El jardin de senderos que se bifurcan (CruzdelSur)

Autor: kelianight
Género: General
Fecha Creación: 09/04/2010
Fecha Actualización: 30/09/2010
Finalizado: SI
Votos: 2
Comentarios: 10
Visitas: 61021
Capítulos: 19

Bella se muda a Forks con la excusa de darle espacio a su madre… pero la verdad es que fue convertida en vampiro en Phoenix, y está escapando hacia un lugar sin sol. ¿Qué mejor que Forks, donde nunca brilla el sol y nadie sabe lo que ella es…? Excepto esa extraña familia de ojos castaños, claro.

Los personajes de este fic pertenecen a Stephenie Meyer y la historia es escrita sin fines de lucro por la autora CruzdelSur que me dio su permiso para publica su fic aqui.

Espero que os guste y que dejeis vuestros comentarios y votos  :)

 

 

 

 

 

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Capítulo 10: El ruido y la furia

Respecto a este capítulo, lo que leerán a continuación es una versión simplificada (muy, muy simplificada) de lo que en cuestión de técnicas literarias se llama "fluir de la conciencia" o "monólogo interior", en las que el escritor pone por escrito todo lo que pasa por la cabeza del personaje sin orden ni concierto, ya que se espera que el lector cumpla el trabajo de clarificar y ordenar lo narrado. Como los textos resultantes de cuando se lleva esto a las últimas circunstancias son, si no completamente ilegibles, al menos, muy complicados y no muy amenos, opté por algo más simple, que muestre qué pasa por la cabeza de Bella sin enloquecer al lector, y sin enloquecer yo del todo mientras lo escribía. Bastante me costó escribir esto de un modo coherente, no soy Virginia Woolf ni William Faulkner, los genios en esto del fluir de la conciencia.

A propósito de ellos, el título de este capítulo es el mismo que el de la obra maestra de Faulkner, escrita íntegramente desde el fluir de la conciencia, y cuyo primer capítulo está narrado desde la mente de un hombre que sufre un severo retraso mental. El texto es imposible de entender (créanme, tuve que leerlo como parte de la cátedra de Literatura Inglesa, y es horrible). El título a su vez, lo tomó Faulkner de un verso de Shakespeare; como el texto original habla de un "cuento que dice un idiota", era perfecto para lo que Faulkner originalmente escribió. Salvando las distancias, diré que si bien Bella no es idiota, su mente está como idiotizada en este momento.

Aquí aparece citado textualmente un fragmento de la Balada del Viejo Marinero, de Samuel Taylor Coleridge. La traducción no me convence mucho, pero fue la única que conseguí. La historia en sí es fascinante, léanla si pueden. Vale la pena, mucho más que este modesto fic, en serio. Ah, también hay copiada casi textualmente la conversación entre Carlisle y Laurent, tomada de Crepúsculo, es que yo no tenía imaginación suficiente, ni tenía sentido cambiar todo.

 

 

 

 

La vida es una sombra que camina, un pobre actor

que en escena se arrebata y contonea

y nunca más se le oye. Es un cuento

que dice un idiota, lleno de ruido y de furia,

que no significa nada.

William Shakespeare, en Macbeth. Acto V, escena v.

.

Estaba como sumergida en algo como cálido, suave, esponjoso. Mi mente no tenía ningún pensamiento coherente, sino que se limitaba a existir. Vagamente, me pregunté si así se sentiría estar drogado. No había arriba ni abajo, no había colores ni luz, pero tampoco oscuridad. Sólo estaba yo, que tampoco era corpórea, sólo estaba ahí.

Yo era. No estaba, sino que era. Existía. Pienso, luego, existo.

Como no tenía noción del tiempo, me quedé en ese algo insustancial y cómodo. En algún momento, empecé a sentir que algo me faltaba. No sabía qué era. Ni siquiera estaba segura de que fuese algo material lo que me hacía falta.

Muy vagamente, sin mucha coherencia, noté que no sentía. Mis sentidos estaban como dormidos. No sentía mi cuerpo, no percibía nada que le estuviese pasando.

Por un momento, llegué a dudar si no estaba muerta. Pero que yo recordara, no había hecho nada que llevara mi cuerpo a morir… ¿quizás alguien me había matado?

Quise recordar. ¿Qué era lo último que había pasado? Pero estaba todo muy desordenado. Unos recuerdos estáticos como fotografías pasaron a toda velocidad por mi adormecida mente. Charlie, mi padre, comiendo lasaña. Un volvo plateado en el estacionamiento de la escuela. Mi Chevy, estacionada junto a casa. Un bosque oscuro. La portada de Orgullo y prejuicio. Ángela, mi amiga, sonriéndome levemente. Lluvia contra la ventana de mi habitación.

