Era cuestión de minutos que el sol se escondiera al fin, dejándonos así salir al exterior del hotel. Nadie hablaba, todos estaban concentrados en sus cometidos y yo solo tenía una cosa en la mente: la puerta. Esa que estaba ardiendo y que solo yo podía abrir. ¿Qué esconderían ahí? Y ¿Cómo nadie se daba cuenta de que había una puerta en llamas constantemente? Todo esto era muy extraño. Había demasiadas incógnitas. Visualicé en mi mente mi don, el fuego, lo sentí responder a mi llamada silenciosa, se agitó débilmente.
¿Qué tendría que hacer con la puerta? Esa pregunta me preocupaba un poco. Estaba tensa, ansiosa por llegar allí.
— Vas a desgastar el suelo si no paras — murmuró Edward tomándome por los hombros.
Levanté la vista a verle a los ojos. No me había dado cuenta de que había estando caminando de punta a punta de la habitación.
— ¿Falta mucho para que se esconda el sol? — le pregunté.
Desvió la mirada hacia a Alice y negó con la cabeza. Luego de eso me acercó a él y me abrazó. Empezó a tararear una melodía muy hermosa, me vino a la mente un recuerdo humano. Aquel día en el prado, recordaba que me dijo que cantaba para él para tranquilizarse, en aquel entonces yo era incapaz de escucharlo pero ahora si lo hacía. Y me gustaba mucho.
— Es la hora — indicó Alice.
Edward me soltó pero tomó mi mano. Emmett y Rosalie salieron primero, traían unas pintas de verdaderos turistas, con gafas, gorras e incluso un mapa de las calles de la cuidad.
Alice le tendió una mochila a Jasper y salieron tras ellos. Luego fue nuestro turno. Me recordé a mi misma actuar como una humana, eso implicaba pestañear muchas veces y hacer movimientos como rascarse o porque no, tropezarse.
Llegamos a la calle y Emmett y Rosalie se fueron por un lado y nosotros por otro. No estábamos muy lejos del Vaticano, a dos calles. Caminamos a velocidad humana, gesticulamos como ellos, cosa que era duro para mí. Desde mi transformación había estado aleja de ellos para protegerlos de mi, de mi naturaleza, y eso afectó a mi comportamiento. Aunque observé a Carlisle y a Esme, que en mi opinión era los actuaban con más facilidad, se me hacía extraño. Yo era demasiado rígida, casi algo sobrenatural si mirabas con atención. Estaba el color de los ojos, ya no eran escarlata, pero tampoco dorados, sino alguna mezcla extrañamente atractiva de negro con hilos de oros esparcidos. A Carlisle le pudo su naturaleza de investigador, sin embargo a mí no, era solo otra rareza más.
— ¿En qué piensas? — preguntó Edward apretando mi mano.
Ladeé la cabeza a verlo.
— En por qué tengo que ser tan diferente a ti.
Seguramente mi respuesta no era lo que él esperaba ya que se tensó, y una sombra de tristeza pasó por su rostro. ¡Seré bocazas!
— Yo tengo la culpa de eso, nunca debí llevarte al prado, nunca debí meterme en tu vida, nunca…
Me paré en seco, tiré de su mano y lo acerqué a mí. Anclé mi mirada en la suya.
— Tienes mucha suerte, sabes.
Edward enarcó una ceja.
— ¿Suerte? — inquirió él.
— ¡Si, suerte! Tienes suerte, porque estamos rodeados de gentes, porque si no, te demostraría otra vez el lado bueno de todo esto — me mordí el labio inferior intentando evitar sonrojarme. Porque sentí el fuego agitarse en respuesta a mis alocados pensamientos.
Me dio una sonrisa torcida y yo pensé en asaltar sus labios cuando él me sorprendió a mí y lo hizo. Fue un beso a dejarte sin aliento literalmente hablando. Tan intenso que noté mis mejillas arder. Cuando él se separó de mi abruptamente, lo miré confundida.
Edward estaba haciendo un esfuerzo para controlarse, lo noté. Miré a mí alrededor cuando percibí a unos moteros de malas pintas y sus miradas me recorrían de arriba abajo sin escrúpulo alguno. Un gruñido sordo nació del pecho de Edward, una clara advertencia a ellos, pero por supuesto no podían oírlo.
Comprendí el tipo de pensamientos asquerosos que debían tener aquellos hombres e intenté empujar a Edward hacia atrás, pero no se movió.
— Edward, vamos.
