabeza y se agarraba al pelo por debajo de la capucha.

Dentro del monovolumen estaba cómoda y a cubierto. Era obvio que Charlie o Billy debían de haberlo limpiado, pero la tapicería marrón de los asientos aún olía tenuemente a tabaco, gasolina y menta. El coche arrancó a la primera, con gran alivio por mi parte, aunque en medio de un gran estruendo, y luego hizo mucho ruido mientras avanzaba al ralentí.

Bueno, un monovolumen tan antiguo debía de tener algún defecto. La anticuada radio funcionaba, un añadido que no me esperaba.

Fue fácil localizar el instituto pese a no haber estado antes. El edificio se hallaba, como casi todo lo demás en el pueblo, junto a la carretera. No resultaba obvio que fuera una escuela, sólo me detuve gracias al cartel que indicaba que se trataba del instituto de Forks. Se parecía a un conjunto de esas casas de intercambio en época de vacaciones construidas con ladrillos de color granate. Había tantos árboles y arbustos que a primera vista no podía verlo en su totalidad. ¿Dónde estaba el ambiente de un instituto?, me pregunté con nostalgia. ¿Dónde estaban las alambradas y los detectores de metales?

 

-Ya no estás en Phoenix Bella, esto es Forks.- Dijo Alice mirando a Bella, Bella suspiro.

 

Aparqué frente al primer edificio, encima de cuya entrada había un cartelito que rezaba «Oficina principal». No vi otros coches aparcados allí, por lo que estuve segura de que estaba en zona prohibida, pero decidí que iba a pedir indicaciones en lugar de dar vueltas bajo la lluvia como una tonta. De mala gana salí de la cabina calentita del monovolumen y recorrí un sendero de piedra flanqueado por setos oscuros. Respiré hondo antes de abrir la puerta.

En el interior había más luz y se estaba más caliente de lo que esperaba. La oficina era pequeña: una salita de espera con sillas plegables acolchadas, una vasta alfombra con motas anaranjadas, noticias y premios pegados sin orden ni concierto en las paredes y un gran reloj que hacía tictac de forma ostensible. Las plantas crecían por doquier en sus macetas de plástico, por si no hubiera suficiente vegetación fuera.

Un mostrador alargado dividía la habitación en dos, con cestas metálicas llenas de papeles sobre la encimera y anuncios de colores chillones pegados en el frontal. Detrás del mostrador había tres escritorios. Una pelirroja regordeta con gafas se sentaba en uno de ellos.

 

-La señora Cope.- Dijeron todos los que la conocían.

-¿Van a decir eso cada vez que describan a alguien?- pregunto Carlisle. Como respuesta recibió una sonrisa y un asentimiento de todos. Suspiro y prefirió seguir leyendo ya que no ganaba nada con discutir.

 

Llevaba una camiseta de color púrpura que, de inmediato, me hizo sentir que yo iba demasiado elegante.

La mujer pelirroja alzó la vista.

— ¿Te puedo ayudar en algo?

—Soy Isabella Swan —le informé, y de inmediato advertí en su mirada un atisbo de reconocimiento. Me esperaban. Sin duda, había sido el centro de los cotilleos. La hija de la caprichosa ex mujer del jefe de policía al fin regresaba a casa.

 

-Esa es la forma en que pensaban los adultos.- murmuraron Carlisle y Edward y luego se sonrieron por la coincidencia.

-RARO.- Dijo Emmet al ver que lo decían al mismo tiempo

 

—Por supuesto —dijo.

Rebuscó entre los documentos precariamente apilados hasta encontrar los que buscaba.

—Precisamente aquí tengo el horario de tus clases y un plano de la escuela.

Trajo varias cuartillas al mostrador para enseñármelas. Repasó todas mis clases y marcó el camino más idóneo para cada una en el plano; luego, me entregó el comprobante de asistencia para que lo firmara cada profesor y se lo devolviera al finalizar las clases. Me dedicó una sonrisa y, al igual que Charlie, me dijo que esperaba que me gustara Forks. Le devolví la sonrisa más convincente posible.