Los recuerdos eran tan confusos e inconexos que ni si quiera pude estar segura que todos fuesen míos. Lo intenté de nuevo, con resultados similares. El cielo nublado. La sonrisa de mi madre. La bicicleta que me regalaron cuando cumplí nueve años. La diapositiva de una célula en profase. Una lata de galletas de almendra. Un muchacho moreno, sonriente. Un atardecer en Phoenix.

Mi aturdida cabeza me siguió bombardeando con imágenes no muy nítidas, desenfocadas, como si las observara a través de un vidrio empañado. El frente de una escuela en Phoenix. Un pez de colores en una pecera. Sol radiante iluminando una habitación. Una cacerola repleta de algo negro y quemado, incomible. Una muñeca sentada en un estante. Una fotografía enmarcada que mostraba a una mujer anciana, de cabello blanco, sonriendo levemente.

Los recuerdos se volvieron más nítidos. Una rosa amarilla en un vaso, sobre el escritorio de mi habitación. El móvil patrulla de Charlie. La góndola de los fideos y harinas en el supermercado. Un microscopio sobre mi pupitre. Las sábanas tendidas en el patio, secándose. Una redacción de Literatura escrita con mi caligrafía, aprobada con un sobresaliente. El perro de los vecinos, Bobby. Una fuente de pescado al horno con papas.

Eran recuerdos extraños, sin ningún orden ni concierto. Intenté frenarlos, forzarlos a retraerse y ordenarse, pero no pude. Eran demasiados, como una avalancha que se me veía encima. Preferí entonces dejarlos fluir, permitirles inundar mi cabeza hasta que encontrase alguno al que aferrarme. Pero todos pasaban tan rápido como un flash, a la mayoría ni siquiera alcanzaba a verlos en detalle.

Con considerable esfuerzo, pude ignorarlos. Me forcé a concentrarme en mis sentidos. Tenía que ser capaz de percibir algo, algo de lo que pasaba a mi alrededor… suponiendo que pasaba algo.

Por fin pude sentir algo. Todo mi cuerpo estaba siendo sumergido en algo cálido y ¿húmedo? Sí, era caliente y mojado. Mi cabeza permanecía afuera, sin embargo… Algo esponjoso me recorrió el cuello, los hombros, la espalda. Era agradable, relajante… Pero mis recuerdos inconstantes eran demasiado fuertes, y perdí otra vez la relación con mi sentido del tacto.

Pero ahora que sabía que algo estaba pasando ahí, que alguien estaba mojando mi cuerpo, tuve más motivación que antes para intentar volver a captar algo. Tenía que saber qué estaba pasando.

.

Cuando conseguí volver a hacer funcionar mis sentidos, ésta vez fue el del oído. Se trataba de una voz masculina, un poco ronca, profunda. Hablaba en voz baja y rítmica, leyendo o quizás recitando:

-(…) Me desperté, y estábamos navegando
Como en buen tiempo;
Era noche, calma noche, la Luna estaba alta;
Los hombres muertos juntos se pararon.

"Todos juntos se pararon en la cubierta,
Para un calabozo-sepulcral mejor:
Todos fijaron en mí sus ojos de piedra,
Que en la Luna brillaban.

"El espasmo, la maldición, con la que murieron,
Nunca había de pasar:
No podía apartar mis ojos de los suyos,
Ni alzarlos para rezar.

La maldición es finalmente expiada.

"Y ahora este hechizo se rompió: una vez más
Yo veía el océano verde,
Y miraba adelante lejos, aunque poco veía
De lo que había visto antes-

"Como alguien en una ruta solitaria
Camina con miedo y terror
Y habiendo mirado atrás una vez, camina
Y su cabeza no vuelve a girar más.
Porque sabe que un temible demonio
Va cerca detrás de él.

"Pero pronto respiró un viento sobre mí,
Ni sonido ni movimiento hizo:
Su paso no fue sobre el mar,
En la onda o en la sombra.

"Levantó mi pelo, aireó mi mejilla
Como una prado -vendaval de primavera-
Se enlazaba extrañamente con mis miedos,
Sin embargo pareció una bienvenida.

"Veloz, veloz volaba el barco,
Pero navegaba suave también:
Dulce, dulce soplaba la brisa-
En mí solo soplaba.

Y el viejo Marinero advierte su país natal.

"¡Oh sueño de felicidad! ¿es esto en verdad
La torre del faro que veo?
¿Es ésta la colina? ¿es ésta la iglesia?
¿Es éste mi propio país, el mío?

"Pasamos por el puerto,
Y con gemidos recé-
¡Oh déjame estar despierto, Dios mío!
O déjame dormir para siempre.

"El puerto era claro como el vidrio,
¡Tan suavemente se extendía!
Y en la bahía la luz de luna,
Y la sombra de la Luna.

"El risco brillaba radiante, la iglesia no menos
La que está sobre el risco
La luz de luna mojaba en silencio
El sereno campanario.

