Un Hombre Cinco Estrellas

Autor: angiie0103
Género: Romance
Fecha Creación: 29/01/2012
Fecha Actualización: 11/02/2012
Finalizado: SI
Votos: 6
Comentarios: 13
Visitas: 32280
Capítulos: 15

Edward Cullen un policia de New York, queda deslumbrado por la niña rica Bella Swan, hija de un hombre relacionado con la mafia. Ella se ve involucrada en su caso y el se ve involucrado con ella. una excitante historia, no se la pierdan.


 

Yo no soy la autora solo me dedico a la adaptación de las novelas que me gustan, si les cambio algunas cosas, pero ni la historia ni los personajes me Pertenecen, algunos de los personajes de esta historia son propiedad de Stephenie Meyer. Que disfruten…

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Capítulo 10: Una Cita más .

Bella vio a Edward dirigirse hacia la puerta del estudio. Todavía sentía en la piel el leve cosquilleo de su caricia.

Jessica Stanly, la contable de su padre, pareció finalmente librarse del hechizo que se había apoderado de ella. La pobre mujer apenas había podido apartar los ojos de Edward desde el momento en que entró en el local con su inseparable cartera bajo el brazo.

Bella ignoraba por qué Edward había vuelto a mostrarse amable con ella, pero sabía que no debía soñar con fantasías eróticas con un hombre cuyos afectos eran tan poco de fiar como el transporte público de Nueva York.

-Adiós, Edward -dijo, intentando sonreír cortésmente, y añadió dirigiéndose a su compañero, que hablaba por el móvil- Encantada de conocerlo, detective Hall.

El detective inclinó levemente la cabeza mientras abría la puerta. Y antes de que él y Edward alcanzaran la calle se enredaron en un pequeño embotellamiento.

-Vaya, hola -una voz conocida con acento de Long Island se coló por la puerta, entre los grandes cuerpos de los dos detectives-. ¿Es que hay rebajas de gafas de sol y yo no me había enterado? - Alice emergió de entre el muro de músculos con su perrito en brazos y una coqueta sonrisa en la cara-. Tu clientela está mejorando, Bella -comentó en voz lo bastante alta como para que la oyeran los detectives que se marchaban-. Me gusta.

Edward ya había salido, pero Bella notó que Jasper Hall se quedaba en la puerta un momento, con los ojos fijos en el cuerpo de Alice, enfundado en un vestido azul muy ceñido.

Solo cuando Alice se dio la vuelta y saludó al detective con la patita de su perro, Hall pareció volver en sí. Haciendo una inclinación de cabeza, salió por la puerta y desapareció entre los transeúntes que atestaban las calles del distrito de la moda.

Alice dio un silbido y dejó al perrillo en el suelo. -Chica, ese pedazo de hombre casi ha hecho que me olvide de a qué he venido. Jacob, siéntate ahí -se acercó a una mesa en la que había una cafetera y pastas-. Eran polis, ¿no?

Bella asintió y sacó de detrás del mostrador su propia taza.

-Sí. Están investigando a Garrett Gallagher.

-¿Son esos? ¿Y cuál era Edward?

-El de pelo cobrizo con el sistema solar en la corbata.

-¿Y no me lo has presentado? -Alice se plantó en el suelo de mármol italiano-. ¿Cómo has podido dejar que se vayan así?

Bella se encogió de hombros.

-Perdona, pero aún no he perdonado a Edward Cullen por lo que me hizo. Y, además, no han venido precisamente a hacernos una visita de cortesía.

-Eso me recuerda una cosa -Alice dio un sorbo a su café tampoco he venido a hacerte una visita de cortesía. Pero, antes que nada, ¿se ha arrastrado Edward a tus pies para pedirte perdón por marcharse de tu casa como lo hizo?

-Se ha disculpado -reconoció Bella-. Pero eso no significa que... Bueno, no sé lo que significa, pero no pienso verlo más.

Alice arrugó el ceño.