Los demás estudiantes comenzaban a llegar cuando regresé al monovolumen. Los seguí, me uní a la cola de coches y conduje hasta el otro lado de la escuela. Supuso un alivio comprobar que casi todos los vehículos tenían aún más años que el mío, ninguno era ostentoso. En Phoenix, vivía en uno de los pocos barrios pobres del distrito Paradise Valley.

Era habitual ver un Mercedes nuevo o un Porche en el aparcamiento de los estudiantes.

 

Rose suspiro, lo único que quería era sacar su “bebe”.

 

 El mejor coche de los que allí había era un flamante Volvo, y destacaba. Aun así, apagué el motor en cuanto aparqué en una plaza libre para que el estruendo no atrajera la atención de los demás sobre mí.

Examiné el plano en el monovolumen, intentando memorizarlo con la esperanza de no tener que andar consultándolo todo el día. Lo guardé en la mochila, me la eché al hombro y respiré hondo. Puedo hacerlo, me mentí sin mucha convicción. Nadie me va a morder.

 

Todos los Cullen se pusieron a reír por el pensamiento y toda la ironía que daba eso, en cambio la manada solo rodo os ojos y los humanos los miraron raro.

 

Al final, suspiré y salí del coche.

Mantuve la cara escondida bajo la capucha y anduve hasta la acera abarrotada de jóvenes. Observé con alivio que mi sencilla chaqueta negra no llamaba la atención.

Una vez pasada la cafetería, el edificio número tres resultaba fácil de localizar, ya que había un gran «3» pintado en negro sobre un fondo blanco con forma de cuadrado en la esquina del lado este. Noté que mi respiración se acercaba a hiperventilación al aproximarme a la puerta. Para paliarla, contuve el aliento y entré detrás de dos personas que llevaban impermeables de estilo unisex.

El aula era pequeña. Los alumnos que tenía delante se detenían en la entrada para colgar sus abrigos en unas perchas; había varias. Los imité. Se trataba de dos chicas, una rubia de tez clara como la porcelana y otra, también pálida, de pelo castaño claro. Al menos, mi piel no sería nada excepcional aquí.

Entregué el comprobante al profesor, un hombre alto y calvo al que la placa que descansaba sobre su escritorio lo identificaba como Sr. Masón. Se quedó mirándome embobado al ver mi nombre, pero no me dedicó ninguna palabra de aliento, y yo, por supuesto, me puse colorada como un tomate. Pero al menos me envió a un pupitre vacío al fondo de la clase sin presentarme al resto de los compañeros. A éstos les resultaba difícil mirarme al estar sentada en la última fila, pero se las arreglaron para conseguirlo. Mantuve la vista clavada en la lista de lecturas que me había entregado el profesor. Era bastante básica: Bronté, Shakespeare, Chaucer, Faulkner. Los había leído a todos, lo cual era cómodo... y aburrido.

 

-Dinos a nosotros.- Dijeron todos los chicos Cullen que habían pasado muchas veces por el instituto.

 

Me pregunté si mi madre me enviaría la carpeta con los antiguos trabajos de clase o si creería que la estaba engañando. Recreé nuestra discusión mientras el profesor continuaba con su perorata.

Cuando sonó el zumbido casi nasal del timbre, un chico flacucho, con acné y pelo grasiento, se ladeó desde un pupitre al otro lado del pasillo para hablar conmigo.

 

-Eric- Dijeron todos de nuevo, los demás solo rodaron los ojos.

 

—Tú eres Isabella Swan, ¿verdad?

Parecía demasiado amable, el típico miembro de un club de ajedrez.

—Bella —le corregí. En un radio de tres sillas, todos se volvieron para mirarme.

— ¿Dónde tienes la siguiente clase? —preguntó. Tuve que comprobarlo con el programa que tenía en la mochila.

—Eh... Historia, con Jefferson, en el edificio seis.

Mirase donde mirase, había ojos curiosos por doquier.