— Podría matarlos por pensar eso de ti — respondió entre dientes.
Mi sexto sentido me advirtió que Edward no mentía y que esos hombres fuera lo que fuera que pensaron, ahora mismo sus vidas dependían de mí. Busqué a Alice y a Jasper con la mirada, nos les veía por ningún lado.
¡Rayos! ¿Qué podía hacer? Pedí en mi mente. De repente varios relámpagos desgarraron el cielo, e inmediatamente escuchamos el rugido de los truenos. ¿Rayos? Y también ¿Truenos? Y como respondiendo a mis dudas, volvieron a azotar el cielo que se había ennegrecido en cuestión de segundos.
¿Era cosa mía o lo había provocado yo?
Me pregunté, y ahí lo sentí, suave, tímido y familiar, la fuerza entraba en mí, se alojó en mi cuerpo. Hadara estaba aquí de nuevo. No luché contra ella, algo me decía que no debía hacerlo. No fue incomodo, ni me asusté, fue como sentir que algo encajaba en mi ser. Hermoso y frágil a la vez. Poco a poco mis sentidos se agudizaron, se extendieron, me invadieron por completo y quedé maravillada de su presencia.
Seguía apretujada contra el cuerpo de Edward, con mis brazos alrededor de su pecho en un abrazo gentil pero seguro. Todo pasó en segundos, y Edward no se dio cuenta de nada. Pude comprender que solo estaba su espíritu, no cambió mi cuerpo, ni tenía alas y mi pelo seguía del mismo color de siempre, tras una mirada rápida.
— Hija. Las fuerzas que me acompañan son temporales. Has que llueva y los humanos se irán — me indicó Hadara con el pensamiento.
— ¿Cómo? — pregunté a velocidad vampírica y muy bajito.
—
Sigue tu instinto, los elementos están contigo ahora. Te obedecen.
Me concentré y levanté la vista al cielo. Noté a Edward envararse, y siseó adelantándose un paso. Apoyé las dos manos en su pecho y lo empujé hacia atrás, conseguí sin esfuerzo llevarlo bajo los porches.
— Edward, escúchame — le pedí.
Su mirada feroz, seguía fija en los tipos eso. La gente, la mayoría turista, seguían su camino. Eso estaba a nuestro favor.
Agua, quiero que llueva…
pedí en mi mente pero, no ocurrió nada.
— No estás siguiendo tu instinto, Isabella, escucha tu intuición, siente el poder — murmuró Hadara en mi mente.
— Quédate aquí, yo me encargo de ellos.
Mis voz salió en un canturreó, y se envaro.
— ¡No! — siseó él.
Me puse de puntillas y casi me trepé a su cuerpo para obstaculizarle la vista, y conseguí que me mirara. Y la fuerza de Hadara conectó con Edward, pasó de mi cuerpo al suyo, acariciándole, tranquilizándolo. Se relajó completamente. Lo vi experimentar una especie de éxtasis mental, fue bello. Y tenía ganas de experimentar lo mismo que él estaba sintiendo. Pero no era el momento para eso.
Me alejé de Edward, quedando siempre frente a él. Y cuando estuve en medio la calle, me detuve pero sin perder de vista a Edward. Escuché mi interior, las palabras venían a mí.
— Te pido que me escuches, agua, ven, acude a mi llamada, te lo ruego — susurré y sentí un frescor instantáneo sobre mi piel como el olor de una esencia fresca y salada. Olía a mar, tomé un largo trago de aire y continúe. — ¡Agua! desbórdate sobre el Vaticano. Ahora. Por favor…
Y respondiendo a la llamada se puso a llover. La gente empezó a correr para refugiarse de la lluvia que caía con poca fuerza. No me moví de mi lugar, cuando sentí una mano caliente atrapar mi muñeca.
— ¿Eh, bombón, te vienes a mi casa? — preguntó el motero.
Arrugué la nariz cuando olí sus efluvios, tabaco, cerveza, sudor, colonia barata… y su sangre estaba muy rara, muy enferma… tenía fiebre. Su temperatura me lo indicó y su sangre no olía nada apetitoso.
— La muerte le ronda de cerca, no le queda mucho — aseguró Hadara en mi mente tristemente.
Miré a Edward que seguía como en trance y busqué la mirada del hombre. Quería hacer algo por él.
— Suéltame — le pedí amablemente.
— ¿Y si no quiero? ¿Acaso vas a llamar a tu novio?