-Salvo en el juicio de Garrett, claro.

-Sí, pero en el juicio habrá mucha gente. Y, ahora, dime, ¿qué te trae por aquí?

Alice contestó agarrando a Bella del brazo y llevándola hacia la puerta. Esta la siguió dando trompicones, con la taza de café en la mano, balanceándose y salpicando a su alrededor, como solía hacer su padre.

-Quería ver lo que has hecho con el escaparate esta semana -Alice salió tirando de ella y enseguida estuvieron en la calle, frente a la última creación de Bella. Jacob las siguió, arañando el pavimento con sus uñitas.

De pie, bajo el radiante sol de mayo, observaban el escaparate. Bella aún veía muchos defectos, muchas imperfecciones que corregir, pero Alice estaba entusiasmada.

-Es fantástico -apretó el brazo de Bella-. Lo de la margarita entre los dientes es genial. Inspirada por su incursión en Canal Street, Bella había colocado a sus maniquíes en un es cenario que evocaba la atmósfera del mercado callejero. Una maniquí bailaba al son de la guitarra de un músico callejero, con una margarita entre los dientes y una falda de seda amarilla que se le enredaba entre las piernas gracias a un pequeño ventilador eléctrico oculto. Desde el fondo, con los brazos llenos de bolsas su pareja masculina la observa.

-Pero esa falda no es de Charlie Swan -dijo Alice enseguida-. ¿Es tuya?

-Sí. Se me ocurrió ponerla mientras estaba pre parando el escaparate.

La seda amarilla le recordaba a su noche con Edward.

-¿Vas a poner tus diseños en el escaparate de Charlie Swan? -Alice parecía escandalizada.

-Mi padre no me hace caso cuando le digo que no tengo tiempo para decorar sus escaparates. Así que he pensado que, ya que invierto mi tiempo, al menos podría sacar algún provecho.

Alice sacudió la cabeza.

-La gente se va a matar por esa falda. Es lo mejor del escaparate.

Bella sonrió satisfecha. La falda le parecía muy buena, pero la acreditada opinión de la que era una de las más respetadas editoras de moda de Nueva York reforzó su confianza en sí misma.

-Gracias.

-Tu padre te matará cuando sus próximos veinte clientes le pidan esa falda. Tu falda.

Bella esperaba que no. No era su intención molestar a su padre.

-No creo. Pero puede que por fin saque la cabeza de las nubes y me reconozca como diseñadora, en vez de considerarme su asistente personal y su hija. He intentando hablar con él, pero siempre acaba cantando.

Alice asintió, llamó a Jacob, y se dirigió a la puerta del estudio.

-Eh, que a mí me parece muy bien. De una forma o de otra tienes que conseguir que te haga caso -Bella siguió a Alice al interior de la tienda-. ¿Y tu poli ha visto el escaparate? -preguntó Alice, mientras se dejaba caer en el antiguo sofá que había junto al vestidor.

Al instante, Bella dejó de pensar en su padre y volvió a pensar en Edward Cullen. ¿Se habría fijado él en la escena de Canal Street del escaparate? El Cielo sabía que a aquellos intensos ojos verdes nada les pasaba desapercibido.

-No creo.

-Pero ha venido a pedirte perdón por no haberte llamando, ¿no?

Bella se sentó sobre una plataforma enmoquetada, delante del espejo de tres cuerpos.

-Me ha dicho que se asustó porque todo había ido muy deprisa entre nosotros.

Alice se inclinó hacia delante. Jacob se sentó a sus pies, en idéntica postura que su dueña.

-¿De veras? -tamborileó con una larga uña pintada de dos tonos de azul sobre el borde de la taza-. ¿Y de dónde dices que es? ¿De Nueva York? Bella se encogió de hombros.

-No lo sé. ¿Por qué?

-Intento averiguar qué clase de hombres es. Cuáles son sus intenciones.

Bella se puso de pie y se alisó la estrecha falda. Estaba impaciente por dejar de hablar de Edward.