—Voy al edificio cuatro, podría mostrarte el camino —demasiado amable, sin duda—. Me llamo Eric —añadió.

Sonreí con timidez.

—Gracias.

Recogimos nuestros abrigos y nos adentramos en la lluvia, que caía con más fuerza.

Hubiera jurado que varias personas nos seguían lo bastante cerca para escuchar a hurtadillas.

Esperaba no estar volviéndome paranoica.

 

-Tranquila no lo estabas.- Le dijo Alice con una sonrisa. Bella bufo

-Claro, eso me pone mucho más tranquila.- Dijo derramando sarcasmo.

 

—Bueno, es muy distinto de Phoenix, ¿eh? —preguntó.

—Mucho.

—Allí no llueve a menudo, ¿verdad?

—Tres o cuatro veces al año.

—Vaya, no me lo puedo ni imaginar.

—Hace mucho sol —le expliqué.

—No se te ve muy bronceada.

—Es la sangre albina de mi madre.

Me miró con aprensión. Suspiré. No parecía que las nubes y el sentido del humor encajaran demasiado bien. Después de estar varios meses aquí, habría olvidado cómo emplear el sarcasmo.

Pasamos junto a la cafetería de camino hacia los edificios de la zona sur, cerca del gimnasio. Eric me acompañó hasta la puerta, aunque la podía identificar perfectamente.

—En fin, suerte —dijo cuando rocé el picaporte—. Tal vez coincidamos en alguna otra clase.

Parecía esperanzado. Le dediqué una sonrisa que no comprometía a nada y entré.

El resto de la mañana transcurrió de forma similar. Mi profesor de Trigonometría, el señor Varner, a quien habría odiado de todos modos por la asignatura que enseñaba, fue el único que me obligó a permanecer delante de toda la clase para presentarme a mis compañeros. Balbuceé, me sonrojé y tropecé con mis propias botas al volver a mi pupitre.

Después de dos clases, empecé a reconocer varias caras en cada asignatura. Siempre había alguien con más coraje que los demás que se presentaba y me preguntaba si me gustaba Forks. Procuré actuar con diplomacia, pero por lo general mentí mucho. Al menos, no necesité el plano.

Una chica se sentó a mi lado tanto en clase de Trigonometría como de español, y me acompañó a la cafetería para almorzar. Era muy pequeña, varios centímetros por debajo de mi uno sesenta, pero casi alcanzaba mi estatura gracias a su oscura melena de rizos alborotados.

 

-Jessica.- Dijeron todos suspirando

 

No me acordaba de su nombre, por lo que me limité a sonreír mientras parloteaba sobre los profesores y las clases. Tampoco intenté comprenderlo todo.

Nos sentamos al final de una larga mesa con varias de sus amigas a quienes me presentó. Se me olvidaron los nombres de todas en cuanto los pronunció. Parecían orgullosas por tener el coraje de hablar conmigo. El chico de la clase de Lengua y Literatura, Eric, me saludó desde el otro lado de la sala.

Y allí estaba, sentada en el comedor, intentando entablar conversación con siete desconocidas llenas de curiosidad, cuando los vi por primera vez.

 

-Si por fin aparecemos nosotros.- Dijeron o mejor dicho chillaron o brincaron, quien más que Alice y Emmet.

 

Se sentaban en un rincón de la cafetería, en la otra punta de donde yo me encontraba.

Eran cinco. No conversaban ni comían pese a que todos tenían delante una bandeja de comida. No me miraban de forma estúpida como casi todos los demás, por lo que no había peligro: podía estudiarlos sin temor a encontrarme con un par de ojos excesivamente interesados. Pero no fue eso lo que atrajo mi atención.

No se parecían lo más mínimo a ningún otro estudiante. De los tres chicos, uno era fuerte, tan musculoso que parecía un verdadero levantador de pesas, y de pelo oscuro y rizado.

 

-Soy yo.- Dijo Emmet orgulloso.

 

Otro, más alto y delgado, era igualmente musculoso y tenía el cabello del color de la miel.