Le sonreí a propósito y atrapé su mirada, la retuve y vi como él quedaba como hipnotizado.
— No. No voy a llamar a nadie. Y tú me vas a soltar y te vas a ir directamente a hacerte un chequeo médico. Estás enfermo, tienes fiebre. Vete, y cuida mejor de tu vida — le ordené.
El hombre asintió, parpadeó varias veces, se dio media vuelta soltando mi brazo. Cuando monto en su moto y la arrancó, vi en su rostro que a partir de ahora toda su vida iba a cambiar para bien.
La lluvia se intensificó y surgió una bruma grisácea, se fue espesando hasta crear como un muro distorsionado en torno a mí, dejando a penas visible a Edward. Caminé hasta él. En sus ojos vi que seguía en ese estado aun. Me miró amorosamente, me deseaba. Me paré frente a él.
¿Se podía hacer el amor con la mirada? Porque fue exactamente lo que sentí. Amor, pasión, me estaba acariciando con los ojos. Y quise desaparecer con él en ese momento, que nadie nos viera, y quedar a solas.
Levanté una mano insegura y él también lo hizo. No llegamos a tocarnos, solo que nuestras manos quedaron una encima de la otra, palma frente a palma y ahí sentí un calor irresistible, atrayente, y sentí esa conexión con Edward otra vez. Lo que fuera que él tuvo dentro volvió a mí, lo sentí fluir por el aire y enroscarse en torno a mí cuerpo, como si fuera un cinturón que vas apretando poco a poco hasta deslizar el bucle en la cintura.
No sentí ningún éxtasi mental, y quedé un poco decepcionada. Edward pestañeó y suspiró con deleite. Juntó su mano con la mía en un leve movimiento y una corriente eléctrica me recorrió entera, pasó a través cada una de mis terminaciones nerviosas y me estremecí en respuesta.
— Bella… — murmuró Edward con voz ronca.
Se iba acercando a mí, inclinó la cabeza para besarme y yo me alejé un paso. Me miró confundido.
— No mientras ella está conmigo — aclaré.
Era la verdad. Podría compartir mi cuerpo, mi mente, pero jamás a Edward. Sus besos eran solo míos, y de nadie más. Lo entendió y siguió mirando mis labios, incluso lo vi intentar tragar con esfuerzo, para luego apretar los labios hasta formar un fina línea.
— ¡Dios mío! ¿Pero qué han estado haciendo los dos? — canturreó Alice.
Apareció de la nada y se plantó ante nosotros. Solté la mano de Edward y la conexión se rompió al instante.
— Nada. Era como si no la viera más que a ella — respondió a Edward a la pregunta muda de Alice.
Alice me miró fijamente con una sonrisa pícara en los labios y se puso a reír y Edward se tensó. Les di la espalda y miré como poco a poco la neblina se fue disipando, dejando de llover. Podía sentir el extraño lazo que me ataba a los elementos, lo sentía dentro de mí, vivo y palpitante. La frescura del agua salada, la tierra oscura y perfumada, el fuego latiendo y caliente y el aire pero… había algo más que todo eso, percibí otro más que se escondía, ese que estaba casi segura que me conectó a Edward. Me concentré en él, quise saber qué era, cerré los ojos para percibirlo mejor y nada. Se escondió aun mas, fundiéndose con los otros.
—
No lo fuerces.
— ¡Oh! — exclamé.
La voz de Hadara me sobresaltó.
— ¿El qué no tienes que forzar, Bella? — inquirió Edward.
Me giré hacia él.
— Algo que se esconde y… un momento — me lo quedé mirando boquiabierta — ¿Tú me has leído la mente?
—Sí.
Empezamos a caminar, pasó un brazo por mi cintura atrayéndome a él, inclinó su cabeza hasta mi oído.
— Fue hace algunos meses atrás— relató susurrando —, cuando tu bola de fuego me persiguió en el bosque, luego capté fugazmente tus pensamientos, creíste que pensara que creé un monstruo.
No respondí nada, recordaba perfectamente ese momento. En la mirada de Edward vi mi propia confusión y la sorpresa que él me hubiera leído la mente, precisamente en ese momento.
— Algunas veces tiento a pensar que tú crees eso de mí, por lo que crees que me has hecho.
Un fulgor de tristeza pasó por sus ojos y yo me maldije otra vez. Mala respuesta.
— Aparte de eso y también por lo que ocurre ahora… todo lo que te pasa es por mi culpa.
Y otra vez con lo mismo.