-No eres mi pitonisa particular, Alice. No necesito que adivines sus intenciones.

-¿Cuántos años tiene? -insistió su amiga. ¿Treinta y tantos?

-No lo sé.

Alice hizo girar los ojos.

-Pero bueno, Bella... Pasaste con él un día y una noche. ¿De qué demonios hablasteis? ¿Sabes qué le gusta hacer, aparte de perseguir delincuentes? ¿O si Edward es su verdadero nombre?

-Es de los Mets -balbució, confiando en acallar a su amiga antes de que se lanzara a una disertación acerca de la conveniencia de afrontar las citas con inteligencia.

Pero ¿de qué habían hablado Edward y ella cuando pasaron el día juntos? Bella recordó que Edward la había escuchado atentamente mientras le explicaba la diferencia entre el crepé, la seda y la viscosa. Recordaba que lo había hecho reparar en el dobladilla de la falda de todas las mujeres que se cruzaban por la calle y que él había mostrado gran interés por el corte al bies.

Dios, debía de haberlo aburrido mortalmente.

-A todos los polis les gusta el béisbol -Alice sacudió la cabeza-. No puedo creer que tú precisamente te hayas acostado con un tipo al que apenas conoces -le lanzó a Bella una sonrisa traviesa.- Debe de ser realmente impresionante.

-Para decirlo en pocas palabras, sí.

Mientras subía con Alice a su piso, Bella intentó no pensar en lo mucho que Edward Cullen había sacudido su mundo en unos pocos días. Pero, al recordar la forma en que le había acariciado la mejilla antes de marcharse de la tienda, tuvo la sensación de que iba a volver a intentarlo. Muy pronto.

Pero, esta vez, ella estaría preparada. Esta vez no se dejaría impresionar por sus encantos.

.

.

Edward miró el calendario que tenía sobre la mesa, al lado del ordenador, y descubrió con sorpresa que solo habían pasado dos semanas desde que renovara sus intentos de conquistar a Bella.

Pero, entonces, ¿por qué le parecía que hacía una eternidad? Dos semanas, y ella seguía evitándolo, escondiéndose en su piso cuando él visitaba la tienda y rehusando todas sus invitaciones. ¿Cómo iba a desplegar sus encantos de poli bueno si ni siquiera lo dejaba acercarse a ella?

Pero ese día, en el juicio contra Garrett Gallagher, no podría escaparse.

Edward oyó la voz de Jasper a su espalda.

-Eh, Edward, ¿te apetecer ir a jugar al póquer esta noche a casa del jefe?

Edward se dio la vuelta y sacudió la cabeza.

-No. Me parece que este mes ya se me ha agotado la suerte.

-¿Y qué? -Jasper se dejó caer en su silla, unas mesas más allá-. ¿Por qué crees que te invitamos?

Edward se echó a reír, a pesar de sentir una leve aprensión por el hecho de realmente se le estu viera agotando la suerte. La sola idea de haber echado a perder su relación con Bella le pare cía terrible. Pero la de pasarse la vida con una ver sión grabada de ella era aún peor. ¿Y si también se le había acabado la suerte en el trabajo? Era mejor no pensarlo.

-Tal vez la semana que viene.

-¿Me necesitas en la vista contra Garrett? Edward tomó la pelotita antiestrés y la estrujó.

-No. Tengo suficientes pruebas para enviarlo a prisión.

-Siempre y cuando la princesa del hampa se digne aparecer.

Edward apretó los dientes. -Déjalo, Hall. Ella aparecerá.

Tal vez Bella no quisiera tener nada que ver con él, pero Edward estaba seguro de que iría a testifi car. Su padre podía estar relacionado con la mafia, pero Bella no lo aprobaba.

Pero, claro, no podía poner la mano en el fuego, ahora que se le había agotado la suerte.

-Lo que tú digas. Te acompañaré al juzgado, de todos modos. Tengo que pedir una orden de arresto contra los amigos de Garrett en Queens.