 

-Jasper.- Dijo Emmet como si no lo supieran

 

El último era desgarbado, menos corpulento, y llevaba despeinado el pelo castaño dorado.

 

-Edward.- Dijo como no Emmet

 

Tenía un aspecto más juvenil que los otros dos, que podrían estar en la universidad o incluso ser profesores aquí en vez de estudiantes.

Las chicas eran dos polos opuestos. La más alta era escultural. Tenía una figura preciosa, del tipo que se ve en la portada del número dedicado a trajes de baño de la revista Sports Illustrated, y con el que todas las chicas pierden buena parte de su autoestima sólo por estar cerca. Su pelo rubio caía en cascada hasta la mitad de la espalda.

 

Rose sonrió satisfecha con su descripción.

 

La chica baja tenía aspecto de duendecillo de facciones finas, un fideo. Su pelo corto era rebelde, con cada punta señalando en una dirección, y de un negro intenso.

 

Alice frunció el seño

-De verdad parezco un duende.- pregunto a nadie en particular.

-SI.- Dijeron todos los que tenían la confianza de hacerlo.

 

Aun así, todos se parecían muchísimo. Eran blancos como la cal, los estudiantes más pálidos de cuantos vivían en aquel pueblo sin sol. Más pálidos que yo, que soy albina. Todos tenían ojos muy oscuros, a pesar de la diferente gama de colores de los cabellos, y ojeras malvas, similares al morado de los hematomas. Era como si todos padecieran de insomnio o se estuvieran recuperando de una rotura de nariz, aunque sus narices, al igual que el resto de sus facciones, eran rectas, perfectas, simétricas.

Pero nada de eso era el motivo por el que no conseguía apartar la mirada.

Continué mirándolos porque sus rostros, tan diferentes y tan similares al mismo tiempo, eran de una belleza inhumana y devastadora. Eran rostros como nunca esperas ver, excepto tal vez en las páginas retocadas de una revista de moda. O pintadas por un artista antiguo, como el semblante de un ángel. Resultaba difícil decidir quién era más bello, tal vez la chica rubia perfecta o el joven de pelo castaño dorado.

 

-Mira Edi, Bella te encontró bello.- Dijo Emmet tratando de molestar a su hermano. Pero al ver su sonrisa se cayó, sabiendo que le había subido el ego.

 

Los cinco desviaban la mirada los unos de los otros, también del resto de los estudiantes y de cualquier cosa hasta donde pude colegir. La chica más pequeña se levantó con la bandeja —el refresco sin abrir, la manzana sin morder— y se alejó con un trote grácil, veloz, propio de un corcel desbocado. Asombrada por sus pasos de ágil bailarina, la contemplé vaciar su bandeja y deslizarse por la puerta trasera a una velocidad superior a lo que habría considerado posible. Miré rápidamente a los otros, que permanecían sentados, inmóviles.

— ¿Quiénes son ésos?—pregunté a la chica de la clase de Español, cuyo nombre se me había olvidado.

 

Jessica frunció el seño claramente ofendida por no recordar su nombre.

 

Y de repente, mientras ella alzaba los ojos para ver a quiénes me refería, aunque probablemente ya lo supiera por la entonación de mi voz, el más delgado y de aspecto más juvenil, la miró. Durante una fracción de segundo se fijó en mi vecina, y después sus ojos oscuros se posaron sobre los míos.

Él desvió la mirada rápidamente, aún más deprisa que yo, ruborizada de vergüenza. Su rostro no denotaba interés alguno en esa mirada furtiva, era como si mi compañera hubiera pronunciado su nombre y él, pese a haber decidido no reaccionar previamente, hubiera levantado los ojos en una involuntaria respuesta.

Avergonzada, la chica que estaba a mi lado se rió tontamente y fijó la vista en la mesa, igual que yo.

—Son Edward y Emmet Cullen, y Rosalie y Jasper Hale. La que se acaba de marchar se llama Alice Cullen; todos viven con el doctor Cullen y su esposa —me respondió con un hilo de voz.