— No lo es — le contradije.
Se limitó a encogerse de hombros. Llegamos al centro mismo de la plaza San Pedro.
Gobernada por dos edificios que hacían como dos medios arcos y al medio yacía un monumento rectangular que no recordaba el nombre, en la cima había una cruz de hiero negra. Seguimos avanzando. Pasamos entre la gente, el lugar estaba atestado de cientos de pelegrinos y el color de sus pieles varían del blanco, amarillo, marón y también negro. Lo que si estaba segura es que se podía escuchar hablar en todos los idiomas. Llegamos a la gran entrada principal, majestuosa e imperiosa. En un lado estaba un escenario, ahí es donde el Papa daba misa. Seguimos avanzando y muy pronto divisé una larga fila de estatuas, los apóstoles. Estaban como montando guardia en lo alto del edificio. Cada uno era único, los miré a todos observando los detalles que a ojos humanos no se apreciaba y cuando mi mirada de topó con uno en particular, sentí algo extraño, como un anhelo. Sentí la necesidad de trepar la pared y acercarme a ver qué era lo que me atraía de allí. Me obligué a seguir avanzando en contra de lo que me dictaba mi intuición. Fue casi violento y me puse a temblar.
Edward seguía muy cerca de mí, no me soltaba. Notó mi malestar y pasó una mano por mi espalda de arriba abajo para calmarme. Su mirada estaba fija en mí, observaba mi piel, mis labios, mis ojos, cauteloso de ver mi reacción y salir huyendo en caso de que esto me sobrepasara.
Pasamos entre los pilares redondos de la entrada, seguíamos adelante. Si bien lo de fuera me impresionó lo de dentro simplemente me chocó. Todo estaba como revestido de oro. Cada centímetro del lugar, cada escritura, cada objeto y cada pared, incluso el techo.
Jadeé y me sentí partir. Desconecté con mi cuerpo y Hadara tomó el mando. Me refugié cerca del fuego que me acogió y me envolvió dulcemente. No quería seguir viendo tanta mentira, cuando en el mundo había tanta hambre y desolación. Nada más que lo vi en la primera sala, bastaba con alimentar al país más pobre al menos por diez años.
Lo que no estuve muy segura si esto que sentía era mío o de Hadara.
— ¿Bella?
Escuché la voz de Edward llamarme con inquietud.
— Vampiro, ella está bien.
La voz de Hadara salió en un murmullo velozmente. Bella y encantadora. Podía ver la expresión de Edward cambiar de sorpresa a miedo. Terror y luego se puso más blanco de que lo estaba ya. ¿Leyó la mente de ella? si. Seguramente. ¿Qué lo aterrorizó? Quería hablarle pero no podía, seguía como paralizada. Lo único que pude hacer, esperar. Me imaginé cerrando los ojos, me imaginé escuchar la voz de Edward canturreándome al oído y funcionó, me relajó al instante.
No fui consciente del tiempo que pasó hasta que sentí que todo a mí alrededor estaba silencioso y oscuro. Abrí los ojos y vi que estaba para frente a un mural, en el cual estaban dibujados cientos de cosas extraños. Figuras, animales de otros tiempos seguramente, y un escritura que no conocía. Quizás era latino, creo, pero no estaba segura. El muro estaba como desencajado en el centro y vi ahí la pequeña apertura, me acerqué y empujé. Se abrió hacia adentro un puerta invisible, camuflada. La que me habló Alice.
Hadara seguía ahí conmigo pero noté como ella estaba mucho más débil que antes. Pronto se iría, pensé, y yo podría retomar el control de mi cuerpo. Bajamos por el pasillo largo y oscuro. Por propia voluntad mi mano derecha se iluminó y alumbró el lugar. Miré con curiosidad. Vi a Alice a mi derecha, sus ojos muy abiertos y serios. Edward no estaba, pero sabía que no se encontraba muy lejos. Lo sentía, lo olía en el aire, su aroma, su fragancia y mi muerto corazón lo anhelaba. Y ahí Hadara se debilitó aun mas y se tambaleó.
— Isabella, no luches contra mí — suplicó ella.
Su voz salió de mis labios.
— ¡¿Bella? — chilló Edward con un miedo violento en la voz.