Edward se levantó y recogió su chaqueta. -Está bien. Vamos.

Al acabar el día, tendría a Garrett entre rejas y a tres sospechosos más pendientes de juicio. Muy pronto, recibiría una llamada anunciando su as censo.

Debería estar contento. Pero, desde su asunto con Bella, nada lo alegraba. Ya nada le salía bien. En ese momento, ni el ascenso ni la satisfacción de col garse otra estrella en el pecho le parecían la mitad de atrayentes que pasar otra noche con Bella.

Tenía que hacer algo al respecto, una vez que el juicio quedara visto para sentencia, su suerte ten dría que cambiar.

.

.

Bella salió abriéndose camino entre la gente que abarrotaba la sala del tribunal. Estaba ansiosa por perderse en el bullicio de los pasillos. Nunca en su vida había estado tan nerviosa como cuando se sentó en el estrado de los testigos, frente a la jueza. El interrogatorio que le había hecho Edward cuando estaba medio desnuda había sido como un paseo por el parque comparado con el del abogado de Garrett, que había insinuado claramente que ella es taba relacionada con la mafia.

Por lo menos, con Edward, el deseo la había mante nido caliente. Pero en el estrado de los testigos, se estremeció de frío al sentir la gélida indiferencia de la gente que la rodeaba, la mirada descarada y des deñosa de Garrett y la atención impasible de la jueza.

La presencia de Edward en la sala la había puesto aún más nerviosa. Él tenía un aire sumamente profe sional, vestido con un traje y una corbata sorprendentemente discretos, aunque la anchura de sus hombros seguía trasmitiendo un poder al que a ella siempre le costaría resistirse. Se había sentido ali viada al ver que él se levantaba justo antes de que acabara su testimonio.

Ahora, podía regresar a su piso y dar los últimos toques a la colección de otoño antes de mandar los diseños al taller. Por fin se vería libre de Edward Cullen; ya que el último lazo que los unía se había roto.

Libre de él, si no fuera porque Edward la esperaba apoyado contra la pared, unos metros más adelante. Bella tomó aliento. La repentina aparición de Edward la había pillado con la guardia baja. ¿Por qué aquellos ardientes ojos verdes parecían seguir cada uno de sus movimientos? ¿Por qué parecían cono cerla tan íntimamente?

Al verlo, se le aceleró el pulso y el corazón le dio un vuelco. Al parecer, no había ido muy lejos al salir de la sala. Solo había querido tenderle una embos cada en el pasillo. ¿Por qué ahora se empeñaba en perseguirla?

-Hola, Bella -se apartó de la pared al tiempo que Bella se detenía frente a él-. No sa bía si ibas a venir.

-Te dije que vendría

¿Es que siempre tenía que dudar de su integri dad?

-Lo sé, pero teniendo en cuenta que última mente no hago más que perseguirte, pensé que tal vez no vendrías para no tener que verme -se enco gió de hombros, y la camisa y la corbata se le subie ron ligeramente hacia arriba.

Solo entonces reparó Bella en el alfiler que llevaba prendido en la discreta corbata a rayas: una pequeña estrella plateada.

La cercanía de su cuerpo provocaba extrañas reacciones en el cuerpo de Bella. Sus sentidos se agudizaban, haciéndola agudamente consciente de sus gestos más insignificantes. El olor a almidón de su camisa, el crujir de sus zapatos nuevos, el ca lor que emanaba de él en todo momento...

Bella alzó la barbilla, intentando ignorar el atractivo de aquel hombre que tarde o temprano acabaría haciéndole daño. Edward había dudado de que apareciera en el juicio, seguramente por las relaciones con la mafia que se le atribuían a su padre. ¿De que sospecharía mañana? Ella no podía dejar de ser la hija de su padre, por más que Edward Cullen lo deseara.