Miré de soslayo al chico guapo, que ahora contemplaba su bandeja mientras desmigajaba una rosquilla con sus largos y níveos dedos. Movía la boca muy deprisa, sin abrir apenas sus labios perfectos. Los otros tres continuaron con la mirada perdida, y, aun así, creí que hablaba en voz baja con ellos.

¡Qué nombres tan raros y anticuados!, pensé. Era la clase de nombres que tenían nuestros abuelos, pero tal vez estuvieran de moda aquí, quizá fueran los nombres propios de un pueblo pequeño. Entonces recordé que mi vecina se llamaba Jessica, un nombre perfectamente normal. Había dos chicas con ese nombre en mi clase de Historia en Phoenix.

—Son... guapos.

Me costó encontrar un término mesurado.

— ¡Ya te digo! —Jessica asintió mientras soltaba otra risita tonta—. Pero están juntos. Me refiero a Emmet y Rosalie, y a Jasper y Alice, y viven juntos.

 

Su voz resonó con toda la conmoción y reprobación de un pueblo pequeño, pero, para ser sincera, he de confesar que aquello daría pie a grandes cotilleos incluso en Phoenix.

— ¿Quiénes son los Cullen? —pregunté—. No parecen parientes...

—Claro que no. El doctor Cullen es muy joven, tendrá entre veinte y muchos y treinta y pocos. Todos son adoptados. Los Hale, los rubios, son hermanos gemelos, y los Cullen son su familia de acogida.

—Parecen un poco mayores para estar con una familia de acogida.

—Ahora sí, Jasper y Rosalie tienen dieciocho años, pero han vivido con la señora Cullen desde los ocho. Es su tía o algo parecido.

—Es muy generoso por parte de los Cullen cuidar de todos esos niños siendo tan jóvenes.

—Supongo que sí —admitió Jessica muy a su pesar. Me dio la impresión de que, por algún motivo, el médico y su mujer no le caían bien. Por las miradas que lanzaba en dirección a sus hijos adoptivos, supuse que eran celos; luego, como si con eso disminuyera la bondad del matrimonio, agregó—: Aunque tengo entendido que la señora Cullen no puede tener hijos.

 

Esme se puso a sollozar al escuchar eso, recordando al hijo que perdió cuando era humano, TODOS los Cullen al verla en ese estado fueron a abrazarla ya que sabían que lo necesitaban, aun le costaba asimilarlo. Bella miro a Jessica con una mirada furiosa raro en ella. Cuando todo se calmo se sentaron en silencio sin hacer comentarios y continuaron con la lectura.

 

Mientras manteníamos esta conversación, dirigía miradas furtivas una y otra vez hacia donde se sentaba aquella extraña familia. Continuaban mirando las paredes y no habían probado bocado.

— ¿Siempre han vivido en Forks? —pregunté. De ser así, seguro que los habría visto en alguna de mis visitas durante las vacaciones de verano.

—No —dijo con una voz que daba a entender que tenía que ser obvio, incluso para una recién llegada como yo—. Se mudaron aquí hace dos años, vinieron desde algún lugar de Alaska.

Experimenté una punzada de compasión y alivio. Compasión porque, a pesar de su belleza, eran extranjeros y resultaba evidente que no se les admitía. Alivio por no ser la única recién llegada y, desde luego, no la más interesante.

Uno de los Cullen, el más joven, levantó la vista mientras yo los estudiaba y nuestras miradas se encontraron, en esta ocasión con una manifiesta curiosidad. Cuando desvié los ojos, me pareció que en los suyos brillaba una expectación insatisfecha.

— ¿Quién es el chico de pelo cobrizo? —pregunté.

Lo miré de refilón. Seguía observándome, pero no con la boca abierta, a diferencia del resto de los estudiantes. Su rostro reflejó una ligera contrariedad. Volví a desviar la vista.