Ladeé la cabeza de golpe y obligué a Hadara a hacerlo sin saber cómo. Cuando conecté con Edward su mirada negra me sobresalto. Estaba aterrado. Tenía las manos extendidas como si fuera a tocarme pero no se atrevía… ¿Y eso desde cuándo? Y ¿Qué pasó en el lapsus de tiempo que me desconecte de mi cuerpo? Y ahí vi las palmas de sus manos, las sombras negras sombre su blanca piel. Algo me hirvió en las venas. Furia y como salido de el más hondo de mi cuerpo salió desgarrador el gruñido de ira hacia Hadara. Lo había quemado a él, a mi Edward.
— ¡NO! Eso nunca te lo permitiré… ¿Cómo te atreviste a tocarlo? — rugí al mismo tiempo que escupí las palabras.
Mi voz salió fuerte y clara, y ella se debilitó aun más. Retomé el control de mi cuerpo y la obligué a retroceder en el mío al frente de mi mente. Apreté los puños y me concentré en ella.
— No me eches, por favor… — suplicó ella con esfuerzo.
— Vete al infierno del cual saliste — ordené.
Su grito de dolor retumbó en todo el largo pasillo y la sentí abandonar mi cuerpo y desvanecerse en el aire. Estaba exhausta pero contenta de haber ganado sobre ella. Era mi cuerpo, mi Edward y mi vida, no la suya. A la mierda con ella. Ahí levanté la vista que mantuve todo el rato en el suelo y miré a Edward. Seguía con esa expresión de terror en la cara. Algo me dijo que no me acerca a él aun, que tanteara el camino primero.
— Edward.
Le sonreí. El labio le tembló un poco y lo vi tomar aire y suspirar. Pero no se acercó. Su cuerpo estaba tan tenso y erguido que seguramente si intentaras doblarle no se podría.
— ¿Eres tú, Bella? — preguntó Alice.
La miré y asentí. También ella tenía esa cara de susto. ¿Pero qué es lo que pasó? Y los miré a todos. Jasper estaba tan lejos como podía, su mirada fija en su querida Alice. También Emmett y Rosalie estaban presentes ahora, pero a distancia segura. Edward era el que más cerca estaba de mi, a un metro. Tenía que hacerles ver que era yo y pensé rápidamente en que decirles hasta que topé con lo irrebatible.
— Alice, sigue sin gustarme ir de compras, y Edward, aun sigo esperando mi sorpresa.
Funcionó y todos rieron aun que el ambiente seguía tenso. Antes de saber lo que ocurría, Edward se echó contra mí y me abrazó pegándome a su cuerpo con fuerza. Escondió su cabeza en mi cuello y aspiró con urgencia buscando mi aroma. Pasé mis manos sobre su espalda y acaricié su columna vertebral. Ahí me di cuenta de que no brillaba mi mano.
— Bella — cuchicheó él.
— ¿Qué es lo que pasó? — pregunté.
— ¿Es que no lo recuerdas?
— No. Nada, creo que no estaba consciente de que pasaba hasta que abrí los ojos aquí…
Ahí cuando iba a seguir hablando, Edward tomo mis labios por asalto y me besó con urgencia. No pude si no que responder a sus labios demandantes y muy apasionadas.
— ¿Ye hermanito, cuando puedas, por favor, suelta al exorcista que pueda abrir la puerta quieres?
Y esa fue la voz de Emmett seguida de su estruendosa risa burlona. Me separé de Edward a duras penas y le lancé a Emmett una mirada negra.
— ¿Cómo me has llamado?
— Exorcista.
— ¿Por qué?
— Porque no parecías tu, a ver, piensa. No eras tú, eras otra, y malditamente poseída en medio del vaticano a efectos muy salvaje, ¿entiendes?
— No.
Él hizo una mueca y miró a Rosalie con desconsuelo.
— Lo siento, Rose, sabes que no pude controlarme. Lo juro.
— Me da igual lo que digas — le gruñó ella.
Uff, eso sonó muy mal.
— Bella, vamos hacia la puerta.
Alice agarró mi mano y tiró de mi, y yo a Edward. Caminamos dejando atrás a Rosalie, Emmett y Jasper.
— Bella, lo que pasó cuando ella tomó el control de ti, es que bueno… no cambiaste de apariencia, o casi. Tus ojos eran diferentes eso sí, pero de repente flotó en el aire una fragancia dulce, embriagadora, casi empalagosa, diría yo. En las mujeres no surtió efecto, fue evidente, pero en los señores pues los puso a la libido por las nubes. Fue como un afrodisiaco a gran escala. Una adoración casi palpable y donde tu pasabas o este caso ella, ellos caían a tus pies como rendidos.