Los espíritus angélicos dejan los cuerpos muertos, y aparecen en sus propias formas de luz.

"Y la bahía era blanco con luz silenciosa
Y levantándose de la misma,
Muchas formas, que eran sombras,
En colores carmín vinieron.

"A poca distancia de proa
Estaban esas sombras carmín:
Giré mis ojos sobre cubierta-
¡Oh, Cristo! ¡lo que vi allí!

"Cada cuerpo yacía aplastado, sin vida aplastado,
Y, ¡por la santa cruz!
Un hombre todo luz, un hombre-serafín
En cada cuerpo se paraba.

"Esta banda-serafín, cada uno movió su mano:
¡Era una vista celestial!
Se erguían como señales a la tierra,
Cada uno, una luz hermosa.

"Esta banda-serafín, cada uno movió su mano:
Ninguna voz ellos impartieron-
Ninguna voz; pero Oh, el silencio se hundió
Como música en mi corazón.

"Pero pronto oí el batir de remos,
Oí el festejo del Piloto;
Mi corazón por fuerza giró
Y vi un bote aparecer.

"El Piloto y el ayudante del Piloto,
Los oí venir rápido:
¡Dios del Cielo! Era una felicidad
Los hombres muertos no podían maldecir.

"Vi a un tercero -oí su voz:
¡Es el buen Ermitaño!
Él canta fuerte sus himnos divinos
Que en el bosque compone.
Él absolverá mi alma, él lavará
La sangre del Albatros. (…)

Me hundí nuevamente en mis confusos recuerdos, no sin antes advertir que era la Balada del Viejo Marinero, de Samuel Taylor Coleridge, lo que esa voz estaba leyendo. Concretamente, el final de la sexta parte, fragmento en que el Viejo Marinero acaba de expiar sus culpas por haber matado al albatros, y gracias a la mediación de unos seres angélicos que ocupan los cuerpos muertos de sus compañeros de travesía, su barco retorna a su patria, donde es rescatado.

¿Podría yo también volver a encontrar el rumbo? ¿Deshacerme de todos esos terribles recuerdos dentro de mi cabeza y volver a controlar mis sentidos? ¿Alguien estaría ahí para rescatarme y absolverme de mis culpas…?

.

Sin proponérmelo conscientemente, mi sentido del oído volvió a activarse. Alguien estaba tocando Para Elisa en un piano. Supe con toda exactitud que era alguien tocando un piano y no una grabación, del mismo modo que mi súper oído detectó que era un piano y no un órgano eléctrico programado para sonar como un piano.

Lo oí durante un rato largo. Me gustaba esa melodía. De pronto noté que, además de oír la música, podía sentir algo contra mi costado, contra mi cadera y mi muslo. Era algo tibio y agradable, que no me molestaba. Su cercanía era extrañamente reconfortante. Intenté forzar la vista a funcionar también, pero los recuerdos eran demasiado fuertes y sucumbí de regreso a mi espiral de recuerdos inconexos.

La panadería en la que mamá y yo comprábamos el pan fresco por las mañanas. Un grisáceo amanecer nublado en Forks. Un chico caído en el piso, tendiéndome una rosa roja un poco maltratada. La tapa de mi edición rústica de Cumbres Borrascosas. La ventana abierta de mi dormitorio. Unas cadenas en las ruedas de mi Chevy.

Yo no alcanzaba ni a identificar los recuerdos antes que cambiaran, de modo que algunos me tomaban por sorpresa, ya que referían a acontecimientos que no era consciente de recordar.

.

Por fin, mis sentidos se hicieron presentes de nuevo. Primero fue el sentido del oído, y casi de inmediato se añadió el del tacto. Fue así que noté que estaba sentada en un sofá, con una manta alrededor de los hombros, y que una voz calmada y maternal me hablaba. Igual que la última vez que oí algo, me había perdido el principio:

-…o temprano, yo no estuve tan segura. Es que él era muy joven, más que cualquiera de nosotros, cuando fue convertido. Quizás esa posibilidad había desaparecido para siempre de él… me daba mucha pena. Estaba tan solo, aunque lo negara. Es demasiado orgulloso, pero la verdad es que está completamente cambiado. En los últimos meses está más cambiado de lo que nunca antes lo vi, y con eso me refiero a más de ochenta años.

-Sólo tuvo que esperar un poco más que otros, eso es todo –respondía una voz masculina, tranquila y reposada-. Yo tardé casi trescientos años en encontrar a la única persona a cuyo lado quiero pasar la eternidad, y no me arrepiento en absoluto de haber esperado tanto. Fue un tiempo largo y solitario, pero la recompensa final valió mil veces la espera.

-Amor, pero tu caso es distinto –discutía con cariño la voz maternal.