—Se llama Edward. Es guapísimo, por supuesto, pero no pierdas el tiempo con él. No sale con nadie. Quizá ninguna de las chicas del instituto le parece lo bastante guapa —dijo con desdén, en una muestra clara de despecho. Me pregunté cuándo la habría rechazado.

 

Todos se rieron, pero no hicieron ningún comentario.

 

Me mordí el labio para ocultar una sonrisa. Entonces lo miré de nuevo. Había vuelto el rostro, pero me pareció ver estirada la piel de sus mejillas, como si también estuviera sonriendo.

Los cuatro abandonaron la mesa al mismo tiempo, escasos minutos después. Todos se movían con mucha elegancia, incluso el forzudo. Me desconcertó verlos. El que respondía al nombre de Edward no me miró de nuevo.

Permanecí en la mesa con Jessica y sus amigas más tiempo del que me hubiera quedado de haber estado sola. No quería llegar tarde a mis clases el primer día. Una de mis nuevas amigas, que tuvo la consideración de recordarme que se llamaba Ángela, tenía, como yo, clase de segundo de Biología a la hora siguiente. Nos dirigimos juntas al aula en silencio. También era tímida.

 

Bella y Ángela se sonrieron.

 

Nada más entrar en clase, Ángela fue a sentarse a una mesa con dos sillas y un tablero de laboratorio con la parte superior de color negro, exactamente igual a las de Phoenix. Ya compartía la mesa con otro estudiante. De hecho, todas las mesas estaban ocupadas, salvo una. Reconocí a Edward Cullen, que estaba sentado cerca del pasillo central junto a la única silla vacante, por lo poco común de su cabello.

 

Edward suspiro recordando ese día mientras recibía un apretón de manos de su prometida.

 

Lo miré de forma furtiva mientras avanzaba por el pasillo para presentarme al profesor y que éste me firmara el comprobante de asistencia. Entonces, justo cuando yo pasaba, se puso rígido en la silla. Volvió a mirarme fijamente y nuestras miradas se encontraron. La expresión de su rostro era de lo más extraña, hostil, airada. Pasmada, aparté la vista y me sonrojé otra vez. Tropecé con un libro que había en el suelo y me tuve que aferrar al borde de una mesa. La chica que se sentaba allí soltó una risita.

Me había dado cuenta de que tenía los ojos negros, negros como carbón.

El señor Banner me firmó el comprobante y me entregó un libro, ahorrándose toda esa tontería de la presentación. Supe que íbamos a caernos bien. Por supuesto, no le quedaba otro remedio que mandarme a la única silla vacante en el centro del aula. Mantuve la mirada fija en el suelo mientras iba a sentarme junto a él, ya que la hostilidad de su mirada aún me tenía aturdida.

No alcé la vista cuando deposité el libro sobre la mesa y me senté, pero lo vi cambiar de postura al mirar de reojo. Se inclinó en la dirección opuesta, sentándose al borde de la silla.

Apartó el rostro como si algo apestara. Olí mi pelo con disimulo. Olía a fresas, el aroma de mi champú favorito. Me pareció un aroma bastante inocente. Dejé caer mi pelo sobre el hombro derecho para crear una pantalla oscura entre nosotros e intenté prestar atención al profesor.

Por desgracia, la clase versó sobre la anatomía celular, un tema que ya había estudiado.

De todos modos, tomé apuntes con cuidado, sin apartar la vista del cuaderno.

No me podía controlar y de vez en cuando echaba un vistazo través del pelo al extraño chico que tenía a mi lado. Éste no relajó aquella postura envarada —sentado al borde de la silla, lo más lejos posible de mí— durante toda la clase. La mano izquierda, crispada en un puño, descansaba sobre el muslo. Se había arremangado la camisa hasta los codos. Debajo de su piel clara podía verle el antebrazo, sorprendentemente duro y musculoso. No era de complexión tan liviana como parecía al lado del más fornido de sus hermanos.

 

-Nadie se compara con migo.- Dijo Emmet haciendo poses para mostrar sus músculos.

-Lo sabemos Emmet.- Dijo Emmet, para luego agregar sonriendo.- como también sabemos que tomar esteroides es malo.