— Joder.
No pude decir otra cosa. Me imaginaba a la multitud de hombres lanzándose a mis pies y hacer como una especie de alfombra humana o algo por el estilo, totalmente absurdo.
— Y cuando dije rendidos — remarcó ella — es rendidos en todos los sentidos de la palabra. Todos tuvieron un gran problema de hinchazón en sus pantalones y no la escondían en absoluto.
— ¡Oh, Dios mío!
Por eso era que Rosalie estaba tan enfadada con Emmett.
— No, Alice.
Miré a Edward que respondía a alguna pregunta mental de ella.
— Vale, perdona.
— ¿Qué te preguntó? —inquirí con curiosidad.
Él me miró directamente a los ojos, se paró en seco y tomó mi rostro en sus manos.
— No tuvo efecto ninguno en mis…. pantalones, la fragancia de Hadara, no olía a nada que pudiera provocar eso en mi.
Sonreí con felicidad.
— Me alegra saberlo.
Un destello de luz hizo que girara a ver. Ahí estaba la puerta. La que no podían atravesar. Y si, estaba ardiendo como si la hubieran cogido y puesto en un volcán, rojiza, llamante pero nada que me asustara. No había humo y sospeché que era algo artificial, no sé como lo sabía, pero lo sabía. Lo olí en al aire. Me solté de Edward.
— Aléjense un poco por si acaso.
— Ten cuidado, por favor — me rogó Edward.
Presionó sus labios en mi sien y se alejó. Di los tres pasos que me separaba de ella. Y con una mano segura la apoyé en la puerta. Sentí el calor pasar por mi piel y el fuego no me hizo más que cosquillas. Levanté la otra mano, la apoyé también y empujé hacia adentro. Me sorprendí de ver lo fácil que se abría y la empujé nuevamente hasta el fondo para que entraran Edward y Alice.
No había mucho que ver. Estaba todo muy oscuro. Levanté mi mano y extendí la palma hacia arriba.
Fuego ven a mi mano, ilumínanos
. Pedí en mi mente. Y el fuego respondió y se deslizó con gentileza, cada vez era más fácil controlar mi don, hasta aovillarse en mi mano, la piel empezó a brillar. Y como si fuera una antorcha, los poros de mi palma emitieron diminutos destellos de luz anaranjada.
Mire a mí alrededor. Tan solo cuatro paredes y un techo. Pero en el fondo de la habitación había algo, como una estatua. ¿Por qué estaría aquí sola? Y cuando de repente un aroma me llegó de pleno me pare a mirarlo mejor. No era una estatua era… un vampiro.
Estaba tan quieto que engañaba a quien fuera a mirarle. Me acerque a él, flanqueada de Alice y Edward.
Lo observé con detenimiento y aumenté el fuego de mi mano hasta iluminar toda la habitación. Mi asombro fue aún mayor le pude ver la cara, tenía los ojos cerrados. No se parecía a los rostros de nosotros. Tampoco fui capaz de determinar si su rostro era o no hermoso. Las facciones eran perfectas, pero se parecía tan poco a los Cullen, parecía muy viejo. La piel era de un blanco traslúcido, similar al papel cebolla, y parecía muy delicada, lo cual contrastaba con la larga melena negra que le enmarcaba el rostro. Tenía como único atuendo una especie de sábana enredada en sus caderas. Curioso. No respiraba. No se movía, parecía congelado hasta que de repente unos escalofriantes ojos rojos me fijaron de repente. Miró mi mano en la cual salía la luz, y se emocionó hasta que pensé que se iba a poner a llorar. Respiró entrecortadamente.
— No es una estatua — constaté.
— No— replicó Edward.
— ¿Qué haces aquí encerrado? — preguntó Alice.
El vampiro no respondió y de repente se abalanzó hacia adelante y Edward gruñó y me arrastró hacia atrás pensando que el vampiro iba a atacarme, se puso delante de mi en un ademan protector cuando el vampiro se postró ante mí en una reverencia, hasta tocar con su frente el suelo. ¿De qué siglo venía este? Me pregunté y el vampiro habló, más bien exclamó en un tono de júbilo sus palabras.
— Majestad, es un honor volver a verla.
aqui os edjo dos captulos como regalo x esperar tanto tiempo
lo siento mucho x no subir antes pero estoy de examenes hasta arriba
os juro q de aqui en adelante intentare subir un capitulo cada semana
que os pare la historia hasta ahora, os gusta?
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