-No tanto, viéndolo de un modo global –opinaba la voz masculina-. Tardé en enamorarme, pero cuando lo hice, fue con todo mi corazón, con toda mi alma y todo mi ser. A él le está pasando lo mismo…

Mi pobre concentración no dio más de sí, y volví a hundirme en los recuerdos. Sin embargo, estaba claro que estaba junto a dos personas que eran, obviamente, vampiros. No sólo por las edades que mencionaban en sus conversaciones, sino que sus voces eran indudablemente sobrehumanas. Pero no conseguía identificar a quiénes pertenecían. Estaba segura de no haberlas oído nunca antes, al igual que tampoco había reconocido a quien leía la Balada del Viejo Marinero.

Permití a los recuerdos inundarme a su antojo. Aunque todavía no conseguía controlarlo, estaba volviéndose más lento. Ya era capaz de detenerme un segundo en cada recuerdo, un pequeño avance al menos. Si gradualmente se desaceleraba, podría llegar un momento en que se detuviese por completo y me dejara regresar a la realidad.

.

Reaccioné otra vez de golpe, cuando algo cálido y peludo se acercó a mi brazo. Aún no era capaz de ver, pero sí podía oír, y me impresionó mucho el sobrenatural silencio. Eso peludo y cálido se enroscó más en torno a mi espalda. Era agradable, como una alfombra de piel, suave y cálida. Mi cuerpo se relajó automáticamente, y creo que también mis ojos se entrecerraron, satisfechos. Ese calor era de lo más cómodo, con todo el vacío y el frío interior que esos recuerdos errantes me hacían sentir…

Una serie de exclamaciones ahogadas sonaron, sin que yo supiera muy bien por qué. De pronto, cuando mi cabeza se acomodó más en ese pelaje cálido, oí algo insólito. El pelaje latía. Bajo el pelaje había un corazón, sangre, vida.

Con razón las exclamaciones. ¿Se me había acercado un oso? Tenía el tamaño necesario…

-¡Extraordinario! –susurró, emocionada, la Voz Calma-. ¡Completamente extraordinario!

-No parece haber peligro… -musitó, tensa, la Voz Lectora.

-Paga –ordenó una voz femenina, clara y musical que me sonó vagamente conocida.

-Creí que no podías verlo –bufó alguien.

-Y no lo vi. Pero lo intuí. Era de esperar que no pasara nada malo. Ella se aferró a él cuando entró en shock, ¿recuerdas?

Dejé de lado mi sentido del oído para concentrarme sólo en el calor de ese pelaje; era más fácil si sólo me concentraba en un sentido por vez. Conseguí estar consciente (o semi consciente o lo que sea) un rato largo, antes que los recuerdos me atraparan de nuevo.

.

Seguí así por un lapso indefinido de tiempo. Podía oír o sentir, y ocasionalmente las dos cosas a la vez.

Capté retazos de conversaciones, que sacadas de contexto me parecieron sin mucho sentido. Había alguien que me leía literatura inglesa en voz alta; después de la Balada del Viejo Marinero de Coleridge, fueron las Odas de Keats y los Cuentos de Canterbury, de Chaucer. Oí el piano varias veces, interpretando diversas piezas. Oí a gente (vampiros, más específicamente) hablar, canturrear y tararear.

También mi sentido del tacto se activaba regularmente. Alguien me bañaba de vez en cuando, yo solía tener una manta alrededor de mis hombros, y eso peludo y cálido también estaba frecuentemente ahí. Solía estar sentada, la mayoría de las veces en un sofá o una silla.

.

Entonces, en algún momento, apareció la vista. Pude ver, pero no oír ni sentir.

Fue tan raro ver a mi alrededor como cuando desperté a mi nueva existencia. Lo primero que capté fue que estaba en un jardín repleto de flores y plantas. Cerca de mí, una mujer vestida con unos pantalones manchados de tierra, una blusa y un suéter arremangados, estaba podando un rosal con mucho cuidado. Era obviamente una vampiresa, aunque sus ojos eran de un extraño color ocre-dorado que me recordaba a algo o a alguien, pero de un modo tan vago que no pude precisarlo.

La observé con atención. Tendría veintipico de años, no llegaba a los treinta. Su cabello era de color caramelo, suave y sedoso, y lo llevaba atado en la nuca. Había algo en su sonrisa tranquila y su rostro en forma de corazón que le daba un aire maternal, protector, afable.

Perdí pronto la batalla contra mis recuerdos, pero después de ver a esa desconocida cerca de mí me esforcé más que nunca para volver a ver. Necesitaba saber dónde estaba, quién era esa mujer, qué hacía yo ahí… No me sentía amenazada, esa mujer tenía una aire completamente cariñoso y un poco soñador, pero yo estaba segura de no haberla visto antes, y me carcomía la duda saber quién era y dónde estábamos.