Todos se rieron de la cara de Emmet y luego de un rato volvieron a retomar la lectura.

 

La lección parecía prolongarse mucho más que las otras. ¿Se debía a que las clases estaban a punto de acabar o porque estaba esperando a que abriera el puño que cerraba con tanta fuerza? No lo abrió. Continuó sentado, tan inmóvil que parecía no respirar.

¿Qué le pasaba? ¿Se comportaba de esa forma habitualmente? Cuestioné mi opinión sobre la acritud de Jessica durante el almuerzo. Quizá no era tan resentida como había pensado.

No podía tener nada que ver conmigo. No me conocía de nada.

Me atreví a mirarle a hurtadillas una vez más y lo lamenté. Me estaba mirando otra vez con esos ojos negros suyos llenos de repugnancia. Mientras me apartaba de él, cruzó por mi mente una frase: «Si las miradas matasen...».

El timbre sonó en ese momento. Yo di un salto al oírlo y Edward Cullen abandonó su asiento. Se levantó con garbo de espaldas a mí —era mucho más alto de lo que pensaba— y cruzó la puerta del aula antes de que nadie se hubiera levantado de su silla.

Me quedé petrificada en la silla, contemplando con la mirada perdida cómo se iba. Era realmente mezquino. No había derecho. Empecé a recoger los bártulos muy despacio mientras intentaba reprimir la ira que me embargaba, con miedo a que se me llenaran los ojos de lágrimas. Solía llorar cuando me enfadaba, una costumbre humillante.

 

-Pero es tan divertida.- Dijo Emmet, después todos se rieron.

Pero de la nada apareció una nota idéntica a la que venía en la caja, todos dieron un grito ahoga por la sorpresa. Edward fue el primero en reaccionar y toma la nota y la leyó en voz alta:

 

Tranquila Bella, no eres la única que le pasa, para ser honesta a mí también me pasa, cosa que teniendo los amigos que tengo (no es que no los quiera solo que son muy molestosas, incluso más que Emmet) me hacen enfadar constantemente.

Así que tranquila, solo recuerda no agachar la cabeza cuando pase eso.

Atte.

Kada

 

Todos se quedaron callados al escuchar eso, pero no comentaron nada, aunque Bella se sintió un poco mejor por las palabras, al final continuaron con la lectura, que el pobre Carlisle no para de interrumpir por los comentarios.

 

—Eres Isabella Swan, ¿no? —me preguntó una voz masculina.

Al alzar la vista me encontré con un chico guapo, de rostro aniñado y el pelo rubio en punta cuidadosamente arreglado con gel. Me dirigió una sonrisa amable. Obviamente, no parecía creer que yo oliera mal.

—Bella —le corregí, con una sonrisa.

—Me llamo Mike.

—Hola, Mike.

— ¿Necesitas que te ayude a encontrar la siguiente clase?

—Voy al gimnasio, y creo que lo puedo encontrar.

—Es también mi siguiente clase.

Parecía emocionado, aunque no era una gran coincidencia en una escuela tan pequeña.

Fuimos juntos. Hablaba por los codos e hizo el gasto de casi toda la conversación, lo cual fue un alivio. Había vivido en California hasta los diez años, por eso entendía cómo me sentía ante la ausencia del sol. Resultó ser la persona más agradable que había conocido aquel día.

Pero cuando íbamos a entrar al gimnasio me preguntó:

—Oye, ¿le clavaste un lápiz a Edward Cullen, o qué? Jamás lo había visto comportarse de ese modo.

Tierra, trágame, pensé. Al menos no era la única persona que lo había notado y, al parecer, aquél no era el comportamiento habitual de Edward Cullen. Decidí hacerme la tonta.

— ¿Te refieres al chico que se sentaba a mi lado en Biología? pregunté sin malicia.

—Sí —respondió—. Tenía cara de dolor o algo parecido. —No lo sé —le respondí—.