Además, fuera lo que fuese lo que pensaba el resto del mundo, Bella sabía que su padre nunca había hecho nada ilegal. Tal vez fuera egoísta y vanidoso de vez en cuando, pero no tenía más defectos que cualquier persona decente. Algún día, ella se lo demostraría a todo el mundo.

-Será mejor que me vaya -dijo por fin, necesitada de liberarse del magnetismo del hombre que tenía ante ella, del olor a musgo de su colonia, del pequeño corte de su barbilla, posiblemente resultado del afeitado de hoy.

Demasiado tarde.

-No te vayas aún -Edward extendió la mano, pero se detuvo antes de tocarla-. Por favor. ¿Podemos hablar un minuto?

Bella no sabía si debía sentir alivio porque no la hubiese tocado. Tenía la sensación de que empezaría a echar vapor en cuanto sus cuerpos se roza ran.

-No, creo que no.

Él no retrocedió, no le dejó el espacio que necesitaba para respirar. Llenaba su campo de visión, impidiéndole ver las paredes que los rodeaban.

-Dame otra oportunidad, Bella -la agarró por los brazos, impidiendo que se moviera.

A Bella se le erizó la piel bajo la camisa de al godón. Su cuerpo recordaba las caricias de Edward. Las anhelaba.

Había olvidado que era muy franco, que no mal gastaba palabras ni se ocultaba tras un montón de parloteo sin sentido. Que era muy diferente a la gente que se movía en el mundo de la moda.

-¿Por qué?

-Porque quiero conocerte mejor. No puedo dejar de pensar en ti y estoy convencido de que entre nosotros hay mucho más de lo que imaginamos -sus intensos ojos verdes se clavaron en los de ella.

-No puedo.

O eso se había dicho durante toda la semana, cada vez que él le dejaba un mensaje en el contestador o se pasaba por el estudio para invitarla a tomar un helado. Edward despreciaba a su padre. ¿Acabaría despreciándola también a ella por ser hija de su padre?

-A mí no me gusta asumir riesgos, como a ti.

Bella retrocedió con decisión, alejándose de la tentación de sus caricias. Él sacudió la cabeza, como si no se creyera una palabra de lo que le había dicho.

-Vamos, Bella, reconócelo. Sí que quieres asumir algunos riesgos.

-Puede ser -admitió ella-. Pero tú eres demasiado peligroso.

-Entonces, ¿qué me dices del escaparate? Ella parpadeó, aturdida.

-¿Qué?

Edward se acercó un poco más.

-El escaparate de la tienda de tu padre que tú decoraste y que parece decir a gritos que deseas asumir ciertos riesgos.

Bella sintió un nudo en el estómago al pensar en el maniquí envuelto en seda rosa, bailando en la calle mientras su falda volaba alrededor de sus pier nas provocativamente.

-La mujer del escaparate estaba cautivada por la vida y no parecía sentir ningún miedo por el hombre que la observaba.

Alice le había advertido que a un detective de Nueva York nada le pasaba desapercibido. Bella llevaba años diseñando escaparates que incluso habían ganado premios, y ni una sola vez su padre había comentado su calidad artística, ni había aventurado una posible interpretación de los diversos escenarios que recreaban. Sin embargo, al mirar aquel escaparate, los agudos ojos de Edward habían penetrado directamente hasta su corazón.

-Una cita más, Bella -insistió Edward, acercándose aún más a ella-. Una oportunidad más para averiguar qué hay entre nosotros.

El corazón de Bella impulsó la respuesta hasta sus labios. Pero, esta vez, ella estaría al mando. Esta vez, ella sería la primera en marcharse, porque no iba a permitir que él volviera a dejarla.

Deseaba a aquel hombre, pero bajo sus propias condiciones.


que les pareció¿?, ahora la dama esta al mando jejejjejeje. a ver como se las arregla... Edward se ve muy arrepentido no creen¿? jejejej. bueno nos leemos mañana...  

Capítulo 9: Mujer fatal. Capítulo 11: Aceptando la invitación

 
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