La próxima vez que conseguí ver, me hubiese sobresaltado de no ser porque estaba demasiado impresionada por lo que había frente a mí. Yo estaba sentada en la banqueta de un piano, junto a otra persona por lo alcancé a ver. Era alguien de dedos largos y delgados, ágiles sobre el teclado; alguien con manos de pianista. Me esforcé tanto en oír que perdí la vista, pero alcancé a escuchar el Claro de Luna un rato antes de volver a hundirme en la inconsciencia.

Cuando otra vez pude enfocar la vista en el presente y no en mis alocados recuerdos, casi pensé que no lo había logrado y que estaba delirando. Estaba sentada en un sofá, y sentado frente a mí estaba nada menos que Jasper Hale, con un libro en las manos, sus labios modulando, su vista fija en la página. Pude por un segundo vislumbrar el título del libro, eran las Narraciones extraordinarias de Edgar Alan Poe, antes de que mi espiral de recuerdos me tragara.

.

Después de eso, dejé de intentar concentrarme en mis sentidos individualmente. En cambio, luché contra los recuerdos. No fue fácil, ya no se trataba de los flashes semi fotográficos que me habían desorientado al principio, sino que recordaba muchos sucesos de mi pasado humano, y no sólo imágenes, también sonidos y hasta secuencias completas, como en una película.

Conseguí detenerlos, lo cual me costó un gran esfuerzo. Pero por fin era capaz de detenerlos y analizarlos, reconocer qué o quién era, y situarlos cronológicamente. Era imprescindible ordenarlos, despejar el camino.

El siguiente paso fue enviarlos lejos, al pasado, a la memoria, al inconsciente, o a donde sea que van los recuerdos indeseados. No fue fácil, algunos en especial se negaban tercamente a alejarse, y volvían una y otra vez. Los malos recuerdos eran los peores, los rostros de mis víctimas reaparecían constantemente, sus ojos mirándome fijamente, secos, brillantes, rígidos…

En general, mis recuerdos de infancia eran abstractos. No recordaba puntualmente cada día de escuela en Phoenix, ni los detalles de mis desastrosas clases de ballet, ni específicamente los intentos de mi madre por mandarme a estudiar piano, ni cada una de las veces que Reneé cocinó algo incomible (hasta que yo me hice cargo de la cocina). No recordaba mayormente los puntos divergentes, sino los puntos en común; los recuerdos estaban como agrupados. Eso los hacía más fáciles de enviar lejos, aunque lo hice con cariño, como quien llegado a la juventud guarda con un poco de nostalgia su juguete favorito.

Mis recuerdos vampíricos eran más difíciles de simplemente mandar, no al olvido, ya que no podía olvidar en el sentido exacto, sino a donde sea que mis recuerdos revisados se estaban yendo. Eran completamente exactos y detallados, y no se dejaban agrupar ni enviar tan lejos como los otros.

Estaba mentalmente agotada, pero poco los mantenía a raya. Estaba librándome de ellos. Algunos los arrojé lejos con furia, con dolor, con tristeza. A otros, los agradables y/o inofensivos, sólo los alejé lo suficiente como para que no estorbaran, pero los dejé a mano, por si los necesitaba.

Entonces apareció un recuerdo especial. Considerando que estaban todos desordenados y que llegaban a mí sin orden ni concierto, el que éste apareciera entre el recuerdo de una rosa amarilla y el de una mañana soleada en Forks, no era de sorprender.

Era el recuerdo más maravilloso. Un rostro. Piel tan blanca, suave, tibia, a mi misma temperatura. Ojos castaños-dorados, mirándome con atención. Cabello color bronce cayéndole suavemente sobre la frente. Una mueca de contrariedad frunciendo sus labios, como si buscara la respuesta a alguna pregunta intrigante, sin hallarla.

Me aferré a ese recuerdo como un náufrago a su balsa. Me detuve en él todo el tiempo posible, empapándome en los detalles de ese rostro, y finalmente lo dejé a un lado, cerca de mí. Junto a él aparecieron entonces más recuerdos agradables: los rostros de Ángela, Charlie, Reneé, Alice, Lee… Los dejé a todos cerca, y sintiéndome más segura, seguí clasificando y ordenando con agilidad.

Volver a ver todos esos rostros en vivo, no en un recuerdo mohoso, sería mi premio cuando consiguiese controlar a todos esos que me molestaban tanto.

.

Mis sentidos despertaban con más frecuencia ahora, justo cuando intentaba centrarme en terminar de acomodar mis recuerdos. Al principio me fastidiaba un poco interrumpir mi tarea mental, pero cuando primero dos y después tres de mis sentidos fueron capaces de trabajar en equipo, el despertar comenzó a volverse más interesante.

Descubrí una serie de cosas extrañas en los breves lapsos de conciencia. Estaba en una casa grande, en la que predominaba el color blanco. Pero era una casa, una casa de familia, y sin paredes acolchadas. Aún no me hacía una idea exacta de las dimensiones de la casa ni la distribución de las habitaciones, pero debía ser bastante grande, y aparentaba tener al menos dos pisos, a juzgar por las diferencias de altura de los árboles que se veían por la ventana.