No he hablado con él. —Es un tipo raro —Mike se demoró a mi lado en lugar de dirigirse al vestuario—. Si hubiera tenido la suerte de sentarme a tu lado, yo sí hubiera hablado contigo.

Le sonreí antes de cruzar la puerta del vestuario de las chicas. Era amable y estaba claramente interesado, pero eso no bastó para disminuir mi enfado.

El entrenador Clapp, el profesor de Educación física, me consiguió un uniforme, pero no me obligó a vestirlo para la clase de aquel día. En Phoenix, sólo teníamos que asistir dos años a Educación física. Aquí era una asignatura obligatoria los cuatro años. Forks era mi infierno personal en la tierra en el más literal de los sentidos.

Contemplé los cuatro partidillos de voleibol que se jugaban de forma simultánea. Me dieron náuseas al verlos y recordar los muchos golpes que había dado, y recibido, cuando jugaba al voleibol.

 

-Me lo imagino, lamento mucho no estar en tu clase.- Dijo Emmet divertido

 

Al fin sonó la campana que indicaba el final de las clases. Me dirigí lentamente a la oficina para entregar el comprobante con las firmas. Había dejado de llover, pero el viento era más frío y soplaba con fuerza. Me envolví con mis propios brazos para protegerme.

Estuve a punto de dar media vuelta e irme cuando entré en la cálida oficina. Edward Cullen se encontraba de pie, enfrente del escritorio. Lo reconocí de nuevo por el desgreñado pelo castaño dorado. Al parecer, no me había oído entrar. Me apoyé contra la pared del fondo, a la espera de que la recepcionista pudiera atenderme.

Estaba discutiendo con ella con voz profunda y agradable. Intentaba cambiar la clase de Biología de la sexta hora a otra hora, a cualquier otra.

No me podía creer que eso fuera por mi culpa. Debía de ser otra cosa, algo que había sucedido antes de que yo entrara en el laboratorio de Biología. La causa de su aspecto contrariado debía de ser otro lío totalmente diferente. Era imposible que aquel desconocido sintiera una aversión tan intensa y repentina hacia mí.

La puerta se abrió de nuevo y una súbita corriente de viento helado hizo susurrar los papeles que había sobre la mesa y me alborotó los cabellos sobre la cara. La recién llegada se limitó a andar hasta el escritorio, depositó una nota sobre el cesto de papeles y salió, pero Edward Cullen se envaró y se giró ——su agraciado rostro parecía ridículo— para traspasarme con sus penetrantes ojos llenos de odio. Durante un instante sentí un estremecimiento de verdadero pánico, hasta se me erizó el vello de los brazos. La mirada no duró más de un segundo, pero me heló la sangre en las venas más que el gélido viento. Se giró hacia la recepcionista y rápidamente dijo con voz aterciopelada:

—Bueno, no importa. Ya veo que es imposible. Muchas gracias por su ayuda.

Giró sobre sí mismo sin mirarme y desapareció por la puerta.

Me dirigí con timidez hacia el escritorio —por una vez con el rostro lívido en lugar de colorado— y le entregué el comprobante de asistencia con todas las firmas.

— ¿Cómo te ha ido el primer día, cielo? —me preguntó de de forma maternal.

—Bien —mentí con voz débil.

No pareció muy convencida.

-Ese es el fin del capítulo.- Dijo Carlisle dejando el libro sobre la mesa

-Yo creo que deberían comer algo y luego continuar leyendo.- Dijo Esme, al no tener ninguna objeción se puso a ser comida para todos mientras ellos conversaban de todo y nada y uno que otro comentario del libro. Al terminar de comer todos regresaron a la sala que era donde se estaba leyendo.

-¿Quién desea seguir leyendo?- Pregunto Carlisle.

-Yo lo hare.- Dijo Jasper.- si no hay ningún problema, claro esta

Al no recibir ningún reclamo tomo el libro

-Este se llama Libro Abierto.- Leyó Jasper

 

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Capítulo 1: Prefacio Capítulo 3: Libro Abierto

 


 


 
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