Había descubierto que quien me bañaba regularmente era Alice, y que parloteaba constantemente mientras me desvestía, bañaba, secaba y volvía a vestir. Mi cuerpo inerte no se oponía a que ella lo manipulara a su antojo. También descubrí que Alice me tenía casi como a una muñeca a tamaño natural que vestir y peinar a su antojo, y que me vestía con cosas que yo en mi vida hubiese usado. ¡Lencería de seda rosa! ¡Minifaldas! ¡Zapatos de tacón! No sé de dónde sacaba toda esa ropa, que indudablemente no era mía.

Jasper Hale me seguía leyendo en voz alta. Era agradable oírlo, y más agradable aún era notar que su mueca feroz hacia mí se había esfumado. Parecía un hermano mayor leyéndole cuentos a su hermanita que está enferma y debe guardar cama.

La mujer maternal estaba frecuentemente conmigo, hablándome en voz baja, contándome cosas. Era simpática, aunque yo todavía no tenía muy en claro quién era. Cuando no estábamos en el jardín, aparecíamos en lo que parecía ser una oficina repleta de planos y bosquejos, o en la cocina, donde ella solía preparar galletitas o pasteles.

Me llevé un buen susto el día que mis sentidos decidieron despertar justo cuando yo estaba sentada en el hombro de alguien enorme y corpulento que corría por el bosque. Ese alguien resultó ser Emmett Cullen, quien a la vez que corría discutía a gritos con alguien acerca de que "Bella necesita salir a tomar aire". No me entré de mucho más, mi mente regresó a mis recuerdos a toda velocidad.

Una vez volví en mí y descubrí con sorpresa que estaba en una especie de garage, junto a un automóvil negro reluciente. Era un Mercedes, a juzgar por el signo en el frente. Alguien estaba con el cuerpo medio metido bajo el automóvil, reparándolo. Una mano blanca y perfecta, con las uñas pintadas de color rojo intenso, asomó y dejó una llave inglesa en el suelo, a la vez que tomó un trapo que estaba junto a la caja de herramientas frente a mí. Tiró el trapo después de unos segundos, y empezó a manotear en busca de algo que, por lo visto, no encontraba.

Esta persona salió de abajo del automóvil, y no pude sino quedarme estupefacta al notar que era Rosalie Hale. Llevaba un mono de color oscuro cubriendo su ropa, el cabello recogido, y tenía manchas de aceite y tierra en las manos. Siguió mirando en torno, indagando con la vista, y comprendí que buscaba la llave inglesa, que estaba debajo del trapo. Quise moverme, señalarle dónde estaba la herramienta, pero mi cuerpo no respondía y el esfuerzo por intentar mover al menos un músculo me catapultó de regreso a la no-conciencia.

Ocasionalmente estaba junto a la mujer maternal un hombre rubio y muy atractivo, que resultó ser el dueño de la Voz Calma. A veces me examinaba físicamente, aunque siempre con mucho cuidado de no tocarme nada más de lo estrictamente necesario. Un caballero. Lo que más me agradaba de él era que no hablaba delante de mí como si yo no estuviese presente, un mal hábito del que todos los demás habían hecho gala en algún momento.

Ángela vino a visitarme una vez, o al menos una vez mis sentidos despertaron cuando ella estaba delante de mí, contándonos a Alice y a mí que alguien le había enviado de forma anónima dos entradas para un concierto al que Ángela deseaba ir pero no podía pagar. Ella se atrevió a invitar a su amor secreto y cuasi platónico Ben Chenney, que resultó ser fanático del mismo grupo, lo cual fue el primer tema en común de muchas conversaciones, que acabaron en un noviazgo. Yo lo comprendí todo pero no pude pensar, menos formular, una respuesta. Pero no importó, porque Alice chilló y felicitó a Ángela con entusiasmo suficiente para dos personas.

La alfombra de piel cálida con corazón resultó ser un lobo gigante. No sé qué me impresionó más, si descubrir que me estaba acurrucando contra un lobo del tamaño de un caballo o el oír a Emmett Cullen llamar "Jake" al lobo, que respondía a ese nombre. Por si acaso, desconecté mis sentidos después de eso. No tenía intenciones de enloquecer del todo.

Charlie estaba ahí a veces cuando yo despertaba. Las primeras veces sólo estaba ahí, mirándome con expresión sufrida; pero las siguientes parecía más resignado o al menos distraído. La mujer maternal le servía algo que parecía té, y varias veces los noté conversando amigablemente.

Lo más maravilloso era que mis sentidos reaccionaran cuando yo estaba sentada en la estrecha banqueta del piano, porque en esos casos Edward estaba a mi lado, tocando el piano con la maestría de un profesional. Podía pasar horas escuchándolo, no me cansaba nunca. Él no me hablaba mucho, al contrario de los demás. Curiosamente, cuando me hablaba era para repetir mi nombre y disculparse con expresión sufrida, como si él tuviese la culpa de algo.

.

Yo no tenía noción del tiempo mientras estaba ocupada con mis recuerdos, y eso complicaba las cosas. No sabía cuánto tiempo llevaba encerrada en mi cabeza, pero me parecía que ya era hora de acabar de una buena vez con los malditos recuerdos fuera de lugar, y entonces sí volver al aquí y ahora de una buena vez.

Llegó el momento de confrontar los recuerdos más difíciles, de mis víctimas, de la muerte de cada una de ellas, y de mi propia transformación. Casi creí que no lo lograría, pero me aferré al recuerdo de Edward. Él era como yo, él me comprendería. Él también era un vampiro, y uno de más de cien años. Debía haber matado muchísima gente en ese tiempo, y sin embargo podía vivir con eso.

Yo sólo mataba para comer. Después de todo, en el mundo se sacrifican millones de cerdos, vacas, pollos y peces por día para convertirlos en alimento. Claro que la gente no era lo mismo que los animales, pero era un símil aceptable.

Debía preguntarle a Edward. Él me ayudaría. Él me enseñaría. Yo confiaba en él, él sabría qué hacer y cómo. No me haría reproches, no me tendría miedo, no intentaría atacarme… Edward era mi esperanza y mi salvación.

Él y su familia debían cazar lejos de aquí, empezar a despoblar Forks sería peligroso. Pero su padre era médico. Quizás robaba, o compraba, en bancos de sangre… ¡eso sería una alternativa estupenda! No más muertes, y sin embargo, estaría alimentada. Los Cullen seguramente hacían eso.

¿Cómo no se me había ocurrido antes? Siempre estuve tan segura que salir a cazar era la única forma, y que todo lo que podía hacer por mis seres queridos era alimentarme lejos de ellos…

Estas certezas me dieron por fin las fuerzas necesarias para enfrentarme a los recuerdos más horribles. Flaqueé un momento ante el rostro lastimado de la chica rubia, mi última víctima, que me dio las gracias mientras yo acababa con ella y con su hijo… Pero el rostro de Edward se sobrepuso a los recuerdos terribles, y con decisión aunque no sin pena mandé lejos todos los recuerdos que quedaban fuera de lugar.

.

Este despertar fue como emerger de abajo del agua tras estar largo rato sumergida. Éste sí que fue como cuando desperté a mi nueva vida vampírica. Los colores eran intensos, los ruidos más claros que nunca, y el tacto de la manta sobre la que estaba sentada nunca me había perecido tan suave. Era consciente de cada parte de mi cuerpo como no lo había sido nunca antes. Parpadeé, y moví lentamente los dedos de las manos. No estaba entumecida, como sería normal en un humano, pero me sentía rara después de quién sabe cuánto tiempo sin moverme voluntariamente.

Inspiré profundamente, y una mezcla de aromas llenó mi nariz. Olor a bosque, a perfume para ropa, a esencia de vampiro, y a algo apestoso y maloliente en extremo.

Parpadeé lentamente otra vez y enfoqué la vista. Descubrí con cierto asombro que estaba sentada en una manta colocada en la hierba. Los Cullen y los Hale, además de los otros dos vampiros que yo ya había visto y oído varias veces durante mi estado alterado de conciencia y que recién ahora mi mente razonaba que debían ser los padres de Edward, estaban cerca de allí, formando un semicírculo, dándome la espalda, excepto la mujer maternal y Alice, que estaban una a cada uno de mis costados. Curiosamente, Emmett llevaba un bate de béisbol y Jasper tenía una pelota en su mano derecha.

Enfrentándolos, no de un modo estrictamente agresivo, pero sí un poco intimidante, se hallaban otras cuatro personas, uno de ellos un poco por delante de los otros, al igual que Carlisle estaba adelantado en el semicírculo de los Cullen-Hale. Que los visitantes eran vampiros era completamente obvio, no por último por sus ojos color borgoña. Eran dos hombres y dos mujeres, y no se parecían en nada entre ellos.

El que se posicionaba como el líder de los recién llegados era sin duda el más agraciado, con su piel de tono oliváceo debajo de la característica palidez, y los cabellos de un brillantísimo negro. Era de constitución mediana, musculoso, pero sin acercarse ni de lejos a la fuerza física de Emmett. Esbozó una sonrisa agradable que permitió entrever unos deslumbrantes dientes blancos.

La mujer ubicada a la izquierda del líder tenía un aspecto más salvaje, en parte por la melena color rojo intenso, revuelta y alborotada por la brisa. Su mirada iba y venía incesantemente de los hombres que tenía en frente al grupo desorganizado que me rodeaba. Su postura era marcadamente felina.

El segundo hombre era de complexión más liviana que la del líder, y tanto las facciones como el pelo castaño claro eran anodinos. Se ubicaba con desenvoltura a la derecha del moreno. Sin embargo, su mirada era de una calma absoluta, y sus ojos, en cierto modo, los más atentos. Los tres se vestían con el típico equipo de un excursionista: vaqueros y una sencilla camisa de cuello abotonado y gruesa tela impermeable. Las ropas se veían deshilachadas por el uso e iban descalzos. Los hombres llevaban el pelo muy corto; la rutilante melena pelirroja de la chica estaba llena de hojas y otros restos del bosque.

A la izquierda de la pelirroja estaba otra mujer, quizás la más extraña y enigmática de los cuatro. Su aspecto era pulcro, al contrario que los otros tres. Su cabello era negrísimo, largo hasta la cintura, y lo llevaba recogido. Su piel era pálida hasta para los términos vampíricos, y sus ojos eran levemente rasgados, con rasgos típicamente asiáticos. Pero quizás lo que llamaba más la atención era el aire distraído y un poco soñador que la rodeaba en oposición a la actitud no ofensiva, pero claramente cautelosa, de los otros.

El moreno dio un paso hacia Carlisle sin dejar de sonreír.

-Creíamos haber oído jugar a alguien -hablaba con voz reposada y tenía un leve acento francés-. Me llamo Laurent, y ellos son Victoria, Xiaomei y James -añadió señalando primero a la pelirroja, luego a la oriental y finalmente al hombre que lo acompañaban.

-Yo soy Carlisle y ésta es mi familia: Emmett y Jasper; Rosalie y Edward, Esme, Alice y Bella -nos identificaba en grupos, intentando deliberadamente no llamar la atención hacia ningún individuo. Me sobresalté un poco cuando me nombró.

-Es un clan verdaderamente grande –reconoció Laurent, impresionado-. Nunca había visto a tantos de los nuestros convivir en paz.

-Tenemos diferencias de opinión a veces, pero en general nos consideramos y comportamos como una familia –respondió Carlisle.

-Claro… ¿Cuál es vuestro territorio de caza? -preguntó Laurent como quien no quiere la cosa.

-Ésta zona, los montes Olympic, y algunas veces la Coast Ranges de una punta a la otra –respondió Carlisle-. Tenemos una residencia aquí. También hay otro asentamiento permanente como el nuestro cerca de Denali.

Laurent se balanceó, descansando el peso del cuerpo sobre los talones, y preguntó con viva curiosidad:

-¿Permanente? ¿Y como consigues algo así?

-¿Por qué no nos acompañan a nuestra casa y charlamos más cómodos? -los invitó Carlisle-. Es una larga historia.

James y Victoria intercambiaron una mirada de sorpresa cuando Carlisle mencionó la palabra «casa», pero Laurent controló mejor su expresión. Xiaomei seguía sin enterarse de lo que pasaba a su alrededor, aparentemente.

-Es muy interesante y hospitalario por vuestra parte –la sonrisa de Laurent era encantadora-. Hemos estado de caza todo el camino desde Ontario, y no hemos tenido ocasión de asearnos un poco.

-Por favor, sin ofender, pero tengo que pedirles que no cacen en los alrededores de esa zona. Debemos pasar desapercibidos, ya me entiendes -explicó Carlisle.

-Claro -asintió Laurent-. No pretendemos disputaros el territorio. De todos modos, acabamos de alimentarnos a las afueras de Seattle.

-Podemos ir a casa ahora, si les parece bien –ofreció Carlisle.

-Perfecto. Muchas gracias por su amabilidad –agradeció Laurent.

Edward estaba a mi lado en un instante, y me tomó en brazos sin dificultad, cubriéndome además con la misma manta sobre la que había estado sentada. Gruñó un poco en dirección a los recién llegados, que me estaban observando con manifiesta curiosidad. Debo decir que en cierta manera los comprendo, un vampiro aparentemente incapaz de valerse por sí mismo no debe ser algo que se vea a diario.

En eso, la vampiresa de rasgos asiáticos me observó fijamente y sonrió. Después, dijo algo en un idioma que no entendí, pero su voz sonó musical y suave, un poco hipnótica.

-Xiu… Xiaomei, alias Xiu… -aclaró Laurent- dice que ésta chica, Bella, está perdida –dijo con poca convicción, como si no estuviese muy seguro de que Xiaomei, alias Xiu, estuviese diciendo algo coherente.

Xiu volvió a hablar, y Laurent pareció aún más receloso que antes cuando añadió a la traducción anterior:

-Dice que Bella está… perdida en un jardín de senderos que se bifurcan.

Capítulo 9: La tregua Capítulo 11: El jardin de los senderos que se bifurcan

 
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